Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y a la Saga Crepúsculo

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¡Hoooooola de nuevo!

Para acabar la semana subo el tercer capítulo de la historia. Creo que, poco a poco, vamos conociendo más a los dos protagonistas y se van revelando más secretos. Estos primeros capítulos más introductorios son más breves (aunque he intentando no alargarme en exceso en esta historia).

Como siempre, daros las gracias por vuestras palabras y vuestra acogida a la historia. Intento responderos a todas pero aprovecho este hueco también porque es de bien nacidos ser agradecidos y sin vosotras esta experiencia se queda a la mitad.

Sin más os dejo con vuestro chico ;)

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EPOV

HABITACIÓN 903

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-Has hecho un gran trabajo – elogié a Alice mirando las radiografías del antes y después de la operación. Sonrió orgullosa.

-Lo sé, no fue fácil. – admitió. Sabía que tenía razón.

Había sido un accidente horroroso. No necesitaba haber presenciado la escena, me bastaba con las pruebas médicas y observar como había quedado el cuerpo de Bella. La recuperación no iba a ser fácil. Solo se podía esperar que no le quedaran secuelas.

Llevaba horas con la cabeza embotada intentando descubrir qué es lo que podría haber sido de su vida hasta llegar a esta noche. No tenía ninguna respuesta y no era algo con lo que normalmente me sintiera cómodo.

-Aun así, considero precipitada la alta médica. – tanteé el terreno. Alice me respetaba como compañero pero nunca era del agrado de nadie que dudaran de tu criterio profesional.

Alice me miró preocupada desde el otro lado de la mesa de su estéril consultorio de hospital. Lucía igual que cuando teníamos veinticinco años y éramos unos ilusos don nadie. Ambos habíamos llegado lejos a base de mucho esfuerzo y aunque habíamos vivido situaciones extrañas, ésta era de lo más peculiar.

-Lo sé. – la miré confundido por la contradicción de sus palabras y sus actos. – Su seguro médico no cubre todos los gastos y no puede pagarlo. Me ha pedido la alta voluntaria. – me explicó exasperada.

-¿Estás segura? – Me llevé mis manos al puente de mi nariz presionándolo intentando encontrar un poco de paz que me permitiera pensar.

No conocía toda la historia de Isabella Swan pero sí lo suficiente para saber que era una situación delicada en la que entrometerme.

Hacía siete años que nadie sabía nada de Isabella Swan y después de tanto buscarla resulta que estaba en Nueva York. En esta ciudad. En nuestro hogar. Las calles que eran casi consideradas el reino de los Cullen y nadie había sido incapaces de verla. Qué habría sido de su vida para que no fuera capaz de tener un seguro de salud mínimamente decente.

Había llegado a la vida de mi hermano, Carlise y Esme, a través de Rose. Eran compañeras de clase cuando aún no sabían ni hablar. Aunque supongo que en un pueblo tan pequeño como el que vivía mi hermano era cuestión de tiempo conocer a todo el mundo.

Rose y ella eran inseparables y Bella se convirtió rápidamente en una más de la familia. No era extraño verla pasar, incluso, las vacaciones juntas. Estaba acostumbrado a verla en todas las fotos al lado de mi preciosa sobrina o pasar tiempo con ambas cuando los visitaba.

Hasta que todo acabó.

Hasta hoy.

De una manera retorcida el destino devolvía a Bella a nuestras vidas y no sabía qué esperar de todo esto. Algo me decía que no deseaba a nadie de mi familia, pero aun así había sido ella la que me había llamado, de alguna manera, y no iba a marcharme hasta asegurarme que estaba bien.

Decidiría más tarde qué haría con Carlise y Rose.

-¿Me vas a explicar de qué va todo esto? – preguntó Alice cansada de esperar una explicación voluntaria.

-Pensaba que eras tú quien tenía las respuestas. – respondí enfadado por la situación y no con ella. Me gustaba tener el control de mi vida y en estos momentos caminaba sobre arenas movedizas. No solo por la muchacha sino por mi familia.

-Vamos a hablar claro. No me creo que tú y Bella seáis amigos. Sinceramente, dudo que os hayáis visto alguna vez recientemente. – puntualizó certera.

Me acomodé en mi asiento interesado en esta charla. No podía negar que Bella había despertado mi curiosidad con su impulsiva llamada.

-Esa chica va a necesitar mucha ayuda y si no puede pagar un día más en el hospital me cuesta entender cómo lo hará con la terapia necesaria para su recuperación. – coincidí con ella.

Alice cogió aire antes de seguir.

-No ha venido nadie a verla. Nadie en casi más de una semana. – continuó afectada. – Y cuando le pregunto por un nombre, me dice el tuyo. ¡El tuyo! – repitió incrédula. – Quiero que me digas si tengo que ponerme en contacto con la trabajadora social para buscar algún recurso que la pueda ayudar. – acabó firme en su posición. Alice no abandonaba a nadie a su suerte. Siempre había sido así y seguramente lo que más le molestaba de la mentira de Bella es que le impedía ayudarla de alguna manera.

¡Joder!

Esto no era lo que había planeado para mi fin de semana libre pero ahora no podía marcharme. No la podía dejar sola y menos sabiendo cuál era su situación. O lo poco que sabíamos de ella.

-Quiero verla. Déjame hablar con ella. – Sin tener una seria conversación con mi misteriosa damisela no iba a sacar nada en claro y tampoco podría darle una respuesta a Alice.

-Te acompañaré a su habitación. – contestó levantándose.

La seguí notando las miradas curiosas del resto del personal. Era una estupidez negar que la gente me conocía, mucho menos en un hospital, muchísimo menos en la planta de traumatología.

Alice se detuvo delante de la puerta de la habitación 903.

-No sé a qué jugáis, pero esa chica me cae bien. Si no la puedes o no quieres ayudar estás en tu derecho, pero dímelo y haré lo que esté en mis manos. – paró mi marcha cogiéndome del brazo y mirándome amenazadoramente. Alice sabía cómo intimidar con su metro y medio de estatura.

Asentí.

Entré en la habitación. Estaba a oscuras, solo se filtraba una tenue luz del cabezal de la cama del que colgaban los viales con los analgésicos y antibióticos que aún le administraban.

La pierna y el brazo enyesado abultaban más que el diminuto cuerpo de Bella.

Me acerqué a la cama e instintivamente comprobé sus constantes. Estaba estable. Cuando desvié mi mirada pude ver su magullado rostro. Tenía unos puntos en la ceja que esperaba no le dejaran cicatriz. Seguía teniendo las facciones más dulces que jamás hubiera visto. Me sentí como un asqueroso acosador.

Bella abrió sus oscuros ojos. Eran tan marrones que casi parecían negros.

-¡Edward! – chilló sorprendida incorporándose impulsivamente, lo que provocó una mueca de dolor. – Quiero decir, señor Cullen… ¿Qué haces?... Perdón, ¿Qué hace aquí? – balbuceó nerviosa.

-No te muevas. – le recordé preocupado por lo que sus nerviosos movimientos podían comportarle. – Y a no ser que Alice estuviera realmente confundida creo que fuiste tú quien me llamó. – dije intentando no sonar muy duro mientras acercaba la incómoda silla destinada a los acompañantes más cerca de su cama.

-Lo siento, no pretendía molestarlo. Pensaba que Alice me dejaría marchar sin llamarle. – explicaba nerviosa. Su voz dejaba entrever el dolor que sentía.

-Isabella… Tutéame. – fue lo único que le dije.

-Solo si tú me llamas Bella. – pidió tímida.

¿Bella?

La había llamado así cuando era una adolescente y aunque siguiera pareciendo dulce e inocente ya no le pegaba ese diminutivo. Aún así le concedí el deseo.

-Qué tal si hablamos sobre cómo piensas apañártelas después de salir de esta habitación. – capturé su atención que había perdido. Al parecer estaba más interesada en encontrar algo en las impolutas sabanas que en mí. – Si me convences le diré a Alice que tienes razón y ella firmará tu documento de alta. – intenté parecer un negociador amable para que se atreviera a ser sincera conmigo.

Isabella me miró insegura.

-Volveré a mi casa y haré todo, absolutamente todo, lo que Alice me diga. – recitó como si estuviera prestando declaración ante el juez.

-Guau… - exclamé haciéndome el sorprendido. – Estoy impresionado.

Isabella estrechó sus hombros orgullosa de sí misma.

-¿Y sabes cuánto va a costarte absolutamente todo lo que va a decirte Alice que debes hacer? – pregunté usando sus propias palabras.

Negó en silencio.

Sus manos arrugaron la sabana en un puño. Me arrepentí de ser tan duro con ella, pero después de ver su estado me resultaba inconcebible que pretendiera marcharse sola a ningún lado.

¿Qué clase de amigos tenía que la dejaban sola en un momento tan delicado?

¿Ni en estas circunstancias era capaz de ponerse en contacto con sus padres? ¿O con mi hermano o mi sobrina?

-¿Quién te va ayudar estos días? – opté por la pregunta menos beligerante de todas las que cruzaban mi mente. – Te costará moverte. Dolerá y necesitarás tomar medicación. No podrás forzar si pretendes que tus huesos solden bien. – enumeré la parte más fácil de su proceso de recuperación sin intención de asustarla.

No lo conseguí.

¡Mierda, estaba llorando!

-No tengo ni idea. – sollozó abrumada por toda la información.

-Isabella tranquila. – hablé igual que lo hacía cuando mis pacientes estaban en plena crisis nerviosa. – Buscaremos una solución. – le aseguré esperando que se calmara sin estar muy seguro de tocar su mano para consolarla.

No lo hice.

-No tengo a nadie a quien llamar. – confesó después de tomarse un tiempo que, aunque aparentemente más tranquila, no consiguió que sus lágrimas cesaran. – Me las apañaré. No sé cómo, pero lo haré. – acabó orgullosa.

Nos permití unos minutos para pensar, necesitaba analizar toda esta situación en la que me había visto envuelto.

No tenía ni idea porqué tenía la necesidad de ayudarla, pero no podía dejarla aquí. No mientras estuviera en este estado y sola. No podría perdonármelo y mi sobrina me arrancaría la cabeza si se enteraba.

Había estado al otro lado del teléfono cada vez que había necesitado hablar con alguien. Sabía lo mucho que la echaba de menos y lo mucho que la seguía necesitando. No podía irme.

-Vamos a hacer un trato. – propuse inclinándome hacia ella.

Isabella asintió moqueando. Le pasé un pañuelo.

-Le diré a Alice que me haré cargo de ti y mañana te pasaré a buscar. – dije ganando un poco de tiempo para aclarar mis ideas.

-Gracias Edward. No pretendía molestar. – se disculpó sincera.

-Descansa. – le pedí, finalmente, animándome a acariciar su mano. Su piel era suave a pesar de las vías y el iodo que la coloreaba de rojo.

Isabella cerró los ojos cansada.

Le eché un último vistazo antes de salir de la habitación. Había perdido el brillo que desprendía hace ocho años cuando era una jovencita que se maquillaba a escondidas con Rose para ir a una fiesta de instituto en la que beberían todo el alcohol que le habían negado a sus padres beber.

Salí de la habitación apagando la luz.

Alice me esperaba sentada en un incómodo banco de pasillo. Se levantó en cuanto me vio.

-Me encargaré de ella. – declaré.

Alice asintió con una sonrisa insegura. Dudaba que la estuviéramos engañando pero no dijo nada.

-No le dirás nada pero pagaré su factura. – aseguré sabiendo que necesitaba la ayuda de mi amiga porque, aunque para mí la cantidad no fuera excesiva, seguramente me costaría una buena pelea con Isabella.

-Cuídala, algo me dice que está sola y rota. – fue la única respuesta de Alice.

No se imaginaba cuánto.

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¡Taxaaaaan!

Breve pero con mucha información, como podéis comprobar.

Tenemos el primer encuentro y, finalmente, Edward revela de qué se conocen y nos deja bastantes pistas. No sabemos mucho más pero se intuye algo muy importante de Edward, tiene pocas debilidades pero una de ellas es Rose. Al menos de momento... No os desvelo más ;)

Me imagino que tendréis algunas dudas... Si las queréis dejar en comentarios, sabéis que intento daros respuesta. Hay algunas cosas que se irán desvelando más adelante pero otras quizás sí os pueda responder.

ACTUALIZACIONES: He estado pensando y creo que podré apañármelas para ir subiendo 2 a la semana. Lo más seguro es que sean los MIERCÓLES y otra el FIN DE SEMANA.

Sin más,

Nos leemos en el próximo!