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OBITO

En las bodegas hacía calor bajo el sol toscano. Las hojas de un verde intenso tenían un aspecto crujiente, y las uvas moradas contrastaban entre el entramado de estacas que sostenía las viñas. Dejé el coche en el sendero de piedra y me aventuré por él, ascendiendo hasta la fortaleza italiana en la que mi hermano tenía sus negocios.

Sus negocios legales.

Dejé atrás la sala de cata y me dirigí hacia su despacho, al fondo. Tenía un gran ventanal con vistas a los viñedos que había en la ladera de la colina, unos terrenos excelentes para alguien que estaba al teléfono y trabajando todo el tiempo.

Ignoré a la recepcionista, porque yo era un Uchiha. No tenía que obtener la autorización de nadie.

Sasuke estaba sentado detrás de su escritorio con el teléfono presionado contra la oreja. Estaba sentado muy erguido en el sillón y vestía un traje negro. Una corbata azul celeste le colgaba hasta el pecho, en vivo contraste con el jarrón de flores rojas que había en la esquina de su escritorio de caoba. Sasuke no era ningún decorador, así que aquello debía de ser obra de su secretaria o de Sakura.

Dado que Sakura nunca salía de la fortaleza, dudaba que hubiera sido ella.

Sasuke alzó la vista hacia mí, con una expresión dura en el rostro. La última vez que habíamos hablado, me había echado de su casa como si yo fuera un vagabundo pidiendo comida. Daba igual que compartiéramos la sangre Uchiha. Cuando se trataba de su mujer, yo era basura.

Sabía que la había cagado, así que tampoco podía culparlo demasiado. Pero tenía que superarlo de una vez.

Los Uchiha éramos cabezotas.

Me dejé caer en el sillón de cara a su escritorio y recorrí la habitación con la vista en busca de una botella de whisky. Sabía que la escondía por alguna parte, probablemente en uno de los cajones de aquel enorme escritorio.

Sasuke terminó su conversación antes de colgar.

―¿Sí?

―Hola. Yo también me alegro de verte.

Las cejas de Sasuke seguían fruncidas de desagrado. A veces me preguntaba qué veía Sakura en él. Parecía cabreado todo el tiempo, en mi opinión.

―¿Qué quieres, Obito?

―¿Te ha pellizcado tu esposa la polla con los dientes esta mañana?

Ahora su desagrado se convirtió en ira desatada.

―No me pongas a prueba, Obito. No estoy de humor.

―Entonces, ¿eso es que sí?

Como un oso al que hubieran pinchado con un palo, tensó los hombros, preparándose para atacar.

―Vale, se acabaron las bromas. ¿Podemos enterrar el hacha de guerra?

―No hay tierra suficiente en el mundo para enterrar nuestra hacha, Obito. Lo sabes. Limítate a mantenerte alejado de mi mujer a menos que yo esté presente. ¿Quieres que sea amable contigo? Entonces haz lo que digo.

Puse los ojos en blanco, porque no le tenía miedo a mi hermano. Era verdad que me había disparado una vez, pero yo me lo merecía.

―De acuerdo. Si así es como tiene que ser, así es como será. Pero creo que estás portándote un poco como un psicópata con todo esto. Sakura está de acuerdo conmigo.

―La opinión de Sakura es irrelevante.

Supe de inmediato que se estaba marcando un farol.

―Y una mierda. Los dos lo sabemos.

Se reclinó en el sillón y apoyó las puntas de los dedos sobre su mejilla. A pesar de lo tranquilo que parecía, reconocí la amenaza en el fondo de sus ojos. Sasuke resultaba intimidante, incluso para mí... a veces. Tenía algo que ponía a la gente al límite. Era un socio excelente para tener de tu parte. No confiaría mi vida a nadie más.

Dejé las bromas y me puse serio, poniendo todas mis cartas sobre la mesa.

―No quiero que estemos así, hermano. Sakura significa mucho para mí. Haría cualquier cosa por esa mujer. Daría mi vida por ella, y tú lo sabes.

―No dudo nada de eso.

Mi hermano sabía que yo no mentía. Cuando decía algo, lo decía de verdad. Era demasiado honesto. De hecho, era honesto en exceso. Ofendía a mucha gente con la mierda que salía de mi boca.

―Entones vamos a pasar página. No quiero pasar con Sakura todo el santo día, pero en las escasas ocasiones en que tú no estés, me gustaría sentirme bienvenido. Ella es una Uchiha, igual que yo.

―No.

Madre mía, mi hermano era un imbécil.

―Supéralo, Sasuke. Fue hace mucho tiempo.

―Si yo no hubiera entrado, la habrías matado.

Probablemente sí.

―Circunstancias diferentes.

Sacudió ligeramente la cabeza.

―Me importa una mierda, Obito. A lo mejor Sakura puede hacer como si no hubiera pasado nada, pero yo desde luego que no pienso hacerlo.

El incidente parecía ser un problema mayor ahora que cuando había sucedido. Ahora que estaban casados, él era más feroz, más protector.

―¿Y va a ser así durante el resto de nuestras vidas?

–Sí. ―Me sostuvo la mirada, frío y calculador.

–Eres un psicópata, Sasuke.

El insulto no le ofendió lo más mínimo.

―Soy consciente de ello.

Mi hermano era un grano en el culo.

―Después de todo por lo que hemos pasado los tres, ¿así es como quieres que sea? ―Sakura se había jugado el cuello para salvarme, un gesto que yo nunca olvidaría. Le era más leal a ella que a mi propio hermano. Juntos, nos las habíamos arreglado para cargarnos a Bones y a sus secuaces, vengando a Naori por lo que aquel monstruo le había hecho. Pero a él no le importaba nada de eso.

―Sí.

No llegaría a ningún sitio con mi hermano, así que cambié de tema.

―Mañana he quedado con Tristan en Marsella. Tiene unos contactos que necesitan ayuda. ―Como si la conversación anterior nunca hubiera sucedido, pasamos a tratar de nuestros negocios.

Sasuke conservó su frialdad, pero ya no parecía irritado.

―¿Cuándo?

―A última hora de la tarde. Salgo en avión por la mañana.

–¿Vas a convertirlo en unas vacaciones?

―No. Sólo trabajo. ―Con Bones fuera de circulación, teníamos más trabajo que hacer. Mantener el dominio en un mercado saturado era una ardua tarea. Todos estaban ansiosos por ponerse en cabeza... a cualquier precio.

―Cuéntame qué tal va.

―Lo haré. Acabamos de recibir un envío de Estados Unidos. Material de alta calidad.

―Me pasaré y echaré un vistazo esta tarde.

Sasuke seguía implicado en el negocio, pero nada parecido a lo de antes. Sospechaba que algún día renunciaría a ello por completo, aunque esperaba que aquello nunca sucediera, porque era un socio excelente. La gente temía nuestro apellido, especialmente desde que éramos dos. No sería lo mismo sin él.

―Es bueno saberlo. ―Me levanté del sillón, ya que la conversación parecía haber llegado a su fin. Ambos éramos hombres de pocas palabras―. Ya me dirás lo que te parece.

Su única respuesta fue una breve inclinación de cabeza.

.

.

―SASUKE ES UN COÑAZO ―AFIRMÓ SAKURA POR TELÉFONO―. UNA reinona del drama.

Me encantaba oírla hablar así sobre mi hermano. No era una pusilánime que obedecía a ciegas a su marido, como hacían otras mujeres. Ella tenía sus propias y muy rotundas opiniones. No era fácil poner a mi hermano en su sitio, pero ella lo hacía de maravilla.

―Tú lo has dicho, hermanita.

―Hablaré otra vez con él dentro de unos días.

―Estoy convencido de que puedes hacer lo que sea. Pero en esto no creo que vayas a tener éxito.

―Confía en mí ―dijo ella―. De esto me encargo yo. Simplemente, es demasiado protector. Cuando se haga a la idea de que Bones ha desaparecido de verdad, entrará en razón. A veces hasta a mí me resulta difícil creer que está muerto. Todavía tengo pesadillas de vez en cuando.

Nunca me había puesto a pensar en serio sobre su perspectiva de todo el asunto. Como hombre, no pensaba más que en el dinero, la venganza y el sexo. Nunca había demostrado empatía por nada. Incluso en lo referente a Naori, sólo pensaba en hacérselas pagar a Bones. Nunca me había parado a pensar en su sufrimiento, ni en cómo se sentiría. Pero ahora que había intimado más con Sakura, conseguía ponerme en su lugar. ¿Cómo me sentiría si me desposeyeran de todos mis derechos? ¿Si alguien utilizara mi cuerpo como le diera la gana?

Era un pensamiento inquietante.

Mi chofer paró en la entrada del aeropuerto de Roma. El sol se asomaba por el horizonte, pero las luces de la pista continuaban encendidas.

―Tengo que coger mi vuelo. Luego hablamos.

―Espero que todo vaya bien.

Colgué mientras entraba en el aeropuerto para facturar mi equipaje y pasar por seguridad. Sasuke y yo teníamos una línea de aviones privados en ese aeropuerto y también en la Toscana, pero yo no era un piloto certificado, por lo que resultaba más un engorro que otra cosa. Dado que esta era una inofensiva reunión de negocios, no veía la necesidad de un vuelo privado.

Con mi bolsa colgada del hombro, pedí un café y me senté cerca de la puerta de embarque. Mi vuelo empezaría a embarcar en unos diez minutos, así que no tenía tiempo que ocupar. Revisé mi buzón de entrada y respondí los correos necesarios para conservar la productividad. Se emitían anuncios por el sistema de megafonía, y se oía a los jets encendiéndose y aviones frenando por las pistas del fondo. Me aislé de casi todo ello.

―No te muevas de ahí. ―Una voz ronca llegó a mis oídos.

Destacaba porque me recordaba a la áspera voz que tuvo Bones en vida. Mantuve el teléfono delante de mí, pero eché un vistazo de reojo. En una fila de sillas negras varias hileras detrás de mí, estaba sentada una mujer con una chaqueta demasiado grande. Tapaba la mayoría de su cuerpo, pero la esbelta curva del cuello y de la mandíbula traicionaban las curvas femeninas que había debajo del tejido. Sus ojos color verde azulado estaban llenos de preocupación mientras observaban al hombre entrar en los aseos. El pelo rubio le caía sobre un hombro, despeinado, como si acabara de levantarse corriendo para coger el vuelo. Había una magulladura difuminada en su clavícula, apenas perceptible de no ser por el contraste con la piel pálida.

No podía quitarle la vista de encima.

Su expresión no se me hacía extraña, porque ya la había visto antes. Parecía preocupada, igual que Sakura cuando la habíamos capturado por primera vez. Los ojos de aquella mujer barrían el aeropuerto como si estuviera buscando algo o a alguien.

Bajé el teléfono, porque había perdido el interés por mis e- mails. Sólo me interesaban aquellos altos pómulos y aquellos labios generosos. Tenía algunas pecas en la nariz, lo bastante pálidas para poder ser cubiertas con base de maquillaje, si lo usaba. Las mujeres que normalmente me atraían iban arregladas, tenían un pelo bonito, mucho maquillaje y un vestido muy ceñido.

Aquella mujer no reunía ninguno de aquellos criterios.

Debió de sentir mi mirada, porque sus ojos se desplazaron hacia mí. Se clavaron en los míos, mostrando la misma expresión de temor que habían tenido todo el tiempo. De repente apartó la mirada, bajando rápidamente los ojos al suelo, donde estarían a salvo de mi penetrante examen.

Su naturaleza tímida me resultaba atractiva. Me gustaban las mujeres sumisas, que le cedían el control a un hombre poderoso. No tomaba sumisas a menudo. Me limitaba al sexo duro con mujeres que conocía cuando estaban pasando las vacaciones en Roma.

Ella no daba el tipo.

Pero, aun así, me interesaba.

Estaba en un aeropuerto, a punto de marcharse volando a otra parte del mundo. Después de aquel intercambio, probablemente no volviera a verla nunca más. Las personas iban y venían mientras nosotros vivíamos nuestras vidas, pero la idea de no hablar con ella nunca me alteraba.

Quería conocer su nombre, al menos.

Me pasé la bolsa a través de los hombros y caminé hacia ella. Sin mirarme, permanecía atenta a mi acercamiento. Sus hombros se tensaron perceptiblemente y el pecho dejó de expandirse con el aire que había estado inhalando hasta hacía un momento. Me senté al lado de ella e intenté pensar en una presentación. Normalmente me limitaba a murmurar una frase sencilla o un cumplido, pero aquello no parecía adecuado para ella.

―Soy Obito. ―Extendí la mano en su dirección.

Ella la observó y después apartó rápidamente la mirada, como si sus ojos hubieran permanecido fijos en el suelo en todo momento. No me dijo nada, rechazándome con frialdad.

Me habían rechazado unas cuantas veces en mi vida, pero nunca así.

―Yo también me alegro de conocerte.

Sus ojos se posaron en la puerta de los aseos por donde acababa de entrar el hombre.

Aquella era mi señal para levantarme y alejarme, pero permanecí pegado al asiento. No sabía qué esperaba que sucediera. Lo había intentado y había fracasado. Ahora era momento de volver al otro extremo de la sala y continuar mirando el teléfono.

Pero no me moví.

―¿Tienes nombre?

Nada. Ahora que la observaba más de cerca, advertí el pequeño corte que tenía en el rabillo del ojo. Parecía una marca de una uña. O se había arañado a sí misma, o alguien le había dado un golpe.

Entonces fue cuando me di cuenta de que no tenía ninguna bolsa. Ni bolso. Nada. Ni siquiera un par de gafas de sol.

―¿Va todo bien?

Su garganta se movió al tragar y sus ojos no se movieron de la puerta del cuarto de baño.

―Mi novio volverá pronto. Te sugiero que te vayas.

Aquel tipo debía de tener al menos cincuenta años, y ella parecía estar en la veintena. Tenía pinta de ser su padre, más que su amante.

―¿Estás segura? Porque eres demasiado para él. –Quizá un cumplido la suavizase.

Se encendió, perdiendo la paciencia:

―¿Quieres largarte de una vez? No me interesa. ¿Qué tengo que hacer para dejarlo claro?

―¿Hablar, quizá? ―salté yo.

Por fin centró la mirada en mi rostro, mirándome a los ojos por primera vez. Cuando se enfadaba estaba igual de guapa. No muchas mujeres podían conseguir aquello.

―Estoy segura de que eres un tío estupendo, pero él va a volver, y no puede verme hablando contigo. Así que, por favor, márchate.

―¿No te puede ver hablando conmigo? ―Estaba ligando con ella, pero no de manera siniestra―. ¿Estás segura de que todo va bien? ―Nada en aquella situación me parecía normal. Ella tenía aspecto de estar viviendo el peor día de su vida, no de estar simplemente pasando unas vacaciones en Italia durante el verano―. Porque parece como si...

―Vete o gritaré.

Cuando vi el gesto determinado de su rostro, supe que no estaba bromeando. Me habían rechazado las veces suficientes para saber que no tenía nada que hacer con ella. Era un tío guapo con un billetero abultado, pero eso no parecía causar efecto alguno en la mujer.

―Ten tu rabieta si quieres. Sólo me has parecido bonita. ―Me levanté de las sillas y no miré atrás. Me dirigí hacia mi terminal, y justo entonces empezaron a llamar a los pasajeros de primera clase. Tendí mi billete y subí al avión.

.

.

.

PASÉ LA NOCHE EN FRANCIA, VIENDO A ALGUNOS AMIGOS QUE VIVÍAN EN Marsella. No me reuniría con Tristan hasta la noche del día siguiente, así que tenía algo de tiempo que matar. Visité algunos bares y un club con mi grupo, pero mi mente continuaba desviándose hacia la mujer que había visto en el aeropuerto.

No me había dicho ni su nombre.

Ni siquiera era tan guapa. Con la ropa arrugada y el pelo revuelto, no destacaba. Su sentido del estilo era inexistente. A lo mejor le había entrado porque me había parecido un objetivo fácil.

Pero algo me decía que aquella no era la razón.

No era más que una desconocida con quien había tenido un breve encuentro. Ella ya se habría olvidado de mí, recordándome únicamente como un molesto pervertido que no sabía aceptar un no por respuesta. Apenas me había mirado, así que probablemente ni siquiera se acordaba de mi aspecto.

«Olvídala».

Volví a la habitación tarde aquella noche... solo. Llevaba muchas rondas de whisky en el cuerpo, así que me desvanecí sobre la colcha sin ni siquiera quitarme los zapatos. A la mañana siguiente, me desperté con una migraña y una llamada de teléfono de Sasuke.

―¿Qué tal fue?

―He quedado con él esta noche. ―Me pasé la mano por la cara, arrastrando las legañas que se me habían formado en los ojos―. Cambio de planes.

―Revisé el envío. Todo parece en orden.

Sabía que diría aquello.

―Sí. A ver si Tristan se muestra interesado.

―Estoy seguro de que sí. Sería un idiota si no lo estuviese.

–Sí. ―Seguía dentro de la cama, medio dormido.

―¿Una noche larga?

―Salí con Kakashi y algunos más.

―Supongo que te has despertado junto a alguien que no conoces, entonces.

Ojalá.

―No, por desgracia.

Sasuke no ahondó en la herida.

―Luego hablamos. Dame la información cuando la tengas. Quiero hablar de números.

Siempre directo al grano, como de costumbre.

–Hasta luego.

.

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DESPUÉS DE UN RÁPIDO CACHEO Y ALGUNAS MEDIDAS ADICIONALES DE seguridad, por fin me permitieron el paso a la finca francesa situada junto al puerto. Estaba protegida de miradas curiosas por la curva de la península. Todos los complejos vacacionales y los barcos estaban al otro lado, donde se encontraban los turistas y los pescadores.

No me había llevado la pistola porque sabía que no me dejarían entrar con ella, pero siempre llevaba un pequeño cuchillo en el dobladillo de la chaqueta, sólo por si acaso. Estaba entrando en un nido de escorpiones sin refuerzos. Aquello debería hacerme de fiar. Además, yo era un Uchiha. Al contrario que Bones, nosotros honrábamos nuestros tratos.

Me condujeron al gran comedor en el que Tristan estaba sentado a la cabecera de la mesa. Tenía un aspecto aristocrático, con un chaleco gris sobre una camisa blanca. Pero nada podía cambiar el hecho de que era un tío feísimo. Con su nariz ganchuda y larga y los pequeños ojos como cuentas, no era una imagen agradable. Era delgado y desgarbado, pero alto. Estaba seguro de que las únicas mujeres que habían pasado por su cama eran prostitutas... aunque tampoco es que yo fuera un santo.

Tristan se levantó cuando entré en la habitación y me estrechó la mano.

―Obito, me alegro de verte. ―Hablaba en inglés en mi beneficio, pero su acento francés era evidente. Se ocupaba de negocios por todo el mundo, pero Francia siempre había sido su hogar.

―Lo mismo digo. ―Me senté a su derecha y contemplé al camarero llenarme el vaso con whisky.

Tristan se sentó y chasqueó los dedos en dirección a uno de sus mayordomos. La señal debía de querer decir que se sirviera la cena, porque trajeron pan, queso y embutidos variados antes de servir los platos principales y una botella de vino caro. Yo no bebía demasiado vino. Esa era la especialidad de mi hermano.

Nos pusimos directamente a tratar de negocios, hablando sobre armas. Tristan me dio los detalles sobre para qué las necesitaba, y como empresario inteligente, yo no hice preguntas. La privacidad era importante para todos mis clientes. Era algo que Sasuke y yo respetábamos... a menos que supiéramos que eran enemigos de nuestro país o de nuestros aliados. La mayoría de las veces, la necesidad de protección surgía de una mentalidad de manada.

Tristan volvió a chasquear los dedos, llamando a uno de sus mayordomos para que se acercase.

De traje y corbata, el hombre se aproximó a la mesa con las manos a la espalda. Me recordó a Lars, aunque mucho más joven.

–¿Sí, señor?

Sasuke nunca trataba a Lars de aquella manera, ni yo tampoco. Era un empleado de la casa, pero seguía siendo un ser humano. Aunque yo no era nadie para juzgar, especialmente dado que había cometido un montón de crímenes mucho peores que ser maleducado con mis subordinados. Hacía mucho tiempo, casi había matado a mi cuñada.

―Trae a mi invitada a cenar. ―Volvió a chasquear los dedos.

El mayordomo hizo un trabajo fantástico ocultando su desprecio. Yo habría apuñalado a Tristan en el cuello con un cuchillo de mantequilla si me hablara así.

―Por supuesto, señor. ―Abandonó el comedor para ir a buscar a la misteriosa invitada.

―¿Quién va a cenar con nosotros? ―pregunté.

―Una mujer guapísima que acabo de conocer.

Di un trago al suave whisky, disfrutando del ardor que me bajaba por la garganta.

―Una bonita dama, ¿eh? ¿Estás pensando en sentar cabeza?

–Ja. ―El sarcasmo pesaba en su risa―. No. Sólo es un juguete. Me la trajeron ayer. Me he divertido mucho sometiéndola. ―Movió las cejas antes de dar un sorbo de vino.

Entendí de inmediato lo que quería decir. El significado fue algo traumático para mi estómago, como si hubiera demasiado ácido y mi cuerpo no pudiera procesarlo. Había trabajado con muchos hombres que tenían esclavas. No era infrecuente, especialmente en mi línea de trabajo. Nunca pestañeaba al respecto, ni me importaba lo más mínimo. Pero ahora que Sakura era familia, mi actitud era diferente. En vez de responder, di otro trago al whisky.

Uno de sus compinches trajo a la mujer. Apenas iba cubierta con un sujetador negro y un tanga a juego. Tenía magulladuras en la piel allí donde le habían pegado con la mano y también con un látigo. En su cuerpo había cortes, como si alguien le hubiera arrastrado un cuchillo por la piel, sólo para verla sangrar. El hombre la empujó hacia abajo sobre la silla y se marchó.

Yo estaba sentado justo enfrente de ella, y reconocí su cara al instante.

La mujer del aeropuerto.

Miraba fijamente la mesa y no levantó la mirada. Sus ojos verdes azulados parecían casi negros, por la ausencia de cualquier signo de vida. Tenía la piel pálida, y la imaginé fría al tacto. Había un corte en la comisura de su boca que parecía haber sido producido por el nudillo de un hombre.

―Hola, cariño. ―Tristan se inclinó hacia ella y le envolvió los dedos en la parte superior del brazo.

Ella retrocedió como una serpiente, dejando escapar un siseo.

Él no dudó un instante antes de golpearla con el dorso de la mano fuertemente en la cara, haciendo que se precipitara hacia un lado.

Yo mantuve un gesto neutro, pero odiaba ver aquello.

La agarró por la nuca y le estampó una mano en la mesa.

―Sé una buena esclava, ¿de acuerdo? De lo contrario, te castigaré aquí mismo, durante la cena. ―La soltó y cogió su copa de vino.

Ella se sentó erguida, con la cara como una máscara estoica de desesperación.

―Seguro que tienes hambre ―Tristan colocó sus sobras delante de ella, los restos de lo que él había comido―, dado que llevas dos días sin comer.

Ella clavó los ojos en la comida, pero no se movió.

―Te meto la polla en la boca y en el culo, ¿pero no te quieres comer mi cena? ―preguntó Tristan con tono de advertencia.

Me figuré lo que habría sucedido sin necesidad de que me lo explicaran. Su captor la habría secuestrado de alguna parte y la habría vendido como esclava. No me había dicho nada en el aeropuerto porque probablemente habían amenazado con matarla.

Era una lástima. Yo la podría haber salvado.

―Te he hecho una pregunta ―ladró él.

Con una mano temblorosa, ella tomó el tenedor y lo clavó en un trozo de pollo.

Tristan sonrió ante su cooperación y se volvió hacia mí.

―Bueno, ¿por dónde íbamos?

Yo seguí mirándola, esperando a que levantara la vista.

―Es verdad ―dijo Tristan―, no os he presentado. Obito, este es mi juguete. Juguete, este es Obito. ―Por fin levantó la vista, dando muestras evidentes de reconocerme. Sabía exactamente quién era yo, pero cubrió su reacción con rapidez.

―Hola... ―La mano le temblaba al sostener el tenedor.

―Hola. ―No mencioné nuestro encuentro a Tristan. No vi la relevancia de hacerlo.

―Es una buena pieza ―dijo Tristan―. Débil, pero fuerte. Me encanta escucharla llorar cuando le doy por el culo.

Ella titubeó antes de dar otro bocado. Masticaba despacio, como si se odiara por obedecer a aquel bárbaro cruel.

―Tiene el coño prieto ―dijo Tristan―. La desvirgué.

Aquello parecía una crueldad aún mayor. Me limité a asentir brevemente, sin saber qué otra reacción ofrecer. Aquella mujer no me debería importar para nada. Estaba en el lugar incorrecto en el momento menos adecuado, y ahora estaba pagando por su estupidez. Su vida sería corta y dolorosa.

―¿Quieres probar, Obito? ―Agarró la botella de whisky y me sirvió otro vaso―. En honor de este acuerdo, no me importaría prestártela para la noche.

Cuando se me puso dura, me sentí como una mierda.

―No hace falta. Tengo una amiguita en el hotel.

―No como esta ―dijo él―. Tiene un culo precioso. Es una vista increíble desde atrás.

Noté una contracción en el miembro, pero mi recién descubierta conciencia continuaba impidiéndome aceptar la oferta. Si esto hubiera sucedido algunos años antes, habría dicho que sí sin pensármelo dos veces. No me consideraba un buen hombre. Me motivaban el sexo y el dinero, y nunca cambiaría. Pero algo me impidió actuar. Me sentía muy atraído por aquella mujer. En cuanto le puse los ojos encima, quise follármela. Ahora se me presentaba la oportunidad de hacerlo. Si no la aprovechaba, la perdería para siempre.

―Es una oferta muy generosa, pero deja a la mujer que coma. Parece famélica.

En vez de dejar el tema, Tristan arrugó el entrecejo, enfadado.

–Te ofrezco un regalo, ¿y lo rechazas?

Era como si me hubiera comprado un juego nuevo de cuchillos o un reloj de pulsera.

―No había pensado que era un regalo, simplemente una oferta.

―Obito, sé que te encantan las mujeres. Todas las anteriores te gustaron.

Lo hicieron. No me molesté en negarlo.

―¿Por qué no ella? ―exigió saber ―. ¿Tiene algo de malo?

–Para nada. ―Bebí para mantener la calma. No quería cabrear a uno de mis mejores clientes insultándolo―. Es impresionante.

―Entonces, ¿cuál es el problema? ¿No quieres compartir una mujer conmigo? ¿De eso se trata?

Consideré mentir y decirle que estaba en una relación seria, pero nadie se tragaría aquello ni por un segundo. Además, no quería mentir. Daba demasiado trabajo.

―Desde luego que no, Tristan.

―Pues entonces llévatela. Seguro que te suaviza para que me ofrezcas un trato mejor.

Desde luego, me iba a suavizar de otras maneras.

―Ve. ―Dio una palmada―. La habitación de invitados está justo allí. ―Le hizo una seña a uno de sus secuaces―. Prepárala para Obito.

A ella se le aceleró la respiración de inmediato y dejó caer el tenedor en el plato.

Uno de los hombres de Tristan la levantó de la silla de un tirón y la sacó de la habitación por la nuca.

Y yo la tenía como una piedra.