9 años antes del Nacimiento de Athena. En el Santuario de Grecia.
Saga de Ofiuco, pese a sus juveniles 15 años, resultó ser un poderoso adversario para Grad. Tenía una excelente técnica, era bastante alto y fuerte, además, era un Santo de Plata: se movía muy rápido a pesar de ser solo un poco más bajo que Grad. El Caballero de Belerofonte seguía siendo de rango Bronce, aunque sabía de mañas y trucos sucios que pusieron en aprietos al joven de plata. Al final del encuentro, Piero no sabía a quién de los dos le correspondería la victoria. Ambos terminaron con tierra hasta la coronilla, jadeantes, llenos de golpes, moretones y algunos cortes, pero satisfechos. Se acercaron a donde Piero repasando las vendas en sus brazos y evaluando los impactos recibidos. Grad, quejoso, se sostenía la mandíbula.
—¿Qué no se supone que el Santo de Ofiuco tiene excelentes habilidades sanadoras? —El muchacho lo observó con el entrecejo fruncido y comenzó a responderle en griego. Grad lo detuvo con una seña—: en italiano.
Saga pasó una rápida mirada sobre Piero, mientras parecía pensar la respuesta. Cuando habló, lo hizo en forma entrecortada, poco natural y con palabras muy elementales aunque el chico pudo entenderle bastante.
—... Sólo cuando sea dorado, Capitán... Ahora mi capacidad cósmica es... el básico de... de los plateados comunes... quizá algo mejor... —respondió sentado, tomando agua mientras usaba su cosmos para reducir el dolor y la inflamación en un costado del abdomen—. Como sea... seguro es mejor que la suya. ¿Necesita ayuda... con sus dientes, Señor?
Grad lo insultó y le pateó tierra:
—Ésto no es nada, fanfarrón... apenas y se siente —aseguró sin poder modular bien—. Tu italiano me provoca náuseas auditivas.
Saga se encogió de hombros y ambos siguieron ocupándose de sus respectivas molestias cuando llegó Ítako de Pentesilea. Piero advirtió que el recién llegado lucía el mismo emblema que Saga y Grad, el escudo que viera tantas veces en la Escuela de los Héroes: la quimera rampante.
El Santo de Bronce reunió a sus tenientes y les contó sus planes respecto a Piero, con ellos iba a suplir los Maestros que le hacían falta. El mayor de ellos, Ítako, se negó rotundamente a hablar con lo poco que sabía de italiano, tampoco parecía entenderlo bien. De modo que el chico no pudo comprender todo lo que se decían pero eso no evitó que pudiera seguir la evolución emocional de sus diálogos.
Había muchas dudas en los tenientes que no terminaban de decidir si ser o no cómplices de su rebelde Capitán. Le debían cierta obediencia pero ellos también pertenecían a la Escuela de los Héroes y no parecía hacerles mucha gracia llevarle la contra al Anciano Maestro. Según Ítako no les correspondía, Piero no era una misión y Grad no debería obligarlos. Saga estaba indeciso evaluando tanto al chico como al Capitán. Grad no le prestó demasiada atención —estaba distraído amenazando a Ítako— pero Piero sintió la escrutadora mirada del Ofiuco, le incomodó pensar cuan lejos podría llegar pero no retrocedió y no le bajó los ojos. Al final Saga bufó un amague de sonrisa y aceptó asistir a Grad. Ítako lo reconcideró por unos instantes más y también cedió aunque no tan convencido.
Belerofonte lo festejó con estridencia, hasta dejó abierta la posibilidad de pedirle al Gran Maestro Hesek que le prestase a alguien para que enseñara griego acelerado a Piero.
—Ahora es tu turno de sudar un poco, Piero —El chico ya estaba transpirado por el color que hacía y las prendas reforzadas que llevaba pero no dijo nada—. No te vestiste de iniciado y practicante sólo para aparentarlo —anunció Grad palmeándole un hombro y alternando explicaciones en griego e italiano según se dirigía a sus tenientes o al chico.
Como Piero nunca había hecho un entrenamiento físico fueron a lo básico: fortalecer los músculos y acostumbrarlos al esfuerzo para después enseñarle a usar el cuerpo como un arma. Grad le dio una rutina de ejercicios cardiovasculares y de fuerza.
—¡¡A correr, novato!! Saga te acompaña, es tan eficiente que ya debe haberse sanado y lo veo tan ansioso por perfeccionar su triste italiano que sería cruel de mi parte si le negara la oportunidad. —Esbozó una amplia y sobradora sonrisa a su Segundo Teniente. Bajó la mirada y, algo más serio, volvió a hablarle a Piero— No importa que solo le entiendas una de cada cinco palabras: simplemente cópiale todos sus movimientos.
Al escuchar su nombre, Saga se había volteado incrédulo, parecía dispuesto a protestar pero solo puso los ojos en blanco y resopló con fastidio. Se incorporó, miró al chico y quiso decirle algo pero, al no dar con la palabra justa, optó por una seña y se lo llevó a dar vueltas en la arena.
El agobiante verano griego y 45 minutos de alternar trotes, carreras, saltos, y subidas y bajadas por las gradas que rodeaban un lado de la arena dejaron sin fuerzas al joven Piero. Saga respiraba algo alterado pero no más, en nada se recuperó.
—¡Por Athena, qué flojas vienen las nuevas generaciones! —Grad se llevó una mano al rostro para dramatizar el momento—. Ni que te hubieras tirado de cabeza desde el observatorio de Star Hill —dijo y se carcajeó solo.
El chico respiraba jadeando, le dolía el abdomen, sentía el corazón palpitándole en todo el cuerpo y el rostro encendido, sudaba a mares y casi le fallaban las piernas. Grad se le acercó.
—Éste es un buen momento para emplear tu cosmos y acelerar la revitalización. —Piero lo miró sin entender—. Sólo concéntrate en el cosmos, Piero, siéntelo dentro tuyo. Ya has visto como funciona. —Levantó una mano y el chico observó cómo brotaba de ella la familiar energía azul—. Tienes que hacerlo arder como la sangre que ahora circula tan rápida por tus venas.
Piero siguió respirando con agitación pero lo intentó. Trató de relajarse y hacerse a la imágen de la invisible energía llenando su pecho, no obstante todo lo que sentía era la fatiga física que le aquejaba.
Ítako lo observaba con crítico silencio.
Piero sabía que lo desaprobaba y como si respondiera a esa intuición, Ítako dijo algo que molestó a Grad. El chico captó el tono cínico en el Primer Teniente y la explosiva ira en el Capitán.
Sin que Piero lograse enterarse de los detalles, Grad le respondió a Ítako que si no iba a serle de ayuda en ese momento, o no iban a pegarse con Saga, podían retirarse los dos. No los quería haciendo de vagos por ahí, eran un pésimo ejemplo si se quedaban ociosos. El Ofiuco estuvo a punto de protestar pero se lo pensó mejor. Los tenientes cruzaron una discreta mirada, se cuadraron y se retiraron. Cuando ya estaban a una veintena de metros, Grad se llevó ambas manos arqueadas a la boca y les gritó que más les valía regresar en cuanto los llamara, en especial Ítako, que siempre se hacía el sordo y llegaba tarde.
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Grad le concedió unos minutos de descanso a Piero aunque el chico creyó que no fueron los suficientes. A la ejercitación básica (flexiones de brazos en ese momento) Grad le agregó explicaciones de usos del cosmos para sobrepasar los límites humanos normales. A Piero no le salía siquiera pensar en el cosmos mientras intentaba mantener la postura correcta en medio de una serie de flexiones.
—No importa que ahora no te salga, Piero, igual quiero que lo intentes. Quiero que empieces a controlar tu cosmos en pequeñas dosis, que puedas usarlo y manejarlo sin tener que estar en las situaciones más límites. Por eso tienes que trabajar en él todo el tiempo, en cualquier actividad que estés haciendo. Tienes que buscarlo, sentirlo y exteriorizarlo. Manipular el cosmos tiene que ser un acto casi automático e instantáneo, como la respiración. Si consigues hacerlo en las situaciones más tranquilas, no te costará ningún esfuerzo invocarlo en los momentos en que tu vida dependa de él. ¿Recuerdas lo que hablamos en Italia?
—¿Qué parte...? Hablamos mucho en Italia.
—Cuando te dije que el Cosmos está presente en cada átomo, en la materia viva como nosotros y en la inanimada como las piedras, el suelo por el que andamos y el aire que respiramos.
Piero se detuvo en un descanso entre series. Ignorando el ardiente dolor muscular en los brazos y el pecho, volvió a intentar su búsqueda interna del cosmos. Cerró los ojos y procuró calmar el ritmo de la respiración. Sí, fue consciente de la vida que bullía en su interior, todo el conjunto de células, tejidos, órganos y sistemas que componían su ser pero no obtuvo ningún otro resultado. Nada que lo vinculara a él como individuo al Universo del que formaba parte. No al menos de esa manera simbiótica que Grad aseguraba que se sentía.
—¿El Cosmos es como... una sensación cálida?
—... Ese debe ser el calor del día más el ejercicio físico, Piero.
—¿Es frío?
—En realidad depende, no siempre tiene que ver con una sensación térmica. ¿Cómo lo sentiste en Italia? —Grad advirtió la súbita tensión en el chico pero, aunque se sentía incómodo, no era reacio a hablar del tema.
—... fue desesperación... miedo, odio... y deseos de destruírlos a todos...
—... Bueno... —Grad abrió y cerró la boca un par de veces intentando armar la mejor respuesta pero se quedó en silencio por unos segundos, arqueó sus gruesas cejas y exhaló ruidosamente buscando un enfoque más conveniente—. El cosmos puede responder a los sentimientos pero no tienen que ser sólo emociones negativas o particularmente intensas las que lo muevan. De hecho es difícil manejarlo en esas circunstancias. No es necesario que te diga lo que viviste, Piero, igual lo voy a hacer: lo de Italia fue un completo descontrol que podría haber terminado con tu propia existencia. Con todo no es esa la única manera de acceder a ese poder: el cosmos es una fuerza que puede y "debe" controlarse a voluntad. Mira aquellas piedras. —Grad le señalaba el borde de la arena, allí entre escombros más grandes, había un conjunto de pedruscos que promediaban el tamaño de un puño—. Ve y elige tres, no las toques sólo señálamelas.
Piero obedeció y, ante la sorprendida mirada del chico, Grad las envolvió con su azulado cosmos, las levantó y las llevó hasta él. Las hizo girar y moverse como si estuvieran siendo manipuladas por un malabarista invisible. Las piedras iban y venían, giraban en círculos y trazaban figuras irregulares por encima de Grad pero el Santo siquiera las miraba, tenía la atención puesta en Piero.
—No todos lo manejamos de la misma manera, estamos los que podemos mover objetos a distancia y aquellos que sólo pueden dar fuerza y velocidad sobrehumanas a sus propios movimientos, llegando incluso a proyectar sus golpes en un espacio determinado. Hay otros usos, por supuesto, la comunicación a distancia, la curación, la asistencia emocional, las ilusiones y unos cuantos más pero los dos primeros que te mencioné son los básicos: un control fino sobre tu entorno o un extra de velocidad y fuerza —Grad levantó un brazo y tincó una piedra que en ese momento giraba sobre sí misma.
La piedra estalló en un remolino de fragmentos. Dos de ellos salieron disparados y golpearon a las restantes piedras pulverizándolas en una lluvia de diminutos restos. Piero los observó caer y pensó muy ensimismado: si el cosmos era algo que estaba todo el tiempo en uno y en el entorno, por alguna razón que no comprendía, se mostraba muy esquivo con el chico.
—... No lo entiendo: no es que no lo sienta. Puedo captarlo en los demás, aún cuando no lo hacen visible, puedo sentirlo e interpretar en sus variaciones los sentimientos de las personas incluso cuando no comprendo lo que hablan... pero, si está dentro mío, ¿por qué no puedo hacerlo salir con la misma facilidad? Ni siquiera sé qué color tiene. El tuyo es azul, el de Saga es plateado pero destella con púrpura... El de Ítako no lo vi pero me dijiste que los hay de todos los colores... también es plateado pero no sé más.
—Lo de los colores puede cambiar mucho en una misma persona. Si ahora tú no puedes ver el tuyo es sólo por falta de práctica. —Piero sospechó que no le estaba dando la respuesta completa—. No obstante tienes grandes virtudes de rastreador, Piero. ¿Cuántas presencias simultáneas puedes sentir y diferenciar ahora mismo?
El chico dejó vagar la mirada e inclinó la cabeza como si escuchara algo, ignoró todo los estímulos que llegaban a sus cinco sentidos y se concentró en percibir ciertos núcleos de energía en el entorno. Solo tardó unos segundos en responder.
—... 37, de las más cercanas... creo que hay algunas más pero están ocultas... me es más fácil buscar cosmos de personas que ya conozco, aunque estén más lejos.
—¿37? —Grad se sorprendió y comprobó su propia percepción—. Eso cubre unos 500 metros alrededor tuyo. Es mucho para un novato —aseguró silvando su impresión—. ¿Qué hay de la lectura de las emociones? ¿Puedes definir el perfil de una persona simplemente con verla?
—Algunas con más facilidad que otras. Hay quienes no les importa mostrarse como son, quienes no saben o no pueden evitarlo... y quienes son más recelosos y distantes. Saga es honesto y fue sincero cuando aceptó ayudarte conmigo. Le pesa la distancia con alguien que debería ser más cercano y... creo que se está viendo con un chica...
Algo hizo que Grad sólo retuviera la última frase.
—¡¿QUE EL ATORRANTE MODELO ESTÁ HACIENDO QUÉ...?!
Piero dió un respingo por su reacción. No creía haber dicho algo indebido e igual sintió que tenía que justificarse.
—... Piensa mucho y siempre en la misma...
Grad no salía de su asombro. Los ojos abiertos como platos y la mandíbula desencajada hacían que se exagerado gesto se viera más cómico que dramático.
—¿... De casualidad la señorita lleva máscara?
—... A veces...
—¡¡AGH!! ¡¡¿ES UNA CHICA DEL SANTUARIO Y YA LE VIÓ EL ROSTRO?!!
—¿... Es malo?
—¡MALÍSIMO! —Grad se llevó las manos a la cabeza y se pasó los dedos por el cuero cabelludo—. ¡Apenas y deja de ser un mocoso, no debería ganarme en eso! —Piero se lo quedó mirando sin entender y, al notarlo, Grad se obligó a recuperar la compostura. —Es decir... —Toció—. No importa... Saga tiene a su Maestro para esas cuestiones, yo solo soy su Capitán y, mientras no afecte a su desempeño, ni debería mencionarlo. ¿Qué hay de Ítako? —Miró con desconfianza al chico cuando creyó que se estaba tardando demasiado en responderle—. ¿No me digas que él también tiene... "una chica con máscara a la que ya le vió el rostro"?
—No lo sé, Ítako es más difícil de leer que Saga. No sé molestó en esconder que le desagrado, no tiene confianza en mí pero aceptó igual... porque no quiere dudar de su Capitán. Puede que le reniegue y proteste pero le agrada ser su Primer Teniente... Aprecia a Saga pero quiere ser mejor que él...
Grad se rascó la barbada quijada con aire ausente como si lo reflexionara todo.
—¿En serio? Mmmm... Ese Ítako es un desgraciado, no le hagas caso... Y seré curioso... ¿qué sientes en mí, Piero? —El chico lo miró dudando en hablar. —Sé honesto, quiero que me sorprendas —dijo animándolo con una sonora carcajada.
—No, en verdad no quieres eso.
Grad dejó de reírse, murmuró una queja malsonante y se llevó un puño a la cadera. Cambió el peso del cuerpo de una pierna a la otra.
—E igual puedes hacerlo, ¿cierto? Dije que quiero que me sorprendas, no que debas ser agradable.
—Creo que eres el tipo de persona que no le gusta ser puesto en evidencia.
—En realidad a nadie le gusta eso, Piero. —Le hizo señas para que siguiera hablando.
—Eres quejoso, gritón...
—... mmm... —Grad fingió evaluarlo con seriedad—: quiero que me digas algo que no hayas podido ver o escuchar. Cualquiera que haya pasado 15 minutos a mi lado puede decirme que soy crítico (no "quejoso") e histriónico (no "gritón").
—... Dices despreciar a tus tenientes pero en realidad los valoras muchísimo. En Ítako ves a un excelente Santo y Héroe y temes que su orgullo y temeridad puedan acarrearle una muerte temprana... No quieres pasar por esa experiencia de nuevo... Admiras y hasta envidias a Saga porque intuyes que va a llegar muy lejos y muy rápido según lo has visto mejorando. Sabes que no puedes competir con él... —Ahora Grad miraba ceñudo a Piero y el chico sabía que no estaba actuando—... Quieres demostrarle a Trakiano que eres mejor que Jesmel porque odias que te compare todo el tiempo con él. Y, aunque piensas mucho en una chica con máscara, llevas años interesado en ella y nunca le has visto el rostro. —Dejó de hablar pero no le bajó la mirada.
El Santo de Belerofonte estaba rojo y tenso, casi podía escucharse el rechinar de sus dientes. Piero sabía que no era el calor externo lo que le afectaba en ese momento. Grad respiró profundo, se inclinó hacia él, le puso un dedo en la frente y le dio golpecitos a medida que le recitaba en cordial amenaza:
—Muy bien, chico perceptivo, lo has hecho. Sin embargo esta pequeña charla se muere aquí y ahora entre nosotros.
—... Pero...
—No, nada de "peros". Se muere la charla o se muere Piero. —El chico no insistió—. Bien, me alegra que estemos de acuerdo. Es evidente que tu descanso duró más de lo necesario y, por hablador, vas a repetir todas las flexiones. Al final no estás tan fatigado como parecías, ¿eh?
Grad le siguió hablando mientras le controlaba los ejercicios que Piero debía hacer y enumerar en voz alta. También le corregía la postura cuando el cansancio inclinaba al chico a hacer el menor esfuerzo posible.
—Las manos a la altura de los hombros, los talones juntos... mantén la espalda derecha y ¡no levantes el trasero! —Al escuchar esto último, Piero sintió el fino y doloroso latigazo de una varilla en los glúteos. Sorprendido, el chico se molestó con su mentor y se volteó para insultarlo. Grad le advirtió hacer silencio con un dedo en alto. —Una palabrota son 10 flexiones más, 15 por maleducado. Si haces mal una flexión, te agrego otras 10. Cualquier trampa o queja que te descubra son otras 10... y no vamos a hacer pausas ni para almorzar hasta que te termines todas las rutinas. ¿Aún así tienes algo que decir?
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A la mañana siguiente se levantaron temprano.
—La primer lección del día se llama "vida cotidiana" —anunció Grad cuando Piero apenas y logró sentarse en la cama.
El chico se sentía desorientado y le costó reconocer el lugar en el que se encontraba. Se restregó los ojos, la luz que entraba por la ventana abierta le molestaba. En verdad tenía más ganas de seguir durmiendo, estaba cansado y dolorido por el largo día anterior. Grad lo observó cruzado de brazos y ceñudo.
—Deja de pensar en la almohada. Si ayer no te hubieses enojado tanto, si no me hubieses insultado de la manera que lo hiciste, si no te hubieras comportado como un simio rabioso y no hubieses osado romper mi varilla correctora: no habrías tenido que hacer tantos ejercicios extras y hoy no te sentirías tan cansado. Tenlo presente durante este día. No obstante, has de saber que el dolor y el cansancio ¡son el folklore entre Santos! —dijo con orgulloso ímpetu levantando el brazo derecho en tensión para señalarle las perpetuas vendas sobre los torneados músculos. Piero lo miró sin emoción y bostezó. Se le cerraban los ojos estando sentado—. ¡ARRIBA, NOVATO!! O te doy vuelta la cama y te mando a limpiar las letrinas por flojo.
El chico se sobresaltó molesto. Con la experiencia del día anterior, Piero ya sabía que Grad amenazaba y no tenía tapujo alguno en cumplir con lo que decía. No le dio la oportunidad de mandarlo a limpiar los baños pero tuvo que aprender de él otras tareas: Grad le enseñó a hacer las camas, le hizo barrer la habitación y juntar toda la ropa (no las prendas reforzadas) que había usado el día anterior.
Luego lo acompañó al patio común que compartían los barracones. El lugar era un espacio amplio, empedrado con el mismo material que conformaban los edificios y paredones que lo rodeaban. Ya había gente en movimiento en la mañana, todos parecían ocupados en alguna tarea pero aquellos que se conocían, se detenían y cruzaban algunas palabras y risas.
Muchos se acercaron a Grad y lo saludaron de variadas maneras. A Piero le llamó la atención que hasta unos chicos de su misma edad se cuadraran en idéntica secuencia y Grad les respondiera de forma similar aunque no exactamente igual. Había visto esos gestos entre soldados, guardias y Santos, pero al parecer todos allí lo empleaban. Esa fue la primera vez que Grad le habló a Piero del "puño y la palma". Y se tomó varios minutos en hacerlo repetir cada una de las secuencias posibles.
A un costado del patio, bajo una galería techada había un almacén con trastos de limpieza. Un viejo y cuarteado tablón sobre dos caballetes hacía de mesa. Allí había una pila de jabones, trapos y cepillos. Escobas y cubos cilíndricos de madera estaban apilados al otro lado de la desencajada puerta del almacén.
Se acercaron a un hombre bajo y de mediana edad que en ese momento regañaba ruidosamente a un muchacho. El chico le contestó algo que sonó burlón y escapó corriendo. El hombre sabía que estaba en desventaja física pero eso no le impidió agarrar un pan de jabón y sacudírselo con asombrosa precisión justo en la nuca. El muchacho cayó de bruces con el impacto y el patio estalló en sonoras carcajadas.
El chico dolorido y avergonzado pareció disculparse, agarró el jabón y se lo llevó escoltado por las burlas de los testigos. Un muchacho lo pateó cuando el chico le pasaba cerca. De inmediato ambos se insultaron y estaban por pelear pero un grito de advertencia del hombre del jabón los clavó a ambos en su sitio y sólo se miraron con hostilidad antes de irse cada uno por su lado.
—¡DOROS! —El hombre volteó con la fiereza de un oso acorralado pero su rubicundo semblante se relajó y se rió al reconocer a Grad.
Los hombres se saludaron, chocaron los puños derechos (Piero no comprendía una palabra) y hablaron animados mirando en dirección por donde se había ido el chico bocón. Piero estaba distraído mirando la actividad en el patio pero volvió su atención a Grad cuando lo escuchó mencionar su nombre. El sujeto llamado Doros había vuelto a adoptar ese aspecto de fiera, lo estaba observando con tanta seriedad que sus oscuros ojos parecían inhumanos bajo la sombra de las tupidas cejas. Entre éstas y la abundante barba se habían repartido todo el pelo que normalmente tendría en la cabeza.
Piero dudó y se tardó un momento en pensar el modo en que le correspondería saludarlo. Se decidió por "puño y palma" sosteniendo ambos gestos por el mismo tiempo. Doros relajó la postura y sonrió respondiendo con el gesto opuesto. Le dijo algo a Piero pero el chico no comprendió y miró a Grad. Los hombres volvieron a hablar entre ellos, señalaron el bollo de ropa que Piero llevaba bajo el brazo izquierdo. Doros volteó, agarró un jabón, buscó un cubo mediano y se los entregó a Piero no sin antes decirle sus nombres en griego. El hombre le hizo repetir las palabras hasta que Piero consiguió una pronunciación que juzgó aceptable. Luego le hizo una advertencia con gestos que Piero comprendió sin necesidad de conocer el significado literal: algo así como que tenía que devolverle las cosas cuando ya no las usara o podría pasarle algo muy similar a lo del chico bocón.
Grad lo acompañó al gran pozo ubicado entre los dos barracones. Era una alargada y techada estructura de piedra con dos gruesos soportes longitudinales de oscura madera. Cada uno tenía seis baldes y mecanismos de sogas y poleas independientes. Algunos muchachos estaban subiendo o descargando baldes. No faltó el que gastaba bromas a sus compañeros. Grad llevó a Piero hasta uno desocupado y le mostró cómo utilizarlo.
Después lo llevó a un lado y le dió una clase rápida de cómo debía lavarse las prendas. También le indicó dónde estaba el desagüe al que debería verter el agua sucia y las sogas en las que debía colgar la ropa para que se secara.
—La ropa no se limpia sola y, como es tuya, tú tendrás que lavártela. Tienes tres mudas y de este modo tienen que estar: una la llevas puesta, una está de reserva y la tercera secándose (si está sucia es porque en verdad debería estar limpia y secándose). Cuando seas Santo tal vez tengas a alguien que se encargue de estos quehaceres. De momento tienes que ser autosuficiente y efectivo: así que mejor te apuras porque si tardas más de la cuenta me como tu desayuno, pero lávalo bien como te he mostrado o te voy a conseguir todas las sábanas del barracón para que aprendas. Cuando hayas terminado, devuelve el cubo y el jabón a Doros y búscame en la sala de nuestro barracón. —Le palmeó la espalda para animarlo.
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Después de un generoso desayuno salieron a caminar. Se cruzaron con Kannoe pero terminaron insultándose con Grad. Bueno, Grad terminó insultando a Kannoe. Éste no perdió los estribos en ningún momento y Piero sospechaba que no iban a las manos porque Kannoe no estaba interesado en eso.
Grad estaba molesto, pasado de vueltas cuando hicieron con Piero un precalentamiento. Elongaciones y ejercicios diversos: trotes, carreras y más trotes y más carreras. Lo hizo subir y bajar un escalonado sendero primero saltando en una pierna y luego en la otra.
En todo momento Grad le insistía a Piero que buscara activar su cosmos. Frustrado porque el chico ni siquiera conseguía una leve aproximación, el Santo lo llevó a un sitio apartado de los concurridos caminos.
Estaban en la cima de una pequeña colina que subía en suave pendiente por tres de sus lados y hacia el norte caía en forma abrupta como si un cuchillo gigante hubiese cortado y quitado una porción del terreno. Algunos arbustos espinosos y unos pocos árboles rodeaban lo que alguna vez había sido una pequeña plaza. Tal vez la base de una desaparecida construcción. Ambos se sentaron de piernas cruzadas sobre unos olvidados bloques de mármol.
—Yo de chico no fui un talento especial, vine al Santuario porque mi familia es de Villa Terbes y siempre tuvieron la ilusión de que al menos uno se sus hijos sirviera a la Diosa Athena. No lo consiguieron con mi hermano mayor (que ahora se dedica al negocio familiar) pero sí conmigo.
»Tenía nueve cuando fui aceptado entre los aspirantes y me tuve que comer los tres años de preparación antes de ser probado e incorporado a la Escuela de los Héroes. De esos tres años recién en los últimos cuatro meses, logré manifestaciones visibles y controladas del cosmos. ¿Te preguntas por qué te cuento todo ésto? Porque tú ya tuviste esa manifestación visible. Y fue muy poderosa, bien dirigido tu cosmos es el de un guerrero y en el Santuario, eso te puede llevar a Santo.
»En mi caso no fue tan evidente, mi primer contacto con el cosmos fue de lo más sutil. Casi una sensación imaginaria. De hecho, por varios meses creí que eran imaginaciones mías porque en realidad nada cambiaba en el entorno.
»Vamos por pasos. Lo primero es un lugar tranquilo como cualquiera que puedas encontrar en el Santuario. A veces es mejor estar sólo, pero como alguien tiene que explicarte el proceso, esta vez nos salteamos ese punto. Es algo más místico tener esta lección viendo las estrellas pero en realidad el momento del día tiene que serte indiferente. Cierra los ojos. Respira y sé consciente de esa respiración, siente el proceso de vida que se da en tu cuerpo cada vez que inhalas y exhalas. Tómate un tiempo con eso, nadie te está corriendo. —Le concedió unos segundos ejemplificándole de modo algo exagerado como debía inhalar, retener el aire y exhalar—. No importa nada, no pienses, no planees ni cuestiones nada. Simplemente concéntrate en el momento presente. —Repitió una breve pausa antes de continuar—: ¿Sabes por qué nuestros cuerpos son representaciones del universo?
—... No.
—Porque nos componen los mismos elementos. Tu organismo es un conjunto ordenado de células, las células a su vez están compuestas por átomos y la disposición de los elementos que componen cada átomo se asemeja muchísimo a la de un sistema solar con su estrella central y el resto los cuerpos celestes que lo componen girando en sus órbitas. A mayor escala, una galaxia conformada por millones de sistemas estelares podría ser visto como un organismo superior. A eso nos referimos cuando hablamos de nuestros cuerpos como microuniversos que están dentro de la existencia que te rodea: el macrouniverso. Cada uno de nosotros es una réplica de ese universo y como tal, tenemos en nuestro interior sus mismos poderes y capacidades... ¿Sientes esa conexión...?
—... No...
—... No me arruines la mística...
—Pero yo no...
—Al principio no es algo inmediato, pero está, siempre está presente sólo tienes que aprender a reconocerla...
Grad lo dejó una veintena de minutos intentando dar con ella. Transcurrido ese tiempo se le ocurrió lo de la piedra.
—Piero, puedes sentir la presencia de la gente, ¿qué hay de los objetos?, ¿qué captas de esta piedra? —preguntó sosteniendo una de mediano tamaño en una mano.
Piero la observó con mayor atención intentando concentrarse en el objeto y captar algo más allá de lo que le dicían sus ojos. No obtuvo nada revelador pero sintió una leve reacción. Piero quiso tomar la piedra sin moverse y el objeto tembló en la mano de Grad. No fue el Santo quien la movió porque el chico "pudo sentir" a la piedra temblando. De todas maneras no fue el cosmos de Piero el que tocó el objeto sino la energía propia de la piedra la que había respondido a la voluntad del chico. Grad se rascó la cabeza pensando.
—Está bien que puedas hacerla temblar pero sigue siendo raro, tenemos que conseguir que exteriorices tu propio cosmos de alguna manera controlada. Usarás algún momento del día, todos los días, para repetir este mismo ejercicio. Cuando seas plenamente consciente de esa conexión con tu cosmos, exteriorizarlo debería ser tan sencillo como mover esta piedra. Ahora vamos, todavía tengo que pedir asistencia con tu instrucción idiomática y para eso voy a presentarte con uno de los más carismáticos Maestros que podrás encontrar en el Santuario...
Caminaron por una decena de minutos, bajaron la colina y volvieron al sendero que llevaba a los barracones por el lado derecho y a las arenas por el izquierdo. Siguieron de largo hacia el oeste donde el terreno se elevaba en marcada pendiente. Grad andaba con normalidad mientras Piero lo seguía cumpliendo con una rutina que incluía saltos y flexiones cada cierta distacia de carrera. El chico casi ni reparaba en el lugar que se encontraban hasta que Grad volvió a llamarlo a su lado:
—Esta es la Escuela de los Cazadores: sucursal en Grecia —anunció Grad, delante de un edificio en cuyo portón y torres los distintivos ondeaban con pereza—. Aquí se lo conoce más como el Nido de las Águilas porque el Gran Maestro que la dirige fue justamente Santo del Águila mismo hasta el año pasado que le sedió el Cloth a uno de sus aprendices.
Piero observó el emplazamiento amurallado, casi en el límite de lo que llamaban la barriada Norte, a juzgar por las casas que salpicaban el terreno más allá de las murallas. El edificio era un híbrido entre casa grande y Escuela —muy diferente al complejo de los Héroes—, contaba, además, con su propia arena de entrenamientos. Allí pertenecía el escudo que Piero viera tantas veces en el barracón.
Grad se adelantó hasta el portón abierto e intercambió saludos con un guardia. Hablaron y el sujeto señaló el vacío campo de entrenamiento.
El terreno era amplio con piso en parte piedra, en parte tierra compactada, gradas a un lado, gruesas y elevadas columnas en el lado opuesto, bloques de mármol y piezas talladas en ruinas esparcidas sin orden en los laterales. Quizá restos de alguna construcción que ahora se usaban para prácticas. No era muy diferente a cualquiera de las otras arenas del Santuario aunque parecía algo más grande que el promedio.
—Los Cazadores tienen su sede principal en los Montes Urales, pero hace 19 años el Maestro Hesek se instaló y enseña en el Santuario —explicó Grad—. A Trakiano nunca le gustó su presencia aquí (dice que los Cazadores les roban aprendices a los Héroes) pero no hay nada que impida a cualquier Maestro instalarse y enseñar en el Santuario por su cuenta. Notarás, Piero, que hay cierta animosidad entre ambas Escuelas... en verdad las 12 compiten entre sí. Los Juegos Atenienses que se celebran cada año, reúnen a lo mejor de lo mejor en cuanto a Escuelas se refiere. Los próximos serán en el mes entrante. Básicamente es un campeonato de luchas y habilidades donde se miden todas las categorías: novatos, bronce, plata y oro. Es una manera de incentivar a quienes están empezando con su formación. También sirve para acercar y dar a conocer a los Santos entre sí y de ese modo generar más camadería a la hora de enfrentar las misiones. No obstante, algunos, los viejos por lo general ("los respetables Maestros fundadores") se toman esa rivalidad más a pecho. Pero hay excepciones, siempre las hay...
Piero y Grad caminaban por el borde de la grada cuando escucharon una voz en lo alto, al otro lado del campo.
—¡¿Qué hace uno de tu calaña adentrándose en los dominios de los Cazadores?! —Era una voz masculina con un marcado acento pero hablaba en comprensible italiano.
Grad maldijo por lo bajo y en el mismo idioma renegando algo sobre hombres mayores y chismosos como viejas de barrio. Le guiñó un ojo a Piero.
—Cazadores de ratas han de ser —Resopló con desdén y habló en voz alta—, porque no se supo que dieran con presas realmente importantes...
—¡Cachorro insolente! —El hombre saltó desde uno de los ruinosos capiteles a una decena de metros de Grad. Levantó una nube de polvo con su dramática entrada.
Piero observó que llevaba las típicas prendas de entrenamiento pero además tenía en ellas un emblema de armas: un Águila sobre un escudo redondo, el mismo que estaba en las puertas del edificio. Podría doblar a Grad en edad pero tenía el mismo temple y fortaleza que el joven Belerofonte.
Piero advirtió la provocación de su mentor: "el puño sin la palma", el medio saludo que era en realidad un abierto desafío. El tipo recién llegado se sonrió a medias y respondió de igual manera. Piero sentía algo raro en él, no terminaba de entender qué era y se distrajo apurado por hacerse a un lado.
Los contendientes se midieron por segundos y atacaron casi al unísono: golpes y bloqueos de puños y patadas hasta que el hombre logró agarrar a Grad. Piero no conseguía ver todos los movimientos. En segundos una espesa polvadera cubrió a ambos combatientes. El chico sabía que la pelea seguía su curso por los sonidos: roces de movimientos, impactos de golpes, maldiciones, gruñidos, risas y bruscos pasos.
En un instante la lucha se paralizó definiéndose con una maniobra extraña, un forcejeo, un último insulto de Grad y una caída.
Cuando el polvo volvió a asentarse, Piedo vio que el sujeto mayor retenía a Grad contra el piso, obligándolo a mantenerse quieto con un brazo doblado hacia atrás. Grad intentó moverse pero se quejó ante la fuerte presión del agarre. El despliegue de cosmos fue inútil. El hombre era más fuerte que Grad y aplastó al santo de bronce con su propia emanación de energía. Grad terminó maldiciendo la dolorosa llave del Águila y se rindió.
—Estás muy cerca de subir a plata pero todavía te falta para desafiar al Gran Maestro del Nido de las Águilas... ¿Cuántos años llevas siendo Bronce, Belerofonte?
—... Nueve... nueve recién cumplidos... —gruñó Grad con el rostro contorcionado.
—... Nueve... en mis tiempos los ascensos no eran tan sencillos, la Diosa Athena bendice a las nuevas generaciones.
—Así debe ser, señor... Ya me rendí, ¿no debería soltarme?
Para sorpresa de Piero, el hombre que retenía a Grad, se desvaneció en el aire. El cosmos del Santo cambió brúscamente de posición. Apareció el mismo hombre, a una veintena de metros de distancia, andando en silla de ruedas. Grad se incorporó, flexionó el entumecido brazo varias veces y se sacudió el polvo de encima.
La postura del cuerpo disminuiría la presencia del hombre en la silla de ruedas si no fuese por el fulgor de sus ojos y su latente cosmos: el sujeto era poderoso e infundía respeto a pesar de que a duras penas y podía andar por sí mismo.
—¿Qué quieres, sinvergüenza? —preguntó el hombre mayor, aceptándole el choque de puños a Grad.
—He venido a pedirle un favor al Gran Hesek del Águila.
—Eso es obvio. No creo que hayas venido con la mera intensión de recibir una paliza delante de tu... discípulo, ¿cierto?
—¿Tan rápido se corrió la voz?
—Los Cazadores tenemos garras poderosas y ojos penetrantes, muchacho... Además anoche me encontré con Mennón y al parecer el viejo Trakiano está muy nervioso con su descarriado pupilo que (¡oh, casualidad!) se apersona mismo a la mañana siguiente a pedirme un favor. ¿De qué se trata?
—A estas alturas, debe saberlo: vengo a pedirle un maestro de griego e italiano.
Hesek se tomó su tiempo para pensarlo. Miró a Piero y lo evaluó en silencio.
—Supongamos que acepto ayudarte y el chico llega a Santo, ¿será un Héroe o un Cazador?
—Piero va a ser Santo, es todo lo que me importa.
El hombre en la silla de ruedas se rió.
—Me agradas, Belerofonte. Tienes más pasta de Cazador que de Héroe, ¿te lo dijeron alguna vez?
—Y siempre con intención de ofenderme.
Hesek volvió a reírse.
—Algunos dicen que eres el Mennón de tu generación y eso le crispa los nervios a tu anciano Maestro.
—Eso no es verdad, el viejo Trakiano ya nació con los nervios crispados.
Siguieron hablando y se quedaron hasta después del almuerzo en el Nido. En un estudio con altas estanterías llenas de ordenados libros, Piero tuvo su primer clase intensiva de griego y el propio Hesek se presentó como su profesor.
Grad no pudo disimular la sorpresa al ver que el mismísimo Gran Maestro de los Cazadores los honraría con esa distinción. Hesek no le dio la menor importancia.
—Lo cierto es que desde que el incidente del año pasado me confinó a esta silla de ruedas, tengo capacidades más limitadas y horarios menos ajustados.
—¿Qué sucedió? —preguntó Piero. Después de haberlo visto en la arena al chico le costaba ver en él "capacidades más limitadas".
—... Una misión complicada que salió bien a un coste muy alto. ¿No te habló Grad de las Puertas del Cielo?
—Apenas y llegamos ayer, ¿cuánto cree que pueda contarle? Además —concluyó con un dejo de resentimiento—, a los de Bronce nos dejaron afuera de esa.
—Los habrían masacrado en un abrir y cerrar de ojos, mira cómo estamos los dorados que sobrevivimos: tullidos, paralíticos, locos o malditos... —El hombre reparó en el sorprendido gesto de Piero, carraspeó y agregó—: aunque algunos más afortunados (los de plata en la segunda línea de defensa) se recuperaron por completo y siguen en funciones... Saga e Ítako, por ejemplo, no tienen secuelas, ¿cierto?
—Físicas no, están bastante más atrevidos después de sobrevivirla, ¿eso cuenta?
Terminada la clase y luego de arreglar los días y horarios en los que Piero tendría que asistir, el chico y Grad se despidieron de Hesek y salieron a caminar por el Santuario.
—Podemos ir a cualquier lado, excepto al Sector Femenino, a la Zona Prohibida en el oeste (que por algo tiene ese nombre), el Pozo Segador o al Palacio Dorado y más allá en lo alto del recinto —dijo Grad, señalando las diferentes direcciones a medida que nombraba los lugares —. De todas maneras, hay otros muchos sitios que podemos recorrer pero no podemos hacerlo sin una buena razón, no estamos paseando, Piero...
Fueron hasta el acceso principal del Sector Bronce-Plata. A un lado, en unos edificios bajos y alargados, había mucha actividad. Guardias que iban y venían vigilando, muchachos con cajas en la espalda, hombres que recibían cargamentos, tomaban notas y organizaban la distribución interna. En uno de esos almacenes Grad pidió una caja para el chico y lo hizo ejercer de burrito de carga mientras lo aleccionaba. Estuvieron horas dando vueltas por todo el sector. Llevaron carga al único barracón en uso de los tres que rodeaban las arenas y algunos recados menores a las barriadas o mismo a las postas de la muralla — siempre cuidándote de no Acercarse demasiado al emplazamiento de los Héroes—. Así Piero entrenaba, aprendía de lo que Grad le contaba y de paso ayudaba a la logística de recursos. Siempre había algo que hacer en el Santuario.
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Dos días más tarde en la arena que solían llevar a Piero a entrenar, el chico estaba ocupado en sus ejercicios mientras Akeleos del Cuervo le estaba llenando la cara de dedos a Ítako de Pentesilea. Ítako aguantaba, aunque retrocedía a la defensiva y eran más los impactos que recibía de los que podía dar. El otro Santo también era de plata pero tenía más años de experiencia que el muchacho. Ítako cayó por tercera vez e intentó incorporarse. Los brazos y las piernas temblaron incapaces de sostener su propio peso. Saga se ajustó los guantes y se adelantó pronto para reemplazar a su compañero pero Akeleos ya no estaba interesado.
—Me envían con un mensaje que no quieren recibir... —El Cuervo miraba más allá del segundo teniente de Belerofonte.
—Te escucharé si consigues hacer que el Ofiuco coma algo de tierra —dijo Grad con aire ausente, como si tuviera su mente en otros asuntos y no le interesara seguir la contienda.
Akeleos gruñó molesto y se retiró. Ya habían pasado un par de días desde la llegada de Piero al Santuario y la discusión entre el primero y el más reciente Santo de Belerofonte de la presente Era. El Maestro Trakiano había mandado a llamar a Grad mediante otros Santos. Kannoe del Centauro en la primera ocasión, el Cuervo Akeleos en la presente, pero Belerofonte no hacía caso.
Cuando se aseguró que el Cuervo no volvía sobre sus pasos, Grad fue a ver a Ítako.
—Si Akeleos no quizo enfrentar a Saga es porque le debes haber puesto unos buenos golpes.
—... No los suficientes, Capitán...
—Igual, mellaste su orgullo o no se habría ido tan irritado.
Ítako resopló y sonrió. Grad le extiendió la mano y ayudó a Ítako a incorporarse.
—¡No puede seguir teniendo esas faltas de respeto hacia el Anciano Maestro! —exclamó Saga indignado ante la desconciderada actitud de su Capitán.
—¿Quieres apostarlo?
—¡No! Quiero a más bien "quisiera" hacerle entender que no va a conseguir nada actuando así. Es absurdo.
—Ajá pero yo soy el Capitán y mis deseos son más importantes: yo quiero (no es que quisiera) que aprovechen estos roces con los perros de Trakiano para ponerse a prueba como Santos. Y para la próxima, Saga, irás primero. Quedas como mal compañero si sólo Ítako recibe los golpes.
—No tiene caso, Saga —terció Ítako repasando sus moretones—, no conseguirás que cambie de parecer a estas alturas. ¿Quién sabe cuántos Maestros lo hayan intentado ya?
—Eso, es sabiduría —dijo Grad señalando a Ítako y después le dijo a Saga—: eres todo un talento como Santo pero te falta algo de madurez.
—¿A mí me falta "madurez"? —Saga intercambió una mirada de incredulidad con Ítako.
El primer teniente le hizo unas rápidas señas como para que le siguiera la corriente al Capitán. Grad no le hizo el menor caso a la supuesta falta de respeto.
—Ya lo verán, si lo cree tan importante, va a insistir. Hasta es capaz de enviarme un mensajero del Patriarca, uno con la bandita dorada... a ese no le podríamos pegar ni cortar el paso... —reflexionó mesándose el mentón—, salvo que lo hagamos parecer un accidente.
Grad se acercó pensativo a Piero. Durante toda la pelea y la posterior discusión, el chico había estado tratando de mover una piedra a distancia mientras practicaba la primera forma de combate de los Héroes. Podía mover la piedra si estaba por completo concentrado en ella pero no le salía si tenía que estar pendiente de sus propios movimientos.
De ese modo se desarrollaron sus primeros días de entrenamiento. Todo organizado en rutinas: por las mañanas, antes de desayunar tenía una hora de limpieza. Después del desayuno hacía entrenamiento de elasticidad, coordinación, equilibrio, fuerza y resistencia, recorrían el Santuario y aprendía del lugar y de su gente en él. Hacían una pausa para almorzar. A veces se tiraban a dormir una hora bajo algun árbol, en un sitio apartado. Sólo con Grad podía tener siestas, los tenientes de Belerofonte solían ser más estrictos que el propio Capitán en lo que a Piero refería.
A veces los tenientes estaban entrenando por su cuenta o en una misión y Piero pasaba varios días sin verlos. A veces era Grad el que se ausentaba y eran Saga e Ítako quienes lo suplían para enseñar a Piero. En una ocasión, los tres estuvieron dos días en una misión conjunta y, enterado de ello, Hesek hizo que llevaran a Piero al Nido y se hizo cargo del chico hasta que regresó su Maestro.
Todas las tardes estudiaba griego en El Nido, después volvía a entrenar las formas de combate y volvía a servir en la logística del Santuario. Tenía otras horas de estudio en solitario antes de la cena.
Llegaba a la noche tan cansado que apenas se bañaba, se iba a la cama hasta la mañana siguiente. Los barracones compartían un baño único, todo un edificio aparte dedicado a las duchas y bañeras comunes para aprendices y Santos. Grad le había dicho la primera noche que sólo podía hacer de sucio cuando estuviese justificado, afuera, en misión cuando no pudiera acceder al lugar adecuado por la razón que fuera, para eso tenía que llegar a Santo y le faltaban mínimo 6 años.
—El Santuario tiene duchas climatizadas todo el año —puntualizó Grad mientras le enseñaba la disposición general del edificio—, así que más te vale usarlas a diario o te voy a agarrar del cogote y voy a lanzarte al Lago Magno yo mismo.
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Días más tarde Grad y sus tenientes estaban haciéndose una apuesta: Ítako deslizó que Trakiano podría enviar a una tal Tishia de la Cruz para convencer al Santo de Belerofonte de que fuera a reunirse con el Anciano.
—Díganos, Capitán, ¿se negaría a escucharla? —preguntó Ítako con una media sonrisa de picardía.
—Más importante aún, ¿a ella también tenemos que cortarle el paso y detenerla en caso de que quiera sobrepasarnos? —intervino Saga. Serio, como si no estuviesen divirtiéndose a costa de su superior.
—Tishia está en una misión fuera del Santuario —informó Grad sin mirar a sus tenientes. Tenía toda la atención puesta en Piero—. No cuenten con esa posibilidad.
—¿Ella misma se lo dijo, Capitán? —Ítako intercambió una sorprendida mirada con Saga.
—Es todo un admirable progreso... —dijo el Ofiuco.
—¿Más o menos cuántos golpes tuvo que comerse antes que empezara a hablarle? Grad se volteó hacia ellos, picado por sus bromas.
—Menos de los que recibirán ustedes si no se largan en este mismo momento: los quiero vigilando el perímetro de la arena. ¡AHORA!
Los tenientes se cuadraron con seriedad y se marcharon sin molestarse en disimular sus risas. Al rato, volvieron pálidos y tensos como si la Parca les hubiese jugado una muy mala pasada bajo la personificación del mismísimo Mennón de Perseo.
Ni Saga, ni Ítako tuvieron el coraje suficiente como para rebotar a quien había sido el Maestro de ambos. Piero no habría podido recriminarles nada.
El tipo no sólo era más alto y musculoso que Grad, sino que, además, era un mar de cicatrices y vendas. ¡Algunas hasta tenían manchas de sangre fresca! El andar pausado pero seguro y el gesto fiero lo dotaban de un aire a depredador hambriento. Tenía un halo salvaje pero al mismo tiempo prolijo y disciplinado. Lucía una barba recortada y el pelo negro recogido en una larga trenza. Lo más inquietante que percibió Piero fue que las heridas no eran algo reciente pero, por alguna extraña razón, no sanaban con normalidad. El sujeto tenía un enorme dolor recidual que habría tenido loco y en delirios a cualquier ser humano, pero no a un Santo. Mennón controlaba ese dolor que no podía hacer desaparecer pero lo mantenía en límites que podía tolerar sin que le afectara su desenvolvimiento físico, aunque no podía decirse lo mismo de su carácter. El hombre irradiaba amenaza con el simple hecho de respirar. No era alguien a quien cualquiera pudiese desear contradecir, ni mucho menos tener en contra.
A Grad se le aflojó la mandíbula y por unos segundos la sorpresa le hizo olvidar lo que estaba diciendo. Piero observó el cosmos dorado y fluctuante del hombre recién llegado, como si la energía tuviese interferencias para irradiar en la realidad. Por partes se desvanecía y al instante volvía a aparecer. Lo hacía de forma inestable y Piero sospechaba que el sujeto estaba todo el tiempo haciendo un gran esfuerzo por autocontrolar su propio cosmos.
Recuperado de la primera impresión, Grad se cuadró y acusó a Mennón de estar haciendo trampa:
—No vale usar el peso de su autoridad para apartar a los muchachos, Maestro.
—¿Estás usando a tus tenientes de cómplices?
A sus espaldas, Ítako estaba siseando el inicio de una respuesta pero Saga lo detuvo con un codazo en el costado.
—¡¿Cómplices?! ¿De qué está hablando, Maestro? —Grad fingía con absoluta naturalidad—. Mis tenientes sólo entrenaban con Akeleos. Por cierto —carraspeó incómodo, se adelantó un paso y bajó la voz a un tono más confidencial—, está mal que lo diga de un compañero, pero ese Cuervo se voló antes de terminar el encuentro. No está nada bien que un Héroe se retire de esa manera, ¿qué dirían de nosotros, esos despreciables Cazadores, de enterarse?
—El Anciano Maestro quiere que vayas a verlo —le cortó Mennón.
—... Lo sé.
—¿Y por qué no vas?
—Porque estoy ocupado jugando al "maestro", Maestro.
Mennón bajó la mirada hasta Piero. El chico sintió el terrible peso de esos pálidos ojos como si de golpe tuviese encima un chaleco con treinta kilos de arena. Se encogió ligeramente pero se esforzó por no desviarle la mirada. El Maestro resopló disgustado con la situación o con su papel en ella. Volvió la atención a Grad.
—¿Cuándo irás a verlo? —Belerofonte intentó dudar—. Hazte de un momento: no me importa tu organización personal como maestro pero no puedes hacerte cargo de nuevas obligaciones para olvidarte de las anteriores.
—E-en un par de días.
—Dos días, bien. —Giró la cabeza hacia atrás y le habló a los tenientes—: y ustedes se asegurarán de que no lo olvide.
Todos se cuadraron (Grad tuvo que sacudir a Piero para recordarle al chico los buenos modales) y Mennón se retiró sin responderles al saludo.
Más relajados cuando el Maestro ya no estaba presente, los tenientes hicieron que se ocupaban en algo y se apartaron dejando a Grad con Piero. El chico preguntó por lo que habían hablado con el hombre de las cicatrices y, al escuchar el resumen de Grad, se mostró preocupado por la actitud de su mentor.
—Saga dijo que Mennón no sólo fue el Maestro de ellos dos, sino que, además, es el segundo al mando de los Héroes... ¿Está bien que sigas...?
—No te dejes impresionar por sus posiciones... o el aspecto de demonios encarnados que puedan tener, Piero. Es ley en el Santuario que cualquier Caballero con grado de Maestro (como yo) puede elegir a su aprendiz basándose en su propio juicio. Y las Escuelas no tienen qué opinar —explicó Grad a Piero—. No estamos faltando en nada, es sólo que el Anciano Trakiano fue mi Maestro (como Mennón lo fue de Saga e Ítako) y está molesto con lo que él llama mi "desafiante actitud..." dicho mal y pronto: el viejo está fuera de sí porque no hago todo como él dice y yo estoy... estoy algo ofendido y... dolido... —Apartados pero atentos, los tenientes se atragantaron entre risas con lo que traducía Saga, Grad los censuró con la mirada y siguió hablando con tono algo más dramático— de-cep-cio-na-do porque no respeta mis criterios... no es nada del otro mundo. El sol no va a empezar a salir por el norte sólo porque yo no quiera responderle...
Pasaron los dos días acordados y Grad se hizo el tonto, después del desayuno del tercer día Mennón se presentó en el barracón. Grad le dijo a Piero que se adelantara. Esa segunda visita del Santo de Perseo pareció convencer a Grad (Piero nunca se enteró de los detalles pero Mennón le habría advertido a Grad: la tercera que tuviese que ir a buscarlo, se lo llevaría mañatado en un costal si era necesario. Grad era fuerte y orgulloso pero sabía que no convenía pasarse más de tanto con Mennon). Así que Belerofonte dijo haber cambiado espontáneamente de opinión y accedió a reunirse con el Anciano.
Entretanto dejó a Piero practicando solo y el chico cumplió sin hacer trampas. Ya llevaba15 días en el Santuario. ¿Cuáles habían sido sus impresiones?
Lo primero que le había llamado la atención cuando pasaban por Villa Rodorio fue que el pueblo y la gente parecían vivir de forma muy rústica y fuera del tiempo. En el Santuario era igual. Y tuvo ocasiones de comprobar lo mismo en Linedas y Palicea. No había transportes modernos ni electricidad. No había radio ni televisión, absolutamente nada de otras telecomunicaciones. No obstante tenían un sistema de energía muy extenso y efectivo. Les proveía de iluminación, frío y calor, según lo necesitaran. Cuando Piero quiso saber cómo funcionaba, Grad le habló durante horas sobre lo que había sido la reconstrucción del Santuario en la Nueva Era. El trabajo había sido planificado desde el principio por el Patriarca Shion, pero Su Santidad se servía de hábiles alquimistas y algunos Santos con facultades concretas en construcción. En el Santuario —y las Villas aledañas— habían dado con el modo de vivir sin las tecnologías modernas pero no carecían de las comodidades básicas.
Por otro lado los entrenamientos eran durísimos, el Maestro Grad (y sus tenientes) tenían un ameno trato con él pero eso no los hacía menos estrictos. Con todo, Piero se sentía muy motivado, Grad le había dado algo que nunca antes había tenido: un objetivo concreto, una meta por la que valía la pena todo el esfuerzo al que se sometía a diario. Además, el Maestro había tenido razón: al final terminaría por acostumbrarse al dolor físico y no sería más que una leve molestia.
Un par de horas después cuando Grad estuvo de regreso trajo la noticia de que el Anciano había aceptado a Piero como aprendiz de la Escuela de los Héroes, así que podían mudarse al complejo del este. Grad estaba contento y le dijo a Piero que le iba a hacer muy bien la experiencia de aprender entre pares.
