NT: ¡Hola! De nuevo, gracias por el apoyo en esta nueva traducción :) Intentaré traer también otro capítulo de "A marriage most convenient" pronto.
CAPÍTULO 3: CONSIGUE LO QUE NECESITAS
Draco Malfoy se escondía en un ala abandonada de Hogwarts.
Lo admitía abiertamente. Bueno, no si alguien se encontrara con él, entonces lo negaría a gritos. Pero —para sí mismo— admitía que estaba escondido.
En términos generales, esconderse sería considerado algo degradante e inaceptable. Pero, en opinión de Draco, considerando la larga lista de cosas desafortunadas y vergonzosas que había hecho en su vida, la degradación de esconderse apenas era nada.
Sus razones para esconderse eran muchas.
Por un lado, Daphne Greengrass lo perseguía de manera muy agresiva y arrastraba a su hermana con ella. Le había enviado una carta diciéndole que había oído hablar de su biblioteca, que era considerada una de las bibliotecas más grandes de Gran Bretaña, y que a ella y a Astoria les encantaría que las invitara a ir a verla. Que estarían encantadas.
Eso había sido inesperado, por decir lo menos.
Nunca había oído que nadie usara una biblioteca como eufemismo sexual. Así que ignoró la carta, pero ellas enviaron una segunda.
Le preguntó a Theo si tenía alguna idea de por qué las Greengrass le escribían sobre su biblioteca y Theo solo sonrió y dijo que también le habían escrito a él. Theo admitió que ya las había invitado a su mansión a principios de verano y que ambas chicas habían pasado una tarde explorándola. También mencionó que habían escrito a Blaise, consiguiendo ser invitadas a su casa por un día.
La biblioteca más grande de Gran Bretaña, de hecho.
Draco ignoró las cartas, pero cuando subió al Expreso de Hogwarts Daphne lo encontró de inmediato y le preguntó si había recibido sus cartas y si era posible ver su biblioteca durante las vacaciones de Navidad. Draco había dicho rotundamente que, como regla general, no mostraba su biblioteca a cualquier bruja que quisiera verla. Entonces Daphne se había molestado y había dicho que sabía que Pansy la había visto todas las veces que había querido y que no podía entender por qué él no estaba dispuesto a dejar que Astoria y ella misma la vieran al menos una vez.
Draco había huido torpemente.
Tener lo que fuera que ocultaran las Greengrass como la principal excepción a su condición de paria social no era realmente un consuelo. Con la excepción de Blaise y Theo, el resto de sus compañeros de clase no hicieron ningún esfuerzo por ocultar su desprecio por Draco y su familia. Estaba condenado por ambos lados. Los Malfoy eran traidores o Mortífagos cobardes.
Se había vuelto muy talentoso en lanzar escudos sin varita debido a la cantidad de maleficios que le disparaban por la espalda cuando caminaba por los pasillos.
Bloquear maleficios y evitar a otros estudiantes era todo lo que se le permitía hacer. Sospechaba que había bastantes de séptimo y octavo año tratando de provocarlo para que hiciera algo que lo expulsara de Hogwarts. Una lástima para ellos; no le iba a dar a nadie esa satisfacción.
Había regresado a Hogwarts según las condiciones de su libertad condicional y estaba decidido a completar el año con la cabeza gacha, calificaciones que rivalizaran con las de Granger, y ni una sola mancha en su actitud. Porque, de lo contrario, no solo podría resultar en su expulsión, sino en una violación de los términos de su libertad condicional que podría hacer que lo enviaran a Azkaban para reunirse con su padre.
Ergo, estaba escondido en un ala abandonada del castillo tratando de evitar a todos.
Era un ejercicio de autoconservación. El único talento que todos podían estar de acuerdo en que Malfoy poseía.
Sacó un libro de texto de su mochila y se dispuso a revisarlo. Había tenido aritmancia ese día. Granger había estado misteriosamente ausente. Había sido obvio porque Vector había estado asignando parejas y Granger, al estar ausente e incapaz de protestar, había tenido la desgracia de ser emparejada con él para el próximo proyecto.
La profesora le había ordenado que le informara al respecto. Una conversación que temía.
Granger lo había estado evitando como si fuera una enfermedad contagiosa desde que lo había visto en el Expreso de Hogwarts.
No es que fueran amigos o incluso conocidos cordiales, pero el Trío Dorado había perdonado a la Familia Malfoy. Todos habían testificado tanto en su juicio como en el de su madre, y gracias a eso lo habían sentenciado a libertad condicional en lugar de a un tiempo en Azkaban. Granger había sido francamente decente con él después de su juicio, a pesar de que nunca le había dado ninguna razón para hacerlo en toda su vida.
Pero los beneficio que estuviera dispuesta a ofrecerle como miembro del Trío Dorado, claramente no estaba dispuesta a llevarlo a su vida privada.
Lo cual era comprensible. No podía imaginar testificar a favor de alguien que había visto cómo la torturaban en su propia casa.
Hizo una nota mental para acercarse a ella en el Gran Comedor la próxima vez que la viera. Esperaba que optara por aguantarse con el compañero que le había tocado para la tarea. De lo contrario, hablaría con Vector sobre las opciones de créditos adicionales que compensaran la calificación de suspenso.
Honestamente, no estaba seguro de qué escenario temía más. No quería escuchar que Granger prefería suspender el trabajo a trabajar con él. Pero, por otro lado, trabajar juntos podría ser potencialmente problemático.
Todavía se estaba adaptando a todos los cambios causados por el brusco crecimiento que había experimentado tras su decimoctavo cumpleaños. Todavía no se había acostumbrado a que sus sentidos estuvieran repentinamente intensificados.
Las cosas que podía oír y oler lo distraían lo suficiente como para hacer que quisiera prenderle fuego a algo.
Nunca, nunca había tenido el deseo de oler la fertilidad de una bruja, pero ahora no podía evitar detectarlo. En su apogeo olía a melocotones maduros, lo cual le había arruinado para siempre su idea de esa fruta.
Cuando sangraban era tan obvio que prácticamente podía saborearlo en el aire.
Estaba claro por qué la educación mágica tradicionalmente terminaba a los diecisiete años. Tratar de vivir en espacios reducidos con varios cientos de hembras fértiles era tan abrumador que ni siquiera resultaba excitante. Especialmente cuando la gran mayoría de dichas brujas eran más jóvenes que él; algunas apenas pubescentes. Lo que hacía que aquel pensamiento fuera claramente depravado y se sintiera vil.
Draco sabía exactamente quién se follaba a quién. Cada relación ilícita y no ilícita lo recibía como una bofetada en la cara. Anthony Goldstein aparentemente estaba usando su nueva personalidad para tratar de abrirse camino entre la población femenina de sexto, séptimo y octavo año.
A ese paso no tardaría en oler a Goldstein en todas las brujas del castillo.
Incluso sin el estado general de paria de Draco y la atención de las Greengrass, seguiría evitando las áreas comunes con devoción.
Si hubiera entrado en sus rasgos Alfa unos años antes, probablemente habría estado acicalándose y abusando de su dominio junto a Goldstein. De hecho, dos años antes, lo había planeado.
Pero tener a Voldemort viviendo en su casa durante más de un año había tenido un efecto severo en su personalidad. Tener un sentido instintivo de poder e influencia sobre las personas le resultaba incómodo. Además, el ministerio estaba respirando en su cuello y esperando que cometiera un desliz para poder apoderarse de su herencia y sentenciarlo a una vida en Azkaban.
Desafortunadamente, ser un Alfa y tener una necesidad intrínseca de control eran dos cosas que iban de la mano.
Nadie le había advertido sobre lo mal que olían la mayoría de los magos adolescentes, ni sobre las infames cantidades de desodorantes, perfumes y champús que a las brujas les gustaba usar aparte de su dulzura habitual.
Por no hablar de todo el ruido. Podía escuchar un alfiler caer por un pasillo. Estaba especialmente en sintonía con los tonos altos. Especialmente el de las hembras llorando. Incluso con encantamientos amortiguadores alrededor de su cama, podía escuchar a las nostálgicas de primer año lloriqueando en sus camas.
El ruido y los olores se le habían intensificado con el propósito de ayudarlo a rastrear a una escurridiza Omega, como si fuera un perro de caza. Porque aparentemente la biología Alfa no podía ser un poco más mágica y menos animal.
Y aquello nunca se detendría. Incluso aunque algún día se casara, ese instinto seguiría sintonizado con él. Sufriría por oler la fertilidad de cada maldita bruja por el resto de su vida a pesar de la posibilidad infinitesimalmente pequeña de que una Omega apareciera en un futuro cercano.
Las únicas que conocía eran Molly Weasley y su abuela.
Y para él todo había sido molesto e inútil desde que había empezado. Pero manejable.
O más bien había sido manejable hasta que cometió el error de hablar con Granger cuatro días antes.
Ella había parecido fuera de lugar desde el comienzo del año escolar. Asustadiza. Se precipitaba al Gran Comedor y devoraba su comida antes de huir de nuevo. Nunca estaba en la biblioteca. Había dejado de responder las preguntas de los profesores. Cuando hizo estallar un caldero en pociones había parecido más angustiada por el hecho de que varios de los chicos de la clase estuvieran maldiciendo en voz alta debido a la sorpresa que porque se hubiera empapado de mezcla de poción.
Todo había sido lo suficientemente raro como para que Draco se sintiera impulsado a averiguar por qué, como si testificar en su juicio hubiera hecho de la vida de Granger algo de su incumbencia.
De alguna manera su cerebro había pensado que un medio excelente para controlarla sería acercándose agresivamente a ella hasta que se tambaleara hacia atrás tratando de alejarse de él.
Verla ponerse nerviosa y con los ojos muy abiertos había hecho que algo dentro de él despertara y así, en lugar de hacer lo lógico y dar un paso atrás y darle espacio, decidió acercarse más.
En el proceso de hacerlo había descubierto que Granger no olía a duraznos.
Olía como... ni siquiera podía describirlo. Ni adivinarlo. Inmediatamente había querido saber si ella sabría tan bien si la lamiera.
Tenía la abrumadora impresión de que si la besaba ella dejaría de parecer asustada. Porque, obviamente, si un chico intimidaba a una chica durante años y luego intentaba besarla, a ella le encantaría y no intentaría castrarlo de inmediato en medio del pasillo.
Para evitar hacer algo espectacularmente estúpido que pudiera resultar en el fin de su línea familiar, Draco había dado media vuelta y había huido a su habitación.
Todavía no podía entenderlo.
Se preguntó si es que los nacidos de muggles olían diferente.
No había tenido muchos medios para investigar si el olor era una cosa de Granger o una cosa de nacida de muggles. La mayoría de los nacidos de muggles habían huido durante la guerra. Las únicas brujas nacidas de muggles en Hogwarts, además de Granger, eran de primer año. Si alguna de ellas ya había pasado por la pubertad, honestamente no quería saberlo.
En cuanto a la parte de los besos, bueno, no estaba muy seguro de qué se había apoderado de él abruptamente con respecto a Granger. Sentirse inexplicable y abrumadoramente atraído por ella era una idea horriblemente mala. Tan mala que fácilmente podría crear un gráfico de barras para ilustrar las diversas razones del por qué. Los puntos culminantes incluirían esa parte en la que la había acosado durante siete años, el hecho de que había sido un mortífago, y esa vez en la que su tía loca la había torturado en su salón durante casi una hora mientras él se quedaba parado y observaba la escena.
Se estremeció levemente y trató de bloquear aquel recuerdo. De todos los momentos durante toda la guerra, ese recuerdo en particular lo había perseguido mucho más que otros. Tenía pesadillas al respecto constantemente, y a veces juraba que aún podía oírla llorar cuando estaba solo.
Mientras estaba sentado en el pasillo tratando de bloquear ese recuerdo, casi creyó que podía escucharla. Aquellos sollozos agonizantes, indefensos. Era como si se le hubieran hundido en los tímpanos y fuera incapaz de escapar de ellos.
Gimió y se golpeó la frente con su libro de texto de aritmancia.
Ahora también agregaría alucinaciones a su trauma de posguerra.
Pero casi juraría que el sonido era real. Débiles lamentos resonando en las paredes del pasillo.
Apretó los dientes y se obligó a seguir leyendo.
Después de media hora se sentía a punto de perder la cabeza. A pesar de que los sollozos eran casi imperceptibles, sonaban reales. Se desvanecían y luego, de repente, comenzaban de nuevo. Cada vez se sentía como si le clavaran un cuchillo y luego lo retorcieran en su interior. Estaba completamente abrumado por la necesidad de ir a salvarla.
Lo cierto es que había una amarga ironía en desarrollar abruptamente un sentido de caballerosidad después de que terminara la guerra.
Desafortunadamente, sus instintos Alfa no podían estar convencidos de que no fueran llantos reales. No importaba cuán firmemente se recordara a sí mismo que los sonidos eran alucinaciones, no podía racionalizar la creciente necesidad que sentía de responder a ellos.
Apretó la mandíbula y siguió releyendo la misma página de su tarea de aritmancia, hasta que finalmente no pudo soportarlo más. Era como si su continua elección de sentarse y leer corrompiera constantemente algo intrínseco a su naturaleza. Sentía como si se estuviera volviendo loco por eso.
Enfadado, metió el libro en su mochila y se dispuso a demostrarse a sí mismo que Granger no estaba llorando de dolor en ningún lugar de un ala abandonada de Hogwarts.
Caminó rápidamente por el pasillo en la dirección del sonido. Después de caminar hasta el final y girar a la izquierda, estuvo a punto de tropezar cuando se dio cuenta de que el sonido se había vuelto más fuerte.
Dudó por un momento, preguntándose si debería ir a buscar ayuda. Los actos heroicos realmente no eran lo suyo.
Pero podría pasar una hora antes de que encontrara a un profesor o a un prefecto que le creyera y viniera. Requeriría que se volviera y se fuera, dirigiéndose en la dirección opuesta a donde Granger estaba llorando. La idea de alejarse de ella era demasiado horrible para siquiera considerarla.
Echó a correr.
Ella estaba herida. Ella estaba sola en algún lugar. Necesitaba llegar a ella de inmediato, eso era todo en lo que podía pensar.
Había una necesidad desesperada de encontrarla, de llegar a ella, lo que le hacía muy difícil pensar en otra cosa.
A medida que avanzaba por el pasillo, su llanto comenzó a debilitarse. Se volvió y regresó sobre sus pasos, yendo de un lado a otro hasta que finalmente se concentró en donde el sonido casi imperceptible parecía sonar más fuerte.
Pero había barreras. Una verdadera montaña de ellas. Protecciones repelentes, amortiguadoras. Deslumbramientos y desilusiones. Se abrió paso a través de ellos por pura fuerza de voluntad hasta que finalmente encontró la puerta por la que había pasado una docena de veces. Estaba cerrada por ambos lados.
Quienquiera que hubiera escondido a Granger había hecho todo lo posible para evitar que la encontraran.
La habían encarcelado.
La estaban torturando.
En Hogwarts.
Draco probablemente se habría sentido enfermo si no hubiese estado tan enfurecido.
Iba a matarlos. Quienquiera que fueran los culpables, los iba a destrozar miembro por miembro y luego iría a Azkaban con una sonrisa en el rostro. No importaba si él y Granger no eran amigos.
Ella había sido torturada en su casa mientras él permanecía de pie y miraba. Y luego ella había testificado voluntariamente a su favor.
Él se lo debía.
La única razón por la que la había encontrado era porque sabía cómo sonaban sus sollozos. Aquel sonido había sido tatuado en su cerebro. Podría reconocer a Granger en una habitación llena de lamentos.
Trató de atravesar la puerta y cuando no cedió bajo una Bombarda Maxima procedió a hacer un agujero en el muro de piedra.
Tan pronto como atravesó la pared fue golpeado por el abrumador aroma de ella. Era como si alguien la hubiera embotellado en un perfume y luego empapado toda la habitación con él.
Apenas prestó atención.
Inspeccionó la habitación. Había una cama deshecha, un sofá, una mesa, pero ni rastro de Granger. Siguió los continuos sollozos por un pasillo y encontró un baño.
Estaba acurrucada en la ducha bajo un chorro de agua tan gélido que podía sentir la niebla fría desde el otro lado de la habitación. Lloraba, se mecía en el suelo y se abrazaba las rodillas.
—¿Granger? —Su voz era áspera.
Su llanto cesó abruptamente y giró la cabeza en su dirección. Sus enormes ojos se clavaron de inmediato en su rostro. Ella jadeó de alivio y extendió una mano hacia él.
Inmediatamente se movió hacia ella y se sumergió en el agua helada.
—¿Granger? ¿Qué te pasa? —preguntó.
Ella agarró su túnica escolar y luego se arrastró a sus brazos, enterrando el rostro en su cuello.
Mientras lo hacía, un detalle que las interminables corrientes de agua habían ocultado de repente se hizo evidente para él: Granger era una Omega. Y estaba en la cima de un ciclo de celo.
No tenía idea de cómo lo sabía, pero estaba más seguro de ello que de su propio nombre.
Ella estaba desnuda, y acababa de trepar a sus brazos para lamer desesperadamente las glándulas de su cuello.
Antes de que tuviera tiempo de asombrarse, una ola de excitación cegadora cayó sobre él y sofocó su capacidad para pensar con coherencia. Sus instintos se dispararon, tragándoselo.
La tomó en sus brazos y la sacó de debajo del chorro de agua fría, presionando la nariz contra su cuello y aspirando su aroma. Pasó la lengua por su piel y descubrió que la combinación de su esencia y la suya era positiva y asombrosamente perfecta.
La besó y ella se estremeció y le devolvió el beso.
Deslizó sus manos a lo largo de su cuerpo.
Su Omega. Suya. La había encontrado. Había estado sola y sufriendo, pero él la había encontrado.
Ella lo necesitaba. Y él la necesitaba a ella.
Comenzó a pasar las manos por su piel helada para calentarla. Estaba tan fría. Podía sentirlo a través de su uniforme escolar. Respiró a lo largo de su hombro y ella se apretó más contra él. Estaba temblando y agarrando su túnica como si esperara que él desapareciera de un momento a otro.
A Draco nunca se le había ocurrido que alguna vez encontraría a una Omega. Eran tan raras. Ni siquiera su padre había encontrado a una. Incluso cuando era un pequeño mocoso engreído, Draco nunca había tenido la audacia de asumir tal cosa. Ni siquiera él se había engañado tanto.
Pero aquí estaba ella.
Él la beso. Granger envolvió las piernas alrededor de su cintura y lo acercó más a ella. Sus labios eran tan suaves y dulces. Su rostro estaba pálido y frío. Levantó las manos y acunó sus mejillas, tratando de calentarlas.
Las manos de Granger tiraban desesperadamente de sus botones. Draco se apartó y se rasgó la túnica y la camisa.
Granger se apretó contra él con un suspiro. Estaba helada. Su nariz presionada contra él se sentía como un cubo de hielo. Su lengua, recorriendo ligeramente sus pectorales, se sentía como fuego.
Draco lanzó un hechizo de secado en su cabello y siguió pasando las manos por su espalda y hombros, murmurando encantamientos cálidos. Su piel era sedosa al tacto. Deslizó los dedos por su cuello hasta que ella soltó un grito ahogado y lo arqueó para darle un mejor acceso.
Dejó caer la cabeza y la inspiró. Olía divinamente. Una fragancia dulce y floral que tenía una complejidad picante y ligeramente madura que no había olido antes.
Un olor que no se había presentado completamente ese día en el pasillo. Por eso no había entendido por qué olía diferente.
Le pasó la punta de la lengua por el cuello y luego lamió lenta y ampliamente su glándula olfativa. Ella se tensó y un profundo gemido salió de ella mientras se arqueaba contra él. Sus manos se extendieron reactivamente por su torso.
Temblaba de necesidad.
Su cuerpo se estaba calentando constantemente; ardiendo rápidamente a través de la frialdad que se había infligido a sí misma. Mientras ella ardía, él podía sentir que se elevaba rápidamente para encontrarse con su calor.
Estaba inundado de hormonas. Podría follarla todo el tiempo que ella necesitara.
La levantó y la llevó a la cama. Mientras la acostaba pudo sentir su magia cerrándose sobre la habitación, creando una barrera impenetrable, a diferencia de las que no habían logrado mantenerlo fuera.
Su pequeña Omega. No dejaría que nadie se acercara a ella cuando estaba tan vulnerable.
Granger se retorcía en sus brazos y se rozaba desesperadamente contra él. El deseo de arrancarle la ropa que le quedaba y penetrar en ella era tan poderoso que estaba empezando a gruñir ante el mero pensamiento.
—Por favor... —Ella seguía gimiendo y jadeando en su oído. Sus dedos estaban en su cinturón y luego abriendo sus pantalones. Cuando sintió que envolvía sus dedos alrededor de su miembro casi mordió la glándula de olor por la que había estado arrastrando su lengua. Ella deslizó su mano desde la base hasta la punta y lo guió hacia su ardiente sexo.
Él siseó entre dientes y tiró de su mano.
Suya.
Iba a follar con ella.
Hundir cada centímetro de sí mismo en su pequeño cuerpo y verla disfrutarlo. Hacer un nudo dentro de ella y luego vaciarse hasta estar completamente seco.
Suya.
Él la follaría y la cuidaría durante todo su celo. A ella le encantaría cada toque. Él olería su piel hasta que todos los Alfa de Gran Bretaña supieran que ella era suya; que se la había llevado él.
Su Omega.
La perfecta, perfecta Granger.
Draco deslizó sus manos suavemente por su cuerpo, haciendo círculos sobre su piel, tratando de absorberla. Sus pechos eran firmes, sus pezones tensos y puntiagudos. Todo su cuerpo se estremeció.
Ella era tan sensible. Estaba tan necesitada.
Draco deslizó sus dedos entre sus piernas. Ahí abajo estaba suave, hinchada y goteando excitación. Se llevó los dedos a la boca para probar su sabor. Ella gimió y se retorció contra su mano cuando él la extendió para tocarla suavemente de nuevo. Sus ojos estaban muy abiertos y clavados en su rostro.
Estaba tan jodidamente mojada.
Cuando no estuviera tan sensible le lamería su intimidad hasta que gritara.
Se quitó los pantalones y se subió a la cama. Arrodillándose sobre ella. Memorizándola.
Se inclinó y la besó mientras alineaba sus caderas. Ella se abrió hacia él desesperadamente, sumisa. Podía sentir su calor irradiando desde su núcleo. Enganchó su talón alrededor de sus caderas mientras él comenzaba a hundirse en ella.
Ella lo necesitaba. Lo deseaba.
Iba a llevársela.
Era suya. Su Omega.
Excepto por...
Draco se congeló y de repente vaciló.
Era Granger. Ella era una Omega perfecta y necesitada, y no era para él. Ni por asomo. Él era veneno. Era un mortífago. La habían torturado en su casa.
No era alguien que mereciera tomarla o dominarla.
Tan pronto como su cabeza se aclarara entraría en pánico y se horrorizaría al encontrarlo sobre ella. Dentro de ella.
Apretó los dientes, gimió y se apartó.
Sus manos se lanzaron para detenerlo, pero él se alejó antes.
Ella sollozó y se sentó en la cama.
—¿No… no me quieres? —Su rostro estaba devastado.
—Maldita sea, Granger. —Se tapó la boca y la nariz con la mano para dejar de olerla. Dejar de saborearla. Realmente no ayudó en nada. El olor de su celo ya estaba en su piel—. Esto no es... Déjame buscar a alguien más.
Se merecía un monumento por lo que estaba haciendo.
Merlín, quería saber cómo se sentía ella...
Se obligó a volver a concentrarse.
—¿Quieres a Longbottom? —preguntó.
Ella negó con la cabeza, parecía a punto de llorar.
—¿Goldstein? —dijo entonces, apretando la mandíbula y luchando valientemente por no arrastrarla de nuevo debajo de él.
Podría morir si ella comenzaba a oler como el idiota de Goldstein.
Giró su rostro y negó con la cabeza.
—¿Theo?
Si su mejor amigo accedía a ayudar a Granger a través de su celo, probablemente lo mataría más tarde. Simplemente sería demasiado injusto para soportarlo.
—¿Quién? —Granger parecía aturdida. Sus manos seguían avanzando poco a poco hacia él, y él seguía arrastrándose más lejos.
Sacudió la cabeza, tratando de pensar con claridad. Tratando de no notar la excitación deslizándose por la parte interna de sus muslos. O lo hinchada y preparada que estaba. Su mano tembló mientras luchaba contra el impulso de presionar su palma entre sus piernas y sentir cuán hinchada y sensible se había vuelto. Quería que sucumbiera a él.
—¿Theodore Nott? —Estaba tratando de no mirar sus pechos. Los pezones estaban enrojecidos y salpicados de excitación. ¿Cómo se sentirían bajo sus pulgares o siendo succionados por su boca? ¿Qué ruidos haría ella si los tocara?
Joder, él la deseaba.
—Ni siquiera hemos hablado alguna vez —dijo y aprovechó su aturdimiento para tomar su sexo con ambas manos. Ella deslizó los dedos hacia arriba y hacia abajo, y la sola vista provocó un cortocircuito en su cerebro—. Por favor. Quiero esto dentro de mí. Cuídame.
Sus últimas palabras le llegaron al interior y activaron algo instintivo en él.
No podía...
Se levantó y la puso debajo de él, alineándose hasta que la punta de su sexo rozó sus pliegues hinchados y resbaladizos. Se estremeció, tratando de contenerse por un momento más. Granger jadeó y sus ojos se pusieron en blanco brevemente mientras se retorcía y trataba de metérsela dentro. Él gimió.
—¿Estás jodidamente segura? —gritó.
—Sí. Sí. Por favor, tómame. Por favor, cuídame, Alfa.
Ella se inclinó y movió las caderas para que él se hundiera más.
Suya.
Él la cuidaría.
—Eres mía. Mi Omega. Eres mía ahora. Cada centímetro de ti. Nadie más te tocará. Eres mía. Cada celo estarás debajo de mí. Será mi semilla la que estará dentro de ti. Mi nudo —gruñó las palabras contra su garganta mientras la inmovilizaba debajo de sí mismo.
Sus muñecas estaban prisioneras bajo sus manos. Su cuerpo resbaladizo y lascivo se presionaba debajo de él. Perfecta. Su Omega. Suya.
—Pídemelo. Pídeme que te folle. —Su voz vibró y ella se estremeció y se arqueó debajo de él.
—Por favor. Por favor —dijo.
Entonces se hundió lentamente dentro de ella. Granger jadeó, asintió con la cabeza y le rogó que profundizara más.
Era tan pequeña. Habría sido imposible que ella sola hubiera logrado que entrara, pero él había conducido cada centímetro dentro de ella, quien gimió de placer. Cuando estuvo completamente adentro, ambos se congelaron al experimentar la sensación.
Perfecta.
Tan perfecta.
No sabía que nada pudiera sentirse tan bien. Era…
Exquisito.
Divino.
Si no fuera un mago, inmediatamente habría proclamado la fe en cualquier religión que pudiera reclamar la perfección absoluta que estaba experimentando. Ella era tan buena.
Era como si estuviera hecha para él.
Terciopelo y calor fundido. Se sentía tan suave debajo de su cuerpo, tan pequeña. La rompería si no tenía cuidado.
Apretó la mandíbula y todo su cuerpo tembló mientras trataba de contener el placer que lo invadía. Nunca había sido tan duro.
Granger parecía que estaba entrando en estado de shock. Sus ojos estaban muy abiertos y su expresión aturdida. Sus manos agarraban su hombro y enredaban su cabello, arrastrándolo más cerca mientras arqueaba sus caderas y trataba de lograr la fricción que quería.
La besó, pegándola tan fuerte contra su cuerpo que era imposible decir dónde terminaba o comenzaba cualquiera de ellos cuando comenzó a mover sus caderas, entrando de nuevo en ella.
—Mía. Ahora eres mía.
Su boca sabía a miel. No podía dejar de besarla, tocarla, pasar los dedos por sus pechos.
Cuando sintió que comenzaba a crecer dentro de ella, bajó la cabeza para lamer y chupar y deslizar suavemente sus dientes sobre sus glándulas. Hizo que sus paredes internas se apretaran y temblaran a su alrededor.
La sensación era irreal. Se puso cada vez más tensa y su rostro mostraba exaltación. Cuando estuvo completamente dentro de ella, sintió que su escroto se apretaba y una tensión irradiaba a través de su baja espalda cuando comenzó a correrse contra su cuello uterino.
Le murmuró promesas. Cualquier cosa, él le daría cualquier cosa. Él siempre la cuidaría. Le dijo lo perfecta que era. Le dijo que era suya; que ella siempre sería suya.
Los ojos de Granger se agrandaron y se sintió como si estuviera implosionando. Un estremecimiento profundo recorrió todo su cuerpo. Sus jadeos temblaron, había sudor en su piel. Ella lo agarró con tanta fuerza que se hizo difícil respirar. Su coño ardiente y apretado se contrajo como un tornillo alrededor de su nudo cuando él se sacudió dentro de ella, llenándola con su semilla.
Luego se agitó, inclinándose hacia atrás con tanta rigidez que él temió que se rompiera. La arrastró más cerca de él, sujetándola de las muñecas con una mano mientras la besaba y acariciaba, diciéndole que era perfecta. Quería recordarle que ella era suya.
Draco siguió entrando dentro de ella durante minutos. En teoría, sabía que era posible, pero la experiencia real resultaba alucinante. Fue como sentir el renacimiento de un universo. Su mundo entero explotó y se redujo simultáneamente a un solo punto. Siguió y siguió y siguió hasta que todo su cerebro se iluminó y sintió como si se estuviera desmoronando a nivel celular.
Cuando finalmente se calmó, se dejó caer y la besó.
Había sido una bendición. No sabía que era posible que algo fuera tan increíblemente sublime.
—Buena chica —murmuró contra su boca—. Buena chica. Eres tan buena chica. Estoy tan contento contigo.
Las palabras fueron como magia en Granger. Su expresión se inundó de placer y alivio y se apretó contra él. Todavía estaban atados. Se apartó de ella para que ambos estuvieran acostados de lado. Era tan pequeña que podía moverla como quisiera. La acomodó en sus brazos y agarró su pierna, poniéndola sobre su cadera para poder deslizar la mano por ella. Nunca olvidaría la forma precisa en que su cuerpo encajaba debajo de él.
Enredó su otra mano en su cabello y apartó los rizos para poder pasar el pulgar contra la glándula de su cuello. Ella lo arqueó, hundió la cara en su pecho y pareció respirarlo de la misma manera que él la respiraba a ella. El aire olía a ellos. Y a sexo. Y a sudor. Todo estaba tan mezclado que era imposible diferenciarlo. Era solo un olor. El de ellos.
Ellos eran uno.
Granger estaba exhausta y todo su cuerpo se debilitó contra el de él. La acercó más a sí mismo y la sintió quedarse dormida en sus brazos mientras seguía oliéndola y tocándola ligeramente.
Memorizó sus patrones de respiración y la sensación de su piel y pasó sus manos por todas sus curvas. Probablemente debería haber dejado de lamerla, pero no pudo evitarlo. Tenía una necesidad insaciable de saborearla.
Quería morderla. Quería hacer que su reclamo sobre ella fuera permanente. Quería asegurarse de que nadie pudiera ocupar su lugar. Entonces ella solo lo querría a él.
Cuando la hinchazón finalmente se alivió lo suficiente como para poder escaparse de ella, bajó la mano, recogió un poco de su semen y lo extendió sobre las glándulas de su cuello y muñecas, masajeándole ligeramente en la piel.
Ella era suya. Si algún Alfa se acercaba a ella, no podrían ignorar que Draco había estado allí primero. No es que fuera a detenerlos. Todos los Alfas solteros en Gran Bretaña y potencialmente en la mayor parte de Europa intentarían apoderarse de ella si tenían la mínima oportunidad.
Pero todos sabrían que él había estado con ella primero. Que él era el que la cuidaba durante su celo.
Una hora más tarde, cuando finalmente la había lamido, acariciado y sostenido hasta el punto de que tuvo pensamientos sobre que aquello no lo promovía el instinto puro, recordó que ese mismo día había pensado específicamente que estar interesado en Granger era algo terrible.
No debería estar allí.
Desterró el pensamiento.
Lo intentó. Lo había intentado, joder. Literalmente se había ofrecido a ir personalmente a buscar a Goldstein para que la ayudara con su celo. Si había algo más que pudiera haber hecho, no sabía qué era.
No iba a ir a ninguna parte. Ella era suya. Ella lo necesitaba.
Tenía que mantenerla abrigada, segura y alimentada. Tenía la abrumadora sensación de que no debería dejarla, ni siquiera brevemente. Ese instinto podría haber sido simplemente su propio sentido de posesión, pero no podía estar seguro.
No se iba a arriesgar.
Cuando había estado sola había llorado como lo hizo cuando su tía la torturó.
Él acarició su cuello y aspiró su embriagador aroma. Granger se acercó más a él con un suspiro.
¿Me dejas un review? :)
Cristy.
