Dulce duque
¿Otra vez coincidían? Después del encuentro en el Mauritania no había esperado que se volvieran encontrar. Recordarlo lo hacía enojar.
Desde aquella maldita noche, no había podido dejar de pensar en aquellos preciosos ojos que le inquirían preocupados y que habían sido capaces de leer su dolor, ¿de veras resultaba tan transparente para alguien que no le conocía de nada? Siempre había considerado que sabía como camuflar sus propias emociones... Si no conseguía engañar a una persona desconocida, ¿cómo podría jamás aspirar a convencer al gran público? ¿a ser un gran actor que sobrepasara a su propia madre?... Tal vez su padre tenía razón y debiera enfocarse en buscar otros objetivos...
Entre el resto de alumnos, su cabello dorado resplandecía con cálidos destellos, reflejando la luz que se filtraba por los coloridos mosaicos de cristal. La sedosidad era palpable incluso desde la distancia. Su actitud curiosa, con sus dilatadas pupilas, bajo sus tupidas pestañas, evidenciaban que tampoco le era indiferente.
Terry jamás había sentido antes aquella fuerte atracción hacia nadie. Intentó reprimir sus desbocados latidos e impostó una seguridad, que no sentía, frente al resto de los presentes, ofreciéndoles, con descaro, un nuevo y gratuito espectáculo.
Pasaron un par de semanas hasta que volvieron a reencontrarse. Esta vez en unas circunstancias todavía más extrañas.
Se había repetido otra de las innumerables discusiones con su padre, durante una de sus esporádicas visitas, solo para recordarle que, aunque bastardo, no dejaba de ser un Granchester. Al "Gran duque" le resultaba inaceptable que hubiera viajado, totalmente de improviso, hasta el nuevo continente, para visitar a la desgraciada de su madre. Inflexible, le prohibió volver a verla.
Lo hacía sentir tan impotente, insignificante, como un muñeco que solo servía para demostrar, vanidosamente, la hombría en la estirpe Granchester. Llevado por la ira, decidió salir a cabalgar tan rápido como pudiera, intentando huir de aquella hiriente desazón.
Al aproximarse a una de las zonas de dormitorios, de pronto, escuchó un potente alarido que resonó entre las sombras.
—¡Thooooomas! ¡Nooooo! ¡Por ahí, nooo! ¡Hay una trampa! ¡Tu caballo!
A lomos del agitado corcel, alcanzó a vislumbrar una silueta que caía a plomo sobre el suelo. Sosegando su montura se acercó alarmado. Bajó presto, agazapándose a su lado para comprobar que solo se había desmayado.
—¿Thomas? ¿Eres tú? —musitó entre sus brazos, perdiendo el conocimiento de nuevo. Terry, con torpe delicadeza, apartó un mechón. El contacto con la aterciopelada piel de su frente le provocó un cosquilleo que recorrió su cuerpo entero, perdiéndose en su entrepierna y resonando en su corazón, como una despiadada punzada. Visto de cerca su rostro resultaba aún más hermoso. Sus mullidos labios clamaban ser besados. Respiró profundo, intentando calmar sus emociones y palmeó repetidamente su cara, intentando que despertara—. ¡Thomas! —Recuperó la consciencia, confundiéndolo.
—¿Thomas? Perdona, pero mi nombre es Terrence, no Thomas —corrigió ante la asombrada expresión. No entendió el porqué, pero le molestó mucho que lo confundiera por otro—. Thomas es un nombre demasiado ridículo para alguien como yo —Se burló despreciativo, mientras se separaba, tras comprobar que ya se incorporaba sin ayuda.
—¿Ridículo? ¿Cómo te atreves? ¡Thomas no era ridículo! ¡Era fuerte y amable!
—¡Ja, ja, ja! —Se obligó a reír. La firmeza en tal afirmación le sentó como un puñetazo—. ¿Fuerte y amable? ¡Menuda descripción! ¿Acaso era tu amor secreto? ¡Ja, ja, ja! —Volvió a fingir esperando resultar más convincente que la primera vez que se encontraron. Sintió que odiaba ya a aquel tal Thomas, aun sin conocerlo de nada—. ¡Bah! ¡No me importa en absoluto! ¡Adiós! —Acabó de levantarse y, montando en Theodora, partió al galope, aún más furioso que antes. ¿Por qué le molestaba tanto? Al fin y al cabo entre ellos no había nada.
Continuará...
