© "Shingeki no Kyojin / 進 撃 の 巨人" y sus personajes pertenecen a Hajime Isayama
Hacía frío. Mucho más que en el exterior, donde una ventisca desataba su furia contra la ciudad esa noche. Había dejado de estar en mi cama, y notaba la cara congelada pegada contra una superficie dura.
Me observaron en el laboratorio, lugar en el que sucedieron la mayoría de mis recuerdos perdidos. Escudriñé la sala de los experimentos hasta que una mano firme se posó sobre mi hombro, acariciándome con cariño.
—Quédate aquí, Eren —reconocí la voz suave e impasible de Mikasa.
No sabía de qué hablaba, hasta que recordé lo que había pasado. Estaban probando nuestros sensores de frío sometiéndonos a un baño de hielo durante horas, y cuando me levanté, caí semiinconsciente al suelo.
—Grisha te mandó llamar —había dicho uno de los encargados cuando abrí los ojos.
El Doctor Grisha Jaeger era el científico que nos diseñó, el responsable de las nuevas innovaciones. Era un hombre ambicioso, y nos trataba con más desprecio que a un animal de laboratorio. Desconocía la historia de su vida, aunque en algunas ocasiones escuché a varios encargados hablando acerca de que perdió a su familia, lo que explicaba su entera dedicación a la ciencia.
—Tengo un mal presentimiento —dijo Mikasa. En sus ojos oscuros pude ver reflejada la preocupación que sintió hacia mí.
Ella también era distinta a los demás, en un sentido diferente al mío. Mikasa se comportaba de forma extraña, mostrando una actitud seria y calculadora ante cualquier situación, pero siempre que me pasaba algo malo corría a mi lado. Era como mi hermana, aunque llegué a pensar que quería ser mi madre.
—Debo ir, ¡suéltame! —exclamé, zafándome de su agarre.
El encargado me guió por los largos e interminables pasillos hasta llegar a un corredor, con una puerta blanca al fondo. A partir de ese momento, lo demás sucedió en un ritmo alternante, a cámara rápida y, de pronto, muy lenta. Solo distinguía detalles difusos de la habitación donde estaba; paredes claras, olor a químicos y metal, y una camilla en el centro.
—Te estaba esperando —dijo Grisha, quien se hallaba apoyado en la pared mientras ojeaba unos papeles.
—¿Quería decirme algo, señor? —me atreví a preguntar.
Me miró con una sonrisa fingida. Y de repente, el recuerdo avanzó a velocidad vertiginosa hasta cuando me lanzaba sobre la camilla con una brusquedad que no me esperaba. Asustado, intenté girarme, pero su mano me dio una fuerte bofetada, consiguiendo aturdirme.
—Eres un error —comenzó a hablar. Su voz era áspera y grave, y arrastraba las sílabas como si le costara vocalizar—. ¡Un maldito error! Lo he intentado miles de veces, pero si no recuerdas, el esfuerzo no habrá servido para nada.
Confuso y paralizado por el miedo, me limité a mirarle con ojos vidriosos.
—El otro día escuché a un doctor decir que los androides sois como ratas —siguió hablando—. Yo pensaba de otra manera, pero ya veo que ni siquiera merecéis ser tratados como animales —dijo, tomando aire profundamente antes de continuar—. Eres un mísero error que debo arreglar.
El resto sucedió como una exhalación. Tenía miedo, y un punzante dolor en la frente me taladraba la cabeza. Por más que gritara y pataleara, estaba atrapado de pies y manos por mordazas de metal. No podía moverme. El dolor era cada vez más insoportable.
Entonces comprendí lo que estaba pasando. Grisha me abrió la cabeza dejando al descubierto su interior, sin cuidado ni remordimientos, a pesar de saber el terrible dolor que me causaba. No tuvo piedad y, haciendo caso omiso a mis súplicas, comenzó a cortar cables.
Uno por uno, cada cable que tocaba hacía que una corriente eléctrica me sacudiera por todo el cuerpo. Quise huir, pero fue un esfuerzo inútil con el que solo conseguí debilitarme más aún. Me convencí a mí mismo de que pronto terminaría y el dolor acabaría desapareciendo. Mi vista se perdió en la brillante luz que colgaba del techo y dejé de escuchar lo que Grisha gritaba.
—¡¿Por qué tuviste que irte con tu madre ?! ¡¿Por qué me dejaste solo ?! —fue lo único que logré descifrar.
Y antes de que cortara un último cable, una imagen apareció en mi mente. Se trataba de una fotografía en la que reconocí a Grisha, más joven y con una radiante sonrisa en su boca, y junto a él había una hermosa mujer con un niño pequeño entre sus brazos, de cabello castaño y enormes ojos ambarinos.
La fotografía se desvaneció al mismo tiempo que una corriente eléctrica me obligó a abrir los ojos. Grité con todo mi aliento.
Desperté gritando y con esa imagen aún grabada en la mente. La manta estaba tirada en el suelo y mi cuerpo tiritaba a causa del frío que hacía en el sótano. Pasé una mano por mi frente helada, e intenté calmar el ritmo descompasado de mi respiración. Me sentí muy confuso a la par que desconcertado al descubrir que todo había sido un sueño.
Los androides no podíamos soñar, o al menos eso creía. Algunas veces, simplemente cerraba los ojos y caía en la nada, ausente de imágenes y sonidos; otras, tenía recuerdos borrosos, que se intercalaban con escenas imaginarias. Por eso no sabía si había sido un recuerdo lejano o mi subconsciente estaba jugando conmigo. Me repetí varias veces que aquello no había sucedido nunca, pero la incertidumbre me oprimía el pecho. El dolor había sido tan real, que aún lo sintió en la cabeza y por todo el cuerpo, y la imagen de la fotografía me perseguía.
Con los ojos hinchados, miré el reloj digital que descansaba sobre la mesita de noche. Eran las tres de la madrugada, pero Necesito relajarme y hacer algo para apartar aquellas visiones. Desconecté el cable que me conectaba a la luz, la fuente de energía que alimentaba mi batería interna, sin la cual estaría muerto. Con cierta dificultad, todavía mareado y temblando, ascendí las escaleras del sótano sigilosamente, poniendo especial empeño en hacer el mínimo ruido.
Una vez en la cocina, abrí el grifo y me lavé la cara para despejar mi mente. Estaba templada, haciéndome sentir más tranquilo. Sin embargo, una nueva oleada de recuerdos me asaltó.
- ¡Eres un error! ¡Tú no eres mi hijo!
Quería gritar, pero me había quedado sin habla. La garganta no me respondía y sintió un nudo cada vez más apretado que no me dejaba respirar, como si alguien estaba intentando ahogarme.
—¿Estás bien? —Escuché a Levi parado al lado de la puerta.
—S-sí… —respondí sin darme la vuelta. Me había desconcertado su forma de aparecer y estaba demasiado tenso para hablar con claridad—. Pensé… que estaba… durmiendo.
—Me buscaron en el despacho cuando me pareció escuchar ruido aquí —explicó, pasando por alto mi aspecto y la hora que era—, tengo mucho trabajo pendiente que hacer esta noche.
Sabía que se había percatado de mi conmoción, y supuse que prefirió no insistir si yo no estaba dispuesto a contarle nada. Me sentí aliviado comprendiendo eso, que no me obligaría a confesar mis secretos.
—¿Quiere que le lleve algo… un café o un té? —Ofrecí. Hacer algo me ayudaría a despejar la mente.
—Sí, un té negro estaría bien —respondió esbozando una fugaz sonrisa que para cualquier persona hubiera pasado desapercibida—. Tráelo cuando esté listo.
Mientras lo preparaba, pensé acerca de los sueños anormales que me atormentaban noche tras noche, los recuerdos difusos… y el motivo de mi inexplicable nerviosismo cuando tomé la taza de té. Sentía el latir desenfrenado de mi corazón mecánico vibrar en mis oídos, logrando incrementar mi inquietud conforme caminaba por el frío suelo.
Suspiré frente a la puerta de su despacho y cerré los ojos un momento para normalizar mi respiración. Estaba nervioso, más de lo que había estado antes, ni siquiera las veces que leía a escondidas en la biblioteca. Contuve el aliento y me armé de valor para abrirla.
Allí estaba él, sentado tras el escritorio plagado de pantallas táctiles y varios monitores de ordenador encendidos, tan absorto en su trabajo que no se dio cuenta de mi presencia hasta que ya me estaba justo enfrente.
—Oh, no te había escuchado ofendido sorprendido cuando me vio.
—Lo siento, no llamé a la puerta para no molestarle.
Hizo un gesto con la mano restándole importancia y dio un ligero golpe en la mesa, indicándome que dejara la taza en aquel lugar, volviendo a su labor. Rodeé el escritorio, titubeante, intentando ignorar el repentino temblor de mis manos. La azulada luz de los monitores proyectaba marcadas sombras en su rostro, dándole un aspecto más misterioso. Dejé el té en la mesa, con la mirada atrapada en él.
Entonces sentí cómo nuestras manos se tocaban. Me sobresalté, a la vez que una extraña sensación recorría mi cuerpo y aceleraba el ritmo de mis pulsaciones. Él también se sorprendió, ya que me miró y volcó su atención en nuestras manos solapadas.
Había alargado el brazo para coger la taza cuando yo aún la seguía agarrando.
Rompí el contacto apartando la mano rápidamente, y retrocedí varios pasos. Sin embargo, me sentí atrapado por su mirada enigmática, fija en mí, con esos malditos y hermosos ojos sin fondo.
—Si no desea nada más…
—Crees que no lo he notado —me interrumpió—, pero te equivocas.
Por un momento me faltó el aire. A pesar de la suavidad de su voz, el peso del significado de sus palabras me desconcertó. O quizás también fue lo que me produjo escucharle hablar de mí como si lo supiera todo solo con observarme.
—No sé a qué se refiere, Levi-sama… —dije aparentando incomprensión, aunque mi voz se oyó más áspera que de costumbre. En el fondo lo sabía muy bien, pero quería escucharlo de su boca.
—Eres diferente —sentenció. Esas dos palabras fueron lo que necesité para comprender la gravedad de la situación—. Quiero decir… sé que tienes los sentidos más desarrollados que los demás androides, pero tú sientes mucho más que eso, ¿verdad? La forma en que ha apartado tus manos de las mías… ha sido como si significara algo para ti.
No lo negué ni dije nada. No tenía sentido seguir mintiendo. Viendo mi estado de desconcierto, se levantó, dando dos cortos pasos hacia mí. Mientras, noté cómo un calor abrasador nacía de mi pecho y se extendía por todo mi cuerpo, coloreando mi rostro.
Tres pasos. Quería salir de allí, pero mis pies no respondían. Estaba atrapado en su mirada, acercándose desafiante.
Cinco pasos, y Levi estaba a escasos centímetros de mi rostro, observándome. Y como si pudiera leer mis pensamientos, susurró:
—¿Qué es lo que sientes?
Ignoré mis dudas y me dejé capturar por su magia. Como víctimas de una hipnosis, mis párpados se volvieron pesados cuando acarició mi mejilla sonrojada con la yema de sus dedos. Los diez centímetros de altura que nos separaban se redujeron despacio, al mismo tiempo en que rostros se buscaban y nuestros alientos se unían en uno.
Me dejé arrastrar un instante por aquellos nuevos sentimientos, los cuales una parte de mí, que había estado dormida, quería empezar a descubrir; mientras el otro lado, el encadenado a la razón, se encogía de miedo. La complicidad de un sentimiento como el amor escapaba del alcance de mi mente robótica. No obstante, Levi se acercaba a mí, tanto que podía escuchar los latidos de su corazón como si fuera mío, con los ojos entornados y la respiración agitada. Sus labios acariciaron los míos suavemente. Un toque indescriptible, increíblemente maravilloso, y lo fue mucho más cuando sentí su cálida y húmeda lengua lamerlos con urgencia, originando un sinfín de sensaciones que jamás creí posibles.
—¿Sientes… mis labios —susurró entre jadeos sin separar nuestras bocas— sobre… los tuyos?
Aquello superó los límites de toda lógica, y por segunda vez mis sentimientos salieron disparados de mí. Uní nuestros labios a ciegas, convirtiendo lo que era un suave y tentador contact en un beso apasionado. Enredé mis dedos temblorosos en su pelo azabache, revelándome así contra todos los pensamientos contradictorios que sobrevolaban mi mente. Ansiaba más, quería olvidar quién era realmente y liberar los sentimientos que ardían en mi interior.
Acaricié su espalda y su cabello durante el beso. Un beso intenso que me dejó sin respiración, completamente desubicado. Despegué mi boca un momento, pero Levi no me dio tregua. Rodeó mi cintura, acercándome contra su cuerpo, y me obligó a retroceder hasta chocar con la pared. Me besó con vehemencia a la vez que acariciaba mi mandíbula con manos expertas, ladeando mi cabeza levemente e intensificando aún más el beso. Su hábil lengua se abrió paso lamiendo mis labios sensualmente, introduciéndose dentro de mi boca y explorando cada rincón.
Una sacudida de placer llegó a mi cerebro analítico, devolviéndome a la cruda realidad. El miedo que agonizaba con ser destruido dentro de mí tomó el relevo a la pasión desenfrenada. Escuché a mi mente gritar, recordándome que nada de eso estaba bien. Porque yo era un androide, incapaz de amar ni ser amado.
Deshice el beso y me escurrí fuera de la prisión que creaban los brazos de Levi contra la pared del despacho. Supuse que me miraría confundido, porque no tuve el valor para girarme. Como pasó en el salón tiempo atrás, me retiré sin poder mirarle a los ojos, aunque en esa ocasión sentí cómo algo comenzaba a quebrarse en mi interior.
Salí de allí con la sensación de que me ahogaba cada vez más. Me apoyé en la puerta y dejé escapar un suspiro profundo, en un desesperado intento por recuperar el ritmo normal de mi respiración.
