Fuuga, segundo año de la guerra.
Yona hilaba paciente, tejiendo el tapiz que cantaba las gestas de hombres y dioses, porque eso es lo que se esperaba de una buena esposa.
En su mundo, la guerra les pertenece a los varones y el telar, a las esposas.
Las risas de Ryuuji, su hijo, suben desde el atrio y ella, a su vez, también sonríe, aunque quisiera llorar. Su hijo ríe porque está siendo adiestrado por los jóvenes pupilos de su esposo, Tae-Woo y Han-Dae, en el arte del combate. Él también habrá de marchar un día a la guerra, dejándola a ella atrás.
Por la noche, cuando en su alcoba solo alumbre la luz de un candil, Yona mirará el tálamo vacío, suspirará por la ausencia del esposo, y deshará la urdimbre del día…
Yona es la mujer que espera…
