Capítulo 3. Ryukoku.
–Al igual que la otra vez. Dices que lo has matado y no hay pruebas. –le dijo Sora a Takeru. Volvían a estar en la sala interrogatorios de la comisaría. –No parecen simples ataques al corazón. Fuiste tú quien los mataste.
–Estás viniendo tan a menudo por aquí que vamos a empezar a llamarte por tu nombre. Takeru, ¿conoces un pueblo conocido como Ryukoku? ¿Has estado allí alguna vez? –preguntó Taichi haciendo referencia al lugar por el que Kenta Ninomiya había estado merodeando. Ante la mención del nombre del pueblo, Takeru alzó su cabeza gacha.
–No he estado allí ni he oído hablar de él. –dijo él. A pesar de que era cierto, cuando escuchó el nombre de aquel lugar algo se removió en su interior. –¿Tiene ese pueblo algo que ver con Yamato?
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–Preparad un despliegue de emergencia. –ordenó Ken Ichijouji a uno de los empleados en la sala de conferencias del Departamento de Seguridad Nacional de la Agencia Nacional de Policía cuando fue informado de que uno de los presos de la prisión de máxima seguridad se había escapado, dejando un muerto en el proceso.
–¿Qué hacemos con los medios de comunicación?
–Debería de ser capaz de mantenerlo en secreto al menos una semana. –dijo Ken. –Sería un gran engorro si atacaran al problema de la seguridad en las prisiones. Además, el que se ha escapado es un condenado a muerte. Si se hiciera pública la investigación, las asociaciones de derechos humanos darían demasiado la lata.
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Cuando la comisaría fue informada y recibió instrucciones del Departamento de Seguridad de la Agencia de Nacional de Policía, Kyotaro Imuna reunió a sus agentes para transmitirle las órdenes recibidas de las instancias superiores.
–Tenéis que encontrar a Yamato Ishida. Es un fugitivo condenado a muerte que se ha escapado de la Prisión Central de Kanto. –dijo Kyotaro pasando la foto de Yamato. –Pero tened cuidado, esta misión es de alto secreto. No debéis filtrar nada ni dejar que los medios de comunicación descubran lo que está pasando. No llaméis la atención, no hagáis ruido y sed prudentes. Espero que empleéis toda vuestra fuerza en atrapar a este individuo lo antes posible…
–¿Por dónde empezamos? –le interrumpió Taichi.
–¡Taichi! No me importa. Tan sólo quiero que lo atrapéis.
–¡Sí! –exclamaron todos, dándose la vuelta para empezar a buscar a Yamato.
–¡Takenouchi! –la llamó Kyotaro antes de que siguiera a sus compañeros. –¿Se puede saber qué se le pasó por la cabeza?
–Lo siento mucho. –se disculpó ella.
–Le dije que está suspendida. Así que, sigue suspendida. –dijo Kyotaro.
–Pero hay que encontrar a Yamato. –dijo ella intentando convencer a su jefe.
–Váyase de vacaciones con su hija. –dijo él antes de marcharse.
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Mientras tanto, Yamato, que había conseguido ropa negra nueva con el dinero que le robó a Narushi Ikeda, paseaba a sus anchas por Tokio.
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Para comenzar a investigar el paradero de Yamato, Taichi se acercó a una zona habitual de personas sin hogar. No fue difícil dar con él. Al fin y al cabo, el otro día pasó la noche en comisaría por armar alboroto y lo tenían localizado desde que habló de la mano del Diablo. Al mirar por una esquina, vio a Kenta Ninomiya buscando entre los contenedores como una vulgar rata.
–Si no puedes camuflarte entre las sombras es que eres una mala detective. –dijo Taichi. Era inútil que Sora siguiera ocultándose, así que, sonriéndole, bajó unos escalones de la escalera de incendios en las que estaba subida y se dirigió hacia su mentor. –Me has seguido todo el tiempo.
–Me has descubierto. –admitió ella.
–Capturada. Vamos.
Ambos detectives se presentaron ante Kenta Ninomiya, por lo que dejó de rebuscar entre los contenedores para atenderlos.
–¿Qué queréis? –preguntó Kenta.
–El condenado por matar a tres jóvenes hace diez años ha escapado. –dijo Sora. Al decir aquello, los ojos de Kenta se abrieron con sorpresa.
–Ya…Ya…Yamato. –balbucéo Kenta empezando a temblar.
–¿Lo conoce? –preguntó ella.
–¡No! –se apresuró a contestar Kenta.
–La mano del Diablo. Es lo que estuvo gritando el otro día como un loco mientras estaba borracho, ¿no? ¿Conoce el poder de Yamato? –preguntó Sora, que por la reacción que tuvo Kenta supo que sí que lo conocía. Al verse sin escapatoria, hizo el amago de escapar, pero Taichi, que era perro viejo, lo detuvo antes si quiera de echar a correr.
–Ninomiya, una vez fuiste policía como nosotros, ¿verdad? –dijo Taichi. –Entonces nos echarás una mano en la investigación. Por cierto, ¿por qué dejaste el cuerpo de policía? Si no me equivoco, Yamato…
–¡Basta! –gritó Kenta interrumpiendo a Taichi.
–Usted conocía el poder de Yamato antes de los asesinatos, ¿verdad? –quiso confirmar Sora. El hecho de que Kenta se mostrara tan asustado les estaba proporcionando mucha información valiosa, a pesar de no estar diciendo nada. –Usted fue testigo.
–¡No!¡Yo no sé nada! –exclamó él alterado e intentando volver a escapar. Esta vez sí que lo consiguió. Kenta derribó varias bicicletas que había aparcadas para entorpecer su captura, pero cuando giró una esquina, alguien lo atrapó y le cubrió la boca. Cuando Taichi y Sora pasaron de largo intentando dar con el escondite de Kenta, fue soltado. Cuando se sintió liberado y se giró, Kenta se quedó con la boca abierta al ver allí plantado a Yamato Ishida. En cuanto esos policías le dijeron que Yamato había escapado lo primero que había temido era que fuera en su busca. Lo que no se imaginaba era que sus temores se harían realidad tan pronto.
–Cuanto tiempo sin vernos. –comentó Yamato. Para él no fue difícil encontrarlo. Yamato intuía que se escondería por cualquier barrio bajo, como la rata que era. Siempre fue así.
–Yamato. –dijo Kenta asustado.
–No te preocupes, no se lo he contado a nadie. Pero hay un par de cosas que me gustaría comprobar. –dijo Yamato avanzando pausadamente hacia Kenta, mientras éste intentaba retroceder, pero no podía retroceder más. –Para un ex -policía será una tarea fácil.
Yamato le puso su mano sobre su hombro, y entonces empezó a cachearlo hasta que sacó un teléfono móvil del bolsillo de la chaqueta de Kenta.
–Sigues teniendo cosas de valor, ¿eh? –dijo Yamato volviendo a meterle el teléfono en el bolsillo.
–Yamato, ¿cómo has escapado? –quiso saber Kenta.
–Apareció Dios. –se limitó a contestar Yamato.
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Mientras tanto, Sora y Taichi seguían buscando a Kenta, pero era como si se lo hubiera tragado la tierra.
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Cuando Taichi Yagami le preguntó por Ryukoku, Takeru sintió que algo se removió en él. Desde aquel episodio traumático de su infancia, supo que tenía la facultad de matar a voluntad con sólo tocar a las personas. Pero, ¿qué tenía que ver ese pueblo con él? Inquieto por aquella sensación que lo recorrió cuando le hablaron de aquel lugar, decidió ir hacia allí para ver si averiguaba algo. Se colgó una mochila y cuando llegó a la zona de monte, siguió a pie.
–¡Mamá, vamos rápido! –exclamó una niña.
–Vale, vale. –dijo Sora sonriente mientras era tirada de la mano por la niña. Tanto Takeru como Sora se sorprendieron de encontrarse allí. Sora aprovechó su suspensión en el cuerpo y el hecho de que era fin de semana para pasar un día de campo con Aiko y, para qué negarlo, a ella el pueblo de Ryukoku también le producía curiosidad. Takeru tampoco esperaba que Sora fuera madre de una niña. A pesar de la sorpresa de encontrarse allí, decidieron continuar el camino juntos hasta llegar a una zona con una vista preciosa. Desde allí veían lo que parecía ser un río. Había un cartel que informaba que lo que estaban viendo el río sobre el que estaba construida la presa de Ryukoku.
–¿Presa de Ryukoku? –preguntó la niña al leer el cartel.
–Hay un pueblo sumergido llamado Ryukoku. –le explicó su madre.
–¿Está bajo el agua? –preguntó la niña.
–Sí. –respondió Sora. Takeru no sabía nada de todo aquello.
–Parece que no queda nada del pueblo. –comentó Takeru.
–¿Has venido a buscar a Yamato? –preguntó Sora.
–Si hubiera alguien como tú, pero en el lado opuesto de la imagen, ¿no te gustaría saber de él? –preguntó Takeru para responderle.
–¿Por qué ayudaste a Yamato a escapar de prisión? ¿Por qué mataste al alcaide? –preguntó Sora con cuidado de que Aiko no la escuchara mientras correteaba por la zona.
–Creo que Yamato trama algo terrible. Tengo que pararlo. –respondió Takeru. –Es mi responsabilidad.
Después de haber mirado la presa desde lo alto, los tres siguieron caminando, adentrándose en una zona boscosa. Aiko se soltó de la mano de su madre para corretear.
–¡Aiko, es peligroso, no corras! –le pidió su madre.
–¡Ya lo sé! –pero nada más decir aquello, Aiko se cayó de bruces. Al verlo, la reacción de Takeru fue ir hacia la niña.
–¿Te has hecho daño? –preguntó él. Se agachó y la agarró del brazo para ayudarla a levantarse.
–¡No la toques! –gritó Sora poniéndose junto a su hija, todavía en el suelo. Ante el grito de Sora, Takeru se levantó triste.
–¿Mamá? ¿Por qué le gritas a Takeru? –preguntó la niña inocentemente. Él comprendía por qué. No podía culparla. Al fin y al cabo tenía manos de asesino, aunque no lo pudieran demostrar.
–Vamos, levanta. –dijo Sora sin contestarle. No es que pensara que Takeru fuera a matar a su hija. Fue casi un acto reflejo debido al hecho de que conocía su facultad para matar. Ya llevaba dos muertos a sus espaldas en pocos días. El hecho de que se hubiera entregado en las dos ocasiones que mató le hacía saber que Takeru no era mala persona, y por eso accedió a pasear por el campo con su hija. Era evidente que para Takeru, aquella facultad era como una maldición que había caído sobre él.
Tras recoger algunas flores, Sora decidió marcharse con Aiko.
–¡Adiós Takeru! –se despidió la simpática niña con la mano. Takeru sólo le dedicó una tierna sonrisa y un gesto con la mano. Cuando se marcharon, se giró para seguir mirando la presa. Tal y como estaba, aquel lugar le transmitía mucha paz. Fue entonces cuando vio un pequeño monolito en el que había tallado una cruz rodeada por un dragón, como si abrazara la cruz. Él conocía aquella imagen. Casi creció con ella.
Flashback.
–No debes odiar a nadie. Si odias, algo terrible podría suceder, ¿de acuerdo? –le dijo una mujer a un niño que no tendría más de cuatro o cinco años. Muy cerca había una casa de madera y justo al lado de la mujer estaba ese monolito. La mujer le puso un amuleto de la buena suerte en la mano. En el amuleto, venía una cruz abrazada por un dragón. Era la misma imagen que la del monolito.
Fin del flashback.
Cuando vio aquella imagen, Takeru recordó ese sueño que se le había repetido recurrentemente durante toda su vida. Pero esta vez, había visto más información. ¿O quizás era un recuerdo de algo que vivió de niño? Lo que tenía claro es que él conocía aquella imagen.
Takeru volvió al barrio residencial de Tokio donde vivían sus padres. Cuando entró en la casa en la que se había criado, vio a su hermana que estaba a punto de salir.
–¿Hermanito? –preguntó Shiho sin esperar verlo allí. –¿No dijiste que no vendrías porque estarías ocupado?
Pero Takeru hizo caso omiso de su hermana y subió a la que fue su habitación dando un portazo, indicándole que era mejor dejarlo tranquilo. En cuanto cerró la puerta se puso a rebuscar por los cajones de su mesa de estudio. Fue en el tercer cajón donde encontró una caja. Cuando la abrió, vio allí el amuleto de tela de un azul claro bastante descolorido por los años. Por un lado, estaban los kanjis de "Buena suerte", y por el otro estaba la imagen de la cruz y el dragón. No había duda. Era la misma imagen de lo que acababa de soñar, o recordar.
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–No tiene ni una sola herida, tal y como dijiste. –comentó Ken tras examinar el cadáver de Narushi Ikeda. Y la cuestión era que ya no sólo se trataba de un cuerpo, sino de dos: el de Uchimura y el de Ikeda. –Se mire por donde se mire, no puede haber otra causa posible que una muerte súbita por fallo cardiaco. La probabilidad de acusar a alguien es cero.
–¿Acaso dudabas de mi juicio? –preguntó Jou.
–No es lo que quería decir. Ya sabes cómo soy. Sea lo que sea necesito confirmarlo por mí mismo, si no, no me quedo satisfecho. –dijo Ken mientras se quitaba los guantes de látex y los tiraba a la papelera.
–¿Por trabajo o por interés personal? –quiso saber Jou. –Bueno, da igual. Sea lo que sea, no creo que sea muy sano.
–Creo que es más sano que tu falta de interés, ya que lo único que te interesa son los muertos. –dijo Ken. –De vez en cuando deberías mirarle la piel a una persona viva.
–¿Qué estás tramando en esa cabecita? –preguntó Jou con suspicacia. –Si la diseccionara, quizás encontrara algo.
–¿Quién sabe? –dijo Ken con una sonrisa.
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En el garaje subterráneo del edificio de Sora, la pelirroja y su hija bajaban del coche después de su día de campo.
–Aiko, ¿estás cansada? –preguntó Sora mientras la niña cerraba la puerta trasera del coche tras bajar. Ella sólo asintió con la cabeza y cogió la mano de su madre. –Vamos a bañarte y a meterte en la cama.
–Bienvenidas. –resonó una voz masculina. Cuando madre e hija se giraron para ver quién era, Sora reconoció a un prepotente chico de pelo castaño muy oscuro con una sonrisa de suficiencia acercándose con lo que parecía no buenas intenciones. Era el amigo de Uchumura, el muchacho que murió en la fiesta, pero desconocía su nombre.
–¿Por qué estás aquí? –preguntó Sora colocándose delante de su hija de manera protectora.
–Porque quería volver a verte, Sora Takenouchi. –respondió Daisuke como si fuera lo más evidente del mundo.
–¿A qué has venido, a vengarte de tu amigo? –volvió a preguntar Sora.
–¿Venganza? Lo cierto es que lo que me hiciste me ha causado muchos problemas. Con la policía husmeando, es difícil divertirse de verdad. Pero eso ya no importa. Quiero verle.
–¿A quién?
–Al tipo que se cargó a Shuuhei. –respondió Daisuke. Sora había olvidado que no fue la única testigo de la muerte de Uchimura. Él también estaba delante y por lo visto, también tenía curiosidad por Takeru. –El padre de Shuuhei dijo que murió por un ataque al corazón, pero no puede ser. No me lo trago. Estaba vivito y coleando. Quiero conocer la técnica que utilizó. Dímelo.
–¿Qué harías si te lo dijera? –preguntó Sora. –¿A quién vais a matar esta vez? Tú y Uchimura abandonasteis el cadáver de una universitaria tras una sobredosis por culpa del veneno que le vendisteis.
–¿Tienes pruebas?
–Tenemos una testigo. –dijo Sora tajante y harta de la chulería del chico. –Una joven que encontraron con un serio golpe en la cabeza. Casi muere de no ser porque llegó a tiempo al hospital. Si recobra el conocimiento y testifica, se te acabó la diversión que tanto deseas.
–Entonces, parece que tendré que cerrarle la boca a esa chica. Y también a ti. –dijo Daisuke. En cuanto le dijo lo de la chica sabía que era aquella joven que trabajaba en el antro en el que solían trapichear. Realmente pensó que estaba muerta. Sora, por su parte, en cuanto escuchó a Daisuke decir aquello se lamentó de haber sido tan bocazas. ¿Cómo podía haber cometido una negligencia así? Era impropio de ella. Ahora, al haberle regalado esa información, debía evitar que le hiciera nada a Hikari Kamiya.
Daisuke extendió el brazo dejando ver una navaja en su mano. Cuando cogió impulso para atacarla, Sora lo frenó cogiéndole del brazo y retorciéndoselo.
–¡Corre al ascensor! –le gritó Sora a su hija.
–Mami. –dijo la niña asustada. Estaba tan aterrorizada que se quedó paralizada mientras veía como su madre intentaba esquivar las embestidas de aquel chico tan malo.
–¡Deprisa! –le volvió a gritar Sora. La niña empezó a correr, pero no había corrido ni tres metros, Aiko comenzó a hiperventilar cerca de un pilar.
–¡Mamá! –dijo Aiko cerca del suelo, como si al agacharse pudiera obtener más oxígeno. Era evidente que con la situación de estrés que estaba viviendo la niña, sus problemas respiratorios se cebaran con ella en el momento más inoportuno. Al escucharla tan ahogada, la miró un momento, lo que aprovechó Daisuke para zafarse de ella y empujarla para que cayera al suelo. Daisuke consiguió ponerse encima de ella y le puso una mano en el cuello mientras con la otra en alto, amenazaba con clavarle la navaja.
–Venga, pide la ayuda de tu héroe. –dijo Daisuke. Justo cuando con el brazo tomó impulso para clavarle la navaja, una mano lo sujetó. Daisuke no sabía ni quién era, pero no pudo ser más oportuno. Sora también lo miró con sorpresa. ¿Qué hacía Yamato allí? –¿Quién eres?
Sin mediar palabra, mientras tenía el brazo sujeto, Yamato le dio una patada que lo tiró al suelo, momento que Sora aprovechó para levantarse e ir hacia su hija.
–¡Aiko! –dijo Sora abrazándose a su hija y acariciándola por la espalda. Eso siempre la ayudaba a calmarse.
–Ahora que ya te he conocido, Detective, veo que tienes una hija de la que no te despegas. –dijo Yamato.
–¿Tú también tienes alguna habilidad rara? –preguntó Daisuke, que se había levantado y amenazaba con la navaja, pero más inseguro. La última vez que un chico salvó a Sora, su amigo murió de manera extraña. No le extrañaría que este también tuviera algún poder.
–¿Una habilidad rara? –preguntó Yamato extrañado. ¿De dónde sacaba aquello? ¿Acaso también conocía a Takeru?
–No te hagas el tonto. Te mataré. –sin hablar más, Daisuke reunió valor y atacó a Yamato, pero el convicto, sin despeinarse, le cogió el brazo y se lo retorció.
–¿De verdad puedes matarme? –tras decir eso, le quitó la navaja y se la clavó a Daisuke cerca del costado. Con dolor, cayó al suelo mientras que Sora, al percatarse de lo que había hecho Yamato, le tapó los ojos a su hija para que no viera aquella atrocidad.
–En medio de su huída, el preso huido apuñala a un joven. Pero en este caso es defensa propia, ¿no? –dijo Yamato mientras Daisuke se retorcía de dolor.
Entonces, Aiko comenzó a toser con intensidad. Parecía que su ataque se había descontrolado, pero la niña necesitaba tranquilidad para poder controlar aquella crisis.
–Aiko. –dijo Sora preocupada. Aquello no pasó desapercibido para Yamato. Sora sacó el inhalador de la mochila y se lo puso en la boca a la niña.
–¿Asma? Parece que está sufriendo. –preguntó Yamato acercándose. Sora, que lo veía acercarse, no se fiaba de él. Alargó el brazo y pulsó un botón de alarma que había en el pilar cercano a donde estaba. –Qué fría eres. Te he salvado.
–La policía llegará pronto. –dijo ella.
–Es injusto. Incluso Takeru ha matado a dos personas y anda por ahí como si nada hubiese pasado. –se quejó Yamato. –Por eso no me dejaré atrapar. Nos vemos.
–¡Detente! –le ordenó Sora todavía abrazada a su hija mientras veía como Yamato se marchaba.
–La próxima vez que nos veamos, sólo estaremos nosotros dos. –advirtió Yamato. Aquello le sonó a una amenaza en toda regla, pero ya se preocuparía por eso, ahora su prioridad era su hija.
–¿Estás bien, cariño? –la niña asintió. Cuando lo hizo, la cogió en brazos y la subió a casa.
Yamato, que se había escondido, volvió al garaje donde Daisuke seguía retorciéndose con su propia navaja clavada.
Cuando Sora dejó a su hija en casa mucho más tranquila y llamó a una ambulancia, bajó al garaje, pero no había ni rastro de Daisuke.
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Yamato había cogido a Daisuke y lo había sacado a un callejón, dejándolo en el suelo como si fuera un saco de patatas. Daisuke sudaba profusamente.
–¿Qué vas a hacer conmigo? –preguntó el herido, al que cada vez le costaba más hablar. –¿Vas a matarme? Ayúdame, por favor. Llama a una ambulancia. No diré nada. Llama a mi padre. Si lo llamas, vendrá y te ayudará.
–¿Una ambulancia? No hay necesidad. –dijo Yamato agachándose.
–No me mates, por favor. –rogó Daisuke asustado. Yamato le sacó la navaja ante el gesto de dolor, le subió la camiseta y le puso su mano encima de la herida. Ante la sorpresa de Daisuke, que no lo podía creer, el dolor iba desapareciendo, al igual que la herida. Pensaba que lo mataría. Daisuke se incorporó y miró el lugar donde había tenido la herida hasta hacía unos segundos. Al final tenía razón al pensar que podría tener una habilidad rara.
–Preséntame a tu padre. –dijo Yamato ante un sorprendido Daisuke.
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Sora acudió al día siguiente a la comisaría. Ahora que había decidido respetar su suspensión, su jefe la llamó. Al parecer, debía dar muchas explicaciones.
–¿Qué significa todo esto? –preguntó Kyotaro a la que se estaba convirtiendo en su agente más díscola, a pesar de ser de las mejores. –Después de llamar a una ambulancia, no había ni rastro de ningún joven apuñalado. Por supuesto, Ishida tampoco estaba allí. ¿De verdad no lo has soñado?
Parecía que su jefe no se creía mucho que aprovecharon la ausencia de ella para desaparecer, pero decidió no decir nada. No quería seguir tentando a la suerte y provocar el enfado de su jefe. Lo que sí vio Sora era cómo un agente retiraba de la pizarra las pesquisas de la universitaria encontrada muerta por sobredosis.
–Jefe. –dijo Sora.
–Caso cerrado. –dijo Kyotaro adivinando lo que iba a preguntar Sora.
–¿Cómo que cerrado? –dijo Sora levantándose y dando un golpe en la mesa.
–Perdida en la montaña, sobredosis y fin. –dijo Kyotaro.
–¡No puedo aceptarlo! –gritó Sora dando otro golpe en la mesa y sin importarle que era su jefe quien estaba delante. –¡Los que le vendieron la droga eran Shuuhei Uchimura y el joven que me atacó anoche!
–¡Suficiente! Cada vez que actúas de forma imprudente nuestra carga de trabajo aumenta. –se quejó Kyotaro. Le hizo un gesto con la cabeza para que se marchara.
–Me suspende pero ahora me llama para echarme la bronca. No lo soporto. –dijo una Sora airada dirigiéndose a un área de descanso de la comisaría donde estaba Taichi tomándose un café mientras leía algo.
–Es injusto. –dijo Taichi.
–¿De verdad lo crees? –dijo Sora mientras se preparaba un café.
–Lo digo por el jefe, por tener una subordinada como tú. –dijo Taichi bromeando. –Aunque la policía lo persigue, Yamato fue a buscarte a ti precisamente. Quizá le gustes.
–No hay hombre al que no le guste. –dijo Sora de broma, arrancando la risa de Taichi.
–Aunque hemos investigado, no hemos encontrado nada que relacione a Takeru y a Yamato. Parece que lo único que tienen en común es el color de pelo y ojos. No creo que estén conspirando el uno contra el otro.
–Sé que hay algo que los une a los dos. –dijo Sora.
–Uno tiene la mano de Dios, y el otro la mano del Diablo. Polos opuestos. La luz y la oscuridad. Estoy de acuerdo contigo en que debe haber algún tipo de conexión entre los dos. Pero nadie se va a tomar esto en serio. –dijo Taichi. Abrió el cajón y sacó una foto de Daisuke y Uchimura.
–Este es…
–El tipo que fue anoche a tu casa, ¿verdad?
–Sí. Él es el que estuvo cuando murió Uchimura en la fiesta. –le confirmó Sora.
–Es Daisuke Motomiya. Universitario de primer año. Su padre es Daigo Motimiya, el presidente de la Farmacéutica Nishijima. –le explicó Taichi,
–¿Farmacéutica Nishijima? –Sora conocía esa empresa porque su amigo Koushiro trabajaba allí como investigador.
–Y no sólo eso. Mira. –dijo Taichi señalando la televisión, en la que aparecía la ministra de Sanidad. –La ministra de Sanidad y Bienestar Social quiere ser la próxima Primera Ministra. Daigo Motomiya es su mayor apoyo. Así que, con su poder e influencia, Daisuke Motomiya no es un chaval al que vayamos a poder capturar tan fácilmente.
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Maki Himekawa, vestida con uno de sus recurrentes trajes de falda y chaqueta, esta vez de color blanco, se escondió en el baño al notar que se le avecinaba una crisis producida por su cardiopatía. Llevaba todo el día atendiendo a los medios y el cansancio de la campaña le estaba pasando factura. El dolor era tan punzante que le cortaba la respiración. Cada vez que le daba una crisis como aquella era como si su vida se le escapara un poco más. Jun, su asistente personal, que era una de las pocas personas que conocía su problema de salud, entró diligente con el bolso de Maki.
–¡Date prisa! –le apremió Maki.
–Aquí tiene, Ministra. –dijo Jun sacando una pastilla de la tableta para ponérsela en la mano. Maki se la tomó sin pensarlo dos veces. Ni siquiera bebió agua para ayudarse a ingerir la pastilla. –Señora Ministra, no debería exigirse tanto. Llamaré al médico para que la vuelva a explorar.
–¡No! –se negó Maki, a la que la medicación todavía no le había hecho efecto alguno. –No puedo perder el tiempo.
–Pero…
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–¿La mano de Dios, dices? –preguntó Daigo Motomiya con escepticismo. Yamato acudió con Daisuke Motomiya a ver a su padre. Al conocer a Daigo, Yamato pensó que Daisuke no podía ser hijo de nadie más que de él. Tenían prácticamente el mismo aire de superioridad. –No me creeré nada hasta que no lo vea.
–Pero te ha dicho la verdad. –dijo Daisuke levantándose de su asiento.
–Si es algo que dice el idiota de mi hijo, tengo más razones todavía para no creerlo. –argumentó el mayor de los Motomiya.
–¿Cómo te atreves? –preguntó Daisuke dirigiéndose hacia su propio padre.
–Probémoslo, entonces. –dijo Yamato con una tranquilidad envidiable, a pesar de que la tensión entre padre e hijo era palpable.
–Está bien. –dijo Daigo. Quería acabar cuanto antes con aquella pantomima. Era un hombre muy ocupado y no tenía tiempo que perder. Le dejaría hacer su numerito, lo invitaría a marcharse y no lo volvería a ver nunca más.
–Si el poder es real, ¿qué hará por mí? –preguntó Yamato.
Continuará…
Notas de autora: muchas gracias a Ginevre por leer y añadir esta historia a sus favoritos. Aunque no hace falta que te lo diga, me hace mucha ilusión que leas la historia. Me alegra que haya conseguido engancharte tanto. Aquí tienes el capítulo que tanto deseabas leer. También quiero agradecer a Annavi21 por añadir la historia a sus favoritos. Me hace muy feliz ver esa fidelidad en casi todas las historias que publico.
Besos.
