CAPÍTULO 3

¿Cuándo fue la primera vez que pensaste en tener un hijo? La simple pregunta genera un conflicto en mí; creo que al igual que algunas mujeres, a medida que crecemos hay cosas que simplemente fluyen, pensar en conocer a alguien y tener una familia es como se supone funcionan las cosas, pero un día te enojas porque todo lo que anhelas en tu vida es divertirte y pasarla bien, y tienes a alguien diciéndote que debes ser más centrada, evitar cometer errores; luego el error es enfocarte demasiado en la carrera profesional que estas construyendo con demasiado esfuerzo, y simplemente olvidas aquello que en un principio era tan natural.

¿Quería tener hijos? ¿Quería el hijo que yo creía estar esperando? Me sentí culpable al pensar que mi negativa era la razón de los resultados que el médico se empeñaba en explicarme; recién me estaba haciendo a la idea del cambio que se estaba generando en mi vida por haber estado con David, toda la extraña situación me hizo incluso cuestionarme mi instinto materno.

¿Era yo la del problema? Quizá había algo malo en mí. Me quedé sentada, sumergida en mis pensamientos, el resto del tiempo que tuve que esperar en la clínica. Para mí todo era muy sencillo: simplemente las pruebas que me había hecho eran producto de un error, estaba casi segura que la mayoría de ellas llevan impreso en la caja que no son un cien por ciento seguras.

David no me dijo nada, no me reclamó, no me acusó de haberlo engañado. Pensé que se debía a que él estuvo presente cuando me hice las pruebas, de lo contrario seguramente estaría gritándome por haber confabulado alguna especie de plan macabro en su contra, al igual que en las novelas con una mala trama, donde la villana fingía un embarazo para separar a los protagonistas. Ellos estaban muy lejos de ser unos buenos protagonistas, ella era insufrible, y si la gente supiera lo que David hizo sabrían que no es una buena persona.

Él parecía inquieto, casi al punto de volverme loca, aunque no emitió palabra alguna se la pasó recorriendo el lugar, caminando de un lado a otro, perdiendo dinero en la máquina expendedora, y las pocas veces que se sentó a mi lado su pierna se movía de un modo constante, lo cual era un verdadero fastidio.

Cumplí con realizarme las pruebas de sangre que el médico ordenó, estaba allí y no perdía nada con un chequeo de rutina, tampoco era como si los exámenes iban a dar un resultado preocupante. Volví a pagar todo en efectivo y terminamos saliendo de la clínica casi al medio día. Moría de hambre.

—Me gustaría ir a este restaurante, tiene una excelente calificación —dije leyendo los comentarios en mi teléfono.

David se estacionó a un lado de la acera y apagó el motor.

—¿Qué haces? —pregunté un poco fastidiada. Él había comido algunas porquerías en la clínica, y yo no.

—Quizá debamos buscar una segunda opinión.

—¿Sobre un restaurante?

—Sobre un médico. Siempre es mejor hacer todo con tiempo.

—No digas tonterías, estoy muriendo de hambre.

—¿Lo dices en serio? El médico acaba de decirnos que esto es serio.

—En realidad dijo todo lo contrario, que no debemos preocuparnos.

—Eso es lo que dicen los médicos cuando debemos preocuparnos. ¿Quieres que llame a alguien? Un amigo, un familiar, alguien que desees que te acompañe en estos momentos.

—No me estoy muriendo.

—Regina. No quiero preocuparte, pero debemos hacer las cosas bien.

—Dejemos las tonterías a un lado, vamos a comer y luego vamos al hotel por nuestras cosas para volver a casa. No tengo tiempo para esto —dije perdiendo la paciencia con él.

—No puedo creerlo. ¿Es que no sientes nada? Hace unas horas creí que seríamos padres y el médico dice que no es así, y que debes hacerte un montón de exámenes.

No podía soportarlo más. Ya era bastante malo estar atrapada en un falso matrimonio con él. Me bajé del carro, agradeciendo que estuviera detenido, o de lo contrario me habría lanzado de todas formas. Caminé siguiendo las instrucciones para llegar al restaurante que quería, y me dediqué a ignorar a David.

Entre las reseñas que leí en la aplicación, alguien recomendaba una pasta, en especial por la salsa que la acompañaba; por suerte el lugar no estaba demasiado lejos, y atravesar el centro de la ciudad a pie me hizo perder de vista a David. Mi satisfacción de alejarme de él duró poco, cuando llegué al restaurante y me dieron una mesa, él llegó justo detrás de mí.

Suspiró sentándose frente a mí, como si se armara de paciencia para lidiar conmigo. Era yo quien tenía la pesada carga de soportarlo.

—¿Qué pedimos? —preguntó para mi sorpresa.

El silencio de él no tuvo el efecto que yo esperaba, me dio espacio para pensar. La ciudad se alimentaba del rumor de un posible matrimonio entre nosotros a causa de un embarazo. La gente que me odia podía ser un peligro, dada mi actual situación legal, debía tener cuidado con las cosas que hacía de ahora en adelante o todo se caería antes de poder gastar un solo centavo del dinero que debía ser únicamente mío.

Cualquier tipo de avance que pudimos tener David y yo, desapareció por completo. El camino de regreso no tuvo conversaciones forzadas. Él hizo su mejor esfuerzo por conducir sin descanso, y cuando llegamos a su departamento fue directo a la ducha. Me quedé en el balcón, observando las luces de algunas calles que parecían albergar a los transeúntes nocturnos. Aunque la mitad de la ciudad estuviera prácticamente en estado de indigencia, a la otra mitad más afortunada parecía no importarle, los bares abiertos funcionaban ininterrumpidamente, era una división extraña.

¿Qué había pasado realmente en el derrumbe de la mina?

Tomé mi teléfono y envié un mail dejándome llevar por mi instinto.

David salió del baño, con una toalla alrededor de la cintura y gotas de agua cayendo por sus pectorales marcados y sus hombros anchos. Abrió el refrigerados y tomó una pequeña botella de agua saborizada. Era mía, pero opté por no decir nada. Aún desde mi lugar en el balcón, con las luces apagadas, podía ver las gotas de agua rodando por su cuerpo.

Al intentar desviar mi atención volteé y me enfoqué nuevamente en los pocos peatones tonteando mientras seguramente se dirigían a sus hogares. Empezaba a comprender que probablemente no sería tan fácil para mí volver a casa, la pregunta de David volvió a mi cabeza, haciéndome recordar que realmente no tenía a nadie en mi vida, nadie a quien pudiera llamar en caso de necesitar a alguien a mi lado. Me sentí sofocada por la misma sensación de vacío que sentí la noche en que David y yo dormimos juntos.


DAVID

No sé lo que pasaba con Regina. Con ella era dar un paso hacia delante y tres hacia atrás. Me volvía loco. Solo quería poder tener una conversación normal, y lo único que conseguía era un nuevo muro a su alrededor que me impedía tener algún tipo de relación normal, y me hacía creer que sería imposible tener una vida tranquila a su lado.

Estaba consciente que nuestra relación era extraña por decir lo menos, conocíamos tan poco uno del otro, y haber hecho las cosas mal desde el inicio hacía que todo fuera insostenible, sin embargo, después de la extraña mañana que habíamos tenido en el médico me preocupaba lo que podía pasar, en especial por su negativa a aceptar lo que estaba pasando.

Ella durmió muy poco esa noche, y el día siguiente pasó pegada al computador, volviendo a su rutina de comer mientras trabajaba. En las pequeñas pausas que tomaba se levantaba y caminaba por el departamento pensando en el trabajo, en todas las ideas que me producían tanta curiosidad, al punto de levantarme a media noche e intentar acceder a su computador; no tuve éxito intentando probar con algunas posibles contraseñas.

Las personas mantenían la distancia con ella. A pesar de su delicada apariencia, resultaba sumamente imponente, impecable a simple vista. En la reunión que mantuvimos a primera hora en la mañana donde fue presentado el informe del perito, y en el cual el evidente cambio en los valores de venta alarmaba a todos por las posibles pérdidas para los trabajadores; nada de lo que fue dicho pareció sorprenderla, era como si cada palabra fuera de su total conocimiento; y su inteligencia resultaba sumamente atrayente, incluso esa seguridad arrogante que nos hacía sentir a todos como simples pueblerinos.

—Agradezco el informe, mi empresa procederá a realizar un informe propio con nuestro perito —dijo ella para sorpresa de todos.

—¿Por qué habría de ser necesario otro informe cuando el nuestro acaba de ser entregado? —dijo Jefferson con evidente molestia.

Cuando la quiebra fue inminente, los trabajadores y sus respectivas familias no fueron los únicos desesperados. Robert Gold, el único dueño de las empresas Gold de minería, se retiró del escarnio público supuestamente a causa de un pre infarto que lo tenía con descanso médico absoluto; nadie le creyó, en especial cuando decidió vender todo a la empresa que Regina representaba. Él se retiró a descansar a su casa de campo fuera de la ciudad, dejando al frente de todo a Jefferson Hatter, quien había resultado ser un verdadero problema para todos, incluida Regina.

—Como dije, agradezco el informe, pero no vamos a cerrar un negocio sin saber exactamente lo que estamos comprando —dijo Regina con seguridad.

—El derrumbe solo nos perjudica a nosotros, y el informe que entregamos nos hace perder mucho más dinero.

—Volveremos a reunirnos cuando mi informe esté listo.

—¿Y cuándo será eso si se puede saber? —preguntó Jefferson levantando la voz y poniéndose de pie.

Regina sonrió, lo miró por un par de segundos, tiempo durante el cual todos guardamos silencio sin querer intervenir en su disputa.

—Se los haré saber por correo. Buenas tardes. —Regina se levantó y salió de la oficina haciendo sonar sus tacones sobre el suelo de mármol.

Las miradas se dirigieron a mí, como si de alguna manera yo fuera responsable de la situación que se había presentado.

—Esperamos un poco más de colaboración, David. Especialmente con las elecciones acercándose —dijo uno de los representantes sindicales.

—Si duermes con el enemigo deberíamos poder sacar algún tipo de provecho, ¿no te parece?

—¿Cómo está Gold, Jefferson? —Pregunté intentando no caer en sus provocaciones, comprendía su molestia, yo mismo estaba lo suficiente enojado por el retraso que supondría la decisión de Regina—. ¿Qué posibilidades hay de que tome el cargo de esta negociación?

—Las mismas de que tú ganes la alcaldía —dijo con una sonrisa estúpida.

Toda la situación se prestaba a discusiones, la tensión en las personas empezaba a aumentar, eran meses enteros que llevaban sin empleo, sin llevar dinero a la mesa, y el derrumbe los había dejado casi viviendo en las calles. Me dirigí al ayuntamiento para ayudar a las personas a volver a sus hogares, algunos tenían dudas al respecto, no se sentían del todo seguros pensando que quizá el terreno había quedado sentido. La ciudad iba a necesitar muchas transiciones, pero mi padre había tomado la decisión internamente de no adjudicar ningún contrato, se retiraría y lo dejaría en manos del próximo alcalde, su decisión no se sabría del todo, era un comentario entre familia.

Después de unas horas de calmar mi enojo y ayudar a estabilizar la situación en el ayuntamiento, decidí que era momento de ir a buscar a Regina. No necesité llamarla para saber dónde estaba. La encontré en las minas, se había cambiado de ropa y llevaba puesto un casco mientras hablaba con un hombre al que yo no conocía. Mantuve mi distancia, observándola dirigirlos. El jean apretado y los botines planos que llevaba hacían lucir sus piernas; me estaba costando mucho no mirar, incluso había optado por dormir en el mueble incómodo para mantener la distancia entre nosotros, pero nadie que conociera a Regina sería capaz de no mirarla por completo. Una vez más encontré atractivo verla dirigir a un grupo de hombres sin ningún atisbo de dudas.

Pensé en Mary Margaret, quizá empezaba a extrañarla, desde la noticia de mi matrimonio no había sabido nada de ella; escuché que estaba pasando unos días fuera. Ella solía aparentar cierto liderazgo, la gente la seguía y estimaba, pero era muy diferente a las cualidades que empezaba a notar en Regina. Sentía que eran extremadamente opuestas.

—¿Vienes a gritarme? —dijo Regina acercándose a mí.

—Me gustaría, pero primero quisiera saber por qué…

—¿Por qué hago mi trabajo? —me interrumpió.

—Ustedes son los que van a ganar con esto.

—No creo que sepas cómo funciona.

—Ustedes siempre ganan, los únicos perjudicados aquí son las personas que no lograrán cobrar una justa liquidación por todos los años de trabajo, dejaron sus vidas en estas minas.

Ella no contestó. Algo de mis palabras debieron demostrarle que no era tan ajeno a la situación real.

—Tengo que salir de la ciudad. Solo serán un par de días.

—¿Y el peritaje?

—Por muy buena que sea en mi trabajo, no sirvo de nada inspeccionando el lugar, tengo gente profesional a cargo de todo.

—Creo que debemos hablar de tu salud, de lo que dijo el médico. ¿Recibiste los resultados?

—No me preocupan los exámenes, me preocupa mi trabajo.

—Creo que no estás tomando esto con la seriedad necesaria.

—¿Vas a extrañarme esposo mío? —dijo burlándose—. ¿Prometes ser fiel en mi ausencia?

Mi plan de contener mi enojo públicamente era difícil de mantener cuando ella parecía disfrutar molestándome. Miré a la gente a nuestro alrededor, los policías cuidando el paso, hablando entre ellos mientras nos miraban con atención.

—Claro que voy a extrañarte mi pastelito —dije con el mismo afán de molestarla.

Torció los ojos y antes que pudiera decir algo me acerqué a ella, la sujeté de la cintura atrayéndola hacia mí con fuerza y le di un beso. Sus labios estaban fríos, sentí su cuerpo tensarse, aunque no se alejó; sostuve la parte posterior de su cabeza alargando el momento mientras la besaba. Estuve a punto de sentir que había logrado ganarle una vez cuando sentí sus labios morder con fuerza mi labio inferior, eso logró apartarme.

—Eres un idiota —dijo molesta.

Sonreí mientras ella se alejaba. Se subió a su auto y se fue.


REGINA

Él no esperaba verme de nuevo. Había cruzado todo el país solo para verlo, sin una verdadera razón para interrumpir su vida, movida por la necesidad de algo real, y en mi vida no había nada más real que Daniel. No voy a hablarles de él. Daniel estaba guardado en una parte de mi corazón que no comparto con nadie, y de no sentirme tan ansiosa como me siento no habría dejado todo y tomado un vuelo para verlo. Años atrás él hubiese sido mi persona, la persona a quién llamar cuando necesitas que te sostengan la mano o para acompañarte mientras tomas una decisión estúpida; ahora él parecía no muy feliz de verme.

Esperé pacientemente a que todos se fueran, hasta que el último padre terminara de hablar con él tras la práctica de béisbol de su hijo adolescente. Terminó de recoger las cosas, las subió en el balde de su camioneta, y sin ningún afán caminó hasta detenerse frente a mí. No me moví del lugar en las gradas donde estaba sentada esperándolo.

—Lamento venir sin avisar.

—No es cierto —dijo con sinceridad y no pude debatirlo—. Aunque supongo que es importante.

—Parecía que lo era cuando decidí venir. Mi padre murió.

—Lo sé.

—¿Y no se te ocurrió llamar?

—Los dos quedamos que no puedo seguir siendo la voz de tu conciencia.

—Me habría servido un poco. Dejó una cláusula en su testamento y tuve que casarme.

—Debiste llamarme.

—¿Te habrías casado conmigo?

—No. Pero te habría dicho que no lo hicieras.

Los dos sonreímos. Me acerqué a él y no dudó en estrecharme en un abrazo. Percibí su aroma y todos nuestros recuerdos volvieron a mí. Él era mi polo a tierra, no solo la voz de mi conciencia, mi única conciencia.

—Te extraño… nos extraño.

—¿Estás en problemas? —preguntó contra mi cabello—. ¿Necesitas algo? ¿Es un buen hombre con el que te casaste?

—No he venido porque esté en problemas. Necesitaba algo de sol.

Me aparté de sus brazos para poder ver su sonrisa, la luz que proyectaba seguía siendo el mejor rayo de sol.

—¿Cuánto tiempo tienes que estar casada?

—Mi abogado cree que será mucho más del tiempo que pensábamos.

—No creo que estuvieras pensando cuando lo hiciste. Ni siquiera necesitas el dinero.

—Sabes que no puedo dejarlo salirse con la suya —volví a sentarme en las gradas y me crucé de brazos.

—No voy a decirte lo que tienes que hacer. No somos más nosotros. Hemos pasado demasiadas veces por esto, y sigues sin aprender.

—Te haría sentir mejor si te dijera que pienso donar todo el dinero.

—Sé que no lo harás. Tienes que salir de la burbuja en la que te gusta encerrarte, hay mucho más en el mundo.

—Pues no todos tenemos que suscribirnos a una guerra inútil para saber cómo funciona el mundo.

Me mordí el labio para no discutir. No era lo que quería.

—¿Es un buen tipo?

—No lo sé.

—Asegúrate de saberlo antes de seguir adelante. No hagas nada tonto.

—Estoy pensando que quizá deba tener un hijo con él.

—Eso es lo opuesto a no hacer nada tonto —dijo riendo, perdiendo la paciencia sin llegar a enojarse. Él jamás se enojaba, sin importar lo que yo hiciera.

—A veces creemos que tenemos tiempo de hacerlo todo, pero no siempre es así. Quizá esa es la razón por la que me casé con él.

—Te casaste porque eres incapaz de dejar ir, estás aquí a pesar que acordamos no volver a vernos porque eres incapaz de dejar ir.

—Somos amigos.

—Ve a casa e intenta tener una buena vida.

Se sostuvo contra la reja detrás de él y cambió el peso en el que se apoyaba, pude ver su pierna ortopédica mientras se acomodaba el calentador, sacudiendo el polvo y golpeando sus zapatos contra el suelo. Recordé lo mucho que él odiaba usar la prótesis y recordé lo mucho que él adoraba correr.

—Gana unos partidos por mí, como en los viejos tiempos.

—Siempre gano los partidos por ti.

Tendió su mano y yo no dudé en tomarla. Volví a abrazarlo y pensé en que debimos intentarlo más, pensé en la vida que hubiésemos compartido juntos, en las personas que hubiésemos sido.

—Quizá me invites a cenar la próxima vez —lo dije, aunque sabía que no pasaría. Él no dijo nada.

Lo cierto es que a pesar de todos los intentos nunca hubiésemos logrado hacerlo funcionar; sin importar lo mucho que nos guste engañarnos, las mentiras solo duran un tiempo limitado. Me acompañó hasta mi auto rentado y puso un beso de despedida en mi frente.

—Nunca me dijiste qué pasó con la llave del correo postal. ¿La entregaste?

—No he tenido la oportunidad —dije sin mirarlo a los ojos.

—Regina. Es importante.

—Lo sé. Solo estoy esperando el momento adecuado.

—¿Por qué habrías de esperar el momento adecuado? —preguntó un poco confundido—. ¿Con quién te casaste? —preguntó empezando a comprender.

—Eso no tiene nada que ver —intenté mentir.

—No te casarías con alguien que pudiera chantajearte, eres más inteligente que eso. Y no me has dicho nada de este hombre. Dime que no hiciste lo que estoy pensando.

—No fue planeado. Solo se dio.

—¿Le diste la llave? No se la diste, claro que no se la diste —Se llevó las manos al rostro en un intento por no enojarse—. ¿En qué estabas pensando?

—Voy a darle la llave, solo que no ahora.

—Por supuesto que no, porque necesitas chantajearlo para que tu padre muerto no se salga con la suya. Ni siquiera lo conoces. ¡Ni siquiera lo conoces!

—Tengo suficientes cosas de qué ocuparme en mi vida en estos momentos. Le daré la llave cuando lo crea conveniente. Pudiste haberlo hecho tú y no lo hiciste, así que no me digas lo que tengo que hacer.

—Es que ni siquiera entiendo tu afición de complicarte la vida innecesariamente. No voy a ser parte de esto.

Hay ocasiones en que el silencio es la mejor respuesta. Lo observé darme la espalda una vez más y marcharse, la diferencia es que esta vez estaba dispuesta a dejarlo ir.


DAVID

Recorrí el mercadillo comprando cosas saludables que le gustaban a Regina, era una compra intencionada. Graham y yo habíamos aprovechado el tiempo que Regina estaba fuera de la ciudad para decidir lo que haríamos. No éramos el mejor equipo, pero Graham era de mi entera confianza actualmente.

—¿Y esa cara de preocupación? —Ruby me sorprendió apareciendo de repente, con su habitual alegría contagiosa—. Andas extrañando a esa esposa tuya. Es realmente linda.

—Lo es.

—¿Cómo va la luna de miel? —Enganchó su brazo con el mío y caminamos juntos.

—Iría mucho mejor de no ser por el problema de la ciudad.

—No deberías dejar que te afecte. Me alegra que te hayas casado, incluso si lo hiciste por venganza. Mary Margaret se lo merece.

—Serías la única que lo cree aparte de Graham.

—Siempre la encontré bastante falsa, y su padre es bastante siniestro, no me gusta la forma en que nos mira a las mujeres. Ellos podrán engañar a todos, menos a mí.

—Solo porque eres especial.

—Ya sabes, los poderes mágicos del cáncer. Que no me oiga mi madre o pondrá el grito en el cielo por atreverme a decir la palabra con c.

—Me alegra tenerte de regreso, esta ciudad no es lo misma sin ti.

—Hablando de tu ex —dijo susurrando a mi oído—. Mary, que lindo verte.

—Lo mismo digo —dijo Mary Margaret sonriendo—. No te vez para nada enferma, aunque deberías comer más. Te prepararé una nueva receta que aprendí.

—No creo que mi estómago pueda soportarlo —Ruby le dio su mejor sonrisa.

Mary Margaret siempre solía hacer comentarios así, pero era la primera vez que me daba cuenta del desacierto de sus palabras.

—Me enteré que tu esposa te abandonó, David. Tan pronto y ya se fue. No es que me sorprenda. En especial después de lo mal que te has portado conmigo.

—Regina solo está fuera por trabajo —dije sin caer en sus provocaciones.

—Con lo rápido que te casaste con esa mujer, y sin conocerla, lo más probable es que tenga a alguien más.

—No todas son como tú. —Me resultaba imposible no discutir.

—Eso es tan machista de tu parte. En serio espero que logres darte cuenta de tu mal comportamiento conmigo.

—Chao Ruby.

Besé la mejilla de Ruby y me fui. Por muchas ganas que tenía de volver a recordarle lo que hizo, discutir en público con ella era una de las cosas que acordé no hacer, y tenía cosas más serias en las cuales ocupar mi energía. Me hubiese gustado seguir hablando con Ruby, hacerle un par de preguntas, esa fue la razón por la que había ido al mercadillo, esperando toparme casualmente con ella.

Había logrado tener acceso a los exámenes que Regina se realizó, y solo esperaba que volviera cuanto antes para obligarla a ir al médico, buscar un especialista y hacer más estudios. No le había dicho a Graham de los exámenes médicos, esperaba poder hablar primero con Regina. No tenía la más mínima idea de dónde había ido, casi hasta deseaba que haya ido al médico, aunque sea sin mí.

Estaba tan concentrado en mis pensamientos que no me di cuenta con quién tropecé.

—Lo siento —dije sin mirar.

—No tienes que disculparte.

Reconocí su voz de inmediato.

—Te dije que evitaras cruzarte conmigo.

—¿Vas a golpearme otra vez? ¿Qué va a pensar tu esposa?

Whale era el peor de los idiotas, ni siquiera entendía cómo Mary Margaret se había fijado en él, no estaban juntos, pero una vez era demasiado. Él era el hombre que todas las mujeres deberían evitar.

—Voy a partirte la cara… cuando no estemos a plena luz del día y no haya alguien que pueda detenerme.

—Cuando quieras. Voy a aceptarlo con gusto, con el mismo gusto de haberme acostado con tu novia.

Solo pude apretar los puños mientras él se marchaba en su auto. La furia que sentía me convencía de seguir adelante con mi idea de llegar a la alcaldía, no era parte tan solo de una venganza, quería ganar las elecciones y cumplir mi promesa de destrozarle la cara a ese imbécil.

Regina regresó a casa la noche del viernes, había estado fuera cuatro días. Tenía una copa de vino en las manos y estaba sentada frente al balcón, no creó que estuviera esperándome y parecía que había llegado hace un par de horas, tiempo suficiente para desempacar y ponerse cómoda. Sobre la mesa de centro estaban los exámenes que yo mismo había descargado e impreso, así que ella sabía que yo los había leído.

Tomé un banco y me senté a un lado de ella, viéndola; mientras ella veía las luces de la ciudad.

—Creo que deberíamos ver a un médico. Asegurarnos que todo está bien, que no hay nada de lo cual debamos preocuparnos.

—No hay un nosotros —dijo sin mirarme.

—Creo que deberíamos intentar que haya un nosotros. Estamos casados legalmente, nos acostamos, no perdemos nada intentándolo, hay quienes lo han hecho con menos que eso.

—No vas a ganar las elecciones. No importa lo bien que podamos fingir. No van a recibir la liquidación que esperan y estar casado conmigo hará que te odien también.

—Tengo mi propio plan. No eres la única lista en esta relación.

—¿Y si estoy enferma? ¿Si estoy realmente enferma? —dijo casi fundiéndose en el respaldar del sofá, mirándome al fin y bebiendo el resto de vino que quedaba en su copa—. Estuve buscando en internet...

—Es una mala idea buscar en internet. —Le quité la copa de las manos y la puse en la mesa.

—Podría ser cáncer.

Sus ojos estaban llenos de dudas, casi no había rastro de la mujer segura y desafiante; e incluso así había algo en ella que me resultaba único, con el cabello suelto cayendo sobre sus hombros, su rostro sin maquillaje y sus labios rosados.

—No hay que decir la palabra con c.

—¿Harías algo por mí?

—Si —contesté sin dudar.

Tomó mi camisa con su mano derecha y me atrajo hacia ella. Sus labios se abrieron en un beso deseado, permitiendo que mi lengua entrara en su boca. Mis dientes rozaron su labio inferior, atrapándolo. Me incliné más sobre ella, con mis manos en su cadera, sujetándola; unidos en un beso que nos estaba dejando sin aliento, despertando el deseo carnal de poseerla.