CAPITULO 3
Natsu dice que el penúltimo año de instituto es el más importante, el más atareado, un año tan importante que el resto de tu vida depende de él. Así que decido que debería leer todo lo que me apetece antes del inicio de las clases la semana próxima y de que el penúltimo año empiece de manera oficial. Estoy sentada en los peldaños de delante de casa, leyendo una novela romántica británica de espías de los años ochenta que compré por 75 centavos en una liquidación organizada por Los Amigos de la Biblioteca. Estoy llegando al clímax (¡Cressida tiene que seducir a Nigel para obtener acceso a los códigos secretos!) cuando Kiba sale de casa para recoger el correo. Él también me ve. Levanta la mano como si sólo fuese a saludar, pero al final viene.
—Eh, bonito pijama —dice mientras se aproxima por el camino de entrada. Es de un azul apagado con girasoles y se ata en torno al cuello. Lo compré en una tienda vintage, 75 por ciento de descuento. Y no es un pijama.
—Es un traje de playa —le respondo, y vuelvo a mi libro. Intento tapar sutilmente la cubierta con la mano. Conozco a Kiba y sé que se burlará si me ve a mí leyendo un libro así. Siento que su mirada se posa sobre mí, con los brazos cruzados, esperando. Levanto la vista.
—¿Qué pasa, Kiba?
—¿Quieres ir a ver una peli esta noche al Bess? Dan una de Pixar. Nos podemos llevar a Hanabi.
—Eso sería genial, envíame un mensaje cuando quieras salir —contesto, sonriendo, y paso página. Nigel le está desabrochando la blusa a Cressida, y ella se está preguntando cuándo hará efecto la pastilla para dormir que le puso en el Merlot, aunque también espera que no sea demasiado pronto porque Nigel besa muy bien. Kiba alarga el brazo e intenta echarle un vistazo de cerca al libro. Me aparto con una exclamación asustada, pero no antes de que lea en voz alta:
—« El corazón de Cressida latía desbocado mientras la mano de Nigel le recorría el muslo por encima de sus medias de seda» . —Kiba se parte de risa—. ¿Qué demonios estás leyendo?
Me arden las mejillas.
—Y-yo… Es para un ensayo, ¿sabes?
Kiba retrocede riendo entre dientes.
—Te dejo con Cressida y con Noel.
—En realidad, se llama Nigel —aclaro en cuanto me da la espalda.
Hanabi está encantada de salir con Kiba. Cuando Kiba le pide a la chica del puesto de comida que disponga la mantequilla en capas en las palomitas (en el fondo, en medio y encima), las dos le ofrecemos una mirada aprobadora. Hanabi se sienta entre ambos y, en los fragmentos cómicos, se ríe tanto que da patadas en el aire. Pesa tan poco que el asiento se le levanta continuamente. Kiba y yo compartimos sonrisas por encima de su cabeza. Siempre que Kiba, Natsu y yo íbamos al cine, Natsu se sentaba en el centro. Era para poder cuchichear con los dos. No quería que me sintiese excluida porque tenía novio, y nunca me pasó. Al principio le ponía tanto empeño que me temía que hubiese notado algo de lo de antes. Pero no es el tipo de persona que se calla o que maquilla la verdad. Tan sólo es una hermana mayor fantástica. La mejor. Pero sí hubo ocasiones en las que me sentí excluida. No en el sentido romántico, sino debido a mi amistad con Kiba. Kiba y yo siempre habíamos sido amigos. Pero cuando rodeaba a Natsu con el brazo mientras hacíamos cola para comprar las palomitas, o cuando estábamos en el coche y se ponían a cuchichear, me sentía como la niña pequeña sentada en el asiento trasero que no oye lo que dicen sus padres, y me hacían sentir como si fuera invisible. Hacían que desease tener a alguien con quien susurrar en el asiento de atrás. Se me hace raro ser la que está en el asiento de delante. La vista no es tan distinta. De hecho, todo parece normal e igual, lo que resulta un consuelo. Ino me llama esa misma noche mientras me estoy pintando las uñas de los pies en distintos tonos de rosa. El ruido de fondo es tan alto que tiene que chillar.
—¡Adivina qué!
—¿Qué? ¡Casi no te oigo! Me estoy pintando el dedo pequeño del pie con un tono purpura llamado Reputation.
—Espera un momento. —Ino debe cambiar de habitación porque el ruido disminuye—. ¿Me oyes ahora?
—Sí, mucho mejor.
—Adivina quiénes han roto.
He cambiado a un color más bien lila que parece Tipp-Ex con una gota de blanco.
—¿Quiénes?
—¡Sakura y Uzumaki! Ella le ha plantado.
Los ojos se me ponen como platos. Eso no me lo estaba esperando.
—¡Vaya! ¿Por qué?
—Parece ser que conoció a un chico universitario mientras trabajaba de mesera. Te garantizo que ha estado engañando a Uzumaki todo el verano. Un tipo llama a Ino, y ésta dice:
—Me tengo que ir. Es mi turno de jugar a la petanca.
Ino cuelga sin despedirse, como siempre. De hecho, conocí a Ino gracias a Sakura. Son vecinas. Además, algo cercano a primas. Sus madres son parientes. Ino acostumbraba a venir de visita cuando éramos pequeñas, pero ni siquiera entonces se llevaba bien con Sakura. Discutían sobre qué Barbie debía quedarse con Ken cuando sólo había un Ken. Yo ni siquiera me molestaba en pelearme por Ken, aunque técnicamente era mío. Bueno, de Natsu. En clase, mucha gente no sabe que Sakura e Ino son casi primas. No se parecen en nada: Ino es larga, de brazos torneados y pelo rubio del color de la margarina. Sakura también es rubia, pero se tiñe el cabello de rosa, hasta la raíz, y es más baja, pero tiene largas piernas de modelo. Sin embargo, hay ciertas semejanzas entre las dos. Durante nuestro primer año, Ino era bastante alocada. Iba a todas las fiestas, se emborrachaba y se enrollaba con chicos mayores. Ese año, un chico de segundo año del equipo de lacrosse le contó a todo el mundo que Ino se había acostado con él en el vestuario de chicos, pero no era cierto. Sakura obligó a Naruto a amenazarle con que le partiría la cara si no contaba la verdad. Me pareció un gesto muy bondadoso por parte de Sakura, pero Ino insistió en que sólo lo había hecho para que la gente no pensase que era pariente de una zorra. Después de eso, Ino dejó de salir con la gente de su clase y empezó a montárselo con gente de otras escuelas. Aún conserva la reputación de su primer año. Se comporta como si no le importase, pero sé que sí. Al menos, un poco.
El lunes, papá prepara lasaña. La prepara con salsa de frijoles negros para darle un toque diferente. Por asqueroso que suene, la verdad es que está muy rico y ni siquiera notas los frijoles. Kiba también viene y devora tres porciones de lasaña, y mi padre está encantado. Cuando sale a relucir el nombre de Natsu en la conversación, veo que Kiba se pone tenso, y lo siento por él. Hanabi también debe de notarlo porque cambia de tema y se pone a hablar del postre: una hornada de brownies de mantequilla de cacahuete que he preparado esta misma tarde. Como papá se ha ocupado de cocinar, los jóvenes tenemos que limpiar la cocina. Papá la ha ensuciado toda preparando la lasaña, así que limpiarla es un rollo, pero vale la pena. Después, los tres nos relajamos delante de la tele. Es domingo por la noche, pero la atmósfera no es de domingo porque mañana es el Día del Trabajo y tenemos otro día libre antes de que empiecen las clases. Hanabi está trabajando en su collage de perros, quelle surprise.
—¿Qué tipo de perro prefieres? —le pregunta Kiba.
Hanabi responde veloz como un rayo.
—Un akita.
—¿Chico o chica?
Su respuesta vuelve a ser rauda.
—Chico.
—¿Cómo lo llamarás?
Hanabi titubea, y sé la razón. Me doy la vuelta y le hago cosquillas en los pies.
—Yo sé qué nombre le pondrás.
—¡No digas nada, Hinata! —berrea Hanabi . Ahora he captado toda la atención de Kiba.
—Venga, dímelo —implora Kiba. Miro a Hanabi . Tiene los ojos rojos y brillantes.
—No lo haré—digo, y de repente me siento nerviosa. Puede que Hanabi sea la pequeña de la familia, pero no es el tipo de persona a la que quieres ver enfadada. Kiba me tira del brazo y dice:
—¡Vamos, Hinata! ¡No me dejes así!
Me siento tan nerviosa con todos encima que termino diciendo:
—Puede que… sea el nombre del chico que le gusta.
—¡Cállate, Hinata, cállate!
Hanabi me lanza sus hojas y, al hacerlo, arranca por accidente la foto de un perro. Hanabi suelta un chillido y cae de rodillas para examinarla. La cara se le ha puesto roja del esfuerzo por no llorar. Me siento como una tonta. Me pongo derecha e intento disculparme con un abrazo, pero ella se zafa. Recojo la foto e intento volver a pegarla, pero Hanabi me la arrebata de las manos y se la entrega a Kiba.
—Kiba, arréglala. Hinata la ha destrozado.
—Hanabi, sólo era una broma —me disculpo.
No iba a revelar el nombre del chico. Nunca lo haría. Hanabi hace caso omiso. Kiba alisa la foto con un posavasos y, con una concentración digna de un cirujano, vuelve a pegar las dos partes. Finge secarse el sudor de las cejas.
—Uf. Creo que sobrevivirá.
Aplaudo e intento llamar la atención de Hanabi, pero ésta evita mirarme. Sé que me lo merezco. Hanabi le quita el collage de las manos a Kiba.
—Voy a trabajar arriba. Buenas noches, Kiba —se despide con frialdad.
—Buenas noches, Hanabi —dice Kiba.
—Buenas noches, Hanabi —le contesto con suavidad, pero ya está corriendo escalera arriba y no responde.
Cuando oímos el sonido de su puerta al cerrarse, Kiba me mira y sentencia:
—Te has metido en un buen lío.
—Lo sé.
Tengo un nudo en el estómago. ¿Por qué lo he hecho? Incluso mientras lo decía, sabía que estaba mal. Natsu no me lo habría hecho jamás. Las hermanas mayores no deberían tratar así a sus hermanas pequeñas, sobre todo cuando se llevan tantos años como Hanabi y yo.
—¿Quién es el chico que le gusta?
—Uno de la escuela.
Kiba resopla.
—¿Ya tiene edad de que le guste un chico? Me parece que es un poco joven para eso.
—A mí me gustaba un chico cuando tenía nueve años —la defiendo. Todavía estoy pensando en Hanabi. Me pregunto qué puedo hacer para que se le pase el enfado. No creo que baste con unas galletas de azúcar y canela.
—¿Quién? —me pregunta Kiba.
—¿Quién qué? —Puede que si convenzo a papá de que le compre un cachorro…
—¿Quién fue tu primer amor?
—Yo…, ¿mi primer amor de verdad?
Me siento apenada. No quiero decírselo, así que repito, como tonta:
—¿El primero que me gustó de verdad?
—Sí.
—Yo, bueno… Supongo que Naruto Uzumaki.
A Kiba casi le da una arcada.
—¿Uzumaki? ¿En serio? No puedo creerlo. Pensé que te gustaría alguien… No sé, más útil. Naruto Uzumaki es un cliché. Es el estereotipo del chico guay de las películas de instituto.
Me sonrojo.
—Fue hace tiempo.
—Vaya. —Sacude la cabeza—. Tan sólo… Vaya.
—Antes no era así. A ver, ya era Naruto, pero no tanto.
Kiba sigue mostrándose escéptico.
—No entiendes de lo que hablo.
—Tienes razón. ¡No lo entiendo!
—Eh, ¡a ti te gustaba la señorita Kurenai!
Kiba se pone rojo como un tomate.
—¡Entonces era muy guapa!
—Ajá. —Le lanzo una mirada cómplice—. Era muy « guapa»
Nuestra maestra de biología, la señorita Kurenai, acostumbraba a impartir clases con faldas muy ajustadas. Daba la casualidad de que los amigos de Kiba se reunían para jugar en el patio cercano a su oficina.
—Además, la señorita Kurenai no fue mi primer amor.
—¿Ah, no?
—No. Fuiste tú.
Tardo unos segundos en procesar la información. E incluso así, lo único que consigo responder es:
—¿E-eh?
—Cuando me mudé aquí. Antes de descubrir que eras tan estirada.
Le lanzo una mueca de reproche, y prosigue:
—Yo tenía doce años y tú once. Te dejé montar en mi patinete, ¿te acuerdas? Ese patinete era la niña de mis ojos. Ahorré durante dos años para comprarlo. Y te dejé subir a ti.
—Yo… yo pensaba que estabas siendo generoso.
—Te estrellaste con él y dejaste un arañazo enorme en un lateral. ¿Te acuerdas?
—Sí, me acuerdo de que lloraste.
—No lloré. Estaba molesto, como es lógico. Y así acabó mi pequeño enamoramiento.
Kiba se pone de pie y vamos hasta el vestíbulo. Antes de abrir la puerta, Kiba se vuelve y me dice:
—No sé qué habría hecho si no hubieses estado ahí después de… Después de que Natsu me dejase.
El rubor se le extiende por las mejillas, debajo de sus marcas.
—Me ayudas a seguir adelante, Hinata.
Kiba me mira y lo siento todo, cada recuerdo, cada momento que hemos compartido. Entonces, me da un abrazo rápido y firme y desaparece en la noche. Estoy allí de pie con la puerta abierta, y la idea aparece en mi mente. Es tan veloz, y tan inesperada, que no puedo reprimirla: « Si fueses mío, no habría roto contigo ni en un millón de años».
Así fue como conocimos a Kiba. Estábamos celebrando un picnic con ositos de peluche en el patio de atrás, con té de verdad y magdalenas. Había que hacerlo en el patio de atrás para que nadie lo viese. Tenía once años, y era demasiado mayor para eso, y Natsu tenía trece años, y era muy, muy mayor para ese tipo de cosas. Se me metió la idea en la cabeza porque lo leí en un libro. Gracias a Hanabi, pude fingir que lo organizaba para ella y convencerla de que jugase con nosotras. Mamá había muerto el año anterior y, desde entonces, Natsu casi nunca decía que no a nada si era para Hanabi. Lo habíamos extendido todo sobre la antigua manta de bebé de Natsu, que era azul y nudosa, con un estampado de ardillas. Todas llevábamos sombreros porque yo había insistido:
—Tienes que llevar sombrero para tomar el té.
No dejé de repetirlo hasta que Natsu se puso el suyo para hacerme callar. Llevaba el sombrero de paja que mamá se ponía para trabajar en el jardín, Hanabi llevaba una gorra de tenis y yo había embellecido un viejo sombrero de piel de la abuela fijándole unas cuantas flores de plástico. Estaba sirviendo té tibio de un termo cuando Kiba trepó por la valla y se dedicó a observarnos. El mes anterior, desde el cuarto de los juguetes, habíamos visto cómo se mudaba la familia de Kiba. Queríamos que fuesen chicas, pero vimos que los de la mudanza descargaban una bicicleta de chico y regresamos a nuestros juegos. Kiba permaneció sentado en la valla. Natsu estaba tensa y avergonzada, pero no se quitó el sombrero; tenía las mejillas rojas, pero se dejó el sombrero puesto. Hanabi fue la primera en saludarle.
—Hola, chico.
—Hola —respondió él. Iba un poco desgreñado y no dejaba de apartarse el pelo de los ojos. Llevaba una camiseta roja con un agujero en el hombro.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Hanabi.
—Kiba.
—Deberías jugar con nosotras —le ordenó Hanabi. Así que lo hizo. Entonces no sabía lo importante que llegaría a ser este chico para mí y para la gente a la que más quiero. Pero incluso de haberlo sabido, ¿qué habría hecho para cambiarlo? Nunca íbamos a ser él y yo.
Creía que lo había superado. Al escribir mi carta, me había despedido de él y lo había hecho de verdad, lo juro. No fue tan difícil. Especialmente cuando pensaba en lo mucho que le gustaba a Natsu, lo mucho que le importaba. ¿Cómo podía envidiarle a Natsu su primer amor? Natsu, que tanto se había sacrificado por nosotras. Siempre nos anteponía a Hanabi y a mí. Olvidarme de Kiba fue mi manera de anteponer a Natsu. Pero ahora, sentada a solas en el salón, con mi hermana a seis mil kilómetros de distancia y Kiba en la casa de al lado, lo único en lo que pienso es lo siguiente: « Kiba, me gustaste primero. Lo justo sería que fueses mío. Y de estar en su lugar, te habría escondido en mi maleta y te habría llevado conmigo o, ¿sabes qué?, me habría quedado. Nunca te habría abandonado. Ni en un millón de años, por nada del mundo» . Pensar este tipo de cosas, sentir este tipo de cosas, es más que simple deslealtad. Lo sé. Es una traición. Hace que sienta que se me ha ensuciado el alma. Natsu se marchó hace menos de una semana y mírame, lo rápido que me derrumbo. Lo rápido que codicio. Soy una traidora de la peor calaña porque estoy traicionando a mi propia hermana, y no hay traición mayor que ésa. Pero ahora, ¿qué? ¿Qué se supone que debo hacer con todos estos sentimientos? Imagino que sólo puedo hacer una cosa. Le escribiré otra carta. Una posdata con tantas páginas como sea necesario para eliminar los sentimientos que me quedan. Enterraré todo esto de una vez por todas. Voy a mi habitación y busco mi pluma especial, la que tiene la tinta negra negra. Saco el grueso papel de carta y empiezo a escribir.
P.S. Todavía te quiero. Todavía te quiero y es un verdadero problema para mí, y también una verdadera sorpresa. Juro que no lo sabía. Durante todo este tiempo, creí que lo había superado. ¿Cómo iba estar enamorada de ti cuando Natsu es la que te quiere? Siempre ha sido Natsu…
Cuando termino, meto la carta en mi diario en lugar de hacerlo en la sombrerera. Tengo la sensación de que aún no está acabada, de que me queda algo más por decir, pero todavía no se me ha ocurrido el qué.
Me despierto feliz porque es el primer día de clase. Siempre he preferido el primer día de escuela al último. Los primeros son mejores porque son como empezar de nuevo. Mientras Hanabi y papá están arriba vistiéndose, preparo las tortitas preferidas de Hanabi con rodajas de plátano. El desayuno del primer día de escuela siempre era un día especial para mi madre, y después Natsu tomó el relevo, y ahora supongo que me toca a mí. Las tortitas han quedado un poco espesas, no tan ligeras y esponjosas como las de Natsu. Y el café… Bueno… ¿el café debería ser de un color marrón claro como la leche con cacao? Cuando baja papá, exclama en tono alegre:
—¡Huele a café! —Se lo bebe y me da el visto bueno levantando los pulgares, pero me fijo en que sólo toma un sorbito. Se me dan mejor los dulces que la cocina.
—Pareces una granjera —me dice Hanabi con un deje de malevolencia, y comprendo que sigue enfadada conmigo.
—Gracias —respondo. Llevo un mono vaquero corto y una camisa de flores de cuello redondo. Sí que parece un poco de granjera, pero en el buen sentido. Natsu se dejó las botas militares marrones con cordones, y sólo me van un poquitín grandes. Si me pongo calcetines gruesos, me van a la medida.
—¿Me quieres trenzar el pelo a un lado? —le pregunto.
—No te mereces una de mis trenzas. —Hanabi lame el tenedor mientras lo dice —. Además, la trenza sería excesiva.
Hanabi sólo tiene nueve años, pero entiende bastante de moda.
—Estoy de acuerdo —asiente mi padre sin levantar la vista del periódico. Dejo mi plato en el fregadero y pongo la bolsa de la comida de Hanabi junto a su plato. Incluye todos sus favoritos: un sándwich de queso brie, patatas a la barbacoa, galletas arcoíris y zumo de manzana del bueno.
—Que tengas un día fantástico —canturrea mi padre. Adelanta la mejilla para que le dé un beso y me agacho y se lo doy. Intento darle otro a Hanabi, pero aparta la mejilla.
—Te he puesto tu zumo de manzana y tu brie favoritos —le digo en tono de súplica—. No quiero empezar el año escolar con mal pie.
—Gracias —masculla Hanabi. Antes de que pueda detenerme, la rodeo con los brazos y aprieto tan fuerte que se le escapa un chillido. Luego recojo mi nuevo bolso de flores y salgo por la puerta. Es un nuevo día, y un nuevo año. Tengo el presentimiento de que será bueno. Kiba ya está en el coche. Voy corriendo, abro la puerta y entro.
—Llegas a tiempo —dice Kiba. Levanta la mano para chocarla y, cuando se tocan, se oye una palmada de lo más satisfactoria—. Ésa ha sido una de las buenas.
—Por lo menos, un ocho —asiento.
Pasamos a toda velocidad junto a la piscina, la señal de nuestro vecindario y por delante de Wendy's.
—¿Ya te ha perdonado Hanabi por lo de la otra noche?
—No del todo, pero espero que no tarde.
—Nadie guarda rencor mejor que Hanabi —sentencia Kiba, y asiento de todo corazón. Nunca consigo mantenerme enfadada durante mucho tiempo, pero Hanabi te guarda rencor como si le fuese la vida en ello.
—Le he preparado una buena comida de primer día de clase. Supongo que eso ayudará.
—Eres una buena hermana.
—¿Tan buena como Natsu? —salto yo.
Y, juntos, decimos a coro:
—¡No hay nadie tan bueno como Natsu!
Las clases ya han empezado oficialmente y ya he encontrado mi ritmo. Los primeros dos días los hemos perdido repartiendo libros y temarios, y decidiendo dónde se sienta cada uno y con quién. Ahora es cuando las clases comienzan en serio. Durante educación física, el entrenador Asuma nos ha dejado salir para que disfrutemos del sol mientras podamos. Ino y yo estamos paseando por la pista de atletismo. Ino me está hablando de la fiesta a la que asistió durante el fin de semana.
—Casi me peleo con una chica que no paraba de repetir que llevaba extensiones. Yo no tengo la culpa de que mi pelo sea así de fabuloso.
Al girar la curva de la tercera vuelta, pillo a Naruto Uzumaki mirándome. Al principio creí que eran imaginaciones mías, pero ya van tres veces. Está jugando al frisbee con otros chicos. Cuando pasamos por delante, Naruto corre a nuestro encuentro y dice:
—¿Podemos hablar un momento?
Ino y yo intercambiamos miradas.
—¿Ella o yo?
—Hinata.
Ino me rodea los hombros con el brazo en un gesto protector. —Adelante. Te escuchamos.
Naruto pone los ojos en blanco.
—Quiero hablar con ella en privado.
—Vale —espeta Ino y se marcha con un andar afectado, pero mira hacia atrás con los ojos como platos, como si me preguntara: « ¿Qué?» . Me encojo de hombros, como si le respondiera: « ¡No tengo ni idea!» . En voz baja, Naruto dice:
—Que quede claro que no tengo ninguna enfermedad de transmisión sexual.
« Pero ¿qué demonios…?» . Me lo quedo mirando con la boca abierta.
—¡Y-Yo nunca he dicho que la tuvieras!
Sigue hablando en voz baja, pero está furioso.
—Ni tampoco me quedo siempre con el último plato de ramen.
—¿De qué hablas?
—De lo que dijiste. En tu carta. Que soy un egoísta que se dedica a contagiar enfermedades de transmisión sexual. ¿Te acuerdas?
—¿Qué carta? Y-yo no te he escrito ninguna carta…
Un momento. Sí que lo hice. Le escribí una carta hace como un millón de años. Pero no es la carta a la que se refiere. No puede serlo.
—Sí. Que. Lo. Hiciste. Iba dirigida a mí, de tu parte.
Dios mío. No. No. No puede estar pasando. No puede ser verdad. Estoy soñando. Estoy en mi habitación y estoy soñando, y Naruto Uzumaki aparece en mi sueño y me está atravesando con la mirada. Cierro los ojos. ¿Estoy soñando? ¿Esto está pasando de verdad?
—¿Hinata?
Abro los ojos. No estoy soñando y esto es real. Es una pesadilla. Naruto Uzumaki tiene mi carta en la mano. Es mi letra, mi sobre, mi todo.
—¿Cómo… cómo la has conseguido?
—Llegó ayer por correo —a Naruto parece hacerle gracia—. Mira, no pasa nada; pero espero que no vayas diciendo por ahí que…
—¿Te llegó por correo? ¿A… a tu casa?
—Sí.
Me noto mareada. Me noto mareada de verdad. Por favor, ojalá me desmaye ahora, porque así, si me desmayo, ya no estaré aquí en este momento. Será como en las películas, cuando una chica pierde el conocimiento a causa del horror de la experiencia que está viviendo y entonces la pelea tiene lugar mientras ella duerme, y se despierta en el hospital con uno o dos moretones, pero se ha perdido todo lo malo. Ojalá mi vida fuera así, en lugar de esto. Siento que empiezo a sudar.
—Quiero que sepas… qui-quiero que sepas que escribí la carta hace muchísimo tiempo —disparo.
—Vale.
—Como años. Hace años y años.
Ya ni me acuerdo de lo que decía. « De cerca, tus ojos no son solo bellos sino hermosos» .
—En serio, la carta es de cuando íbamos a primaria. No sé quién la habrá enviado. ¿Me la dejas ver? —Alcanzo la carta con la mano, mientras intento permanecer tranquila y no sonar desesperada. Sólo casual y relajada.
Titubea un momento y luego sonríe con su sonrisa perfecta de Naruto.
—No, quiero quedármela. Nunca había recibido ninguna carta como ésta.
Doy un salto y, ágil como un gato, se la arrebato.
Naruto se ríe y levanta las manos en señal de derrota.
—Muy bien, vale, quédatela. Hay que ver…
—Gracias.
Me aparto de Naruto y le doy la espalda. El papel me tiembla en la mano.
—Espera —añade titubeante—. Mira, no tenía intención de robarte tu primer beso ni nada. A ver, no quería…
Suelto una carcajada, una risa forzada y falsa que suena demente incluso para mí.
—¡Disculpas aceptadas! ¡Todo eso ya es historia! —le respondo, y salgo corriendo. Corro más rápido que nunca. Me voy directa al vestuario de chicas. ¿Cómo ha podido pasar? Me dejo caer al suelo. Ya he tenido la pesadilla en la que voy desnuda a clase. También he tenido el combo en el que voy desnuda a clase y olvidé estudiar para un examen de una asignatura de la que no me había matriculado, y el combo en el que voy a un examen desnuda y alguien intenta asesinarme. Esto es lo mismo multiplicado por infinito.
Querido Naruto Namikze:
En primer lugar, me niego a llamarte Uzumaki. Te crees tan guay haciéndote llamar por tu apellido así de repente. Para que lo sepas, Uzumaki suena como el nombre de un viejo con una larga barba blanca. ¿Sabías al besarme que me enamoraría de ti? A veces pienso que sí. Un sí definitivo. ¿Sabes por qué? Porque crees que todo el mundo te quiere, Naruto. Eso es lo que no soporto de ti. Porque todo el mundo te quiere. Yo incluida. Te quería. Pero ya no. Éstos son tus peores defectos: Gritas mucho, y eructas sin disculparte. Das por hecho que a los demás les parecerá encantador. Y si no, ¿a quién le importa? ¡Te equivocas! Te importa. Te importa mucho lo que la gente opine de ti. Siempre te quedas con el último tazón de ramen. Nunca preguntas si alguien más lo quiere. Eso es de maleducados. Se te da bien todo. Demasiado bien. Podrías haberles dado una oportunidad a los demás de ser buenos, pero nunca lo hiciste. Me besaste sin razón alguna. A pesar de que yo sabía que te gustaba Sakura, y tú sabías que te gustaba Sakura, y Sakura sabía que te gustaba Sakura. Pero lo hiciste de todos modos. Tan sólo porque podías. Lo que me gustaría saber es por qué me trataste así. Se suponía que mi primer beso iba a ser especial. He leído al respecto sobre lo especial que debería ser: fuegos artificiales y relámpagos y ondas de sonido colisionando en tus oídos. No experimenté nada de eso. Gracias a ti fue tan común como cualquier otro beso. Y lo peor de todo es que ese ridículo beso de nada me enamoró. Antes ni siquiera habría considerado nada. Sakura siempre decía que eras el chico más guapo de nuestro curso, y yo estaba de acuerdo porque bueno, lo eres. Pero seguía sin ver tu atractivo. Hay montones de gente guapa. Eso no los hace ni interesantes, ni fascinantes ni cool. Quizá por eso me besaste. Para someterme a tu control mental y obligarme a verte de esa manera. Funcionó. Tu pequeña artimaña funcionó. Desde entonces, empecé a verte. De cerca, tus ojos no son solo bellos sino hermosos. ¿Cuántos ojos hermosos has visto en tu vida? Para mí sólo existen unos. Los tuyos. Creo que tiene mucho que ver con tus pestañas. Tienes unas pestañas muy largas. Injustamente largas. No te lo mereces; pero bueno, voy a contarte todas las cosas buenas que me gusta (ban) de ti: Una vez, en clase de ciencias, nadie quería ser el compañero de Choji Akimichi porque huele a sudor y tú te presentaste voluntario como si no importase. De repente, a todo el mundo empezó a parecerle que Choji tampoco estaba tan mal. Sigues formando parte del coro, a pesar de que el resto de los chicos se han pasado a la banda y a la orquesta. Incluso cantas algunos solos. Y bailas, y no te da vergüenza. Fuiste el último chico que pegó el estirón. Y ahora eres el más alto, pero es como si te lo hubieses ganado. Además, cuando eras bajito a nadie le importaba: les gustabas a las chicas, y los chicos te escogían primero para su equipo de baloncesto. Después de que me besaras, me gustaste el resto de séptimo y casi todo octavo. No ha sido fácil verte con Sakura, cogidos de la mano y dándoos el lote en la parada de autobús. Seguro que haces que se sienta muy especial. Porque ése es tu talento, ¿verdad? Se te da bien hacer que los demás se sientan especiales. ¿Sabes lo que se siente cuando alguien te gusta tanto que no puedes soportar el hecho de saber que nunca sentirá lo mismo por ti? Seguramente no. La gente como tú no sufre este tipo de experiencias. Se hizo más fácil después de que Sakura y yo dejásemos de ser amigas. Al menos, no tenía que oír hablar de ello. Y ahora que el curso está a punto de terminar, tengo la certeza de que me he olvidado de ti. Soy inmune a ti, Naruto. Me enorgullece decir que soy la única chica de esta escuela que está inmunizada contra los encantos de Naruto Uzumaki. Todo gracias a que sufrí una sobredosis de ti en séptimo y parte de octavo. Ya no tengo que preocuparme de volverme a contagiar de ti. ¡Qué alivio! Seguro que si te besara de nuevo me contagiaría de algo y no sería amor. ¡Sería una enfermedad de transmisión sexual!
Hinata Hyuga.
