— ¿Qué vamos a hacer, Yura? Sé mejor que nadie que lo merecen, pero no debiste hacerlo, cuando se entere...¡Te matará! — Los ojos de Yuuri me miraban con preocupación, pero su rostro era de horror absoluto. Y no solo por el estado deplorable en el que me encontraba, sino también por lo que probablemente se avecinaba.
— Tranquilo, Katsudon, podemos usar ese dinero para escapar muy lejos de aquí. — Traté de tranquilizarlo y a mi en el proceso.
— Si estuviéramos en la mira de cualquier persona lo pensaría como una opción, pero es tu padre, ¡el gran empresario Vladik Plisetsky de quien estamos hablando!, el hombre que tiene el poder e influencias suficientes para atraparnos como un par de ratas en cuanto lo ordene. — Yuuri caminaba de un lado a otro por la habitación.
— Lo siento... — Susurré con culpabilidad. — Lamento haberte metido en esto. — Me levanté del sofá y fui hasta él, determinado a hacer algo bien por primera vez en mi vida. — No tienes porque verte involucrado en esto, yo solo me metí en esto y no pienso arrastrarte conmigo, ya lo solucionaré, después de todo también soy un Plisetsky, lo bastardo está en mi ADN. — Le di una sonrisa de suficiencia y pasé por su lado camino hacia la salida.
— ¡Ya te dije que no fue mi culpa! Un imbécil me robó la cartera y mi tarjeta estaba ahí. — Cómo siempre, para mí padre mejor si me hubiera arrollado un autobús, a que se llevarán mi tarjeta de crédito.
— Pues cómo haya sido, no pienso reponerla, ¡Ya es la segunda este mes, Yuri! El dinero no crece en los árboles. — Me colgó sin siquiera despedirse, dejándome con las ganas de gritarle de forma muy explícita lo que pensaba de él, de su jodido dinero y por donde podía metérselo.
Ese hombre había sido una mierda conmigo desde que tenía memoria, me daba todo lo que pedía y un poco más, a excepción claro, de la atención de mis progenitores que era lo que más deseaba siendo un niño. Fue entonces que entrando a la adolescencia descubrí una forma muy fácil de obtenerla.
La rebeldía.
Aunque claro con los viejos ambiciosos que se hacían llamar mis padres no funcionaban cosas como hacerme un tatuaje, follar con todas las chicas del colegio — y quizá algunas maestras, — incluso el alcohol o las drogas que me metía eran temas que no les importaban en lo absoluto. Pero a punto de rendirme encontré lo que de verdad los haría llorar, aquello que debí haber visto hacía mucho tiempo: el dinero.
Comencé a gastar hasta sobregirar las tarjetas, obteniendo así la tan necesitada atención que desesperadamente buscaba, descubriendo que en realidad no era tan espectacular como siempre pensé.
Tiempo después, decidí independizarme de ellos — al menos comenzar a vivir solo y lejos de ellos — tratando de reparar ese lazo roto con mi familia, así podría extrañarlos, valorar su amor y dedicación, dándome cuenta de que no estaría mejor en ningún lado más que con ellos, pero resultó que en realidad no podía extrañar algo que nunca había tenido.
En ese preciso momento sentía que podría explotar debido a la prepotencia de mi padre, pero por suerte para mí encontré con quién desquitar mis frustraciones. El grupito de Yerik estaba golpeando a un pobre desdichado con muy mala suerte.
Me acerqué hasta ellos con la firme intención de golpear a cualquier idiota que me dirigiera la palabra, pero extrañamente algo en mi interior me frenó de hacerlo, cambiando el plan y deteniendo la masacre contra el chico — que hasta ese entonces noté que era extranjero, — prefiriendo volcar mis malas emociones contra Yerik y sus amigos, de todas formas sabía que lo merecían mucho más que cualquier otro.
— ¡Hey! Ya fue suficiente, ¿no les parece? — Llamé su atención desde mi posición.
— ¡No te metas, Plisetsky! — Me respondió el estúpido pelirrojo. — Este hijo de puta se está luciendo mucho, debe entender cuál es su lugar. — Trató de excusar sus acciones, mientras le propinaba otro puñetazo al pobre chico asiático y este se quejaba de dolor.
— ¿Ah? ¿Acaso es su culpa que ustedes solo tengan mierda en la cabeza? — Si había algo que amaba en esta vida, era provocar la ira de imbéciles como los que tenía enfrente, y además me salía muy bien.
— ¡Vamos, Plisetsky! No te quieras hacer el héroe, cuando todos sabemos que eres como nosotros. — Iván, el mayor lame bolas de Yerik, trató de "hacerme entrar en razón". Já, pobre estúpido.
— Por supuesto que no, hasta entre los perros hay razas, y ustedes no son más que perros sarnosos de mercado. — Sonreí arrogante, sin demostrar lo bien que me sentía al hacerlos caer en mi juego.
— ¿Eh? Pues a mí no me pareces más que un gatito. — Soltaron al chico para comenzar a rodearme.
— ¿Seguro que no te importa quedar como el imbécil que eres delante de todo el mundo? Porque para mí no hay problema en tratar de componer ese feo rostro que te cargas... — Esto se pondrá bueno, pensé. — Aunque viéndolos mejor, no puedo decidir cuál de los tres es el más necesita de mi ayuda.
— Suficiente, Plisetsky, no digas que no te lo advertimos. — Vinieron hacia mí los tres al mismo tiempo como los cobardes que eran, por lo que me costó evitar algunos golpes que gracias a la adrenalina del momento no sentí, aunque una vez que tomé el ritmo fue mucho más fácil deshacerme de ellos. En cuanto tuve la oportunidad, lancé a Alexander — el otro lame bolas de Yerik, — lo más lejos que pude con una de mis famosas patadas, pudiendo así acercarme al estúpido pelirrojo y lanzándole un puñetazo en la mandíbula que lo dejo inconciente de inmediato asustando a sus perros falderos y haciéndolos correr hasta el edificio principal del campus.
— ¡Hey! — Me acerqué hasta el patético bulto extranjero tendido en el suelo y con mi pie lo moví para hacer que reaccionara. — ¿Estás bien? — Al fin volteó a mirarme, mostrando una cara de espanto al verme, quizás conocía los rumores sobre mí y mi famoso temperamento de mierda.
— G-gracias, lamento q-que te hayan golpeado t-también a ti... — Algo llamó mi atención de la gelatina humana que tenía frente a mí, quizá él podría ser un buen entretenimiento para mis aburridos días. Sería como adoptar un indefenso cachorrito, y mejor porque podría botarlo cuando se me diera la gana.
— Esto no es nada, anda, levántate y vamos a curarte esas heridas. — Lo ayude a levantarse, inspeccionandolo discretamente con la mirada. A simple vista era un patético nerd como cualquier otro, pero aún así no podía despegar mi mirada de él.
— S-soy Katsuki Yuuri, muchas gracias por salvarme. — Hizo una reverencia lo cual me pareció bastante curioso pues nunca había visto algo así más que en las películas de ninjas que alguna vez ví cuando era niño.
— Estas bromeando, ¿no? — Pregunté una vez procese la extraña coincidencia.
— ¿Disculpa? — Su cara tenía pintado un signo de interrogación, al menos lo que se podía apreciar tras esos golpes hinchados y violáceos.
— Mi nombre es Yuri Plisetsky. — Respondí divertido por su expresión confundida. — Ahora vamos a mi auto para llevarte a que curen esas heridas, se ven repugnantes. — No pude esconder mi cara de asco por el mal estado del chico y él solo se rió avergonzado.
Debo admitir que golpear a esos bastardos no era suficiente para desahogar mi ira, pero en el proceso parecía haber encontrado algo mucho más entretenido y que haría mis días más divertidos. Había encontrado un nuevo juguete para divertirme y eso me había puesto de muy buen humor, olvidando casi por completo el asunto de la tarjeta y el viejo avaro que tenía por padre.
