¡Uno más! A ver si ahora puedo subir otro =).


Is that mine?


Sarada tomó aire antes de entrar al dormitorio de Boruto. Cuando éste la había llamado por teléfono para que acudiera a su casa, parecía urgente. Por ello, no dudó en acudir lo más deprisa que pudo. Uzumaki no le había dado muchas explicaciones, pero notó la urgencia en su voz.

Cuando le abrió la puerta, Boruto estaba en calzonas, sudado y con un pañuelo de diamantes blancos en la cabeza aplastando su cabello. Debía de reconocer que estaba para comérselo.

Sus ojos azules la miraron de arriba abajo y, después, la hizo entrar casi sin darle tiempo a descalzarse. Tras revisar que nadie estuviera mirándoles, cerró y suspiró.

—¿Se puede saber qué pasa? —preguntó llevando sus manos a las caderas—. Pensaba que estabas enfermo o había ocurrido a alguien.

—No, no —negó tragando—. Es que… necesitaba ayuda.

Sarada levantó una ceja. Le miró nuevamente, de los pies a la cabeza, y, después a su alrededor. El piso de Boruto era un caos de cajas, muebles fuera de lugar…

—¿Me has hecho venir con tanta prisa para ayudarte a colocar los muebles? —preguntó. Empezaba a sentirse realmente enfadada—. ¡Boruto!

—¡Es que…! —protestó. Apretó los labios—. No quiero que mi madre lo haga o mi hermana.

—¿Y por qué no? Se ofrecieron a hacerlo en su momento y te pareció genial.

—Sí… —reconoció tragando—. Hasta que recordé que había guardado en las cajas algo que no quiero que encuentren.

—¿Sus regalos de cumpleaños? —sopesó. A ella también le costaba esconderlos de Sakura.

Muchas veces había pensado en marcharse también de su hogar, emanciparse, pero tenía tantas horas casa sola que no echaba de menos la soledad del todo. Además, solían ser más ella y su madre que tantos como le pasaba a Boruto.

Cuando Boruto empezó a mudarse toda su familia se mostró triste, aunque firme en aceptar su decisión. Le ayudaron a montar las cajas y hasta a traerlas, pero cuando Hinata y su hermana se ofrecieron, al parecer, él se negó.

—No es por eso —descartó—. Los regalos suelo dejarlos en casa de Shikadai por lo mismo.

Caminó hasta el salón, que era donde se encontraba la gran mayoría de cajas. Ahora comprendía por qué Boruto estaba tan sudado. Debió de estar bajando y subiendo cajas sin parar. Todas estaban abiertas y parecían haber rebuscado sin encontrar lo que buscaba.

Sarada lo siguió para agacharse en una llena de ropa. Estaba segura de que Hinata le había doblado la ropa de forma que sólo tuviera que meterla en el armario, pero ahora parecía un amasijo de ropa mezclada en diferentes colores.

—Entonces. ¿Qué buscamos?

Boruto se tensó. Su cara empezaba a enrojecer, delatando así que era algo capaz de sacarle los colores. Levantó la mano derecha para señalarla.

—¿A mí? —preguntó sin comprender.

Él chasqueó la lengua.

—No, a ti no. ¿Cómo diablos iba a buscarte dentro de una caja si sé que estás en otro lado? Eso. ¡Eso! —puntualizó señalándola de nuevo.

Sarada continuó sin entender.

Antes de que pudiera preguntar de nuevo, la puerta sonó. Boruto maldijo entre dientes y pasó por su lado. Antes de alejarse, presionó su palma sobre su espalda, como indicativo. Ella continuó sin entenderlo del todo, palmeándose el lugar lo mejor que pudo.

Tras la puerta se encontraban Hinata y Himawari.

—Mamá —saludó Boruto tenso—. Ya te dije que no hacía falta que vinieras. Sarada y yo podemos con todo. ¿Verdad?

Sarada dio un respingo.

—Ah, sí, claro —confirmó acercándose.

—Lo sé, pero quería traerte esta última caja —explicó Hinata levantando el objeto frente a ellos.

—¡Gracias! —exclamó Boruto con la voz chirriante. Sarada enarcó una ceja—. Entonces, ya podéis…

—¿Puedo usar el baño? —inquirió Himawari repentinamente.

Boruto parecía a punto de entrar en caos.

—Claro que sí —respondió por ella.

Al pasar, Himawari se detuvo para abrazar a su hermano y, después, la siguió hasta el baño. Al salir, Himawari le sostuvo las manos, brillando.

—Realmente estoy feliz de que seas mi hermana —le dijo.

Sarada se subió las gafas, sorprendida por el hecho, cuando se soltó. La pequeña continuó su camino hasta la puerta, donde Hinata ya la esperaba para despedirse con un gesto. Aliviado tras su marcha, Boruto dejó caer la caja y empezó a sacar cosas a diestro y siniestro.

—¡Tampoco está aquí! —exclamó.

Sarada iba a preguntar de nuevo por el escándalo, hasta que notó algo colgando de las calzonas de Boruto.

—¿Eso es mío?

Boruto dio un respingo.

—¿Qué?

Cuando notó que ella señalaba su cintura, empezó a tantearse. Lo atrapó entre sus dedos para levantarse de un saltó.

—¡Lo es! ¡De esto te estaba hablando!

Sarada sintió que se le subían los colores. ¡Eso era su sujetador! Se lo arrebató de las manos.

—¿¡Por qué estaba eso…!? —tartamudeó, nerviosa.

—¿Por qué? —preguntó confuso—. Bueno, la última vez que lo hicimos en casa de mis padres, tuviste que irte muy rápido y te lo dejaste olvidado. Por una cosa y por otra se me olvidó devolvértelo. Volví a verlo el día de la mudanza y tuve que esconderlo para que mis padres o hermana no lo viera.

—¿Qué hacía entonces en tus calzonas? —siseó—. ¡Boruto! Antes no estaba ahí.

Boruto palideció.

—Ay… no, ttebassa.

Sarada se llevó las manos a la cara sintiendo que sus mejillas ardían.

—Himawari… ha sido ella cuando te ha abrazado al pasar para el baño.

—Creo que sí —reconoció él golpeándose la frente—. ¡Diablos!

No era agradable que tu hermana tuviera tanto conocimiento de qué hacías con tu novia.

—Por eso estabas buscándolo tan desesperado —murmuró.

Él la miró, rascándose la nuca.

—Bueno, pensé que no te gustaría que eso se mostrara ante el resto de personas de la casa.

—Como hagas un chiste por pechos pequeños… —advirtió.

Boruto soltó una carcajada entre dientes, acercándose para abrazarla.

—No lo necesito —descartó atrapándola de esa forma—. Me encantan como son.

Le mostró su mano.

—Caben, son suaves y se tensan excitados —puntualizó en un ronroneo—. Además, ahora, podrías ir pensando en perder más cosas en esta casa —añadió atrapando el sujetador de sus manos y lanzándolo sobre el sofá descuidadamente—. Este.

Bajó su mano por su espalda hasta su trasero. Sarada se aferró a sus hombros, dando un respingo.

—También estas… —indicó refiriéndose a la parte inferior de su ropa interior. Bajó la cabeza hacia ella para besarla—. Un cepillo de dientes… ropa en tu armario.

Sarada parpadeó, sorprendida.

—¿Estás sugiriendo que me venga a vivir contigo?

—¿Por qué no? —preguntó él algo molesto por la sorpresa que percibía en su voz—. ¿No sería divertido que en la placa pusiera Uzumaki y Uchiha?

Sí, sería demasiado emocionante. Debía de reconocerlo. De solo pensarlo su corazón se emocionaba.

—No había pensado en dejar mi casa. Mi madre…

Boruto la acalló con un beso y la levantó en brazos, rozando su nariz contra su mejilla.

—Mi madre, tu madre… Ya habrá tiempo de vivir con ellas. ¿No crees? —preguntó depositándola con cuidado en el sofá—. Por ahora, que nos dejen…

Bajó su cabeza más, hasta frotar su rostro con sus senos. De rodillas, rodeándola con sus brazos por la cintura. Sarada solo tuvo que extender su brazo y acariciar su espalda para que notara que, ahora, Boruto se calentaba por otras razones.

Y a ella la atrapaba en esa vorágine de seducción.

No había terminado de asentir cuando él sonrió.

—Mañana te ayudaré con las bolsas — prometió a la par que sus manos ya bajaban una de sus medias.

—¡Boruto!

—Mañana, Sarada —repitió—. Ahora, no puedo más.

Y la besó. Por muchas y cada una de sus partes. La convenció con el deseo de no querer marcharse.

Días más tarde, algunas cajas con sus pertenencias estaban ya en el piso de Boruto, quien subía las escaleras cargando con las últimas. De nuevo, iba más ligero de ropa de lo normal. Sarada reconocía algunas de las marcas que parecían heridas, como sus propios arañazos.

Cuando levantó una de las cajas más pesadas, su cuerpo se tensó y demostró la buena musculatura del ninja. Chou, a su lado, se echó a reír.

—Sarada. Puedes cerrar la boca ahora.

Sarada la miró.

—Cho, ¿todo eso es mío?

La Akimichi la miró con cierta diversión.

—Si no lo es, querida, tendrás que afirmarlo. Pero cuando ni Mitsuki ni yo estemos, gracias.

Sarada se echó a reír. Boruto se asomó desde arriba, mirándola. Luego, se volvió para mirar la placa que mostraba sus dos apellidos unidos. La habían puesto juntos la primera tarde de convivencia.

—Ahora, sólo te falta el anillo —recordó Mitsuki sonriente.

Boruto miró de nuevo hacia Sarada.

—Sí… sólo eso me falta.

Día #3

#BoruSaraWeek2021