El oxígeno era pesado y asfixiante. Por mucho que lo intentara, cada exhalación era igual a sentir que sus pulmones ardían luego de una larga carrera sin descanso.
Nada de lo que estaba pasando podía ser real.
Debía haber una buena explicación, o mejor aún, una solución. Si alguien, cualquiera, hubiese entrado por la puerta, proclamando que lo leído en aquel pergamino era falso, se habría aferrado a sus palabras.
Pero fue el ruido de los gritos de Ginny lo que obligó a la mayoría a volver en sí. Incluida Hermione.
Intentaba poner atención a lo que decía, pero más allá de su propio aturdimiento y la molesta sensación que el tono tan alto de su voz causaba en sus tímpanos, resultaba sumamente difícil.
Odiaba lo que la presencia de Percy significaba, siendo incapaz de dejar de mirarlo. Él resultó ser el portador de las horribles noticias que ninguno imaginó. ¿Pero habría cambiado en algo enterarse al mismo tiempo que todo el mundo?
En retrospectiva, Hermione
habría deseado quedarse en París en lugar de ver arruinada su vida en cuestión de segundos. Tan solo dos días atrás era ella quien le daría rumbo a su destino y se sentía cómoda con lo que hacía. Ahora, volvía a quedar a merced de otras personas.
El encargado de su infelicidad sería el ministerio y con seguridad, el hombre que se convertiría en su esposo.
No tenía dudas, lo odiaba, incluso ahora. Pensar en él la llenaba de repulsión, sin importar si también estaba siendo obligado a acceder.
Entre dos personas obligadas a casarse y lo peor, traer un niño al mundo, en esos términos, nunca podría surgir ningún tipo de sentimiento que no fuera el rechazo, mucho menos afecto.
Lo detestaba, al igual que al resto de los involucrados.
Pensar en las consecuencias de lo que sucedería ante la negación a acatar la ley la asustaba casi tanto como la perspectiva de convertirse en madre y esposa por obligación.
—¡No! ¡Sueltenme!— gritó Ginny chocando con la silla sobre la que la castaña estaba sentada. El golpe rompió la burbuja de consternación de Hermione, arrojándola de vuelta a la realidad.
Aparentemente Bill y Ron intentaban tranquilizarla, provocando desatar en Ginny alguna especie de ataque de rabia y pánico.
Al levantar el rostro y mirarla, con lágrimas de rabia bajando por sus mejillas, Hermione volvió a pensar en el mundo, en los demás... No solo ella estaría obligada a cumplir, sino todos aquellos a los que apreciaba.
—Esto es una mentira, ¡Díselos!— insistió Ginny, esquivando a sus hermanos para dirigirse hacia Percy en dos zancadas—. Que lo que está escrito en ese estúpido pergamino es mentira, ¡Habla!
Percy ladeó la cabeza para no tener que mirarla. Al preferir ignorarla, la desesperación en la chica creció.
—No pueden...
Con una última mirada de advertencia hacia cualquiera que deseó acercarse a ella, Ginny subió corriendo hasta su vieja habitación invadida por la furia. Segundos después la puerta de su habitación se cerró con un fuerte golpe.
Con su mente despejándose lentamente, Hermione miró hacia todos en la habitación. Los señores Weasley hablaban entre susurros, seguramente, deseando hallar la manera de salvar a sus hijos de un futuro como ese, o al menos, a los que estarían obligados a acatarlo.
Instantes después, un par de manos sujetaron el respaldo de su silla, obligándola a mirar hacia arriba. El rostro de Harry era una extraña mezcla de ira y confusión, mirando atentamente el sitio por el que Ginny había desaparecido antes de murmurar para sí mismo y seguirla escaleras arriba sin mirar a nadie.
Oh... Ellos lo pasarían peor.
Hermione estaba segura que ambos deseaban casarse en algún momento, sobre todo ahora que su relación había vuelto a ser sólida y que, por supuesto, estaban enamorados.
Harry y Ginny eran los perfectos candidatos para otras personas, pero no entre sí. Ella era una bruja nacida en una familia de sangres pura, sin importar que reputación tuvieran los Weasley y Harry... Él tenía una larga línea de generaciones con sangre mágica por parte de su familia paterna.
Imaginarselos juntos en mundo como aquel, trasformado de la noche a la mañana, parecía una tarea imposible.
Pensar en el dolor en la mirada de su amigo antes de seguir a Ginny la hacía temblar. Nuevamente volverían a elegir el rumbo de su vida, obligándolo a abandonar a la mujer que amaba y con la que podría haber formado la familia que siempre deseó.
Harry merecía más que eso.
—Hermione...
El rostro de Ron apareció frente a ella, analizando cada fracción de su rostro. Hasta ahora, se había sentido furiosa y vacía, pero ver a uno de sus mejores amigos mirándola con aquella compasión la derrumbó.
Las lágrimas de terror escaparon de sus ojos sin consentimiento, señal que Ron interpretó con rapidez. Sus largos brazos la rodearon, apretándola contra él y permitiendo que llenase su ropa con sus lágrimas.
Sin embargo, no se atrevió a decirle que todo iría bien. Él ni nadie podrían ayudarla. Quizás si el tiempo retrocediera hasta el termino de la guerra la perspectiva parecería menos horrible.
Él era un sangre pura después de todo, pero lo suyo nunca los llevó a ningún lado. Por supuesto, Ron terminó casándose con Luna, alguien a quien amaba, antes de que pudieran ordenarles hacer lo contrario.
Si lo establecido en el decreto se respetaba, su matrimonio sería completamente válido, por haberse realizado año y medio atrás. Tuvieron tanta suerte...
No, reflexionó, no podía estar añorando el pasado de su relación con él solo como una posibilidad egoísta de haberse salvado si ambos no hubiesen terminado. Ron y Luna eran sus amigos y estaba enormemente aliviada de que su amor se mantuviera a salvo de cualquier horrible manipulación.
Pero el resto... Todos estaban condenados.
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—Tómalo ahora que está caliente— susurró Luna, mientras se inclinaba sobre Hermione y le ofrecía una taza de humeante café negro.
—Gracias.
Luna frotó débilmente su mano sobre la espalda de su amiga, antes de alejarse hacia George y Bill, hablando calurosamente en una de las esquinas de la sala, ofreciéndoles su propia taza.
Hermione sabía que Luna hubiese querido hablar más sobre lo sucedido, pero no tenía ánimos para hacerlo, ni siquiera para marcharse. Posiblemente llevaba más de una hora en la misma posición, sin saber en qué momento Ron la había dejado sentada en aquel hundido sofá esperando que pudiera recuperarse.
Sí, probablemente lo mejor que podría hacer sería irse y dejar a la pobre familia afrontar ellos mismos aquel infierno. Pero pensar en aquel departamento vacío... Estaba segura que enloquecería en el momento que se encontrara completamente sola.
Con la silenciosa presencia de los Weasley al menos le permitía no romper en llanto y conservar la poca cordura que le quedaba. En cambio, estando sola en aquellas horribles cuatro paredes la realidad la aplastaría.
Con el calor de la taza calentando sus manos rígidas, observó todo a su alrededor.
La sala, comunmente llena de risas y conversaciones ruidosas luego de la comida, ahora estaba sumida en un espantoso silencio.
Fleur y la niña habían desaparecido hacia mucho, aunque por suerte, no tenían nada por lo que preocuparse. Tanto ellos, como Luna y Ron, siendo los únicos matrimonios de la familia podían vivir tranquilos.
Los únicos por los que todos mostraban eterna lástima, como George, Percy, Ginny y pronto, Charlie, eran por los que los señores Weasley tendrían que velar. A quienes habría que asegurar una solución que salvara sus destinos.
Probablemente debía obedecer lo que su mente le pedía y marcharse directamente a casa de sus padres para llenar la camisa de su padre de lágrimas. Diciéndoles que el mundo que tanto defendió, al que amó y creyó pertenecer estaba haciéndole esto.
Sus padres siempre tuvieron sus reservas cuando era una niña y luego de la guerra, no tuvieron más remedio que dejarla empezar su vida y esperar que fuera lo suficientemente responsable para saber que era lo que quería. ¿Cómo decirles ahora que su niña estaría condenada a casarse con un extraño?
Ni siquiera los miembros pertenecientes a la comunidad mágica, como los Weasley, parecían entender la brutalidad que aquel decreto significaba. Imaginar que al encontrarse con sus padres tendría contárselos era horrible.
Quizás sería la última vez que aceptarían dejarla a su suerte fingiendose autosuficiente. Hermione sabía su respuesta.
La obligarían a alejarse del mundo mágico... De su magia, del trabajo que tanto amaba, de sus amigos. Pero si decidía quedarse... ¿Qué quedaría para ella en un mundo así?
Su horror ante la posibilidad de casarse y la desolación de perder su vida actual confundían cualquier posible decisión. ¿Debía considerarlo a partir de hacia que lado se inclinara la balanza?
Sin saber que hacer, consiguió llegar a una única y firme resolución, al menos temporal.
Sus padres no tenían que saberlo. Y ella no se los diría hasta haber acabado con todas sus posibilidades. Lo que la dejaba a la deriva.
En este momento era cuando debía comportarse como la responsable adulta y brillante bruja que siempre se esmeró en ser. Ahora... Que deseaba vivir el resto de sus días en casa de sus padres, donde nada malo sucedería.
Sintió que sus ojos ardían con la ola de pensamientos. Gesto que detonó la poca convicción que le quedaba.
Debía salir de ahí a como diera lugar antes de terminar hundiéndose en un pozo demasiado profundo.
Justo cuando hacía amago de levantarse, odiando aquel patético vestido que la hacía tiritar, los pasos acercándose desde las escaleras la frenaron.
Harry y Ginny aparecieron al final de las escaleras. Sus manos los unían y una terca convicción llenaba sus expresiones.
Con su presencia, los señores Weasley volvieron del jardín, en el que Molly se empeñó en esperar la llegada de Charlie, al que tendrían que comunicarle la fatídica noticia.
Harry llevó a Ginny hasta el centro del salón, frente a sus padres. Sorprendentemente, una vez que la llama de su furia quedó consumida, la pelirroja no emitió ni una sola palabra.
Sus rojos enrojecidos se limitaban a mirar su mano unida a la de Harry, como si eso fuese lo único capaz de mantenerla a flote.
—Nos comprometimos— anunció Harry a los señores Weasley y al notar su expresión asombrada tuvo que explicarse mejor—. Planeamos decir que tenemos mucho tiempo comprometidos, Kingsley no podrá negarse, todos saben que llevamos años juntos.
—No oficialmente— susurró la voz de George desde una solitaria silla en un rincón.
—Eso no importa— lo calló Ginny con brusquedad—. Harry y yo nos casaremos. Además, esto todavía no es oficial, ¿No es cierto?
El señor Weasley, silencioso hasta ahora, solo los contempló con compasión y al intentar hablar, con palabras que Hermione sospechó, no alentarían la decisión de su hija, Molly se adelantó.
Rodeó con ambos brazos a los jóvenes, en medio de lágrimas y sollozos.
—Tal vez funcione, al igual que cuándo Ron se casó, ¿Verdad, Arthur? Tiene que funcionar... Ya lo verán, así será, así será...
El señor Weasley agachó la mirada, dándoles una vaga aprobación y volviendo al jardín, al que George y Ron lo siguieron.
En la habitación solo podían escucharse las promesas de la señora Weasley asegurándole a su hija que todo marcharía bien.
Presenciar todo eso fue más de lo que Hermione pudo soportar.
El pesado nudo en su garganta y las náuseas hicieron temblar sus dedos cuando dejó la taza llena en la mesita a su lado y se levantó.
Ese no era su lugar, y no había nada que deseara más que romperse en millones de fragmentos que no se esforzaría en volver a armar hasta que el momento de luchar por su futuro llegara.
—No estarás pensando en irte...— la detuvo Luna, plantándose en su camino al notar que se marchaba—,No así.
—Necesito salir de aquí— suplicó Hermione, dándose cuenta que su voz comenzaba a romperse—. Luna...
—¿Irás con tus padres?
Hermione echó una mirada hacia Molly consolando a una estática Ginny y deseó poder encontrar el mismo apoyo con su madre, escuchar las mismas promesas...
—No lo sé.
—Ven con nosotros. Puedes quedarte con Ron y conmigo esta noche, nadie merece estar solo después de esto.
Con delicadeza, Hermione hizo que las manos que Luna mantenía sobre sus hombros la soltaran. El contacto físico solo aceleraría sus deseos por permanecer en el mismo sitio y hundirse totalmente.
—Quiero estar sola— insistió, despidiéndose de su amiga con un fugaz beso en su mejilla—. Despideme de todos, por favor.
Esquivando la escena entre madre e hija, y el inevitable encuentro con el señor Weasley y sus hijos si decidía salir por la puerta trasera, se dirigió hacia la entrada principal, con Luna todavía llamándola.
Con cada paso hacia la puerta, todo cobraba sentido, todo se hacía horriblemente real. Desearía poder apagar el incesante flujo de pensamientos en su mente. Por primera vez, odió pensar tanto.
¿Por qué no apagar todo su cuerpo y esperar hasta que las cosas parecieran mejores?
—¡Hermione!
No, todo menos eso...
Contrario a lo que su mente le decía, pidiéndole detenerse y tener una mínima muestra de buenos modales, no pudo hacerlo. Sus pasos fueron más seguros y rápidos, llevándola a mirar la puerta en medio de la penumbra como una brillante escapatoria al dolor.
Si permitía que él la mirase, no tendría oportunidad de irse nunca.
Justo cuando su mano se aproximaba hacia la puerta, para poder abrirla y fingir que lo que dejaba detrás se trató de una pesadilla, su cuerpo cubrió la entrada.
—¿A dónde vas?
El cristal de los anteojos brilló gracias a la iluminación de la habitación a sus espaldas, pero el resto de su rostro era indescifrable, aunque no le costó imaginarselo. Harry hacía que todo doliera el doble.
Sin dudarlo, sus manos se apresuraron a tomar las suyas e impedir su huída.
—A casa— musitó Hermione con la voz rota, evitando tener que mirarlo más tiempo del necesario. Aunque, por supuesto, fue muy tarde para esconder el terror que la invadía.
—Lo siento, siento no haber estado...
Ella negó fervientemente con la cabeza, negándose a aceptar sus disculpas sin sentido. Cada quien tenía tanto por lo que preocuparse, tanto por asimilar... Nunca pretendió que fuera a su lado a dónde él se dirigiría.
—Ella te necesita.
—Tú también— rebatió Harry, antes de tirar de ella y rodear su cuerpo con los brazos, apoyando el mentón sobre la cabeza de su amiga.
Para Hermione, sentir la calidez de su cuerpo y la fuerza con que la abrazaba, como si estuviera protegiéndola de su destino quebró cada barrera a su alrededor. Las lágrimas no tardaron en llegar, combinándose con el temblor de su cuerpo, sacudiéndose a causa del llanto y el miedo.
Él la sostuvo por el tiempo necesario, susurrando contra su cabello un sinfín de palabras que aunque seguramente vacías, ella deseó que pudieran convertirse en realidad.
—Hermione, mírame— murmuró Harry luego de unos minutos intentando tranquilizarla.
Al fallar, incapaz de que abandonara el refugio que él le había dado entre su pecho, la tomó del mentón, obligándola a mirarlo.
—No vamos a quedarnos de brazos cruzados.
—Pero... tu compromiso— titubeó la chica, intentando controlar el horrible sonido que escapaba de sus labios al intentar hablar. Para ella, eso sonaba como su escapatoria perfecta.
—Lo sé. Es el plan auxiliar, pero... Escucha, debemos hablar con Kingsley, debe haber un error en todo esto.
Finalmente, Hermione se separó de él, alejándose unos centímetros para aclarar su mente. La posibilidad de tener a alguien más materializándose para frenar aquella pesadilla le devolvió la cordura.
—Debemos esperar aún— le dijo, mientras exhalaba profundamente antes de seguir explicando—. Esto no será oficial hasta mañana, hasta entonces, debemos pensar lo que haremos.
—¿Por qué no frenarlo desde ahora?— insistió él desesperado.
—¿Cómo? No podemos ir ahora mismo a buscar a Kingsley y a quien sea que esté detrás de esto para echar abajo algo que nadie debería saber aún.
Harry se revolvió el cabello furiosamente. Todo en él desprendía una creciente impotencia.
—Esto no va a detenerse así de fácil. Piénsalo, el ministerio trabajó silenciosamente en ello, quién sabe por cuánto tiempo— caviló Hermione, su mente iba a mil por hora—. Además, cuando se sepa, sé que no seremos los únicos inconformes. Entre todos, si la inconformidad crece lo suficiente, podremos echarlo para atrás. Dudo que las personas aprueben... Esto.
—¿Así que debemos esperar hasta que el lunes llegue?— suspuso Harry, paseándose inquietamente. Su mirada vagó de vuelta a la sala y luego a su amiga.
—Me temo que sí.
A Hermione le sorprendía haber llegado a aquellas conclusiones con tal rapidez. Tan solo unos minutos atrás estaba dispuesta a simplemente echarse a llorar y ahora, quería luchar por su libertad. Contrario a lo que creyó, la presencia de Harry despejó el caos en su cabeza.
—Si es lo que crees correcto...
Ella asintió lentamente.
—Bien, ahora, me tengo que ir.
Harry no se movió de su lugar.
—¿A dónde?— indagó, negándose a dejarla marchar sobre todo con el aspecto que debía tener.
Por supuesto, él nunca permitiría dejarla ir así como así, mucho menos conociéndola tan bien como lo hacía. Aquel pequeño momento de cordura no sería eterno y en cuanto estuviese sola... no era difícil adivinar lo que sucedería.
—Con mis padres— respondió, evitando desviar la mirada de sus penetrantes ojos verdes. Si lo hacía, él sabría que mentía y podría esperar una noche entera rodeada del sufrimiento de aquella familia a la que adoraba.
Afortunadamente, la mirada de Harry se suavizó. Evidentemente, eso es lo que haría cualquier persona normal, ir donde su familia y esperar que ellos recogieran las piezas, no planear pasar la noche en un desolador departamento vacío.
—¿Se los dirás?
Una mentira más... Hermione no se creía capaz de engañarlo si no era forzosamente necesario.
—No lo sé. Solo... Quiero salir de aquí.
—Yo también lo desearía— admitió Harry. La sorpresa en ella debió obligarlo a explicarse—.Odio esto. Mi cabeza parece a punto de estallar y verlos así me vuelve loco, desearía poder hacer algo para...
—Lo haremos— le prometió Hermione, apretando cariñosamente su brazo en lo que esperó fuese un gesto conciliador—. Solo debemos esperar.
—Bien— pronunció Harry, abriendo la puerta a sus espaldas sin mucha convicción—. Avísame cuando estés con tus padres, ¿De acuerdo?
—Eso haré— mintió ella, por segunda vez en la noche.
—Te veré el lunes por la mañana, ¿Sí? Iré a recogerte.
—No hace falta que lo hagas— lo tranquilizó, atravesando el umbral de la puerta, hacia la absoluta obscuridad de la noche.
Solo deseaba perderse en aquel infinito paisaje y alejarse de él para evitar aquel egoísta sentimiento por pedirle quedarse a su lado. Ginny lo necesitaba y después de todo, ese era su lugar.
Realmente esperaba que si sus esfuerzos por detener aquella locura no valían la pena, a ambos les permitieran casarse.
—Me aseguraré de que estés bien— le prometió Harry, de pie junto a la puerta, mientras ella se alejaba para desaparecerse.
En cuanto se hubo dado la vuelta, dejándolo detrás, sus palabras no desaparecieron de su mente. Era la primera y única promesa que alguien le había hecho en la noche, diciéndole que para ella todo estaría bien.
Que no correría ningún peligro... que habría alguien ahí para sostenerla. Y aunque sabía lo ingenuo que era aferrarse a palabras con un valor tan frágil, eligió creer en él.
El sonido de su desaparición alejó la visión de Harry mirándola desde la puerta y en cuanto se encontró lejos de él, con sus pies cayendo sobre el piso de su departamento, el débil amago de sonrisa en su rostro se evaporó.
Al contemplarse en ese lugar, con la tenue iluminación de la calle entrando por la ventana de la sala, con aquel precioso vestido veraniego, sintiéndose más sola que nunca, deseó no haber tenido que dejarlo atrás.
Ojalá que Harry tuviese razón.
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Como cualquiera con sentido común pudo preveer, el ministerio se convirtió en un completo caos. El mar de personas apresurándose hacia el interior, llegando por todas las entradas posibles habría alertado a cualquier muggle curioso, aunque a nadie pareció importarle mínimamente el estatuto del secreto.
Era otro asunto el que reunió a magos y brujas aquel lunes por la mañana. Predecible fue que la noticia se esparciría con una rapidez asombrosa, sumado al hecho de que la mayoría se encontraba en territorio inglés, traídos sin explicaciones de vuelta al país para acatar una ley que hasta ahora, todos catalogaban como una locura.
Justo como lo prometió, Harry estaba esperándola afuera de su departamento a primera hora de la mañana.
Su aspecto no era el mejor, y no es que Hermione pudiera presumir algo mejor cuando se miró al espejo al despertar. Como siempre, él vestía su uniforme de auror, pero su aspecto distaba mucho del imponente auror que solía ser siempre.
Las marcas violaceas bajo sus ojos, combinándose con la postura tensa de sus hombros puso nerviosa a la chica. No podía exigirle serenidad, pero se aferró a sus palabras como su única esperanza para mantener la calma. Con un débil saludo, ambos se pusieron en marcha.
—Hablé con Ginny sobre las posibilidades de que esto fracase— le dijo inesperadamente, justo cuando estaban a punto de entrar a la chimenea que los llevaría al ministerio, sin saber lo que se encontrarían al llegar.
— Kingsley debe ayudarte— le aseguró Hermione con lo que esperó, fuese una sonrisa convincente—.Todo saldrá bien, ¿Recuerdas? Nadie aprobará esto.
—Sí, eso espero... Y tendré que casarme lo más pronto posible.
Al escucharlo, tan decidido como resignado, la chica se prometió que lo ayudaría. Ginny y él merecían ser felices juntos, y si debía hacerlo, abogaría por ambos.
—Nada malo le sucederá— lo tranquilizó ella, poniendo una mano sobre su espalda—. Ginny estará bien, y tú también. Los Weasley nunca permitirían que algo les ocurriese.
—La señora Weasley tiene toda sus esperanzas en esto—le confesó. Nuevamente parecía tener una inmensa carga sobre sus hombros, igual a cuando eran adolescentes.
—Haremos que funcione.
Al intentar sonreír, Harry pareció percatarse de algo más. Parpadeó como si deseara mantener a raya sus pensamientos y se inclinó sobre ella, abrazándola fugazmente al recordar que sus circunstancias no eran mejores.
—No permitiré que te hagan esto, Hermione— le dijo, titubeando al momento de pronunciar más promesas que quizás no alcanzarían a cumplirse. Para Hermione, eso bastaba.
Todo el fin de semana se la pasó sumida en su propia burbuja de pánico e infelicidad, esperando hallar fuerzas que no tenía para ese momento.
—¿Se lo dijiste a alguien más? Quiero decir, antes de que se hiciera oficial.
Ella miró sus manos.
—Intenté llamar a Susan.
—¿Bones?
—Sí, pero nunca atendió las llamadas y llámame paranoica pero creí que una carta sería peligrosa. Además, se enteraría de todas formas y tiene a Justin, quiero creer... Estará bien.
Y no mentía sobre sus perspectivas. Luego de lamentarse, revolcándose en su propio dolor, Hermione se encontró pensando en todos aquellos a quienes conocía.
Justin, como ella, era hijo de padres muggles, lo que aseguraría que Susan estaría bien a su lado, con alguien en quien confiaba y a quien conocía desde el colegio. Aunque con seguridad el matrimonio no formó parte de sus planes antes, sabía que a su manera, quería a Justin más de lo que le gustaba admitir.
—Tú también— le aseguró Harry, antes de que las llamas verdosas de la chimenea los rodearan.
El paisaje que los esperaba fue esperanzador. Ver a una cantidad tan grande de personas empujándose para liderar la fila hacia cualquier departamento que pudiera darles respuestas confirmó sus teorías. La desconformidad sería su aliada.
En cuanto las rejas y las llamas abandonaron la chimenea, Harry sujetó a Hermione de la mano, impidiendo que fueran separados cuando se adentraron a la multitud.
En el enorme Atrio en el centro del ministerio varios magos con aspecto agobiado gritaban instrucciones para mantener el órden, pero ni siquiera el hechizo amplificador con el que apuntaban hacia sus gargantas sirvió para aminorar el desconcierto de las personas.
—No te separes de mí— le dijo Harry, abriendo el camino para ella, en el que ambos pudieron escuchar toda clase de opiniones sobre lo que el decreto, pegado en cada pared disponible del ministerio, significaba.
En cuestión de minutos habían conseguido adentrarse en uno de los abarrotados elevadores que los llevaría hacia donde ambos sospechaban, obtendrían las verdaderas respuestas que buscaban. Aunque, vista la cantidad de gente a su lado no fueron los únicos en pensar de la misma forma, mirándolos con atención e incluso intentando obtener explicaciones de Harry.
Finalmente, apretujados unos contra otros, la voz en el elevador anunció su destino, donde la mayoría bajó, lanzándose hacia el exterior, también llenándose rápidamente de gente.
"Primer piso: Ministro de Magia y Personal De Apoyo".
Harry empujó al resto de magos y brujas arremolinándose desesperadamente fuera de la oficina de Kingsley, del que no había señal alguna, y tiró insistentemente de Hermione, mirando cada pocos segundos hacia atrás para comprobar que ella seguía a su lado.
Afuera de la oficina, cada uno al lado de la reluciente placa que decoraba la oficina del ministro de magia, había dos aurores que Hermione estaba segura tenían un rango especialmente alto en el escuadrón. Harry no se mostró intimidado por esto al avanzar en su encuentro.
—Sabes que no, Potter— advirtió uno de ellos nada más verlo—. El ministro Shackelbot pidió expresamente que nadie lo molestase.
—Todos esperamos respuestas sobre esta locura, Dugan— prosiguió Harry, en su papel de negociador—. Estoy seguro que él no se refería a mí con esa orden.
—Aceptamos toda la responsabilidad— intervino Hermione, enderezándose detrás de su amigo.
Ambos magos se miraron, sabiendo que, al dejarlos pasar, el resto de personas hasta ahora manteniéndose a raya desearía poder hacer lo mismo. Pero quizás la tentación, sus propios deseos por obtener repuestas al igual que todos y la intocable reputación con la que Harry todavía contaba luego de derrotar a Voldemort fue lo que los convenció.
—Diremos que aprovechaste el desorden de la gente, Potter.
Él asintió sin mostrarse mínimamente preocupado y tocó la puerta una sola vez. La voz de Kingsley desde el otro lado se detuvo, y sin remedio, Harry abrió la puerta, tiró de Hermione consigo y entraron a la oficina.
El desorden y las voces fuera de la oficina se avivaron, algo que Hermione se obligó a pasar por alto, así como su irrespetuosa intromisión. Con la compañía de su mejor amigo, romper las reglas parecía ser indiscutible.
No era la primera vez que ambos se encontraban ahí, pero las circunstancias eran sumamente diferentes.
Kingsley estaba sentado detrás de su enorme escritorio de caoba y a unos cuantos metros, Finley Roux, el nuevo mago en jefe encargado del recién creado Departamento de Registros Mágicos, con su cabello rubio rígidamente peinado hacia atrás y su túnica color magenta pegándose a su abultado estómago, en sus manos, sostenía un pequeño vaso con un líquido obscuro, seguramente proveniente de la licorera del ministro.
—Creelo o no, te esperaba, Harry— anunció Kingsley, levantándose de su asiento. Al acercarse a la puerta a saludarlos y escuchar el estrenduoso escándalo del otro lado arrugó el rostro.
—Entonces sabes porqué estamos aquí— contestó el joven, estrechándole la mano.
—Naturalmente, pero no esperaba verte a ti, Hermione.
Ella lo saludó apuradamente, aceptando su invitación para acercarse a su escritorio dándose cuenta lo poco que sabía sobre el asunto en que estaban metiéndose.
—Cualquiera que haya leído eso estaría aquí— respondió la chica, mirando recelosamente a Finley, acabando de un trago el contenido de su vaso.
—Señor Roux— lo saludó también, sin ocultar el rechazo en su voz.
Cuándo comenzó a trabajar en el ministerio, Finley Roux fue de uno de los primeros en recalcarle que el puesto que tenía (aún si en entonces era de los más bajos) se lo debía exclusivamente a su reputación luego de la guerra y, por supuesto, a su cercanía con Harry.
—Señorita Granger. Creía que nadie mejor que usted entendería que los propósitos del estatuto buscan resultados nobles y beneficiosos para todos, sobre todo para los de...
—¿Los de mi clase?— completó Hermione ácidamente—. Si le sorprende saberlo, sí, no encontré nada benefioso en un acto forzoso y de tan poca moral.
—Yo no lo llamaría forzoso— aclaró el hombre acercándose y trayendo consigo el olor a loción de afeitar y tabaco barato—. Quién no desee cumplirla tiene muchas opciones sobre la mesa.
Con su respuesta, su guardia bajó. Había opciones... ¿Realmente existiría otra salida? Por la sonrisa lacónica en el rostro del hombre, supuso que no sería la mejor.
—Explíquenos— intervino Harry, con postura desafiante. La misma que empleó tantas veces antes cuando se enfrentaba a Severus Snape.
Finley meneó la cabeza.
—Creo que eso corresponde a nuestro ministro. Shackelbot, deberías explicarles a nuestros queridos héroes los pormenores del asunto.
Kingsley lucía irritado, pero no se negó.
—Debería comenzar con explicárselo a ustedes antes de que toda la prensa me devore. ¿Qué puedo decirles? El decreto entró en vigor ayer por la tarde.
—Lo sabemos— asintió Harry, perdiendo poco a poco los estribos—.¿Pero a quién pudo ocurrírsele algo como eso?
Sin remedio, ambos jóvenes se obligaron a guardar silencio y esperar que las explicaciones fueran realmente buenas. Y para ello, solo escucharían a Kingsley, en quien confiaban.
—Aunque cueste creerlo, a muchas personas. El plan siempre se llevó a cabo bajo el agua, analizando los pros y contras y me temo, la mayoría creyó que resolvería más de lo que dañaría.
—¿Resolver qué?— intervino Hermione, sintiendo que se quedaba sin aliento—¿De la ridícula problemática de la que hablan?
—Una problemática muy real que si no se atiende puede convertirse en una crisis— secundó Finley, aparentemente de buen humor con su confusión.—.¿No lo leyeron acaso?
—Lo hicimos— chistó Harry, decidido a ignorarlo—, Y nos sigue pareciendo ridículo.
Kingsley se dirigió hacia su silla, sentándose sin gentileza.
—Durante los años que han pasado luego de la guerra intentamos hacer lo que pudimos por reparar los daños, pero hay algo que ninguna inversión ni intervención del gobierno lograría. Ustedes mejor que nadie deberían saber que su generación, al entrar a Hogwarts fue una de las más reducidas, y eso se explica luego de la primera guerra, son los daños colaterales. Por el miedo, la gente lo último que desea es tener hijos y en este caso, con Voldemort detrás de tus pasos, Harry. Asustó a mucha gente lo sucedió... en el Valle de Godric— al notar que tenía su atención, el esmeró en su explicación aumentó—. Pudimos sobrellevarlo después de la primer guerra, pero ahora, los daños son demasiados. El Wizengamot cree que sin la cooperación de todos, en unos años las repercusiones serán visibles y será demasiado tarde para hacer algo al respecto.
Con amabilidad, Kingsley les permitió unos instantes de reflexión para procesar sus palabras. En el fondo de su conciencia, Hermione creyó reconocer que existía una pequeña porción de verdad.
Mirándolo desde una perspectiva fría y ajena a cualquier moralidad, sonaba como una solución ante una posibilidad que, evidentemente, nadie contempló. Hermione sabía de primera mano acerca de los registros y datos sobre la población gracias a sus investigaciones.
La mayoría, se reducía a hombres y mujeres que rebasaban la edad establecida en el decreto. Los números no alcanzarían a cubrirse si el ritmo de individualidad en la que todos vivían sus vidas seguía. De todos modos, era un plan detestable.
—Esto quiere decir...¿Realmente lo apoyas?— jadeó la chica, indignada.
—No tuve mucha participación en esto, mi voto por supuesto, fue negativo— se sinceró Kingsley, sujetándose las sienes—.Pero una vez que se aprobó, es mi deber comunicárselo a todos, incluso si mi cabeza es la que está ofreciéndose en bandeja.
—¿Quieres decir que no hay marcha atrás?— inquirió Harry, poniéndose pálido.
—¿Qué no se le consultará a las personas? ¿No tendremos derecho a elegir como vivir nuestras vidas?— secundó Hermione, teniendo que sujetarse del respaldo de una de las sillas para no permitir que el peso de sus palabras la derrumbara.
—No podemos frenarlo, no ahora. Para saber si es efectivo o no, primero debe probarse, lo siento.
Hermione deseó poder librarse del intenso ardor en sus ojos. Ahora provocado por algo completamente diferente a lo que ocurrió en la Madriguera. Estaba asustada, sí, pero la furia acumulándose en su interior solo deseaba escapar, incluso si era a través del llanto.
Justo cuando su mirada se encontraba con la de Roux, de un considerable buen humor, la voz de Harry volvió a retumbar en la oficina, atrayendo la atención de todos.
—Estoy comprometido. ¿Qué pasa con eso? No pueden venir y simplemente pedirme que eche todos mis planes por la borda para casarme con otra mujer. Es una idea rídicula que no pienso obedecer.
Ambos hombres se miraron con incredulidad. Kingsley se puso rápidamente de pie.
—¿Con quién y en qué momento?
—Con mi novia, por supuesto. Ginevra Weasley— obvió Harry con molestia. Hubo un nuevo intercambio de miradas y finalmente fue Kingsley, quién con una mano en el puente de la nariz, negó con la cabeza.
—Si no existe un registro de eso, lo siento mucho, pero no.
Todas las esperanzas en Harry, hasta ese momento impidiendo que se viniera abajo se vieron destruidas. La desesperación bañó todo su rostro.
Hermione estaba bastante segura que el peso del futuro de Ginny y del suyo a su lado, además de la esperanza que los Weasley debieron poner en él para hacer algo al respecto estaba matándolo lentamente al perder todo el control. Sus planes no podían ir en una peor dirección que esa.
—Lo siento, Harry. El plazo expiró. Solo las parejas comprometidas o casadas en un periodo de un año antes de la publicación del decreto serán respetadas, fue claro.
—¡No tenía manera de saberlo!— estalló, golpeando sobre el escritorio su palma abierta—. ¿Cómo podría imaginarme que harían algo tan estúpido como esto?
—Te estás pasando, chico— chistó Finley. Kingsley lo frenó levantando una mano, como si le explicase que él se encargaría.
Hermione por su parte, se mantuvo al lado de su amigo, aproximándose a él para tranquilizarlo, intentando mantener la calma por ambos. No todo podía estar perdido, ¿O sí? Debía existir un buen argumento, una razón válida que echara abajo todas las ventajas que esperaban, pero en ese momento, con todo su mundo dando vueltas, nada se le ocurrió.
Roux miró el intercambio entre los jóvenes con interés, mientras se servía una nueva ronda de licor. Harry respiró pesadamente, antes de asentir hacia su amiga y hacer un esfuerzo sobrehumano por controlar sus impulsos.
Momento que Finley creyó idóneo para intervenir.
—Espero busque una pareja compatible con usted, señorita Granger. Cualquier buen mago apreciaría una mujer sensata. Tómelo como un consejo antes de que se quede sin propuestas, hay muchos solteros deseando encontrar una buena... Candidata como usted.
Tan rápido como pudo suceder, Harry avanzó dos pasos y sujetó a Roux por las solapas de la túnica con expresión asesina. Kingsley y Hermione intentaron separarlos, sin éxito desde sus posiciones.
El susto en su rostro al encontrarse cara a cara con Harry hicieron ver a Roux aún más patético, sumado a su cabello siempre peinado ahora despeinado por el movimiento, a la vez que intentaba sostener el vaso en sus manos y mantener una postura digna.
—Nadie va a tocarla— siseó Harry sobre su rostro—. Nadie, ¿Oíste? Si vuelves a hablar así de ella...
—Sueltalo ahora mismo o tendrás una grave sanción— intervino Kingsley con la voz más seria empleada hasta ahora. Harry no se movió un centímetro.
—Harry, por favor...— suplicó Hermione, colocando sus manos sobre su brazo para tirar de su cuerpo hacia ella— No creo que esta sea la manera.
—Escúchala, Potter, no vas a solucionar nada actuando como un...
El agarre se fortaleció.
—Cállate, Roux— ordenó Kingsley, mirando fijamente hacia Harry que, sin otra opción, soltó al hombre con repulsión cuando comenzó a toser. Al momento en que lo dejó libre, Finley retrocedió torpemente, ajustándose el cuello de la túnica y la corbata.
—Kingsley, por favor— murmuró Harry, esforzándose arduamente en controlarse—. Estamos hablando de Hermione, no puedes considerar que ella acatará ese ridículo decreto, ¿Verdad?
Kingsley sonrió tristemente.
—Intentaré hacer lo posible, pero las listas de solteros serán publicadas pronto, y las propuestas comenzarán. Lo mejor es aceptarlo.
Con sus manos todavía sosteniendo el brazo de su mejor amigo, Hermione se atrevió a pronunciar la pregunta de la que tanto temió obtener respuesta.
—¿Qué sucede si no lo hago?
—El peor castigo para un mago— interrumpió Finley con voz insidiosa, desde la esquina de la oficina, sin atreverse a acercarse más.
Ambos chicos miraron a Kingsley con la esperanza de que las cosas no pudieran empeorar más.
—No hacerlo será considerada como alta traición y serán expulsados sin varita ni posibilidad de establecer lazos con el mundo mágico. Básicamente estarían quebrantando la ley.
—No pienso... — titubeó Hermione, poniéndose una mano en la frente. La habitación había cambiado drásticamente de temperatura y todo daba vueltas.—¿Qué hay de mi investigación? De mi trabajo, de mi vida... ¡De la vida de las personas allá afuera!
—¿De dónde crees que provienen los recursos para todas tus preciadas las investigaciones?— inquirió Finley—. Estás con nosotros o no lo estás. Todos los empleados del ministerio deberán decidir en donde están sus lealtades, Granger.
—Cierra la boca, Roux— le ordenó Kingsley con un tono que no admitiría más intervenciones de su parte—.Hermione, piénsalo. Si no hay una sociedad a la cual beneficiar con tus brillantes investigaciones, no tiene caso. Sé que quieres ayudar a muchas personas y criaturas, pero si decides abandonar nuestro mundo, no quedará una posibilidad de convertir tus aspiraciones en realidad. Sólo... piénsalo.
Dar un sentido real a sus palabras solo haría todo más doloroso. Por supuesto que ella deseaba crear un impacto, un antes y un después acerca de las afectaciones de los grupos vulnerados por siglos, pero no en una sociedad como esa. Brindar su ayuda en medio de acciones tan inhumanas sería como burlarse de sus ideales.
El agudo zumbido en sus oídos aumentó al mismo ritmo que sus náuseas. Necesitaba desesperadamente salir de ahí.
—¿Quién lo propuso entonces?—preguntó Harry a su vez.
—Uno de los miembros del Wizengamot, pero las propuestas fueron secretas para el resto, menos entre ellos. La aprobación fue mayoritaria, no hay nada que hacer.
El cuerpo de Hermione se derrumbó contra el de Harry, sosteniéndola cuando ni siquiera él parecía poder mantenerse entero por mucho más tiempo.
—No puedo ayudarlos— sentenció Kingsley con lástima—. Quizás pueda darles más tiempo, pero eso es todo lo que...
—El tiempo no solucionará nada— jadeó Hermione, liberándose del agarre Harry para acercarse dando tumbos hacia la puerta.
A sus espaldas las murmuraciones de Roux y las voces de Kingsley y Harry llamándola fueron convirtiendose en un susurro hasta que se encontró siendo cegada por los destellos de las cámaras fuera de la oficina y el atronador sonido de las voces de las personas.
Era la primera vez luego de la guerra que se sentía de esa forma. Estaba cayendo de nuevo en el infierno del que tanto le costó escapar.
Para aquellos ancianos y egoístas magos solo era un pedazo de carne del que obtendrían beneficios futuros para una sociedad a la que nunca le importó. La misma que la marginó tantas veces por el estatus de su sangre y que ahora encontraba beneficioso usar como no más que un vientre que les daría los niños mágicos que necesitaban.
«Lo mejor es aceptarlo» se repitió en su mente, mientras atravesaba la marea de personas y preguntas llamándola en medio de cuestionamientos a los que no podía responder.
¿Aceptar qué? ¿Qué debía esperar ser vendida al mejor postor? Todo, disfrazado bajo propuestas de matrimonio de magos a los que odiaría.
Cuándo consiguió escapar de la multitud, alarmándose cuando Harry la siguió, rodeándola con un brazo y llevándosela lejos, sin obtener otra respuesta que no fuera la conmoción de su amiga.
Kingsley finalmente parecía haber dado la cara, visto el desorden generándose alrededor de la oficina con los gritos y el flash de las cámaras pasando a su lado sin prestarles atención.
Hermione tuvo la impresión de que alguien la llamaba, pero su mirada no podía separarse del increíble cúmulo de personas alrededor de la oficina en la que solo unos instantes atrás su vida quedó sepultada.
Inesperadamente, un par de brazos la rodearon con fuerza, quizás demasiada, obligándola a volver en sí y concentrarse en los brillantes ojos verdes atravesando su alma.
— Escúchame— le dijo él, sosteniendo su rostro entre sus manos para impedir que pudiera perder de nuevo su atención—. Mi promesa sigue intacta. No importa lo que pase a partir de ahora, no dejaré que ellos te hagan esto.
—No queda más por hacer— negó Hermione, intentando apartar la mirada. Se sentía... Vacía.
Sus ganas de vencer el mundo y lidiar con quién hiciera falta parecieron nunca haber existido.
No fue hasta que sintió los dedos de Harry limpiando cuidadosamente los resquicios de lágrimas de sus mejillas que se dio cuenta que al abandonar la oficina lloraba.
—¡Hermione!
Harry se vio obligado a soltarla cuando la figura de Susan apareció por el pasillo, corriendo hacia ella. Ambas se fundieron en un brusco abrazo al encontrarse.
—Harry— saludó la pelirroja fugazmente—. Esto es una estupidez, ¿No? No puedo creer que... Linda, ¿Estás bien?
Hermione limpió sus lágrimas con el dorso de la mano, forzándose a mantener a raya sus sentimientos. No les daría la satisfacción de verla en ese estado.
—No hay remedio, Su. Intentamos hacer algo, pero... No sé que más podamos hacer.
La expresión siempre sagaz de Susan se descompuso. Posiblemente porque, encontrarse con una Hermione Granger tan hecha pedazos quebraba cualquier esperanza.
—Esos desgraciados nos hicieron volver por esto. Siempre haciendo lo que sea por conseguir lo que quieren, pero yo no pienso acceder a...
—Necesitas saber que puedes rehusarte, pero las consecuencias...
Harry las miró hablar alternativamente, y tal vez al caer en cuenta de que Hermione no se quedaría sola, puso una mano sobre su hombro y se atrevió a colocar uno de lo mechones sueltos de cabello detrás de su oreja.
—No pienso rendirme. No todavía, y eso debe incluirte a ti. ¿De acuerdo? Debe haber algo por hacer y necesito que no te rindas, porque no permitiré que te hagan esto, ¿Entiendes? Nadie te tocará.
El bullicio del mundo cayéndose a pedazos a su alrededor quedó silenciada con el aplomo con que Harry la sostuvo.
— Depende de nosotros que esto funcione y... si no lo consigo, necesito ir a la Madriguera cuánto antes y decirles...
Hermione pegó el rostro a su mano todavía tocándola, necesitando sentir el contacto de su piel para concentrarse. Estaba completamente dividida en si permanecer lamiendo sus propias heridas o ayudarlo a él a sobrellevar el peso de todo.
—No nos rendiremos— le garantizó Hermione, impidiéndole terminar su oración. Harry sonrió débilmente.
—Necesito que pienses en nuestras posibilidades— le indicó, presionando con gentileza su mano tocándola—. Yo también lo haré, y cuando volvamos a vernos tendremos algo con lo que trabajar.
Ella asintió con lentitud y lo soltó.
—Ve con ella, te necesita.
—Te veré pronto.
Harry rozó su mejilla una última vez y con una rápida despedida hacia Susan, se marchó con la convicción bañando su rostro.
—Ustedes son bastante...— murmuró Susan, mirándolo alejarse y luego de vuelta a su amiga.
—Vamos, hay mucho que pensar— la interrumpió Hermione y sin prestarle atención, tiró de ella en la dirección opuesta.
Nadie podía rendirse tan pronto.
No todo debía estar completamente perdido, ¿O sí? Sin importar lo que Kingsley se esforzó en decirles para arrancar de raíz todas sus esperanzas, mientras Hermione estuviese viva, se prometió que nunca aceptaría casarse con un hombre al que odiara y sobre todo, sin su consentimiento.
Doblegarse no era el camino.
