3. Reinicio en lo lejano
Izuku miraba con detenimiento la pequeña tienda que tenía al frente, Elastic Love, inseguro de entrar. Habían pasado 3 días desde que escapó de su tierra natal para aventurarse forzosamente en aquel territorio desconocido. Había llegado a la capital, donde lo recibió el supuesto amigo de Shigaraki, quien lo mantuvo sin descanso hasta terminar con el trámite de sus documentos legales.
Después de todo aquel papeleo, el sujeto a quien conocía como Mr. Compress (se había negado a darle su verdadero nombre) le entregó lo correspondiente. Le había dejado bastante claro que no tenía la mínima intención de relacionarse con él, y que solo estaba cumpliendo con Shigaraki al proporcionarle su ayuda. Tras recibir sus documentos, Midoriya le había preguntado sobre algún lugar al que pudiera ir que fuera discreto, lejos de tropiezos desagradables.
- Tengo amigos en 2 estados que son menos poblados que el resto. Dakota del sur o Delaware. Cada uno a un extremo del país. Lo tomas o lo dejas.
- ¿Cuál es el más frío?
- Dakota.
- Entonces Delaware.
Después de eso, le dio un sobre con dinero y otro papel con un nombre y varias direcciones, la última siendo la única subrayada.
- Aquí probablemente puedas conseguir un trabajo. El resto es para que te guíes.
Y así fue como, tomando distintos autobuses y trenes, el exhausto Izuku había dado a parar a aquella pequeña tienda en aquella incierta ciudad. A pesar de que aún tenía el dinero de emergencia de Kacchan (el que, para su suerte, era en dólares), Izuku sabía que no sobreviviría por siempre de eso. Solo deseaba que quien estuviera al otro lado de la puerta fuera alguien más amable que el indiferente Mr. Compress. Agarró con fuerza el único equipaje que llevaba desde su huida, su bolso. Respiró hondo, y se abrió paso a la tienda.
Las paredes eran de madera, ni tan clara ni tan oscura. El piso era de color beige, y había ventanas rectangulares de un buen tamaño que le daban más claridad al local. Había una mesa rectangular fina en el centro de la tienda con distintas cajas de té. A los lados, pegados a la pared, estaban los estantes con todas las cajas y sobres de té que se mostraban en la fina mesa del centro, además de algunas tazas largas con diseños bonitos también a la venta. Así mismo, el olor de la tienda era bastante agradable.
- ¡Bienvenido!
Al escuchar una voz aguda, dirigió su vista al mostrador. Era una mujer, su cabello rojo fue lo primero en lo que se fijó Midoriya, antes de bajar la vista y ver el banco alto en el que estaba parada. Detrás, había una mesa con varios vasos, y dos máquinas.
Vaya, de verdad es pequeña.
- ¿Ya sabes cuál llevar? Si no, te puedo recomendar lo mejor que tenemos.
Su voz era bastante animada, y no dejaba de atenderlo con su simpática sonrisa.
- Ah, yo en realidad-
Antes de que pudiera seguir, la pequeña había saltado de su asiento y corría hacia los estantes.
- Este es el Baihao Yinzhen, también conocido como Silver Needle, es un té blanco bastante fino, pero para tu suerte no lo vendemos tan caro. También tenemos el té verde Gyokuro, uno de los mejores y más consumidos. Pero si lo que buscas es algo más fuerte pero igual de excelente…
Izuku parpadeó y la encontró al otro lado de la tienda, saltando en otro banco para llegar a una de las repisas más altas y mostrarle otra caja.
- Tenemos el favorito de la casa, el Golden Tips Imperial.
- Todos suenan, um, deliciosos, pero yo-
- ¡Cierto! Creo que, en lugar de ayudarte, te compliqué tu decisión. Disculpa.
Bajó de un salto y volvió al mostrador, sonriendo apenada.
- ¡Ah n-no! No es eso- agitó las manos alarmado. – Es solo que yo venía buscando a un...- sacó el papel donde tenía anotado el nombre y lo leyó con rapidez, - Danjuro Tobita. Pero parece que me equivoqué. – sonrió avergonzado.
- Oh, claro que no, él está aquí. ¡Gentle! ¡Te buscan!
Por la puerta junto al mostrador, salió un hombre alto, con el pelo peinado hacia tras. Su apariencia era refinada, pensó Izuku. Sus ojos celestes se enfocaron en la pequeña pelirroja, y luego en él. Dio un respingo, sintiéndose un poco temeroso.
- ¿Problemas para decidir el mejor té? – miró al peliverde, y se acercó despacio. – Yo siempre recomiendo el Golden Ti-
- No creo que sea eso Gentle.
El peliblanco alzó una ceja, dedicándole una mirada interrogante al pecoso, quien tenía que alzar bastante la vista para ver al hombre frente a él.
- Pues yo, me mandó, este, um- al escuchar la risa del ojiceleste, se detuvo.
- Tranquilo muchacho, no te voy a morder. ¿Por qué no te tomas un té? Invita la casa. De esa manera puedes calmar esos nervios.
Asintió, y se sentó en uno de los bancos altos mientras le pelirroja le preparaba su bebida. Jugueteaba con sus manos en un intento de tranquilizarse. Se sentía avergonzado, y pensaba que la oportunidad de obtener trabajo allí se había evaporado. Miró el vaso que le tendió Danjuro Tobita, y agradeció en un murmullo. Sopló con delicadeza y dio el primer sorbo. Sus ojos se iluminaron ante el delicioso sabor. Antes de darse cuenta, se había terminado medio vaso.
- ¿Exquisito verdad? – inquirió la pelirroja.
- Es el mejor té que he probado hasta ahora. – dijo con honestidad. El ojiceleste rio con cordialidad.
- Pues claro, aquí tenemos solo lo mejor de lo mejor. Entonces, que era lo que me querías decías antes, ¿joven…?
- Me llamo Izuku Midoriya. Lamento no haberme presentado antes. – bajó levemente la cabeza.
- Oh tranquilo, yo tampoco me he presentado. – la pelirroja le extendió su mano, mirándolo con simpatía. – Yo soy Manami Aiba.
- Mucho gusto – sonrió Midoriya devolviéndole el saludo.
- Y yo soy Danjuro Tobita. Aunque si preguntaste por mí es porque ya me conocías.
- Llegué hace unos días a este país, y necesitaba trabajo, así que Mr. Compress me dijo que podía venir aquí y que usted me ayudaría con eso.
Al mencionar el seudónimo, Manami miró con cierto asombro a Danjuro, quien se cruzó de brazos.
- Con que Mr. Compress.
Izuku volvía a sentir un cosquilleo en su garganta.
- Él me dijo que podría ayudarme. Pero si no tiene algún puesto disponible-
- Espera un momento. ¿No te dijo su nombre? - el peliverde negó. No sabía si solo era su percepción debido a los nervios, pero sentía que Danjuro y Manami ahora lo miraban diferente, más precavidos, calculadores.
- ¿Y cómo fue que conociste a Mr. Compress?
- Pues…
Un hombre poderoso en Japón me dio su número y lo obligó a ayudarme tras escaparme de mi país. Ahora dudaba de la supuesta amistad entre aquel señor de sombrero alto que se había negado a revelarle su verdadero nombre y su interrogador.
Y tanto maldijo en su mente que se había olvidado de que alguien lo estaba cuestionando. El suspiro del peliblanco lo sacó de su trance.
- Solo respóndeme una cosa, ¿no eres un asesino o algo por el estilo verdad? – el peliverde abrió los ojos como platos, y por poco soltó el vaso que tenía en sus manos.
- ¡No! ¡Le aseguro que nunca he matado a nadie! ¡Estoy a favor de la vida!
Midoriya se esperaba una advertencia, una amenaza, o lo más certero, un rechazo y que lo sacaran de una sola patada de la tienda. Lo que no se esperaba era la risa de ambos. Pasaron varios minutos de desconcierto hasta que se tranquilizaron, mirándolo nuevamente de buena manera.
- ¡Que cruel Gentle!
- No te preocupes muchacho. No sé qué problemas habrás tenido en tu tierra, pero de haber sido quien los causaras, no sería Atsuhiro el que te hubiera mandado aquí. No le digas que te dije tu nombre. – Izuku no sabía si lo decía en serio o no, debido a su sonrisa burlona. De igual manera, no tenía la menor intención de volverse a cruzar con él.
- Pasado mañana empiezas, entonces. – al escucharlo decir eso, lo miró con un brillo en sus ojos.
- Muchas gracias. Prometo que no se arrepentirá.
- Te explicaré el horario mañana. Sé puntual. – Manami le guiñó el ojo.
- De veras, muchas gracias. – se terminó su té, y bajó del banco. Sin embargo, recordó otro detalle importante. – Lamento molestarlos de nuevo, pero, ¿saben en dónde puedo conseguir un lugar no muy caro en el que puedo quedarme?
Habían pasado 3 meses desde aquel día en el que Izuku Midoriya se adentró en la tienda de té en la que ahora trabajaba. Danjuro y Manami habían sido, para su suerte, bastante hospitalarios. Se tomaron un día para señalarle distintas opciones en las que podría quedarse sin gastar en demasía. La primera semana se tomaron su tiempo para hacerlo entrar en confianza con ellos, o que al menos se sintiera menos intimidado. Eran bastante pacientes en lo referente a enseñarle los tipos de té que vendían, así como ayudarlo a que dominara las máquinas para hacerlos. Izuku suponía que su paciencia se debía a lo extrañamente apasionados que la pareja era con el té, mientras más podían hablarle de eso, mejor para ellos.
En esos meses, había aprendido varias cosas de ellos. Manami era mayor que él por unos pocos años, mientras que Danjuro lo era por 12 años. Ese fue uno de los motivos por los que le repetían al pecoso que no había necesidad suya de tratarlos a ellos como 'usted'. Otra cosa, que ya sospechaba, era que ambos estaban casados. También descubrió que Danjuro solía llamar a Manami como "La Brava", mientras que ella le decía "Gentle" o "Gentle Criminal".
La razón de estos sobrenombres era que, poco después de estrenar su negocio, un par de ladrones habían tratado de robarles, y cuando la policía había arribado, Danjuro y Manami tenían noqueados a ambos sujetos. Lo curioso era que Danjuro había utilizado la menor dosis de violencia para dejarlos inconscientes, apenas unos golpes y ya los había vencido, mientras que Manami, lejos de asustada, se encontraba furiosa de que 2 idiotas trataran de estropear su nuevo negocio, y se había lanzado sobre uno de ellos en lo que Danjuro reaccionaba. Manami Aiba le había contado ese suceso en el descanso que tenían para almorzar.
Izuku nunca les hablaba de él ni de su pasado. Danjuro y Manami habían captado la hesitación del peliverde sobre ese asunto, por lo que nunca insistieron. Él estaba satisfecho escuchándolos a ellos, y ninguno tenía problema con eso.
Ya no era tan abierto, ni tan afable como antes. Algo inevitable, pensaba para consolarse. Y es que en parte lo asustaba, porque si se ponía a comparar su 'yo' actual con el 'yo' pasado, temía identificar muchas diferencias. Lógicamente, atribuía su cambio a lo vivido hace 3 meses. Tan concentrado había estado en desaparecer por completo y ajustarse a su nueva vida que no había considerado el efecto de todo aquello en él. No deseaba convertirse en alguien que él no supiera reconocer, pero sabía que no podía ser el mismo que solía ser antes de la nefasta llamada telefónica. Cierta inocencia o una injustificada seguridad, al olvido.
Cuando se aventuraba de noche por las calles de aquella ciudad desconocida, se daba cuenta de que en verdad se encontraba solo. Tan solo, tan extraño y familiar para él. Al pensarlo, a veces se le venía el recuerdo de cuando perdió a su madre, una época oscura en la que decidió aislarse del mundo.
A veces Ochako-chan intrusaba en su mente, y Midoriya la imaginaba feliz en su hogar, porque eso era lo que se merecía su entrañable castaña, nada más que felicidad. No se atrevía a pensar en las posibles dudas que Ochako podría tener sobre su ausencia, si se encontraba vivo o muerto, con suerte lo primero, porque él sabía que ella estaba bien, mas tras esa despedida, ella no tendría idea, probablemente jamás la tendría. Aquello solo lo llenaba de culpabilidad.
Otras veces, la imagen de Kacchan a su mente, en los momentos en los que tenían sus disputas fuertes, cuando Kacchan se mostraba más distante, y se negaba a responder sus dudas, todas vinculabas a su trabajo, porque Izuku sabía que tenía que ver con eso, entonces Kacchan desaparecía un día entero, y al volver, se hallaba calmado, y ambos se reconciliaban. Hubo pocas de esas, pero la tercera vez, Izuku lo siguió. Recelaba que talvez hubiera alguien con quien su novio se estuviera viendo, y eso lo llenaba de unos celos que le causaban vergüenza. Lo siguió, y se sorprendió de verlo solo, bajo el puente en el que tantos sucesos importantes entre ambos habían ocurrido, tranquilo, hasta que lo escuchó llorar. Entonces se había alejado corriendo, llorando por él y por Kacchan.
Llegado a ese punto, pensó que, a partir de ciertas cosas, la soledad no resultaba difícil de asumir. Instalarse en la soledad como instalarse en una ciudad desconocida. Levantarse una hora antes para alistarse, tomar un bus o caminar, presenciar los mimos entre sus jefes y partir caminos al cerrar, teniendo con suerte una noche sin pesadillas protagonizadas por Tomura. Saber que eso podría durar toda una vida, y que él tendría que resignarse a envejecer solo, estancado en esa ciudad como en cualquier otro rincón perdido del mundo, mientras ese mundo continuaba girando impasivo, cruel, indiferente.
Faltaban 10 minutos para que diera la hora para cerrar cuando 2 clientes entraron a la tienda. Un chico y chica. Ambos eran de su misma edad, probablemente. Desde el mostrador, Izuku notó que la chica tenía un cabello bastante largo. Estaba recogido en una cola de caballo, pero ella se veía igual de elegante como si estuviera vestida para una gala. El chico iba detrás suyo, silencioso, mientras ella leía los nombres en 2 cajas de té y se decidía por una. El chico tenía una cabellera curiosa, dividida en 2 colores justo por la mitad. Cuando se acercaron al mostrador, vio que sus ojos eran de la misma manera, de 2 colores distintos, pero eso no le quitaba su atractivo.
La chica pidió amablemente un té, que fuera el mismo de la caja que iba a comprar. El chico miró sin mucho interés el tablero en la pared detrás del mostrador, y pidió un té de jazmín. Izuku los preparó con rapidez (ya dominaba las máquinas y conocía el proceso de memoria) y le entregó un vaso a cada uno, junto con una funda que tenía la caja que compró la chica. Mientras ella, Momo Yaoyorozu (le había dado su nombre para la cuenta), murmuraba lo delicioso que estaba el té, con el rabillo del ojo vio que el chico (no tenía su nombre puesto que la pelinegra le había invitado la bebida) lo estaba mirando, ahora con interés.
- Es hora de cerrar – dijo al ver nuevamente la hora.
- ¿Tan pronto? – se sorprendió un poco al escuchar la voz del heterocromático, puesto que no había dicho ni una sola palabra desde que lo vio entrar.
- Cerramos – repitió. No fue tan simpático como esperaba, pero no solía serlo con los clientes por más que quisiera, lo que era parte del cambio en él que lo aterraba.
Tratando de verlo con discreción, notó que la piel de la chica era más clara que la de él. También vio la extraña cicatriz en su lado izquierdo, donde su ojo era de un turquesa cristalino. Su otro ojo era oscuro, de un gris opaco, casi marrón talvez. Sus brazos lucían fuertes, y se imaginó aprisionado en ellos. Alejó esa idea. No negaba que era guapo. Eso era un hecho, no una opinión, concluyó Izuku en su intento por ser objetivo.
- ¿Podemos terminar?
Había levantado la taza, para hacer referencia a la bebida. Volvió a enfrentarse a sus ojos bicolores. Parecían como si lo estudiasen como él lo había hecho hace un minuto. Eran lindos, dos agraciadas perlitas. No sonaba quejumbroso, como si demandara más tiempo, más bien, lo solicitaba, como un permiso. Tenía un flequillo en medio de sus perlas, lo que impedía que el cabello le molestara la vista. Pensó que probablemente buscara prolongar su estadía en la tienda. Lo pensó, tan solo.
- Claro.
Miró el reloj. 10:47 am. Era la cuarta vez que lo veía tras haber terminado su desayuno hace media hora. Estaba acostado en su sofá, con la televisión prendida a pesar de no estar prestando atención lo que proyectaba. Se había despertado tarde, con un intenso dolor de cabeza. Cuando la llamó a Manami Aiba con el teléfono inalámbrico de la sala para darle la noticia, esta le dio el día libre, para que se recuperara, y le dijo que, si seguía sintiéndose mal para el día siguiente, que no se preocupara.
De modo que ahí se encontraba, tendido en su sofá verde helecho de 3 plazas, esperando a que la pastilla que tuvo que ir a comprar a la farmacia de la esquina surtiera efecto. Los sonidos de la televisión empezaban a fastidiarlo, por lo que la apagó. Por enésima vez, decidió repasar el hueco en el que ahora vivía.
La puerta blanca estaba en la esquina, y cuando la abría, chocaba con la pared dejándola en un ángulo de 90 grados. A lado se hallaban las alacenas, encimeras y la cocina. A dos pasos había una mesita oscura con sus medicamentos recién comprados. Luego el sofá verde helecho, en el que había tratado de conciliar el sueño sin éxito, y otra mesita frente a un sillón del mismo color que el sofá. La televisión estaba a 7 pasos. Había un comedor con un espacio de 4 sillas (aunque solo tenía 2) en medio de la sala y cocina. Una pared blanca dividía el espacio público de su hueco con el privado. Del otro lado solo estaba su habitación y el baño. Eran 4 zonas sencillas a las que llegaba con facilidad.
No había nada allí que lo personalizara. Tampoco podía hacer algo para adornarlo y volver aquel hueco uno propio; le era difícil encontrar las figuritas con las que había adornado su antiguo hogar, y aun si las encontrara, seguramente saldrían bastante caras. Suspiró con pesadez, sintiéndose sofocado. No era que deseara más, era sencillo y suficiente para una sola persona, y le bastaba, solo que no era un hogar. Miró por la ventana abierta, sintiendo la brisa refrescarlo. Vivía en el segundo de 4 pisos. 8 departamentos en total. De sus vecinos conocía nada o lo esencial.
Lo esencial: arriba suyo vivía un padre soltero con sus 2 hijos. A veces el niño lo saludaba cuando lo encontraba en la planta baja, o dibujando en las escaleras. Su hermana mayor siempre lo ignoraba. En el primer piso vivía un pelinegro de ojos rojos, siempre vestido del mismo color que su cabello, y con una capucha sobre su cabeza. En el departamento frente al suyo habitaba una chica a quien nunca había visto, pero que sabía que era chica porque una vez la escuchó discutir con alguien a altas horas de la madrugada. Midoriya estuvo a punto de ir a tocar a su puerta esa noche para pedir que bajara la voz. También era la única, junto con el padre soltero, que tenía su apellido impreso a un lado de la puerta, el de ella leía Hagakure. De ahí, conocía nada.
Midoriya fue al baño, se cambió, y con el dolor de cabeza casi erradicado, salió de su hueco. Metió sus manos en los bolsillos de su chaqueta al salir a la calle. Pensó adónde ir. Ya era casi mediodía. Vislumbró un local de comida a su izquierda. Recordó un restaurante japonés que había visto hace 2 semanas, y al que hubiera entrado de haber llevado su billetera. Ahora la cargaba en el bolsillo de su pantalón, así que se daría el lujo de ir a explorar. Con suerte, servirían su plato favorito, Katsudon, y con más suerte aun, sería igual de sabroso como lo era en Japón.
Ah, Japón. ¿Por qué ahora solo rememoraba lo peor que vivió allá? Bajó la cabeza y se miró las cicatrices en el brazo derecho. Cuando se lanzó hacia el árbol, y caía apresuradamente, las ramas le dejaron varios cortes en sus extremidades, pero las de su lado derecho habían sido mucho más profundps y graves. Después de que Shigaraki accediera a ayudarlo, había podido curarse, sin embargo, se sorprendió días después por las cicatrices que quedaron.
- ¡Cuidado!
Sintió como lo agarraban con fuerza en el brazo, jalándolo hacia atrás. Solo vio un taxi pasar a toda velocidad enfrente suyo antes de que la misma mano lo girara hacia su dirección.
- ¡No sé en que estés pensando, pero es muy peligroso andar distraído cuando vas a cruzar la calle! ¡Además, es ilegal cruzar cuando está en rojo!
Miró desconcertado al joven de lentes, quien, aparentemente, lo estaba regañando. Su cabello azul azabache estaba debidamente peinado, y sus ojos lo miraban como si hubiera cometido una travesura.
- Oh. Lo siento. – contestó poniendo distancia entre el azabache y él.
- Pudiste causar un accidente. ¡Anda con cuidado!
Lo vio tomar una dirección distinta y alejarse. Volvió a pensar en el restaurante. Quedaba lejos, debía tomar el metro subterráneo. Miró con cuidado la estación y subió al indicado. Había un último puesto disponible junto a la puerta, y se sentó. Poco después de que el metro empezara a moverse, divisó a un anciano agarrado a la barra. Lo llamó y le ofreció su puesto.
- No se moleste por mí, joven.
- No es ninguna molestia, insisto.
Lo convenció y se metió en el mismo espacio en el que estaba el anciano. Se agarró a la barra, mirando la puerta, esperando llegar rápido a su restaurante. De pronto, escuchó unos ruidos, más bien quejidos, cerca de él. Buscó con la mirada quien los provocaba, y deslumbró a una chica rubia, junto a la puerta, moverse con incomodidad. Se acercó con cuidado y se quedó estupefacto al ver como un hombre alto, castaño y delgado le estaba agarrando y apretando el trasero. Miró con discreción el rostro de la chica, lo cual fue un poco dificultoso puesto que trataba de esconderlo, y supo que batallaba para no dejar caer ninguna lágrima. Respiró hondo, exhaló, y le agarró la muñeca con fuerza al castaño para apartarle el brazo con brusquedad.
- ¿¡Qué te pasa!?- le gritó indignado. Midoriya se sorprendió ante su audacia. Pero el rostro aliviado de la rubia le dio fuerzas.
- Estás acosando a una mujer. Deberías preguntarte a ti mismo que diablos te sucede.
Él conocía de primera mano lo asqueroso que era aquello. No dejaría que aquello ocurriera si estaba en su capacidad, pero reconocía que no era tan fuerte, y la mirada asesina que le propiciaba su contrincante estaba dándole nervios. Los gritos del castaño fueron suficientes para acaparar varias miradas de todos alrededor.
- Deja de inventar estupideces, imbécil. – su tono era amenazante, además de que se había acercado mucho más al pecoso. Los murmullos y miradas atentas no cesaron.
- ¿Te crees muy hombre para hostigar a la pobre chica, pero no para reconocerlo? El que debe dejar de inventar cosas eres tú. Fácilmente podría meterte una demanda para quitarte las ganas de volverlo a intentar.
Juró escuchar los dientes de su contrario rechinar. Ya había cumplido con su buena acción, no estaba en sus planes meterse en una pelea que no iba a ganar.
Y tal como Midoriya deseaba evitar; en un parpadeo, el chico ya lo tenía agarrado del cuello de la camisa, y no tuvo tiempo para reaccionar cuando le estampó la cara con un puñetazo. Algunas señoras gritaron, otros señores agarraron al chico, y la rubia lo miró espantada, el miedo impidiéndole disculparse como era debido. Sonó la voz del conductor avisando que habían llegado a la estación, y el chico logró zafarse del agarre ajeno y huyó de la escena.
Midoriya se levantó con pesadez, sin mirar a nadie y salió buscando un baño para atender su hemorragia. Maldijo en su mente al acosador mientras se lavaba la sangre. Agarró un papel, y se lo quedó mirando. Hizo la cabeza para atrás, pensando en meterse el papel por la nariz y dejarlo ahí hasta que parara el sangrado.
- Oye.
Se giró, y poco le faltó para infartarse cuando vio al chico de cabello bicolor parado a su lado.
- Solo aprieta la parte blanda de tu nariz por unos minutos.
A pesar de que la hermosa mirada heterocromática estaba sobre él, se dio la vuelta para confirmar que le hablaba a él y no a nadie más. Se sintió ridículo al comprobar que nadie, aparte de ellos dos, estaban en el baño. Hizo caso a la instrucción del semi albino, y mantuvo su nariz apretada. Miró rápidamente hacia abajo, y se sintió aliviado al ver que su ropa no estaba manchada de sangre.
- Gracias.
No sabía si seguir mirando al heterocromático, así que apoyó su espalda en el lavabo mientras esperaba. De reojo, vio que el semi albino se acomodaba en la misma pose. Izuku se preguntaba porque seguía allí. Tampoco era que se quejaba.
- Lo detuvieron antes de que saliera de la estación.
Volvió a mirarlo. Ya no dudaba de que le estaba hablando a él. El bicolor tomó su silencio como invitación a que prosiguiera.
- Al que molestaba a la chica.
- Oh.
- Fue muy estúpido que te haya golpeado, solo lo hizo ver más culpable.
No sabía que responder a eso. Asintió.
- ¿Duele mucho?
- No. Y creo que ya se detuvo. Gracias, por el consejo y avisarme.
El contrario asintió.
- Soy Shoto. Shoto Todoroki.
- Izuku Midoriya.
Hubo otro silencio. A pesar de que Midoriya no deseaba que la conversación terminara allí, el hambre lo empezaba a hostigar.
- Yo iba en camino a un restaurante japonés. Creo que se llama Yamato. ¿Sabes dónde está?
Para su fortuna, Todoroki asintió.
- Aún no he almorzado. ¿Te importaría si te acompaño?
Estaban sentados en una mesa al lado contrario de donde estaban las ventanas, junto a varias pinturas que retrataban distintos árboles japoneses. El lugar era grande, y varias mesas estaban llenas. Izuku había pedido katsudon, y Shoto soba frío.
- Es mi favorito. – le había dicho. Izuku le dijo lo mismo.
El diseño interno del restaurante le hacía recordar un poco su país de origen, la cual era la segunda razón por la que se encontraba un poco emocionado. La primera era el muchacho sentado frente a él, que lo miraba con curiosidad.
En el trayecto hacia el restaurante, habían intercambiado información superficial, la que era correspondiente a dos personas que se habían visto ya una vez y tenían intenciones de conocerse un poco más. Shoto residía en Nueva York, pero visitaba Delaware a menudo porque allí vivía su hermano y hermana con su madre. Por otro lado, Izuku apenas llevaba 4 meses viviendo allí, y, como Shoto sabía, trabajaba en la tienda de té, Elastic Love.
- Japón. Queda bastante lejos.
- Sí.
- ¿Tienes familia allá?
Negó, a pesar de que Ochako se le vino de inmediato a la cabeza. No se sentía con ganas de explicar nada. Todoroki asintió. Aquello fue suficiente para que cesara con las preguntas íntimas.
- ¿Y qué tal tu estadía aquí? ¿Te gusta?
Izuku sonrió sin humor.
- Sin contar ese puñetazo, supongo que bien. Algo monótono, pero estoy vivo y eso es bastante.
Sonrió un poco más; solo él podía entender la profundidad de su respuesta, aunque Todoroki parecía analizarlo.
- ¿Aun trabajas en esa tienda?
- Sí. – se apretó la muñeca, buscando la valentía para formular su pregunta. – Creo que no volviste desde esa vez. ¿El té no es lo tuyo?
- Nunca había ido antes, pero la amiga con la que estaba sí, y quería llevarme antes de que volviera a Nueva York.
Izuku asintió. A la pelinegra si la había visto volver varias veces. Llegaron los platos de ambos y se dispusieron a comer, soltando uno que otro comentario entre bocados. Para suerte de Midoriya, el katsudon sabía exquisito, y con cada mordisco se sentía devuelta en Japón. Miró a Shoto, que comía sin mostrar ninguna expresión. Durante toda la conversación, el rostro de Todoroki se había mostrado inexpresivo. Aquello no lo molestaba a Izuku, aunque lo hacía pensar cómo se vería si sonriera. Talvez, siendo demasiado optimista, podría verlo sonreír en un futuro.
Lo había vuelto a ver, ya lo había creído imposible, pero ahí estaban, comiendo katsudon y soba frío juntos, en un restaurante bonito en una ciudad ya no tan ajena como lo era minutos antes.
Se puso a pensar por que se había interesado tanto en ese reencuentro. ¿Por qué había esperado a volver a verlo?
- Déjame invitarte.
La oferta lo trajo de nuevo a la realidad.
- Oh, no es necesario en serio. – agitó las manos, inquieto. Todoroki se encogió de hombros, sin desistir.
- Siento que alguien debería agradecerte. Por lo que hiciste en el metro.
- No fue nada que debería recompensarse. Cualquiera con sentido común habría hecho lo mismo.
- Créeme que muy pocos son los que se atreverían a intervenir como tú. Insisto.
Midoriya lo pensó.
- Pues entonces, yo invito la próxima vez.
Sentía su rostro acalorado.
- Está bien.
Salieron después de que Shoto pagara la cuenta. Caminaron sin rumbo por las calles, desviándose por algunos parques, y regresando a las vías. Cuando la noche comenzaba a caer, Midoriya comentó que debía retirarse. Todoroki asintió.
- Cuando…
El pecoso se giró. Estaba oscuro, pero podía verlo, y parecía mostrarse un poco avergonzado.
- ¿Qué día estás libre?
- Creo que el próximo viernes.
- ¿Y si me pasas tu número? – la mirada intensa del peliverde hizo que Todoroki volviera a hablar con rapidez. – Para confirmar el día.
- No tengo celular.
Se sintió estúpido.
- Pero me aseguraré de comprar uno esta semana. Aunque también tengo teléfono inalámbrico.
Todoroki le entró un papelito con su número escrito. Lo miró con sus ojos heterocromáticos, totalmente concentrados en él. El ojiverde fue capaz de apreciar ambas perlas brillar a pesar de que ya estaba oscuro. Y para culminar de la mejor manera aquel día, Midoriya lo escuchó reír.
- Llámame cuando puedas.
Y con eso, lo vio marchar. Midoriya regresó sin prisa a la estación, tratando de controlar los intensos latidos que le retumbaban en el pecho. En lo único que podía pensar, en su camino a casa, era en la melódica risa de Todoroki, y que haría lo que fuera para volverla a escuchar.
