Disclaimer: Todo el universo de asoiaf le pertenece al señor George R. R. Martin... excepto estos Hightower, en especial esta criatura que yo misma alumbré. :P
Escuchó con claridad el batir furioso de las olas que azotaban Isla Batalla y traían consigo su embriagante aroma a mar, más agudo que nunca, una nota amarga y salada en el aire. «Jamás podré ver de nuevo el mar —reflexionó con tristeza, despiertos sus recuerdos con la canción de las olas— ni podré contemplar otra puesta de sol o el color del cielo a la medianoche, tan parecido al color de mis ojos. No podré ver, más que en recuerdos, el rostro amado de mi madre o de mis hermanas... ».
Había comenzado muy pronto, aquel día que viera a su padre marchar con su ejército en medio de las miradas desconfiadas de sus hombres y sus murmullos... Había alcanzado a ver las llamas verdes danzando en la cima del Faro, sí, pero esa misma tarde las punzadas en sus ojos se hicieron tan insoportables que no pudo continuar leyendo el pergamino a la luz de la vela.
Jeyne y Alysanne lo ayudaron a llegar a su recámara.
—No hace falta —les dijo con cariño cuando se ofrecieron a buscar al maestre Jon—, no, no hace falta... —Y esbozó una sonrisa triste—. Prendí la vela y este es el precio que he de pagar. Lo sé...
El primero en regresar fue Gareth, débil como nunca había estado, con la sangre brillando a la luz de las antorchas como una gran estrella roja en la noche.
—Te vi en sueños —le había dicho en un hilo de voz cuando Gowayn acudió a su lado, el lecho iluminado apenas por una vela que se consumía en la pequeña mesa—... Envuelto en llamas verdes, hablando sobre un dragón negro, un Targaryen... El Faro... —De pronto pareció percatarse de la venda que cubría sus ojos y la rozó con dedos temblorosos—. Oh, Gowayn...
Fiel a su carácter guerrero, el Señor del Faro luchaba con ardoroso valor contra unas fiebres que contrajera en el campo de batalla. Gowayn había querido tomar su mano la primera noche, pero él la apartó y lo miró con tanto odio como se lo permitieron sus débiles fuerzas. «Ojalá hubieras muerto tú», escupió temblando de rabia. Aquello lo había dejado helado. Había creído que todas sus lágrimas fueron agotadas en llorar a Lucan y a Bors, pero se había equivocado, cuánto se había equivocado. «Tanto desprecio en su voz... Que me perdonen los dioses, ¿por qué iba a aceptar la mano de un ser no querido, habiendo perdido a dos hijos valerosos y amados, y teniendo a otros dos heridos?». Sin embargo, no sintió menos dolor por el rechazo.
El aire frío le dijo que el sol se había ocultado, y en sus oídos bailó con claridad el crepitar de las llamas del Faro que alumbraban la noche. Partió al día siguiente a una Corte que lo recibió en silencio, un mar de miradas clavadas sobre él.
—Gowayn El Brujo. —Era la voz del Rey Daeron, no exenta de lástima.
Él depositó Vigilancia a sus pies, hincando una rodilla en el suelo e inclinando la cabeza con reverencia.
—Alteza.
«El brujo», oyó que susurraban, cada vez más alto, mas a una señal del Rey se hizo el silencio.
—Levantaos.
Él obedeció.
—Vigilancia... una espada bastante simple para pertenecer a una Casa tan rica y orgullosa como la vuestra —observó el Rey—. No veo a vuestras hermanas, muchacho.
—No han venido, Alteza —dijo con voz humilde. El viaje había sido largo y penoso—. Me ofrezco a ocupar su lugar.
El murmullo murió rápidamente. El Rey ordenó que lo siguiera a sus aposentos.
—El muchacho está ciego, desarmado y sin reposo —dijo con voz serena cuando alguien se opuso—, y merece que lo escuche, como hice con los demás.
Rechazó con cortesía la ayuda que le fue ofrecida. «En El Faro aprendí a caminar a ciegas en el umbrío laberinto de piedra —recordó—, y un Hightower tiene su orgullo, así se incline ante el Rey».
Le rindió nuevamente pleitesía a su Alteza.
—A mi Corte han llegado extraños rumores sobre vos —le dijo el monarca—; se dice que hacéis más rica a vuestra Casa tornando en oro todo lo que tocáis, y que traéis a los muertos de sus tumbas. Incluso vuestras ropas despiertan recelo en mis súbditos, negras como la noche; y esta, a sus ojos, trae consigo terrores.
«Como la noche no —pensó—, como el dragón de mis sueños». Todavía sonrió, una sonrisa tímida y agotada y triste; y explicó:
—En mi caso, es por el luto que me acompaña; y los hermanos de la Guardia no son menos nobles por vestir de negro. ¿Me juzgaría la Corte menos peligroso si llevara ropas blancas? —Hizo una pausa, preguntándose hasta qué partes del Reino habrían llegado los rumores de su brujería, los cuentos viajando en boca de los hombres—. Me temo que no danzo con los muertos, Alteza, ni torno en oro los metales.
—Lo lamento. Nunca he sido un guerrero; siempre me he rodeado de sabios y escolares, personas que mi padre calificaba de indignas. ¿Por qué no un brujo? —Debió de advertir algo en su rostro, porque dijo con voz compasiva—: No temáis, muchacho. Hablad.
—Sueños de dragón, Alteza, ¿cómo lo llamaríais?
—Un don.
—Mi padre lo llamaba estupidez —dijo—, y lo consideraba una maldición.
—Habladme sobre ellos —pidió el Rey después de reflexionar.
Así hizo. Le relató sobre las hermosas bestias que montaban los valientes y hermosos en un cielo claro o salpicado de estrellas, y sobre el sueño que tuvo la noche anterior a la partida de su padre. «Ese dragón no es Fuegoscuro —se dijo entonces, ahora lo sabía con certeza—, sino un verdadero Targaryen».
—Humo y sal, humo y sal. Los sueños no han desaparecido... —Le pareció sentir otra vez el olor en su nariz, y los ojos le picaron como cuando lo soñaba—. Los dragones van a regresar, Alteza. —La garganta le ardía—. Lo sé..., sí, lo sé.
—Me recordáis a mi hijo. —En la voz del Rey percibió una sonrisa leve—. Habla de profecías y dragones, mas no sueña con ellos. Conozco el lema de vuestra Casa: «Iluminamos el Camino». ¿Quién alumbra el vuestro?
—Oh. —Sus hombros se sacudieron suavemente por una mezcla de risa y lo que terminaría por ser llanto—. El mío, ¿quién lo alumbra? —Con mano temblorosa fue descubriendo sus ojos ante el expectante Rey.
—Vuestros ojos... —Lo oyó contener el aliento.
—No puedo ver, ¿no es irónico? —Sentía otra vez las punzadas como cuchillos clavándose en sus orbes, y sus lágrimas ardían, pero tuvo que resistir—. Cómo me enorgullecía de mis ojos... No eran océano como los de mi padre; o amatista, como los de mi señora madre, no... sino índigo, el color de la medianoche, entre el azul y el violeta, cuando la magia abunda...
—Mas parece que no hay sombra que oscurezca la luz de vuestra mirada.
—La hay, Alteza. Si los dejo descubiertos, siento como si las llamas del mismo sol clavaran sus crueles dagas en ellos y desgarraran la carne al rojo vivo... Y duele, sí, ¡cuánto duele!, pero... prendí la vela, y los sueños no se han esfumado; son más agudos y constantes que nunca... Este es el precio por la verdad. Así que ahí tenéis lo que alumbra mi camino y lo que a la vez me ciega... —Se tapó los ojos con una sola mano, incapaz de seguir soportando más dolor—. ¡Yo un brujo! Mas... hay algo de verdad en las habladurías... Lo fui... En mis tontos juegos de infancia yo fui el brujo. Aún veo con claridad la mirada de mi padre, tan ardiente y fría... Distinta a aquella que dedicaba a mis hermanos. A sus ojos siempre seré... —«Estúpido. Iluso. Insolente. Necio»— ... poco digno; nunca perdonó el que no encontrara gusto en la canción del acero... Pero oh, yo soporté su desprecio, ¿por qué no?, con los abrazos de mi madre, sus manos acariciando los rizos de mi cabello y sus besos; con Lucan y Lyonel y sus risas que alegraban el silencio del bosque de dioses; incluso con Gareth y sus ojos violetas chispeando cuando me enseñó a sostener una espada, y cuando Bors me puso sobre un caballo por vez primera... y mis hermanas... ¿hace falta mencionarlo? Solo los dioses saben cuánto las amo, Alteza. ¿Cómo podría dejarlas marchar? —dijo con voz quebrada—. No, no podría... No pueden pagar por el error de un desacertado padre, cuya necedad condujo a miles de buenos hombres a su muerte, dos hermanos míos entre ellos... Tomadme entonces, Alteza. Habréis escuchado que el orgullo de un Hightower es comparable al de un Lannister; pues bien, es cierto. Estoy dispuesto a abandonarlo, ello y más, a cambio de su libertad. Me entregaré a vos, y serviré de buena gana al verdadero dragón.
Hubo un silencio.
—... Quienes niegan la existencia de los dragones a menudo acaban devorados por dragones... Desde las entrañas. —Con porte digno y sabio apoyó una mano sobre los rizos de su cabeza—. Cubríos y poneos de pie; y os tomo.
1500 palabras.
...
Daeron castigó duramente a aquellos que pelearon por el bando de Daemon. Quitó tierras, rentas, tomó rehenes, etc. Los Hightower lucharon en ambos bandos y... no nos dicen si fueron castigados, lol. xDDD Por eso puse que el rey solo pidió a las chicas como rehenes, pero su hermano decidió ocupar su lugar, y total... de la línea de Daeron proviene ese dragón negro. *guiño guiño*
El segundo hijo de Daeron, Aerys I, le salió lector, y de él se llegó a decir que prefería llevarse un libro a su cama en lugar de a su esposa durante las noches jeje. Este chico (o no tan chico) es rey después de que Daeron II falleciera en la Gran Epidemia Primaveral. No tuvo hijos, y a su muerte lo sucede su hermano Maekar, el padre de Egg, ese chiquillo adorable que viajó con Dunk.
Como Daeron nos salió medio casamentero, lo imagino queriendo concertarle a Gowayn un matrimonio con una dama de Dorne, pues al fin y al cabo su reinado se caracterizó por la introducción de esta región a la Corona, y seguro querría hacer una buena alianza con uno de sus súbditos que le guarda fidelidad y que literalmente está cerquita suyo. xD Ya que los Hightower están podridos en plata, no le veo mucho problema en ese sentido jaja (me imagino al padre en plan "y ahora con qué pendeja pendejada me vas a salir" después de que le llegara la noticia xD). Pero no sé, también me lo imaginaba soltero, en fin, en la Corte, sirviendo hasta desaparecer... Y esta idea me gana más. :)
Respecto a Hightower (es que este señor es tan irrelevante que ni nombre le di, lol xD), lo maté al principio, mientras escribía. Luego decidí dejarlo vivo por un tiempo más. Lo veo volviéndose más gruñón y definitivamente resentiría el que Daemon perdiera. Sus hijos le perderían confianza y respeto, al igual que su esposa. ¿Habría participado en la Segunda Rebelión? No lo sé, porque va a morir en la Gran Epidemia al igual que Daeron y otros.
No lo expliqué en los primeros capítulos, pero parece que los miembros de la Casa Hightower tienden a ser de cabellos rubios o platas y ojos en el espectro del color azul, por eso de que Dany se parece a la primera esposa de Jorah, Lynesse. También la madre de los Tyrell, que es Alerie Hightower, es descrita con cabellos plateados, y esta señora tan vieja no está, eh. xD Y aunque esto sucede antes de la época en la que está ambientada mi personaje, se supone que el rey Jaehaerys I confundía a nuestra querida Reina Alicent (ejem ejem) con su hija Saera, quien claramente debía tener rasgos Targaryen, así que Alicent debía parecerse en esto al menos un poco. Pero con esta última me agarran porque Jaehaerys estaba viejito y a Alicent la pintan de morena en las ilustraciones... ¿Sí o no? ¿Qué dicen? :P
En fin, por eso puse que este señor, especialito como es, se fue a las Ciudades Libres a buscarse una esposa lysena con el propósito de introducir la ~noble sangre de los señores valyrios~ en su estirpe y tener hijos bien hermosos y guerreros y toda esa porquería que rondaba su cabecita.
Por último, las últimas palabras que pronuncia el rey Daeron pertenecen a Ursula K. Le Guin: People who deny the existence of dragons are often eaten by dragons. From within. :)
Ea, ya está. :3 :3 No los confundí ¿verdad? Es que no sé explicarme muy bien jajaja. Gracias por leer. *-*
