¿Sabían que originalmente planeaba que entre esta tercera parte de este pendejo proyecto y la ignorada segunda parte existiera otra miní serie de tres episodios llamada "Red Star"?

Esa se mini- historia se centraría en una cierta joven adulta pelirroja con superpoderes proveniente (al menos en mi headcanon) de la madre Rusia... al shile me quedaré con ganas de escribir de mi ship favorito de la serie.


El Último Hijo parte 3: del Pecado.

— ¿Ya vez papi? Te dije que tenías que jalar la puerta y no simplemente empujarla más fuerte —la voz de Lori sonó aguda y un poco silbante a causa de la perdida reciente de algunos de sus dientes de leche—, ahora vamos literalmente tarde para la entrevista que planeó mamá para Leni…

Con el rostro colorado, no a causa del esfuerzo, Lynn Sr. fue el primero de los dos en asomarse al interior del viejo convento, un vestíbulo desprovisto de cualquier adorno que no fuera el discreto escritorio a modo de recepción fue lo único que lo recibió a él y a su hija. Sentadas tras el escritorio estaban tres monjas; una joven con amplios lentes circulares y un par de gemelas pelirrojas y mal encaradas a sus costados.

Intimidados por el silencio aplastante que reinaba en el interior del edificio, tanto padre como hija caminaron callados un par de pasos dentro del recibidor antes de detenerse justamente al lado de la puerta. Sin embargo todo intento por no hacer ningún ruido lo suficientemente fuerte como para llamar atención indeseada se arruinó cuando las siguientes en entrar fueron Luna y su madre, la castaña tarareando una melodía que recién había inventado y Rita hablando por teléfono con su padre para comprobar una última vez si Luan y Lynn se estaban comportando. Lori ya estaba por preguntar por su hermana menor cuando vio pasar a la pequeña rubia despreocupadamente a su lado. Leni, a diferencia de sus padres y hermanas, no se detuvo junto a la entrada sino que avanzó tranquilamente por el vestíbulo hasta quedar justamente frente a las monjas del escritorio.

—Hola.

—Buenas noches y bienvenido al orfanato Brighton —dijo la monja de lentes sin despegar la mirada de la pantalla de la computadora frente a ella y sin notar que estaba hablando con una niña de seis años—. Debido a la hora, me temo que no podremos ayudarle en mucho. Por favor vuelva otro día y por cierto, feliz navidad.

—Feliz navidad.

Sin saber cómo actuar ante las palabras recitadas de forma casi automática, el resto de la familia se acercó a las recepcionistas tan silenciosamente como les era posible. Las otras dos monjas apartaron al instante la mirada de la curiosa niña rubia frente a ellas para concentrarse en los adultos que se acercaban.

—Oh, lo sentimos mucho hermanas, por importunarlas a esta hora y todo eso pero ya nos esperaban… —Al acercarse lo suficiente al escritorio, Rita notó molesta que en los lentes de la monja indiferente se alcanzaba a reflejar una partida de solitario. Y como ya esperaba, las otras dos mujeres de hábito no respondieron ni reaccionaron a sus palabras, sólo fruncieron poco más el ceño y permanecieron en silencio, observándolos.

Sabiendo que su esposa e hijas, especialmente Lori, tendían a irritarse fácilmente, Lynn fue el que retomó la conversación mientras que intentaba relajar el estrés acumulándose de ambas rubias con algunas palmadas en el hombro.

—Hermana… creo que ya sabe perfectamente en qué nos puede ayudar… somos la familia que ha estado llamando por teléfono ¿recuerda? —apenado por no poder decirlo libremente a pesar de que había pasado tanto tiempo, Lynn se recargó en la superficie del escritorio y se inclinó hacia delante para poder susurrar en el oído de la monja de lentes que finalmente les prestaba atención—. Somos los Loud, venimos para ver a la última víctima del caso Hollyson. Nos habían dicho que estaba en este lugar y que podíamos verle.

Los ojos de la monja, reducidos por sus gruesos lentes hasta darles la apariencia de puntos negros, se fijaron en la cara de los adultos de pie frente a ella y después recorrieron uno a uno los rostros de las pequeñas niñas que los acompañaban. Casi como si se lo hubieran dicho de antemano, su mirada se detuvo al llegar a Leni, quien despreocupada se entretenía viendo el techo y las paredes desnudas del vestíbulo. La pequeña niña al descubrirse observada por los nuevos tres pares de ojos, se ocultó tanto como pudo tras su padre y empezó a observar atentamente, a su vez, a las monjas.

Entonces, sorprendiendo a los patriarcas Louds y a Lori, el rostro de las gemelas pelirrojas se iluminó con una sonrisa radiante antes de soltar, cada una, una minúscula carcajada. Leni, aunque al inicio se ocultó un poco más, no pudo evitar sonreír también.

Aquella transformación había durado apenas un instante y al siguiente el rostro de aquellas monjas había vuelto a ser la misma máscara de seriedad y antipatía.

—Oh, sí, claro, ya los recuerdo, familia Loud… —la mujer de lentes se levantó finalmente de su asiento y para sorpresa de todos, padres e hijas por igual, su altura apenas y cambió—, por favor perdonen mi actitud pero no estamos acostumbrados a recibir alguna visita a esta hora.

Dando unos cuantos pasos pequeños pero rápidos, a Lori le parecieron más una serie de brinquitos, la casta mujer rodeó el escritorio y tras pararse muy derechita frente a Lynn, les estrechó la mano a ambos padres y le sonrió amablemente a las niñas.

—Señores, por favor entiendan que esta visita sólo fue posible debido a que nuestros psicólogos afirman que el que las víctimas de un evento traumático se conozcan entre sí puede resultar benéfico para su proceso de superación —Rita apartó con cuidado la mano de Lori que acababa de darle un tirón a la manga de su suéter—, así que sólo estamos cediendo por una única ocasión a sus peticiones porque creemos que algo bueno puede resultar de esta situación, en fin ¿tienen alguna pregunta antes de que prosigamos?

—Yo sólo tengo una pregunta; ¿por qué nos está diciendo todo esto ahora, hermana? —Lynn se cruzó de brazos al imaginar a dónde quería llegar la monja frente a él—. ¿El chico, la última víctima del enfermo ese, sufre alguna clase de secuelas especialmente graves?

—No señor Loud, les estoy diciendo todo esto para que entiendan que este no se trata de un procedimiento habitual…

Un nuevo tirón a su suéter, uno muchísimo más fuerte al anterior, provocó que Rita se tambaleara, interrumpiendo inintencionadamente a la monja de los lentes. Irritada, y un poco apenada, por la actitud de su primogénita, Rita volteó molesta hacia Lori. La pequeña se encogió al ver la cara de disgusto de su madre.

—Amor ¿lo que quieres decirme no puede esperar siquiera un poco?

—Es que Leni y Luna ya se fueron —con esas simples palabras, Rita sintió como su pecho se contraía.

Dando una rápida mirada a sus alrededores, Rita descubrió que no sólo sus hijas ya no estaban a su lado sino que las monjas pelirrojas también habían desaparecido de detrás del escritorio. Aterrada ante la idea de que sus pequeñas se hubiesen perdido dentro de un edificio desconocido, Rita ya estaba a punto de gritar los nombres de sus pequeñas pero la monja de los lentes se apresuró a calmarla.

—Descuide señora Loud, sus hijas acaban de marcharse junto a las hermanas Juana e Inés mientras yo les explicaba a ustedes las singularidades de esta visita —Rita tuvo que suponer que aquellos eran los nombres de las monjas pelirrojas mal encaradas—, sabemos por experiencia que en casos similares al suyo lo mejor es que los pequeños sean los primeros en conocerse… de hecho intentamos que las tres niñas fueran juntas a conocer a Lincoln pero esta chiquita —Lori infló un poco el pecho con orgullo— insistió en quedarse junto a ustedes.

—No es que no confiemos en su juicio hermana —dijo Lynn— pero nos gustaría estar junto a nuestra pequeña cuando se encuentre con… Lincoln ¿nos puede indicar el camino?

Caminando por delante con sus pasos cortos y rápidos que tanto le causaban gracia a Lori, la monja de los lentes guio a la familia hasta una zona llena de oficinas en la parte trasera del convento. Las paredes estaban pintadas en colores pastel y cubiertas con unos pocos viejos carteles informativos sobre la maternidad y la adopción.

Entonces se detuvo a un lado de la puerta que se encontraba al fondo, a un lado había instalada una pequeña mesa de madera con jabón líquido y toallitas húmedas. Sobre sus cabezas y casi tocando el techo un letrero descolorido decía "Zona de entrevistas; tres años o menos".

— ¿Ese tal Lincoln está realmente en esta habitación? —la voz de Rita reflejó perfectamente su desazón.

—Por supuesto señora Loud ¿en que otro lugar debería estar? —respondió la monja antes de aplicar un poco de jabón líquido en una de sus manos y entrar a la oscura habitación junto a Lori.

Lynn hizo gesto de seguirla pero Rita lo detuvo con una simple mirada de reproche; había accedido al plan de buscar a otras víctimas del mismo monstruo que había lastimado a Leni con la idea de que conocer a otro niño cercano a su edad y que también hubiera vivido una experiencia similar sirviera como un apoyo en su recuperación… y sólo después de haber hecho el viaje de seis horas por carretera hasta un orfanato olvidado por la mano de dios era que se enteraba que el dichoso Lincoln se trataba en realidad de un voluntario en el convento y no de un adolescente de doce años como le habían dicho en un inicio.

Desde la puerta, ahora abierta, se alcanzaba a apreciar que el interior de aquella habitación destinada para las entrevistas de adopción estaba sumergida en una tenue luz cálida. Lynn y su esposa se acercaron a paso lento al marco de la puerta.

Rita fue la primera en entrar. La quietud dentro de esa oficina era aún mayor que en el resto del edificio. Lynn Sr. entró después y ambos esposos permanecieron juntos en el umbral.

Las paredes estaban cubiertas por muchos más carteles proporcionando información acerca de la adopción, seis cunas dispuestas en dos hileras pegadas a las paredes y algunas pequeñas sillas vacías amueblaban el lugar. Los débiles rayos de luz amarilla que eran proyectados por lámparas empotradas al techo le dieron al ambiente un toque acogedor.

En la cuna más alejada a la pared, en una de las esquinas del fondo, estaban reunidas las tres monjas y sus tres hijas, quienes muy entretenidas, le hacían caras y gestos a un pequeño bulto de tela azul marino que cargaba Leni con gran cuidado.

No fue hasta que la rubia se girara un poco para encarar a sus padres con la sonrisa más amplia que ambos recordaran verle desde el día del accidente que Rita pudo distinguir claramente la cabecita blanca que sobresalía de las mantas. Al ver al bebé moverse inquietamente entre su prisión de algodón, todo lo que pudo sentir fue náusea y rechazo. Aquella criatura, aunque pequeña y regordeta, era idéntica al monstruo que la había engendrado. Idéntica al bastardo que le había hecho daño a su hija.

— ¡Santo cielo, Leni! ¡¿Qué estás haciendo?! — Rita cruzó toda la habitación con tan sólo cuatro zancadas y antes de que cualquiera de las religiosas pudiera reaccionar, intentó arrebatarle el bebé a su hija—. ¡Regresa esa cosa a la cuna de dónde la tomaste antes que…!

Pero la niña, en una actitud rebelde que no había mostrado nunca antes, se alejó de su madre en el momento justo para esquivar su agarre. Manteniendo a la criatura bien sujeta entre sus dos brazos habló.

—Sabes que él no es una cosa, mami… es un bebé… sólo un bebé —el hermoso rostro de Leni se contorsionó en una mueca de dolor al ver la carita babeante debajo de la suya, aun intentando liberarse de la manta que lo cubría—. ¿A quién se le ocurriría dejar a un bebé solo aquí?

—Creí que cuando llamaron por teléfono… y pidieron ver a Lincoln… —la monja de los lentes intervino finalmente, por la forma en la que abría y cerraba la boca era más que obvio que no esperaba que las cosas se desarrollaran así— creí que… estaban interesados en adoptarlo…

— ¡Por teléfono nos dijeron que tenía doce años! —Ladró Rita—. ¿Acaso esperaban realmente que alguien querría adoptar al hijo de un monstruo como lo fue Robin Hollyson? ¡¿Esto es una broma?!

—Su madre era la que tenía doce años —aclaró una de las monjas pelirrojas que hasta ese momento no habían dicho nada—. Debido a que la pequeña pertenecía a una comunidad amish tuvo que atravesar todo el periodo de gestación…

—La pobre murió durante el parto —complementó la otra— al pequeño lo llamamos "Lincoln" porque es el nombre de la clínica amish en la que nació…

Intentando no sonar grosero, y sobretodo intentando evitar una pelea en público, Lynn se arrodilló frente a su hija y tomando una vez más el papel de mediador habló en un tono suave. Moviéndose lentamente para no agitar más a la pobre, Lynn logró tomar al niño de los brazos de su hija.

—Leni, hermosa… los bebés que están en lugares como este generalmente provienen de familias rotas o peligrosas y muchas veces esas conductas las terminan heredando los…

Pero la rubia volvió a sorprender a sus padres al no dejarse distraer con palabras suaves y tranquilizadoras.

— ¡No me importa de dónde viene! —Aprovechando que su padre seguía hincado frente a ella y que las monjas estaban evitando que Rita se le acercara, Leni aprovechó para poner sus dos manitas sobre los brazos de Lynn y sobre el bebé, obligando a su padre a verla a los ojos—. Él nos necesita y yo sólo sé que nosotros podemos ayudarlo, papá… míralo… al menos míralo una vez…

El pequeño peliblanco soltó una pequeña carcajada al lograr liberar finalmente uno de sus bracitos de su manta. Su manita torpe y regordeta se afianzó con fuerza de uno de los mechones del encrespado cabello rubio de Lori, quien, junto con Luna, acababa de colocarse al lado de su hermana y de su padre para poder seguir haciéndole caritas al nene, intentando relajar así el ambiente tenso que flotaba entre las monjas y sus padres. Al ver las caras graciosas que la rubia hacia cada vez que tiraba del mechón dorado, Lincoln volvió a reír un poco… Lynn Sr. también rio.

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Los gritos, sus ecos y el ruido conjunto de cientos de casilleros cerrándose y abriéndose simultáneamente llenaban el pasillo. Aquella era la primera clase del primer día de clases después del fin de semana y como siempre, todos los alumnos del tercer grado estaban inquietos; se empujaban unos a otros juguetonamente, se reían estruendosamente e incluso se aventaban notitas entre ellos. Lana Loud estaba en medio de aquel caos, impasible, desentonando de todos por su inactividad como un ser alienígena en una de las malas películas de ciencia ficción que veía su hermano. Desentonaba simplemente por su actitud; desde que había llegado a la escuela en autobús, acompañada por sus otras hermanas, simplemente había permanecido parada delante de su casillero... sin sacar ninguno de sus libros y casi sin moverse.

Pero el tiempo, ajeno al dolor que sufrían todas las hermanas de la familia, siguió avanzando con normalidad y cuando la hora para que sonara la campana comenzó a acercarse, los pasillos comenzaron a silenciarse, un casillero a la vez, mientras que los alumnos se dirigían con sus grupos de amigos hacia sus respectivos salones... sin embargo las miles de voces en la mente de Lana no se detuvieron.

«... voy a ir con mi hermana y su marido. A él le gustan las cosas de nerds, y aunque es algo esquizofrénica a ella también, así que... »

«...es que nuestro tío es demasiado tacaño para darnos un maldito centavo, de modo que Hugo, Paco y el primo Luis... »

«...nambre, que el mole de olla de mi abuela está... ¡de putamadre! »

Aturdida por el parloteo constante dentro de su mente, Lana cerró los ojos y alzó la cabeza lentamente para que la luz de las lámparas en el techo golpeara un poco su rostro. No quería entrar a clases, la primera era educación física y la tomaría alejada de Lola, no quería estar sola, no quería...

— ¡Ey, Loud!

Al oír aquella voz resonando a la distancia en el pasillo, Lana tensó los hombros y sintió casi inmediatamente una extraña e incómoda mezcla de repugnancia, exasperación y odio. Seguramente esa chica venía a burlarse por el aspecto tan idiota que tenía por haber permanecido parada allí, sin moverse de su casillero por los últimos diez minutos.

— ¡Ey, Loud!

Ahora la voz sonó más cerca de Lana, silenciando todas las voces que aún permanecían rebotando en su mente. La pequeña fontanera ya iba a retirarse a su clase en el gimnasio de la escuela, huyendo de las palabras hirientes que definitivamente no podría soportar en su estado de ánimo cuando una mano morena y delgada se cerró sobre su hombro.

—Por favor escucha...

Aquello fue suficiente para que el autocontrol de Lana desapareciera y fuera reemplazado por una ira ciega.

Apretando los dientes y sintiendo como algo acido e hirviente llenaba su interior, la rubia se quitó de encima la mano de Lacey St. Clair y como si la grosera niña de ocho años no pesara nada la levantó por sobre su cabeza usando únicamente sus brazos y la azotó contra su casillero, cerrando la puerta metálica finalmente. Lana esperaba que Lacey se resistiera de algún modo, realmente lo quería, así tendría una buena excusa para desquitarse por fin... algo dentro de ella le aseguró que solamente tendría que golpearla una vez para hacer que sus burlas se detuvieran para siempre, pero lo que obtuvo en lugar de un grito y un tirón de pelo fue algo muy diferente.

—Me acabo de enterar del accidente... —la cara morena de Lacey no reflejaba tanto miedo como Lana esperaba y tampoco odio, en su lugar se encontró con un gesto afligido y empático— entiendo que actuaras así... y lo siento... por lo que le ocurrió a tus hermanas y por todo lo que te he hecho...

Esas simples palabras, bastaron para que Lana soltara a la niña que desde hacia dos años se esforzaba por hacerle la vida imposible y retrocediera tambaleante, como si la que había recibido un golpe mortal fuera ella, hasta chocar con los casilleros del otro lado del pasillo. Había comenzado a hipar, llorando por sus hermanos en el hospital y por su reacción.

Lacey no perdió tiempo, y aunque aún le dolía la espalda por la inesperada reacción de Lana, se acercó nuevamente a la niña Loud, envolviéndola en un abrazo que esta vez no fue rechazado. Lana, la niña de complexión algo robusta, con cuello, brazos y piernas firmes, a diferencia del aspecto algo más delicado de su hermana gemela, continuó llorando entre los brazos de Lacey, ensuciando su vestido amarillo con lágrimas y moco... y la niña mayor la dejó hacerlo.

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Ya pasaban de las seis cuando Lincoln llegó, cargado hasta el cuello de bolsas plásticas, a la parada de autobús en la esquina de su casa y aunque aún tenía que caminar por enfrente de otros dos hogares, sospechaba que lo realmente difícil sería subir desde la banqueta hasta su puerta y cómo había predicho, tenía razón. Sus rodillas crujieron y temblaron en protesta por el peso excesivo cada vez que el niño subía de uno en uno los cinco escalones que llevaban a la puerta de su hogar y cuando finalmente alcanzó el pórtico estaba jadeando, luchando por respirar y por controlar los latidos de su corazón. Por suerte, Lincoln había previsto su falta de condición física.

Dejando algunas de las bolsas más ligeras en el piso para poder sacar su llave de uno de los bolsillos de su chamarra, el albino no necesitó mover mucho su brazo enyesado para abrir la puerta y poder volver a cargar las compras del día.

El interior de la casa estaba tranquilo, tranquilo para los estándares a los que se había acostumbrado al menos. Apenas atravesando el marco de la puerta Lincoln pudo oír a Lola y a Lana desde el patio trasero hablando ruidosamente entre ellas, parecía que esas dos estaban teniendo otra de sus peleas… era eso o simplemente estaban jugando a las atrapadas. Lynn roncaba despaturrada en el sillón con la televisión encendida y Lily, sentada a su lado, se esforzaba por dibujar el monstruo de la película en blanco y negro que estaba congelado en la pantalla, la pequeña estaba tan concentrada en sus crayones y hoja de papel que ni siquiera notó cuando la puerta se cerró.

Dejando la sala tras de sí sin hacer ruido para no llamar la atención de ninguna de sus hermanas, Lincoln soltó un suspiro cuando pudo dejar por fin algunas de las bolsas en la mesa del comedor. Apenas era lunes, por lo que era de esperarse que ninguna de las chicas estuviera muy atenta; lo último que Lincoln necesitaba era a…

—Hermano.

Sintiendo que su corazón se escapaba por su garganta, Lincoln se llevó ambas manos a la boca para ahogar un grito. Lucy estaba parada detrás de él, su cara tan carente de expresión como siempre.

— ¡MAL…vaviscos edición especial de Jack un Ojo! —El albino tuvo que recargarse en la mesa para recuperar su aliento—. Lucy… ¡ya te había pedido que no hicieras eso! ¡Me hiciste tirar todo!

Haciendo una mueca de dolor al doblar sus rodillas, Lincoln se agachó para recoger algunos de los envases y frutas que se habían caído de las bolsas.

—Lo siento, Linc —murmuró Lucy avergonzada mientras ayudaba a su hermano a recoger el desastre. Cuando terminaron, ella esperó a que él pusiera el resto de las bolsas en la mesa para volver a hablar—. Co-cómo… este… ¿cómo estás el día de hoy?

El enojo abandonó a Lincoln con esas palabras. Para la mayoría de las personas, Lucy Loud era fría e indiferente, algo así como un ser sin emociones… como Lisa, pero Lincoln la conocía demasiado bien como para poder percibir la preocupación en su voz… al igual que con Lisa.

—Estoy bien, Luz. No tienes que preocuparte por mí —dijo el chico sin hacer contacto visual. Incluso estando escondidos por su flequillo, Lincoln podía sentir los ojos de su hermana recorriendo su rostro.

—He estado trabajando en un nuevo poema —«No me digas» pensó Lincoln tan pronto escuchó la voz monótona de Lucy, pero resistió con toda su fuerza de voluntad el responderle—. ¿Te gustaría escu…?

—Quizá después, Lucy. Lo siento pero ahorita estoy algo ocupado —con su mano enyesada hizo gesto de sacar las cosas de las bolsas.

Lincoln apreciaba su preocupación pero lo último que quería hacer ahorita era escuchar poesía depresiva y perturbadora.

—Claro —La niña gótica al comprender lo que le quería decir su hermano sólo asintió con la cabeza antes de darse media vuelta para volver a la sala—. Estaré en la sala terminando de ver una película con Lynn… por si nos necesitas.

Y al oír esas palabras Lincoln no pudo evitar sentirse nuevamente culpable... por lo que intentando volver a distraer su mente, el pobre se forzó a apresurarse a guardar todas las compras. Luna y Luan aún podrían volver a casa en cualquier momento de sus trabajos de medio tiempo y sería mejor para todos que ellas no se enteraran que había salido a hacer las compras por su cuenta.

Por suerte también tenía una estrategia para terminar rápido con las compras; organizando todo lo de las bolsas según dónde serían guardadas, Lincoln sólo necesitó hacer un viaje para llenar completamente el refrigerador, otros dos un poco más pesados para llevar todo lo de los estantes y un último recorrido bastante liviano para abastecer la pequeña alacena de botanas con… botanas.

Ya estaba guardando los últimos paquetes de galletas proteicas de Lynn cuando su mirada se tropezó con la ventanilla del microondas.

Ese único vistazo a su reflejo en la superficie reflectante del aparato fue suficiente para regresar su mente de golpe a la realidad.

La pubertad estaba siendo amable con Lincoln. Sólo el año pasado había tenido su primer estirón, de sus hermanas en casa sólo Luna era más alta que él y no por mucho. Aún poseía el cuerpo de un náufrago muerto de hambre pero al menos ya se podía adivinar un más que notable ensanchamiento de su espalda. Incluso sus dientes frontales, una vez enormes y quebrados, habían sido corregidos gracias a los implantes dentales que le pusieron el mes pasado. Considerando todo, Lincoln se estaba convirtiendo en un muchacho bastante apuesto…

Ser consciente de todo eso hacía que la visión de aquel ser demacrado y deforme del rostro que le devolvía la mirada a través del reflejo en el microondas fuera aún más repulsiva. Despeinado, envuelto en ropa gastada y sudada, sin contar que el yeso que ya empezaba a apestar, Lincoln lucía y olía terrible. Las enormes ojeras debajo de sus ojos rojos, las cicatrices aún rojas e hinchadas que le arrancaban toda la humanidad del rostro dejando parte de sus mejillas rígidas y sin color… casi dos semanas en casa y ni siquiera se había dado cuenta de lo repulsivo que se veía ¿cómo era que sus hermanas no le rehuían o se apartaban cuando…?

Entonces, un tímido y débil jalón en la parte trasera de sus pantalones hizo que apartara la vista de su reflejo y se girara. Aferrada a la parte baja de su pantalón se encontró a Lily, con sus grandes ojos clavados en su rostro. Sin saber cómo actuar ante el inesperado gesto, Lincoln la levantó del suelo y la rodeó con los brazos para poder cargarla cómodamente y descubrió que Lily, quien durante las últimas dos semanas solía alejarse cada vez que lo veía o respondía pasivamente ante los eventuales roces del día a día o a los aún más escasos intentos por acariciarla, esta vez respondía con aceptación ante el abrazo… incluso se recargó en su pecho y envolvió el cuello de su hermano con sus bracitos.

— ¿Te haspaste? —preguntó Lily en un susurro, esas habían sido las primeras palabras que le había dicho desde que volviera del hospital.

Lincoln no respondió de inmediato. Su pequeña hermanita era la única en la casa que no estaba consciente del accidente que le dio a él las cicatrices y que ocasionó que su inmediata mayor entrara en depresión. La pequeña sólo sabía que algo malo había pasado. Pero Lincoln sabía que significaba "te raspaste" para la nena.

—Sí —dijo.

Lily siguió mirándolo fijamente. Había inclinado un poco la cabeza al no comprender porque la voz de su hermano mayor sonaba triste y eso la hacía parecer un pajarito rubio.

—Muy bien mi pajarillo hermoso, ven conmigo, lo que yo necesito ahorita es descansar mi mente un poco, lo que tú necesitas es comer algo —aun cargando a su hermanita, Lincoln se dirigió al refrigerador, ahora ya lleno, y lo abrió mostrándole a la pequeña todos los alimentos congelados que estaban ahí a la espera de que alguien se interesara por ellos—, dime ¿se te antoja comer algo de lo que nos dejó papá? Puedo recalentar lo que me pidas.

La mirada de la pequeña recorrió un momento las pilas de tuppers repletos de comida congelada, los embaces a medio vaciar de mermeladas y algunos pocos postres y al no encontrar nada que llamara su atención se volteó para encarar nuevamente a su hermano mayor.

— ¡Quie'o sopa!

Los ojos de Lincoln se abrieron y una sonrisa, más de incredulidad que de otra cosa, se posó en sus labios, estirando hasta el límite su piel cicatrizada.

—Lily ¿esperas que yo haga sopa, como "sopa sopa", la sopa de pollo de papá? —la niña no respondió con palabras, se limitó a señalar con su manita a un objeto detrás de su hermano. El niño no tuvo ni que voltearse para adivinar que se trataba del viejo libro de recetas que su padre había armado tras años experimentando en la cocina.

La primera reacción de Lincoln fue negarse, decirle a la niña en sus brazos que él no sabría ni cómo empezar… pero algo en los ojitos de su hermana, llenos de esperanza y fé, lo hizo cambiar de opinión, quizá incluso podría empezar a sentirse un poco más útil en casa cosechando esos pequeños logros como lo era hacer simple sopa… además ¿qué tan difícil sería preparar un poco de sopa si se limitaba a seguir únicamente la receta?

Una hora después, cuando Luna y Luan llegaron finalmente a casa, las hermanas mayores se encontraron con la casa llena de humo y un preocupante silencio casi absoluto en su interior, con los nervios a flor de piel las castañas entraron llamando a gritos a sus hermanas pero se detuvieron en seco apenas entraron al comedor; Lynn mordía con su acostumbrada voracidad una pierna de pollo mientras que a su lado Lucy se llenaba la boca con rápidas cucharadas de una crema verduzca; los escasos restos de comida que sus bocas dejaban escapar se les resbalaban por el mentón sin que les importase. Las hermanas se lamieron los dedos simultáneamente y siguieron comiendo sin reparar en las recién llegadas.

Luna ya estaba por gritarles a sus dos hermanas menores cuando de entre la espesa nube de vapor que flotaba en la cocina salieron las gemelas y Lisa, todas cargando un tazón lleno de esa extraña crema y con una pieza de pollo flotando en medio. Lana no traía sus tenis blancos, seguramente para evitar que lo manchara todo de lodo, y el rostro de Lola lucía una mancha en la mejilla de tierra seca; ninguna de las gemelas parecía acusar la falta de higiene o de confort… y el hecho de que Lisa hubiera decidido por fin salir de su cuarto para comer con las demás era motivo suficiente para celebrar.

— ¡Hola e'manas! —las saludó Lily, encaramada en los hombros de Lincoln, tan pronto como salió de la cocina junto a su hermano. Con una sonrisa plena y radiante, el peliblanco les ofreció los dos tazones humeantes de crema verduzca con pollo hervido que llevaba en las manos a Luna y Luan.

— ¡¿Lincoln…?! —dijo Luan, tomando inconscientemente el tazón que le alcanzaba el niño.

— ¡¿… qué significa esto?! —completó Luna, oliendo casi involuntariamente el delicioso aroma a verduras hervidas que emanaba de la crema en su plato.

La sonrisa sólo creció en el rostro pálido del muchacho antes de responderles.

—Intentamos hacer sopa de pollo con fideos ¿no es así, pajarito hermoso? —dijo Lincoln volteando levemente para ver a Lily quien aún sentada en sus hombros y abrazada a su cabeza sólo se rio por el apodo que le había puesto su hermano—. Pero como pueden ver por el humo… eso no resultó muy bien... aunque por suerte encontramos otra receta de sopa que sólo necesitaba verduras hervidas, caldo de pollo y un poco de leche ¡y como teníamos bastante de eso de nuestro anterior intento decidimos aprovechar!