La adoraba, eso estaba más que claro. Adoraba cada rizo dorado que caía suavemente en sus hombros y de vez en cuando, atrapaba a su oreja derecha con las finas hebras que parecían enredaderas, adoraba su piel avellana, sus profundos ojos cafés, esos benditos ojos cafés. Era evidente, sentía una fuerte idolatría hacía esa mujer y no se atrevía a negarlo, ¿cómo hacerlo? Sería una estupidez, por eso lo sabía.

Estaba jodido.

¿Qué tan jodido? Casi tan jodido cómo un caballero sin mano, un fracasado. Pero incluso si no sabía con certeza su desgracia, daba lo mismo, no deseaba saber más, aquello no solo podría manchar su inmaculada egolatría, sino que heriría su orgullo de una manera catastrófica. Y sin notarlo, Laito llegó a sus pensamientos, dió un largo suspiro y continúo con su tortura mental. A pesar de que mantenía una confidencialidad con su hermano, no supo por qué jamás tuvo el valor de confesar los sentimientos que estaba mancillando hacía su dulce ninfa, aún sabiendo que él, un "pervetido de mierda" pudo haberlo ayudado con los inéditos problemas a causa de su personalidad, prefirió guárdalos cómo un cobarde.

Entonces pensó vagamente en si alguno de sus hermanos habrían amado a alguien como él la amaba a ella y quizá, su adorada no habría sufrido una muerte inminente —casi anhelaba que así fuese—, pero eso era tan descabellado con tan solo pensarlo y aún sabiendo que era una locura, tenía la sutil curiosidad de conocer si había una mínima posibilidad en lo que formaban sus pensamientos, quería conocer la veracidad de tras de solo hipótesis anodinas. Pero al ser embriagado por esas inquietudes, una parte de él había despertado el ansia de largarse e ir por ella para preguntarle si estaba tan perdida como él, si sentía morir por su ausencia.

Asqueado de sus propios pensamientos, contempló con desgana el pequeño —y último— cuadrito de droga.

— Vaya mierda —murmuró, ¿tan indispensable era ese pequeño cuadro? ¿tan adicto era? ¿tan jodido estaba?

Se sentó en su cama, esperando, no tenía idea de qué, pero esperaba. No lo pensó más y utilizó lo que quedaba del LSD para ir por ella.

Apareció pocos segundos después frente a una puerta de madera y contempló lo fúnebre que se veía la desgastada pintura celeste que caía cada milisegundo de la rota entrada, siempre era lo mismo.

Apreció por unos momentos la puerta, para después sentir la sensación del terror que lo sometía —sin entender realmente cómo era eso factible —, y sabía que tenía que entrar, porque ella no estaría en esa habitación imperecederamente, jamás lo esperaba más de lo debido.


La dulzura con la que lo tocaba, le provocaba un arrebato de sensaciones, ¿acaso le gustaba verlo sufrir de esa manera?

— Si me sigues mirando así, asumiré que te has enamorado de mí —susurró jocosa la rubia que se encontraba al lado de él acostados en la cama, mientras arrastraba algunas palabras a su paso.

— ¡Eso jamás! —replicó de manera irritada el pelirrojo—. Y si así fuese, tú eres quién debería sentirse dichosa por ser la elegida del gran Ore-sama.

— Ya me siento así —sentenció, hundiendo al vampiro en sus lagunas oscuras, arrendandolo de sí mismo.

Ayato sintió ahogarse por un momento y sólo volvió a sentir oxígeno en sus pulmones cuando ella colocó sus delgados labios en los suyos.

Divinos labios que se cargaba, posiblemente no se cansaba de ser tan perfecta malditasea,

divinas caricias, divinos besos cargados de deseo, divina ninfa dorada.

Al separarse, noto como ella lo miraba expectante, esperando alguna señal de vida en él, pero nunca llegó. Por lo que solo volteó los ojos y le dió la espalda.

Era muy evidente, la había cagado, aunque no tenía idea de en qué momento ó cómo había sucedido. Pero el placer que había experimentado unos instantes atrás, desapareció.

— Comprendo que estar con una persona cómo yo sea tan abrumador, pero se puede saber ¿por qué mierda fue tu cambio de humor? No recuerdo haber sido un pretencioso justo ahora contigo —se atrevió a preguntar, pero no obtuvo respuesta alguna de la contraria, solo silencio. Frunció su ceño y con menos tacto volvió a hablar—. Claramente, no pretendes responder. Y me niego a quedarme dónde no se me quiere.

Y nuevamente, no hubo respuesta. Cabreado, se levantó, quedando sentado en la cama; sin embargo, antes de estar de pie, la tersa mano de la jóven lo detuvo. Provocando que Ayato esbozará una sonrisa de triunfo, brillante.

Y ella por fin habló.

— No es necesario que te vayas, puedes quedarte aquí —y con tan solo ver esos ojos afanes supo que volvería a romperse sus narices cómo un idiota.

Pero ella no tenía nada de lo romántico que el pelirrojo estaba ideando. Simplemente dejó su mano a un lado y tomando su única pertenecía se dirigió hacía la entrada del hotel, o como a ella le encantaba decirle, su refugio personal.

— Me parece que he soportado mucho de tí hoy, es indiscutible que te sigues comportando como un cretino, así que no veo porque yo debería ser quien se quede —se devolvió a verlo, con un aire déspota-elegante, ¿qué mierda tenía con esa miradita? Casi todos los que miraban de esa forma, se veían ridículos, incluso Reiji se veía como un imbécil mirando despectivamente a cualquier ente viviente, pero a pesar de aquello, ella en absoluto podría verse así, reconocía que ese gesto le quedaba como anillo al dedo. Y como última seña, ella le guiñó un ojo y salió de su vista.

¿Quien se creía para poder "abandonarlo"? La maldijo entre dientes y se volvió a recostar, naufragando en sus pensamientos.


Ahí se encontraba la joven, recostada en la inmensa cama, hecha un ovillo con sus manos entre sus piernas, mientras que sus ojos estaban cerrados y como siempre, era puntal.

Estaba jodido. Eternamente jodido.

Tomando un poco de valor, habló.