Capítulo 3
Inuyasha era el único que no parecía alegrarse del regreso de Kouga. De hecho, se comportaba como si prefiriera que Kouga muriera a que se encontrara agonizando en una cama, en busca de la forma de lograr sobrevivir. ¿Por qué ese odio tan repentino? Cuando se encontró con Inuyasha por primera vez, acababa de casarse con Kouga, y le pareció que no solo eran primos, sino también amigos. Se dieron la mano y un abrazo y hablaron muy amistosamente. Inuyasha la trajo hasta la casa Taisho como favor hacia su primo. ¿Por qué se comportaba de esa manera tan repentinamente?
No acudió ni una sola vez al dormitorio que compartía con Kouga para comprobar su estado. Ni siquiera sabía si había preguntado por él en alguna ocasión. A Kouga no le gustaría saber eso, pero no sería ella quien se lo contara. Su deber como esposa era cuidarlo y ahorrarle más malos tragos de los que ya tenía encima. Kouga ya tenía más que suficiente con enfrentarse a la muerte. No necesitaba saber que su primo lo odiaba y que su mujer, por más que lo apreciara, no podía amarlo como se merecía.
La primera noche fue la peor de todas. Mientras el médico llegaba a la casa Taisho, trasladaron la camilla de Kouga al dormitorio y lo pusieron sobre la cama. No le quitaron la ropa, ni se atrevieron a limpiarlo por miedo a tocar alguna herida interna o externa. El doctor agradeció que hicieran eso cuando llegó y lo examinó ante Kagome y Kaede. La razón por la que le costaba tanto respirar era que tenía varias costillas rotas. También parecía tener una pequeña hemorragia interna y una rodilla rota. El resto solo eran cortes superficiales pese a que, previamente, habrían jurado que se estaba desangrando.
El doctor curó todas sus heridas, aplicó los tratamientos que encontró oportunos y les explicó cómo tenían que cuidarlo. Kouga no podía quedarse solo ni un solo minuto hasta que, al menos, despertara. Además, el médico acudiría todos los días a la casa a comprobar su estado de salud y la evolución de las heridas. Kaede y Kagome estuvieron muy agradecidas por su ayuda y se decidieron a cumplir al pie de la letra cada una de sus indicaciones.
Como la primera noche era fundamental para la vida de Kouga, no hubo forma de convencer a Kaede de que se fuera a la cama a descansar. Insistió en velarlo junto a ella y así lo hicieron. Le pusieron a Kouga ropa para dormir, lo cubrieron con las mantas y cada una se instaló sobre un sillón en cada lado de la cama. De vez en cuando, intercambiaban alguna palabra si el ambiente se volvía demasiado tenso y daban de beber un somnífero a Kouga cuando lo sentían inquieto. El médico había insistido en que lo mejor era mantenerlo dormido para que el dolor no acabara con él. Solo dejarían de darle la medicina y permitirían que despertara cuando sus heridas evolucionaran lo suficiente.
Habían pasado cinco días completos desde que lo trajeron a la casa. Kagome siempre estaba con él, pero sus acompañantes variaban. Kaede era quien más tiempo pasaba a su lado. Cuando la anciana necesitaba descansar, Rin se acercaba y, excepcionalmente, también acudió Kagura a ayudar a la familia. Con el hábito puesto jamás habría reconocido a la atrevida mujer que estaba pintada en uno de los cuadros de la galería. Parecía otra, pero conservaba esa chispa que el artista supo captar en su obra.
Bañaban todos los días a Kouga entre Kaede y ella. Lo desnudaban, le quitaban los vendajes y utilizaban unos paños mojados para lavarle todo el cuerpo. Años atrás, se habría ruborizado como una niña virgen al tener que lavar a un hombre desnudo. Durante la guerra, había visto tantas cosas espeluznantes que un hombre desnudo era la que menos la amedrentaba. Además, un hombre inconsciente no podía hacerle daño, no era como aquel soldado alemán.
Ella también se bañaba todos los días. Solía pedirle a Rin que se ocupara de Kouga mientras se daba un baño rápido y se cambiaba de ropa. Usaba los vestidos más simples y cómodos para vigilar del enfermo y apenas se peinaba. A continuación, se hacía una coleta y se sentaba al lado del convaleciente.
− ¿Señorita?
Alzó la vista del libro que estaba leyendo para ver a Hitomi en el umbral de la puerta con una bandeja con el desayuno.
− Le traigo el desayuno. ¿Puedo pasar?
− Claro, Hitomi.
Todavía le resultaba extraño que se dirigieran a ella como a una de las señoras de la casa. Nunca había tenido servidumbre. Sus padres no eran pobres, pero tampoco ricos. Vivían bastante acomodados en un piso de lujo y eran ellos los que se turnaban para limpiarlo. Ella preparaba el desayuno siempre. Ya nunca volvería a poner en el escritorio del estudio de su padre su taza de café, ni llevaría al estudio de baile de su madre un zumo de naranja y un pomelo.
Le echó un vistazo a Kouga para comprobar que todo transcurriera con total normalidad antes de dirigirse hacia la mesita del desayuno. Se había fijado en que ese no era el único dormitorio que estaba preparado así. Todos disponían de cuarto de baño, mesitas para comer, sofás y divanes. Estaban diseñados para que los habitantes de la casa pudieran tener intimidad cuando lo desearan. Lamentablemente, a ella no le gustaba estar encerrada mucho tiempo en un mismo sitio. Solo iba a aprovechar por completo las comodidades del dormitorio mientras que Kouga necesitara de sus cuidados.
Hitomi dejó la bandeja sobre la mesita y colocó la cubertería. Había té con leche, como a ella le gustaba, tostadas francesas y macedonia. El desayuno que tomaban en esa casa le resultó muy fuerte desde el primer momento, así que solicitó algunos pequeños cambios para ella. Incluso enseñó a la cocinera a preparar tostadas francesas. No podía tomar comida más sólida que esa para desayunar.
− Gracias, Hitomi.
La criada asintió con la cabeza y salió de la estancia para dejarle desayunar sola. Primero atacó las tostadas, tras lo cual se reclinó en la silla para pensar. En Francia, no se solía levantar tan temprano. Sus padres se acostaban siempre muy tarde y le contagiaron esa costumbre tan poco católica. Por las mañanas, se levantaban a última hora y llegaban tarde a todos los sitios. A decir verdad, eran un auténtico desastre, pero ella los amaba exactamente así.
Estaba terminando de tomar el té cuando entró Kagura a hacerle compañía. Siempre estaba sonriente y andaba como si nada sucediera a su alrededor, o eso trataba de aparentar. Kagome, sin embargo, adivinó que todo eso no era más que pura fachada. Kagura era muy consciente de todo aquello que la rodeaba, pero era tan sensible que necesitaba aislarse en otro mundo para poder soportar la realidad. La gente pensaba que era despreocupada porque no la conocían.
− ¿Ha habido algún cambio? − le preguntó.
Sacudió la cabeza en una negativa. Kagura frunció el ceño y se acercó a la cama para ponerle una mano en la frente a Kouga. Volvió a fruncir el ceño al percatarse de que todavía tenía fiebre.
− Espero que se recupere pronto. − se sentó en el borde de la cama − No quiero tener que volver sin que él despierte.
− ¿Tienes que irte?
− En una semana. No me darán un permiso más extenso…
No sabía eso. Dejó la taza vacía sobre la bandeja y recogió todo lo que estaba fuera de ella para que Hitomi no tuviera que hacerlo a la vuelta. Se alisó las arrugas de la falda del vestido y se dirigió hacia la cama para ocupar su acostumbrado lugar. Había tejido dos bufandas inservibles por la época del año y estaba tejiendo un jersey. También bordó flores en muchas prendas de ropa interior y medias. Rin quedó tan encantada al ver sus bordados que le pidió algunos para sus propias prendas.
Se sentó en su sitio y sostuvo la mano de Kouga para comprobar una vez más que estaba caliente y sudorosa. El pobre debía de estar viviendo un auténtico infierno en ese momento. Agarró el jersey que estaba tejiendo y continuó con su labor. Una buena esposa le tejería un jersey a su marido convaleciente. ¿Qué estaba diciendo? Mentiría si dijera que ese jersey era para Kouga. En realidad, pensaba en Inuyasha mientras lo tejía y no sabía por qué. Después de cómo se había comportado con ella, debería odiarlo, mas era incapaz. Aquellos momentos de deseo y de pasión se interponían y le nublaban el juicio. La guerra debió volverla loca.
− ¿En qué piensas?
No podía decirle a una monja en qué pensaba en ese momento, así que improvisó una rápida mentira.
− No sé… pensé que a Kouga… tal vez… − balbuceó − Igual le gustaría tener a su madre…
Kagura asintió con la cabeza y agarró la otra mano de Kouga entre las suyas.
− Mi hermana y Kouga fueron la razón por la que me hice monja.
¿En serio? ¿Qué hicieron esos dos para conseguir que la traviesa e incontrolable Kagura Taisho se casara con Dios? Estaba deseando escucharlo y tenía pinta de que se lo iba a contar.
− Mi hermana Cora siempre fue muy débil. De pequeña era muy enfermiza y pasaba más tiempo en la cama convaleciente que en el jardín jugando. Yo era algo más pequeña que ella y sentía celos porque mi madre le prestaba mucha más atención. Es lo normal, pues estaba enferma, pero una niña no es capaz de comprenderlo.
Podía entender cómo se sentía, aunque no lo hubiera experimentado.
− Odié a Cora con todas mis fuerzas. − admitió con pesar − Habría hecho cualquier cosa por que le saliera todo mal en la vida. Cuando empezó mi edad de dama casadera, coqueteé con todos los hombres que se cruzaron en mi camino. Entre ellos incluyo los pretendientes de Cora.
De esa parte le hablaron. Kaede y Rin se sonrojaron al definir a la antigua Kagura por su picante comportamiento.
− Un día, apareció un hombre maravilloso. Se llamaba Neyman Wolf y perdí la cabeza por él. Más tarde, descubrí que él visitaba tanto nuestro hogar para visitar a Cora. La odié de nuevo. Me había arrebatado al único hombre que de verdad amé y ella lo sabía. Cuando vino a hablar conmigo, antes de aceptar casarse con él, le dije cosas horribles…
Kagura luchaba por no llorar. Pensó en abrazarla, pero tuvo la sensación de que eso la pondría a la defensiva. Por esa razón, se limitó a poner su mano libre sobre la mano con la que ella sostenía a Kouga para darle un reconfortante apretón.
− Después de eso, empecé a acostarme con hombres fuera del matrimonio. Cora intentó hablar conmigo sin éxito e incluso envió a su marido. Neyman sabía a la perfección lo que sentía por él, nunca dudé en demostrárselo, y volvió a rechazarme. Dijo que solo amaba a Cora y que quería que volviera a casa porque su mujer estaba muy preocupada por mí. Él no sentía absolutamente nada por mí. Ni siquiera le importaba que no regresara…
Ella no estaba tan segura de eso. Neyman Wolf se había visto atrapado en medio de un triángulo amoroso en el que una sola persona lo perdió todo. Estaba segura de que había apreciado a Kagura, pero nunca pudo sentir por ella lo que sentía por Cora. El problema era que su rechazo había llevado a la desgracia a Kagura. Seguro que Neyman debió sentirse extremadamente culpable por ello.
− Volvió a verme el día que nació Kouga. Me suplicó que volviera a la casa. Dijo que haría cualquier cosa con tal de que fuera a ver a Cora... − una solitaria lágrima recorrió su mejilla − Cuando llegué, comprendí sus súplicas. Cora estaba de parto en esta misma cama… − recorrió con una mano las sábanas − y era evidente que no sobreviviría…
El recuerdo debió de ser terriblemente doloroso. Kagura necesitó unos minutos para sollozar mientras se recreaban en su mente esos últimos momentos de la vida de su hermana.
− En ese momento comprendí que la amaba… ¡Era mi hermana! – exclamó − Agarré su mano y la acompañé durante todo el parto. Todos estábamos convencidos de que morirían ella y el niño, pero Kouga sobrevivió… ¡Kouga era tan fuerte! − cerró los ojos y suspiró − Cora lo miró, le dio un beso, le puso su nombre, y me pidió que yo fuera su madrina…
No sabía que Kagura fuera la madrina de Kouga.
− Después, murió. Neyman estaba hecho polvo, apenas podía ocuparse de su hijo tras la muerte de Cora. Yo me ocupé de él durante su primer año, pero, al darme cuenta de que mi presencia perjudicaba a Neyman, decidí marcharme y me casé con Dios para expiar mis pecados.
Sabía que una persona como Kagura no podía haber cambiado tanto y tan fácilmente. Algo tenía que haberle sucedido para que tomara una determinación tan extremadamente opuesta a su vida y su modo de ser. Lo hizo por amor a su hermana, a su sobrino y al único hombre que había amado.
− No creas que vivo amargada y que me arrepiento cada día de ser monja… − se rio − Mi nueva vida también ha sido muy gratificante en algunos aspectos.
Estaba segura de ello. Se notaba que Kagura no era infeliz a pesar de todo.
− Sobre el suicidio de Neyman… − se inclinó como si fuera un secreto − Es cierto que le iban mal los negocios, pero todo era por Cora. Todo empezó a ir mal por Cora. Pueden decir lo que quieran, pero yo sé que, cuando se puso la pistola en la boca, solo pensaba en Cora…
Sí, eso parecía más lógico. Se preguntó cómo fue para Kouga su infancia habiendo vivido todo aquello. Su madre murió en el parto y no pudo disponer nunca de ella. Su tía y madrina cuidó de él, pero después tuvo que marcharse dejándolo con la servidumbre. Su padre nunca le hizo ni el menor caso porque estaba demasiado absorto en el fantasma de su madre. Ojalá Neyman nunca hubiera culpado a Kouga de lo sucedido. Eso era algo que jamás podría perdonarle...
En cualquier caso, no parecía haberle afectado demasiado su trágica infancia. Se había convertido en un hombre íntegro, lleno de ganas de vivir y dispuesto a hacer lo que fuera por ayudar al prójimo. Kouga era maravilloso. Aunque nunca pudiera amarlo como se merecía, siempre lo querría por lo que era.
− Pareces una buena chica, por eso te he contado esto. − le dijo entonces − No hagas daño a Kouga.
− Yo no… − trató de defenderse.
− No sé qué está pasando en esta casa, pero no estoy ciega. Tengo ahí afuera a otro sobrino que se niega a ver a su primo mientras mira la puerta con ansiedad. − le explicó − Sé que no busca a Kouga; te busca a ti.
− Eso no es posible… - −se retorció las manos en el regazo − Inuyasha no…
− Por lo que veo, aún sabes muy poco de hombres, así que te daré un consejo. − se colocó bien el hábito − No juegues con fuego. Kouga nunca te hará daño, pero quedará destrozado. Inuyasha, en cambio, es mucho más apasionado e impulsivo. No le provoques o te arrepentirás.
¿Cómo podía evitar provocar a Inuyasha? Su mera existencia parecía que se le antojara como una provocación. Unas veces le chillaba, otras le insultaba sin motivo, y otras, en cambio, la besaba e incluso amenazaba con llegar mucho más lejos. No sabía controlarlo, no sabía qué lo encendía tanto en esos momentos. Si hubiera alguna fórmula mágica para comprender su extraño comportamiento, pagaría por obtenerla.
Permaneció toda la mañana con Kagura en silencio, vigilando a Kouga. Kagura se limitaba a mirar a su sobrino sin descanso mientras que ella continuaba tejiendo el jersey que había comenzado. Para el mediodía lo tenía casi terminado y no sabía qué hacer con él. Todo el mundo le había visto tejerlo, no podía dárselo a otra persona que no fuera Kouga. Así pues, lo alzó e intentó verlo con él puesto, pero solo lograba imaginar a Inuyasha. ¡Qué estúpida! Él nunca se pondría ese ridículo jersey tejido por ella cuando podía comprarse su carísima ropa hecha a medida.
Comió con Kagura; después, continuó con su lectura. Estaba harta de tejer, ya tenía los dedos entumecidos por la labor. Acababa de terminar de leer un capítulo cuando entraron Kaede y Rin en la habitación. Kagura agradeció que la relevaran y salió a descansar. Ella tenía toda la intención de quedarse, como todos los días, pero Kaede y Rin no parecían estar de acuerdo.
− Tienes que salir, muchacha. − le dijo Kaede.
− No puedo dejar a mi marido solo…
− Nosotras estaremos con él. − le aseguró Rin.
− ¿Y si se despierta? − insistió.
− Haremos que te avisen inmediatamente.
− Pero… ¡Vamos! − Rin tiró de ella para levantarla − Llevas días aquí encerrada. ¡Necesitas que te dé el aire!
Eso era cierto. Terminó haciéndoles caso y saliendo de la habitación. ¿A dónde podía ir? No quería cruzarse con Inuyasha y mucho menos sabiendo que estaba de un humor de perros. No quería meterse en la clase de problemas que Kagura había descrito, y se fiaba de su palabra y experiencia para saber qué sucedería.
Se decidió por el salón de té. Lo primero que hizo fue abrir las ventanas para disfrutar de la agradable brisa que entraba. Hacía mucho tiempo que no sentía el viento en su rostro. Exactamente desde el día que viajó a la ciudad con Inuyasha. Ese día la encontró ahí mismo intentando salir por la ventana para correr por el jardín. El solo recuerdo le arrancó una sonrisa. ¿Cómo fue tan tonta como para intentar escaparse por la ventana? ¿En qué estaba pensando?
Se sentó en el alféizar mirando hacia el jardín y cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, atardecía. Debía de haber pasado mucho tiempo desde que se tumbó allí. Tenía que volver a la habitación para velar por Kouga.
− No te muevas.
Detuvo el movimiento en ese instante, consternada por la voz profunda que la había detenido. Al volver la cabeza, pudo ver la silueta de Inuyasha; estaba sentado en una silla al otro lado del salón de té. Esa silla no estaba ahí anteriormente; él la puso para mirarla, ¿Cuánto rato habría estado observándola mientras dormía? Se sonrojó ante la idea de haber sido observado en ese momento de intimidad y agachó la cabeza. Esperaba no tener que enfrentarse con él, pero, por haber sido tan tonta como para quedarse dormida en ese lugar, no iba a poder evitarlo.
− ¿Cómo está Kouga?
Su tono de voz le dejó entrever lo mucho que le había costado hacer esa pregunta. ¿Por qué repudiaba tanto a Kouga de repente? Si quería saber cómo estaba su primo, lo llevaba claro si esperaba que ella se lo dijera.
− Ve tú mismo a comprobarlo si te interesa. − lo retó.
− No me interesa tanto…
¿Cómo podía admitir aquello en voz alta? ¡Valiente bastardo! Kouga era su primo, lo quería y confiaba en él completamente, y él se lo devolvía maltratando verbalmente a su esposa, intentando acostarse con ella y dejándolo solo cuando más lo necesitaba.
− Eres odioso…
No dijo nada en respuesta, por lo que dio por terminada la conversación. Se bajó del alféizar de la ventana sin importarle en absoluto que él le hubiera ordenado que no lo hiciera y se dirigió hacia la puerta. Tenía que pasar junto a él para salir, pero se juró que no lo tocaría, ni le miraría. Iba a hacerle el vacío por completo porque era lo que se merecía. Desgraciadamente, él no estaba por la labor de dejarse ignorar. Cuando pasó a su lado, cogió su muñeca y tiró de ella.
− ¡Suéltame! – exclamó sorprendida por su agarre − ¡Me haces daño!
− No sin que antes me contestes…
− ¡No pienso contestarte a nada! – le interrumpió.
No tenía derecho a nada después de cómo la trataba. Pugnó por desasirse de su agarre, pero, cuanto más se resistía, más apretaba él. Justo cuando pensaba que no podía ser peor, se levantó y la intimidó con su estatura de casi dos metros.
− ¡No eres más que un abusón!
Esas palabras debieron hacerle entrar en razón cuando la soltó o eso creyó hasta que le agarró los brazos con las dos manos y la zarandeó con suavidad. En respuesta, empezó a removerse como una posesa. No recordaba haberse comportado de esa forma antes, pero Inuyasha la alteraba a niveles insospechados. Le ponía nerviosa su presencia y lo que pudiera suceder si no encontraba la forma de alejarse.
− Kagome…
Lo miró con ojos inyectados en lágrimas.
− ¿Tú le amas? − le preguntó para su sorpresa − ¿Amas a Kouga?
Dudó en su respuesta, no fue lo bastante rápida debido al asombro que le provocó que alguien le hiciera esa pregunta. Ese instante de duda fue definitorio para Inuyasha, quien se le echó encima como si acabaran de darle una de las mejores noticias que recibía en su vida. En un instante estaba frente a ella, disgustado y, al siguiente, la abrazaba y buscaba sus labios. Kagome intentó oponerse, por su puesto, y se revolvió entre sus brazos buscando la forma de escapar sin éxito. Inuyasha era demasiado fuerte para ella y a ella le gustaba esa fuerza porque le hacía sentirse segura. Extraño sentimiento hacia una persona que la despreciaba y no dudaba en demostrarlo. Aunque también era extraño que una persona que sintiera semejante rencor hacia ella la besara…
Terminó encontrando sus labios y su defensa fue tan pobre que ella misma sintió ganas de regañarse. ¿Por qué no podía resistirse a sus besos? ¿Por qué era tan débil con él? Era un hombre muy atractivo, ¿y qué? Había muchos como él por el mundo. No todos los soldados que se encontró por el camino eran feos y desagradables. Muchos de ellos podían conseguir mujeres sin la menor necesidad de abusar de ellas. Una cara bonita no lo era todo. Sin embargo, Inuyasha era mucho más que una cara bonita. Era pasión, ardor, calor, tensión, violencia… Representaba todo lo que ella nunca había querido experimentar con nadie. ¿Qué tenía él?
− Debes detenerte… − murmuró contra sus labios.
− No…
Sus manos se instalaron en la zona lumbar de su espalda y la apretaron para que sintiera su erección contra su vientre. Gimió por la sorpresa y jadeó por el placer que le provocó saber que ella podía volverlo loco hasta tal punto. ¿Qué mujer no se sentiría orgullosa de saber que podía atraer a un hombre tan apuesto? Y, aun así, debía detenerlo antes de que perdiera el juicio por completo.
− No puedes…
− Sí…
Mordisqueó sus labios de tal forma que a punto estuvo de entregarse por completo en ese momento.
− No… Kouga…
Volvió la violencia. Esa violencia que debería asustarla y alejarla de él, pero no lo hacía. Surtía justamente el efecto contrario, la excitaba más; especialmente, porque algo le decía por dentro que nunca le haría daño de verdad. Por esa razón, no se asustó cuando él volvió a rodear su garganta con una mano y le hizo caminar hacia atrás hasta chocar contra las paredes. No la estrangularía por más que amenazara con hacerlo y los dos eran plenamente conscientes de ello.
− No vuelvas a pronunciar su nombre en mi presencia…
No supo bien por qué lo hizo, pero se atrevió a ir más lejos y a retarlo.
− Hay tantas cosas que no puedo hacer en tu presencia… − lo desafió − Tendrás que darme una lista…
Su respuesta fue un profundo beso que casi le robó todo el aliento que le quedaba. Justo cuando creyó que iba a ahogarse, soltó su garganta y pudo volver a respirar en condiciones. Entonces, agarró su cabello y tiró de él para obligarle a echar la cabeza hacia atrás y exponerse más. El beso fue tan profundo y tan apasionado que perfectamente podría haber muerto allí mismo, feliz y agradecida.
Después, la soltó y le arrancó el moño haciéndole daño. Su cabello lleno de horquillas cayó sobre sus hombros.
− Eres muy impertinente… − por su tono de voz no pudo adivinar si se trataba de un insulto o un cumplido − Quítate las horquillas.
No se atrevió a desobedecer su orden, mucho menos después del tirón de pelo que acababa de darle. No sabía por qué a Inuyasha le gustaba tanto que llevara el pelo suelto, pero empezaba a hartarse de que constantemente le deshiciera los peinados de esa forma tan brusca. Iba a terminar por arrancarle el cuero cabelludo. Se fue quitando una a una cada una de las horquillas y se fijó en que él se quitaba la chaqueta. ¿Por qué se quitaba la chaqueta? Después, siguió el chaleco. ¿Qué pensaba hacer?
Cuando se quitó la última horquilla, Inuyasha se estaba aflojando la corbata parta quitársela de un rápido movimiento. Por encima del cuello de la camisa podía atisbar a ver el vello oscuro de su pecho. Ya lo había visto sin camisa antes y sabía lo impresionante que era, pero no sabía si estaba preparada para volver a verlo o tocarlo. A Inuyasha no le importaron sus cavilaciones mientras se desabrochaba los botones de la camisa. Al quitársela, contuvo el aire por la hermosa visión. Hombros anchos, pecho amplio y fuerte, cintura estrecha, abdominales marcados y las líneas de la ingle bien definidas se perdían en la cinturilla de su pantalón. Deseó arrancárselo.
− Ven aquí.
Y obedeció como una tonta. Fue hacia él corriendo incluso, se tiró contra él, obligándolo a sostenerla en brazos, y lo besó como si no hubiera ningún otro hombre sobre la tierra. Sabía que se arrepentiría si continuaba por ese sendero, pero ya no le quedaba más opción, ya no podía resistirse. Sus manos no dejaban de acariciar con ansia su espalda y su torso, y quería más. Quería algo que ni siquiera conocía.
Inuyasha la llevó hasta un diván que perfectamente podía contenerlos a los dos y la tumbó. Algo en su cerebro le gritó que aquella era una muy mala idea y que tenía que huir de allí cuanto antes, pero su cuerpo no respondió. Su cuerpo estaba demasiado ocupado respondiendo a los besos y las caricias de Inuyasha. Se olvidó por completo de Kouga, de Kagura, de Kaede y de sus padres cuando Inuyasha le desabrochó el vestido y se lo quitó. Para estar más cómoda, no se había puesto todas las prendas interiores, solo llevaba el sujetador y las bragas, lo cual parecía agradecer su amante.
Volvió a besarla y acunó sus pechos entre sus manos. También había echado de menos que la tocara ahí, justo donde nunca había permitido tocar a ningún otro hombre. Arqueó la espalda suplicándole algo que ella desconocía. ¿Qué le pasaba a su cuerpo? ¿Por qué se entregaba de esa forma tan desinhibida? Tendría que estar escandalizada por el hecho de que él se atreviera a acariciarla como si fuera su esposa. En su lugar, gimió de placer cuando le acarició los pezones y se mordió el labio con anticipación. ¿Anticipación a qué?
− Kagome…
Los labios de Inuyasha descendieron por su cuello, donde encontró un lugar increíblemente sensible que le hizo retorcerse de placer.
− Eres tan bella…
Descendió por la piel de gallina de su pecho.
− Tan bonita…
Eso era lo que sus pechos hinchados habían estado esperando con tanto ahínco. Esperaban sentir los labios de Inuyasha, su boca succionándolos, su lengua acariciando y humedeciendo. ¿Cómo su cuerpo podía estar pidiendo algo que ella desconocía por completo? Nunca imaginó tan siquiera que se le pudiera hacer eso a una mujer, ni mucho menos que iba a provocarle tanto placer. Algo estaba ardiendo dentro de ella con más intensidad a cada segundo, algo que dentro de poco reventaría.
Clavó las uñas en la espalda de Inuyasha, deseando proporcionarle exactamente lo mismo que ella sentía. Solo se le ocurrió una forma de hacerlo. Bajó las manos por su torso hasta alcanzar el cinturón y tiró de él. Cuando tuvo dificultades con la bragueta, Inuyasha la ayudó y guio su mano hacia su miembro. Su tamaño le hizo tragar hondo. Se mostró tímida y temblorosa para acariciarlo, pero terminó sucumbiendo a su suavidad y su humedad. Lo sentía latir y engrosarse con cada caricia que le propiciaba. ¿Eso significaba que Inuyasha la deseaba tanto como ella a él?
Le lamió los pechos hasta que le dolieron. Cuando creía que no podía mejorar, le abrió las piernas y se situó entre ellas con la mano de ella todavía acariciando su miembro hinchado. Esa fue la primera vez que lo vio. Nunca se había fijado particularmente en todas las ocasiones que tuvo de ver a un hombre en ese estado, pero Inuyasha le pareció impresionante. A él sí que le gustaba mirarlo desnudo; le provocaba una sensación por dentro que no sabía describir.
Mientras estaba perdida en sus pensamientos, Inuyasha hizo exactamente lo que ella le estaba haciendo a él. Metió una mano dentro de sus bragas y la acarició en su parte más íntima de una manera que le hizo gritar de placer y removerse de forma incontrolable. Arqueó las caderas exigiendo más de lo que él le estaba haciendo y ella misma aumentó el ritmo con el que movía su mano para acariciarlo. Poco después, Inuyasha le apartó la mano de su miembro con la frente perlada en sudor.
− Si continúas… − se explicó − terminaré muy pronto…
No entendía muy bien a qué se estaba refiriendo, pero, como parecía algo malo, obedeció sus órdenes sin rechistar. Inuyasha, por su parte, continuó haciéndole eso que tanto le estaba gustando hasta que sintió que una oleada de placer la inundaba. Se le puso la piel de gallina de nuevo y sintió como si una corriente eléctrica la recorriese de arriba abajo mientras arqueaba las caderas contra su mano. Sin entender lo que sucedía, cerró los ojos asustada y apretó los puños intentando resistirse.
− No te resistas… − Inuyasha acarició su vientre − Déjate llevar…
Lo hizo exactamente así. Si Inuyasha insistía en que no era nada malo, ella le creería. Dejó de contraer los músculos para resistirse a lo que se avecinaba y movió las caderas tal y como le exigía su cuerpo, reclamando todo lo que los mágicos dedos de Inuyasha podían darle. Explotó por dentro. Nunca en toda su vida había sentido nada como aquello, y solo podía pensar en repetirlo. De hecho, estuvo segura de que lo haría en cuanto Inuyasha le arrancó las bragas. A continuación, se quitó los pantalones de un tirón, se tumbó sobre ella y la penetró de una sola embestida. Volvió a gritar, pero, en esa ocasión, de dolor. Le quemaba. Sentía que habían roto algo por dentro y que la zona estaba irritada.
− ¿Eres virgen?
¿Inuyasha no lo sabía? ¡Claro que era virgen! Si hasta él tuvo que enseñarle a sentir placer…
− ¿Nunca te has acostado con…?
No dijo el nombre, pero los dos sabían bien a quién se refería.
− No…
Fue lo único que pudo decir. Inuyasha, de repente, parecía arrepentido de sus actos, pero no se detuvo. Simplemente, su comportamiento brusco pasó a ser dulce y meticuloso. Volvió a tomar sus pechos con sus labios, a acariciar toda su carne excitada y puso su mano donde anteriormente le había dado tanto placer. Con el paso de los minutos, dejó de sentir el dolor que le había causado la penetración y volvió a sentir el placer que le provocaban sus esmeradas caricias.
Inuyasha comenzó a moverse cuando la notó más receptiva; ese movimiento le causó más placer incluso que sus manos. Clavó las uñas en su espalda aferrándose a él y rodeó sus caderas con sus muslos, apretándolo e instándolo a profundizar más en ella. Cuanto más entraba, más le gustaba, más le exigía su cuerpo. El ritmo, al principio pausado y lento, se volvió brusco, casi violento y terminaron moviendo sus caderas con total descontrol hasta que le llegó una segunda oleada de placer. Esa fue mucho más intensa que la anterior. Al abrir los ojos, se percató de que Inuyasha sentía algo muy parecido. Su cara era la viva imagen del éxtasis.
Cuando los corazones de ambos se calmaron, Inuyasha se dejó caer, apoyando la cabeza sobre su pecho. Kagome lo acunó entre sus pechos y se quedaron así, sin decir una sola palabra. Ni siquiera sabía cuánto tiempo estuvieron así. Solo sabía que las voces y las carreras en el pasillo les hicieron volver a la realidad.
Ambos se incorporaron, extrañados por la repentina actividad cuando en la última semana la casa había destacado especialmente por la quietud. En cierto momento, a Kagome le pareció oír que pronunciaban su nombre, por lo que se levantó buscando su ropa. Si la encontraban así con Inuyasha…
Se puso el vestido a toda prisa y se metió las bragas destrozadas en el bolsillo. Intentó peinarse de cualquier forma los rebeldes rizos despeinados y se calzó los zapatos. Inuyasha también se estaba vistiendo, pero solo le dio tiempo de abrocharse la camisa y colarse el chaleco por los brazos cuando Rin irrumpió en el salón del té. Ambos la miraron con ojos desorbitados, temiendo que se diera cuenta de lo que había sucedido.
− ¡Te estaba buscando!
Rin corrió hacia ella y agarró su mano para tirar de ella.
− E-Espera… − intentó clavar los tacones en el suelo − ¿A dónde vamos?
− ¡Kouga ha despertado!
Eso sí que era una buena noticia. Dejaron de suministrarle el somnífero esa misma mañana; nadie esperaba que reaccionara tan rápido. Eso solo podía significar que lo peor de las fiebres ya había pasado. De allí en adelante, solo podía mejorar más y más.
− ¡Eso es estupendo! − no pudo disimular su alegría.
Pero Rin estaba más concentrada en otra cosa.
− ¿No vienes? − le preguntó a su hermano − No has ido a visitarlo todavía…
Rin era mayor que ella, pero solo físicamente; emocionalmente, seguía teniendo catorce años. No se percataba en absoluto de lo que sucedía a su alrededor. Inuyasha ni siquiera se molestó en contestarle, así que lo miró como una niña enfurruñada. Ella no se atrevió a volverse para contemplar el semblante probablemente enfadado de Inuyasha. Sabía que la estaba mirando, pero no le concedería el gusto de amedrentarla o avergonzarla delante de su hermana.
− ¿Tu chaqueta y tu corbata? – preguntó sin haber recibido todavía respuesta alguna de su pregunta anterior.
¿Acaso Rin no podía quedarse callada? Decidió que era momento de acabar con esa tontería. Agarró el brazo de Rin, tal y como la otra se lo agarró anteriormente, y tiró.
− ¡Vamos! − la movió − ¡Quiero ver a Kouga!
Con esas últimas palabras, las dos salieron corriendo del salón de té para dirigirse hacia su dormitorio. Se sentía avergonzada por lo que acababa de hacer. Su marido, el único hombre con el derecho legal de mantener relaciones sexuales con ella, estaba enfermo mientras que ella se acostaba con otro hombre. Su virginidad le correspondía a Kouga por derecho. Su virginidad y todo lo demás. ¿Cómo pudo serle infiel? ¿Qué iba a decirle? Había fracasado como hija y como esposa. Seguro que como amante también acababa de fracasar por marcharse en busca de su marido. Nada estaba saliendo bien su destartalada vida.
Entró en el dormitorio y se acercó a la cama. Kaede y Kagura lloraban abrazándose y Hitomi, a su espalda, sostenía temblorosa una jarra llena de agua. Kouga la divisó entre la bruma de su mirada y le dirigió esa sonrisa tranquilizadora que la convenció para casarse con él meses atrás. No pudo evitar el llanto y se tiró sobre su cama, abrazándose a su torso cubierto por las sábanas.
− Tranquila… − le acarició débilmente el cabello − Ya estoy aquí…
¿Seguiría estando a su lado si supiera que, en realidad, lloraba porque acababa de serle infiel? Le gustaría llorar de alegría por verlo vivo, pero solo podía castigarse una y otra vez por su traición.
Continuará…
