CAPÍTULO II

Era sábado por la mañana. Itadori Yūji llevaba un par de minutos caminando por una zona que nunca antes había pisado, siguiendo la ruta que el GPS de su celular trazaba en la pantalla. Lo viera por donde lo viera, andaba en un "barrio de ricos". Las casas eran enormes, modernas y seguido se cruzaba con alguna persona que trotaba por los alrededores con sus perros o caminaba en dirección a un parque, en el cual, no hace mucho se distrajo.

«Debería ser por aquí» dijo para sus adentros mientras buscaba la placa de la casa con el nombre de Fushiguro. La encontró un poco antes de llegar a una esquina.

Miró hacia arriba y contó los tres humildes pisos de tan modesta morada.

—Debe ser una broma…

«¡Fushiguro no me dijo que era rico!» puso los ojos en blanco.

Llevaba un par de semanas de conocerlo, pero ¡¿Por qué no le había comentado que venía de familia acomodada?! ¡¿Cómo entraría con las manos vacías ahora?!

Como si su impacto mental se hubiera esfumado, tocó el timbre sin pensarlo demasiado. La próxima ocasión llevaría algún presente, aparte, aún tenía que resolver el asunto que le había planteado Sukuna: o sacaba una beca deportiva para gastos personales o conseguía un trabajo de medio tiempo.

Tras unos segundos, en lugar de recibir respuesta por el aparatito que fungía como timbre y comunicador, un extraño clack resonó en alguna parte de la verja que separaba la casa de la calle y ésta se abrió por la mitad de forma automática.

Itadori ordenó a sus manos sostener los tirantes de la mochila que cubría cada uno de sus hombros e interpretó lo anterior como si le hubieran dado la bienvenida.

—Con permiso —pronunció en un tono ni tan bajo para ser un susurro, ni tan alto como para considerarse un anuncio.

Como el buen niño curioso que era, no tardó en desviarse del único camino que debía seguir, para pararse a un lado de un auto deportivo negro que relucía como la más bella y pulida obsidiana que sus ojos hubieran visto jamás. Casi tan rápido como llegó allí, regresó al camino central. No podía babear sobre un auto ajeno. Por si fuera poco, en el lado opuesto había dos casas grandes para perro; si alguien de la familia de Fushiguro había salido a pasearlos, estaría a salvo, pero no le jugaría al v… valiente, si los animales andaban por ahí.

Al llegar a la puerta de la casa descubrió que también se hallaba entreabierta, por lo que repitió sus acciones y entró.

—Con permiso (de nuevo) —junto con esas palabras se retiró los zapatos y pasó de lleno.

A su izquierda tenía una amplia sala y a la derecha, la cocina, de la que salió un hombre muy alto, de cabello blanco, sosteniendo un plato con una rebanada de pastel; no vestía nada más que lentes oscuros y una toalla corta atada a la cintura, que a duras penas llegaba a la mitad de sus muslos.

Itadori pasó los ojos de los pies a la cabeza de ese hombre.

—No deberías barrer a la gente con la mirada de forma tan descarada, Yūji.

—Yūji… —repitió en un tono que no alcanzaba los decibelios necesarios para clasificar como susurro; tal parecía que el hombre lo conocía. ¡Un momento!—. ¡¿Gojō-sensei?!

—¡El mismo que viste y calza! —respondió con picardía, luego de sacarse la cuchara de la boca.

Expresión curiosa de utilizar para alguien que estaba a un trozo de tela de la desnudez.

—¿Qué hace aquí?

—¿Qué hago yo…? —ladeo el rostro y se colocó el índice sobre la mejilla—. Pues, aquí vivo, ja, ja. ¿Qué haces tú aquí?

—Fushiguro me…

—Oh, cierto, cierto —lo interrumpió—. Megumi dijo que vendría alguien a casa y yo abrí la reja sin pensarlo mucho. Toma asiento donde quieras. Ya sale.

—Gracias.

Gojō cortó un trozo del pastel y previo a llevárselo a la boca, bajó el cubierto.

—Pero qué descortés de mi parte, ¿quieres pastel?

—¡Sí!

Apenas dijo aquello, Gojō le metió la cuchara en la boca con todo y postre antes de que alcanzara a cerrarla.

—Puedes tener este —le pasó su plato y dio media vuelta—. Iré por más a la cocina.

Lejos de que ese había sido el recibimiento más raro que Itadori había presenciado en sus dieciséis primaveras sobre la Tierra, cuando su profesor regresó, ocurrió algo todavía más extraño.

—Sabes, Yūji —dijo, sentado en el sofá junto a su alumno, después de terminar su segunda porción de postre esa mañana—, algo me causa curiosidad desde que llegaste. ¿Tengo algo en el pecho? No has dejado de mirarlo.

—Ah, bueno, no es que sea precisamente raro —hizo una pausa, en la que bajó su plato vacío y lo colocó sobre las piernas—, pero es la primera vez que veo de cerca a alguien con pezones rosas.

Por otro lado, el profesor no parecía ser de los que se la vivían en el gimnasio, pero tanto sus pectorales como el abdomen estaban tan marcados que se tentaba a preguntar por su rutina de ejercicio.

—¿Ah, sí? ¿Entonces no ves demasiado porno en Internet? Eso es bueno.

—En videos e imágenes es una cosa, pero en persona es… distinto.

—¿Lo es? —preguntó con una entonación entre coqueta y cantarina, y se agachó a la altura del rostro opuesto.

Fue entonces que, por primera vez, Yūji pudo entrever aquellos ojos que los lentes oscuros ocultaban día con día.

—Gojō-sensei.

—¿Sí?

—Sus ojos…

—Oh, eso —se retiró los anteojos con una mano y se acercó lo suficiente para que un movimiento en falso pudiera terminar en un roce algo más que sus narices—. ¿Te gustan?

Yūji se sorprendió un poco y levantó las cejas ante la invasión a su espacio personal, no obstante, ningún sentido de su cuerpo estaba alerta, nada era capaz de decirle que se apartara. ¿Por qué? Justo ahora sólo era capaz de percibir cómo la respiración ajena acariciaba su piel, además de mantenerse embobado con el precioso color turquesa tan vivo y brillante que tenía delante. Aunque no fue esto lo que le privó de emitir una respuesta, sino que ambos recibieron un golpe contundente en la cabeza. Tanto Itadori como Gojō exclamaron un monosílabo de dolor al unísono mientras se sobaban el área afectada.

—Ustedes dos —habló Fushiguro, con una voz que anunciaba lo mucho que se estaba conteniendo de gritarles—, ¿qué rayos creen que están haciendo?

—¡Fushiguro! —exclamó Itadori—. ¿Por qué me golpeas así de fuerte sin avisar? ¿Qué harás si me dejas más tonto de lo que soy?

—¿Cuál es la necesidad de usar la violencia, Megumi? —se quejó Gojō, como si no fuera el causante de la anormal situación—. Todavía de que entretengo a tu visita…

—¡Usted mejor no hable y vaya a ponerse algo de ropa! —recriminó, con la paciencia al límite, a la par en que señalaba escaleras arriba, cual madre molesta que manda a su hijo castigado a la habitación.

—Oh, vamos, vamos. No estés tan avergonzado —enunció en un tono bromista, levantándose del asiento—. ¿Qué tengo yo que no hayan visto ya?

—Sólo deje de hablar y suba —no dudó ni un segundo en comenzar a empujar a Gojō en la dirección señalada.

Cuando, por fin, el adulto irresponsable estuvo fuera de la vista de los adolescentes, Fushiguro se giró hacia Itadori.

—¡Y tú…!

Itadori saltó sobre su lugar.

—No le sigas el juego a ese depravado. Sé de sobra que no se cruzaría de la línea, pero a ojos ajenos puede hacer que muchas de sus acciones luzcan sospechosas —por cosas así era que nunca invitaba a nadie a casa.

Itadori se limitó a asentir varias veces y luego de colocar el traste sobre el mueble en el que Gojō había dejado el suyo, fue que decidió hacer la pregunta del millón.

—¿Eres un hijo ilegítimo de Gojō-sensei? —eso podría explicar que no tuvieran el mismo apellido.

—Gracias al cielo no lo soy —suspiró, frotándose el cuello para mostrar su alivio.

Itadori no dijo nada, tan sólo se limitó a observar a su compañero con insistencia y a cada segundo que pasaba, se acercaba más a él. Fushiguro desvió el rostro, como evadiendo la indiscutible cuestión que persistía flotando en el aire. Cruzó los brazos y gruñó un poco, pero al final respondió.

—Es mi tutor legal.

Un «oh» muy alargado salió de los labios de Itadori, quien no dejó morir la conversación ahí.

—¿Qué pasó con tus padres?

—Fallecieron —fijó la mirada en algún punto distante tras decir eso, no tenía sentido ocultarlo, no después de ser testigo, en múltiples ocasiones, de la obstinación opuesta.

—Con que así son las cosas.

Fushiguro soltó un corto y cansado sonido gutural. Ahora tenía los hombros tensos.

—Eso quiere decir que somos más parecidos de lo que parece —concluyó Itadori.

Cuando Fushiguro retornó la mirada a su compañero, se topó con la sonrisa más amplia y cálida que alguien le hubiera dirigido jamás. El nerviosismo acumulado ante la posibilidad de recibir una respuesta lastimera se disipó sin dejar secuelas, por ello contestó el gesto con una sutil sonrisa.

—En absoluto. Yo sí entiendo lo que los profesores dicen en clases.

—¡Hey!


Gojō mantuvo un gesto de complacencia después de subir a su recámara y ponerse algo de ropa. Era la primera vez que Fushiguro invitaba a alguien a casa, incluso cuando se llevaba relativamente bien con Nobara y Toge, y con su exalumna, Maki.

¿Por qué sería? ¿Acaso le daba vergüenza que se enteraran que vivía con uno de sus profesores?

Una pizca de su orgullo como «adulto responsable» y «papá luchón» se deprimía cuando pensaba en eso, aunque no le afectaba de manera profunda ni directa. Lo más seguro era que Fushiguro no dijera nada al respecto; entre los docentes no era secreto que ellos vivieran juntos, pero el chico era demasiado discreto con su vida privada. Por lo tanto, no le sorprendía que casi nadie supiera nada de él; es más, el mismo Gojō tampoco sabría gran cosa si no lo hubiera criado.

Cuando lo acogió de niño, solía ser demasiado seco, razón por la cual Gojō adoptó ese comportamiento juguetón y mimoso; con el tiempo, Fushiguro se fue acostumbrando al contacto físico, así fuera sólo de la persona a la que veía como un pseudo sustituto de padre.

Entrada la pubertad, Fushiguro solía pelear con los estudiantes malandros de su escuela. Nunca recibió una queja directa por parte de los directivos, dado que sus intenciones no eran malas, pero Gojō siempre le hacían la observación de que mantuviera un ojo en él para que no se desviara del camino. En parte, también era culpa suya, puesto que le enseñó a pelear a temprana edad por motivos de defensa personal a causa de cierto incidente. Fue hasta entonces que comenzaron a volverse más cercanos.

Ahora, como adolescente, lo veía enfocado en sus estudios con el objetivo de ingresar a una buena universidad. Serio como de costumbre, no tan arisco como en su niñez; cada vez le alegraba más ver que se relacionaba con todo tipo de personas, como ese chico, Itadori Yūji. Ver su rostro sorprendido al llegar le confirmó que Fushiguro no le había comentado sobre su situación.

El por qué Gojō cuidaba de un niño con el que no tenía ningún parentesco, era un enigma. Fushiguro se lo llegó a preguntar en un par de ocasiones, sin embargo, jamás le dio una respuesta concreta y era mejor de ese modo. No debía conocer la verdad. Para Gojo, Fushiguro era la mejor forma de expiar los crímenes que cometió en el pasado y, aunque sabía de sobra que eso no lo solucionaría, ver su lenta, pero continua evolución le indicaba que estaba haciendo lo correcto. Es decir, la reducida gama de emociones y expresiones faciales del chico parecían haberse ampliado; no obstante, una vez más, sentía que era a causa de Itadori. En unas pocas semanas él logró lo que a Gojō le tomó largos años y mucha paciencia, razón por la que comenzó a jugarle inocentes bromas a Itadori en la escuela. Lo curioso fue que, de todos los alumnos que había tenido hasta el momento, él era el primero que le seguía el juego y lo respetaba al mismo tiempo; tenían varias selfies juntos.

«Tan lindo» dijo para sus adentros mientras revisaba la galería de su celular.

Se sentía increíblemente cómodo a su lado.

«Ojalá Megumi fuera un poco más como él».

Quería que Fushiguro fuera más relajado, que disfrutara más la vida y que dejara de ser tan formal y reservado; no esperaba que fuera una copia exacta de Itadori.

En fin, mientras ellos dos estuvieran juntos, todo estaría bien. Estaba seguro de que Itadori le cambiaría la vida a su muchacho para bien.

Lo que Gojō no sabía, era que incluso a él le terminaría dando un giro completo a su mundo.


Al finalizar las clases, al siguiente lunes, Fushiguro se dirigió hacia el salón de usos múltiples para buscar el repuesto de unas cintas que necesitaban en el club de basquetbol y que habían olvidado recoger. El trayecto fue silencioso, como era usual, pero un grito agudo que reconoció a la perfección llegó a sus oídos en cuestión de segundos.

¡¿Por qué demonios decides algo así por tu cuenta?! ¡¿Quién demonios te crees que eres?!

Sí, sin duda alguna era la voz de Kugisaki Nobara. ¿Estaría regañando a algún kōhai?

Detuvo sus pasos a unos metros de donde escuchó la voz.

No. Kugisaki tenía un carácter fuerte y explosivo, pero nunca la había escuchado tan… ¿indignada?

¿Qué? ¿Acaso esperabas que te obedeciera ciegamente sólo por tu linda cara? Aprende tu lugar.

Esa otra voz… ¿De quién era? Tenía el enorme presentimiento de que se trataba de alguien familiar.

Sukuna, serás… ¡Tú eres quien debe aprender su lugar!

Seguido de la voz de Kugisaki, Fushiguro escuchó un sonido fino, breve, como quien da una cachetada y no había que ser un genio para saber que justo eso era lo que había pasado. El problema era que ahí no paró la cosa; acto seguido, un estridente y violento golpe resonó con fuerza, como si alguien, con saña, hubiera pateado un pupitre y éste hubiese hecho retroceder unos cuantos más en el proceso. Fushiguro reaccionó de inmediato y abrió la puerta tras la que todo aquello ocurría, llevándose una desagradable sorpresa.

«¿Qué demonios…?» fue lo único que acertó a pensar en cuanto sus ojos se toparon con una escena tan exagerada que le generó cierto disgusto y escalofríos.