Se que es de lo más lioso mezclar distintas personas narrativas. Pero en capítulos futuros me gustaría mostrar las sensaciones vividas desde la carne de cada personaje, y decidí intentarlo.

Espero no volverlos locos.

Gracias por darle una oportunidad a mi historia. Y gracias por ayudarme a mejorar.


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El bosque de los encantos

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Después de la visita nocturna a la biblioteca en compañía del mismísimo dios de las travesuras, ocurrió lo que jamás creí que ocurriría, alguien vino a adoptarme. Y fue nada menos que la hermana de mi amigo Gus, junto con su esposo, quien había firmado los papeles.

Pasó tan rápido. En un momento estaba jugando a la pelota con mis compañeros y casi ocho horas después hacía escala en Francia.

Ella se llamaba Kimberly. Tenía los ojos color avellana como su hermano, el cabello castaño y una piel bronceada de envidia. Él era Leonardo, un rubio alemán de carácter relajado. Ambos habían sido muy lindos conmigo durante todo el viaje.

Esperábamos sentados en una de las salas a que saliera nuestro vuelo. De pronto, la voz de una operadora resonó en los pasillos.

―Señores pasajeros, por restricciones del Gobierno de Alemania todos los vuelos al país vecino serán postergados por seis horas, hasta que vuelvan a reestablecer sus servicios. Gracias por su atención.

Bufidos y palabrotas de varios de los presentes, indicaron el descontento general.

―¿Qué vamos a hacer durante seis horas? ―dijo Kimberly.

―Podemos ir al patio de comidas ―sugirió su esposo.

La mesa era redonda y yo estaba sentado a la derecha de Kimberly. Leonardo traía hamburguesas, papas y bebidas en una bandeja. Se sentó y empezó a repartir. Una gaseosa de lima para ella, un jugo de naranja para mi y una pinta para él.

―Gracias ―dije.

―No hay por que ―dijo logrando un español casi perfecto.

―¿Usted también habla español? ―. Él la miró, y ella le tradujo―. Poquito ―respondió sonriente―, pero aprendiendo.

―El inglés se le da mejor ―dijo escondiendo sus palabras de él con la mano―. Puedes llamarnos Leo y Kim, si te parece.

―Yo... ―me interrumpí al ver las imágenes.

Me levante de la silla y entré al local de comidas con la mirada fija en el televisor. Un noticiero transmitía en vivo desde Stuttgart. Mostraban a un hombre de traje elegante saliendo de un edificio y a varios Ricky Ricón corriendo delante de él. Al caminar hacia la calle por la alfombra roja su ilusión se deshizo, dejando ver su armadura dorada junto con un agresivo casco con cuernos.

Era él. Era Loki. La misma persona con la que había mantenido una conversación agradable hace tan solo dos noches. Solo que ahora no se mostraba nada amistoso.

Cruzó la calle y disparó un rayo de energía con su arma derribando una patrulla. Del otro lado, las personas de la gala se mezclaron con aquellos desdichados que justo caminaban por ahí. A todos los acorraló, invocando copias de sí mismo.

Alguien le subió el volumen a la televisión.

―¡De rodillas, YA! ―gritó y todos obedecieron.

―Mm ―se deleitó―. ¿No es esto más sencillo? ¿No es este su estado natural? La verdad de la que la humanidad no quiere hablar, es que anhelan ser gobernados. La libertad despoja desdichas sus vidas en su búsqueda interminable por el poder. Al final, siempre se arrodillarán.

De entre todos, un anciano se puso de pie.

―No ante hombres como tú.

―No hay hombres iguales a mí.

―Los tiranos siempre van a existir.

―¡Opa! ―se alarmó Leo.

―Todos observen al anciano ―dijo apuntándole―, que sirva de ejemplo.

De la nada, un escudo se interpuso entre el rayo de energía y su víctima. Detrás de él apareció un hombre en un traje azul, desafiante. Una mascara, a juego con su traje, ocultaba la mitad superior de su rostro.

―La última vez que vine a Alemania un hombre quiso ponerse sobre todos los demás... Y terminamos en total desacuerdo.

―Oh, el soldado. Que viene de otro tiempo.

―Y a ti ya no te queda nada.

En ese momento cortaron la transmisión.


La noche era agradable en los alrededores de una granja. Un niño acostado sobre la hierba del campo, jugaba con los binoculares nocturnos que le habían regalado. Apuntó las lentes hacia el granero.

―¿Qué tenemos sargento? ―dijo imitando los sonidos de un walkie talkie―. Las luces de la base siguen encendidas mi capitán, ahí deben estar los caballos rebeldes. Permiso para avanzar con la cabo Ventisca. Cambio ―se respondió con otra voz―. Muy bien. Procedan con cuidado.

Un hocico equino le lamio la cara, rompiendo el hechizo del juego. El chico se limpió la baba y miró a la yegua blanca. Ella empezó a arrancar el pasto moliéndolo entre sus muelas.

―Ey ―reclamó―. Te saliste de personaje.

Un trueno retumbó en el cielo. Ambos alzaron la cabeza. El azul profundo seguía salpicado de estrellas. Ni una sola nube. Entonces un rayo cayó dentro del bosque. Utilizó sus binoculares, acercó la mira, y vio a un hombre descender en paracaídas.

―Al fin. Una misión de verdad.

Al trote en su corcel, abandonó el campo y se adentró en el bosque. Incluso entre los árboles cabalgaba con gracia. Empezó a escuchar murmullos, y en poco tiempo esos murmullos se convirtieron en golpes metálicos y miles de voltios. De pronto la yegua se encabritó y lo arrojó al piso, luego salió corriendo de nuevo hacia la granja. Él rodó hasta el fondo de una especie de zanja. Cuando se paró para sacudirse la tierra y las hojas algo ruidoso pasó por encima de su cabeza. Y subió corriendo hacia el otro borde. Porque reconoció a Iron Man.

Se quedó tan fascinado al ver pelear a su héroe contra el titán que disparaba rayos, que se olvidó del miedo. Hasta que sintió que lo observaban. Giró la cabeza y se enfocó en un peñasco que había cerca. Allí una figura inquietante le sonrió. Y sintió la urgencia de irse.

Pero la curiosidad de un tercera voz lo retuvo.

―¡Ya es suficiente!

Asomó su cabeza por el borde, apenas para verlos.

―No se que planees hacer aquí...

―Vine a terminar con los planes de Loki en este mundo ―respondió el sujeto de los rayos.

―Entonces pruébalo. Baja ese martillo ―dijo pacientemente el hombre con el escudo brillante.

―Eh, no lo creo ―dijo Iron Man tras su máscara―, mala idea. Adora su martillo ―. No terminó de hablar cuando el de los rayos lo golpeó con brutalidad, arrojándolo varios metros atrás.

Nadie iba a golpear así a su héroe. Estuvo a punto de pararse a defenderlo cuando escuchó una voz en su cabeza.

Será mejor que te cubras.

Y fue más por la sorpresa de sentir a alguien hablar dentro de su mente que por la misma advertencia, que obedeció. Justo después de que se agachara detrás del borde, una onda de sonido chocó contra sus tímpanos. La misma se expandió quebrando árboles y haciendo vibrar el suelo.

Cuando los oídos le dejaron de zumbar, los escuchó marcharse. Aún así esperó a que se calmara su ritmo cardiaco para volver a su casa con la historia más loca de toda su vida.


Caía el mediodía cuando viajábamos en autobús hacia el pueblo en donde vivían ellos, la familia Pavić.

Mientras que Leo durmió todo el viaje, Kim me contó la curiosa historia de Stein-Wolflandet. Al pueblo lo habían fundado un grupo de islandeses perdidos, que creyeron haber llegado a Noruega. Pero en realidad terminaron en los límites de lo que hoy es Altenau y el Parque Nacional Hard, más o menos a doscientos cuarenta kilómetros de Berlín. El nombre se había germanizado, y se lo pusieron porque antes habían grandes manadas de lobos en esas montañas, aunque ya para el siglo XIX los habían cazado a todos.

Ella había venido por una beca de la universidad. Luego le ofrecieron un buen puesto de trabajo, así que se quedó y consiguió hospedaje en el pueblo. Allí se enamoró de la gente, del paisaje y de un guarda parques llamado Leonardo Pavić. Y apenas tuvo la oportunidad regresó a Chicago por su hermano.

Finalmente estábamos llegando. El autobús empezó a subir por una pequeña colina, cuando llegó a la cima pude ver una docena de casitas de piedras con techos de todos colores, y al fondo las ruinas de un castillo junto con un bosque montañoso. Un paisaje medieval sacado de un cuento. El arco de piedra en la entrada nos daba la bienvenida: "Willkommen im Stein-Wolflandet".

Eran pocos habitantes y casi todos nos saludaron al pasar. Hacia el final del camino estaba la granja. La casa era blanca con tejas azules con una veleta en forma de Pegaso girando en lo más alto del techo. Detrás había un granero. Y en el campo se veía un grupo de caballos pastando.

Allí estaba Gus, hablándole a los caballos. Había improvisado una máscara con un plato de plástico rojo y peleaba contra un manzano al que le había atado un martillo. Sus amigos giraron las orejas cuando me vieron y él se dio la vuelta sacándose la máscara.

―¿Erick?

Verlo de nuevo me hizo olvidar el cansancio del viaje.

―Hola Gus.

Él estaba más emocionado que yo, así que me dio un fuerte abrazo. Kim y Leo se había ido a descansar pues trabajaban dentro de pocas horas. Él me dio un recorrido por la granja, tomándose su tiempo para presentarme a cada uno de los caballos.

―Esta es Ventisca ―señaló una yegua blanca―. Ves que parece blanca pero tiene puntitos negros. Es mi favorita ―. Le abrazó la cabeza―. La que está allá es su hermana menor, Bruma ―. Era de un gris plateado con manchas blancas en forma de copos de nieve por todo el cuerpo― Tu puedes montar en ella, si quieres. ¿Quieres?

―Vas a tener que enseñarme primero.

―Claro ―dijo acariciando la frente del animal―. ¡Oh, cierto! Ven conmigo, Opa ya te compró la cama.

―¿¡Opa!? ―dije con una inyección de energía repentina.

―Opa es abuelo en alemán, o eso creo. Así le dice Leo a su abuelo.

―Entonces era su abuelo al que le disparó ―dije más para mi que para él.

―¿Le dispararon a Opa? No puede ser, si él volvió esta mañana. Si le hubieran disparado debería estar en un hospital, ¿o no?

―Es que...

Mientras entrabamos a la casa le conté lo que vi en la televisión. Y cuando mencioné un escudo redondo con una estrella en medio, él saltó con su propio relato de miedo. Subimos por las escaleras hasta su habitación, él se sentó en la cama de la derecha.

―Tu cama ―me señaló la de la izquierda. Me recosté con un suspiro y fijé la vista en el techo―. Entonces, ¿conociste al señor malévolo?

―Eso creía yo.

Esa tarde se libró la batalla por la Tierra. Loki abrió un hoyo en el cielo y dejó salir a los monstruos. Básicamente nos dijo: "Hola insignificantes criaturas del cosmos. No están solos".

La gente de Nueva York lo llamó El Incidente. En los noticieros el tema pasó rápidamente de moda. Eso podría parecer extraño pero tratándose de extraterrestres la gente tenía miedo y aunque tenían muchas preguntas, tenían más miedo de preguntar. Además cada quien se preocupó más en fortalecer los muros de su propio castillo.


En la copa de Yggdrasil, está la ciudad dorada donde moran los Aesir.

Allí, una fila de guardias dorados caminaba por un largo puente que descendía hacia una desoladora profundidad. Braceros colocados de a par cada veinte metros lograban una pobre iluminación.

Al final otros dos guardias custodiaban unas gigantescas puertas. Uno de ellos se acercó y revisó las bandejas que traían. Asintió con la cabeza y el otro quitó la tranca, entonces ambos sacaron sus llaves y las introdujeron en las cerraduras. De manera sincrónica, giraron las llaves y cada uno empujó una de las puertas, abriendo un estrecho suficiente como para dejarlos pasar.

Los calabozos estaban dispuestos en cinco pisos. Categorizados según el nivel de amenaza. En el primer piso, más cerca del ojo y oído de los guardias, las celdas estaban reforzadas con uru y hechizos. Esas estaban destinadas a los más peligrosos. Y no eran los sirvientes sino soldados diestros quienes les traían la comida a aquellos prisioneros.

En la antepenúltima celda estaba el dios del engaño esperando su juicio. Una cama era todo lo que le había conseguido su madre adoptiva hasta ahora. Se paró frente al guardia con los brazos cruzados detrás de la espalda, y observó la bandeja que le traía pan y vino con desprecio.

―Ya sabes que hacer recluso.

Torció el labio apenas, en un gesto de asco y caminó hacia el lado derecho de la celda sin quitarle la vista al guardia. El campo de fuerza que hacía de reja dividió la celda en dos mitades con un zumbido. En una mitad quedó el prisionero encerrado, luego la otra se liberó para que el guardia pudiera pasar a dejar la bandeja. Cuando se retiró la configuración del campo de fuerza se restableció.

―Que lo disfrutes ―dijo con un destello en su sonrisa.

Así como entraron, todos los del servicio de catering salieron. Y tras ellos las puertas se volvieron a cerrar.

Dentro de la prisión se escucharon gritos ahogados. Los dos guardias se miraron entre sí alarmados, uno de ellos decidió a entrar para ver que sucedía. Fue revisando las celdas una por una, hasta que llegó casi al final. En la antepenúltima celda encontró a uno de sus compañeros encadenado y amordazado.

―¡Oh Surtur! ―. Tocó el panel y el campo de fuerza se apagó. Se arrodilló junto a su colega para sacarle la mordaza y automáticamente la ilusión se deshizo―. ¿Pero qué...?

―¿Eres nuevo verdad?

El joven guardia alzó la vista y Loki lo sujetó de la mandíbula de forma tal que le impedía gritar. Después de unos segundos de resistencia inútil se desmayó. Lo arrastró hasta la cama y con un movimiento de mano intercambiaron forma. Agarró el vaso de vino y tomó un trago, regalándose un momento para calificarlo mentalmente. Obviamente no se lo había enviado Fridga.

―¿Y? ―preguntó el otro guardia cuando se lo encontró del otro lado de la puerta.

―Nada ―dijo ayudándole a cerrar con llave―. Solo otro escandaloso.

―Genial ―dijo señalando con la cabeza hacia el puente―, ahí viene el cambio de guardia. Me estaba meando.


Era el último mes del año y estábamos en vacaciones. Podría decirse que ya era un jinete aceptable. Cabalgábamos por un sendero pequeño en el que crecían hongos blancos alrededor de los árboles y la luz que entraba entre las copas parecía cortinas amarillas en las que bailaban pelusas juguetonas.

―Opa dice que los anillos de hongos lo hacen las hadas cada vez que bailan en la noche. Pero nunca las he visto por más que me esconda.

―Leí que les gusta la música. Tal vez si cantas se queden.

―Pero si canto se irán hasta los pinos ―nos reímos.

Pasamos por el claro que había quedado luego de la corta batalla entre tres vengadores. La hierba había aprovechado la luz adicional y algunos juveniles de arce empezaban a tomar altura. En eso, nos pareció oír un aullido, las ramas de los árboles se agitaron con el viento. De las cientos de veces que habíamos pasado por ese sendero, esta era la primera vez que ocurría eso.

―¿Lobos?

―El Gran Lobo ―dijo con voz fantasmal. Arqueé una ceja―. Solo otro cuento de Opa.

―¿Y qué dice?

―Cuenta que en este bosque hay un lobo tan grande, que cuando aúlla, los arboles se mecen y el suelo tiembla. Pero Opa está loco, no le creas nada, todavía no he visto ningún hada.

Llegamos al río. Señal de que debíamos regresar. Giré mi caballo echando un vistazo a la otra orilla, y entonces, algo peludo se movió entre la maleza.

―¿¡Que es eso!? ―señalé al otro lado.

―¿Qué cosa?

―Algo pasó corriendo entre los árboles.

―Un tejón o un zorro tal vez.

―No, era más grande. Un lobo.

―Imposible. Leo dice que aquí no se han visto lobos hace como cien años. Seguro fue un perro.

―Quizás ―. Piqué a Bruma para que cruzara el río―. Vamos a ver.

Pasamos entre los arbustos donde vi al cuadrúpedo moverse y desmonté. Habían huellas de can frescas en la tierra, eran grandes y las almohadillas formaban una pica de póker, con las uñas muy marcadas. Una gota calló al suelo. Me erguí y le pasé la mano a una hoja que quedaba como a la altura de mi hombro.

―Sangre.

Los caballos se removieron inquietos.

―Mejor vuelve a montar Erick.

Pero mi espíritu curioso se hizo presente y seguí las huellas. Nunca habíamos cruzado el río, alguna especie de mística se había encargado de quitarnos el deseo de manera inconsciente. Ahora esa puerta había quedado abierta.

Las huellas se fueron transformando, hasta volverse humanas. Las gotas de sangre intermitentes, se convirtieron en manchones conectados por un hilo rojo. Los caballos relincharon asustados. Bruma se encabritó y salió huyendo.

―¡Bruma, ven aquí! ―gritó en vano.

Aunque hizo un gran esfuerzo tampoco pudo controlar a Ventisca, que escapó con todo y jinete.

A unos doce metros más adelante había un risco de granito que le doblaba la altura al pino más alto de la zona. Vi la palma de una mano impresa con sangre sobre roca. Aún estaba húmeda. La luz del atardecer se fue y las runas brillaron.

De repente oí pisadas, junto con el sonido metálico de armaduras y escudos. Todos hablaban en una lengua extraña.

Detrás de mí un ave batió las alas dándome un buen susto. Mi grito los alertó y comenzaron a bajar por un lado del risco. Pero antes de que me vieran apareció un cuervo de alas blancas y voló directo hacia ellos chillando furioso. Aproveché la oportunidad y corrí.

En un latido llegué a la orilla del río cuyo caudal había crecido repentinamente, pero tenía tanta adrenalina que me lancé sin pensarlo dos veces. Tuve que usar toda mi fuerza para que el agua no me arrastrara. Entonces escuché un alarido y me frené justo a la mitad del río. Un trueno me sacó del shock. Miré hacia el cielo e inmediatamente se largó un aguacero. La lluvia se acumuló en una estampida corriente abajo, arrastrándome con ella.

Cuando pude sacar la cabeza del agua el cuervo pasó graznando y se posó un instante sobre un troco a la deriva, nadé con toda mis fuerzas y me sujeté de él. En los rápidos el tronco se atascó entre dos rocas. El impacto hizo que perdiera el agarre y la corriente me succionó por debajo. No me solté, pero tampoco podía salir a respirar y de un momento a otro perdí la conciencia. "No cruces el río", dijo un eco en mi cabeza.

―¡Cof, cof..! ―tosí para sacar el agua de mis pulmones.

Con el abrigo mojado sentía mucho frío. Pero me alivió hundir los dedos en la tierra de nuevo. Y el hecho de estar sobre la tierra y no dentro del río me alarmó. Sentí el metal del traje y me asusté aún más. Antes de que pudiera reaccionar me levantó por la cintura tapándome la boca y apoyó la espalda contra un árbol.

Por izquierda y por derecha pasaron los guardias dorados. Un par de lanceros y otro par de arqueros. Al quinto parecía que le habían roto el brazo y de su espada chorreaba sangre fresca. Pronto se alejaron.

―Tranquilo. No pueden verte hasta que salga el sol.

El alivió que sentí en ese momento no puedo explicarlo. Él lo percibió y aflojó el agarre.

―¡Loki! ―dije girando la cabeza y rápidamente volvió a taparme la boca.

―Shhhh. Ver y oír son dos cosas distintas―. Me bajó y entonces lo abracé agradecido―. A mi también me da gusto verte ―dijo risueño.

Notó que estaba tiritando, así que se sacó su capa y me abrigó con ella. La tela era pesada y calentita. Esta vez no andaba de jeans, sino que traía su armadura. Hasta tenía puesto su casco cuyos cuernos no podía evitar ver de reojo.

―¿Crees que sean muy pretenciosos?

―Pareces un reno.

Soltó una carcajada y luego hizo una mueca de dolor. Se dejó caer lentamente al piso. Fue cuando vi la sangre en su vientre. Todo este tiempo había sido él el del rastro.

―Estoy bien ―dijo al ver mi cara de espanto. Intentó levantarse pero las fuerzas le fallaron―. O lo estaré dentro de un momento ―dijo cerrando los ojos.

Me agaché junto a él y levanté las solapas de su chaqueta. La herida iba desde las costillas hacia atrás de la espalda y despedía un olor picante.

―Eso no es estar bien ―lo regañé―. ¿Y qué es ese olor?

―Es veneno de quimera. Para que no sane ―sonó agitado.

―Buscaré a Gus y juntos te llevaremos a casa.

―¿¡Qué!? Ni pensarlo.

―¡Te estás muriendo! ―. Chistó.

―Tu amigo está lejos, me aseguré de eso ―. Le costaba cada vez más trabajo respirar―. Pero tu tenías que bajarte del caballo, ¿ah?

―Jódete ―. La sangre seguía brotando―. Iré a buscarlo.

―No ―. Buscó aire―. Si los ven conmigo será su fin.

―Vuelvo enseguida.

Apenas crucé el río empecé a llamar a Gus con cuidado. Después de varios minutos lo encontré en la misma orilla donde había visto al supuesto lobo. Estaba parado mirando hacia el otro lado, seguramente esperando a que apareciera. Sostenía a ambos caballos de las riendas.

―Erick ―se alegró al verme. Luego cambió su cara―. ¡Te voy a matar!

―Escúchame Gus. Necesito que me ayudes.

―¿En qué?

Le dije que había encontrado un lobo herido y que quería llevarlo a la granja para curarlo. Que el animal no era agresivo y que lo podríamos cargar en uno de los caballos. Y le expliqué que había que ir en silencio porque unos cazadores estaban buscándolo. Él aceptó con gusto.

―Solo tengo una pregunta, ¿de dónde sacaste esa capa verde? ―dijo justo cuando llegamos.

―No vayas a gritar.

Apunté con el dedo hacia donde estaba sentado Loki. Al verlo inconsciente me bajé de un salto y corrí hasta él.

―Ese no es un lobo ―dijo haciendo lo posible por mantener la calma―. ¡No vamos a llevarlo a la casa! ―susurró molesto.

―Pero está muy mal herido.

―Mentiste para traerme hasta aquí, porque sabías que te diría que no.

―Claro que sí. En eso eres igual a Kim ―. Me miró con el ceño fruncido―. No te hará daño.

―Estás loco. ¿Dónde lo vamos a esconder?

―En el granero ―dije, aunque sonó más como a pregunta―. Por favor ―supliqué―, no me iré sin él.

―Bien―refunfuñó y se bajó del caballo―. ¿Qué hago?

Acostamos a Bruma cerca de Loki y lo amarramos a la silla con fuerza. Gus me tendió la mano y monté con él. Cruzamos el río y cabalgamos hacia la granja en silencio. En eso las orejas de ambos caballos se irguieron y todos nos pusimos alertas. Se escucharon voces detrás de nosotros.

―Apaga la linterna.

Si nos quedábamos ahí parados, nos verían. Sí corríamos hacia la casa nos seguirían. Así que solo se me ocurrió una cosa.

―Súbete con Loki ―dije en susurros.

―Pero me da miedo.

―No le temas él. Témeles a ellos.

Cuando cambió de caballo me puse el casco de Loki.

―¿Y tu qué piensas hacer?

―Quédate muy quieto y en silencio. Espera hasta que me sigan y recién ahí vete a casa.

―No ―suplicó aterrado.

―Confía en mi.

Piqué a Ventisca y salí al galope por el bosque. Hice ruido para llamar su atención, me siguieron en cuanto vieron el casco y la capa, ni siquiera repararon en la altura del jinete.

Los alejé de la granja tanto como pude. Eran rápidos para ir a pie y me costó varios kilómetros perderlos. Después volví por otro camino, haciendo un rodeo grande terminé otra vez en la orilla del río. El caballo cruzó solo sin que se lo pidiera. De repente, Calvin Harris retumbó por todo el lugar. Kim nos había regalado un celular a cada uno, para casos de emergencia. Era de Gus la llamada.

―¡Gus, casi me das un infarto! ¿Qué pasa?

―¿Cómo qué pasa? Ya van dos horas y no te apareces.

―Recién logré perderlos. Ya voy en camino. ¿Y Loki?

―En los establos. Le hice una cama poniendo frazadas sobre la paja.

―¿Cómo sigue?

―Está peor. El olor ya no se aguanta―. Eso si era malo―. Erick, no sé que hacer.

―¿Viste la caja de zapatos en la que guardo mis cosas?

―Sí.

―Adentro hay un pañuelo verde. Búscalo.

De manera accidental, había aprendido que el pañuelo poseía ciertas "propiedades". La más notoria era la serpiente mágica que salía de vez en cuando. Y la otra era que, humedecido con agua, tenía un poder curativo.

―Ya lo tengo. ¿Qué hago con él?

―Úsalo para lavarle la herida. Tienes que hacerlo bien y con cuidado. Y ponte guantes porque está envenenado.

―Brilla. ¿¡Por qué brilla!?

―No te asustes. Es es un pañuelo mágico. Luego te cuento.

―Creo, creo que dejó de sangrar.

―Genial. Aguanta ya casi llego.

―¡Ay, mierda!

―¿Qué, qué pasa? ―. La llamada se cortó.

Me imaginé lo peor. Que los soldados los habían encontrado. Apuré a Ventisca y llegué en pocos minutos a la granja. Todo parecía normal. Entré al granero trayendo al caballo de las riendas. No vi a nadie.

―¿Gus? ―llamé y nadie me respondió―. Gus ―volví a llamar.

Tragué un poco de saliva. Fui hasta el último establo y encontré a mi amigo dormido, tapado y acurrucado junto a él.

―Fiu ―suspiré de alivio―. ¿Qué le pasó Gus?

―Me desperté, eso le pasó.

―Oh ―. Arqueé una ceja― ¿Y ahora duerme como un bebé al lado tuyo?

―De todos modos estaba exhausto. Como yo lo veo le hice un favor.

―No puedes andar desmayando a la gente.

―En realidad sí puedo. Pero descuida, le di sueños de lindos ―. Me tapé la cara de vergüenza.

―¿Cómo estás?

―Me recuperaré ―dijo encogiéndose de hombros―. Te dije que no se involucraran. Claramente tienes problemas para tomar decisiones sanas.

―Lo dice el que quiso esclavizar mi planeta ―. Él apartó la vista―. ¿Me vas a explicar esa parte?

―¿Y por qué debería? ―dijo con una sonrisa hilarante.

―Porque me lo debes.

Frunció el seño intentando intimidarme. Como no le funcionó revoleó los ojos.

―Okey ―resopló―. Siéntate a mi lado.

―¿En serio lo harás?

―Me salvaste la vida después de todo ―dijo enseñando las palmas.

Fui a sentarme junto a Loki listo para escuchar su historia, su versión de los hechos, convencido de que había una explicación razonable para actuar de manera tan bipolar. Y entonces vi la trampa en sus ojos.

Pero igual que antes, fue más rápido yo. Colocó tres dedos sobre mi sien, pulgar, índice y dedo medio, formando un triángulo. Intenté quitarme su mano en vano. El sueño empezó a invadirme rápidamente. Solo pude dedicarle una mirada llena de resentimiento antes de cerrar los ojos.


Loki puso a Erick junto al otro niño y lo tapó con una de las frazadas. Les dio una última mirada y se marchó. Tenía un proyecto que terminar.


Este capítulo estuvo dedicado a la memoria de mi "Opa" que falleció este año. Porque el siempre fue valiente y sonrió hasta el final.

Amen y disfruten a sus abuelitos.