ADVERTENCIA: Este capítulo contiene NanaIta explícito.


Un suspiro amortiguado por las pieles que lo rodeaban escapó de los labios de Yuuji cuando percibió el roce suave, la caricia permisiva de Nanami ascendiendo por la parte posterior de su muslo; luego, al llegar a su cintura los dedos cambiaron de rumbo yendo hacia abajo nuevamente, las yemas cálidas palpando ahora la piel de su abdomen hacia sectores peligrosos de su anatomía. Yuuji fingía un sueño profundo aún de espaldas al Alfa pero, en el momento en el que las manos de Nanami se volvieron más demandantes y ansiosas al jalar de su ropa interior, no pudo evitar removerse un tanto incómodo entre las pieles dentro del nido cálido y acogedor.

Aún así, Yuuji lo dejó hacer; su ropa interior había cedido y el Omega había separado ambas piernas, recostándose boca abajo dándole mayor acceso al otro; sintiéndose sucio pero al mismo tiempo excitado por ello, percibió los dedos ahora de nuevo sobre sus muslos y sus glúteos, un par de dedos presionando entre sus nalgas en movimientos circulares que, lejos de desagradarle…

— Mmh…— Yuuji se removió y separó aún más las piernas cuando un dedo se introdujo en su interior de manera delicada, casi parsimoniosa.

— Shh…

Yuuji volvió a suspirar cuando la otra mano acarició su espalda desnuda; el Omega no hizo amago de voltear y encararlo y Nanami tampoco lo buscó así; por alguna extraña razón que Yuuji no comprendía o en realidad se negaba a entender, el Alfa siempre lo había tomado de aquella forma. Era suave, atento e incluso cariñoso con él, pero Yuuji no recordaba alguna vez en la que hubiesen tenido sexo en otra posición que no fuera esa. Cuando el segundo dedo se unió al primero, el Omega enterró el rostro entre las almohadas y levantó las caderas permitiéndole mayor acceso; así, Nanami cambió de posición y se ubicó prácticamente sobre él acomodándose entre sus piernas, separándolas todo lo que podía.

Al cabo de unos minutos, la ya conocida presión se dejó sentir sobre su entrada y la respiración cálida del otro acaloró su cuello, su nuca. El corazón de Yuuji comenzó a latir más rápido, más fuerte conforme el Alfa se abría paso en su interior de forma pausada, tortuosa.

— ¿Así está bien?

La voz ronca de Nanami no ayudó demasiado a Yuuji en esos instantes; el ritmo de sus penetraciones era lento pero constante y el Omega ya se había acostumbrado demasiado a aquello. No, no quería….no iba a hacerlo…

...pero no entrar en comparaciones resultaba imposible. Nanami siempre era así de cadente y en todas las oportunidades había antepuesto el ritmo que Yuuji deseaba antes que el suyo; en cambio...Satoru ni siquiera le consultaba nada de aquello, simplemente lo tomaba con vehemencia y deseo absoluto, incontrolable y era Yuuji quien tenía que adaptarse a él.

— Más...más rápido, por favor…

La excitación se entremezcló indefectiblemente con algo de culpa cuando Nanami aceleró el ritmo de sus embestidas, sus manos sosteniendo con ahínco sus caderas mientras Yuuji se estiraba, apretaba las pieles a su alrededor con el objetivo de sostenerse a algo y mordía su labio inferior, no para retener sus gemidos sino para evitar que algo más surgiese de su boca.

Porque aunque fuese Nanami con quien estaba teniendo sexo, su mente estaba lejos de enfocarse en él. Con exaltación renovada, sintió la risa de Satoru en su oreja, su aroma fuerte y picante cubriéndolo todo mientras lo poseía casi con rudeza. ¿Cuándo había sido la última vez que habían estado juntos?

Yuuji mantenía los ojos cerrados y eso ayudó a su imaginación; su deseo y el anhelo creciendo en su interior conforme Nanami llegaba más profundo, más rápido en su interior…

Un gemido sonoro y un tanto estrangulado surgió de su garganta y rápidamente cubrió su boca con una mano, casi a punto de llamar entre jadeos al Alfa equivocado.

Por todos los cielos…¿acaso Satoru lo había hechizado?

El orgasmo llegó más rápido de lo que él mismo hubiese esperado; Nanami lo secundó a los pocos segundos recostándose luego a su lado, sus dedos acariciando de nuevo la piel de su espalda...porque Yuuji no volteó ni siquiera cuando habían acabado de hacerlo.

No sabía si era culpa, pena o desprecio hacia sí mismo...pero las cosas...Nanami era un buen Alfa, claro que lo era...pero Satoru no era bueno, era el mejor...y ese pensamiento eclipsaba cualquier tipo de discusión interna que pudiese sostener consigo mismo.

Entonces, ¿por qué seguía allí? Ya habían pasado unos cuantos meses desde que había comenzado aquella aventura con el líder del clan y Yuuji aún seguía durmiendo con Nanami pese a que sabía algo sospechaba; Nanami no era tonto, pero si bastante esquivo a los conflictos. Para Yuuji no le había pasado desapercibido que el Alfa había notado el olor del otro sobre él pero no había hecho comentario alguno.

¿Por qué?

Yuuji no iba a engañarse a sí mismo. No seguía allí por lástima sino por costumbre y conveniencia y era esa la causa de su culpa. Siempre había vivido cómodamente e incluso se había acostumbrado a los ritmos de Nanami por lo que abandonarlo de un día para el otro resultaba incluso doloroso de pensar. Además, estaba el hecho de que no sabía a ciencia cierta qué era lo que buscaba Satoru…

...y ahí venía el otro gran conflicto.

Sutilmente, Yuuji volteó sobre la cama luego de acariciar la parte baja de su vientre.

Hacía un par de meses había pasado su celo con Satoru y aún...aún era tan cobarde que no había confirmado un posible embarazo. Sabía que su olor podía cambiar a los tres o cuatro meses de gestación y aún tenía tiempo, pero…

Si llegaba a estar preñado de otro Alfa…

— ¿Cómo te sientes?

La voz de Nanami lo hizo volver a la realidad. Ladeó el rostro en su dirección mientras espantaba aquellos pensamientos nefastos de su mente; con pequeños empujones se acurrucó a su lado, suspirando.

— Muy bien, ¿y tú?.— murmuró enterrando la nariz a un costado del torso ajeno, captando su aroma fresco pero intenso en esos momentos.

— Excelente. Hacía bastante que...bueno, que no estábamos juntos.

— Mmh…

Bufó de forma tan violenta y sonora que por un momento, Gojo Satoru pensó que desde su posición ventajosa Nanami podría haberlo oído. Con un revoltijo de sentimientos negativos en donde la ira preponderaba sobre todos, Satoru decidió apartarse, alejarse, desaparecer de allí.

¿Por qué había hecho aquello?¿Qué había ganado, además de un deseo indescriptible por asesinar a Nanami?

Enfurecido con lo que había visto pero odiándose a sí mismo, Satoru regresó raudo hacia su morada. Aún era de noche y la nieve ya comenzaba a derretirse a su alrededor por lo que el trayecto fue más rápido y sencillo de lo usual.

¿Qué había ganado? Un golpe directo a su ego, a su estabilidad emocional. Al llegar, no pudo evitar destruir un par de muebles, el fuego de la hoguera reaccionando a su energía maldita y amenazando con incendiarlo todo.

¿Por qué había sucumbido al deseo de espiar a Yuuji cuando ya sabía con lo que se iba a encontrar? ¿Qué, acaso se creía especial solo por ser el líder del clan, por tener más poder que todos ellos juntos?¿Creía que en un par de meses iba a destruir la relación estable que Yuuji había consolidado con Nanami en años por…?

¿...por una necesidad instintiva, sexual?

¿Que por qué lo había hecho? Porque el que había sucumbido ahí era él, no Yuuji. Lo extrañaba, lo anhelaba más que a nada y cada día, cada semana en la que el Omega no demostraba el más mínimo interés por Satoru se transformaba en una estaca clavándose profundamente en su pecho, dolorosa y omnipresente.

Con odio y rencor hacia sí mismo, Satoru terminó cayendo sentado entre las pieles de su lecho, la cabeza entre las manos. Intentó contenerse, realmente lo hizo pero el deseo...la necesidad…

— Oye, Satoru...pero qué…

El aludido apenas levantó la cabeza cuando sintió otra presencia ya prácticamente a su lado; luego, un sacudón y sus manos ya no estaban sobre su rostro sino siendo sostenidas por otra persona.

— ¿Qué te sucede?¿Alguien te ha atacado? Satoru, por favor, habla.

Con cierto esfuerzo, Satoru enfocó la mirada sobre Suguru, arrodillado frente a él. La imagen que debía de estar dándole al otro debía de ser terrible a juzgar por la preocupación de su semblante, la ansiedad reflejada en el brillo de sus ojos. Intentando hablar, Satoru sólo pudo separar los labios y balbucear incoherencias antes de que su cuerpo comenzara a temblar cada vez más. Sintió la presión de las manos de Suguru sobre sus muñecas, su torso inclinándose hacia delante.

— Me estás asustando. ¿Estás herido?

— Soy un imbécil.— Suguru detuvo su intento de registrar el cuerpo de Satoru en busca de alguna herida y frunció el ceño, confuso.— Soy...soy tan estúpido.

Y sin más, rompió en llanto como si se tratara de un niño pequeño, la angustia ganándole a la ira en forma temporal. Aquel tipo de demostraciones de debilidad estaba mal vista en los Alfas, más aún si se trataba de alguno con poder dentro de la manada...y ni que decir si era el mismo líder de la misma. Aún así, se sintió cómodo al exteriorizar su sufrimiento frente a Suguru porque sabía que no lo juzgaría, al contrario; el Alfa se había criado con él y era actualmente el único al que le contaba absolutamente todo, lo bueno y lo malo.

Así, Satoru se desahogó y Suguru lo oyó en silencio durante un rato. Satoru le contó lo que había sucedido prácticamente desde el principio e incluso lo que había visto aquella noche, y aún cuando el dolor en el pecho continuó, algo en su alma se alivianó un poco cuando Suguru finalmente suspiró y acomodó sus cabellos desordenados.

— Estás hecho un asco. Bueno, ese Omega te tiene hecho un asco.

— No sé qué hacer. Estuve…— inhaló profundamente sintiendo vergüenza de sí mismo.— Estuve a punto de entrar y matarlo, ¿entiendes? Me iba a pasar por el culo todo lo que yo mismo dije cuando me convertí en el líder. Me iba a importar una mierda la decisión de Yuuji, iba a matar a Nanami y lo iba a marcar.

— ¿Qué te detuvo?

Satoru sabía que la pregunta de Suguru no era malintencionada sino todo lo contrario. Tomándose en serio el interrogante, de nuevo desordenó sus cabellos al pasar una mano por ellos, pensando.

— ¿Estás listo para oír algo patético?

— Tú eres patético. Ya estoy acostumbrado.— Suguru sonrió y Satoru intentó contagiarse de su diversión sin mucho éxito. Terminó desviando la mirada, de nuevo avergonzado de sí mismo.

— Me detuve porque...porque pensé en Yuuji, maldita sea. No quiero que me odie, quiero que me quiera. No quiero forzarlo a estar conmigo sino quiere hacerlo, aún cuando los celos me consuman…¿Suguru?¿Qué tienes, por qué me miras así?¿Te contagié?

El aludido rió y volvió a acomodar los cabellos de Satoru pese a que éste le gruñó apartando la cabeza.

— Quién lo hubiese dicho...te has enamorado, estúpido.