«Una mujer debe ser dos cosas: quien ella quiera y lo que ella quiera».


Lo que hicimos después de bañarnos me ruboriza de solo pensarlo. Supongo que fue un momento tan erótico, lleno de jadeos y respiraciones entrecortadas; caras contraídas y sucios ánimos susurrados en el oído, que me es imposible describirlo. Un cuerpo dentro de otro. Los dos sacudiéndonos, olvidando el pudor, el tiempo… olvidando al mundo. Quizá por la forma en que Nobara se movía, o por su aroma inundando la habitación. Olía como una flor de primavera: vaporosa, fresca, femenina. Una mezcla de olores girando inconexa en el aire. Lo único que sé, es que las uñas de Nobara quedaron marcadas en mi espalda, y en la piel del dorso de mi mano al aferrarse tanto a mí en ese preciso momento en que el éxtasis golpeó su esplendor, empapándola de oscuridad. También sé que tuvimos que bañarnos de nuevo.

Paso mi mano sobre el espejo empañado y me hago un hueco para observar mi rostro. Mis ojos miran directamente mi reflejo. Es como si no fuera yo, pero soy yo. Se siente extraño. Yo, que había resuelto comportarme con más cautela, terminé siendo cómplice de Nobara. Y a pesar de que no me arrepiento, mi pecho siente un pesar al pensar en Itadori.

La puerta suena un par veces.

—Megumi, necesito entrar —demanda Nobara desde el otro lado. Entonces, antes de dar una respuesta, ella ingresa con su característica impaciencia.

Nos miramos directamente a los ojos y siento que me sonrojo. Ella pasa frente a mí, con una confianza tal que me revuelve el pensamiento. Nobara es segura de sí misma, y tiene todo lo que me fascina en una mujer. Se detiene frente al tocador.

—¿Por qué parece que tienes cara de frustración, Fushiguro? —pregunta con cierto tono burlesco en la voz.

—Así es mi cara —respondo, y se echa a reír automáticamente. No puedo evitar unirme a su diversión y río fugazmente con ella.

—Sé que no eres del tipo que suelte bromas o chistes, pero tu seriedad a veces me resulta cómica —confiesa, mientras trato de analizar cómo a alguien le puede resultar cómico lo no cómico. Sin mirarme, destapa un pequeño frasco de loción facial que saca de su bolso.

Permanezco absorto en sus movimientos sin decir nada. Nobara es dedicada para sí misma, y eso me gusta.

Me mira por el espejo al sentir mis ojos fijos sobre ella y en sus orbes puedo ver complicidad.

—Esto ha sido divertido, emocionante, osado e intrigante —dice con cierta satisfacción, mostrando una sonrisa que curva sus perfectos labios—. ¡Cuánta adrenalina! —exclama—. Lo más gracioso fue la cara de la recepcionista "Ustedes no pueden hacer check-in" —dice imitando la voz de la mujer.

—Lo sé. Somos ilegales.

—Pero cuando le dije que formabas parte del prestigiado clan Zen'in, se puso pálida y no cuestionó más nuestra edad —Tras una breve pausa, prosiguió—. Definitivamente tenemos que repetirlo.

No sé qué decir, así que no respondo. Pero estoy dispuesto a repetir lo que ella quiera. La miro ponerse lápiz labial de tono coral, logrando el contraste perfecto entre su blanca piel y el cobrizo de su cabello. El movimiento de sus labios al abrirse y cerrarse para asegurarse de pigmentarlos completamente, es delicioso.

—No conozco a ninguna chica como tú —digo finalmente, mientras la observo pasarse los dedos entre el cabello.

—Eso es obvio, Megumi. No conoces a muchas —asegura firmemente con un guiño, y entonces siento que la sangre se junta en mi rostro.

—Eso no es a lo que me refiero. Además ¿por qué asumes que no conozco a muchas?

Se vuelve para verme— ¿No me digas que hay otras de las que no me has hablado? —pregunta confundida, con cierta hostilidad en la voz, y su entrecejo se arruga.

—¿Qué? No. No hay otras. —Mi negación se acompaña de un movimiento de cabeza.

—Menos mal, porque si las hubiera… —sentencia volviéndose hacia el espejo.

—Si las hubiera —interrumpo—, nada de esto cambiaría. Seguiría pensando lo mismo.

—¿Y qué es lo que piensas?

Que eres diferente.

—¿Diferente cómo? —Nobara se planta frente a mí y me mira expectante. Nuestros ojos bailan durante un par de segundos que se sienten como la eternidad.

Indómita —respondo.

Jala su labio inferior con los dientes y sus ojos marrones, brillantes… infinitos se posan sobre mí. Entonces su mirada va de mis labios a mis ojos.

—Maki-senpai también es indómita —concluye. Sonríe orgullosa y vuelve a lo suyo frente al espejo.

—Lo es, pero también es… rara.

Detiene su acción para mirar mi reflejo. Enarca una ceja, y la comisura izquierda de sus labios se levanta ligeramente.

—¿Rara? Maki es fabulosa —afirma y se dispone a enrollar un mechón de cabello.

—Es una rara fabulosa, entonces. —Me encojo de hombros, y ella suelta una risita divertida.

Me acerco a ella por detrás. Mis manos se mueven sobre su cabeza, imitando la acción que ella hace. Silenciosos, peinamos su cabello. Puedo sentir su mirada sobre mí a través del espejo. Y es como si me atravesara, pero me esfuerzo por no mostrar turbación, aunque por dentro todo se mueva como una espiral. Y entonces, el tiempo se escapa burlescamente frente a nosotros. Relativo. Torcido.

—¿De verdad teníamos que hacer todo esto? —pregunto, atando la pequeña bola de cabello que mis manos han hecho.

Hay una pausa momentánea donde solo nos miramos a través del espejo.

Mi cerebro masculino, inexperto y adolescente me responde inmediatamente: No es amor, por supuesto. Un puñado de hormonas empapadas de pasión, sí.

—Eres lindo cuando me ayudas a peinarme —confiesa, luego hace una breve pausa mientras finge buscar algo en su bolso—. Sobre tu pregunta, en realidad no tengo una respuesta absoluta, pero lo que hicimos pasó y no hay vuelta atrás.

Por supuesto, tampoco sabe el propósito, o finge ignorarlo. Me siento tonto por preguntar. Inhalo profundo, y mi teléfono celular comienza a vibrar en alguna parte de la habitación. Antes de que me disponga a buscarlo, ella interviene.

—Entonces, ¿cómo deberíamos comportarnos después de lo que hicimos? —pregunta con un atisbo de inocencia. Pero de inocente no tiene nada.

—No lo sé, supongo que igual.

—Ese «supongo» no es muy reconfortante —puntualiza—. Pero ¿a qué te refieres exactamente con «igual»?

Recargo mi espalda sobre las baldosas del baño y dejo escapar un suspiro.

—Quiero decir que como siempre.

Ella entorna la mirada y hace un mohín. No parece contenta con mi respuesta.

—¿Te refieres a como «amigos»?

—Eso es lo que somos, ¿no es así?

—Megumi, los amigos no hacen lo que nosotros hicimos. —Ríe fugazmente y luego su rostro se ensombrece.

—El erotismo entre un hombre y una mujer no es excluyente de la amistad.

Nobara emite una clase de gruñido ante mi comentario. Me siento un idiota por no saber decir algo mejor. Pero así soy. Un tanto torpe para expresarme. Con un movimiento brusco, sus manos se hunden en su bolso, como buscando algo con desesperación. Su rostro se mantiene con expresión seria, y me ignora.

—¿Estás enojada?

—No, no lo estoy —responde efusivamente. Pero su tono de voz y sus movimientos me dicen que lo está. Su pequeña mano sujeta la servilleta que le di, y me la muestra— ¿Entonces qué significa este mensaje?

—Lo escrito ahí es cierto —aseguro.

—¡Ay, Fushiguro! ¿Quién escribe una nota cómo esta? —Nobara me regaña. La veo sacudir el papel delante de mi cara. Inhala y exhala haciendo un esfuerzo por no perder los estribos — ¿Y en una servilleta? ¿Para qué? —añade con voz filosa.

Nobara es punzante como las espinas de una rosa, y hace honor a su nombre. No puedo negar que la forma mordaz en la que habla sobre la servilleta y el mensaje, se siente como un filoso cuchillo recorriendo mi espalda lentamente y se intensifica al recibir la mirada de recelo de Nobara.

—Así que, ese fue tu plan —insinúa llevándose las manos a la cadera—, persuadirme con una nota en una servilleta para llevarme a la cama.

Esta mujer de verdad no está pensando lo que dice. Pero su comentario se siente como si me cayera agua helada: fui yo quién en un principio pensó que ella tenía un plan. Arrugo el entrecejo.

—Pensé que habías dicho que era un detalle «horriblemente encantador».

—Eso dije. Es solo que no sé qué me va a gustar o disgustar de un momento a otro. Así soy yo —replica y se cruza de brazos.

—Nobara, lo que dices no tiene sentido. Además, fuiste tú la que inició todo —digo gruñonamente a modo de recordatorio.

Hace un puchero y guarda silencio. Probablemente porque se da cuenta de que está equivocada.

—Escucha, es sólo que no quiero arruinar nada —aclaro—, tampoco quiero que estés en la cabeza de los demás de la manera equivocada.

—Me importa un carajo la manera en como estoy en sus cabezas. Yo sé lo que soy, y lo que no, así como lo que puedo llegar a ser —afirma con el ceño fruncido—. No puedes controlar lo que la gente piensa, Fushiguro. Por mí, se pueden ir a la mierda todos —su expresión se suaviza y humedece sus labios—. Aunque eso que dijiste fue muy noble de tu parte —matiza.

—Eso es de lo que hablo, cuando digo «diferente». Tu forma de hablar, es diferente.

—¿No te gusta cómo hablo?

—No es eso. Nunca escuché a una mujer hablar como tú, sin pelos en la lengua.

Ella me mira directamente a los ojos. Y me siento sonrojar. Nobara es como un remolino.

—Bueno, eso es porque soy Nobara Kugisaki. Conmigo no verás abnegación o sumisión. Seré la mujer que yo quiera ser. —Su expresión es la de una mujer completamente orgullosa de sí misma. Y me fascina esa seguridad con la que habla y se mueve. Siento un torbellino viajar de mi vientre a mi falo. Nobara es admirable.

Sale del cuarto de bañoa y se sienta en la cama, y se dispone a calzar sus zapatos.

—Nobara —digo desde el marco de la puerta—. Nunca pierdas tu personalidad inquebrantable. —«Porque es lo que más me gusta de ti», quiero decirle, pero no lo hago. Un extraño miedo se apodera de mí y solo puedo mirarla.

Inmediatamente después de calzarse, se incorpora y permanece sentada en la cama. En silencio. Después de un par de segundos, dirige sus ojos hacia sus manos, como analizando algo invisible, y en ese gesto sombrío y cotidiano que percibo en su cara, pareciera revelar que se siente sola.

Es un pequeño momento que me gustaría capturar en una fotografía: su esencia. Después de una fracción de segundo, sonríe, y continúa con lo suyo. Como si nada.

No importa cuánto pueda observar de ella. Nobara es indescifrable.

—¿Así que piensas en mí como la luna en el sol? —interpela. Por su tono de voz, no sé si interpretar que quiere burlarse o quiere confirmar el valor de aquella frase impresa en ese trozo de papel.

Permanece sentada en la orilla de la cama y sus ojos no lucen ni duros ni suavizados. Son el reflejo de que lucha contra algo. O al menos eso percibo yo.

Dejo escapar un suspiro. «No estás sola», quiero decirle «mis demonios también me persiguen». Pero mis labios se paralizan y lo único que hago es mirarla.

—Qué silencioso eres, Fushiguro. ¿No dirás nada?

—Mi teléfono —respondo al recordar que hace unos minutos alguien me buscaba con cierta insistencia.

—No cambies de tema. —Su rostro se ve tranquilo, pero al mismo tiempo muestra casi desesperación.

Mi smartphone vuelve a vibrar. Nuestras miradas se dirigen a buscar el teléfono y soy yo quien lo encuentra bajo la almohada. Lo primero que veo en la pantalla de bloqueo es una imagen no tan agradable: 2 mensajes de texto y 5 llamadas perdidas. Es Yuji. Y entonces mi corazón se detiene por un instante.

—¡Maldición! Es Yuji —anuncio.

—Pues contesta. —Tuerce la boca.

Me quedo mudo mirando la pantalla de mi móvil. Ella no sabe la conversación que tuvimos Yuji y yo. Ella ignora por completo el sentir de Itadori. O es eso, o de verdad disfruta de ver todo el lío que sabe que está creando en nosotros. Algo cruel, pero no imposible.

No. Ella no es así. ¿De verdad existe alguien que disfrute de romper la armonía de otra persona?

Me cuesta un parpadeo responderme. Sí existe ese alguien pero no quiero pensar que sea ella ese alguien.

Trago grueso. ¿Qué debo decirle?

—¿Dónde estás? Te mandé mensajes y no respondiste, por eso te llamé, ¿Kugisaki se puso en contacto contigo? —Me paralizo un instante al escuchar su voz. No quiero mentirle, pero dadas las circunstancias, me veo obligado a hacerlo.

—Estoy con Kugisaki en Roppongi Hills. Estamos mirando los aparadores. ¿Dónde estás tú?

—Estoy saliendo de la estación del metro de Roppongi. ¿Dónde los veo?

Mi estómago se retuerce. La estación de la que habla no está muy lejos de aquí.

—En la entrada al centro comercial.

—De acuerdo.

Corto la llamada.

—Tenemos que irnos, Nobara.

Ella inhala aire profundo, pero no dice nada.

—Entonces, somos amigos —propongo—. No quiero que Itadori se entere de esto, no ahora.

—Estoy de acuerdo, aunque tampoco podemos estar haciendo las cosas a escondidas.

—Teóricamente sí podemos, pero no sería moralmente adecuado. Él es nuestro amigo.

—Lo sé, hablaré con él. Tenemos una plática pendiente. —La veo vacilar un instante. ¿De qué clase de plática hablará?

Hago un mohín de manera inconsciente.


Nos encontramos con Yuji. Él mira a Nobara y luego me mira a mí. Es como si buscara la evidencia de que en realidad estuvimos visitando diferentes tiendas, pero el tiempo que pasamos juntos Nobara y yo, lo gastamos en esa habitación de hotel. Hago un esfuerzo para no cambiar mi semblante. La alegría que se asomaba en el rostro de Itadori se ve eclipsada por un aura de melancolía fugaz. ¿Sospecha sobre nosotros? ¿Se ha dado cuenta ya? Aprieto la mandíbula.

—¿Qué tal estuvo el meet con Takada? —me apresuro a preguntar para evitar cualquier otro comentario indeseado.

—No es lo mío —responde—, pero no me quejo. Takada es linda, y Tōdō fue infinitamente feliz.

—¿Está obsesionado con esa idol? —pregunta Nobara.

—Es un poco loco. Ya lo han visto —añade él y se encoge de hombros. Por el rabillo del ojo lo veo mirarme de soslayo— Ustedes, se ven… —dice, y parece pensar en sus palabras. Quizás está escogiendo las más discretas o quizá no sabe qué decir— Con el cabello húmedo, ¿Acaso lloviznó y no me di cuenta? —pregunta con la mano en la barbilla. Y su cara, esa cara de inocencia característica en él me revela que en verdad no sospecha nada. O tal vez también es un excelente actor y… ¡Mierda, Megumi, pero qué suspicaz te has vuelto! Sacudo la cabeza ¿debería mentir en mi respuesta?

Nobara me mira intensamente mientras niega sutilmente con la cabeza, y con esa complicidad entre ella y yo, sé que debo responder cualquier cosa, lo que sea, pero no revelar lo nuestro. Aún.

—Nos mojamos un poco con el agua de la fuente en Mori Building Plaza —respondo y hundo mis manos en los bolsillos de mi pantalón. Una ráfaga de algo desconocido me invade por dentro. Es mi amigo y no puedo hacerle esto.

—Ah… hasta Fushiguro sabe divertirse con el agua —replica sin mirarme. Es más como si hablara para sí mismo.

La conversación es un poco incómoda y un tanto rígida. Caminando por la plaza evitando mirarnos. Ninguno de los tres sabe qué decir para llenar los huecos silenciosos. ¿Debería hablar con él sobre Nobara y yo? Lo único que deseo en este preciso instante es llegar, encerrarme en mi habitación y pensar. Pensar con la cabeza y definir lo que quiero. Dejo escapar un suspiro.

—¿Y ahora qué? —pregunta Nobara— ¿Iremos a algún lado?

—Pueden ir a donde quieran, Kugisaki —sugiero haciendo énfasis al nombrarla a ella—, ya tuve suficiente ruido, gente y contaminación por hoy.

—Pero…¿Estás seguro, Fushiguro? —pregunta Yuji con extrañeza.

—Sí. Regresaré a la Escuela de Hechicería.

—Recién volvimos a reunirnos —dice Yuji.

—No insistas, Itadori. Ya sabes cómo es él —tercia Nobara—. Mejor busquemos más diversión tú y yo, no desperdiciemos nuestro día libre —propone tomándolo de la mano. Que sus pequeños dedos se enreden con los de Yuji me vuelca el estómago. Nobara sabe cómo cambiar el ritmo de mis latidos, sabe qué artilugios usar para conseguir en mí las reacciones exactas que ella quiere. De hecho, justo ahora busca ponerme celoso por segunda vez, y lo consigue.

Permanezco inmóvil frente a ellos. Las mejillas de Yuji se colorean de un sutil color rosáceo. Y entonces ella, se levanta de puntillas para alcanzar su oído.

—Vayamos al cine, Yuji —murmura con voz suave, mirándome de reojo. Itadori se estremece con su cercanía. Ella disfruta de ver lo que provoca en nosotros con ese juego implícito que está jugando. Nobara es arrogante cuando de mostrar sus hazañas de coquetería se trata.

—Por supuesto —responde él con entusiasmo, y ruborizado.

—Oh —dice ella, sonriente, y entonces se vuelve hacía mí—. Entonces te vemos en la escuela, Fushiguro —añade.

—Nos vemos en la escuela —repito, y me alejo lentamente de ellos para desaparecer entre la gente.


No estoy seguro de saber qué hacer con todo esto. Mentiría si dijera que no estoy celoso de haber dejado a Nobara sola con Itadori. Pero Nobara es libre. No me pertenece. Que hayamos hecho lo que hicimos no significa que ella esté obligada a estar conmigo y repetir. Aunque, si ella hiciera con él o cualquier otro lo que hizo conmigo, no lo soportaría.

Gojō está impresionado de verme llegar sin Yuji y Nobara, y lo atribuye a algún inconveniente entre los tres.

—Megumi-chan, ¿qué haces aquí tú solo? ¿Acaso discutiste con esos dos? —su brazo me rodea por los hombros, ignorando que existe algo llamado «espacio personal».

—¿No se supone que también deberías estar por ahí merodeando? —interpelo al tiempo que retiro su brazo de mi cuerpo.

—Lo estaba, pero tenía asuntos pendientes para antes de irme al extranjero —responde y lo veo meterse caramelos a la boca.

—Necesito un respiro para pensar.

No puedo ver sus ojos, pero sé que me mira. Caminamos en silencio hasta llegar a los pasillos de los dormitorios.

—Conozco tu situación —dice de pronto mientras me soba el hombro.

—No sé de qué situación hablas —respondo tajante.

—No creas que no me doy cuenta del batiburrillo que están creando ustedes tres.

—¿Batiburrillo? —cuestiono—. Creo que se te zafó otro tornillo.

Ríe efímeramente.

—Megumi, sé lo que es hacer lo que hiciste con ella. Así como sé, lo que significa que tu mejor amigo también esté involucrado.

Paso saliva. Parece que es imposible tener secretos con alguien como él, o quizá me conoce mejor de lo que pienso. Él ha estado conmigo en momentos importantes de mi vida, sería imposible negar el vínculo, aunque Satoru me resulte inmaduro a veces.

Mis pies se sienten pesados mientras camino, pero lo cierto es que no sé cómo confrontarlo. Si me niego, me estará molestando, si cedo, me molestará de todos modos. Inhalo profundo para acomodar mis pensamientos, y entonces, la imagen de Satoru y Shōko viene a mí y no puedo evitar sentir incomodidad al pensar en ellos íntimamente juntos. No quiero, pero este sujeto me obliga a pensarlo.

—Oh, no, no. No quiero escuchar tus porquerías —refuto ante lo dicho por él.

—¿Porquerías? Yo sólo quería decirte que, si decides que necesitas hablar con alguien, sobre asuntos de esa clase, no te olvides de mí —asegura, y se lleva más caramelos a la boca. Quizás para él es fácil comportarse como un insolente porque no tuvo otra opción, pero quizá él esté más roto de lo que imagino. Satoru… «¿Qué es lo que te ocurrió?», pienso.

Permanecemos parados afuera de mi habitación, esperando a que alguien diga algo.

—Creo que estás dando por hecho algunas cosas sin saber —digo, y mi mano hace girar la perilla de la puerta.

—Según tú, pequeño Megumi, ¿qué cosas no sé? Yo ya tuve 17 años, 18, 19… —dice enumerando con sus dedos.

—Para, no es necesario que menciones cada año —replico al tiempo que ingresamos. Satoru se ha invitado él solo, ignorando algo llamado «privacidad».

—Vas a tener que decirme, Megumi-chan —exclama, y toma asiento en mi cama—. Vamos, no seas tímido, ¿qué tiene de malo que te guste una chica?

Guardo silencio. Me mantengo ocupado en sacarme la mochila y la sudadera y evito mirarlo.

—Aunque, quizá se deba a que estás asustado. Y con razón, las mujeres dan miedo. —Hace una pausa para tomar aire—. Y una como Kugisaki no es la excepción.

Resoplo.

—No sé qué decir, honestamente —admito cediendo ante sus intentos de querer aflojar mi lengua—. Todo esto, me tomó desprevenido.

—No creo que en el amor existan las personas prevenidas, y si las hay, hacen caso omiso a la advertencia.

Escondo mi cara para que no vea mi rubor, mientras finjo acomodar mi armario, pero él tiene razón, estoy asustado y no sé qué hacer. Después de inhalar profundo y recobrar la frescura en mi expresión, me vuelvo hacia él. Satoru me sonríe con complicidad quizá porque él mismo sabe esta clase de sentimientos. Quizá porque él ya ha estado enamorado, quizá…

—Itadori no sabe nada —confieso.

—Eventualmente algo así iba a ocurrir —apunta con total seguridad— Kugisaki es atractiva.

—Me causan conflicto las relaciones humanas, casi nunca sé cómo debería comportarme —suspiro.

—Es natural en ti. Pero hasta el extrovertido tiene que lidiar con sus pirpios conflictos.

Paso mi mano por mi hombro izquierdo, luego, miro la hora en mi smartphone casi por reflejo. Es como si quisiera evitar encarar a Satoru, que me mira detrás de eso lentes oscuros.

—Escucha, es algo tarde y tengo que pensar algunas cosas —indico a modo de que deseo estar solo.

Él parece captar la indirecta y se pone de pie para dirigirse a la puerta. Deja caer su mano sobre la perilla, y antes de abrir habla.

—Solo, no te olvides de mí —recalca y me sonríe. Luego desaparece.

Me acuesto sobre la cama. Una vez, sumergido en el silencio de la habitación, los pensamientos intrusivos comienzan a atacar. «¿Realmente estarán en el cine?» me giro en la cama, incómodo y enojado conmigo mismo por dudar de ellos.

Miro la hora por segunda vez, y una inquietud viaja a través de mi cuerpo. Pasan de las diez de la noche y mi cabeza me atormenta con la idea de ella llevando a Itadori al mismo lugar que me llevó a mí.

Aprieto mi puño. Los celos son una emoción incómoda que no me gusta sentir, pero no pudo hacer nada, y debato conmigo mismo sobre asuntos de derecho de propiedad, derecho de antigüedad… ¡Agh! Casi grito de frustración. Todo es una mierda. Tengo que apretar con fuerza las sábanas para buscar alivio. Me siento decepcionado de mí mismo por dejarme invadir por tal sensación.

Me incorporo y recargo mi espalda sobre la cabecera de la cama. Tomo el libro de Yokoyama y me dispongo a leer, pero debo estar realmente afectado por la situación porque me resulta imposible comprender siquiera dos renglones de lo que leo. Cierro los ojos para pensar, y me quedo dormido.


Me despierta el movimiento de alguien sentándose en mi cama. Es Nobara. Me sonríe mientras abro los ojos, sorprendido por su presencia ahí.

—¿Qué hora es? —pregunto con el entrecejo arrugado.

—Lo suficientemente tarde —responde con un susurro— o quizá ya es temprano —sonríe traviesa.

—¿Qué quieres, Nobara?

—Dormir contigo.

Me quedo callado y paso saliva. Ella no permitirá que le de un «No» como respuesta.

—Vamos, Fushiguro, solo vamos a dormir. ¿Acaso está prohibido eso?

—No, no está prohibido pero… pensé que estabas enojada.

—Justo ahora no lo estoy. Me divertí mucho. —Me dice, y entonces hace un ademán con la mano para indicar que le haga un espacio en la cama y se acomoda junto a mí—. Sé que te mueres de ganas de saber qué hice con Itadori —anuncia.

—No —miento.

—Sé que estás celoso —dice consciente de tener razón—. Estuve a solas con Itadori. —Su expresión jovial se ve opacada por alguna preocupación. Se muerde el labio inferior.

—¿Es necesario que me digas esto justo ahora? ¿A mitad de la noche?

Nobara guarda silencio y se precipita hacia mí. Mueve la mano sobre mi pecho y hunde su cara entre mi cuello y mi hombro. La siento inhalar mi aroma. Después de soltar el aire, siento su aliento estremecerme.

—Creo que arruiné las cosas. —Su voz se escucha ahogada porque habla contra mi cuello.

Me muevo un poco incómodo.

—¿De qué estás hablando? —interrogo.

—Yo… —Se aprieta contra mi cuerpo—. Besé a Itadori.

¿Qué puedo decirle? No soy su novio, ni nadie a quien ella deba explicaciones, pero necesito escuchar lo que tenga que decir. Un calor repentino se arremolina en mi pecho. Quizá Satoru tiene razón al hablar de «batiburrillos».

Cierro mis ojos con fuerza, intentando buscar en mí una respuesta. Ella está demasiado cerca de mí que puedo sentir su respiración en mi cuello, bajo mi oreja provocando una oleada de cosquillas en mi interior. Me tardo demasiado en responder porque para cuando abro los ojos ella está completamente dormida.

Nobara es la causa de mi desequilibrio. Decir que no me enoja su confesión sería mentir. Pero ahora, justo ahora, no sé de qué manera proceder. Observo su rostro. Luce tan tranquila cuando duerme que no me gustaría turbar su descanso, pero es ella quien se mueve repentinamente para cambiar de posición, y entonces, sube una de sus piernas sobre mi regazo, y puedo ver su liso y desnudo muslo tentándome a pasar mis dedos sobre él. Niego para mis adentros y acomodo una manta sobre ella.

Es hermosa.

Su pecho sube y baja rítmicamente. Me recuesto cuidadosamente para hacerle compañía en sueños.

Lo último con lo que me duermo es con el intento de querer descifrar a una mujer tan enigmática como Nobara.

Nobara es compleja. Nobara es cruel. Nobara es linda. Nobara es magnética. Nobara es muchas cosas.

Nobara es la mujer que ella quiera ser.


Actualizar esta historia me ha tomado más de lo que pensé, pero finalmente quedé satisfecha con este capítulo, que aunque es más corto que los anteriores me ha gustado escribirlo. Espero que lo hayan disfrutado.

Si te gustó, deja tu voto y/o comentario.