Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es iambeagle, yo sólo traduzco sus maravillosas palabras.
Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is iambeagle, I'm just translating her amazing words.
Thank you iambeagle for giving me the chance to share your story in another language!
Gracias a Yani por ser mi beta en esta historia.
Capítulo 2
—¿Cómo se siente hoy, señor Cullen? —pregunto para hacer charla mientras me muevo por la sala de examinación.
—Estoy bien —dice después de un momento, aclarándose la garganta—. Por cierto, puedes decirme Edward.
No respondo a eso mientras me lavo las manos.
—¿Cómo estás tú? —pregunta, y frunzo un poco el ceño, pero sigo dándole la espalda, así que no puede verme.
Girándome mientras me seco las manos, quedo de frente a él.
—¿Cómo estoy yo?
—Sí. —Se rasca la incipiente barba que tiene en la mandíbula—. ¿Es raro que lo haya preguntado?
—No. Está bien. Estoy bien. —Nos miramos el uno al otro por un momento—. Te he visto antes, ¿cierto? En el autobús.
Se ve sorprendido.
—No estaba seguro de que fueras a mencionarlo.
—¿Por qué no?
—Porque fue algo incómodo —dice con una risa sin aliento.
Finjo confusión.
—¿Incómodo?
—¿Sí? No sé cómo más decirle a ser completamente ignorado.
—No te ignoré completamente.
Pero sí lo hice. Y tiene razón, esto es incómodo.
Nos miramos el uno al otro durante un latido más antes de que él se encoja de hombros y deje el tema.
—Entonces, para comenzar con el procedimiento de hoy, yo…
Me interrumpe.
—No tienes que decir todo el discurso.
—De hecho, sí tengo que.
—Ya lo he escuchado antes.
Técnicamente es cierto.
—Pues, a pesar de tu memoria impecable, es por política —digo, manteniendo el tono formal—. Tengo que decir el discurso.
Mira mi cara.
—Bien. Dilo.
Asiento brevemente y explico exactamente qué sucederá hoy antes de confirmar con él que no ha tomado medicamentos y repasar los efectos secundarios potenciales del Procedimiento.
—Me saldré de la sala para que puedas cambiarte. —Estiro la mano para entregarle nuestra filipina estándar de color azul pálido.
—¿Tengo que cambiarme? —pregunta, mirando mi brazo extendido.
—Sí. —Enfatizo mi punto estirando más la mano hacia él hasta que acepta la ropa que le ofrezco.
—El azul no es mi color.
Mis ojos permanecen en los suyos. Comprendo que me equivoqué antes, no son solo verdes. En persona, son casi color oliva, con toques de dorado. Avellana. Pienso brevemente en qué color le quedaría mejor, luego dejo que ese pensamiento se aleje de mí.
—Parece tonto cambiarme cuando el Procedimiento no tarda tanto —lo vuelve a intentar.
No está equivocado. Tarda como media hora, máximo.
Cuando el Procedimiento comenzó, no era una cirugía ambulatoria. De hecho, hubo muertes al principio. Unos cuantos casos de parálisis. Pero conforme pasaron los años, y la investigación incrementó, el Procedimiento fue perfeccionado y eventualmente reducido a pocos minutos en lugar de un montón de horas.
—Claro, bueno. —Me aclaro la garganta, insegura de qué decir. Ninguno de mis pacientes se ha quejado de la filipina. De hecho, la mayoría de mis pacientes no dicen mucho. Las únicas objeciones que usualmente se alzan es cuando están a punto de ponerles la anestesia y les entra la duda. Hemos tenido que contener a pacientes reacios solo unas pocas veces—. La filipina es una precaución, señor Cullen.
—Edward.
Parpadeo.
—La filipina es una precaución, señor Cullen —digo de forma más firme.
Casi sonríe.
—¿Precaución para qué?
—Necesitamos que este sea un ambiente estéril. Y si hay una complicación con tu cirugía, tendremos que ingresarte al hospital —respondo.
Frunce el ceño, sacudiendo la cabeza.
—¿Complicación? ¿Como muerte?
—No ha habido ninguna muerte en los últimos diez años. Y ya repasé todos los posibles efectos secundarios contigo.
—Entonces, ¿qué tipo de complicación haría que me ingresen al hospital?
—Sentirte mareado. Con náuseas. O que tengas convulsiones.
—Las náuseas no suenan como una complicación —replica.
—Sí lo es —le aseguro.
—Ya me han hecho el Procedimiento antes —argumenta—. No me sentí nauseabundo ni mareado después de eso.
—Bien por ti —digo sin pensar, y su boca se vuelve a alzar ligeramente—. Pero ya que este es tu segundo Procedimiento en cuestión de semanas, eres más susceptible a que se presenten problemas.
—¿Detecto algo de juicio en tu tono? —pregunta con un leve toque de diversión en el suyo.
—En absoluto.
Mis mejillas se calientan. Tal vez sí lo estoy juzgando un poco.
—Definitivamente me estás juzgando.
—No lo hago —argumento con un toque más duro en mi voz.
La diversión está ahí de nuevo, en sus ojos. Su sonrisa es casi presumida. Sabe que me está afectando, así que aparto la mirada hacia el reloj. No solo está desperdiciando mi tiempo, sino el suyo también. Cuando lo vuelvo a mirar, lo veo prestarle interés a donde debería estar un gafete. Mi bata de laboratorio no tiene nada, está libre de cualquier toque personal. El calor sube por mi cuello al sentir sus ojos en mí.
—¿Cuál es tu nombre? —pregunta, curioso.
No le contesto.
—Cámbiate, por favor.
Comienza a hablar, pero lo interrumpo efectivamente y me dirijo al baño de empleados mientras él se cambia. Las luces hacen que el baño brille de forma automática cuando entro. Uso el baño y me lavo las manos, mirándome al espejo.
Una bata de laboratorio blanca bien planchada.
Un radiante labial rojo.
La mitad del cabello sujeto hacia atrás, el suficiente para que no me caiga en la cara, pero no tanto para que parezca exagerado.
Me reaplico el labial y me topo con Vanessa, otra especialista, en el pasillo.
Me detiene riéndose.
—¿Estás bien?
—Es un día ocupado.
—Probablemente por eso no vino Rachel —se ríe.
—Probablemente. Estoy con uno de sus pacientes hoy, y es un poco frustrante, pero sobreviviré.
Casi pienso en pedirle a Vanessa que se haga cargo, pero decido no hacerlo. El que yo no regrese a esa sala de examinación probablemente le provocaría más satisfacción. Además, puedo lidiar con él. Pronto estará bajo el efecto de la anestesia y lejos de mí.
Después de tocar dos veces, lo encuentro sentado en la camilla esperando pacientemente con la filipina puesta.
Está equivocado. El azul no se ve mal.
—Eso no fue tan terrible, ¿o sí? —pregunto con sarcasmo, agradecida de que finalmente haya seguido mi sencilla indicación. Su boca se mueve e inmediatamente deseo poder retractarme. Lo dejé que me afectara, y eso no está bien. Es poco profesional—. Te revisaré los signos vitales y comenzaré el mapeo cerebral antes de que la doctora Howard venga —le digo, evitando su mirada mientras le pongo el oxímetro en el dedo.
—Haz lo que tengas que hacer.
Alzo la vista brevemente.
—Lo haré.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí?
Me paro frente a él mientras espero que el lector tome su pulso. Su mirada en mí es un poco enervante.
—Tu ritmo cardíaco está un poco alto —le digo simplemente, alejándome de él.
—¿Eres nueva? —lo vuelve a intentar.
—¿No?
Se ríe y alza sus manos como si me hubiera ofendido.
Tomo su presión sanguínea y su temperatura. Está bien —todo está normal— pero decido revisar su pulso una vez más. Pongo mis dedos justo debajo de su mandíbula y siento el latido de su pulso contra las puntas de mis dedos. Puedo sentir mi propio corazón acelerándose al ritmo del suyo, pero intento estabilizar le mío. Me está viendo muy de cerca, y probablemente se siente más presumido al saber que me está afectando, incluso si es solo un poco.
Su garganta se agita cuando traga bajo mi toque, pero mantengo la mirada en el reloj sobre él.
Otro tic de un segundo.
Otro palpitar que me hace saber que él está vivo.
Otro aleteo que me hace saber que yo estoy viva.
—No soy nueva —le digo de forma casual, todavía apartando mis ojos de los suyos—. He estado aquí por casi tres años.
—¿Por qué querrías trabajar para el gobierno?
Aparto mi mano, lanzándole una mirada.
—Porque… no es de tu incumbencia.
Su risa suena sin aliento.
—¿Te dan descuento en Procedimientos o algo así? Puede entonces que sí valga la pena.
—Un descuento sería bueno para ti si se te vuelve hábito esto de venir con tanta frecuencia.
—Ouch.
Ignoro su expresión dolida y me ocupo tomando notas en la computadora, manteniendo así mi atención lejos de él.
—Es que estoy un poco ansioso —dice al fin—. Es plática nerviosa. No me hagas caso, ¿de acuerdo?
—La ansiedad se irá después del Procedimiento —digo con confianza robótica.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad. Siéntate aquí, por favor —indico, señalando hacia el escáner cerebral.
Se baja de la camilla y miro su ancha espalda mientras cruza el pequeño espacio antes de ponerse cómodo en la silla. Aparto la mirada, atenúo las luces y enciendo la máquina.
Rechina a la vida, un zumbido estable llena la sala.
—¿Cuántas has tenido?
—¿Disculpa? —pregunto mientras presiono el botón que eleva la silla para que la coronilla de su cabeza encaje debajo del instrumento que mapeará su cerebro.
—El Procedimiento. ¿Cuántas veces te lo has hecho?
Pienso en la solitaria cicatriz abultada detrás de mi oreja izquierda.
—Eso tampoco es de tu incumbencia —le respondo.
Lo puedo sentir alzando la vista hacia mí, pero mantengo la mirada lejos de él mientras me concentro en la imagen de su cerebro que llena la pantalla.
—Vamos. Sabes todo de mí.
—Difícilmente lo diría así.
—Sabes cuántos Procedimientos he tenido.
—Porque eres el paciente.
—¿No puedo hacer charla por amabilidad?
—Eso no es amabilidad —argumento, concentrándome únicamente en la pantalla otra vez—. El clima es amable. Esto es invasivo.
Se queda en silencio entonces, y pienso que esta es la mayor cantidad de tiempo que ha pasado sin hablar. Es casi un minuto, pero aun así. Es lo suficiente para que finalmente yo baje la vista para encontrarlo mirando mi cara con un descarado interés.
—¿Quieres hablar del clima? —pregunta al fin—. Bien. Hablemos del clima.
—Ya terminé de hablar —le digo justo cuando entra la doctora Howard a salvar el momento.
—Ah, señor Cullen. Te ves muy apuesto hoy. —La doctora Howard lo saluda con sus típicos modales encantadores.
—Le dices eso a todos los pacientes, ¿no, doc?
La cara de la doctora Howard se extiende en una cálida sonrisa.
—Los vitales están bien. Está un poco parlanchín, pero nada que un poco de anestesia no pueda curar —digo, ofreciendo mi propio estilo de modales: mordaz.
La doctora Howard se ríe, pero mira entre nosotros.
—¿Te lo está poniendo difícil, Bella?
Los ojos de Edward se iluminan por un momento, y me siento confundida hasta que comprendo que ahora sabe mi nombre.
—En absoluto —miento.
La diversión sigue en sus ojos, pero con la doctora Howard en la sala, permanece callado mientras termino de mapear su cerebro.
Miro la pantalla, mi mente vaga a donde siempre va mientras hago esto. Me permito imaginarme a quién estoy a punto de borrar del paciente y conjuro mi propia historia de quién podría ser. A veces creo relaciones completas en mi mente. Un primer beso. Una primera vez. Un romance esperanzador y apasionado que eventualmente se reduce a nada.
Porque sin importar cuántas personas borre o cuantas historias cree, una cosa permanece igual, al final, es como si nunca hubieran existido.
Media hora más tarde, la doctora Howard comienza a preparar a Edward para la cirugía. Se recuesta en la camilla y vuelvo a poner las luces en su máximo resplandor.
—¿Te puedes poner de costado, por favor? —le indico en voz baja mientras me pongo guantes de látex.
Hace lo que le pido y, con su espalda hacia mí, me inclino sobre él ligeramente y limpio con gentileza la piel detrás de su oreja izquierda. Y luego sucede la cosa más extraña del mundo, es casi como si algo chispeara entre nosotros. Un zumbido repentino. Una aguda corriente de electricidad. Él gira la cabeza ligeramente, apuntándola hacia mí, pero no lo suficiente para verme a los ojos.
Tal vez también él lo siente.
Lo que sea que es esto.
Me enderezo y me aparto de la mesa, el corazón me late salvajemente en el pecho.
—¿Listo para la intravenosa, señor Cullen? —cuestiono, agradeciendo que mi voz suene tranquila al regresar a las formalidades.
Exhala un largo aliento.
—Tan listo como podré estarlo.
Pienso en picarlo a propósito unas cuantas veces en el lugar equivocado, pero soy una profesional. Además, la doctora Howard está aquí. Ella sabe que no cometo ese tipo de errores.
Me muevo hacia el otro lado de la mesa e inserto la aguja en su vena, alzando la vista a su cara para encontrar unos ojos neutrales ya sobre mí.
—Hoy es el primer día de tu nueva vida —le digo simplemente. Les digo esto a todos los pacientes antes de que se queden inconscientes.
—Gracias, Bella —dice en voz baja.
Lentamente se desliza hacia la inconsciencia hasta que sus ojos están cerrados, su pulso estable. Lo miro con atención. Con curiosidad.
Mientras le quitamos a su última pareja de la memoria, no pienso en quién era ella. No puedo imaginarme su historia. En lugar de eso, me detengo en la extraña satisfacción que sentí al escucharlo decir mi nombre por primera vez.
