Polidrama - Capítulo 3

-¡Coop!

Su padre no pudo evitar aquella exclamación cargada de sorpresa y preocupación tras cruzar el umbral de la puerta. Coop se encontraba tan vendado como una momia. Los vendajes rodeaban su cabeza, ambos brazos, manos, dedos y el torso visible bajo la camisa. Traía yesos en ambas piernas levantadas con cuidado, al igual que sus antebrazos. Traía un cuello ortopédico que apenas le permitía mover la cabeza y la mandíbula.

El chico fue sorprendido con la mirada de su padre. Tanta aprensión, preocupación, miedo, envueltos en un par de ojos recubiertos con sus gafas. No quería ser testigo –ni mucho menos causante- de tal pesar. Esta vez se había pasado. Su corazón cayó de golpe hasta su estómago. Se sentía de concreto. Su lengua se congeló bajo una mandíbula que apenas podía mover. Los malestares generales habían pasado a segundo plano. La morfina estaba perdiendo su efecto, pero poco le importaba.

-¡Oh Dios! ¿Qué te hicieron? –agregó su padre junto a su cama.

-Papá –masculló cubierto por una vergüenza tan grande como su pesar.

La desesperación en el rostro de su padre crecía conforme pasaban los segundos de asimilación. Jamás se había metido en un problema tan grave que terminara de esta forma. La frustración y la vergüenza hacían un caldo de cultivo que cocinaba su conciencia a fuego lento.

En eso la vio entrar a ella. A la causante de todo este problema. Millie había dado un largo suspiro antes de atravesar el umbral. Hacía mucho tiempo que no se topaba con su hermano. Tal vez desde que se ella decidió irse de la casa. No esperaba que el siguiente encuentro ocurriera en estas circunstancias. Una mirada molesta la recibió por su parte. Ella respondió con una mirada asesina. A fin de cuentas, él solo se lo buscó. ¿Qué se tenía que meter en su vida de todas formas?

Su mirada asesina no venía sola. Tras ella entró Yang. El chico pudo percibir lo pesado que era para ella toda esta situación. Colocó una de sus manos sobre el hombro de ella. Al notarlo, ella se volteó hacia él. Él le sonrió como respuesta. Quería que ella supiera que él la apoyaría siempre. No estaba sola enfrentando todo el problema. Y si su hermano venía con problemas, él estaba ahí para enfrentarlo. No sería tan suave como Yin.

El verlo ahí, tomándose tales derechos junto a su hermana, fue la invitación desafiante para Coop. ¿Quién era él para estar ahí? Lo que en un principio era un simple desagrado, ahora era una declaración de guerra. Sus vagas impresiones lo tenían como un tipo que no se tomaba en serio a las mujeres. En cualquier momento terminaría por romperle el corazón a Millie. Ese conejo fue lo suficientemente listo como para convencerla de tamaña locura. Poliamor, ¡qué va! Él solo quería aprovechar de tener su harem privado. Pero se equivocó de chica al querer usar a su hermana. Aprovechándose de su inocencia. Le tenía que quedar claro a ese idiota que con ella no.

De haber podido, se habría abalanzado inmediatamente. Su intento solo terminó en un remezón que le recordó lo que era el dolor.

-¡Coop! ¿Qué te pasó? –le preguntó su padre asustado ante aquella extraña reacción.

El chico cerró los ojos por aquel golpe de dolor rápidamente esparcido por cada rincón de su cuerpo. Al volver a abrirlos, se encontró con Yin. La coneja le regaló una mirada fría mientras se cruzaba de brazos. Su instinto de supervivencia lo congeló. La chica se encontraba hastiada con toda esta situación. Lo que comenzó como un lunes cualquiera terminó en una batahola de problemas causados por las estupideces de su hermano. La vida sería más fácil sin poliamor.

-Hum, fracturas en el cráneo, ambos brazos, ambas piernas, en el cuello y una lesión lumbar severa –oyó una voz rasposa-. ¡Uy! Con esto difícilmente pueda volver a caminar. Aunque debo admitir que fue un trabajo limpio, aunque con eso de la fractura lumbar sí se pasó de la raya.

El señor Burtonburger se volteó y se encontró con un viejo panda revisando los apuntes colgados a los pies de la cama de su hijo. Se veía concentrado, con unos lentes cuadrados cubriendo sus ojos lilas, y un grueso cinturón verde claro. El hombre arqueó una ceja. No le parecía ser un médico como para sacar tales conclusiones. A pesar de ello, le asustaba la idea de que su hijo no volviera a caminar.

-Bien, por la descripción de las heridas, creo sospechar quien podría ser el causante de todo –prosiguió el panda dejando los apuntes en su sitio y quitándose los anteojos para hacerlos desaparecer con un puf-. ¿Niños? –agregó volteándose hacia los conejos.

Yin y Yang se voltearon extrañados. Su viejo padre había llegado de la nada y estaba dando en el clavo sin hacer mayores preguntas.

-Fui yo –se adelantó Yin-. Actué en legítima defensa porque ese tipo llegó destrozando todo el local –agregó apuntando con molestia hacia el herido.

-¿Qué? –intervino el señor Burtonburger-. ¡Eso es imposible! ¡Mi hijo no es violento! ¡Debe haber alguna clase de equivocación en todo esto!

-¡Claro que no! –insistió Yin desatando un poco de su enojo-. ¡Ese tipo llegó, revolvió la oficina! ¡Rompió mi taza favorita! Venía como una bestia salvaje amenazando la integridad de todos los que estábamos allí a esa hora.

-¡Ya! ¡Ya! Tranquilos –intervino el panda con voz suave pero firme-. Lo importante ahora no es buscar culpables, sino entender qué fue lo que pasó. ¿Yin?

-¿Sí, maestro? –contestó la aludida.

-¿Cuáles son los daños?

-Bueno –la coneja empezó a hacer memoria-, destrozó la mesa de la oficina, destruyó algunos papeles importantes, rompió el tazón que usted me regaló para navidad, un florero, trizó el aparador de los trofeos, y… creo que eso es todo.

-¿Hay algún estudiante dañado?

-No maestro.

-¿Dónde estaba Yang en ese momento?

-Fui a pagar unas facturas que habíamos olvidado –respondió Yang-. Cuando llegué, vi a la gente reunida en torno a nuestro local, y alguien me dijo que se habían llevado a un herido en ambulancia.

-¿Consideras que los daños ameritaban la fractura lumbar? –lanzó el panda mirando a Yin.

El silencio alimentó la vergüenza que tragó las palabras de la coneja. Yin simplemente quedó con la boca abierta, y las palabras vacías.

El panda se llevó la mano al mentón en señal pensativa. Se volteó hacia el herido y su padre, y los observó con curiosidad. El silencio se había hecho en la habitación, expectante a la conclusión del anciano.

-Olvidé presentarme –comenzó a hablar-. Mi nombre es Yo Chad. Soy el padre de los conejos –agregó extendiendo su peluda mano.

-Burt Burtonburger –contestó el hombre respondiendo el saludo aún incrédulo de lo que le estaban contando-, soy el padre de mi hijo Coop –agregó dándole una rápida mirada al herido.

-Primero que todo, quisiera extender las disculpas a nombre de mi hija por, bueno, lo ocurrido con su hijo –respondió con amabilidad mientras el apretón de manos se daba por finalizado.

-Muchas gracias, señor –respondió Burt-, también quisiera extender las disculpas a nombre de mi hijo por todos los daños causados.

-También le prometemos hacernos cargo de todos los gastos médicos –agregó el panda-. Además, conozco un antiguo remedio Woo Foo que le permitirá sanar sus fracturas más rápidamente. ¡Incluso la de la espalda! Le aseguro que en una semana su hijo estará como antes, sin la menor secuela.

-¡¿Qué?! ¡Gracias! –el subidón de emoción dio paso a un alivio que liberó la alegría en Burt, quien de inmediato agarró la mano y la estrechó moviéndola de arriba abajo a mil por hora-. No sabe cuánto me alegra esa noticia. ¡Y por supuesto! Nosotros nos haremos cargo de los daños causados en la academia. Hasta el tazón roto será repuesto tal cual estaba. ¡Lo prometo!

-Es bueno llegar a un acuerdo después de todo –respondió el panda con una sonrisa-. Le haré llegar el remedio con mi hija mañana a primera hora.

-¡Excelente! –respondió Burt sin soltarle la mano-. ¡Es un placer hacer negocios con usted, señor Chad!

El Maestro Yo dejó que su contraparte desahogara su emoción con su mano estrechada unos cuantos segundos más.

-Bien, es momento de retirarme –anunció el panda con sus manos en la espalda-. Los dejaré conversar en familia sobre lo ocurrido. Debo hacer lo mismo con mis hijos.

Dicho esto último, extendió sus manos para agarrar a cada conejo de una oreja. Ambos terminaron por agacharse y seguirle el ritmo para evitar un tirón muy fuerte, mientras se quejaban tanto por el dolor como por la vergüenza de salir de ahí de esa forma.

-¡Vamos niños! –dijo mientras se retiraba-. Iremos por un café.

Dennis vio como el panda se llevaba a los conejos por las orejas. El chico estaba sentado en uno de los asientos adornando el pasillo. Sentía que simplemente sobraba en aquella habitación. Prefería hablar con Coop en privacidad. Siguió al trio de animales con la mirada hasta perderse al final del pasillo.

Mientras tanto, en el living de un departamento, se encontraba Franco instalado en el desastrado sofá. Había toallas y ropa de todo tipo tirada por el sofá y los sillones. La cocina americana se podía apreciar de fondo completamente desordenada. El chico se encontraba cabizbajo con las piernas completamente abiertas. Se acariciaba la cabeza, con rizos y todo. De vez en cuando intentaba estirar uno de aquellos rizos de manera infructuosa. Se le veía nervioso, intranquilo. Parecía que en cualquier momento pasaría a arrancarse el cuero cabelludo.

-¡Relájate! –se le acercó un chico rubio con una lata de cerveza-. Míralo por el lado positivo. Ella no te cerró las puertas. ¡Al contrario! Ahora más que nunca tienes la oportunidad.

El chico rubio traía un polo gris claro y unos shorts lilas con amarillo.

-¿Cómo crees eso, Max? –le recriminó el chico recibiendo la lata-. ¿Cómo quieres que me meta con Millie… ahora?

-Pero, haber –insistió Max sentándose al lado de Franco y abriendo su propia lata-. Ella te dijo que estaba en una relación poliamorosa, ¿no es cierto?

-Sí, es verdad –contestó volteándose hacia su amigo.

-Entonces ella puede tener algo contigo, ¿no? ¡Nada se lo prohíbe! –insistió Max.

-Sí pero… -replicó Franco cargado de frustración recostándose sobre el sofá abriendo su lata.

-¡Date cuenta que el destino nos está sonriendo! –exclamó Max con emoción-. Imagina esto: tú con Millie, yo con Leni. ¡Y Yang aceptando todo! ¿Ves lo increíble que suena todo esto?

-Pero es que yo no soy así –replicó Franco-. No quiero compartir a Millie con otro.

-Hay no seas egoísta –insistió Max colocando sus pies sobre la mesita de centro de vidrio mientras le daba un largo sorbo a su lata-. Yo no me quejaría en mi caso. Además, por lo pronto, es lo más lejos que podemos llegar. Opino que deberíamos aprovechar esta oportunidad.

-No lo sé –respondió Franco dando un sorbo a su lata-, cuando supe que Leni estaba saliendo con el novio de Millie, imaginé que cuando ella se enterara de esto lo iba a dejar. Cuando me armé de valor y le dije lo que sabía, me enteré que ella ya lo sabía. Fui su pañuelo de lágrimas, su mejor amigo –lanzó un triste suspiro mirando al techo-. Creo que quedé atrapado en la friendzone.

Se volteó a su amigo con pesar, y prosiguió:

-¡Y mírala ahora! ¿Qué tan miserable tienes que ser para aceptar que tu novio tenga una amante? Yo no quiero eso para ella. ¡Y no puedo hacer nada! ¡Estoy atrapado en la friendzone!

-Haber, calmado –lo contuvo su amigo-. Primero que todo, la friendzone no es una cárcel de hierro de la cual no puedes escapar. ¡Es solo cuestión de actitud! Debes estar para Millie, y cuando menos se los espere, ¡zas! Le plantas el beso de su vida. Le das todo tu amor, toda esa pasión ardiente dentro de ti. Si tu amor es sincero, ella no se va a poder resistir. Lo mejor y más increíble es que su novio te está dando permiso. ¡Te está dando permiso!

-¡¿Cómo se te ocurre?! –le recriminó su amigo asustado.

-¡Ep! ¡Ep! ¡Ep! –lo tranquilizó alzando su palma-. Por lo pronto, si quieres tener algo con Millie, deberás seguir las reglas del juego. Luego, cuando menos se lo espere ¡pam! Se la quitas.

Un temblor frio recorrió el cuerpo de Franco de pies a cabezas. Para él, la idea de Max era tan suicida como lanzarse a un mar plagado de tiburones. Él, a quien le costaba tan solo imaginar escapar del papel de mejor amigo, le era imposible considerar quitarle a su chica a un casanova como Yang. Ese tipo fue capaz de conseguirse a dos chicas, mientras que él, se conformaba con mirar.

-La verdad yo también quiero entrar en ese juego –Max interrumpió sus pensamientos estirándose sobre el sofá mientras le daba un largo trago a su lata-. No pienso compartir a Leni para siempre.

-¿Y cómo pretendes hacerlo? –le preguntó Franco.

-Leni no ama a Yang de verdad –respondió con suficiencia-, solo le gustan los animales peluditos. Le regalo un oso de peluche tamaño natural y ¡pum! Se olvida de él para siempre.

-¿Crees que es tan fácil? –le preguntó Franco mirando su lata.

-Como dicen por ahí, el que juega a dos bandos, pierde pan y pedazo –respondió cargado de confianza.

Franco lo quedó mirando sin saber qué pensar.

-¡Por nosotros! –exclamó Max alzando su lata-. ¡Y por esta sagrada cruzada en busca del amor y de desvalijar a ese conejo con su propio permiso! ¡Qué Cupido nos acompañe a nuestro favor y logremos alcanzar la fortuna en su nombre!

Franco no pudo menos que sonreír ante esa invitación.

-¡Salud! –exclamó chocando su lata con la de él.

No alcanzaron a regalarse un nuevo sorbo de su cerveza, cuando oyeron el timbre de la entrada, seguido de unos golpes desesperados.

-Iré a ver –se ofreció Max poniéndose de pie y dejando su lata sobre la mesita de centro.

El chico se dirigió hacia la puerta de entrada, que se encontraba de espaldas al sofá. Franco se volteó siguiéndolo con la mirada, con curiosidad sobre el nuevo visitante.

-¡Max! ¡Necesito tu ayuda! –fue el recibimiento de una desesperada Leni apenas la puerta la dejó al descubierto.

-¡Leni! ¿Qué pasa? ¿Qué necesitas? –lanzó preocupado Max ante la reacción de la chica.

-¡Necesito entrar al local! –exclamó-. ¡Se me quedó el teléfono allá adentro!

-¿Y no puedes entrar con tu llave? –preguntó el chico.

Leni lo quedó mirando con la confusión en su mirada.

-¡Tu llave! –repitió Max-. Los cuatro tenemos una copia de las llaves del local. ¿O ya lo olvidaste?

La mirada de confusión de la chica no permitía predecir cuáles serían sus próximos pasos.

-¿Dónde dejaste tu cartera? –preguntó Max de pronto. Aquel silencio le dio suficiente tiempo como para percatarse de ese detalle.

La chica se miró las manos vacías y cayó en la desesperación.

-¡Oh no! –exclamó con las manos en la cabeza-. ¡La olvidé en el hospital!

-¿El hospital? –preguntó Max con intriga.

-Yang me llamó a la salida del trabajo pidiéndome que fuera al hospital porque ocurrió una emergencia –lanzó Leni hablando con rapidez-, pero cuando llegué al hospital, no lo pude encontrar –se quejó con pesar.

-Pero Fiona revisó la oficina antes de cerrar. Si se te hubiera quedado el teléfono, nos hubiera avisado –explicó Max.

-¡¿Y ahora qué voy a hacer?! –exclamó Leni al borde de la desesperación.

-Tranquila –le dijo Max sujetándola de los antebrazos-. Llamemos al conejo y preguntémosle qué está pasando.

-¿Tienes su número? –preguntó Leni con una inocente sonrisa de esperanza.

-Ehhh –balbuceó Max temeroso de informar las malas noticias.

-Yo tengo el número de Millie –intervino Franco acercándose a la pareja-. Podemos llamarla. Creo que ella está junto a Yang y podemos preguntarle qué está pasando.

El chico había quedado enganchado de la conversación desde que Leni mencionó al hospital. Aquel lugar no era sinónimo de buenas noticias. La idea de que Millie estuviera involucrada en el asunto lo paralizaba. Aquel ofrecimiento podía no solo solucionar el problema de Leni, sino además buscar las tan necesarias respuestas.

-¡Ay eres un ángel! –agradeció Leni dando un par de pasos hacia el interior del departamento.

Franco de inmediato se dispuso a buscar su teléfono. Se encontraba en el bolsillo de su chaqueta que había tirado en el sillón del living. Apenas consiguió el aparato, se acercó a la pareja mientras buscaba a Millie entre su lista de contactos.

-No contesta –les dijo tras un rato escuchando el sonido de espera de la llamada. Había colocado la llamada en altavoz para que todos la escucharan.

Y es que Millie no estaba en condiciones de responder alguna llamada. Se encontraba ahí, de pie, congelada. La vibración de su teléfono pasó de largo para sus sentidos, atentos a su hermano y su padre.

-Aun no entiendo qué fue lo que pasó –le dijo Burt a su hijo. Ya parecía más tranquilo. Se estaba tomando esto como una anécdota más que pasará-. ¿Por qué fuiste al local de esa chica a destruirle sus cosas?

Coop miró a Millie. Ella sabía que el siguiente paso era que él hablara. Ya veía venir la decepción de su padre. No estaba lista para enfrentar esto.

-Necesito ir al baño –se disculpó Millie antes de abandonar la habitación.

Burt no alcanzó a voltearse cuando su hija ya se había ido.

Dennis vio cuando Millie se fue a paso raudo. Decidió seguirla en busca de respuestas.

-¡Hey! ¡Millie! –exclamó detrás de ella-. ¿Qué fue lo que pasó?

La chica solo pretendía arrancar. Huir a ese pequeño rincón que solo su almohada le podía regalar y olvidarse de todos los problemas. Necesitaba un descanso. Necesitaba un respiro.

-¡Millie! –exclamó Dennis apretando el paso al ver que ella iba cada vez más rápido.

De improviso, Dennis consiguió alcanzarla. Extendió su brazo hasta agarrarle el hombro. Apenas sintió ese agarre, Millie se detuvo. Ella se volteó para encararlo. Dennis retrocedió asustado. La curiosidad le había impedido ver que se estaba pasando de la raya. Pudo ver un par de surcos en su rostro construidos por sus lágrimas. Una explosión de emociones que temía haber convocado.

-¡¿Qué?! –le gritó molesta.

-¿E-estas bien? –balbuceó temeroso.

-¡No! –le gritó. Ya no le importaba nada-. ¡No estoy bien! En estos momentos Coop debe estarle contando todo a papá. ¡Todo! En estos momentos él debe estar decepcionado de mí. ¡Se acabó todo!

Al chico se le ocurrieron un par de palabras con la intención de tranquilizarla, pero frente a cualquier respuesta él temía una nueva reacción de la chica. No se atrevió a responder.

-Se acabó –finalizó Millie.

La chica se volteó nuevamente para retomar su camino. Dennis se quedó parado en medio del camino. Decidió no seguirla. Nunca la había visto así. Le asustaba verla así. Siempre había sido fuerte, fiera, dura. Fue un punto de quiebre que lo sorprendió demasiado. No, no era un campo en el que debía batirse. No era su lugar ni su problema.

La chica bajó hasta el vestíbulo de la entrada cuando vio a Yang. El conejo había estado junto a su padre en la cafetería. Apenas llegaron, le pidió a Yin que regresara al local a constatar los daños y a cerrarlo. Una vez a solas, la conversación fue franca y directa. El Maestro Yo había aterrizado los sueños de Yang con una porción de realidad. Horrible, horrible realidad. Era una conversación necesaria. La vida no es tan fácil como incluso la imaginamos. El poliamor es un verdadero campo minado que solo los realmente llamados pueden atravesar con vida. Él estaba dispuesto a ser uno de esos llamados.

Apenas se vieron, no hubo palabras. Simplemente se atrajeron como el imán atrae al metal. Un abrazo los envolvió con firmeza. Podían sentir consuelo en el calor del otro, en la presencia del otro, en la respiración del otro, en el latido de sus corazones. Yang le regaló un beso en la frente a la chica. Un beso suave, cariñoso, conciliador. Pudo notar las lágrimas en la chica, y se las secó con delicadeza con sus manos. Pudo ver una sonrisa de agradecimiento en su rostro. El conejo le sonrió de vuelta.

Yang levantó un poco más la vista, y pudo ver a Yin ingresando al lugar. Ella, al notarlo, le regaló una mirada fría. Una mirada tan seria como la de su padre y maestro. La diferencia estaba en que su padre estaba dispuesto a darle una oportunidad para demostrar que había decidido bien. La desaprobación de Yin era tajante. Razones no le faltaban.

-¡Yang!

Detrás de ella venía Leni seguida de Franco y Max. Al no tener respuesta de la llamada de Millie, decidieron ir los tres al hospital en busca de respuestas.

-¡Leni! –exclamó el conejo de vuelta al ver que la chica se acercaba raudamente hacia ellos.

-¿Qué fue lo que pasó? ¿Están ustedes bien? –les preguntó la chica con aprensión.

-Estamos bien –contestó Yang-. Es el hermano de Millie quien está hospitalizado.

-¡Oh cielos! –exclamó la chica-. ¿Y cómo está él?

-Estará bien –contestó Millie.

-Señorita Leni.

La secretaria interrumpió al trío, acercándose hacia ellos con las manos en la espalda.

-Esto es suyo –agregó estirando sus brazos. Entre sus manos traía la cartera de gamuza de Leni.

-¡Mi cartera! –exclamó la chica alegre recibiendo el bolso.

-Está todo allí adentro –explicó la secretaria-, incluso su teléfono.

La chica mientras tanto estaba hurgueteando al interior. Al momento de mencionar su teléfono, el aparato apareció mágicamente entre sus manos.

-¡Oh! Conque ahí estaba –respondió sorprendida.

Ante esto, los presentes no pudieron más que regalarle una sonrisa para aguantarse la risa.

En la entrada se había quedado Franco junto con Max. El chico no se atrevió a avanzar al ver a Millie acompañada de Yang. Su amigo decidió acompañarlo.

-Ya pronto amigo –le dijo Max regalándole un par de palmadas en la espalda-. Ya pronto.