Por extraño que pueda parecer, el mismo burro que tiraba de la carroza negra aquella fatídica noche en la cual fue adoptado el hermano de Alma seguía estando con vida: Era el único habitante de los desvencijados establos pertenecientes al pérfido juez, habiendo quedado dicho animal sumido en un completo abandono después de la muerte de su amo.

El joven heredero del juez todavía recuerda claramente cómo es que, siendo niño, había atestiguado como es que ese hombrecillo despreciable cepillaba al borrico al tiempo que le dirigía unas frasecitas edulcoradas, como engriéndole:

—Mi borriquito precioso… ¡Qué lindo eres! ¡Qué bueno y obediente, un pan de Dios!

Y hubiera querido reírse de él, porque era completamente ridículo. Pero no rió, sino que se vio invadido por un hondo rencor, que le hizo apartarse en silencio mientras deseaba que en ese establo ardiesen el viejo juez y su burro.

"Si para él soy menos que un animal… ¿Para qué me tiene aquí prisionero?" se preguntaba para sus adentros, mientras daba golpes a unos cojines, imaginando que agarraba a bastonazos a ese burro, que en su imaginación se presentaba con los mismos ojillos desdeñosos de su amo.

Dicha visión volvió a presentársele nuevamente en una pesadilla de las últimas noches, al término de la cual dicho borrico comenzaba a sollozar, como un ser humano, suplicando con voz entrecortada que dejase de golpearle:

— ¡Pie…Piedad!

En los últimos días, el joven heredero se ha dedicado a despilfarrar el dinero mal habido del juez malo, gastándoselo en bebidas y toda clase de regalos excéntricos, por medio de los cuales pretende comprar los afectos de otros muchachos de su misma edad quienes le instan a dejarse llevarse por tales excesos: Ninguno de ellos siente en realidad un afecto verdadero por él, pero sí que gustan de la vida lujosa, no faltando entre ellos numerosos ladrones y navajeros.

No pasa mucho tiempo para que la casona del juez quede toda destartalada, como si en ella hubiesen transcurrido repentinamente numerosas décadas: El polvo y las telarañas cubren los muebles, mientras que en las paredes se presentan numerosas resquebrajaduras: Algunos de los falsos amigos del joven heredero han arrancado buena parte de los ricos tapices que las cubrían, llevándose además numerosos utensilios de oro y plata.

Pero al joven heredero eso le importa demasiado poco, embriagándose constantemente, esperando que el dulce sabor del vino baste para ahogar las numerosas amarguras del pasado.

"Así es como debe sentirse la felicidad…" intenta convencerse a sí mismo, mientras escucha las estruendosas carcajadas a su alrededor: Ya se han realizado en su morada numerosas mascaradas, hasta que por fin la vieja casa ya no pudo más, y ahora se encuentra casi en ruinas.

En las últimas noches, ya casi no recibe ningún visitante, y lo cierto es que su dinero ya casi se le ha acabado.

Abandonado por todos sus falsos amigos, no le queda más que ir de aquí para allá, transitando los pasillos de su residencia venida a menos, como un fantasma, sin más compañía que un vaso de aguardiente, el único placer que puede permitirse por ese entonces.

— ¡Todos duermen por la noche; todos duermen…menos yo! —canturrea, repitiendo una canción aprendida de esos falsos amigos suyos durante sus noches de borrachera, dejándose luego caer sobre un polvoriento sillón.

Ya estaba a punto de quedarse dormido, cuando creyó escuchar una especie de lamentación…Un quejido horroroso, como de un alma en pena.

Tal vez fuera producto de la borrachera, pero el joven heredero está convencido de que aquella última exclamación ha provenido del establo, sitio hacia donde se dirige temerosamente: Allí, no encuentra nada más que a un burro huesudo, de mirada lastimosa; a la luz de la luna llena que brilla en el firmamento, sus ojos parecen casi humanos.

—Todavía sigues vivo, pese a todo…—masculla entre dientes el heredero, invadido por una honda inquietud cuya causa no alcanza a comprender muy bien.

— ¿Cómo te las has ingeniado para sobrevivir a tu amo, pollino? ¿Cómo es que no te has muerto aún? ¡Mira que te habría valido más morirte de una buena vez, porque yo no tengo ni la menor intención de cuidar de ti…!

La vista del burro sigue fija en el joven.

De sus ojos han comenzado a brotar lágrimas, y en el momento que parece estar a punto de ponerse a rebuznar, de la boca de aquel animal surgió una extraña lamentación, semejante al llanto de un niño.

El joven heredero palideció, temblándole la mano con la que se apoyaba en el bastón que necesitaba para andar.

De forma totalmente inesperada, su inquietud se transforma en enojo, y presa de una incontenible rabia, aquel hombre se vale de su bastón para golpear repetidas veces en la cabeza al borrico, hasta matarle.

La mismísima luna fue tornándose roja mientras esta salvaje acción tuvo lugar. También las ropas del joven parecen haberse teñido de rojo al salpicarse con la sangre de aquel burro.

—Dios mío…—musita el heredero del juez, como saliendo repentinamente de un trance infernal, dándose recién entonces cuenta de su monstruoso comportamiento.

Horrorizado al momento de contemplar su propia obra, el hombre sale corriendo a toda prisa del establo, encerrándose en su antigua habitación con barrotes en la ventana, sitio en donde rompe a llorar de forma incontrolable.

"Dios mío… ¿Qué acabo de hacer? ¿Qué está pasando conmigo…?" se pregunta a sí mismo, cubriéndose el rostro con ambas manos.

Ni siquiera se siente capaz de contemplar su propia imagen ante el espejo, por temor a ver su rostro convertido en el de un demonio.