Naittinkel

Capítulo 3: La Llegada

Verano - año x491:

Maranni de las Montañas Azules, así se llamaba el reino antes de que fuera conquistado por el rey de Avanta. Era un gran reino, con un gran ejército, con un gran líder, y todo cayó la noche en que los arietes atravesaron la puerta principal de la ciudad y el rey de Avanta entró en el castillo.

La pelea de los reyes, que sucedió esa noche en el salón del trono de Maranni, fue algo de lo que se habló durante muchos años. La forma en que el Rey de Maranni había derrotado al Rey de Avanta en ese combate singular fue, sin duda, lo que dio lugar a Los Acuerdos de la Caída. El rey de Maranni sabía que si mataba al rey de Avanta de todas formas los iban a conquistar y los iban a exterminar; ningún rey iba a solo a la guerra, y los reyes de Avanta siempre iban acompañados por el Segundo Príncipe como Comandante de su ejército.

Ahora, de ese gran reino llamado Maranni de las Montañas Azules, solo quedaba el recuerdo.

Maranni era el nombre de la ciudad donde vivían Rukia y su familia, y las Montañas Azules, que eran el nacimiento de varios ríos que surcaban el antiguo reino y la tierra más fértil para los cultivos, pasaron a formar parte del nombre del reino de Avanta junto con todas las tierras que anteriormente pertenecía a los antepasados de Rukia. Los reyes de Maranni se volvieron Señores de la ciudad donde vivían y las coronas fueron entregadas a sus conquistadores; un reino a cambio de la vida de sus hijos y de su gente. El rey de Maranni era un gran líder, no podía permitir que más sangre inocente se derramara.

Rukia dejó escapar un suspiro antes de levantarse de la cama, sabía que este día iba a ser largo y pesado; desde que Yuki le había recordado que podía terminar casada con uno de los príncipes del reino pasaba las noches pensando demasiado en aquella situación. Se estiró y escuchó como su espalda tronó; ella no quería un matrimonio arreglado y no quería casarse con un príncipe. Le gustaba su vida tal y como era: sencilla y feliz.

Bajó a la cocina después de lavarse la cara y ponerse uno de sus usuales vestidos viejos y suaves, como hacía todos los días, y tomó algunas hojas de menta antes de que su madre las usara todas para hacer el té de esa mañana. Se acomodó las hojas en el cabello y el aroma fresco la revitalizó; era como si la hiciera olvidar todos sus problemas y la hacía feliz.

— Todo está listo. La comida estará lista para el banquete y los barriles de vino y cerveza están en el salón, las mesas están acomodadas y los músicos deben llegar antes de que vayamos al Templo de las Deidades.

Su madre la estaba poniendo al día sobre todo lo que se hacía, así como sobre varias otras cosas que no estaban del todo terminadas pero que ella no podía controlar. La boda de su hermano se celebraba ese día y, como él era el futuro señor de Maranni, su boda debía celebrarse como dictaba la tradición marannita. Rukia solo asintió a todo lo que dijo su madre que parecía estar muy estresada; sabía que no podía acercarse al jardín y no podía andar con su ropa vieja por la casa ni ayudar en la cocina.

— ¿Mi padre llegará a tiempo para la boda? — Preguntó, dejando a un lado la taza de té de hojas de menta.

— Sí, salió de la capital del reino hace varios días. Llegará a tiempo. — Rukia asintió pero la voz de su madre sonó preocupada, como si temiera que él no llegara a tiempo.

Pocas veces en el año veían a su padre, siempre estaba allí en fechas importantes, pero la mayor parte del tiempo estaba en la capital atendiendo las demandas del rey y del pueblo. Su padre vivía en el castillo, tenía sus propias habitaciones y sus propios soldados que siempre viajaban con él; era el único de los concejales que tenía ese privilegio. Era el único de los concejales cuya hija estaba obligada a casarse con un príncipe.

— Entonces me iré a preparar, madre. — Dijo. Se levantó de su lugar en la mesa, besó a su madre en la mejilla y se fue de allí evitando chocar con una de las sirvientas que llevaba un gran plato de algo que parecía ser sopa.

— Cuando te cases, también tendremos una fiesta así de grande. — Le prometió su madre cuando estaba a punto de salir de la cocina. Rukia solo asintió con la cabeza, la idea de casarse la asustó un poco. Malditos acuerdos.

El día en que se casara. Si se hacían válidos los acuerdos, el día que ella se casara se harían una gran fiesta en la capital del reino, se invitarían Señores del todo el reino y gente que ella no conocería pero que de todas formas se acercarían a ella como si llevaran toda una vida de conocerse. Suponía que cualquiera en su situación estaría feliz de casarse con un príncipe pero ella no, ella no quería hacerlo.

Rukia seguía pensando en lo afortunado que había sido su hermano y en lo hermosa que era su prometida; la forma en que se enamoraron mientras él viajaba por Jetaiya le parecía mágica. Su hermano siempre había tenido la opción de casarse con quién él deseara y ella estaba segura de que él se casaría con una dama del reino, pero su prometida era una princesa exiliada. Algo inusual y pocas veces visto.

Terminó de ponerse el vestido con la ayuda de Yuki, quien se escondía en su habitación para escapar del interminable trabajo que había ese día, y tomó las hojas de menta para guardarlas en un pequeño bolsillo escondido que había logrado coser al vestido cerca del cuello.

— Vamos, ve a ayudar a la novia, debe estar muy nerviosa y asustada. — Dijo.

Ahuyentó a Yuki para que saliera de la habitación y ella pudiera terminar de vestirse, lo más discretamente posible para que nadie la notara. No le gustaba la idea de llamar la atención, prefería ver todo a lo lejos y no ser un posible centro de atención.

La procesión nupcial, desde el Templo de las Deidades hasta la Gran Casa, estuvo acompañada de música y fuegos artificiales traídos desde más allá del Mar de Ocaso. Los recién casados se sentaron en un carruaje tirado por caballos y arrojaron caramelos envueltos en papel de colores brillantes y pequeñas monedas de bronce a todos los que salieron para verlos pasar; lo hacían para compartir su felicidad y traer buena suerte y riqueza a su matrimonio.

Rukia miró a su hermano que estaba completamente feliz, como si fuera el mejor día de su vida; miraba a su cuñada que tenía una sonrisa radiante y lucía la antigua Corona Azul, la tiara con la que se habían casado su madre, su abuela y todas las mujeres de su familia desde que Maranni todavía era un reino. Hisana era una princesa y se veía como una en ese momento.

Muchas veces se preguntó, desde que Hisana llegó a la Gran Casa y se supo que era una princesa exiliada, si por amor valía la pena dejar un reino, una corona y toda una vida solo para convertirse en la esposa de un Señor pero en ese momento, viendo lo felices que eran los recién casados, no le cabía duda de que se hacían muchas cosas increíbles en nombre del amor.

La fiesta celebrada en los terrenos de la Gran Casa duró todo el día y la mayor parte de la noche; pequeños faroles se encendieron por todas partes, dando un aspecto más cálido a esa noche de verano, e iluminando a los invitados que no paraban de brindar por la felicidad de los recién casados.

El padre de Rukia había llegado justo a tiempo para la ceremonia, en el banquete de bodas le dio la bienvenida a Hisana a la familia y luego, mientras todos celebraban y veían las luces de fuegos artificiales explotar de vez en cuando en el cielo, le pidió a Rukia que lo acompañara dentro de la casa. Al entrar, Rukia notó que la casa estaba vacía y eso la hizo sentir una especie de ansiedad que no podía explicar, era como si algo estuviera a punto de atacarla y no podía ver de dónde venía.

Su padre estaba serio y ella no entendía por qué había elegido ese momento para hablar con ella, afuera estaba su hermano celebrando su boda y su padre debía estar con él.

— Padre, ¿pasa algo? — Preguntó curiosa y preocupada a la vez. Le estaban sudando las manos por los nervios y se las limpiaba discretamente con la falda de su vestido.

— Hay algo que debes saber, y ahora que tu hermano está casado, no puedo esperar más para contártelo. En un par de días volveré a la capital y tienes que venir conmigo, te han llamado a formar parte de la Corte de la Reina. — Rukia abrió mucho los ojos sorprendida por las palabras de su padre. Ese miedo que la perseguía saltó sobre ella y se la tragó de un bocado.

— ¿Puedo negarme a ir? — Preguntó pero era más un reflejo que una esperanza de que fuera posible. Su padre negó con la cabeza y ella solo asintió.

— No estarás sola, varias jóvenes también llegarán al castillo. — Su padre trató de animarla pero eso solo la deprimió más. La idea de ser llamada a la Corte de la Reina era algo que no le gustaba, significaba que la reina los iba a tener bajo su cuidado pero también eran reserva privada de los príncipes.

De repente, la felicidad que había sentido por la boda de su hermano le pareció un recuerdo lejano.

Su madre no quería que fuera a la capital, no quería que estuviera en el palacio y no quería que fuera parte de la Corte de la Reina. Su madre había sido llamada cuando el rey Isshin todavía era un príncipe, y aunque nunca se acostó con él o con alguno de los príncipes, vio lo que les pasaba a las chicas que si lo hacían; el recuerdo de la Kahya preparando a las chicas que iban a pasar la noche con alguno de los príncipes se le mezclaba con la imagen de su hija y la asustaba.

Su padre trató de calmar a su madre, le prometió que la reina no permitiría que los príncipes se acercaran a Rukia más allá del protocolo pero su madre no parecía del todo convencida; las promesas eran inútiles cuando estabas en el castillo y un príncipe quería pasar la noche contigo.

Rukia se despidió de su madre, de su hermano y de su cuñada, y se fue junto a su padre a la capital del reino. El viaje duró tantos días que se le hizo eterno y muchas veces deseó que su padre se diera la vuelta para que volvieran a Maranni. No podía negar que tenía miedo de estar en el castillo, tenía miedo de que uno de los príncipes quisiera pasar la noche con ella y tendría que hacerlo aunque no quisiera.

La voz de su padre desde fuera de su ventana la sacó de sus pensamientos fatalistas sobre su estancia en el castillo; abrió las gruesas cortinas que cubrían la ventana y pudo ver, por primera vez en su vida, el Gran Castillo de Adelaar que se elevaba imponente y mágico en ese acantilado. El castillo era impresionante y ella, por ese breve momento, olvidó que no quería llegar.

Pasaron por la avenida principal de Burguttown, que era el nombre de la capital del Reino de Avanta, y Rukia pudo ver y oír el bullicio de la gente que se apartaba para dejarles pasar. Dejaron la ciudad y avanzaron por un largo camino boscoso antes de llegar a los terrenos del castillo, se sorprendió al notar que el castillo estaba bastante separado de la ciudad; de cerca, el castillo era incluso más imponente.

Se detuvieron frente a una enorme puerta de madera y escuchó a su padre identificarse ante los soldados que custodiaban la puerta, un momento después la puerta se abrió y el carruaje comenzó a moverse nuevamente, esta vez en el camino blanco que conducía directamente a la entrada principal del castillo.

Rukia seguía mirando por la ventana del carruaje, sus ojos se movían de un lado a otro, maravillándose del lugar en sí y de los edificios que habían construido en ese acantilado. El camino blanco, que iba desde el portón de madera hasta la entrada del castillo, brillaba de forma mágica cuando la luz del sol caía sobre él; la brisa salada del mar alborotaba su cabello y le dejaba un sabor salado en la boca, y el calor allí se sentía más intenso que el que se sentía en Maranni.

A la izquierda del camino estaba el Templo de las Deidades, lo reconoció por el símbolo de las Deidades en la parte superior del techo junto a las campanas y por el techo a dos aguas que tenía; a la derecha del templo había una vista del inmenso mar y, justo enfrente del camino blanco, estaba el Castillo de Adelaar, mágico y maravilloso. A la derecha del camino blanco estaban los jardines y el bosque, supuso que más allá estaban los soldados que allí se entrenaban. Los terrenos del castillo eran casi tan grandes como la ciudad.

El coche se detuvo al final del camino blanco y su padre la ayudó a bajar; le sorprendió que una mujer de cabello negro, con un gran manojo de llaves colgando del cinturón, los estuviera esperando en la entrada principal del castillo.

— Retsu, no pensé que nos darías la bienvenida. — La voz de su padre habló con una familiaridad a la mujer que los recibió que Rukia no supo como interpretar ese gesto.

— Lord Kuchiki, alguien tenía que darle la bienvenida. ¿Ella es su hija? Es hermosa. — La mujer la miró, como si estuviera observando algo nuevo y a punto de ser utilizado. Rukia sintió un escalofrío recorrer su espalda y todo lo mágico y maravilloso que sintió al llegar se desvaneció cuando la mujer frente a ellos habló.

— Rukia, ella es Retsu, la Kahya del castillo. Retsu, mi hija Rukia. — Su padre hizo las presentaciones formales y ella hizo el saludo que se esperaba de ella al ama de llaves.

— Lord Kuchiki, los Concejales lo está esperando en La Cúpula. No se preocupe por su hija, a partir de ahora yo me cuidaré de ella. — Su padre la miró un momento, resistiéndose a dejarla con la Kahya pero tenía que hacerlo, no podía hacer esperar a los concejales.

Esta vez no hubo abrazos ni besos en la frente, como solía despedirse su padre de ella, solo una mirada significativa que intentaba transmitir seguridad. Rukia asintió levemente, asegurándole a su padre que estaría bien, y él se apresuró a entrar al castillo. Parecía que el reino no esperaba.

La Kahya le indicó que la siguiera y Rukia dudó por un momento en hacerlo pero, al ver que la mujer no se detuvo, se apresuró a alcanzarla. El interior del castillo era enorme, luminoso y espacioso, había plantas en varias habitaciones y pinturas de reyes y reinas en algunos pasillos.

Rukia pensó que sería mágico vivir allí, sin preocupaciones de la vida, solo viviendo pero eso no iba con ella; estaba acostumbrada a trabajar en el jardín y a cuidar a sus gallinas; eso enojaba a su madre que prefería que Rukia aprendiera a ser una dama y no una campesina.

La Kahya caminaba con paso rápido, como si tuviera muchas cosas que hacer. Ella era la ama de llaves del castillo y tenía muchas cosas a su cargo además de guiarla a quién sabe dónde por esos largos pasillos. La mujer se detuvo frente a una puerta y Rukia casi chocó con ella por haberla seguido a paso rápido.

Un sirviente abrió la puerta y Rukia pudo ver una gran habitación donde había muchas camas, algunas de las chicas que estaban hablando de algo muy divertido se callaron en ese momento. Nadie se levantó para saludar al Kahya a pesar de que la mujer parecía muy intimidante.

— Dormirás aquí junto con las otras chicas, todas vienen de una familia tan noble como la tuya y todas están aquí para aprender, si las Deidades lo quieren, tanto como sea posible sobre cómo comportarse en la corte.

La Kahya le explicó a Rukia y luego miró a las chicas que no se habían movido de su lugar, todas miraban a la Kahya con un dejo de indiferencia y Rukia entendió por qué ninguna de ella la había saludado, todas eran hijas de señores y debieron haber sido criadas como si fueran una princesa, tal como su madre había tratado de criarla. La mujer volvió a hablar.

— En unos instantes más, las sirvientas las acompañarán a todas al baño, donde todas ustedes se bañarán, prepararán, se pondrán perfume y un lindo vestido, porque supongo que todas ustedes trajeron sus mejores ropas para estar en el palacio. — La Kahya habló en un tono serio mientras seguía mirando a las jóvenes que estaban allí. Rukia se alejó de ella y se dirigió al final donde había una cama vacía.

— Disculpe, no traje ningún vestido "acorde" al palacio. — Dijo una chica que parecía algo asustada por eso.

— Entonces usarás la ropa que hayas traído. Todos ustedes tienen como objetivo aprender y servir a la reina, si lo hacen bien pueden tener su favor y al final, casarse con un señor importante del reino. Sean listas, aprendan y podrán tener un gran fututo.

Y con eso dicho, la Kahya salió de la habitación.