Capítulo 2:

Un dragón en el jardín

La Mansión Malfoy es ostentosa. Harry está parado frente a una enorme verja de hierro oscuro. Tiene grabados en los barrotes y el escudo de la familia Malfoy tallado en el centro. Hay dos gárgolas a los lados y Harry se da cuenta de que ambos son dragones. La imagen le hace sonreír.

—Son Colacuernos Húngaros.

Desvía la vista para encontrar a Draco en medio del camino terroso. Debe haberse aparecido, porque no le ha escuchado venir. Le ve agitar su varita y las puertas se abren con un movimiento silencioso.

—Muy protectores —comenta, caminando hacia el rubio.

—Están hechizados para que se conviertan en auténticos dragones si alguien ataca la casa.

—Es una suerte que no me haya aparecido dentro de la propiedad entonces.

Draco ríe levemente, conduciéndole por el camino hacia la Mansión.

—Por lo que Hermione presume de ti, diría que serías capaz de domesticarlos antes de que te atacasen.

—No se puede domesticar a un dragón —Malfoy arquea un ceja curiosa hacia él, así que añade:—. Puedes domarlos, y hacer que te hagan caso de vez en cuando, pero al final harán lo que quieran.

—No sé mucho de dragones, salvo lo que he leído en los libros —admite el rubio. Rodean la mansión y avanzan por un camino lleno de enredados hasta el jardín de atrás—. En realidad esta es la segunda vez que veo un dragón. La primera fue en el Torneo de los Tres Magos y no presté mucha atención, la verdad.

Harry cabecea distraído. Draco no mentía al decir que el jardín era grande. Por lo que puede observar, debe medir hectáreas enteras. Hay un campo de césped perfectamente cortado a ambos lados de la senda de tierra con algunos árboles que están empezando a florecer. Tiene una fuente a un lado con un estanque lleno de nenúfares donde hay un par de patos bañándose.

—Creo que he vivido en pueblos más pequeños que tu jardín —Draco sonríe hacia él, luciendo algo incómodo, como si estuviera avergonzado delante de Harry—. ¿Qué es eso?

Señala hacia una larga fila de setos bien cortados. Hay una puerta en medio, y puede ver un pasillo lleno de rosales.

—Es un laberinto.

—Un laberinto —repite, asombrado.

—Mi tatarabuelo era un poco ostentoso.

—¿Y que hay en el centro? —pregunta con curiosidad.

—No lo sé, nunca lo he resuelto. Intenté hacerlo de pequeño, pero terminé perdido. Un elfo tuvo que rescatarme.

Harry se imagina la escena en su mente y no puede evitar reír en voz alta. Por suerte, Draco no parece ofendido, sino que sonríe abiertamente. Se da cuenta entonces de lo fácil que es hablar con él y de lo extrañamente cómodo que se siente a su alrededor, lo cual es un hito, ya que a Harry no se le da bien interactuar con nada que no fuesen dragones.

Ese último pensamiento le recuerda porqué está ahí.

—Estás demasiado tranquilo para alguien que tiene un dragón salvaje en el jardín de su casa.

De hecho, Draco parece completamente relajado, caminando con su túnica azul hondeando con el viento, su cabello peinado a la perfección y su rostro sosegado. Recuerda que también se le veía así cuando iban al colegio. Draco siempre ha tenido un temple digno de admirar.

—Si he de ser sincero, entré en pánico hace unas horas, cuando lo encontré. Luego vi que el dragón parecía más asustado de mí que yo de él y Hermione me dio una solución, así que decidí mantener la calma —contesta. Luego se gira hacia Harry y le regala una pequeña sonrisa presumida—. Además, he puesto un hechizo en el invernadero para aplacar las llamas que el dragón pueda expulsar y he cambiado las barreras de la mansión para que no pueda entrar, en caso de que decida salir de allí.

Harry cabecea, pensando en lo inteligente que ha sido por su parte. Si él no estuviera habituado a tratar con dragones, no habría reaccionado tan bien como Draco.

—¿Ha sido agresivo?

—No, estaba acurrucado en un rincón del invernadero. Parecía dormido —llegan a una zona llena de invernaderos. Draco señala uno frente a él, el cual tiene un agujero en el techo por el que debió entrar el dragón—. Está ahí dentro.

Harry camina hasta la puerta, sacando la varita de la funda que tiene alrededor de su antebrazo izquierdo. Respira hondo para retener su magia, su olor y cualquier otra cosa que pueda agitar al dragón y abre la puerta con cuidado. Lo primero que le llama la atención es el olor a ceniza y ozono que hay en el ambiente. Luego se fija en masa de plantas y mesas que hay quemadas en el suelo, así que el olor no le sorprende del otro.

—Creí que habías dicho que no era agresivo —dice, mirando por encima de su hombro hacia Draco.

—Bueno... intentó quemar al elfo que lo encontró —el rubio sonríe, culpable.

Emite un ruido no comprometido y entonces se fija en el dragón.

Tal y como ha dicho Draco, el Hyalino está acurrucado en la esquina más alejada de la puerta, justo debajo del agujero que él mismo ha hecho. Es más pequeño que un dragón normal, aunque Harry ve rápidamente que no se trata de una cría. Un dragón joven, tal vez. Lo contempla con atención, admirando al animal. La única vez que ha visto a un Hyalino fue en una reserva en Rusia, y a penas había sido capaz de distinguirlo desde lejos. Ahora, viéndolo de cerca, entiende porqué algunos domadores afirman que es el dragón más hermoso que existe. Tiene la piel de un color azul claro, casi blanco, lo cual le ayuda a camuflarse en la nieve, su habitad natural. Su piel es tan fina, que en su cola pueden apreciarse las vértebras de sus huesos, lo que le indica que su pensamiento de que es un dragón joven es acertado, puesto que los mayores tienen la cola más oscura. Sus alas están recogidas, pero Harry sabe por lo que ha estudiado, que también son transparentes.

—Quédate fuera —ordena hacia Draco.

Da un paso dentro del invernadero. El dragón se agita al segundo siguiente, levantando la cabeza y mirando fijamente a Harry. Está agazapado sobre sus cuatro patas y la cola se eleva un poco del suelo en señal de advertencia. No es una postura agradable, porque significa que el animal está alerta y a la defensiva. Harry espera, cauteloso. Se queda en la puerta, con los hombros tensos y su atención completamente centrada en el dragón. No levanta su varita, aunque es consciente de que podría necesitarla en cualquier momento.

Intenta avanzar un paso más, pero se detiene en seco cuando el dragón emite un sonido bajo y peligroso, agitando su cola y resoplando por el hocico.

—Está bien —susurra. Dobla las rodillas para colocarse de cuclillas y demostrar que no es una amenaza—. Me quedo aquí.

Eso no tranquiliza al animal, pero a Harry siempre le tocan los dragones más tercos y orgullosos, lo que le ha llevado a desarrollar una paciencia del tamaño de un continente, así que se queda en la misma posición y confía en que el dragón se calme en algún momento. Lo hace muchos minutos después, cuando a Harry ya han empezado a dolerle los músculos por la incómoda posición. El dragón parece aburrirse de él cuando ve que Harry no pretende moverse, y vuelve a su posición acurrucada, aunque sin perderle de vista.

Suelta un suspiro inaudible y sus hombros se relajan un poco. Levanta su varita con un movimiento suave y pausado para no alertar al animal y conjura un débil aguamenti hacia el techo que recrea un fina lluvia. El dragón levanta la cabeza, alertado, así que Harry se apresura a congelar las gotas, provocando así que caigan pequeños copos de nieve en el invernadero.

Aguanta la respiración cuando el dragón se queda completamente quieto y, luego, mueve la cola. Es casi imperceptible, pero Harry ha sido capaz de ver el movimiento y eso le hace sonreír un poco. Un dragón que mueve la cola suavemente, es un dragón contento. Se pone en pie, agradecido de que el Hyalino esté más concentrado en la nieve que ha creado que él y aprovecha para salir del invernadero.

—¿Está bien? —la mirada de Draco se traslada entre la ansiedad y la curiosidad. Está retorciendo las manos y sus hombros se ven tensos.

—Está a la defensiva, como cualquier dragón delante de un humano —responde, cerrando la puerta tras de sí—. No sé si está lesionado, ya que no parece dispuesto a moverse.

—¿Eso será un problema?

Harry suspira, volviendo a guardar su varita en la funda.

—Hay que sacarlo del invernadero para que podamos llevarlo a la Reserva con un traslador. Podemos dormirlo, pero no sería recomendable hacerlo en una situación de estrés como esta.

—¿Cual es el plan, entonces?

Pasa una mano por su cabello, apartando algunos mechones que se han descolgado de su coleta.

—El plan ideal sería ganarme su confianza, sacarlo de ahí y llevarlo a Rumania. Por desgracia, es un plan que llevará varios días —explica con cautela, atento a la reacción del otro. Draco, para su sorpresa, no parece ni incómodo ni molesto por tener a un dragón en su propiedad, ni por el hecho de que Harry tendrá que volver allí hasta que consiga sacar al animal—. Escribiré a la Reserva que hay en Groenlandia y que trabaja con Hylinos, pero están bastante aislados y no suelen ser rápidos en responder las cartas, así que eso también podría llevar su tiempo.

—De acuerdo.

—Me temo que tendrá que venir aquí e invadir un poco de tu privacidad hasta que esto se solucione.

—No pasa nada —Draco responde demasiado rápido y con más entusiasmo del normal. Parece notarlo, porque se apresura a justificarse bajo la mirada divertida y extrañada de Harry—. Quiero decir, no es una situación ideal, pero mientras el dragón no se coma a un elfo o algo así, está bien.

Harry asiente y decide no prestar atención al leve sonrojo que muestran las mejillas de Draco, ni al hecho de que su propio corazón se precipita un poco. Por el contrario, prefiere apartar la mirada y concentrarse en su trabajo, que es para lo que ha ido allí.

—¿Tienes árboles frutales? —pregunta, observando el enorme jardín.

—Sí, tenemos naranjos, manzanos y perales. También tenemos arbustos de frambuesas y fresas —el rubio parece contento por el cambio de tema, si la manera en la que sus hombros se relajan cuenta para algo—. ¿Por qué?

—Los Hyalinos son aficionados a la fruta. No es común encontrarla en su habitad natural, por lo que he pensado que al dragón a lo mejor le gustaría.

—Puedo pedirle a un elfo que vaya a recoger la fruta que haya en el jardín.

Asiente, dejando que Draco llame a su elfo y le pida todo tipo de fruta. Harry frota sus manos y balancea el peso de su cuerpo sobre sus pies cuando vuelven a quedarse a solas. No sabe cuanto va a tardar el elfo en traer la fruta, pero teniendo en cuenta que va a tener que recoger varios quilos, asume que no va a volver pronto y no quiere que la situación se torne incómoda. Piensa en irse y volver más tarde o quizás decirle a Draco que puede esperar él sólo al elfo para no molestarle.

—¿Quieres tomar un té o un café? —ofrece Draco, antes de que él pueda decir nada.

Plantea negarse, pero al final termina asintiendo en silencio y siguiendo al rubio hacia el interior de la casa. Entran por la puerta del jardín y se dirigen hacia una sala acristalada con varios árboles y diversas plantas a su alrededor. Hay una mesa y sillas elegantes en el centro, desde donde se observa todo el jardín en su esplendor. Otro elfo diferente aparece en cuanto se sientan para dejar varios tipos de té, un recipiente con café, otro con chocolate y una bandeja de galletas.

—Los elfos de la Reserva no son tan atentos —dice, en un intento de que el silencio no se haga dueño del lugar.

—A veces echo en falta tener un elfo, pero en mi apartamento sería imposible tener uno. Además, nunca me ha gustado eso de tener a alguien entrometido en mis cosas.

—¿No vives aquí? —pregunta, sorprendido.

Draco niega con la cabeza, recogiendo un taza de té y llevándosela a la boca antes de responder. Harry mira hacia otro lazo, procurando no observarle con demasiado ahínco.

—Vivo en Londres. Queda más cerca de mi trabajo.

—¿A que te dedicas?

—Soy astrónomo. Trabajo en el Instituto de Astronomía y Astrología Mágica.

Alza las cejas, asombrado. Nunca se lo habría esperado pero, mirándolo bien, es un trabajo que encaja con Draco.

—Ahora entiendo porqué pasabas tanto tiempo en la Torre de Astronomía en Hogwarts.

Entra en un pánico momentáneo en cuanto termina de hablar, porque su declaración deja entrever que había prestado la suficiente atención a Malfoy en su época escolar como para saber ese detalle y no sabe cómo podría justificar la pequeña obsesión que tuvo con Draco en su último año.

—Sí, solía quedarme casi todas las noches allí —Si Draco se da cuenta de su desliz o no, no lo demuestra mientras se ríe de sí mismo. Suelta el aire que había estado reteniendo, aliviado de no tener que dar explicaciones—. Me perdí un montón de desayunos por quedarme dormido.

Cabecea, recordando que la ausencia de Draco en los desayunos del colegio le había llamado la atención.

No lo dice, por supuesto. En vez de eso, se preocupa de mantener la boca cerrada, no ponerse en otro aprieto y cambiar de tema.

—¿A qué se dedica un astrónomo? —pregunta con verdadera curiosidad.

Draco se encoge de hombros en un gesto aburrido.

—No mucho. Investigo órbitas, busco nuevos planetas, agujeros negros...

—¿Nada de vida en otros planetas ni naves espaciales?

El rubio suelta una pequeña carcajada que hace que Harry sonría levemente.

—No, nada tan interesante —contesta de buen humor—. ¿Y tú? ¿Cual es tu función en la Reserva?

—Oficialmente soy domador, aunque todos consideran que soy una especie de comité de bienvenida. Me ocupo de los nuevos dragones que llegan a la Reserva, los acostumbro a la magia y al contacto humano y los adapto a las nuevas condiciones de vida antes de ser asignados a un cuidador.

—Suena mucho más entretenido que mi trabajo.

—No tengo tiempo de aburrirme, la verdad —admite.

Hay un momento de silencio y Harry se sorprende y se complace a partes igual de ver que no es incómodo. Disfruta de su café, del paisaje y de la tranquila compañía del Draco.

—Nunca pensé que terminarías trabajando con dragones —comenta Malfoy al cabo de un rato—. Creo que en Hogwarts todos pensábamos que terminarías siguiente los pasos de tu padre en el quidditch. Eras un buen buscador.

Harry se tensa. No le gusta hablar de su época en el colegio, pero eso Draco no lo sabe. Su comentario no ha ido con malicia, no ha insinuado nada sobre su sub-género y sus ojos solo muestran un genuino interés que hace que la tensión se diluya en su torrente sanguíneo. No puede molestarse con alguien que le mira tan indecentemente como lo hace Draco.

—Siempre me gustaron los animales y cuando Charlie me ofreció viajar a Rumania y ayudar en la Reserva, me pareció interesante.

No cuenta que fue su manera de huir de la compasión en la mirada de sus padres, ni de la prensa y sus preguntas incómodas, ni la forma en la que sus amigos parecían tener más cuidado con él, o la manera en la que las personas que conocía de vista le observaban con rareza.

—Y al final te quedaste allí.

—Ha sido la mejor decisión de mi vida —afirma con convicción—. Mi trabajo es exigente, pero lo cambiaría por nada del mundo.

Hay una sonrisa suave pintada en la boca de Draco mientras lo escucha hablar. Harry desvía la mirada, notando como su rostro se calienta bajo él escrutinio del otro. Su bochorno es cortado por la aparición de un elfo, que les avisa que la fruta ha sido dejada en la entrada del invernadero.

—Será mejor que vaya a comprobar al dragón —dice, dando un último trago a su café.

—Te acompaño.

Salen hacia el jardín, dirigiéndose al invernadero. Harry comprueba la cantidad de fruta en la enorme cesta que el elfo ha dejado en el suelo y, una vez que decide que está bien, abre la puerta con cuidado.

Hay una fina capa de nieve que cubre todo el lugar a causa de su hechizo. El Hyalino aún está acurrucado en un rincón y, aunque todavía se alerta cuando ve a Harry, no parece tan propenso a querer atacarle. Aún así, camina con cautela dentro del invernadero, no se acerca demasiado y vuelca la cesta de fruta en el suelo con movimientos medidos y cuidadosos. Cuando sale, se asegura de mantener un hechizo para mantener la temperatura baja.

—Volveré mañana para ver si puedo hacer algún progreso —le dice a Draco una vez que sale.

—Vale, no hay problema —contesta el rubio con facilidad.

—Siento no ser de más ayuda.

—No pasa nada —Draco niega con la cabeza, sonriendo amablemente—. Me ha alegrado verte después de tanto tiempo.

Harry le devuelve la sonrisa, asintiendo con la cabeza.

—A mi también.

No miente. Ha sido agradable reencontrarse y descubrir lo fácil que es hablar con Draco y pasar tiempo con él.

Y esa misma noche, muchas horas después de volver a la Reserva, mientras hace su ronda nocturna, se da cuenta de que la idea de volver a ver a Draco se le hace más atrayente de lo que debería, pero se niega a pensar en ello.


Hooooooooola holita

Se siente como una eternidad desde que no estoy por aquí jaja

Pensaba publicar esto hace mucho tiempo, pero me quedé con el capítulo por la mitad y no he tenido absolutamente nada de tiempo para escribir nada de nada. Por suerte, he aprovechado una pequeña tarde libre para terminar este capítulo.

(Sé que hay faltas de ortografía y pido perdón por ello. Las corregiré cuando pueda)

Sé que podrá parecer mentira pero, intentaré escribir cuando pueda y, no voy a prometer publicar pronto porque no sé cuando sacaré algo de tiempo, pero la intención está ahí, así que tenedme un poco de paciencia, por favor.

Espero que os haya gustado el capítulo y que os esté gustando la historia.

¡Nos leemos pronto!