disclaimer: Inuyasha le pertenece a Rumiko.

¡AL FIN! Les juro que estuve parada mucho tiempo, bloqueadísima y si bien sabía cómo quería terminarlo, no podía. Ahora estoy más en paz y creo que eso se refleja directamente en la facilidad con que he podido volver a escribir. Como notita: Han pasado 6 meses aproximadamente desde que Sesshōmaru llega por primera vez al palacio Higurashi. He tenido la intención de hacerlo desde el primer capítulo, pero siempre se me olvida clarificar las edades con las que me los imaginaba: Sesshōmaru 22, Kikyō 20, Inuyasha 20, Kagome 19, Rin 18.

Muchísimas gracias a Guest, Charli, Guest, Marcela R, Guest, manu, Guest y Angieluz por comentar. No tengo cómo responderles, pero muchísimas gracias por leerme. Al resto con cuenta, ya estoy respondiéndoles (L)


.

Que mil brotes florezcan

III

.


Siempre hay un castigo para quienes intentan ser libres.

Era una verdad innegable para Sesshōmaru desde que había sido muy pequeño: todo aquel que intenta romper las ataduras que lo amarran, termina con éstas alrededor del cuello. Jamás le había resultado un destino cruel, sino algo natural, una parte del ciclo de la vida; aquellos que intentaban ir contra la naturaleza, no tenían otra opción que perder. Patéticos, pensaba cada vez que los veía, porque siempre existían los idiotas que iban en contra del orden natural de las cosas: quienes deseaban grandeza pese a su sangre sucia, quienes deseaban una vida fácil pese a sus deudas, quienes deseaban piedad pese a su crueldad…

Quienes deseaban amor pese a haberlo despreciado.

Sesshōmaru había entendido muy temprano en su vida sus deberes y las expectativas con las que debía cumplir. A diferencia de su padre e Inuyasha, jamás había sentido pesar por el camino ya trazado para él, pues su anhelo no tenía que ver con la libertad, sino con el poder y grandeza que sabía que adquiriría. Si bien había tenido sus pasos trazados desde el inicio, no hubiera cambiado ni uno solo en pos de alcanzar su meta, siendo uno de los pocos afortunados que era capaz de encontrar satisfacción en una jaula de oro. No importaban los barrotes, porque no tenían que ver con sus metas, ni las limitaciones, porque no impedían que viera el horizonte que quería.

Sin embargo, la conoció. Alguien de su sangre jamás debería haber llamado su atención, alguien de su posición jamás debería haberse cruzado con él, alguien como ella jamás debería haberle hecho odiar a los barrotes que lo aprisionaban y maldecir un camino con el que siempre había estado en paz. Ahora, en completo silencio, comprendía que Rin le había hecho ver la vida de una manera que no cambiaría jamás: incluso aunque no influenciara en sus metas, incluso aunque se condijera con su futuro planeado, incluso aunque fuera imposible seguir a su lado, él jamás dejaría que alguien decidiera su camino como había dejado antes.

Rin le había hecho prometer que se verían por última vez cuando volviera, para luego separar sus caminos y alcanzar la grandeza que sólo podrían encontrar separados.

Pero llegaba a su lado casi cinco días más tarde. Había demorado dos semanas en volver a su hogar, debido a que había evitado el camino principal para viajar como incógnito y poder descubrir a Naraku, pero existía un trayecto más rápido, el mismo por el cual había llegado por primera vez al palacio Higurashi, y fue ése el que tomó con Inuyasha y los soldados. Su hermano menor estaba claramente curioso por la prisa que sentía por regresar, lo cual hubiera tenido todo el sentido del mundo en cualquier ser… pero resaltaba en Sesshōmaru.

—Realmente has llegado a querer a esa esposa tuya. ¿No tendrá una hermana? —dejó escapar con una risotada. Estaban a un día del castillo y los desmanes de Naraku ya se hacían notar, con varias aldeas destruidas y bañadas con cenizas, y el idiota de su hermano quería montar una charlita amistosa como si nada.

—La tiene, pero no es estúpida como para casarse contigo —respondió con toda la acidez posible.

Inuyasha frunció el ceño con profundidad. Sesshōmaru había tenido el claro ademán de querer continuar con el viaje y no acampar esa noche, pero había sido él quien debió tomarlo por el hombro y hacerle ver el cansancio de su gente. Si tan preocupado estaba, era natural que sintiera curiosidad por la razón, ya que aquel aspecto de su hermano le resultaba extraño.

—Pues qué lástima por Kikyō, tener que soportar a un imbécil como tú ha de ser agotador —le espetó entonces con verdadera rabia, incluso más consigo mismo que con su hermano. Los meses separados lo habían hecho extrañarlo de una manera que no se hubiera esperado, y ahora estaba frente a él sintiéndose como un idiota por haber tenido sentimientos así—. Con razón no tengo sobrino aún.

—¿Qué insinúas?

—Que con lo insoportable que eres, de seguro no te ha dejado ni tocarla —repuso en afán de broma y al ver que Sesshōmaru se había quedado sin veneno súbitamente ante esas palabras, lo miró con una infinita extrañeza. Su hermano le había revelado algo de su intimidad sin siquiera notarlo y no dejaría pasar esa oportunidad para responder su duda recién formada—. ¿No han compartido lecho aún? No entiendo. Te ves tan… feliz, por más extraño que sienta usar esa palabra en ti. ¿Cómo es que estás así si es que tu matrimonio es un desastre?

Sesshōmaru miró largamente a Inuyasha en silencio, sin dejar escapar ni un ápice de lo que estaba pensando en aquel momento. Siempre había sido así de indescifrable e inalcanzable para Inuyasha, desde pequeño parecía que sólo era necesario estirar el brazo para comprender que, en realidad, jamás sería posible llegar a él. Nunca habían sido particularmente fraternales, su entendimiento era mediante peleas contra otros o ellos mismos, pero en aquel momento Inuyasha comprendió que realmente deseaba entender lo que su hermano estaba pensando. ¿Cómo alguien con una perspectiva tan amargada de la vida encontraba una pasión tan grande como para cabalgar día y noche de vuelta a ella?

—Respóndeme o no te dejo dormir —instó Inuyasha, secretamente atesorando el tiempo que pasaba con su hermano en esos momentos.

Sesshōmaru dejó escapar un bufido de exasperación, a sabiendas de que Inuyasha era completamente capaz de cumplir su promesa, y no deseaba carecer de las horas de sueño que necesitaba para enfrentarse a Naraku y su posible emboscada. El castillo estaba bien oculto y sobre una colina, pero con los casi cinco días tarde que llegaría…

—Hay brotes que incluso florecen en invierno —fue su única respuesta.

Inuyasha nuevamente frunció el ceño, esta vez empapado de confusión.

—¿Y eso qué mierda quiere decir?

—Que te duermas o te decapito.

x::x::x

Inuyasha giró su cuello una vez más, con la esperanza de que sus tensos músculos cedieran un poco, viendo con insistencia la espalda de Sesshōmaru. Según sus palabras, faltaba poco para llegar al castillo, y parecía mucho menos nervioso que él, que sentía la piel de gallina, pues la ceniza venía nublándole el olfato por varios kilómetros. Miraron en silencio el pueblo acaecido por la desgracia, y en el río que corría alrededor de la colina donde se ubicaba el palacio parecía fluir el fantasma de humo y sangre, tal fue el panorama que Inuyasha calló mientras subían el camino hasta dar con las puertas del que había sido el hogar de Sesshōmaru por mucho tiempo.

No sabía qué esperaba encontrarse, pero fue igualmente impactante para su vista el imponente castillo Higurashi cubierto de cenizas y todo el desastre fue lo único que necesitó para ver con claridad en su memoria cómo podría haberse visto el fuego que engullía aquella bella pieza de arte. Los muros habían caído y los soldados guardaban el lugar donde antes se encontraba la puerta. Pese a eso, el interior del castillo parecía bastante movido y varias voces se cernían por sobre el bullicio, muchas personas rondando y trabajando para recuperar lo perdido.

Inuyasha se acercó con una sonrisa a Sesshōmaru pensando que los bandidos parecían haberse retirado ya, pero al captar su semblante todo gesto de alegría se retiró de su rostro. Por primera vez en su vida, Sesshōmaru se encontraba perplejo por un panorama tan desolador. De alguna forma, ese palacio se había convertido en parte de su hogar y verlo destruido hería su orgullo, necesitando un segundo para procesarlo.

Con seriedad, se volvió a Inuyasha:

—Busca a Kikyō inmediatamente —arguyó—. Este clan no puede ser salvado sin ella. Averigua si está herida.

No quiso decir más posibilidades. No podían existir más posibilidades.

Inuyasha asintió, extrañamente diligente, pero no pudo evitar soltar su duda al aire:

—¿Dónde irás tú?

—El deber de un hombre está al lado de su esposa.

—Tienes razón —concedió Inuyasha con obviedad.

Sesshōmaru lo miró en silencio, sintiendo la misma obviedad del razonamiento tras su decisión de a quién recurrir primero.

—Búscala, yo iré en seguida.

Inuyasha parpadeó confundido, pero Sesshōmaru ya le daba la espalda mientras cabalgaba hacia un área del castillo en la que Inuyasha creyó que no había manera en que estuviera Kikyō.

Mientras galopaba con parsimonia entre la destrucción como un mero espectador de una desgracia antigua, y sus atentos ojos buscaban al objeto de su mayor preocupación, recibió varios saludos y bienvenidas calurosas de aldeanos y sirvientes que lo conocían. Sesshōmaru asentía en silencio, a sabiendas de que lo que deseaba preguntarles los delataría de inmediato, y quien pagaría en una situación como esa no sería él, sino…

—Rin —reconoció en medio de la multitud, un peso cayendo de su pecho al fin y permitiéndole respirar al vislumbrar su espalda en medio de varios pacientes acostados en la tierra.

Dejó su caballo en manos de alguien más y caminó presuroso hasta su lado. Tenía que corroborar que su existencia seguía siendo real, que sus manos aún eran cálidas y que esa espalda no pertenecía a otra persona. Debía tenerla entre sus brazos para poder estar tranquilo al fin.

Una sombra más alta que ella se irguió por detrás y, al voltearse con extrañeza, él vio en primer plano como sus ojos mutaban desde la más absoluta sorpresa hasta tornarse acuosos por su sola mirada.

—Sesshōmaru-sama… —fue lo único que musitó al voltearse a verlo, corroborando si acaso su presencia era real. Cuando sus ojos mostraron alivio, Sesshōmaru comprendió que ella también podía respirar ahora que lo veía—, ha vuelto. Sano y salvo… ha vuelto al fin.

Ambos supieron de inmediato que era inevitable que ella se amarrara a su pecho con toda la naturalidad del mundo, siendo algo que podría pasar en cualquier momento. Sesshōmaru la miró envuelto en silencio por un breve segundo, para luego voltearse y caminar hacia un lugar donde sabía que no los molestarían por un tiempo: la habitación de Rin. Ella captó sus intenciones y le dio unas indicaciones al chico que se encontraba ayudándola a atender; después de todo, estaba exhausta y tomarse un respiro era lo que necesitaba para atender a las personas de la mejor forma.

El camino fue silencioso. Sesshōmaru observó de reojo lo cansada y abatida que se veía Rin mientras caminaban por las ruinas en que había quedado el palacio. El fuego siempre era un aliado impecable y voraz, destruyendo todo a su paso… incluso en él provocaba algo el ver al palacio así de destruido. No transitaba nadie mientras más se acercaban al cuarto de los sirvientes, todos trabajando incansablemente para recuperar lo perdido, y cuando ingresaron a la habitación de Rin, él cerró la puerta para poder crear eso que tenían que sólo tenía sentido para ellos y que sólo era posible entre cuatro paredes.

Rin abrió la boca para decir algo, pero Sesshōmaru se abalanzó contra ella para besarla con rapidez. La espalda de Rin chocó con la pared y quedó encerrada entre ésta y el cuerpo de Sesshōmaru, con sus manos agarrando el borde de su rostro y besándola con tanto ahínco que le dio un vuelco el corazón. Las palabras no eran necesarias ahora, pensaba Sesshōmaru, pues eran un gasto de tiempo. Si Rin estaba sana y salva, significaba que Kikyō había cumplido su promesa, por lo que entendería también si demoraba en reunirse con ella.

Siguió besándola por un par de segundos hasta que notó las mejillas húmedas de Rin. Confundido, se separó al comprender que estaba llorando, a lo cual él pasó su mano por el borde de su rostro, limpiando sus lágrimas. No entendía qué estaba pasando, por lo que sólo atinó a preguntar:

—¿Ya no soy de tu agrado?

Rin soltó una risita en medio de su llanto que sólo logró confundir aún más a Sesshōmaru.

—No diga estupideces. —En medio de su llanto, una sonrisa. Una casi enternecida, casi maravillada por su inocencia, como feliz de lo ignorante que era en ese momento… y luego, su mirada bajó con tristeza por tener que ser la persona que reventara su burbuja de feliz ignorancia—. Creí que lo sabía —murmuró apenas, lo que hizo a Sesshōmaru ladear la cabeza muy levemente—, pero esto demuestra que no.

Rin se refugió en el pecho de Sesshōmaru, quien la rodeó con sus brazos de forma casi instintiva: parecía hecha para calzar allí. Él supo de inmediato que había hecho eso para no tener que mirarlo a los ojos, pero no entendía qué podría haber pasado. Por su abrazo, no era que deseaba dejar su lado aún, pero sus palabras… Los ojos de Sesshōmaru se abrieron con sorpresa y bajó su mirada al bultito que era Rin entre sus brazos, pensando en si acaso lo que deseaba decirle era que estaba encinta.

Apenas abrió la boca, la risita melódica de Rin llegó a sus oídos.

—No es lo que está pensando, pero sí tiene razón en que son malas noticias. —Sesshōmaru meditó brevemente en que aquellas no serían malas noticias, con un tinte nostálgico en sus pensamientos, al saber que aquello nunca sería posible—. Atacaron el palacio poco después de que usted se fue. Nos tomaron por sorpresa, pero Kikyō-sama tenía la idea de que algo así podría pasar, por lo que estaba preparada.

Rin se separó finalmente de su pecho para verlo al darle la noticia, lo cual hizo que fuera capaz de ver cómo se formaba una idea de lo que había pasado. Ella buscó sus manos para tomarlas entre las suyas y tomó aire para decirle dónde estaba su esposa, cuando, de pronto, la puerta de su cuarto se abrió de sopetón y ambos miraron hacia ésta. Sesshōmaru por instinto se posicionó frente a Rin, con un brazo aún en contacto con ella para mantenerla contra su espalda.

Fue en cuanto reconoció el rostro que gritaba la noticia que comprendió su error.

—Sesshōmaru, ¡Kikyō ha sido secuestrada por el bastardo!

Hubo un gran silencio por un segundo.

No fueron necesarias las palabras para que Inuyasha entendiera. En medio de lo atónito que estaba por la escena, fue capaz de comprender que Sesshōmaru protegía con recelo entre sus brazos al brote que había florecido pese al invierno que enfrentaba en su vida: su amor por aquella sirvienta.

x::x::x

Al amanecer del día siguiente, las cigarras entonaban sus melodías con alegría pese a las cenizas en las que caminaban. Sesshōmaru miraba en silencio las copas de los árboles desde donde los pájaros cantaban y los traviesos rayos del sol comenzaban a iluminar tímidamente. El barullo del día anterior no existía a esas horas, donde sólo él, su hermano y un par de soldados confiables partirían en dirección a montañas más internas incluso que el castillo Higurashi: hacia un lugar donde había interminables cuevas y se sabía que se escondían bandidos temibles, hacia el escondite de Naraku.

Unos pasos se acercaron a él, casi insonoros, casi fantasmagóricos. Apenas la vio de reojo y comprendió que no quería importunarlo. Rin inhaló con tristeza al ver lo serias que estaban las facciones de Sesshōmaru, deslizando entre sus ropajes el regalo que le tenía y apenas rozando sus manos. Estaban solos, pues el grupo se encontraba alistando a los caballos aún, por lo que les dio un poco de tiempo, pese a que cualquiera podría aparecer.

No obstante, luego del día anterior, el ambiente entre ambos estaba extraño. Sesshōmaru no había dado explicaciones a Inuyasha, ni él tampoco había preguntado nada, para su sorpresa. Aun así, Rin y él habían tomado distancia: con la noticia de Kikyō desaparecida, ninguno se sintió capaz de dormir en la misma cama.

—Le he hecho almuerzo —dijo ella, mientras Sesshōmaru la miraba en silencio. Había notado que le había entregado un paquete a cada soldado, apoyándolos de la única forma que podía. Su mirada se suavizó en cuanto se posó en ella, y Rin miró insegura hacia ambos lados, y cuando corroboró que se encontraban solos, envolvió sus manos en las suyas frente a su pecho. Sesshōmaru las contempló sin expresar nada, salvo con sus ojos—. Lamento lo que pasó.

Estaba más silencioso que de costumbre, pero ella lo entendía y él sabía que lo hacía. En medio de su mutismo, se agachó lo suficiente para depositar un casto beso en su frente y mirarla mientras los ojos castaños se le anegaban en lágrimas. Sesshōmaru supo de inmediato qué diría Rin.

—No puedes ir conmigo —clarificó de inmediato. Rin parpadeó con fuerza y las lágrimas recorrieron sus mejillas.

—Quiero ayudar a Kikyō-sama… quiero ayudarlo a usted… ¡No quiero ser una inútil!

Sesshōmaru liberó una mano para acunarla contra la mejilla de Rin. Comprendía su pesar ante la imposibilidad de hacer algo ahora por su querida amiga y señora, pero no podía permitir que alguien sin experticia fuera a su lado, menos ella. Sólo conseguiría dañarse. Además, por primera vez en la vida, Sesshōmaru comprendía que no había necesidad de asesinar para hacer cosas importantes.

Las lágrimas de Rin cesaron en cuanto lo miró a los ojos y comprendió lo que quería decirle. Sus manos también eran útiles, sólo que no para pelear; alguien debía sanar y mantener la moral de las personas. Sesshōmaru también comprendía que ése no era su rol, sino el de ella.

A lo lejos se escucharon pasos, por lo que Rin dejó ir las manos de Sesshōmaru con menos rapidez de la debida, intentando alargar un poco más el momento, pero a sabiendas de que no se podía. Sesshōmaru la miró de tal forma que Rin comprendió el pesar que provocaba en él el tener que separarse para no ser descubiertos, pero Rin sabía que era ella quien debía poner límites. Se quedaron en silencio, mirándose el uno al otro, separados por varios centímetros, y cuando llegó Inuyasha finalmente, sintió que aquello era incluso más íntimo que el abrazo del día anterior.

—Ya nos vamos —avisó, tosiendo incómodamente. Dándole una ojeada a la situación y al par de ojos que tenía encima, sugirió, no menos embarazosamente—: puedo irme para que se despidan.

Incluso Rin comprendió lo que estaba implicando, sonrojándose al respecto. La mirada de Sesshōmaru se tornó mucho más dura que antes, espetando mientras comenzaba a caminar:

—Imbécil.

Rin miró su espalda con cariño y pidiéndole al cielo que Sesshōmaru siguiera sin voltearse.

Y así lo hizo.

El menor corrió para acortar el tramo que los separaba, dedicando una mirada titubeante a Rin sin ser capaz de decirle algo. Hubo un silencio largo e incómodo para Inuyasha, en el que tenía toda la pinta de querer preguntarle qué estaba sucediendo, pero se vio interrumpido por el llamado de Kagome.

—¡Cuñado!

Esa vez no le molestó el apelativo a Sesshōmaru, pues su mente se encontraba en el bienestar de Kikyō. Sabía que era brutalmente fuerte, tanto en cuerpo como espíritu, pero Naraku era conocido por ser despiadado y no volvería a sentir templanza hasta que lograra acabar con él y traer a su amiga de vuelta a su palacio. Aun así, Inuyasha, ajeno a que ella era la hermana de su esposa, respondió casi ofendido:

—¡Tú y yo no estamos casados!

Kagome, quien no había posado la mirada en Inuyasha, parpadeó igual o más de ofendida. Sesshōmaru tuvo que contener un suspiro y, mientras se alejaba, escuchó la airada respuesta de su cuñada y obtuvo especial placer al imaginarse la vergüenza de su hermano ante su estúpida interrupción.

—Sesshōmaru está casado con mi hermana. ¿Quién querría estar casada contigo?

Alistó los últimos detalles en pocos minutos y no demoraron en partir. Guardó con especial cuidado el almuerzo que Rin le había preparado y, lleno de determinación de volver a casa con Kikyō y a los brazos de Rin —y continuar con ese juego ridículo que habían planteado entre los tres, pero que tenía sentido para ellos—, inició su aventura.

No tuvo mucho tiempo de descanso, pues Inuyasha cabalgó a su lado, resoplando:

—Esa chica está montada en un caballo. ¿Quiere venir a la expedición?

—Lo hará —fue su escueta respuesta—. Todo lo que nos sea útil lo ocuparemos.

—Bueno, pero no me pidas que la proteja, porque estaré ocupado en acabar con cosas importantes.

—Esa actitud engreída es una deshonra como cabecilla de los Taishō, no tienes victorias de las que jactarte aún. Es más probable que ella te proteja a ti. Conoce tu lugar.

Las mejillas de Inuyasha ardieron, pese a que hizo todo lo posible por no demostrar su vergüenza frente a su hermano. Sabía de sobremanera que jamás lograría llenar su lugar: el mítico heredero de un clan de guerreros que tenía la inteligencia del más peligroso estratega. Toda su vida él había sido su meta, su impulso a ser cada vez mejor, pero le había sido arrebatado de su lado al ser prometido con una mujer en tierras lejanas. Nunca admitiría en voz alta la extraña forma de cariño que le tenía a Sesshōmaru y él tampoco haría algo así, aunque eso conllevaba también que se conocieran perfectamente. Compañeros en batalla que no necesitaban hablarse para entenderse.

Por lo mismo, Sesshōmaru supo de inmediato qué es lo que diría Inuyasha ahora que estaban solos, en el frente del pequeño grupo de soldados que llevaban consigo. Inuyasha, por su parte, sabía que Sesshōmaru le contestaría.

—Cuando volviste a nuestro hogar, creí que te habías enamorado de tu esposa. —Inuyasha ojeó a Sesshōmaru, sin ver ni siquiera un pestañeo diferente al usual. Su hermano ya sabía de su curiosidad de antes y, de haber querido detenerlo, ya lo habría hecho, así que prosiguió—. Cuando supiste de la noticia de que atacaron, lo pude ver en tu rostro… Te arrepentías de haberla dejado sola. Pero no era a Kikyō, ¿cierto?

Inuyasha hablaba como si tanteara terreno, pero ambos hermanos sabían que no se detendría hasta obtener lo que deseaba saber. Así había sido siempre su relación; ambos entendiendo al otro incluso en sus silencios, incluso en los momentos en que no se soportaban… Sesshōmaru sintió algo en el pecho parecido a la nostalgia por un breve segundo, recordando cómo Inuyasha solía escaparse cuando pequeño para acompañarlo en sus solitarios entrenamientos de equitación y no callaba en ningún segundo, preguntándole un montón de cosas hasta que cedía a responder alguna.

Aun así, no tenía respuesta a esa pregunta. Kikyō y su paradero eran importantes para él, pero ella era fuerte y criada para pelear. Rin, por otro lado, había sido formada para cuidar al resto y él había terminado orbitando a su alrededor, queriendo cuidarla también. Había sido su primer pensamiento al escuchar de lo cerca que estaba Naraku y la primera persona a la que había vuelto.

Le había respondido a Inuyasha que el deber de un hombre estaba al lado de su esposa. Así se había sentido realmente al volver, al buscarla, al tomarla entre sus brazos y poder respirar profundo al notar que estaba a salvo. Aquello que nunca podría ser, pero que deseaba; el futuro que ahora lo atormentaba en sus sueños; las manos que no podía tomar; la persona con la que quería compartir su futuro…

—Rin —fue el breve susurro que terminó por responderle a Inuyasha, quien abrió la boca al comprender qué significaba aquello—. Su nombre es Rin.

Permanecieron en silencio por un tiempo más, aunque Sesshōmaru pudo sentir la confundida mirada de su hermano menor en su espalda. Los paisajes frente a sus ojos se tornaban cada vez más gélidos y alejados de la primavera del castillo, por lo que podía sentir que estaban cerca del lugar. En sus pensamientos, se dijo que no había forma en que Kikyō estuviera muerta, lo cual le permitió conservar su calma y ceder a tener el almuerzo antes de continuar a pie, pues un pelotón montado en caballo era un blanco demasiado fácil.

—¿Qué se siente que te hayan dejado a cargo de los caballos? De seguro te ven como el inútil que eres.

—¿Y tú qué sientes al pensar que tu hermano te lleva consigo probablemente para que mueras al fin?

Bastó una mirada de Sesshōmaru para que Kōga e Inuyasha pararan la disputa. Ambos tenían una relación basada en insultos, pero sabían que podían tener la espalda cubierta cuando estuvieran acompañados del otro. Kōga había sido acogido por su padre luego de que su clan hubiera sido masacrado por los soldados de Naraku, y pese a que deseaba ir, comprendía que su misión era la más vital para regresar a salvo, pues sin caballos, quedaban atrapados en las gélidas montañas donde parecía siempre ser invierno.

Recordó el almuerzo que le había entregado Rin antes de partir. Era igual al de los demás soldados, pero tenía un pequeño detalle que sólo él entendería: una pequeña áster violeta envuelta como único mensaje. Un corazón que confiaba en él, reconoció de inmediato, recordando los primeros momentos en que se había visto inclinado a leer sobre flores y comprender el mundo como ella lo hacía. Ahora, casi medio año después, luego de tenerla entre sus brazos, él también quería sentir ese mensaje como real.

—Ves esa pequeña flor como si fuera algo interesante.

—Métete en tus asuntos —replicó, cerrando la palma con cuidado de no aplastar la flor, y alejándose de inmediato.

Allí estaba: el momento en que Inuyasha ya había procesado la información y no podía callar más. Lo había esperado, pero eso no lo hacía menos molesto. Inuyasha lo siguió sin pena alguna y permaneció mirándolo unos segundos en silencio, pese a que había comenzado a comer con la férrea determinación de ignorar a su molesto hermano menor.

—¿Es tu concubina?

Ah, el afán de arruinarle la vida. Sesshōmaru lo miró con el ceño fruncido, incorporándose pues su almuerzo estaba arruinado.

—No.

—Estás mal de la cabeza —repuso entonces Inuyasha, mirándolo como si realmente estuviera loco—. El otro día me confiesas que no has compartido lecho con Kikyō, ahora esto… —Con un suspiro, soltó en burla—: ¿Es que realmente la ves como si fuera tu esposa?

El silencio de Sesshōmaru hizo que Inuyasha abriera la boca, comprendiendo por qué era incapaz de negar aquello. Antes de que pudiera decir más, su hermano mayor se volteó, cortando:

—No requiero de tus sermones.

—¡Te fuiste! Desmereciste todas las preocupaciones que el viejo y yo teníamos por tu felicidad y… y te fuiste. Dejaste la carga de ser el nuevo líder en mí y estás haciendo todas estas estupideces sin pensar en nadie. ¿Cómo pretendes que el clan se las arregle si tu alianza con Kikyō termina?

Al volverse, vio claramente la molestia de Inuyasha por su decisión: manos empuñadas, ceño fruncido e incapaz de verlo a los ojos. Entonces era como su padre, también le dolía y hartaba que alguien decidiera su destino, mientras que él en otros tiempos se hubiera adaptado sin rechistar. Nunca creyó que llegaría el día en que se sintiera parecido a Inuyasha, pero allí estaba. Entendía su molestia y, para su sorpresa, no le molestaba su actitud.

Por el contrario, estaba secretamente orgulloso de que supiera plantarse contra las cosas que no le parecían.

—No debes por qué preocuparte —respondió con altivez, haciendo parpadear sorprendido a su hermano—. Yo tomaré cuidado de todos.

—¿No estás harto? —inquirió Inuyasha de pronto, sin parar a pensar y simplemente expresando lo que sentía—. Yo… no quiero esto. Nunca quise ocupar tu lugar. Es jodidamente agotador y todos esperan que te sacrifiques por ellos.

Sesshōmaru lo miró en silencio de una manera que hizo que Inuyasha entendiera que sí había cambiado lo suficiente para sentirse harto en esos momentos. No era de su gusto tirar el destino de su hermano por la borda para que él pudiera caminar, aunque debía reconocer que, por primera vez en su vida, se había dedicado a vivir por él. Sabía que en algún momento debería enfrentar las consecuencias de su relación con Rin, pero se había permitido no odiarse por eso y pensarlas luego. Ahora era luego, lo veía en el rostro de Inuyasha.

—¿Qué es lo que quieres para tu vida, Inuyasha? —fue la respuesta de Sesshōmaru. Su hermano lo miró con sorpresa, pues había esperado silencio de su parte.

—Yo… —Inuyasha inhaló profundamente— sólo quiero escoger mi destino.

—Y mis decisiones están interfiriendo con eso —aseveró Sesshōmaru, mirándolo. Inuyasha no pudo más que serle sincero al notar que las palabras de su hermano trataban de llegar a él, diciéndole que así era—. Una vez que recuperemos a Kikyō, todo será como siempre.

Inuyasha no pudo evitar pensar en cómo miraba a Rin. ¿Realmente planeaba deshacer eso ahora? Iba a abrir sus labios para decirle que no lo hiciera, pero Sesshōmaru anunció al resto escuetamente que era hora de continuar el viaje. Los más versados lo acompañaron, era un pequeño grupo, lo necesario para no ser descubiertos, aunque los ojos de Inuyasha no podían dejar de perforar la nuca de Kagome, puesto que su hermano había decidido que era suficiente conversación por un día y tenía que enfocarse en otras cosas.

Irritada, le dio una significativa mirada de desagrado.

—¿Cuál es tu problema conmigo?

—No deberías estar aquí, sólo estorbarás —respondió con obviedad, a lo que Kagome encajó la mandíbula con fuerza para no responderle el insulto. La sonrisa victoriosa se le borró del rostro en cuanto la pesada mirada de su hermano dio con él.

Iba a responder el tácito regaño de Sesshōmaru, cuando, de pronto, un hombre saltó frente a él. Inuyasha abrió los ojos con sorpresa y se retiró rápidamente hacia atrás, captando que en sus alrededores se abalanzaban varios soldados. Naraku tenía preparada una sorpresa. El filo de las espadas se hizo sonoro de inmediato e Inuyasha comprendió que aquel hombre lo tenía entre sus garras, no habría forma de no salir herido.

Mierda, está muy cerca.

Su mano sólo alcanzó a rozar el mango de la espada cuando el hombre caía abatido frente a él: una flecha le perforó la garganta con tal precisión que el menor de los Taishō tembló. Inuyasha miró con los ojos muy abiertos a su espalda, dando con el versado arquero que le había salvado la vida. No se esperaba esa sonrisa precisamente…

—Mi nombre es Kagome, no lo olvides cuando me des las gracias.

Y cuando caminó sin siquiera mirar hacia atrás, Inuyasha captó la esencia del perfume que envolvía el cabello azabache, y, parpadeando aún atónito, en un rincón de su ser supo que jamás la olvidaría.

—Kikyō debe estar cerca —le musitó Kagome a Sesshōmaru, quien vio el anhelo en sus ojos de volver a tener a su hermana cerca. Le asintió, pues pensaba lo mismo, observando el paisaje de soldados caídos de Naraku.

La entrada a su guarida estaba detrás de una cueva húmeda y lúgubre, pero que escondía un palacio con aspecto abandonado. De manera implacable comenzaron a avanzar, venciendo a cada soldado que se les plantaba adelante. Pasear por los pasillos del castillo fue inquietantemente fácil, algo que Kagome vociferó con la voz algo temblorosa, con el claro miedo de que Naraku ya hubiera emprendido una huida tras la cual no podrían encontrarlo. Eran sólo los tres en ese momento, ya que el resto se había quedado atrás asegurando que avanzaran. Inuyasha se encontraba aclarándole a Kagome que un enemigo de tal calibre no perdería la oportunidad de pelear con un Taishō bajo ningún punto de vista, cuando Sesshōmaru abrió dos ostentosas puertas que claramente daban hacia la habitación principal.

Incluso en el rostro del mayor de los Taishō se coló algo de consternación al notar la mancha de sangre en medio de las sábanas. Inuyasha, con la boca abierta, iba a comenzar a hablar cuando escuchó una potente voz que inspiraba respeto incluso pese a ser un siseo calmado:

—Bienvenido a mi hogar, Sesshōmaru.

Apenas había analizado el sonriente rostro del hombre que era la mayor amenaza para su clan en aquel momento, cuando su espada ya había chocado con la de él. El resto de sus soldados permanecían peleando con los de Naraku y en la habitación sólo se encontraban él, Inuyasha y una silenciosa Kagome que observaba con lágrimas en los ojos esa mancha de sangre en las sábanas. Era pequeña, pero comprendió de inmediato su significado.

Una sola mirada de Sesshōmaru bastó para que Inuyasha comprendiera y fuera con Kagome a recorrer el palacio en busca de Kikyō mientras ambos peleaban. Así tampoco tendría que preocuparse por ellos.

Naraku tenía el aspecto de un joven heredero: ropas exquisitas, largo cabello adornado con ornamentos y una espada preciosa y mortal entre sus manos. Los había estado esperando y su entrada triunfal había sido por la misma puerta por donde debió haber cargado a Kikyō hasta la cama… Los ojos dorados de Sesshōmaru recorrieron el lugar con ira pintada en ellos, lo cual hizo sonreír a Naraku.

—No hay necesidad de pelear más. Ya tengo todo lo que te pertenece: he destruido tus tierras y Kikyō es mía.

—No existe tal cosa como poseer a una persona —hizo saber Sesshōmaru de manera imponente—, y son los rasguños de tu rostro la prueba más tangible de aquello.

Naraku frunció el ceño con rabia y contraatacó con más fuerza. Era versado, pero no era Sesshōmaru: fácilmente podía responderlos, aunque eso no quitaba que fuera la persona más capaz con la que había luchado, sin contar su padre. Así que era él… la persona que había destruido sus terrenos y había ido lo más lejos posible con tal de destruir todo lo que creía que le pertenecía. Podía ver en sus ojos el profundo odio que le profesaba, pero no la razón.

Hasta que todo calzó cuando logró asestarle un golpe que reveló un poco de su piel. Quemada, aún rojiza, horrible… algo que sólo una persona de ojos suaves podría intentar sanar, algo que sólo Kikyō podía cuidar. Rin le había comentado que una persona solía ver a Kikyō constantemente hasta que ella lo había rechazado, eso hacía un año; desde allí, aquel bandido había comenzado a ganar fama con tal de ser capaz de lograr llegar a su estatus y ser un candidato elegible, pero una noticia había destruido toda esperanza: la heredera de las Higurashi se casaría próximamente y estaban buscando un prometido. Muchos nombres surgieron, pero los Taishō fueron los más renombrados: era un clan guerrero, pero también sumamente famoso por ser educados y magistrales, con arcas llenas de oro.

Eran la mejor opción, la clara opción… y él tenía que destruirlos. Naraku hizo su misión personal la caída del clan Taishō, de modo que no fueran candidatos elegibles y los ojos de las Higurashi lo señalaran a él como la verdadera opción, como la única opción. Su ira había sido inconmensurable al oír que el matrimonio se había llevado a cabo de igual manera, siendo que él cada vez crecía más en riquezas y gloria en batalla.

Quería destruir a Sesshōmaru, robarle todo lo preciado y más, partiendo por Kikyō. Había querido reír ante el egocentrismo del Taishō al hacer famosa su ida a su hogar, creyendo que iría tras él, siendo que estaba dejando lo que le era realmente preciado desprotegido y listo para ser tomado. Aún ardían las uñas de Kikyō contra su piel, pero no más que el fuego infernal en el que ardía por ella.

Su ira se acrecentaba con cada golpe que le daba la espada de Sesshōmaru y perdía cada vez más el control contra sus fuertes contraataques. Entonces cayó al suelo, viendo a Sesshōmaru en toda su altura. No fue atacado de inmediato, ya que su hermano y Kagome volvían con semblante sombrío, dándole a entender que no se encontraba en ese piso. Los profundos ojos de oro que decían estar malditos se posaron silenciosamente en la figura de Naraku, quien soltó una gran carcajada.

—La usé y la deseché como la basura que era.

Todos en el lugar se hundieron en un profundo silencio al comprender la ira que había provocado en Sesshōmaru aquellas palabras, rebanando el cuello de Naraku lo suficiente como para resultar letal, pero no para ser piadoso y rápido. Un ataque así sólo podía significar el odio que sentía hacia aquel ser en aquel momento. Kagome abrió los ojos con horror al procesar las palabras que Naraku había dicho, volteándose para tomar algo de aire y convencerse de que aquello no era verdad.

Naraku miró con odio aquellos fríos ojos dorados que le dijeron:

—Ahógate en tu propio aliento.

Volteándose, comenzó a salir de la habitación. Inuyasha titubeó al ver a Naraku gorgorear y agarrarse la garganta y la indiferente espalda que comenzaba a alejarse de Sesshōmaru, preguntándole:

—¿No lo acabarás?

Sesshōmaru lo miró de reojo de una manera que Inuyasha entendió que decía «No lo merece». Paró un segundo al lado de Kagome, quien lo miró con los ojos llenos de determinación en vez de lágrimas, diciéndole que debían comenzar a buscar en el resto del castillo de inmediato, a lo que él asintió, con la certeza en su interior de que Naraku no podría estar hablando en serio, de que se jactaba de una mentira…

Luego de pasear por todo el castillo, sólo lograron encontrar un cuerpo incinerado.

x::x::x

Todos los ojos estaban sobre él al día siguiente.

Por primera vez en su vida, no es algo que le irrita, pues incluso él estaba atento a sus propias reacciones en un momento como aquel. Naraku había sabido quitarle algo que no tenía idea de que le resultaba tan importante, a su primera amiga, la primera persona con la que había sentido que no lo miraba hacia arriba, quien le decía las cosas de frente sin miedo a repercusiones, porque bien sabía que él poco o nada podría hacer.

En el momento en que había partido hacia el hogar de las Higurashi, jamás habría imaginado que se encontraría en la posición en la que estaba en ese momento, con pesar hundiendo un poco su pecho, con ira bullendo en sus venas. No había llegado a odiar la idea de Kikyō —una esposa, una futura madre de sus hijos—, ni siquiera cuando fue obligado a cambiar su hogar y posición, ni tampoco tuvo tiempo de hacerlo en cuanto la conoció. Su indiferencia hacia ella había durado poco, ya que sus ideas sobre la libertad y lo injusta que a veces le sabía la vida que le había tocado habían logrado calar en fondo de él, tanto que si miraba hacia a un lado allí estaba a quien quería como compañera de vida, a quien había logrado tener entre sus brazos por el empujón que la misma rebeldía de Kikyō le había dado.

El funeral fue triste, incluso más que el incendio del castillo.

Mientras avanzaba entre las hileras de las personas que habían ido a pagar los respetos a la heredera de las Higurashi, la querida cabecilla de la familia, no sintió necesidad de mirar hacia otro lado que no fuera adelante. Kikyō no lo querría de otra manera. Sabía del llanto de Rin, a quien ya había pasado hacía un par de segundos —relegada hacia atrás para que los peces más gordos pudieran tener la primera fila—, y también escuchó el de Kagome al llegar al frente, aunque su mirada captó de reojo que Inuyasha se encontraba a un lado de la ahora cabecilla de la familia.

Llegado al lugar donde iba a ser llorada Kikyō, incluso a Sesshōmaru se le hizo triste la idea de que no hubiera cuerpo que enterrar. Debido a que había quedado casi reducida a cenizas, no fueron capaz de recuperarlo de las montañas y no era seguro volver tan pronto, sin ser conscientes de qué bandidos habían quedado con vida.

Fue una ceremonia larga y más agotadora de lo que esperó. Vio en los ojos de Rin sus propias ojeras, y también el entendimiento de que requería estar solo más tiempo para procesar la pérdida y planear su siguiente paso; ella le sonrió, porque sabía que sus almas estaban conectadas incluso durante el sufrimiento, y también necesitaba estar sola para llorar a su querida amiga y casi hermana. No había necesidad de que se hablaran en esos momentos; por esa vez, el apoyo que necesitaban era espacio, y ambos supieron entenderlo.

Sesshōmaru tenía claro su futuro: asesinar de la manera más sanguinaria posible a toda persona del clan de Naraku para que no le quitase nada más valioso, pero algo cambió completamente la visión de sus cosas. Luego del funeral, exhausto por el largo día, mientras se quitaba los ropajes funerarios, un pequeño papel captó su atención por el rabillo del ojo, descansando bajo el florero que hacía tiempo no guardaba las flores de Rin. Al desdoblarlo, una flor cayó al piso y sólo una frase lo recibió:

En el lago.

Reconociendo la flor, Sesshōmaru abrió los ojos con sorpresa.

x::x::x

Fue, como supuso que quería la persona que dejó la carta, a altas horas de la noche al lago cercano al palacio. A nadie le extrañaron sus pasos, pues como buen Lord del lugar, era incuestionable. Logró salir sin guardia del lugar, bajó la colina y siguió el río, alejándose del poblado y acercándose al lago. Seguía sin saber qué esperar del futuro, ya que no deseaba guiar a un clan que no era el suyo y menos unir su vida con Kagome, para quien parecía que otro Taishō tenía ojos ahora. La muerte de Kikyō había servido como un recordatorio de lo atado que seguía estando…, a un clan que no quería, quizás a una nueva mujer, a una vida diferente a todo lo que aspiraba. Si Inuyasha actuaba sobre los claros sentimientos que estaba desarrollando por Kagome, eso no lo relevaría a él de su rol ni le permitiría aún volver a su hogar.

De momento, era un ser que parecía no pertenecer a ningún lado, tal cual la mujer que estaba frente a sus ojos ahora. Su visión hizo que los labios de Sesshōmaru se despegaran, esbozando una fracción de la confusión y sorpresa que sentía, pero ella sólo tenía una simple sonrisa para él con algunos tonos de disculpa.

—La viudez te sienta bien —fue su saludo.

Tuvo que parpadear para corroborar que sus ojos no le estaban mintiendo y que la persona frente a él era realmente su supuesta difunta esposa. Había tenido que rodear el lago para llegar al lugar donde se estaba escondiendo entre los arbustos, y pese a que tenía algunos moretones visibles, era ella, era la flor que habían dejado en su habitación.

—Había sangre en la cama —dijo Sesshōmaru, incluso él estaba confundido en una situación así—. Asumimos que te había asesinado.

—Me quitó algo que jamás tendría de manera consentida… Cuando se es cruel y despiadado, unas sábanas ensangrentadas son lo esperado. —Sesshōmaru la miró, sin encontrar palabras en ese momento. Kikyō le sonrió con suavidad, era la primera vez que lo veía así de turbado—. Me has ayudado al tener el funeral más cerca de las montañas. Hubiera sido difícil entregarte el mensaje de otra manera.

Pese a eso, Sesshōmaru no pudo dejar pasar el verdadero significado de aquella sangre. Se arrepintió de no haber matado más veces a Naraku.

—Es mi culpa —hizo saber—. Si hay alguien a quien debes culpar por tal horror, es a mí.

—El único culpable es Naraku. No tenías cómo saber que nada de esto pasaría. Quemaste su palacio en venganza por mí, no requiero nada más.

—El lugar de un hombre es con su esposa.

—Sí, puede ser… Pero yo no soy eso para ti —dijo con una sonrisa—. Fuiste a tu hogar como cebo para proteger el palacio, para proteger a quien ves de ese modo —hizo saber con un gesto suave— y para protegerme a mí, quien será tu amiga por siempre. Creo que no es necesario dejar en claro que no regresaré.

—Es una locura.

—Sí. La primera de toda mi vida —sonrió—. Siempre he querido ser una mujer normal… aquí lo tengo.

Sesshōmaru miró al piso, todavía sin comprender. Lo había supuesto por la forma en que se había comunicado con él, pero creer que realmente haría algo así… Kikyō había tenido la consideración de juntarse con él porque sabía que sería incapaz de ser realmente libre si cargaba con el peso de su muerte en sus hombros. Su familia sabría seguir adelante, pero él no.

—Encontramos un cuerpo.

—Tuve que crear una distracción para irme —explicó—. Jamás asesinaría porque sí. Había sido un soldado malherido que había fallecido apenas y me custodiaba en ese momento; me permitió un paseo por el palacio una vez y eso me permitió escapar luego. Quemé su cuerpo y me aseguré de saber las rutas de los guardias para evadirlas. No siento remordimiento por aquello.

La mirada de Sesshōmaru le dijo que no tenía por qué. Aun así, Kikyō notaba el titubeo en su postura, la confusión aún tangible y quiso hacerle saber el mensaje que tenía para él.

—Véngame, Sesshōmaru. Véngame porque un hombre se ha encaprichado tanto conmigo como para querer quitármelo todo, pero también véngame de la mejor forma que conozco: sé tan libre como puedas. Toma la mano de Rin con orgullo y comprende que ninguna gloria vale tanto como tu libertad.

—¿Quién cuidará a tu clan?

—He cuidado a mi familia toda mi vida. Son unas bellas flores a las que he nutrido con todo el amor que he podido darles, y también son tan salvajes y únicas que sería una falta de respeto preocuparme por ellas. Kagome es una mujer admirable.

—¿No lamentas el dolor que le estás causando? —inquirió Sesshōmaru, encontrando aquello tan impropio de ella, pero suponiendo que su estadía cercana a la muerte le había hecho cambiar algunas visiones.

—Sí, pero no lo suficiente como para quedarme —repuso con una sonrisa sincera—. Toda mi vida he cumplido las expectativas de otras personas, he satisfecho sus deseos, he acomodado mis palabras para no causarles desazones, he reprimido mis deseos para que nada se saliera de su lugar… y, secretamente, he añorado este día desde que nací. ¿Dónde ir?, ¿qué hacer? ¡No tengo la menor idea! Por primera vez en mi vida, no sé qué será de mí mañana. Eso me asusta, pero no lo suficiente. No se consigue nada sin un sacrificio, y amo demasiado mi futuro como para no arriesgarme. —Sesshōmaru admiró la gran felicidad que transmitía la tranquila sonrisa de Kikyō—. Tu libertad está esperándote, sólo debes ser lo suficientemente valiente para tomarla.

—¿No volverás, entonces?

—La muerte es la única libertad que he podido encontrar. —Lo miró con seguridad—. Sin embargo, confío en que tú serás capaz de otra solución si es lo que deseas. No, ¿a quién estamos engañando? Sí que lo deseas, pero temes por tantas cosas que tú mismo te mantienes en tu jaula. Puedes caminar a su lado por el resto de tu vida si dejas de lado tus temores y sacrificas aquello que no es realmente importante para ti.

Pocas cosas dejaban a Sesshōmaru sin palabras, pero aquello fue suficiente para hacerlo. No quiso preguntarle por rutas o planes, ya que sabía de sobra que nadie conocía tan bien ese territorio como ella, quien solía cabalgar por los alrededores en búsqueda de nuevas medicinas, y quien era amante de la cartografía y sabía de memoria los nombres de ríos y lagos. Por lo tanto, prometió lo único que podía darle:

—Tu clan no sabrá de ti.

Los ojos de Kikyō se volvieron cristalinos un segundo, conmovida por aquella acción. Él perdía muchísimo honor al dejar morir a su esposa al salir de su hogar, podría recuperar un poco derrotando a Naraku, pero le estaba dando su tan ansiada libertad.

—Muchas gracias, Sesshōmaru —expresó con sinceridad a su querido amigo—. Espero que tu pago sea menor que el mío si es que te atreves a ser feliz.

—¿Estarás bien?

Kikyō miró con sorpresa, pensando en realidad qué se encontraba en su corazón. Una sonrisa emergió inmediatamente, siempre había querido ser una mujer normal y ahora que tenía la libertad para serlo, dejó escapar una risa, sincerándose:

—¡Estoy tan asustada! ¿Pero no es de eso de lo que se trata la vida?

x::x::x

La vida tomó un curso muy diferente desde ese momento, comenzando desde el camino de vuelta a la residencia Higurashi. No fue pensado del todo, al igual que su salida a encontrarse con el supuesto fantasma de su esposa, pero sus pasos lo guiaron por la oscuridad sin dificultades, pues sus humildes aposentos no contaban con guardias alrededor, lo que hizo más fácil colarse en su habitación. Rin saltó asustada al sentir cómo alguien ingresaba, pero fue capaz de reconocerlo con un somnoliento:

—¿Sesshōmaru-sama?

Cerró la puerta tras de sí y Rin observó boquiabierta cómo se despojaba de su abrigo, revelando sus ropajes reservados para la noche e ingresando en la cama con ella. Un brazo la rodeó con tal naturalidad que cualquiera hubiera pensado que llevaban años yaciendo en la misma cama, dándole protección del mundo entero mientras ella también hacía de bálsamo, pues sólo era necesario tocar su espalda para sentirse así. Aún cuando no veía su rostro, Sesshōmaru supo que las lágrimas caían de los ojos de Rin.

—Es una noche triste —murmuró ella apenas—. Gracias por acompañarme.

Pues eso era: compañía tranquila y silenciosa, una intimidad más profunda de la que ya habían experimentado antes, una promesa sutil de que no estaban solos, un oculto anhelo de encontrarse con esa persona todas las noches en la cama.

—Siempre.

—Es imposib…

—No. —Rin se volteó, mirándolo sorprendida—. No termines esa frase.

—Está bien —concedió volviendo a acurrucarse, trazando círculos con sus dedos sobre la mano de Sesshōmaru—, juguemos a que esto es posible por un tiempo más.

Rin no se imaginaba lo que deseaban decirle los ojos dorados que intentaban penetrar su nuca y hacerle saber sin necesidad de hablarle sobre todo lo que había pasado esa noche. Sabía que no podía hacerlo, por más triste que la viera, ya que la libertad de Kikyō dependía de ello: mientras más personas supieran, menos probable sería que ella pudiera realmente vivir su vida de manera anónima y feliz. Pensaba en las dificultades que probablemente tendría que pasar, pero no podía evitar sentir una pizca de curiosidad por aquella valentía que tenía, pensar qué sería si…

Se había dormido como nunca, un descanso casi igual a la completa inconsciencia, hasta que algo hizo saltar su corazón con alerta y abrir los ojos con rapidez. Al voltear la cabeza con alarma, apenas fue capaz de mover el aún dormido cuerpo de Rin hacia un lado para esquivar la espada que estuvo a punto de cortarlos a ambos.

—Sesshōmaru-sama… —gimoteó Rin con miedo al despertar sobresaltada y detrás del brazo de Sesshōmaru, viendo cómo un hombre estaba de pie frente a ellos con una espada. En la puerta abierta, se coló un rayo de luz de luna que hizo que Rin sintiera un escalofrío—. Él… él es el hombre que visitaba a Kikyō-sama.

Sesshōmaru lo había comprendido de inmediato, pese a la oscuridad y confusión de haber despertado recién. Se incorporó con rapidez, manteniendo a Rin detrás de él, y se las arregló para guiar el golpe de la espada de Naraku hacia la pared, mientras este bramaba:

—Maldito bastardo… no llevas un día sin ella y ya tienes una jodida concubina.

La espada quedó incrustada en aquella madera, dándole un segundo a Sesshōmaru para mirar a Rin con decisión y decir:

—Corre —rugió.

Rin no dudó en hacerle caso y salir disparada del lugar, viendo con horror que Naraku pretendía enfrentarse a un desarmado Sesshōmaru; con ira intentaba sacar el arma de la pared, y habiendo decidido que su presa era Taishō, no había salido en busca de aquella sirvienta.

Le dedicó una rápida mirada para verificar que estaba lejos, lo cual le daba algo de tranquilidad, pero evadir los ataques de alguien armado siempre era complejo. Sin embargo, tenía un punto a su favor: Naraku estaba inestable, lo que quitaba fuerza en sus ataques, pero no demoró más en empuñar nuevamente su arma y Sesshōmaru tenía claro que debía salir de aquellas cuatro paredes para poder tener alguna oportunidad. En el suelo se encontraban sus ropas que escondían la daga que solía llevar, y con rapidez fue capaz de hacer una maniobra para recuperarla e incrustarla en la pierna de Naraku, quien gimió ante dolor.

Sin embargo, no fue suficiente para pararlo: ya habiendo recuperado su espada, le asestó un golpe con tal fuerza en su brazo que fue incapaz de retirar la espada inmediatamente. Sesshōmaru gruñó del dolor, mareado por tal emoción y pasmado un segundo por la copiosa cantidad de sangre que emergía de su brazo a medio cortar, pero al menos logró salir de la habitación de Rin con la espada aún empalmada en su brazo. Logró alejarse del lugar, casi cegado por la ira, escuchando como si fueran lejanos los gritos de las otras sirvientas que dormían en las habitaciones de los alrededores. Naraku lo siguió, bañándose en la luz de la luna, igual o más enfurecido que Sesshōmaru, permitiendo que viera la mitad de su rostro marcado por las ardientes llamas en que habían encendido en el castillo.

Propinó una rápida mirada hacia el cuello del hombre, comprendiendo que su herida no había sido lo suficientemente profunda y que había logrado formar una cicatriz, además de tener algo quemado… quizás había quemado adrede aquella zona para cesar el sangrado. Sesshōmaru mordió con fuerza su lengua mientras retiraba la espada de su brazo, incapacitado de usarlo y con la mitad de fuerza en el empuñe de su espada, pero pese a su leve tambaleo, seguía de pie con toda la dignidad que podía tener; aquello logró enervar más aún a Naraku, quien vio en él el reflejo del legendario Inu no Taishō, la figura que había dado vida a todo lo que le había arrebatado a Kikyō.

Escuchó la alerta de las sirvientas a los guardias, pero lejana, muy lejana, ya que Naraku arremetió contra él con todas sus fuerzas e intentó arrebatarle la espada con las manos desnudas, aún con la daga incrustada en su muslo. Si hubiera estado en todos sus sentidos, habría sido capaz de rebanarle el cuello en dos segundos, pero el brazo no cesaba de sangrar y la cabeza le comenzaba a doler. Se sentía animal y perdido, con ganas de hundir pronto sus colmillos en Naraku, quien parecía incluso más versado de lo que había creído antes.

Entonces, notó la dirección que la pelea estaba tomando: cerca del acantilado. Había conversado con Kikyō hacía menos de una hora y nada le aseguraba que estuviera lo suficientemente lejos como para estar segura, tomando en cuenta que, por la actitud de Naraku, probablemente no se habían topado. Habría intentado secuestrarla nuevamente, lo cual hizo que Sesshōmaru ponderara un leve momento que quizás debería haber dejado un arco a disposición de su supuesta difunta esposa, pero sin tener tiempo de pensar realmente. Debía acabar con Naraku cuanto antes y ahí mismo.

El castillo estaba en una quebrada relativamente baja, pero lo suficientemente letal debido al río y sus rápidos que se encontraban abajo, y servía como un fuerte natural contra saqueadores. Tiró la espada de Naraku lo suficientemente lejos para ganar tiempo para pensar en un plan, y mientras tomaba su brazo en un intento de hacer presión, manchándose toda la mano con sangre. El cortar del viento sonó muy cerca de él, tanto que le recordó a la presión de tantas batallas donde parecía que el filo de la muerta besaba su cuello.

Al voltearse, Naraku había recuperado su espada e iba por él. Comprendió que el barullo detrás de su enemigo se debía a los guardias que comenzaban a movilizarse por el intruso, y también notó que estaba en una pésima posición, ya que era su espalda la que daba con el acantilado y no la de Naraku. Le costaba ver una salida en que terminara con vida.

—¡Sesshōmaru-sama! —gritó Rin con fuerza, lo cual distrajo a Naraku un segundo—. ¡Tome su espada!

El breve pensamiento de Idiota paseó por su mente al verla tan cerca de la discordia, pero hizo como le dijo al recuperar la espada que había deslizado por el suelo hasta cerca de él. Rin había ido en su búsqueda… había intentado salvarlo pese a que no sabía luchar. Después de todo, eso era lo que hacía, ¿no? Tomaba cosas que todos creían rotas y las sanaba con sus suaves manos, con la sonrisa de sus labios, con su sola presencia. Agradecía verla allí, había querido verla en esos últimos momentos de pelea. Se preguntaba por qué, pero en el fondo lo supo desde el principio, sobre todo por la sonrisa que esbozaba Naraku al verlo acorralado en el borde del acantilado y con la sangre manchándole la ropa.

Si bien era una cantidad que estaba disminuyendo, no dejaba de ser algo cuantioso que ni siquiera al mismísimo Sesshōmaru podría haber dejado indiferente. Los orbes dorados se desviaron una vez más a Rin, con un mensaje claro pintado en ellos mientras ella abría con horror sus ojos castaños al comprender la petición: «No llores».

Apuntó en el cuello la espada que Rin se había esforzado por traer a su lado, con la intención de abrirle la misma herida que le había hecho hacía un par de días. Sin embargo, en último momento se decidió por el disgusto, diciéndole:

—No vales la pena.

Sesshōmaru cayó como peso muerto entonces, completamente drenado de energías debido a la profusa herida que Naraku le había propinado. Estando al borde, y mientras la risa de Naraku se hacía eco en medio de los recién llegados, le propinó una fuerte patada para hacerlo caer. El grito de Rin mientras corría hacia ellos incluso llegó a Sesshōmaru mientras caía.

—Púdrete en el infierno —se jactó Naraku.

La risa no logró llegar a más, pues todo el aire escapó de sus pulmones al sentir cómo una espada lo perforaba desde la espalda hasta el torso.

—Bastardo de mierda. —Naraku apenas fue capaz de ver por el rabillo del ojo a Inuyasha, cuya mirada demostraba todo el odio que sentía por él en esos segundos—. Quien se pudrirá en el infierno eres tú.

Sólo para que no tuviera la misma sepultura de su hermano, Inuyasha tiró del cuerpo de Naraku para que no cayera por el precipicio también. Había perforado su corazón con la misma certeza que su hermano le había enseñado, lamentablemente no suficiente castigo por lo que podría haber pasado, pero sí una muerte efectiva. Habían capturado a algunos de los hombres de Naraku que lo habían ayudado a llegar hasta allí, aunque el vacío en el pecho del menor de los Taishō no se llenaba con aquella perspectiva. Ni eliminar a todos los hombres de Naraku devolvería a su hermano, esa caída brutal de la cual no había emergido aún le quitaba toda esperanza; aun así, les dio una clara orden a los soldados de buscar en la orilla del río inmediatamente.

Inuyasha miró por un segundo a Rin, quien se encontraba de rodillas mirando el precipicio y llorando silenciosamente. Abrió la boca, sin siquiera saber qué diría, pero viéndose interrumpido por unos pasos que se acercaban; Rin se retiró del lugar para ayudar en la búsqueda, dejándolo solo salvo aquellos pasos que esperaron a estar solos para hablarle. Al voltearse, su corazón dio un vuelco un segundo; por supuesto que ella iba a su lado a apoyarlo pese a haber sido un idiota antes.

—Inuyasha… lo siento mucho —le musitó Kagome, realmente sincerándose y haciendo que Inuyasha rehuyera su mirada volviendo a darle la espalda—. Sesshōmaru fue el mejor amigo que Kikyō-nee podría haber tenido.

—Supongo que nadie puede ser un imbécil a tiempo completo.

Kagome no pudo ahogar el suspiro de sorpresa al notar que por la cara de Inuyasha corría una solitaria lágrima al verla de reojo. Impulsada por un profundo pesar al notar el dolor en el orgulloso hermano menor de los Taishō, lo abrazó con fuerza y lágrimas emergieron de sus ojos también. Lo tomó por sorpresa, pero Kagome lo abrazaba con fuerza y genuino cariño.

—No es una buena semana para ser hermanos menores —dijo ella, riendo anti climáticamente.

Inuyasha, sorprendido, sonrió pese a su tristeza.

—No lo es…

Y, en silencio, correspondió el abrazo de Kagome.

x::x::x

El corazón le punzaba nuevamente. Había sido un descuido mirar hacia aquel lugar, pero por más que lo evitara, siempre se encontraba allí ese dolor profundo. Nuevamente el frío crispaba su piel y la hacía sacudir un escalofrío de su espalda, negando y mirando hacia otro lugar, uno más feliz, uno con menos recuerdos; las montañas recibieron a sus ojos, ya cargadas de nieve y transportándola un año atrás. Lloviznaba, pero no le resultaba desagradable, pues aquel frío le hacía rememorar los momentos pasados con Sesshōmaru, sobre todo, cuando lo había conocido y sus vidas habían resultado profundamente envueltas la una con la otra. La nieve se derretía mientras se enamoraban, pero ahora parecía que el invierno nunca cesaría.

Aquel pequeño acantilado no hacía más que recordarle el último momento donde había visto a Sesshōmaru.

—Rin, deberías salir de la lluvia. —La suave voz de Kagome la hizo mirar hacia el pasillo. Su corazón sintió calidez en medio de su pesar al notar que el joven amo Inuyasha caminaba a su lado, el cual no demoró en rehuir su mirada, como incapaz de soportar el secreto que mantenían entre ambos sin querer—. Pescarás un resfriado.

Los ojos dorados y melena plateadas de Inuyasha que le daban la espalda no podían sino recordarle a la sombra de su querido Sesshōmaru. Inuyasha parecía nunca haberle contado a nadie de su descubrimiento de la clase de relación que su hermano mantenía con ella, pero no habían vuelto a conversar desde el funeral simbólico de Sesshōmaru hacía tantos meses atrás. Sorprendentemente para todos, el nuevo heredero de los Taishō permaneció en el Palacio Higurashi luego de eso, y hasta ese día caminaba al lado de Kagome. No habían hecho ningún anuncio al respecto y no parecían sentir que la naturaleza de su relación fuera diferente a la amistad, pero todos sabían la verdad.

Los ojos marrones de Kagome la miraban con cariño. Nunca le había contado nada, pero algo le hacía sospechar que lo sabía de alguna forma, con esa misma intuición que había tenido su hermana.

—Sí, Kagome-sama. —De pronto, un impulso la hizo decir—: ¿Permiso para ir a la aldea?

Kagome le asintió con una sonrisa, ahora con la tranquilidad de que Rin se refugiaría del frío al fin. Comenzó a caminar para concretar su reunión, pues como nueva cabecilla de la familia, tenía muchísimas obligaciones de las cuales Kikyō antes era encargada. Aun así, la emocionada Rin que emprendía camino rápidamente hacia la aldea, no captó que Inuyasha se quedaba rezagado y con sus profundos ojos dorados clavados en su espalda.

Fue cuando se encontraba a orillas del río, a unos metros de la aldea, cuando se llevó el susto de su vida al oír:

—Deberías parar.

Con sorpresa, Rin se volteó para encontrarse con Inuyasha mirándola con seriedad. Era una seriedad diferente a la de su hermano, una que escondía preocupación, que parecía entrañable. No alcanzó a preguntar por qué cuando Inuyasha comenzó a caminar a su lado, con un ademán reprochador:

—¿Crees que no sé que llevas meses viniendo al río? —Rin boqueó como pez fuera del agua, pero fue incapaz de negar aquella verdad—. Buscas aún a mi hermano. Cuando tienes tiempo libre, recorres el sendero del río hasta llegar al bosque profundo y notar que no está en ningún lado.

—¿Cómo lo sabe?

—Tch —se quejó Inuyasha, con las mejillas algo rojizas por lo que diría—. Porque yo he estado haciendo lo mismo.

Rin lo observó con sorpresa y los ojos se le anegaron en lágrimas. Debió haberlo adivinado en el momento en que había llamado a Sesshōmaru su hermano y no imbécil, como tenía la costumbre de hacer. Alguien lo extrañaba tanto en ese mundo como ella, alguien seguía buscándolo como ella… Incluso cuando la última vez que lo había visto había sido la primavera pasada, no podía aceptarlo aún.

—Deberías parar —reiteró Inuyasha. Rin no pudo sino dejar que sus lágrimas corrieran.

—¿Por qué? —mencionó, sintiendo casi rabia deslizarse en su tono. Se halló ajena, como si al fin pudiera decir algo que tenía atorado desde siempre; no contra Inuyasha, sino contra la vida—. ¿Por qué debería darme por vencida?

—Porque te está haciendo mal. Si no eres capaz de seguir hacia adelante, ¿de qué sirve que Sesshōmaru haya dado su vida por ti?

Inuyasha escuchó cómo Rin tomaba aire con pena y rompía en llanto, sorprendiéndose al verse abrazado por la chica. La miró con pena, pues lamentaba que ella también sintiera ese vacío luego de tantos meses sin su hermano, aunque sentirse acompañado en ese duelo le sirvió un montón para sentirse más tranquilo. Por más veces que hubieran peinado el terreno, ni siquiera pudieron encontrar el cadáver de Sesshōmaru, y la secreta esperanza de que continuara con vida la compartían tres personas en ese mundo: su padre, su hermano y su amor.

—Perdón —musitó Rin—. No sabía que usted también seguía sufriendo.

—Sí, sí, puedes soltarme.

Una risita escapó de sus labios ante el tono de falso hastío del Taishō, haciéndole caso a su petición. Rin miró a Inuyasha sin disimulo: le resultaba tan extraño que hacía un año no conocía a los Taishō, pero ahora formaban parte tan importante de su vida. Uno que siempre extrañaría y uno del que siempre estaría agradecida por preocuparse por ella… La vida le había regalado eso y lo agradecería.

—Sé que Sesshōmaru-sama lo quería muchísimo, a su forma, claro. Hizo todo por ustedes.

Las mejillas de Inuyasha se arrebolaron con fuerza. Con su mano en la nuca para disimular, dijo:

—Como sea…

—¿Sabe, Inuyasha-sama? Siempre he creído que a veces tenemos que buscar en muchos lugares para dar donde realmente pertenecemos. Para ser sincera, no creo que usted pertenezca en las montañas; es ruidoso, fuerte y enérgico como el mar y esta calma no parece ir con usted, ¿no es así? —Inuyasha parpadeó, comenzando a comprender lo que insinuaba la suave sonrisa de la chica—. Ha de haber una razón por la cual se ha quedado tantos meses aquí luego de su llegada. Creo que la vida ha dado todas estas vueltas para que usted conozca a Kagome-sama y la haga feliz. No creo que pertenezca aquí, pero sí que pertenece a su lado.

Una nueva risita acompañó el sonrojo de Inuyasha, quien no fue capaz de negar ninguna de las palabras de Rin.

—Yo… prometo comenzar a vivir mi vida y dejar ir a Sesshōmaru-sama. —En los ojos de Inuyasha vio reflejada su propia tristeza ante esas necesarias palabras—. Aún no estoy preparada, pero, cuando usted se atreva a seguir con su vida, vendré una última vez aquí y me despediré de él.

—Suena a que es un trato —dijo Inuyasha con una sonrisa suave que Rin le devolvió—. Debo ir a la reunión, Kagome se enojará si llego más tarde de lo que ya estoy. Tú has lo tuyo.

Rin inhaló profundo. Inuyasha tenía razón: no podía seguir desperdiciando la vida que Sesshōmaru había protegido con tanto ahínco.

—Por hoy, volveré con usted.

Inuyasha le dio una palmadita en la cabeza y ambos regresaron al palacio Higurashi, sin dedicarle una última mirada al río donde ambos buscaron incansablemente a Sesshōmaru por tantísimo tiempo.

Rin no fue consciente de los ojos que la miraban en la penumbra.

x::x::x

Las montañas al fin habían derretido toda la nieve con la que se habían cargado en invierno, dándole paso al verano una vez más. Inuyasha miraba con curiosidad el paisaje mientras se dirigía a su destino, aún resultándole un poco ajeno todo el lugar, pese a llevar casi un año viviendo allí. En su búsqueda para eliminar a todos los bandidos que alguna vez habían estado al cuidado de Naraku, había sido brutalmente herido por una emboscada y Kagome había asumido un rol de cuidadora: si bien no era tan versada como su hermana mayor, había logrado maravillas en el cuerpo de Inuyasha, permitiéndole volver a ser un guerrero.

Entre esas noches de curaciones, ambos compartiendo las memorias de sus hermanos mayores, un día la besó. Había sido inevitable, pues desde el primer momento había existido una chispa entre ellos de las que ninguno supo escapar.

Y ahora estaba allí, frente a la puerta de a quien había jurado odiar en un principio y ahora tenía por prometida.

—Inuyasha, se supone que deberías tocar antes de entrar —regañó Kagome cuando el Taishō ingresó sin ningún respeto a sus aposentos, aunque sin reprimenda real. Le dio una sonrisa cuando él soltó un «Bah», sentándose y mirándola sin decir nada—. ¿Has venido a algo en particular?

No le fue difícil entender a Inuyasha, ni siquiera en el principio. Era arisco, pero tenía un gran corazón que solía ocultar de la gente, y sabía que había llegado a su habitación para algo por el estilo, por lo que lo miró en silencio hasta que logró que bufara y desviara la mirada, preguntándole:

—¿Estás bien?

Aquello logra enternecer a Kagome, esa sutil forma de preguntarle si estaba preparada para el día que tenían por delante. Habían tomado una gran decisión, pero nunca creyó que fue la incorrecta. Hacía un año jamás habría imaginado que estaría allí, mirando como su futura esposa se alistaba para su ceremonia de bodas en tierras lejanas a las que pertenecía.

—Sí, pero sigo preocupada por Rin.

Inuyasha parpadeó confundido. Había visto a Rin por última vez hacía dos días, cuando personalmente le había informado que Kagome y él se casarían pronto. Se había mostrado maravillada, pese al tinte de tristeza que quedaba en su pensamiento por el recordatorio de la promesa que le había hecho a Inuyasha. Era verdad que no había vuelto desde el invierno, pero ahora iría una última vez y a despedirse, por lo que le pidió fuerza en eso a Inuyasha, quien le sonrió en forma de ánimos.

—¿Qué pasó con ella?

—¿No te conté? Hace un par de días desapareció y nadie ha podido encontrarla. —La boca de Inuyasha se abrió—. Espero que esté bien, dijo que iba al pueblo la última vez. Espero que sólo se haya topado con un paciente complejo, ya sabes cómo es, le gusta ayudar.

Rin desaparecía luego de que hubieran eliminado a todos los bandidos de Naraku… Sesshōmaru había muerto hacía un año, pero nunca habían encontrado su cuerpo… Rin había dicho que iría a despedirse próximamente en la cercanía de los lugares donde Sesshōmaru había desaparecido…

—¿Estás bien? Tienes aspecto de que vas a llorar —le hizo ver Kagome, sin un tinte burlón, sino más bien preocupada—. ¿Crees que le pasó algo a Rin?

—Nah, debe estar con un paciente como dices —concedió para que no supiera lo que estaba pensando realmente, luego cayendo en cuenta de la implicancia de que supuestamente la noticia de que su hermano quizás estuviera vivo lo haría llorar—. Bah, ¿llorar? ¿Y por qué lloraría?

—Porque es el mejor día de tu vida.

No pudo evitar sonreír ante Kagome sacándole la lengua.

—No te des tanta importancia, mujer —se burló Inuyasha de vuelta—. Es sólo un matrimonio.

—Tómatelo en serio —replicó, frunciendo el ceño. Inuyasha puso los ojos en blanco sólo para molestarla más—. Dilo.

Sus mejillas ardieron ante la suave petición de su futura mujer. No podía sino decirle lo que realmente sentía si le pedía eso con aquellos ojos…

—Eres importante para mí, Kagome. —La susodicha soltó una risita triunfal y para bajarle el perfil, le dijo al fin la noticia que lo había llevado a irrumpir en su habitación—. Parece que más familiares nos acompañan de los que creerías.

—¿Mm? ¿Y eso por qué?

—Viene mi padre.

El rostro de Kagome hizo reír a Inuyasha al reflejar su nerviosismo. InuTaishō la amaría sin lugar a duda, pero seguían resultando tiernos los nervios reflejados en sus facciones. Respirando con profundidad, intento mantener a raya las esperanzas que yacían en su corazón de que Rin estaba a salvo y no en manos de algún malvado bandido que hubiera quedado vivo; mandaría a buscarla inmediatamente, y luego de la boda acudiría él mismo. Pero una parte de él no podía dejar de pensar en que resultaba demasiada casualidad…

O quizás Rin había decidido irse para vivir tranquilamente el resto de sus días lejos de los recuerdos de Sesshōmaru.

—Me iré antes de que tus damas de compañía decidan echarme —dijo entonces como despedida, a lo que Kagome asintió con una risita, pues veía bastante probable.

No obstante, recordando las palabras de Rin sobre el lugar al que realmente pertenecía, paró en seco, diciendo:

—¿Sabes? He estado pensando bastante, y ¿no te parece que estas montañas son un poco deprimentes? Dime, Kagome, ¿qué opinas del mar?

x::x::x

El acantilado era su lugar favorito de todo el mundo. La quebrada era de varios metros de altura, como si en algún tiempo pasado algún titán hubiera roto ese trozo de tierra donde vivía ahora, dejando así de escarpado el borde y conectándolo casi en noventa grados con el mar. Si bien era una caída mortal, no podía desagradarle el lugar: sentarse relativamente cerca del borde, escuchar cómo rompían las olas contra las rocas de abajo, ver la línea del horizonte coloreada de diferentes tonos durante el día, sentir el aire haciendo que revoloteara su cabello y la fría hierba bajo sí que le recordaba a su hogar, pues montañas parecidas se alzaban cerca. ¿Cómo poder odiar un lugar que se le hacía tan nostálgico? Un pequeño rincón en el mundo donde estaba alejada de todo lo malo.

Su hogar.

Pese a su altura, no era un lugar peligroso, pues era estable y de bordes amplios: un gran campo se extendía detrás de ella, que, sentada en la hierba, disfrutaba del silencio del lugar. Nunca se creyó capaz de disfrutar de una perspectiva así de solitaria, pero las cosas habían cambiado de maneras que no podría haber anticipado, así que su vida había dado un vuelco enorme luego de cruzar su camino con Naraku. Había necesitado alejarse de todas las cosas malas que habían sucedido en el Palacio Higurashi, una vida diferente… una libertad antes no conocida.

—Hoy será un buen día —se prometió a sí misma con una sonrisa, pensando en que debería ponerse de pie para desayunar de una buena vez.

Era su rutina, siempre lo primero que hacía al despertarse era ver el mar que estaba frente a su pequeña casa, y dedicarle una ojeada a las montañas que se encontraban detrás, pues le recordaban a seres queridos que ya no se encontraban a su lado. A miles de kilómetros o incluso en otros mundos.

El estómago le rugió, reclamándole por comida de una buena vez. Rin dio un suspiro largo; esos días había estado evadiendo particularmente la comida, pues parecía haber caído víctima de algún virus que estaba haciendo estragos en su tracto digestivo, haciéndola vomitar una y otra vez, sobre todo su desayuno. Era una molestia, pero sabía que debía comer para seguir bien. Se lo debía a quienes ya no estaban con ella…

Seguir siempre hacia adelante.

Con determinación, tomó impulso para levantarse, pero se mareó debido a la rapidez de su movimiento y tuvo que permanecer en cuclillas unos segundos. Fue ahí cuando unos suaves pasos captaron su atención, seguidos por el delicioso aroma a pan recién horneado que se dirigía a rescatarla y la hacía babear. Se volvió con rapidez para ver a la figura que se acercaba a ella en silencio, siempre de pasos tan sigilosos como si tuviera que ocultarlos de alguien, pese a que no había más personas en varios kilómetros.

—Es hora de que comas —le hizo saber Sesshōmaru al llegar a su lado, cargando una canasta para que Rin no tuviera que moverse de allí.

Le dio una sonrisa agradecida, aunque cayó en cuenta de que nuevamente estaba en el pasto sobre las finas telas de uno de los kimonos que Sesshōmaru le había mandado a hacer mientras todavía vivían en el Palacio Higurashi.

—Perdón, siempre olvido lo caros que son estos kimonos —dijo, sacudiéndose el polvo.

—Son tuyos, úsalos como te plazca.

Como única respuesta a su sonrisa, Sesshōmaru puso un pan sobre su rostro. A Rin se le hizo agua la boca y dio varios mordiscos de una vez, agradeciendo que su esposo hubiera captado el arte de cocinar con tanta facilidad. En un pasado, jamás hubiera creído que Sesshōmaru se encontraría en un lugar así: alejado de la civilización, en un lugar pacífico donde nadie lo conocía, formando un hogar a su lado. No era, sin duda, como pensó que terminarían las cosas para ellos dado su primer encuentro y todos los siguientes en la casa Higurashi.

La casa Higurashi…

—Ha pasado casi un año desde que me fui —soltó de pronto Rin, sintiéndose especialmente nostálgica en ese momento. Si miraba detrás de la pequeña cabaña que compartía con Sesshōmaru, las montañas la transportaban al lugar al que había llamado hogar por tantos años—. Me imagino que Inuyasha-sama y Kagome-sama ya deben tener algún hijo, que el castillo ya está completamente reconstruido, ¡que todo anda bien!

Sesshōmaru mantenía sus ojos en ella con su usual mutismo, pero Rin captó la breve duda que sabía que tenía.

—No me arrepiento de estar a tu lado. Viajamos por varios meses hasta encontrar este lugar y pude aprender un montón de cosas en diferentes lugares. Incluso aunque estuviéramos sólo los dos en nuestra boda, no me sentí para nada sola —le sonrió Rin con cariño.

Le gustaba recorrer el mundo al lado de Sesshōmaru, pero necesitaban asentarse en algún lugar para poder crear algo propio. Ella labraba la tierra y cultivaba, como lo había hecho en el castillo, y él se dedicaba a cazar, entrenar a patéticos chicos de la aldea y cuidar al ganado que tenían. No era ajeno a esa clase de vida, muchas cosas las realizaba con frecuencia en su hogar, pero había sido un golpe de realidades cuando comprendió que no podría volver atrás… El mejor golpe, pues todo lo que tenía era suyo y ninguna atadura impedía que forjara su propio destino.

Habían vuelto a cruzar sus caminos la última vez que había decidido ir al río a despedirse. Inuyasha apenas le había informado de su compromiso y casamiento, impulsándola a tomar acción en lo que se había prometido antes: dejar ir a Sesshōmaru luego de despedirse. Había caminado en la orilla del río, dirigiéndose al lago para sentarse a sus orillas y contemplarlo en silencio, recordándole su calma a Sesshōmaru y tomando fuerzas para no romper en llanto. El duelo era algo curioso: había días donde lo recordaba con cariño, otros en los que la pena era demasiada para querer levantarse y otros donde sentía rabia por las injusticias de la vida. Ahora, luego de un tiempo, comenzaba lentamente a sentirse más en paz y a ser capaz de seguir con su vida.

Eso pensaba hasta que una mano cubrió su boca y tiró de ella hacia el bosque. Con desesperación, intentó zafarse, rasguñando aquella mano con ira y saltando hacia atrás al poder librarse, sólo que, al verlo, no pudo moverse de su sitio. Sus ojos se llenaron de lágrimas instantáneamente y casi sintió que se desmayaba al escuchar su escueto saludo:

Rin.

La cabeza le dio vueltas fuertemente. Sesshōmaru tenía el cabello corto y parecía haber bajado algo de peso desde aquella última vez, pero sus ojos dorados no podían pertenecer a otra persona. Era él frente a sus ojos.

Brujería —fue lo único que pudo decir—. Esto sólo puede ser obra de brujería.

Sesshōmaru no dijo más y depositó un beso en sus labios, uno que sabía a anhelo y tristeza, a humo y tragedia y esperanza oculta. Rin no podía parar de llorar, incluso aunque se miraran en silencio, y tomó su mano en medio de su entumecimiento.

Siento lo de su brazo.

Él asintió, instintivamente desviando la mirada hacia su miembro amputado. Había pasado casi un año desde la herida que casi le había costado la vida, y luego de caer a aguas llenas de vida como aquel río, la única posibilidad de seguir con vida había sido renunciar a su brazo. Eso significaba también renunciar a su sueño de grandeza, pero en la balanza, continuar con vida era suficiente forma de resistencia en aquel momento.

Agradecía que ella se hubiera quedado un tiempo más rondando el lago, de lo contrario… No quería pensar en aquel caso. No cuando Rin estaba entre sus brazos al fin. Luego de meses de fiebres que casi lo llevaban al otro mundo, dolor increíble que lo paralizaba y que parecía provenir desde el brazo que le faltaba, lucha constante entre viajes, sanaciones y mantenerse ocultos, al fin había podido volver a su lado. Había pretendido hablarle la primera vez desde hacía meses que se acercaba a aquel lago, despidiéndose para siempre de la compañía de su amiga, pero Inuyasha había irrumpido en aquella reunión.

Rondaba el bosque desde ese entonces, esperando el día que ella se acercara para decirle adiós. La había esperado pacientemente hasta que el invierno había dado paso a la primavera y verano. Hasta volver a su lado, como siempre haría.

¿Cómo…? —suspiró entonces Rin—. No entiendo. Buscamos por todos lados, muchísimas veces… ¿quién lo salvó entonces?

La mejor médica que existe.

Aquella sería la única respuesta que recibiría Rin en aquel momento. Luego, recibiría una propuesta que la llevaría hasta aquel momento un año después, donde ya conocía más de los pasares de Sesshōmaru en su año perdido, pero todavía no sabía el nombre de la misteriosa mujer que lo había ayudado a sanar. Rin sólo sabía que le agradecía de corazón a aquella chica, pues sentía que le debía muchísimo. Habían viajado mucho desde ese entonces, vivido de ciudad en ciudad y de trabajo en trabajo, cada día teniendo su afán; resultó divertido por muchísimo tiempo, hasta que ambos sintieron la necesidad de buscar un lugar propio que llamar hogar.

Rin volvió al presente al notar que Sesshōmaru le estaba tendiendo una nueva pieza de pan, pero no pudo más que rechazarla con una mano y cubrirse la boca con la otra, dando un par de pasos hasta inclinarse para vomitar.

—No es la primera vez que esto sucede esta semana —hizo notar Sesshōmaru, con algo de preocupación tiñendo sus ojos pese a su sereno tono.

—Lo siento… creo que no he cocinado como era debido la carne del otro día.

—No hay nada que sentir —respondió, retirando el cabello de Rin de su rostro para que pudiera seguir vomitando tranquila.

No duró mucho más, pues no tenía el estómago lleno, aunque sí se mantuvieron las náuseas y miró con desagrado el tan anhelado pan. Fue ahí cuando captó los dorados ojos de Sesshōmaru con un claro significado escrito en ellos, pero le sonrió.

—No hay necesidad de llamar a un médico, ¡en serio! Incluso puede que se deba a que llegará mi periodo el… —Rin paró un segundo, comprendiendo algo que no había sido capaz de ver antes y deteniéndose a calcular algo que no había tenido tiempo de pensar hasta ese momento—. Sesshōmaru-sama, ¿qué día es?

—Dieciséis. —Sesshōmaru ladeó la cabeza ante el silencio de su esposa, pues era quien más sabía de medicina y temió que se debiera a una causa grave que recién recordaba—. ¿Rin? —la instó a hablar finalmente.

Por la mirada que le dio Rin, Sesshōmaru supo que tenía la sangre helada por la sorpresa, aunque sólo le dijo:

—Creo que ya sé por qué he estado vomitando tanto.

El heredero de los Taishō la observó con paciencia, esperando a que diera la razón con sus palabras, pero cuando Rin bajó la mirada a su barriga de manera inconsciente, comprendió de inmediato a qué se refería. Tomó el mentón de su esposa para devolver su mirada hacia arriba con delicadeza, preguntándole con sus ojos si acaso estaba entendiendo bien, a lo que ella asintió mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Sesshōmaru parpadeó un par de veces, procesando aquella noticia, para luego estrecharla contra sus brazos en un ademán protector.

Lo que había soñado, eso que había pensado sin su permiso hacía tanto tiempo, ahora estaba allí, sollozando entre sus brazos. Su memoria más prohibida ahora era su futuro, y Rin siempre sería lo primero que había elegido en su camino a la libertad.

—¿Por qué lloras? —le preguntó entonces—. ¿No es de tu agrado la noticia?

Rin se separó de Sesshōmaru para conectar sus miradas. Sus ojos parecían una acuarela castaña, una que contaba algo diferente a lo que sus lágrimas podrían haber parecido en un primer momento, una que lo miraba como él la miraba a ella, diciéndole que él era su futuro también.

—¡No podría estar más feliz! Es sólo que… ¿qué pasa si soy una madre terrible? ¿Qué pasa si me odia? ¿Qué pasa si fue un error que renunciaras a tus títulos y te das cuenta ahora de que no quieres estar a mi lado?

—No seas ridícula.

Sabía que estaba siendo ridícula, pero no podía parar su tren de pensamientos. Además, en teoría, Sesshōmaru no había renunciado a sus títulos, sino que había fingido su propia muerte a manos de Naraku… lo cual no era del todo mentira. Naraku se las había arreglado para arrebatarle un brazo y una misteriosa mujer lo había cuidado hasta que estuviera lo suficientemente estable para valerse por sí solo, habían separado caminos luego de varios meses y probablemente no volvería a ver a esa enigmática sonrisa en la vida. Le había prometido que su secreto estaría a salvo, así que Rin nunca podría saber su verdadero nombre. En cuanto se hubo recuperado, Sesshōmaru caminó nuevamente hacia el lugar donde lo creían muerto y se había plantado frente a Rin como si de una aparición fantasmagórica se tratara, haciéndole saber que no volvería a donde estaba antes. La había sorprendido tanto que la había dejado sin habla. Quería forjar un destino diferente al que habían trazado, y sería tan grande que las leyendas hablarían de sus logros, pero sería por su propio mérito y no la sombra de su padre.

Camina a mi lado —le había dicho entonces—. Comparte tu vida conmigo.

En ese entonces, Rin había sentido la misma felicidad que en aquel momento. Sesshōmaru ya antes le había dejado en claro que lo tenía todo de él y le estaba pidiendo lo mismo, compartir sus años junto al otro. En algún momento tuvo la intención de decirle que no quería que renunciara a nada por ella, pero él le había hecho ver que no lo había hecho. Por el contrario, ella le había dado libertad.

Ya más tranquila, lo miró nuevamente. Era una noticia muy inesperada, dado que se había preocupado de tomar las hierbas medicinales, pero suponía que había noticias inesperadas que eran las más maravillosas.

—Lo sé, es sólo que… estoy asustada —le hizo saber, aunque cargaba una sonrisa.

Sus ojos dorados descansaron en ella, con sus palabras evocando las mismas que Kikyō le había dicho en su encuentro. Ese miedo que Rin sentía… eso era libertad. Era abrumadora, pero maravillosa; era lo que había estado buscando toda su vida, lo que su padre había lamentado quitarle y lo que él había tomado por sus propias manos. Ahora entendía las palabras de Rin, cuando relataba lo importante que había sido la segunda oportunidad que le había dado Kaede, y las de Kikyō, quien le había advertido que tendría que ver qué era lo que realmente valoraba en su vida. De no haber tomado esa decisión, seguramente estaría en ese momento mirando los fértiles campos y un mar similar al que se extendía frente a sus ojos, pero con esa molesta sensación de vacío en el pecho que ni siquiera la grandeza hubiera podido llenar.

Rin estaba creando algo único en su cuerpo, un pequeño ser que iba a tener un poco de ambos, un nuevo miembro a su familia… aquello que hacía casi tres años había soñado despierto sin su permiso, hoy se cumplía frente a sus ojos, y ese bebé recibiría el regalo más preciado de sus padres: poder decidir su propio destino. No tendría títulos o grandes riquezas, pero sí un libre albedrío desde el primer de sus respiros.

Luego, le regaló una pequeña sonrisa, tan inusual en él que Rin la atesoraría por el resto de su vida. El miedo de Rin era un signo de que todo estaba bien.

—De eso se trata la vida… nuestra vida. —Sesshōmaru dejó reposar una mano en el vientre de Rin, en aquello que ambos habían creado, en un sueño sin permiso en el pasado y ahora su futuro—. Somos libres.

.

.

.

fin

x::x::x

Bipo habla (muchísimo esta vez):
Este fic nació hace un tiempo, en la primera mitad del 2020 probablemente, donde volví a tener un montón de inspiración mientras teníamos que permanecer encerrados en nuestras casas. Luego, el fandom de Inuyasha revivió de manera sorprendente ante la noticia de la continuación y, habiendo publicado mi primer fic SesshRin Purple Rain, recibí tantísimo cariño que me impulsaron a atreverme con Que mil brotes florezcan. Los últimos meses han sido difíciles para mí y me alejaron un poco de la escritura, pero no tienen idea lo sanador que resulta volver a dejar que fluyan las palabras, sin sentir que es una tarea a cumplir, sino algo hecho con amor.

Me gustan mucho las historias largas, por eso esta era un desafío también. Una idea que fácilmente podría haber sido la trama de 20 capítulos con muchísimos más personajes interviniendo, pero no era eso lo que quería, quería contar algo en tres capítulos que se quedara con ustedes. Algo que, pese a poder sido más profundo y entramado, igual les generara algo. Espero que mis esfuerzos porque quedara bien se noten, que siga siendo IC todo (dentro del hecho que Sesshōmaru no es un demonio aquí), y si bien lo leí muchas veces, espero que no se me haya pasado algún dedazo o algo jajaja

¿Es una historia cliché con el clásico final cursi y feliz? Sí, probablemente lo es. No creo que les esté trayendo algo nuevo, algo que jamás hayan leído antes o que nunca más volverán a leer. Muchas veces es mi objetivo ser original, pero esta vez no lo era tanto (no me malinterpreten, espero haber logrado ponerle un sello diferente a una historia que se ha contado mil veces). Sólo quería hablarles un poco de que hay veces en que tenemos que ser lo suficientemente valientes para elegir ser libres, y tampoco se engañen: muchas veces eso requerirá un precio, pero lo vale. Es decir, sean valientes y elijan sus sueños, no una vida que saben que no los hará felices.

Por lo mismo, no quiero que malinterpreten la elección de Sesshōmaru: jamás renuncien a sus sueños u otras cosas por amor, porque eso no es amor. Sesshōmaru se quedó al lado de Rin no porque ella le pidió que dejara todo por ella, sino porque él eligió ser libre y tener un decir en su vida, y le costó caro, pero se dio cuenta de que nada valía el poder decidir cómo vivir su vida. El amor te inspira a ser mejor y tomar decisiones que te hagan feliz (y, sobre todo, que te den paz mental, porque nadie es feliz tooodo el día), como fue el caso de Sesshōmaru. Rin no cambia mucho quien es porque desde un principio tiene claro qué es lo que desea para su vida, sabe que nunca será rica o imponente, pero eso no le impide disfrutar los pequeños momentos de la vida y valorar las cosas, valorar la libertad que tiene pese a lo mucho que debe trabajar; es por eso por lo que impulsa un cambio en Sesshōmaru. Solemos admirar a las personas valientes y él no es la excepción. Ella y Kikyō lo inspiran a cuestionarse todo lo que creía verdad toda su vida, comprendiendo que había muchas cosas que no le hacían sentido, muchas restricciones que odiaba, cosas que realmente no tenía por qué soportar. Finalmente, entendió el pesar de su padre al inicio de la historia.

Me abruma la cantidad de cariño que le ha llegado a esta historia. Espero de todo corazón que les haya podido dar un pedacito de felicidad en medio de todo el caos que es el mundo en estos momentos, y que sepan que todos sus comentarios alegran mi día y me dan el impulso para seguir. A veces es agotador lo que elegimos hacer, pero cuando las personas reconocen el cariño que pones en lo que haces, se siente tan bien que dan ganas de explotar de felicidad… así es como me siento respecto a FF. ¡Muchas gracias por leerme y por ayudarme a pasar buenos ratos en medio de este caos! Espero también que se animen a dejarme un review pese al gran tiempo que les hice esperar, quisiera saber qué es lo que piensan (L)

Como nota: Pasan 6 meses desde el primer capítulo y comienza este, luego Sesshōmaru es herido y desaparece por mucho tiempo hasta el invierno que observa a Rin (lo cual son 6 meses más), y finalmente se reencuentran luego de 1 año que Sesshōmaru desaparece. Luego de eso, viajan un tiempo hasta encontrar su hogar y en el último segmento, han pasado dos años desde que comienza el capítulo y casi tres desde que comienza la historia :) Y sip, es Kikyō quien cuida y encuentra a Sesshōmaru.

¡Sorpresa! Quiero anunciarles que tendrán un mini epílogo. Va a ser muy pequeño, enano en realidad, pero la frase final es de lo primero que escribí en esta historia. :) En mi página de FB iré dando noticias al respecto. Espero que les haya gustado el capítulo, el final y la historia en sí. ¡Gracias por su cariño!

Muchísimo amor para ustedes,
Mrs Bipolar. 2 de abril del 2021.