If this is to end in fire
Then we should all burn together
Ed Sheeran
Thorin dejó la carta sobre su escritorio tras haberla leído por quinta vez, aquella última en voz alta, y devolvió la mirada a las tres figuras que quedaban frente a él. Graella, Dís y Herena lo observaban con los ojos preñados de preocupación.
— Entonces, ¿no dice nada más? — inquirió la reina con el ceño fruncido. — ¿Sólo que debes enviar a un puñado de emisarios para un concilio?
El monarca asintió, pero su hermana no tardó en hacerse oír: — Pues yo no me fío de esos Shirumund ("lampiño" como forma despectiva de decir "Elfo"); ¿debemos simplemente enviar a nuestra gente por orden de un señor extranjero, sin conocer siquiera sus intenciones?
— Dís — intentó intervenir Thorin, alzando una mano; — el señor Elrond es de fiar. Aunque a mí tampoco me haga gracia la petición, y me gustaría saber de qué trata antes de obligar a los míos a atravesar las Montañas Nubladas en estos días tan oscuros, creo que debe haber una buena razón tras ella.
— Y ¿cómo estás tan seguro, si puede saberse? — inquirió, no obstante, la aludida, pues Dís desconfiaba de los Elfos tanto o más que su hermano. — ¿Quieres que te recuerde lo que le hicieron a nuestro pueblo? Yo era una niña aún, pero tengo la memoria fresca al respecto.
Pero Thorin frunció el ceño y contestó con voz grave: — Los Khalam (Elfos) de Rivendel poco tienen que ver con los del Bosque, y su Señor se asemeja menos aún al que un día nos abandonó en caso de necesidad. Un fuerte favor me une a lord Elrond, como bien sabrás, pues sin su ayuda no hubiéramos sido capaces de recuperar este reino; y si él me llama, yo acudiré, aunque sea a regañadientes.
El semblante de Dís permaneció serio, pero no añadió nada más.
— Pero tú no acudirás en persona, ¿verdad, Khagam (padre)? — preguntó Herena.
— No, hija — negó el rey. — A mí me necesitan aquí, y no soy yo la persona de la que se solicita asistencia. — Con un suspiro, se dejó caer sobre su silla, y colocó ambas manos a los lados de sus sienes. — Mañana reuniré de nuevo al consejo y les comunicaré que la decisión debe ser aplazada hasta nuevo aviso; pero más tarde me reuniré con mis consejeros más fieles y les hablaré del contenido de la carta. Decidiré de entre ellos a los elegidos para acudir al Valle Escondido.
— Un momento — interrumpió Dís; — entonces, ¿me estás diciendo que no lo piensas compartir con los Señores de las Siete Casas?
— No se me permite — negó Thorin. — La invitación ha llegado a mis manos, y sólo los enanos de Erebor hemos sido convocados. No dispongo de permiso para hablar de este concilio a mis parientes lejanos, pues en la carta Elrond deja muy claro que ha de quedar en secreto.
— Por Dúrin — exclamó su hermana; — ¿de veras te fías de las intenciones de ese Taragu Khalam (medio elfo*)?
— Sí; y aunque no lo hiciera, no tendría más remedio — sentenció el rey, alzándose de su asiento. — Así que os ruego que no compartáis esta información con nadie.
— ¿Y qué hay de Frerin? — inquirió Graella.
— Frerin no es más que un niño. Bastante ha tenido por hoy. Se enterará a su momento y a su manera, como el resto de nuestro pueblo.
— Y ¿quiénes más han sido invitados al concilio? — preguntó Herena. Su padre le devolvió una mirada extrañada, como sorprendido por la pregunta, y contestó:
— No se dice tampoco en la carta. Supongo que todo deberá desvelarse para los que acudan a la llamada.
— Algo serio debe ser — comentó Graella, quien, a pesar de no sentir tampoco simpatía hacia los Elfos, no llegaba al nivel de su cuñada, pues no había tenido relación estrecha con ellos.
Pero Thorin intentó sonreír de manera tranquilizadora, y contestó: — No nos preocupemos antes de tiempo. Por ahora retirémonos a descansar. Es tarde y poco haremos dándole vueltas a la cabeza.
Sin embargo, era ya tarde por la noche, y la princesa Herena continuaba apoyada en el mirador como había hecho aquella tarde, antes de acudir a la reunión con los Señores. Su mirada permanecía fija en el horizonte, mientras la suave brisa del otoño fresco jugueteaba con sus largos cabellos negros. Observaba el brillo de las estrellas reflejado sobre la luz del Lago Largo, y se atrevía a vislumbrar la silueta del amplio bosque que quedaba aún más lejos. Se imaginó el camino a Rivendel, atravesando el Gran Bosque y cruzando las Montañas Nubladas; y pensó cómo debía ser aquél lugar del que tan poco había oído hablar, salvo por las historias que le contaba Gandalf a escondidas. Suspiró para sí, pues las ciencias de la tierra no eran las únicas artes que llamaban su atención, ni el Khuzdûl la única lengua que le interesaba; y sentía que no podría seguir disimulando por mucho más tiempo.
— Es tarde para estar deambulando por estos pasillos — escuchó una voz a sus espaldas, sobresaltándola; pero se relajó al comprobar que se trataba de su madre. La silueta de la reina destacaba contra la pálida luz de la luna, sus cabellos pelirrojos y su mirada altiva; pero su carácter pareció endulzarse al posarse al lado de su hija, colocando las manos sobre la baranda. En aquel punto estaban alejadas de los oídos de los guardias, y podían hablar sin reservas. — ¿No estarás preocupada por las nuevas recibidas?
— No — negó la princesa, devolviendo su mirada al frente. — Lo cierto es que no estaba pensando en eso.
Graella dirigió su vista en la misma dirección que su hija, y dejó escapar un suspiro de sus labios.
— Cuando eras una niña — comentó — solías venir mucho por aquí con el fin de otear la distancia. Este mirador y el jardín eran tus lugares preferidos; casi no parecía que tuvieras ganas de permanecer bajo tierra. Pensaba que cuando crecieras tus costumbres cambiarían… pero más bien parecen acrecentarse más y más.
Herena devolvió una mirada preocupada a su madre, pero había calidez en los ojos de la reina, y supo que su intención no era reñirla.
— Madre — se atrevió a preguntarle, — ¿no echas en falta tu hogar?
Graella pareció sorprenderse sobremanera ante las palabras de su hija, y contestó de manera automática: — Este es mi hogar.
— Ya, pero me refiero al hogar donde te criaste.
La reina frunció el ceño ligeramente, y respondió: — A veces pienso en la vida que llevaba en las Ered Luin, sí. Pero prefiero mi vida aquí. La montaña nos da todo lo que necesitamos para vivir. En Erebor tenemos riqueza suficiente para llevar una vida cómoda y digna. En las Montañas Azules, en cambio, las cosas eran distintas. Vivíamos en minas bajo tierra, sí; pero los minerales no eran tan abundantes como lo son aquí, y a menudo no eran suficientes para intercambiarlos por bienes y comida en las ciudades de los Hombres. Las mujeres nos veíamos en la necesidad de faenar en el campo, de tener tierras y huertos y animales, y cuidarlos por nuestra cuenta.
— Sé que nuestra vida aquí es cómoda, y me siento privilegiada por ello — se apresuró a añadir Herena. — Soy consciente del sacrificio de mi padre, así como del de los hijos de mi tía, por haber recuperado esta montaña; y también soy consciente del trabajo arduo al que tú, como tantas otras, tuvisteis que hacer frente en vuestra juventud para salir adelante. No quiero parecer desagradecida. Pero, ¿no echas de menos… la luz del sol, el frescor del aire, el sonido de las hojas al moverse contra el viento?
Graella era consciente del anhelo en la voz de la princesa, y, chasqueando la lengua, comentó: — Ay, hija; los Khazâd no estamos hechos para vivir bajo el sol, sino bajo la tierra.
Y la mirada de Herena pareció entristecerse de repente, y la devolvió al frente, hundiendo su cabeza entre los brazos apoyados en la baranda. Graella, no obstante, colocó una mano sobre su hombro derecho, y la susurró:
— ¿Alguna vez te he contado de dónde viene tu nombre?
Y la princesa abrió mucho los ojos y negó con la cabeza.
— ¿Nunca te lo has preguntado? No es propio de nuestro pueblo.
— Alguna vez lo había hecho, pero nunca le he dado mucha importancia a la cuestión, la verdad.
Graella sonrió: — Cuando era una niña y vivía en las Montañas Azules, había una joven humana que visitaba con frecuencia el hogar de mis padres para comprarnos telas. Ya sabes que tu abuela y yo hilábamos entonces como actividad principal para ganarnos la vida. Esta humana se llamaba Elenna, y te llamas así por ella.
Herena no cabía en su asombro, y preguntó: — Entonces, ¿tengo un nombre de los Buram (humanos)?
— Algo parecido — asintió su madre.
— Y… ¿a padre le pareció bien?
Y una sonrisa tímida se abrió paso poco a poco en el rostro de Graella, antes de responder: — Claro que no.
Herena soltó entonces una carcajada, pero su madre continuó hablando: — Al igual que en un principio pudo no parecerle bien que tu instrucción fuera más allá de las leyes de nuestro pueblo, ni que continuaras con ella una vez sobrepasada la edad adulta. Ni tampoco que fomentaras esa misma instrucción entre los niños y niñas de este reino.
Herena calló. Era cierto que había intercedido a través de su padre para impulsar el hecho de que en la educación de los hijos e hijas de los Khazâd se impartieran más disciplinas que aquellas relacionadas con la minería y la metalurgia, así como que la enseñanza intensiva del Khuzdûl les llegara también a ellos, y no se quedara, como solía suceder por costumbre, relegada a las clases altas emparentadas o relacionadas con la monarquía; sin embargo, aquella iniciativa no había tenido una buena acogida por parte de todo el mundo. Los consejeros el rey solían opinar que los niños debían ser instruidos en base a sus futuras profesiones, y que una mira más amplia podría ser perjudicial para el reino, pues muchos no querrían dedicarse a excavar en la roca ni a refinar las joyas. Y en cuanto a las niñas… muchas mujeres sí estaban a favor de que sus hijas recibieran la educación de la que ellas mismas no habían gozado, pero con ciertos límites. Por ejemplo, la madre de Herena había sido una privilegiada en las Ered Luin, pues ella sí que había tenido la oportunidad de aprender a leer y escribir, tanto en su idioma (aunque de forma más arcaica) como en la lengua común, pero esta no había sido la suerte de muchas otras enanas. En Erebor la enseñanza básica estaba garantizada, pues los niños y niñas no debían ponerse a trabajar desde jóvenes; pero creían que todo aquello que se saliera las rocas, el metal, las gemas o las telas era innecesario y superfluo, casi como un cuento chino que no servía para nada.
Sin embargo, las mentes poco a poco iban cambiando, y la iniciativa de Herena ya contaba con el beneplácito de ciertos sujetos y sectores más abiertos de mente… incluido su propio padre.
— Ni tampoco está bien visto — continuó hablando Graella, interrumpiendo los pensamientos de su hija — que una enana se una a los consejos de los Señores, ni que se siente con orgullo a la vera de su padre.
Aproximándose más hacia la joven, posó sus manos sobre sus dos hombros, y le habló directamente a los ojos al preguntar: — Herena, ¿sabes por qué tu tía y yo nos tomamos tan en serio el tema de la barba?
La joven se encogió ligeramente de hombros y contestó: — Supongo que porque no os agrada que no la lleve.
— No es solo un tema de estética. La barba forma parte de nosotras, de nuestro pueblo. Es lo que nos diferencia de las Buram (humanas) y de las Khalam (elfas).
— Lo sé, madre; y respeto nuestras tradiciones. Pero es que ésta… siento que no es para mí. No me identifico con ella.
— Ya, hija — suspiró la mayor. — Lo entiendo, y sería una necedad por mi parte intentar imponértela por la fuerza. Tienes un modo de ver las cosas distinto al nuestro, y puede que mucha gente joven lo comparta contigo; y eso nos ha traído, de algún modo, prodigios y avances con los que no contábamos. Y tu padre y yo nos sentimos orgullosos de ello.
La princesa sonrió a su madre entonces, y devolvió su mirada al horizonte.
— Madre, ¿no te preguntas nunca qué puede haber más allá? ¿Cómo pueden vivir los que son distintos a nosotros?
Sin embargo, el rostro de la reina se había ensombrecido de improviso, y su voz sonó grave al hablar: — Mira, hija, entiendo que eres joven y que por lo tanto sientes curiosidad; pero hay límites que conviene no olvidar. — Y, mirándola a los ojos, le dijo: — Herena, los Khalam (elfos) no son como nosotros, y está bien que nuestros caminos permanezcan separados de los suyos.
— Pero ¿por qué? — inquirió Herena. — Son seres sabios, y podríamos beneficiarnos de su sabiduría. Mi padre lo ha dicho: sin la ayuda de lord Elrond nunca hubieran conseguido llegar a la montaña.
— Cierto, hija; y debemos estarles agradecidos, supongo. Pero no confundas empatía con simpatía, Herena. Si los Elfos nos ayudan de vez en cuando no es por otra cosa que condescendencia. — Y habló con cierto desprecio al decir: — Naugrim nos llaman; "menguados", según su lengua, pues todo lo comparan desde su altura y su superioridad. Se creen mejores que nosotros, y no deciden entremezclarse con nuestros asuntos si no pueden sacar algo en claro de ello, o si por el contrario piensan que no somos lo suficientemente capaces de resolver una cuestión por nuestra cuenta.
— Creo que tal vez estés siendo un poco injusta.
— Herena, soy mayor que tú; y aunque mi vida nunca se ha truncado con la de los Khalam, conozco las historias de nuestros antepasados. ¿Cuándo han prestado ellos su colaboración con nuestro pueblo, si no para lucrarse de nuestras habilidades con la metalurgia y la manufactura, o de nuestra fiereza en el campo de batalla?
— No conozco tanto sobre la historia de los días antiguos — frunció Herena el ceño, — pero me inclino a creer que la que nos llega por parte de nuestros mayores no es del todo correcta, sino que ha sufrido modificaciones por el camino.
Pero Graella endureció aún más la voz al preguntar: — ¿Y la historia del pueblo de tu padre y de tu tía? ¿La conoces?
Y el rostro de Herena se enrojeció entonces, pero se vio obligada a asentir.
— ¿Qué fue lo que hizo el Rey del Bosque? — preguntó la mayor. — Dilo en voz alta.
— Se negó a ayudar a mi bisabuelo cuando el dragón llegó.
— ¿Y...?
— Y también le denegó la ayuda cuando acudió a sus puertas.
Graella asintió entonces, y alzando la barbilla de su hija, le dijo: — Herena, los elfos del bosque son asesinos. Acabaron con la vida de los nuestros, y esa es una afrenta que no debe olvidarse jamás. Piensa lo que quieras acerca de los elfos de más allá de las montañas, pero nunca olvides la deshonra hacia el pueblo de tu padre por parte de esos Gundu Khalam (elfos de las cavernas, refiriéndose a los que vivían bajo los salones de Thranduil).
— Pero ellos también acudieron en nuestra ayuda — se negaba a rendirse Herena — en la Batalla de los Cinco Ejércitos. ¿No se consideraría pagada la afrenta?
— ¿Ayuda? Si nos ayudaron (o nosotros a ellos, más bien) fue porque estaban allí en el momento adecuado, pues te recuerdo que venían a presentar batalla a la compañía de tu padre para saquear nuestros tesoros. Tres mil elfos contra trece enanos; un acto de nobleza y valentía por su parte. Y por otra parte, ¿consideras pagada la afrenta de siglos y siglos de vejaciones hacia los nuestros?
Herena calló entonces, aunque su mente seguía oponiendo resistencia, y bajó la mirada. Pero Graella suspiró y tocó con delicadeza el cabello de su hija.
— Cariño, siento si soy muy brusca contigo, pero si algún día eres reina, o como poco la hermana del rey, debes tener ciertas cosas bien claras. Me parece muy bien que traigas avances a nuestro pueblo, pero no debes olvidar nunca de dónde venimos, ni el sacrificio de las personas que nos trajeron hacia aquí. ¿Comprendes?
Y la joven asintió lentamente, y contestó: — Lo comprendo, Khagan (madre).
Ambas permanecieron un largo rato en silencio, hasta que Graella volvió a romperlo:
— Herena, ¿hay alguna otra razón por la que estés triste?
Y la joven tomó un largo rato callada, pero finalmente contestó: — Náin va a casarse.
La reina abrió la boca, no sabiendo muy bien qué contestar, hasta que finalmente dijo: — Oh, comprendo.
— Sinceramente, no sé por qué me afecta — negó Herena con la cabeza, volviendo a apoyar las manos sobre la baranda. — Pero me afecta. Pensaba que lo había superado ya.
— Ay, hija — suspiró su madre. — Las heridas del corazón son difíciles de sanar, pero finalmente sanan.
La princesa simplemente se encogió de hombros, y le dijo: — Creo que hoy me he pasado con él. He sido un poco brusca. Es que no me esperaba la noticia. Supongo que en el fondo seguía teniendo esperanzas en que… — Pero calló en el último momento y negó con la cabeza.
— Cariño — susurró su madre, poniendo una mano sobre su hombro, — sé que como reina no debería decirte esto, pues algún día deberás traer un heredero al linaje de Durin; pero hay más dicha en la vida de una mujer que encontrar a un hombre para ella.
Herena la miró entonces, y rió con voz clara y brillo en los ojos. — Lo sé, madre. Y no es que anhele casarme aún. Sabes que disfruto de mi autonomía y de mi independencia. Es sólo que… no me lo esperaba. Y supongo que debe ser bonito tener a alguien a tu lado a quien amar y que te ame. — Y, tras un momento de silencio, añadió: — Envidio a mi primo en ese sentido, supongo.
— Bueno, hija; lo que tenga que llegar, llegará, no te preocupes. Y como bien te he dicho, las heridas del corazón tardan en sanar, pero sanan. — Y, besándola en la frente, le dijo: — Ve a descansar. Mañana será un día largo, y tu padre precisará de tu ayuda. Eso sí es seguro.
Herena asintió, pero contestó: — Sólo estaré un rato más aquí. Ve tú a dormir.
Y la reina asintió y se marchó por el pasillo, no sin antes apretar una última vez la mano de su hija.
Pero, cuando se hubo quedado sola, Herena devolvió su mirada al frente, y volvió a quedarse embelesada oteando el horizonte, meditando sobre las palabras de su madre.
Sin embargo, varias leguas más allá, en el noreste del Bosque Negro, la vida de los elfos transcurría ajena a la conversación mantenida entre la reina y la princesa; y la mayoría de ellos, a excepción de los guardias que vigilaban las puertas de ls cavernas, se preparaban ya para internarse en estancias y descansar hasta el día siguiente. Todo el bosque en derredor estaba en silencio, salvo por el sonido del río fluyendo bajo el portón principal y el de las hojas de los árboles moviéndose a la par que el viento.
Es por esto que, cuando un caballo solitario llegó veloz hasta el puente que daba acceso al reino construido dentro de la roca, los guardias se apresuraron a cortarle el paso ante la puerta.
— ¡Daro (detente)! — exclamó uno de ellos, alzando el brazo en alto. — ¿Quién va?
El viajero en cuestión bajó entonces la capucha de su capa, y una cálida sonrisa brillaba bajo sus ojos azules. — ¿Tan pronto te has olvidado de mí, Callonion?
Y el aludido le devolvió el gesto, bajando sus armas, y le contestó: — Unos pocos años no son suficientes para ello, Hîr Vuin Legolas (Mi Señor Legolas).
El Rey fue avisado inmediatamente de la llegada del príncipe, y salió a recibirlo a las puertas de sus estancias. A pesar de su acostumbrado aspecto severo, Thranduil lucía ahora una amplia sonrisa en el rostro, pues hacía años que no veía a su hijo.
— Iôn (hijo) — lo saludó, alzando los brazos y posando las manos sobre los hombros de él. — Hacía ya que no sabía nada de ti.
El príncipe se llevó una mano al pecho e inclinó la cabeza en señal de respeto, pero en su rostro lucía también una tímida sonrisa. — Vengo para traeros noticias, Aran Vuin (Mi Rey), y de paso a visitaros. Yo también ansiaba veros después de tanto tiempo.
Y el monarca asintió complacido y lo invitó a pasar. — ya he cenado, pero te haré compañía mientras comes algo después de tu largo viaje.
La cena le fue servida al príncipe, abundante y deliciosa a su paladar, y ambos, padre e hijo, pasaron el rato hablando de temas en apariencia sin importancia, poniéndose al día después de tanto tiempo separados.
— Hallé al montaraz Trancos, como bien me aconsejaste — contaba Legolas mientras los lacayos terminaban de retirar el último plato que quedaba sobre la mesa. — Tienes razón: es un gran hombre detrás de su apariencia.
— Lo sé — asintió Thranduil. — Hace no mucho nos hizo una visita de tu parte; aconsejado por ti, me parece.
El semblante de Legolas se oscureció de repente, y su voz sonó más sombría al decir: — De eso mismo quería hablarte.
La mente de Thranduil se turbó entonces, pues había creído adivinar el motivo de la visita de su hijo, y le preguntó: — Se trata de la criatura, ¿verdad?
El príncipe asintió de forma queda, y el rey se levantó de su asiento con un suspiro. — Me lo temía.
— Yo no sé nada — negó Legolas. — Pero lord Elrond nos ha llamado a un Concilio secreto, y creo que el tema a debatir puede estar relacionado con lo que tú piensas.
Thranduil enarcó las cejas entonces, y preguntó: — ¿Un concilio?
— Así es — asintió Legolas. — Trancos mismo me lo contó en uno de nuestros encuentros. Me pidió que te trajera la noticia de primera mano y de la forma más discreta posible.
El rey asintió, y volvió a tomar asiento: — ¿Qué sabes tú de la criatura Gollum?
— Nada — se encogió Legolas de hombros. — Sólo que Trancos la encontró y os la trajo aquí, por consejo mío. Supuse que en ningún otro lugar podría estar mejor guardada. Esa criatura es peligrosa, me parece; y debía estar a buen recaudo.
— Sí, pensaste bien. Pero me temo que esta vez hemos decepcionado tus expectativas.
Legolas abrió mucho los ojos, y preguntó: — ¿Cómo? ¿Qué pasó?
— La criatura escapó hace tres meses. Un descuido por parte de mis guardias: solían dejarlo salir a la luz del sol por compasión unas horas al día; pero una incursión de los orcos los pilló desprevenidos, y tras el combate descubrieron que había desaparecido.
— ¿Una incursión de orcos? — inquirió el príncipe. — ¿Desde cuándo hay orcos tan cerca de nuestras tierras?
— Son tiempos oscuros, iôn — suspiró Thranduil. — Parecía que nos habíamos recuperado un poco tras la Batalla de los Cinco Ejércitos, y que el bosque gozaba de nuevo de un poco de paz*; pero ahora el Mal parece haberse renovado con más fuerza. Dicen que los Elfos del Oeste están comenzando a hacerse a la mar, y la verdad es que los entiendo. La Tierra Media no es un buen sitio para vivir ahora.
Legolas observó a su padre con tristeza en la mirada. Parecía cansado, viejo y marchito, como si llevara batallando durante demasiado tiempo contra un enemigo cuyas fuerzas le sobrepasaban.
— Entonces, la criatura Gollum…
— No está. Lo siento, iôn. Esta vez te he fallado.
El príncipe asintió lentamente, y habló de nuevo: — Adar (padre), os solicito permiso para acudir al Concilio. Sea lo que vaya a tratarse en él, deseo estar presente.
Y Thranduil sonrió para sí, y contestó: — Claro que sí, iôn. Tienes mi beneplácito.
— ¿Cómo? — inquirió Legolas, no obstante, algo asombrado. — ¿Tan fácil?
El rey rodó ligeramente los ojos. — Puedo ser reservado, pero no inconsciente. Elrond tiene razones más que suficientes para convocar un concilio en estos días. Sería un acto necio por mi parte el no acudir.
El príncipe asintió lentamente, y ambos se quedaron en silencio, mirándose el uno al otro.
— Adar — habló, al fin, el hijo, — esta no es la única razón por la que he venido.
El rey se retrepó sobre su asiento, y, con un suspiro cansado, preguntó: — ¿Qué quieres saber?
— Todo — contestó su hijo. — Sé que es doloroso para vos, pero necesito respuestas, adar. Necesito saber quién era mi madre.
Thranduil asintió lentamente, más para sí mismo que para su hijo, y dijo: — Lo entiendo. Creo que ya va siendo hora de que sepas la verdad.
Legolas asintió a su vez, y su padre continuó: — Pero no es una historia corta, ni tampoco bonita.
— Lo supongo. Pero es mejor que la ignorancia.
Thranduil frunció un poco los labios, se levantó de su asiento y se escanció una copa de vino. Repitió el gesto para con su hijo y le entregó la copa en sus manos.
— Debemos empezar por el principio, pues.
¡Holaaaa!
Aquí está el segundo capítulo de esta nueva versión, el cual tenía muchas ganas de publicar, pues creo que aquí conocemos un poco más a Herena, sus inquietudes y deseos, y cómo estos chocan bastante con los propios de su pueblo.
También hemos tenido un primer contacto con Thranduil, cuya personalidad ya ha cambiado ligeramente desde la Batalla de los Cinco Ejércitos, volviéndose algo más consciente con el mundo exterior y menos inflexible. Sin embargo, en el siguiente capítulo conoceremos su historia, cómo su familia llegó al Bosque Negro (el Bosque Verde antaño) en la Segunda Edad y cómo su destino se unió al de su esposa; y, un tema muy importante, cuál es su unión con la casa de Durin.
He de advertir que será un capítulo "complicado", pues se describirán eventos que tuvieron lugar a lo largo de la Segunda Edad, y puede resultar lioso para quienes no estéis familiarizados con esta época (no lo digo desde al superioridad, pues yo misma me he estado informando al respecto para redactarlo). Sin embargo, intentaré explicarlo de la forma más amena posible; e, igualmente, intentaré que quede claro el punto más importante de todos: la procedencia de la madre de Legolas y su relación con el antiguo reino de Moria.
Y por ahora esto es todo. Sólo quiero volver a agradeceros a quienes estéis leyendo, de nuevo o por primera vez, esta historia. ¡Hasta dentro de poco! Xxx
*Taragu Khalam: Literalmente significa "elfo con barba", pues algunos de ellos llevaban barba.
*Cuando Thranduil dice que el bosque gozaba de nuevo de un poco de paz, se debe a la expulsión del Nigromante (Sauron) de la fortaleza de Dol Guldur por parte del Concilio Blanco, como bien aparece en la película.
