Bellatrix pasó un buen verano. Convenció a sus padres de que no podía ir al viaje familiar a su castillo en Francia porque necesitaba estudiar. Nada del colegio, por supuesto, ahí iba sobrada. Pero su tutor quería enseñarle oclumancia y legilimancia y eso requería todo su tiempo. No le costó convencerlos. Se quedó sola en la Mansión Black con su elfina. Y con Raspy. El escarbato era muy feliz porque la casa estaba rodeada de bosques a los que salía a excavar todos los días. Aunque también disfrutaba pasando el día durmiendo junto a Bellatrix mientras ella leía.
La bruja veía a Voldemort dos veces por semana y practicaba lo que le enseñaba al menos cinco horas diarias. Le pidió que le enseñara a ejecutar un encantamiento de extensión indetectable y el mago oscuro la complació. Bellatrix pasó días adaptando su mochila para crear un hábitat para escarbatos inspirado en una fotografía de la maleta de Newt Scamander que aparecía en el libro de Criaturas Fantásticas. Fue complicado, pero el resultado fue tan bueno que muchas veces Raspy prefería jugar dentro de la mochila que salir al jardín. Así que Bellatrix estaba agradecida con Voldemort por enseñarle aquel encantamiento que no se estudiaba hasta séptimo.
Su relación con el mago oscuro era cuanto menos curiosa: él era inquietante, tanto física como intelectualmente, quienes le conocían le respetaban y admiraban pero también le temían. Se relacionaba solo con familias de sangre pura y cuando conoció a la hija mayor de los Black, se ofreció a ser su mentor; a cambio Cygnus financiaba varios de sus proyectos. Voldemort nunca había instruido a nadie, pero vio en Bellatrix un talento desmesurado que deseó explotar. Era duro con ella, pero a la vez trataba de agasajarla para imbuirla de sus ideas.
-Cuando seas mayor y te unas a mis seguidores podrás aplicar todo lo que te estoy enseñando –le aseguraba Voldemort-. Quién sabe, quizá llegues incluso a ser mi lugarteniente y…
-Disculpe, señor –le interrumpió ella-, pero aún no sé si me uniré. Es usted muy buen profesor y me encanta aprender magia, pero no quiero ser la segunda de nadie. No veo por qué ningún hombre tiene que estar por encima de mí.
Ante respuestas como esa, la cara de Voldemort se contraía en una mueca colérica y alzaba su varita. Pero lograba contenerse. Le respondía con una sonrisa fría y le aseguraba que solo con él lograría alcanzar su máximo potencial. La niña asentía sin mostrar ninguna emoción.
-Estoy segura de que tienes que pasar alguna prueba para unirte a su causa y tienes que hacerlo voluntariamente, no puede obligarnos a nada hasta que nos hayamos unido –le explicaba Bellatrix a Rodolphus-. Es como el juramento inquebrantable: si lo pronuncias bajo imperio no funciona, tiene que ser voluntario.
Su amigo también conocía a Voldemort, así como varios más de sus compañeros de Slytherin. Aunque ninguno había coincidido con él más que en reuniones selectas, todos conocían su causa. Y sus padres las apoyaban, así que daban por hecho que en cuanto terminaran Hogwarts colaborarían con él.
-Tiene sentido… -murmuró Rodolphus- Pero no veo por qué no vamos a querer unirnos, es asqueroso vivir escondidos mientras los muggles campan a sus anchas.
-Ya, pero una vez dentro… dudo mucho que se pueda salir, Rod.
Rodolphus no lo veía nada inquietante, le parecía sencillo y obvio, tal y como sus padres le habían explicado. Así que Bellatrix tampoco lo debatía mucho con él. Continuaba con su estudio sobre animagos y le escribió cartas a Sirius para ponerse al día. De Snape se había distanciado desde que ella empezó a tratar más con su primo y él a intentar ser amigo de Lily Evans. Pero seguían ayudándose en sus investigaciones sobre artes oscuras.
También su relación con Andrómeda había empeorado: sacó buenas notas en su primer año, pero Bellatrix había puesto el listón demasiado alto y sus padres no quedaron satisfechos con sus calificaciones. Pese a que sabía que no era justo, eso le hacía sentir cierta inquina hacia su hermana mayor. Por su parte Bellatrix estaba tan centrada en sus proyectos que nunca tenía tiempo para ayudarla con sus deberes. Y cuando empezaron el siguiente curso, la dinámica no varió.
-Bah, es normal –le quitó importancia Sirius un día que se lo comentó-. Es normal sentir celos de tus hermanos y llevaros mal. Este año Reg está en primer curso y peleamos al menos tres veces por semana. Se cree que es más que yo por estar en Slytherin… Lo raro sería lo contrario, todos los hermanos riñen.
Bellatrix quedó satisfecha con esa explicación y supuso que con los años su buena relación se restablecería. De momento, le bastaba con su único amigo.
-¡Bella, me han cogido de cazador! –exclamó un día Rodolphus- Espero hacerlo bien o Rab me matará, es un capitán muy estricto…
-Ha ganado la copa de Quidditch todos los años, claro que ganaréis. Y más ahora que estás tú.
Su compañero sonrió satisfecho. Estaban desayunando, ese día era su primera excursión a Hogsmeade y ambos estaban ansiosos. Entonces llegó Lechuza, el cuervo de Rodolphus, con el correo.
-¡Mira! Mamá me ha enviado veinte galeones. Dice que son para que los gaste contigo en Hogsmeade.
-Qué amable –contestó Bellatrix sorprendida.
Su padre Cygnus, un temido mago de negocios, le repetía siempre que nadie da nada por nada, así que no entendía por qué la señora Lestrange insistía en agasajarla. Y más con dinero.
El dinero era un temor que Bellatrix nunca había confesado a nadie. Su única fuente de ingresos eran los galeones que su familia le daba por Navidades y cumpleaños para evitar el regalo. Desde pequeña lo ahorraba todo, sin permitirse ningún capricho. Deseaba profundamente ser independiente económicamente, sentía que su vida podía torcerse en cualquier momento y no podía depender de la herencia de sus progenitores. Su padre le repetía siempre que nadie da nada por nada… y Bellatrix sospechaba que eso lo incluía a él.
El viaje a Hogsmeade fue divertido, el pueblo mágico era muy bonito. O lo era hasta que Bellatrix vio a su primo con sus amigos y varias chicas pululando a su alrededor. Muchas de ellas miraban a Sirius como Raspy miraba los objetos brillantes. A la bruja le daba asco, vaya pérdida de tiempo, se decía a sí misma.
-Prueba una calavera de chocolate, están muy buenas –la animó Rodolphus.
Para complacerlo, Bellatrix cató los dulces que su amigo había adquirido.
-Aún sobran cinco galeones, tienes que comprarte algo –repitió él.
-Guárdalos para otro día.
-Mi madre me enviará más, ha insistido en que lo gastemos todo y te compres algo. Sería un gesto muy feo despreciarlo…
Insistió tanto que al final Bellatrix aceptó los cinco galeones.
-¡Ay va, ya son las doce! –exclamó Rodolphus- He quedado con Antonin, Severus y Rosie en el Caldero Chorreante para unas cervezas de mantequilla. Ve tú a comprar lo que quieras y luego te espero donde los carruajes.
Bellatrix no pudo replicar porque su amigo salió corriendo. Rodolphus sabía que no le gustaba quedar con gente, así que agradeció que no la obligara a acompañarlo. No obstante se enfadaría si no se compraba nada… Así que vagó por las callejuelas del pueblo en busca de algo que mereciera la pena. Ya se iba a dar por vencida cuando encontró una tienda de mascotas. Sacó a Raspy de su mochila, lo sentó sobre el mostrador y le preguntó a la dependienta:
-¿Tiene algo que le pueda gustar?
-Por supuesto –respondió la bruja con una sonrisa amable-. Mira, tenemos estas golosinas vegetales para escarbatos, la caja cuesta un galeón. Vamos a ver si le gustan…
En cuanto le ofreció una, el animal la devoró.
-Y justo esa semana nos ha llegado esto –comentó mostrándole una pelotita sobre la palma de su mano-. Es una esfera brillante, tiene piedrecitas que puede soltar y volver a colocar, bota mucho para que la pueda perseguir y se hace pequeña para que pueda almacenarla sin problema. Cuesta tres galeones.
Bellatrix contempló el objeto. Era un dodecaedro y cada cara estaba cubierta de piedrecitas brillantes de colores diferentes. Se la acercó a Raspy que la contempló fascinado y alargó sus manitas para intentar atraparla. Se le veía muy emocionado.
-Vale, me llevo esto y dos cajas de golosinas.
La mujer se lo preparó, Bellatrix pagó los cinco galeones y salió de la tienda con una sonrisa. Sus compañeros ya habían abandonado el bar y se dirigían a los carruajes para volver al colegio. Corrió hacia Rodolphus y exclamó:
-¡Raspy se ha puesto súper contento, muchas gracias, Rod!
Le dio un beso en la mejilla y le comentó que escribiría a su madre para darle las gracias. Él chico asintió profundamente ruborizado sin entender de qué hablaba. Su amiga no se dio cuenta, estaba ocupada observando cómo dentro de su mochila Raspy jugaba con su pelotita. El que sí vio la maniobra fue Sirius, que tomó con sus amigos el carruaje de después. Esa tarde la reunión de los dos Black para estudiar animagia fue bastante tensa, aunque ninguno manifestó sus motivos. Y la tirantez se prolongó varias semanas…
-¡Señores Black! –les llamó la atención el profesor Binns flotando hacia ellos- ¿Pueden dejar de discutir y prestarme atención?
-Yo estoy prestando atención, profesor –respondió Bellatrix con calma.
-¿Ah, sí? ¿Qué acabo de contar?
- Que las revueltas de los duendes en 1612 ocasionaron la ruptura absoluta de las relaciones entre los magos y brujas de Bélgica y Gran Bretaña –respondió la chica sin pestañear.
-Así es… -masculló el fantasma- ¿Y cuándo se solucionó el conflicto, señor Black?
-Nunca. No se solucionará hasta que vaya yo a Bélgica a hablar con ellos –respondió el chico con arrogancia.
Todos los gryffindors (e incluso algunos slytherins) rieron. Al profesor no le hizo gracia, pero la respuesta era correcta. Pasaron varias semanas con disputas similares hasta que tuvieron demasiados deberes como para perder el tiempo con discusiones.
Una tarea que resultó especialmente interesante para Bellatrix fue el trabajo final de Cuidado de Criaturas Mágicas: el profesor estaba harto de que las bestias le atacaran y abandonó las prácticas. Les mandó escribir por parejas un ensayo sobre un mago o bruja que hubiese favorecido la relación con alguna especie de criaturas mágicas. La mayoría eligieron a Scamander o a Helga Hufflepuff, pero Bellatrix tenía otras ideas…
-Eh... No sé si ese tema le parecerá bien al profesor, Bella… -comentó Rodolphus preocupado.
-Bah, dudo mucho que sepa leer –murmuró la bruja-. Además, es lo que ha pedido.
-Ya, pero elegir a Grindelwald porque creó ejércitos de inferi para sus masacres…
-Los inferi son criaturas mágicas, están en el libro. Y Grindelwald les ayudó a integrarse y multiplicarse –razonó la niña-. No te preocupes, yo lo haré, tú ocúpate del partido contra Hufflepuff.
Su amigo asintió y optó por confiar en ella. Bellatrix pasó muchas horas en la biblioteca: eligió el tema por curiosidad, pero pronto tornó en una obsesión con el mago oscuro. Le maravillaba el poder que llegó a ostentar, todo lo que consiguió y su facilidad para conquistar a las masas. Pero su final le resultaba frustrante: derrotado y encerrado en su propia prisión. Se reconcilió con Gellert cuando aceptó que Dumbledore era un mago extraordinario y solo él pudo derrotarle. No obstante no lo entendía: si Dumbledore era el más poderoso del mundo mágico, ¿por qué vivía enclaustrado en un colegio? ¿Por qué no siguió el camino de grandeza que pavimentó en su juventud?
Se le hizo de noche mientras contemplaba una imagen del duelo en que Grindelwald cayó derrotado. Era una fotografía tomada desde lejos del mago oscuro abatido y Dumbledore frente a él. No parecía feliz ni eufórico como hubiese estado Bellatrix de haber derrotado a un mago temido en toda Europa… Le resultaba del todo incomprensible.
-Ah, no es mi mejor foto… Le confieso que mi lado bueno es el izquierdo –comentó a su espalda una voz afable.
Bellatrix se giró sobresaltada. Raspy, que dormitaba en su regazo, también se sorprendió. Albus Dumbledore la contemplaba con mirada brillante tras sus gafas de medialuna. Solo sus amigos sabían que Bellatrix tenía una mascota ilegal, por eso casi no sacaba a Raspy de su mochila; pero le tranquilizaba acariciarlo y en esa zona de la biblioteca nunca había nadie. Hasta ese momento. Pensó en esconderlo, pero eso llamaría más la atención. Optó por no moverse a ver si el director se marchaba; no hubo suerte. Se sentó junto a ella y echó una hojeada a su ensayo.
-Tienes una visión interesante del mundo, Bellatrix.
-¿Está mal? –preguntó ella revisando su pergamino con el ceño fruncido.
-No he dicho eso. Desde luego está perfectamente redactado y documentado… y se ajusta al tema indicado –comentó el director con calma-. No creo que el profesor Kettleburn pueda argumentar muchas pegas…
Bellatrix asintió un poco más tranquila, aunque sin estar segura del todo. Aprovechando que tenía ante ella a la leyenda viva sobre la que llevaba días leyendo, decidió indagar:
-¿Qué maleficio usó? –preguntó señalando la foto.
-Uno inmovilizador, de invención propia. Nunca revelé cual, podría ser peligroso. Escribí un libro sobre mis creaciones en el campo de los maleficios, pero afortunadamente reuní la lucidez suficiente para no publicarlo. Hay cosas que deben permanecer bajo llave.
A Bellatrix le costaba mucho interaccionar con los demás, no comprendía los mecanismos de las relaciones humanas y no sentía interés por ello. Sin embargo, todo lo que pudiese servir para convertirla en una bruja más poderosa la atraía. Por eso era incapaz de hacer nuevos amigos, pero le resultaba sencillo hablar con Albus Dumbledore cuando cualquier otro alumno hubiese tartamudeado.
-¿Y por qué no usó avada kedavra? Sería aún más respetado y poderoso si lo hubiese matado.
-No quería matarlo. Hay cosas que prevalecen sobre el poder, Bellatrix –respondió sin perder el tono afectuoso.
La chica frunció el ceño. Pensó a qué podía referirse… ¿Al dinero, tal vez? ¿La fama? ¿Una vida tranquila sin preocupaciones? No quería dar una respuesta errónea y parecer tonta… Entonces, el director abordó como si nada el tema que la inquietaba:
-Que escarbato más dócil, no todos son así. Llevo años intentando hacerme con uno, pero cualquiera se volvería loco en un despacho con tantos artilugios brillantes como el mío…
Bellatrix asintió orgullosa. Claro que Raspy robaba cosas como todos los de su especie, pero con ella se comportaba muy bien y nunca causaba problemas. Se sintió ligeramente aliviada de que no le recordase que estaban prohibidos como mascotas.
-Podemos hacer una cosa –sugirió el mago-, te permitiré leer mi libro de maleficios, serás la primera en hacerlo…
A Bellatrix se le iluminaron los ojos y empezó a temblar de la emoción. No se había atrevido a pedírselo, pero mataría por leer ese cuaderno, podría aprender conjuros que ni Voldemort conocía… Entonces Dumbledore completó la frase:
-A cambio de que me regales a tu escarbato. Prometo cuidarlo muy bien.
Bellatrix hizo cuatro cosas simultáneamente: frunció el ceño, apretó a Raspy contra su pecho, sacó su varita… y olvidó por completo el cuaderno de maleficios. Nadie iba a quitarle a su compañero, a su mejor y más fiel amigo, al único que la había elegido por encima de todo. Si tenía que enfrentarse al mago más poderoso de todos los tiempos, lo haría.
La reacción de Dumbledore fue una amplia sonrisa y quizá un ligero alivio. Le preguntó con calma si lo comprendía ya. Con el acaloramiento Bellatrix tardó en captar que había sido un truco para probarle que el poder no era lo primordial. Sin embargo, no encontraba la conclusión: "¿Los escarbatos son más importantes que el poder?", se preguntó, "Bueno, solo Raspy, a cualquier otro sí lo sacrificaría a cambio de ese cuaderno…".
-Probemos otra cosa –decidió Dumbledore-, piensa en un recuerdo feliz.
Lo primero fueron sus juegos infantiles con Sirius en los jardines de la mansión Black. Fingían ser dragones y se perseguían corriendo y gritando sin parar. Sus hermanos se sentaban en la hierba y reían mientras los animaban. Después, pensó en el momento en que descubrió que entre la libertad y ella, Raspy la había elegido a ella. Y el tercero fue cuando Voldemort la felicitó por usar su primer crucio con éxito.
-Quédate con el primero –repitió el director-. ¿Hay poder en ese recuerdo, alguna proeza digna de alabanza? ¿Tal vez magia en el sentido literal o admiración por parte de alguien?
Bellatrix negó con la cabeza. No, no había nada de eso. El director no continuó, debía estar esperando su conclusión. Haciendo un gran esfuerzo mental, probó suerte:
-¿La familia? ¿Eso es lo más importante? –preguntó dudosa.
-Puede serlo, por supuesto –aseguró el mago-. La única fuerza que ha demostrado traspasar las dimensiones del espacio, el tiempo y la magia es el amor, Bellatrix. Es la razón por la que no me entregarías a tu escarbato y lo único que puede dejar un vacío irreparable en tu vida.
La chica se mordió el labio inferior pensativa. Eso contradecía lo que Voldemort le repetía siempre: el amor es una debilidad. A ella le parecía coherente, lo aceptaba sin cuestionar; le resultaba infantil y cursi creer que el amor era el motivo de todo. La visión de su tutor era más cómoda, más fácil de aceptar para alguien como ella. Sin embargo, no iba a tomar la opinión de Albus Dumbledore a la ligera.
-Pero… -empezó dudosa- Si eso fuera verdad… A mí me cuesta mucho querer y entender a la gente y no me doy cuenta cuando alguien se acerca a mí para conseguir algo… Si usted tiene razón, me irá mal.
-No eres la única que convive con esa duda. A tu edad me sucedía lo mismo, no sabía calar a las personas. Era demasiado arrogante y vivía demasiado pagado de mi mismo como para discernir cuándo alguien me mostraba aprecio para obtener beneficios… Me di cuenta tarde y eso me pasó factura.
A la mortífaga le pareció que miraba de reojo la fotografía de Grindelwald. Dumbledore se quitó las gafas y se frotó los ojos cansados, como si les pesaran las imágenes que llevaban décadas registrando. En cuanto apoyó las gafas doradas sobre la mesa, Raspy las atrapó de un salto, las guardó en su bolsillo y volvió a ovillarse sobre su dueña. A Bellatrix no le importaban lo más mínimo sus pequeños hurtos, pero igual robar al director era el límite... Cuando intentó recuperarlas, el mago abrió los ojos y ella disimuló.
-Cuanto antes dejes de poner barreras contra el mundo, antes empezarás a comprender esos sentimientos –le explicó Dumbledore-. El mismo valor que tienes para enfrentarte al duelo, tenlo cuando alguien quiera estar de tu parte. Y, sobre todo, examina los motivos por los que te prestan atención. Quienes se acercan con halagos y promesas de grandeza suelen ser los que menos interés tienen en tu felicidad y más en la suya propia…
Bellatrix asintió lentamente. No entendía bien aquello, pero intentó memorizarlo todo para meditarlo más tarde. Lo último le recordó a Voldemort y se preguntó si Dumbledore lo conocería y si sabía que le daba clases desde hacía años. No se atrevió a preguntar.
-Ahora, nos espera la cena, otro gran amor que nunca falla –apuntó el mago sonriente-. Si tu intrépido compañero tuviese la amabilidad de devolverme mis gafas… Temo que sin ellas puedo confundir al profesor Flitwick con el pavo relleno.
Raspy miró a su dueña pero no hizo ningún movimiento. Seguía indignado porque Dumbledore hubiese querido usarlo como moneda de cambio… o eso interpretó Bellatrix. Con su aplomo habitual, defendió a su mascota:
-Raspy no es un ladrón, no se las ha quitado. Sin embargo, tiene un servicio de Objetos Perdidos: por un galeón le entregará lo que usted haya dejado tirado por ahí.
Bellatrix leyó en el rostro del director su ímprobo esfuerzo por no reír. Sin decir nada, sacó un galeón de su bolsillo y se lo extendió. Raspy lo aceptó y le devolvió las gafas. "Muy amable" respondió Dumbledore con una sonrisa. Les guiñó el ojo y se levantó. Bellatrix se quedó mirando al legendario mago alejarse entre los pasillos de la biblioteca. Sin poder evitarlo, cogió a Raspy y corrió tras él:
-¡Profesor!
Él se detuvo y la miró alzando las cejas.
-Le doy un galeón por su cuaderno de maleficios.
Ahí Dumbledore sí que se echó a reír y murmuró que había heredado el talento para los negocios de su padre. Cuando recuperó la seriedad, respondió que si le demostraba que en sus manos no sería peligroso, se lo entregaría llegado el momento. Bellatrix asintió y lo tomó como un desafío. Pensó en comentárselo a Voldemort, podía escribirle si necesitaba más libros, pero optó por no hacerlo. "Primero tendré que discutir con él las condiciones para entrar en su club, luego ya veremos" decidió.
No obstante, tenía que reconocer que su maestro hacía cosas provechosas por ella. Le había indicado cómo acceder a una habitación secreta del séptimo piso en la que podía entrenar con todo tipo de medios y sin que nadie la molestara. Y así fue como Bellatrix comenzó a practicar duelo en la Sala de los Menesteres. Cuando se dio cuenta, entre estudios, entrenamientos, proyectos de animagos y viajes a Hogsmeade, el tercer curso había volado también.
