Capítulo 3: Ensueño


Después de convenir un horario para salir a cenar algo en un bar karaoke no muy lejano, Miwa vuelve a su dormitorio caminando sobre nubes. Incluso llega a olvidar que tiene el obsequio de Mecha-maru sobre su mano derecha y al cerrar la puerta de su alcoba lo recuerda. Lo deja en el mismo cajón que aquel souvenir que Gojou le obsequió y se voltea a su guardarropa. Pero su expresión ensoñada desaparece al ver la monotonía que encuentra en sus prendas.

Todos sus trajes están uno junto al otro, perfectamente ordenados y planchados. Las camisas blancas, las corbatas. Tan aburrido y corriente como ella.

En ese momento se lamenta por no haber salido aquel fin de semana con las muchachas a comprar, ahora quizás tendría algo decente qué usar para una cita.

Quizás esa carencia de artículos de moda se debía a que jamás se había planteado que surgiera una posibilidad de ese estilo. No solo con Gojou Satoru, sino más bien con cualquier otro muchacho. Miwa estaba más preparada para trabajar que para socializar.

Esto es una desgracia.

A esta altura ni siquiera sabe si tendrá tiempo de salir a medirse algo. Sufre ante la idea de pedir algo prestado y escucha anticipadamente las burlas de las chicas. Seguramente pensarán que esa cita es algo que no es, algo inapropiado. Pero no tiene muchas opciones.

Reúne algo de valor y se dirige al dormitorio de Mai, descartando rápidamente a Momo. Miwa podrá ser aún joven pero afortunadamente se ha desarrollado más de lo que Momo probablemente pudiera por el resto de su vida.

Mai, en cambio, tiene el porte de una mujer adulta.

Parada frente a la puerta de su habitación permanece dudando, no está segura de cómo explicarle la situación. Levanta su puño frente a la puerta y frunce el rostro repentinamente. Tiene que hacerlo por Gojou y con eso en mente toca y espera.

—¿Quién es? —se escucha del otro lado de la puerta.

—¡M-Miwa-chan!

Las palabras salen atolondradamente de su garganta. No escucha nada y espera, intenta relajarse un poco. Está tan nerviosa que el estómago se siente como un nudo gigante.

La puerta se abre poco después y Mai mira a Miwa con apenas un poco de curiosidad.

—Mai… Necesito un favor.

Los dientes de Mai brillan, saborea algo sobre su lengua a pesar de que aún no sabe de qué se trata. Se hace a un lado sobre el marco de la puerta y la invita a entrar. Luego cierra la puerta y se apoya sobre ella, cruzando los brazos.

—¿Un favor? Sabes que no hago esas cosas gratis —se ríe obstaculizando la salida en caso de que a Miwa se le ocurra arrepentirse.

Miwa contrae las cejas. No puede contar todas las veces en las que le ha prestado sus apuntes o ayudado a cumplir un plazo. No recuerda todas las ocasiones en las que le hurtó sus dulces. Piensa echárselo en cara, pero se resiste.

—Bien… —contesta cansada. No tiene tiempo que perder—. ¿Qué es lo que quieres?

—Pon al día mis trabajos. Me he atrasado un poco y Utahime no me deja en paz.

Miwa echa un vistazo sobre la cama y ve una revista abierta. Asume que estaba holgazaneado cuando ella llegó, pero no lo dice.

—Está bien. Pero, por favor. Necesito tu ayuda…

—Bueno, anda, empieza a hablar o terminaré retrasándome más de lo que ya estoy.

Mai toma asiento sobre la cama y la mira con atención. Este es el momento que Miwa más teme.

—Saldré esta noche… y no tengo qué ponerme. Préstame algo, por favor. Sólo será una noche.

—¿Cuál es la ocasión?

—Mi cumpleaños.

El rostro de Mai se descompone. Una mueca incómoda le dobla la sonrisa y abre los ojos grandes como dos platos. La mira desconcertada. Puede ser una desgraciada cuando lo desea, pero Miwa no ha sido más que amable desde que la conoció. El pavor de no haberla saludado se consume rápidamente y frunce el entrecejo.

—¡Tonta! ¡¿Por qué no me dijiste que era tu cumpleaños?!

—No es muy importante, es sólo un cumpleaños.

—¿Cuántos años? ¿Dieciséis?

Miwa no logra contener su desagrado. Con lo mucho que se esfuerza en verse mayor.

—Dieciocho.

—¡¿Dieciocho?! ¡Es un número importante! ¡Debiste decírmelo! Me haces quedar como una desalmada.

Después de aquel regaño, Miwa espera que la dispense del pago. Mira de reojo los libros de Mai y se queda callada, pero tristemente Mai no la absuelve de esa tarea.

—Sé que es importante pero no espero que lo sea para el resto.

—Bueno, bueno, entonces feliz cumpleaños, Miwa… supongo —dice a regañadientes—. Ahora bien, necesitas algo qué ponerte. Dame el contexto. Para saber qué prestarte primero debo saber a dónde piensas ir.

El nudo en su estómago se aprieta de nuevo. Está nerviosa y espera una reacción exagerada.

—Bueno… Gojou-sensei me invitó a un karaoke por mi cumpleaños.

—¿Qué dices? —pregunta Mai como si no la hubiera escuchado bien. Está segura que se ha equivocado, que esas palabras no salieron de su boca.

—Uhm… Gojou-sensei…

—¡¿Gojou Satoru?!

Mai no suele prestarle demasiada atención a Miwa, pero es una mujer y se ha dado cuenta rápidamente y sin mucho trabajo del enamoramiento que ella sufre hacia Gojou. Sin embargo, está sorprendida. Luego de escupir su nombre espantada vuelve a esbozar una sonrisa de lo más cínica.

—Vaya, supongo que la idea es impresionarlo. No sabía que eras tan osada, pequeña Miwa. Supongo que lo que dicen es cierto, las calladas son las peores.

Miwa se torna casi completamente roja. Un rápido flujo de sangre la deja sofocada.

—¡No es lo que estás pensando! ¡Solo… Es que… ¡Gojou-sensei ha estado muy aburrido en la Academia y casualmente es mi cumpleaños! Si quieres puedes venir con nosotros, podemos invitar Momo también.

—Ni hablar, no voy a estropear tu momento Miwa. Por mucho que quisiera arruinar mi noche compartiéndola con alguien tan raro como él. Además, si hubieras querido invitarme lo hubieras hecho en un principio. Pero quieres al sensei para ti sola, ¿no es así, golosa?

—N-no… no es así…

—A ver, a ver… —murmura mientras la ignora y camina hasta su guardarropa. Abre la puerta y se acaricia el mentón mientras piensa en qué será más adecuado—. ¿Escote pronunciado? Uhm… Bueno, no tienes mucho qué pronunciar… ¿Rojo? No, con ese cabello se verá mal. ¿Blanco? No, demasiado virginal. A menos que Gojou Satoru tenga ese tipo de fetiches, quizás… De hecho, tiene aspecto de depravado. Tal vez algo negro…

Toma un vestido corto del closet y lo coloca sobre el pecho de Miwa. Pero tuerce el gesto cuando ella sonríe y el atuendo ya no se ve tan atrevido.

—No creo que tenga algo que vaya con esa cara de niña buena. Te diré algo, ya que tenemos un trato te acompañaré a una tienda no muy lejos de aquí. Deben ser veinte minutos a pie. Te ayudaré a elegir algo que sea más tu estilo y que dejará con la boca abierta a ese depravado de Gojou Satoru.

Aún sonrojada, Miwa asiente. No niega que busque impresionarlo esta vez. Se ha llegado a preguntar por qué busca tanto algo diferente qué vestir y sabe que sólo se puede deber a él. No es por su cumpleaños o por salir a un sitio nuevo.

Es por Gojou Satoru.

Tal y como Mai dice, la tienda no queda demasiado lejos. En el camino no dice mucho y le da la impresión de que le hubiera dicho que sí a robar un banco con tal de que terminara sus trabajos.

La tienda es pequeña y la atiende su propia dueña, una mujer amable de mediana edad.

Mai la observa probarse un vestido tras otro, pero ninguno le agrada y no tiene contemplación al momento de decirlo.

Miwa comienza a desanimarse, mira la hora en su celular hasta que finalmente se le ilumina la mirada sobre un vestido floreado. Cuando se lo prueba, lo sabe, sabe que es el vestido incluso antes de mostrárselo a Mai.

—Supongo que es más o menos tu estilo.

No suena como un halago, pero es lo mejor que puede obtener de ella y, cuando se aproxima a pagarlo, Mai la detiene, saca de su bolso su billetera y se acerca a la caja.

—Es tu cumpleaños, ¿no? —le dice en un tono poco amable, pero tuerce la boca en una media sonrisa.

Al volver al templo las mejillas de Miwa duelen, ha estado sonriendo durante todo el día. Y antes de despedirse de Mai en la puerta de su cuarto se aproxima a ella, mira hacia los corredores y se atreve a pedir un último favor.

—¿Podrías, por favor, no mencionarle nada a Utahime-sensei?

—Solo si prometes no mencionarle que hiciste mi tarea. Ah… y una última cosa.

Saca un labial de su bolso y se lo entrega.

—Esperemos que a Gojou-sensei le agrade.

Le guiña un ojo y cierra la puerta de su habitación.

Una vez sola observa el labial que Mai le acaba de entregar. No está segura de sus propias intenciones, pero realmente quiere usarlo, quiere verse bien, quiere que sea una noche especial y se aferra a él con convicción.

El nudo en su estómago vuelve a apretarse, no recuerda la última vez que estuvo tan nerviosa. Ni siquiera una maldición lograba ponerla así. La ansiedad la obliga a mirar el reloj una y otra vez. Incluso se viste con demasiada antelación y se arregla el cabello en un semirrecogido. Busca desesperadamente un pequeño par de aretes que sabe están perdidos en alguna parte de su habitación y finalmente los encuentra debajo de la cama.

Cuando la hora llega y ella está lista, recuerda el mal hábito de Gojou por llegar tarde a todas partes y no sabe si salir a su encuentro a la hora acordada o esperar unos minutos más. Pero su ansiedad puede más que ella y sale casi a hurtadillas de su cuarto. Camina hacia la salida del templo, donde pactaron encontrarse y de lejos logra verlo.

Nuevamente el corazón arremete alocadamente sobre su pecho. Lo siente palpitando sobre sus orejas y cuello. Traga nerviosa cuando él se percata de su presencia y se voltea a saludarla.

Es la primera vez que lo ve sin la venda oscura, pero aún cubre su mirada con unas gafas negras. No lleva puesto el traje que siempre le ve puesto, en cambio lleva una chaqueta de cuero, pantalones oscuros y una camiseta celeste claro.

Es tan genial…

—Qué puntual, Gojou-sensei —Miwa se siente halagada por este inesperado gesto.

—Es una ocasión especial, lindo vestido. Me agrada lo que hiciste con tu cabello.

Lo ha notado, Gojou-sensei la ve.

Ella asiente extasiada. Su esfuerzo valió la pena.

Un taxi los espera afuera, Miwa le pregunta si tiene hambre y él aprovecha la ocasión para comentarle todo lo que le gustaría comer esa noche con lujo de detalle y ella lo escucha con la misma devoción que le tiene a su katana.

Al subir al taxi, Miwa aprieta sus piernas una contra la otra. Las de Gojou son tan largas que está a punto de tocarle una rodilla. Él se acomoda, relaja sus brazos contra el asiento y deja cae su cabeza hacia atrás.

Ella no puede evitar sentirse intimidada con su presencia y le cuesta soltar palabra durante el camino. No sabe a dónde irán, pero confía en el juicio de su sensei. Él parece tener buena idea de los mejores sitios en Kioto y aunque la llevara a un sitio de mala muerte a ella le parecería bien, siempre y cuando sea con él.

Cuando finalmente llegan, ella observa el cartel: Bar y Karaoke Roseo. Ella muestra su identificación en la entrada y la recepcionista le informa ligeramente incómoda que no podrá beber.

—No hay problema, no vinimos a beber —contesta Gojou y la muchacha le sonríe con una expresión similar a la de Miwa cuando está a su alrededor.

El efecto Gojou Satoru se extiende entre el resto de las empleadas, Miwa las ve cuchichear del otro lado de la barra mientras ven en su dirección. No las culpa, le parece de lo más natural. Pero él parece ignorarlas por completo y eso la sorprende. Luego lo piensa un instante y llega a la conclusión de que debe estar acostumbrado. Si supieran que el mejor hechicero del mundo acaba de estar a su bar tal vez colocarían una alfombra roja para darle paso, pero no lo saben, solo ella lo sabe.

Él elige una mesa situada sobre una de las esquinas del local, desde el cual pueden observar el bar en toda su extensión.

Un muchacho no tarda mucho en ofrecerles unos snacks gratis, deja el menú y luego se retira tras una reverencia amistosa.

Miwa observa los precios antes de ver los platillos y él parece notarlo.

—Yo invito —dice con una cálida sonrisa.

Miwa está a punto de asegurarle que puede pagar por su comida, pero antes de que esas palabras salgan de su boca él la interrumpe.

—No aceptaré un no por respuesta.

Ella no va a discutir, no piensa arruinar tan perfecta velada. Después de todo él la invitó. Simplemente asiente y sonríe. Aprieta los labios, percibe su textura pastosa y se siente un poco avergonzada por esforzarse tanto, se pregunta si acaso habrá notado el labial.

Observa a Gojou de reojo y logra ver sus pestañas blancas asomándose sobre el cristal oscuro de sus gafas. Pero como aún no puede ver el color de sus ojos se pregunta cómo serán. ¿Serán verdes o grises? Tal vez oscuros, negros.

Gojou no tarda mucho en apuntar su menú. Piden dos porciones de gyozas, cuatro brochetas yakitori y tres platos de adamame.

Escuchan a los grupos cantando desafinadamente, riendo, y Miwa desea que sus compañeros fuesen así de extrovertidos. Hay nostalgia en su mirada, hay un dejo de un deseo implícito en ellos. Apoya su rostro sobre una mano y los mira divertirse desde lejos.

Repentinamente Gojou la toma de la mano y la lleva arrastrando hacia el escenario. Antes de darse cuenta tiene un micrófono en la mano y Gojou elige una canción. Miwa corre hacia él cuando se da cuenta que está sola bajo una intensa luz y él tuerce su metro noventa sobre un pequeño aparato a un lado del escenario.

—Esa no me la sé.

—Esa es aburrida. Se van a dormir.

—No es para dúo…

—Esta es perfecta, te va a encantar.

—N-No, voy a desafinar…

—No importa, yo canto bien.

Gojou termina eligiendo una canción que Miwa desconoce, pero un repentino sentimiento de valentía la invade al estar a su lado y trata de seguirle el paso leyendo la letra sobre el monitor ubicado frente a ella.

El nudo de su estómago se afloja y termina riendo cuando ambos se equivocan y se ven obligados a retomar el ritmo. Podría llorar de alegría.

Al terminar los aplauden, no por ser el mejor dueto de la noche, sino porque se ven divertidos, la están pasando bien y se ve a leguas. La risa de Miwa es contagiosa y Gojou es tan fácil de ver que se roba más de un suspiro.

Miwa hace una reverencia al público mientras que Gojou saluda con esa sonrisa simpática que la desarma. No sólo a ella, sino también a varias muchachas del público. Las camareras aplauden desaforadas y Miwa se siente la más afortunada del lugar.

Es el mejor cumpleaños de su vida.

Cuando vuelven, su pedido está en la mesa. Gojou come sin importarle mucho si mancha sus mejillas con salsa.

—Ah… —suspira—. Deberíamos comprar kikifuku a la vuelta.

Miwa hace una nota mental.

A Gojou Satoru le gusta el kikifuku.

Al mencionar el camino de regreso al Colegio, Miwa teme que este tan ansiado momento se le esté escurriendo entre las manos con demasiada rapidez. Necesita inmortalizarlo, como lo hizo la primera vez que lo vio.

—¿Podemos tomarnos una foto? —pregunta ilusionada y él asiente. Se reclina contra ella y sonríe mientras Miwa toma una fotografía de los dos.

—Envíamela —pide inmediatamente después.

—N-no tengo su número.

Gojou toma el celular de Miwa y con unos rápidos movimientos de sus largos dedos se agenda y envía la foto.

¡Tiene el número de Gojou Satoru!

Miwa no puede más de la emoción. Él día no deja de ponerse mejor.

Al beber el último sorbo de su gaseosa, se voltea a mirarla. Miwa vuelve a sentirse como si pudiera ver en su interior. Como si pudiera verlo todo. Se atreve a sostenerle la mirada, jamás lo ha tenido tan cerca y a pesar de la escasa luz que baña las paredes del Bar Karaoke, percibe el color durazno de sus labios. Tienen un aspecto radiante, como si usara algún tipo de gloss.

—Entonces, Miwa-san, ¿por qué no me cuentas sobre aquel sueño?