CAPÍTULO 02

En la actualidad.

Barrio de Notting Hill.

Uno. Silencio. Dos. Silencio. Tres. Silencio.

Ayúdame. Por favor...

Temari tensó todos los músculos de su cuerpo. Después del helor, después de que la piel se le erizase repentinamente, sabía qué venía. Y siempre venía, no importaba si era de día o de noche, daba igual qué hora fuese. Ahora, justo al anochecer, venían de nuevo a por ella.

Arrinconada en una de las esquinas de su habitación, hundió la cara entre sus rodillas. Temblaba y tenía frío, y la bilis le subía por la garganta. Dios, hacía tanto frío... Exhaló trémulamente y abrió los ojos lo suficiente para ver el vaho que se formaba como una nube delante de su cara.

Últimamente las voces eran tan fuertes y tan claras que ya no tenía autocontrol.

Era agosto, no más de las tres de la madrugada y estaba en el interior de su casa de Notting Hill. Una mansión que espléndidamente les regaló Sasuke Uchiha a ella y a Naruto, entre otras cosas, como pago por arriesgar sus vidas por ellos. Hacía un mes y medio que se habían trasladado a vivir allí.Naru y ella trabajaban codo con codo en la elaboración de una página web de temática de mitología celta y escandinava.

Una hora atrás estaba trabajando delante de su ordenador, administrando el foro de temática y cultura celta que era el que ella llevaba dentro de la web. Su trabajo consistía en dar la bienvenida a todos los foreros y localizar y controlar a aquellos que se comportaban de manera más extraña o que conocían de un modo más profundo las tradiciones populares. Ya habían registrado a más de doscientas personas. Y había de todo: desde frikies y curiosos, a simpatizantes y licenciados en la materia. Sasuke esperaba encontrar y reconectar a todos los vanirios esparcidos y perdidos por el mundo.

Naruto, por su parte, controlaba la web y el foro de mitología escandinava.

Los vanirios y los berserkers, dos razas sobrenaturales, ancestrales y antiguas, esperaban que todos aquellos miembros perdidos de los clanes se pusieran en contacto con ellos a través de los foros que Temari y Naruto controlaban como moderadores. Aquello parecía surrealista, pero así sacaban provecho de las nuevas tecnologías y tampoco podían anunciarse de manera descarada.

Con esa iniciativa alertarían a todos aquellos seres que no conocieran a las sociedades secretas que, como Newscientists, trabajaban raptando vanirios y berserkers, sometiéndolos a todo tipo de torturas y experimentos.

No solamente se debía avisar sobre esa empresa, sino también sobre la creciente y alarmante transformación de aquellos que Loki sometía cuando caían presa de la desesperación y del hambre. Él había creado a los vampiros y a los lobeznos, sirviéndose de la debilidad de vanirios y berserkers. Él los incitaba a vivir la vida que ellos deseaban, una vida sin límites y sin remordimientos. Para seres que vivían desde hacía más de dos mil años, el camino que Loki les vendía era liberador en muchos sentidos y aquellos que sucumbían perdían su alma a cambio. El número de caídos crecía cada día que pasaba y solamente aquellos que no se vendían a él podían darles caza y acabar con ellos.

Cuantos más ayudaran a la causa, mejor. Por lo visto, Naruto y Temari eran los dos primeros que integraban en sus filas, pues nunca habían colaborado antes con seres humanos.

Ayúdame. Te lo ruego, ayúdame...

Temari cerró los ojos con fuerza y se tapó los oídos. Aquella voz desgarrada por el dolor le pedía auxilio.

—Basta. Basta —susurró con la voz llena de lágrimas—. No puedo más.

Tú puedes ayudarme. ¿Por qué no me ayudas? Va a pasar algo terrible...

Ahora detectó el matiz de la voz muy claramente. Era una mujer. Una mujer desesperada y rota por el dolor. Ya la había oído otras veces. La había oído otras veces, recordó aturdida. Los nervios y el miedo que siempre emergían en aquellas crisis no dejaban que ubicara la voz con claridad.

—Ya es suficiente —rogó abrazándose las rodillas y meciéndose hacia delante y hacia atrás—. Dejadme tranquila.

Silencio.

Pero Temari no se engañaba. Las voces no acababan de irse nunca, la engañaban. Siempre volvían. Siempre. Y el silencio, el maldito silencio era como la calma que precede a la tormenta. Sin embargo, esta vez, algo nuevo sucedió. La estancia se impregnó de olor a naturaleza. Como a jazmín y a rosas. Un olor fuerte, penetrante y peculiar. Un olor que le recordaba al de una amiga especial que había tenido en la infancia. Una amiga que aquellos en los que ella confiaba habían negado.

Temari frunció el ceño. En su habitación no había flores.

¡No!, gritó la voz.

Temari se echó a llorar como si tuviera cinco años y estuviera sola y muy desamparada. Asustada. Temerosa. Aquella mujer, fuese quien fuese, estaba muy cerca de ella. El susto había sido tremendo. ¿Era su respiración lo que oía? No podía ser. Sí. Estaba ahí, con ella, pegada a su oído derecho. Respiraba como si hubiese corrido un maratón, como si no le quedara aire.

Te necesito. ¿No lo entiendes?

La voz sonó más calmada y más dulce. Temari tragó saliva aunque tuviera la garganta seca y dolorida por el llanto. De repente sintió una caricia en la nuca. Una mano fría le rozaba la piel con los dedos. Jamás la habían tocado. Nunca. Y eso le sorprendió tanto que se derrumbó como una torre de naipes.

—¡No! —gritó hasta que vació el aire de sus pulmones. Gritó hasta que le dolieron las cuerdas vocales. Hasta que la oscuridad la tomó en sus brazos y ella, agradecida, se dejó ir.

Konan y Sakura llegaron a la casa de estilo victoriano y ladrillos rojos de Notting Hill en cuanto recibieron la llamada de Naruto.

Él les había dicho que Temari se había quedado desmadejada en el suelo después de gritar hasta casi desgarrarse. No le había dado tiempo a correr a la planta de arriba y socorrerla con lo que fuese que le hubiera sucedido. El chico todavía tenía el corazón a mil por hora y los nervios crispados al ver a una de sus dos mejores amigas tirada en un rincón de su inmensa habitación, pálida y casi sin vida, como si fuese una muñeca de trapo.

Naruto se apartó de la puerta para que Sakura y Konan entraran. No dejaba de sorprenderse siempre que veía a Sakura. Su transformación en híbrida había sido espectacular. Tenía la piel más perfecta que había visto jamás y sus ojos verdes turquesas eran sencillamente sorprendentes. Hechizantes. Sin embargo, lo que más sorprendía a Naruto era la naturalidad con la que su mejor amiga había aceptado su nueva vida. Hacía dos meses era humana. Ahora era una híbrida entre berserker y vaniria. Estaba eternamente unida a Sasuke, el líder de los vanirios keltois, y ambos habían sido nombrados protectores del distrito de Walsall, después de dar caza a los traidores que habían puesto sus vidas en peligro de muerte.

Konan le sonrió, y él asintió con la cabeza a su vez a modo de saludo, suspirando como un hombre enamorado.

Konan era tan impresionante como Sakura. La vaniria era la hermana de Sasuke, la cuñada de Sakura, una mujer perfecta e inalcanzable, dulce y a la vez distante, serena y llena de paz, y además le tenía carcomida la mente y la razón de manera definitiva. Él nunca se había enamorado, pero estaba convencido de que encapricharse de alguien significaba sentirse tal y como él se sentía hacia la vaniria.

Naruto tuvo que pasarse la mano repetidas veces por la cara para despertarse de su ensimismamiento. Pero es que ambas bellezas, las dos de piel de alabastro, de largas melenas y ojos grandes y extrañamente claros, ¡eran demasiado para un hombre normal y corriente como él!

—¿Dónde está, Naru? —preguntó una Sakura preocupada.

—Arriba —contestó Naruto precediéndolas—. Vamos.

—¿No has oído nada raro mientras ella estaba en su habitación?

—Nada. Silencio absoluto. Yo estaba trabajando en mi estudio y la oí gritar. Temari y yo solemos trasnochar bastante cuando estamos liados con la web. Sakura... era un grito de terror, algo malo le ha pasado.

—¿Le ha pasado otras veces? —preguntó Konan subiendo las escaleras a toda prisa.

—Si le ha pasado, a mí no me ha dicho nada. Temari es muy extrovertida, pero le cuesta abrirse cuando se trata de ella misma. Aunque es verdad que lleva un tiempo bastante rara.

Naruto miró a Sakura de reojo, y ella le puso una mano en el hombro.

—¿Te has asustado?

—Sí, un poco —confesó cansado—. Cuando la cogí en brazos para dejarla en la cama estaba fría como un témpano, Sakura. No supe qué hacer. No me escuchaba y tenía la mirada perdida. Joder, se me pusieron los pelos de punta.

Konan escuchaba con atención lo que decía Naruto. A la vaniria, Temari le caía muy bien, se habían convertido en muy buenas amigas. Ellas tres formaban un gran equipo. Y le preocupaba Temari. Porque ella no tenía ninguna duda de que Temari era especial.

—Naruto —Konan se detuvo en la puerta y lo miró por encima del hombro de un modo conciliador—. ¿Nos dejas a solas con ella, por favor?

—¿Os vais a desnudar? —preguntó frunciendo el ceño.

Ambas se detuvieron enfrente de él, como si no comprendieran ese comentario. Naruto se obligó a cerrar la boca, tenía la mala costumbre de decir en todo momento lo que le pasaba por la cabeza y expresaba sus fantasías sin ningún tipo de pudor.

—Está bien, ya me callo. Os espero aquí afuera —resopló como un niño pequeño y se sentó en las escaleras.

Konan abrió la puerta y las dos entraron en la habitación.

Era un lugar amplio de techos muy altos. El suelo de parqué claro brillaba por la capa de barniz que habían puesto hacía una semana, y las paredes estaban pintadas de fucsia. Las cortinas blancas dejaban entrar la sutil claridad nocturna y el reflejo de las lámparas del jardín. La cama era enorme. En la pared había una librería empotrada de madera de cerezo. Y sobre el escritorio que ocupaba toda una esquina de la habitación había un ordenador blanco de mesa Mac de grandes dimensiones.

Temari estaba hecha un ovillo encima la cama. Los cojines esparcidos en el suelo y uno de ellos entre sus piernas. La colcha negra con corazones rojos estampados por todos lados estaba deshecha a sus pies. Tenía los ojos hinchados de haber llorado y el rostro un poco pálido. Cuando alzó la vista y miró a sus amigas, se cogió las rodillas y hundió la cara en la almohada. No soportaba que la vieran en ese estado. Ella era fuerte, autosuficiente y muy independiente. No necesitaba que nadie cuidara de ella.

—Hola, cariño —Sakura se sentó y le acarició el muslo con suavidad. Aquel contacto era reconfortante para Temari—. ¿Qué ha sucedido?

Temari hizo negaciones con la cabeza. No podía hablar de ello. No podía decirles lo que le pasaba, porque era incontrolable para ella. ¿Cómo explicarles algo que ni ella entendía? Sakura creía que ya estaba curada, que ya no tenía crisis de ese tipo, pero ¿cómo podía decirle que en realidad nunca había sanado? Reconocerlo ante ella le daba vergüenza.

—Temari —Konan se sentó en el otro lado y le apartó el pelo de la cara. Le fascinaba su pelo, de una tonalidad dorada—, no vamos a irnos hasta que nos digas qué es lo que te ha pasado, lo sabes, ¿verdad?

Lo sabía. Sakura y Konan eran inquebrantables, mientras ella se rompía por momentos. Aquello era un desastre.

—Temari —Sakura puso una mano sobre la frente de su amiga—. Estás sudando, cielo. Ven.

—Dejadme —murmuró.

Konan y Sakura se miraron. Nunca habían visto a nadie tan abatido, y el hecho de ver a Temari así, que era una chica tan llena de vida y de alegría, les rompía el corazón.

—No, Temari —Konan estaba frustrada—. La habitación está helada y tú estás empapada. ¿Estás enferma? Déjanos ayudarte.

—Temari —gruñó Sakura—. Soy capaz de romper la promesa que hice de no entrar en tu cabeza sin permiso. Si es necesario...

—No lo harás —Temari se incorporó de golpe y la miró censurándola. Achicó los ojos hasta que se convirtieron en dos líneas verdes azuladas. Los ojos de Temari podían dejar a alguien paralizado cuando se ponía furiosa.

Sakura sonrió con dulzura y negó con la cabeza.

—No, no lo haré. —Le puso una mano en la mejilla.

—Pero yo sí. —Konan se encogió de hombros—. Queremos ayudarte y si tú no nos dejas...

—No necesito ayuda —contestó ella mirando a la vaniria.

—Claro que la necesitas, Temari —replicó Konan poniéndose las manos en la cintura—. Te has desmayado. Tienes ojeras de no dormir. Has perdido peso, y estás inquieta y muy nerviosa últimamente. ¿Es por el trabajo? ¿Sasuke os está agobiando mucho? —sus ojos chispearon con una advertencia.

—¿Sasuke os presiona? —Sakura arrugó las cejas—. Tendré que hablar con mi cáraid —musitó malhumorada.

Cáraid: en gaélico significa "pareja"

—No es eso, Sakura —la tranquilizó Temari—. Tu novio sigue siendo un psicópata del orden y del control, pero nos explota dentro de los límites de la ley. Además, me está haciendo muy rica —aclaró despreocupada. El dinero era lo que menos interesaba a Temari.

Era cierto. Los vanirios eran clanes mágicos muy adinerados. Debido al tiempo que llevaban en la tierra habían conseguido grandes imperios y se habían aplicado en el sector empresarial, no haberlo hecho habría sido de tontos. Tanto Temari como Naruto tenían unos honorarios exagerados, ya que los vanirios pagaban de igual modo a aquellos que les ayudaban.

—¿Entonces? —la animó Konan a proseguir.

Temari se pellizcó el puente de la nariz.

—Creo que no me podéis ayudar. Me estoy vol... volviendo loca. —Era así de sencillo.

—¿Qué dices? —Konan se sentó de golpe en la cama—. Ya sabemos que estás loca. Dinos algo nuevo.

Sakura se rió, pero Temari cerró los ojos con fuerza.

—No, Konan... esto es serio.

—Explícate. —Sakura le pasó el brazo por encima—. ¿Qué te pasa?

—Son... las voces... las malditas voces... ellas han... han vuelto.

—¿Eh? —Konan frunció el ceño.

Sakura apoyó la mejilla sobre la cabeza de Temari. Levantó una mano y le acarició el pelo repetidamente.

—Las voces —repitió Sakura—. ¿Las que oías de pequeña?

—Sí... sí, ésas. —Se cubrió la cara con las manos y sollozó—. No lo soporto, no sé qué me sucede... es mi cabeza. No desaparecieron del todo, Sakura. Mi cabeza no está bien, tengo que volver a medicarme... tengo que...

—Chist, ni hablar. —Sakura la abrazó con fuerza al ver que a su amiga estaba a punto de darle un ataque de pánico—. Ni hablar, Temari. Tú no volverás a meterte nada de eso, ¿me oyes? Tranquilízate, cariño. Eso no te hace ningún bien.

—A ver, Temari. —Konan se puso de cuclillas, le cogió una mano y se la apartó de la cara—. ¿Qué voces oyes?

Temari tragó saliva y medio hipando se lo intentó explicar.

—Todo tipo de voces... me piden ayuda... me piden ayuda a mí. ¿Te lo puedes creer? —intentó sonreír en vano—. Cómo si yo pudiera ayudarles... pero no sé qué debo hacer. No sé cómo ayudarlas. Desde que estoy aquí, las oigo a menudo y cada vez son más... y creo... creo que soy una esquizofrénica. Puede que tenga un trastorno de personalidad... puede que... Necesito que me encierren. Sí. Sí, lo necesito. Obito... Obito tenía razón.

—Espera, espera... ¿Obito? —Sakura la tomó de los hombros para mirarle a la cara—. ¿Cuándo has vuelto a ver a Obito?

—No lo he vuelto a ver desde que le di el aviso la noche que te comunicaste conmigo mentalmente. Él me dijo que sólo traería problemas, y mira, tenía razón.

—¿Qué quieres que mire? —Sakura suavizó la rabia que crecía en su interior. Sabía que a Temari le había hecho daño todo lo que le dijo Obito tiempo atrás, pero ver que su amiga se convencía de ello la irritó—. Yo sólo veo a una chica que está asustada porque no sabe lo que le está sucediendo. Y es normal, Temari. Algo te está sucediendo y vamos a averiguar lo que es.

—No —Temari negó con la cabeza. Las lágrimas volvían a emerger descontroladas—. Soy yo. Yo no estoy bien... tengo algo en el cerebro, seguro.

—No es verdad —dijo Konan—. Tú estás bien.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque Sakura pudo hablar contigo mentalmente para pedir auxilio. Te pidió ayuda, y tú la ayudaste. Tu aviso nos salvó. Sólo aquellos que tienen desajustes neurológicos o que están bajo los efectos de algún fármaco son inmunes a las ondas telepáticas. Sakura te buscó, y te encontró. No le pasa nada a tu cabeza, Temari, y si estuvieras físicamente enferma, yo podría olerlo. En realidad, creo que lo que te pasa es que eres especial. Eres diferente. Estás casi en la misma frecuencia que nosotros.

—Pero tú no pudiste entrar cuando quisiste hacerlo después del ataque en Birmingham —le reprochó ella—. No podías. No me pudiste controlar como a Naruto.

—No me dejaste —aclaró la vaniria—. Es muy diferente a que yo no pudiera. Tú te cerraste, estabas a la defensiva y te protegiste. Y no sólo eso, Temari. Vamos a hablar de más cosas que me intrigan sobre ti. ¿Recuerdas tus heridas que te hizo el lobezno? Cicatrizaron perfectamente en cuestión de días. Te atacó un lobezno, Temari. Las garras del lobezno tienen ponzoña y son muy tóxicas, pero tu cuerpo se recuperó.

Temari se levantó de golpe. Caminaba nerviosa por la habitación, mesándose el pelo y dejándoselo descontrolado.

—No entiendo lo que me quieres decir, Konan. Estoy fuera de control desde entonces, desde lo que sucedió aquella noche.

—Seré sincera. —Se encogió de hombros—. Tanto Sakura como yo creemos que tienes un don. —Konan se levantó y la detuvo para enfrentarla con la mirada—. Te lo dijimos una vez, ¿te acuerdas? Sakura se recuperaba de las heridas que le había infligido Daibutsu.

Temari recordó aquella conversación.

Sakura permanecía en cama y ella le trajo una caja de bombones. Sabía que a su amiga le gustaba mucho el chocolate, igual que a ella.

—¿Cómo te encuentras hoy? —le preguntó Temari. Ciertamente estaba asustada porque la vio muy pálida. Era normal, Daibutsu había estado a punto de matarla desangrándola delante de los ojos de Sasuke. No la iba a encontrar tan fresca como unas santas pascuas, ¿no?

—Ya estoy bien. Necesito salir de aquí Sácame.

Temari sonrió y miró a Konan. Ella también acompañaba a Sakura.

—No puedo —se encogió de hombros.

—Temari —le dijo Sakura quitándole la caja de bombones de las manos. La abrió y las invitó a que comieran con ella—. Tenemos que hablar de tus... aptitudes. Ayudaste a salvar tanto a vanirios como a berserkers.

—No —contestó Temari negándose como una niña mientras masticaba un bombón—. Fue casualidad.

—No digas estupideces. ¿A qué le tienes miedo? Temari, sólo quiero saber de dónde vienen tus facultades para poder hablar mentalmente.

—Oye, mira. No quiero ser un conejillo de Indias, ¿vale? Vosotros aprovechaos de esto que me pasa siempre que queráis, pero dejadme tranquila. Suficiente tengo con todo lo que nos encargó hacer el nazi de tu novio como para tener que someterme a pruebas de ningún tipo.

Temari salió de sus recuerdos y focalizó los ojos en Konan que la miraba a su vez con una media sonrisa en sus enormes ojos miel.

—Hace tiempo que queríamos hablar contigo seriamente. Estás dotada para hacer algo, Temari. Pero no sabes cómo controlarlo. ¿Y si te enseñan a hacerlo?

—¿Sakura? ¿Tú también lo crees? —la idea la horrorizaba.

Sakura asintió.

—Esto es... jodidamente perfecto —musitó disgustada—. ¡¿Y qué tengo que hacer, Konan?! Porque esto está acabando conmigo. Vivo aterrada las veinticuatro horas del día porque no sé en qué momento vendrán a por mí. No les importa que esté durmiendo, ni que esté trabajando, ni que esté conduciendo o si me estoy duchando. No les importa...

—Chist, está bien. —Konan la abrazó—. Está bien.

—No puedo... no puedo más —Temari acabó cediendo y se rindió—. Esto es desconcertante y estoy cansada.

Sakura frotó la espalda de Temari, dándole también algo de consuelo y calor.

—¿Qué ha hecho que hoy te desmayaras? ¿Tanto miedo has pasado?

—Hoy... hoy me han tocado —murmuró sobre el hombro de Konan.

Sakura y Konan se miraron con sorpresa.

—¿Dices que has sentido un contacto físico? —Sakura hablaba poco a poco.

—Dios, sí. He sufrido un colapso cuando he notado su mano sobre mi piel. He oído hasta su respiración en mi oído y me ha recriminado que no la ayudara.

—¿Era una mujer? —preguntó Sakura de nuevo.

—Sí.

—Bien, Temari —Konan sonrió a Sakura como si con ese gesto le dijera que ya lo entendía todo—. Entonces me temo que pasamos a otro nivel. No estás hablando de voces en tu cabeza, cielo.

—Están en mi cabeza —Temari se apartó para mirarla a los ojos. ¿Es que no lo entendían?

—No —negó Konan tomándola de la cara—. Hablas de voces a tu alrededor. Hablas de que los oyes respirar, de que los oyes caminar, de que te tocan. No es algo mental, también es físico. Es real.

—Por favor, ¿sabes qué me pasa? —le preguntó esperanzada.

—Creo que sí —asintió—. Piensa en ello, podrías ser una médium.

—¡Y una mierda! —se soltó de su abrazo—. ¿Como Jennifer Love Hewitt? ¿O como Patricia Arquette? Ni hablar. —Movió los brazos negándose en redondo—. Eso no es un don, es una desgracia.

—Cálmate. —Konan levantó la mano para apaciguarla, como si fuera un caballo desbocado. Temari podría serlo perfectamente, tenía mucho temperamento—. Es sólo una opción.

La chica les dio la espalda y miró a través de la ventana. Se abrazó para darse calor y cerró los ojos con cansancio.

—No puede ser —susurró apoyando la frente en el frío cristal.

—Oye, tengo una idea —Sakura estaba a su espalda. La abrazó por detrás y apoyó la barbilla en su hombro—. ¿Sabes qué vamos a hacer? —Temari negó con la cabeza—. Me gustaría que hablásemos con mi abuelo y con Koharu sobre esto. Creo que ellos...

—No —Temari tensó la espalda—. No, Sakura. No quiero que piensen que estoy loca o...

—Nena —Konan se echó a reír y se señaló los colmillos—. Míranos. Yo tengo más de dos mil años de edad, su abuelo tiene casi el doble que yo y es medio animal salvaje, y Sakura es una híbrida entre dos razas ancestrales que fueron creadas por los dioses para proteger a la humanidad, y además, la pobre desgraciada no puede vivir si mi hermano no le da de su vena.

—Uy, sí, qué tortura —murmuró Sakura divertida. Como si aquello fuera una desgracia.

—No suenas convincente —dijo Temari mirando a su amiga.

—¿Y tú piensas que por decirles que en ‹‹ocasiones oyes voces›› van a pensar que estás loca? —Konan arqueó las cejas y esperó la contestación de Temari.

Temari apoyó la frente de nuevo en el cristal de la ventana. Bueno, si se miraba desde ese punto de vista, tampoco era tan malo. Sakura la apretó con dulzura y la meció durante unos minutos reparadores.

—Vamos, Temari —la animó—. Después de lo que hiciste por nosotros te tomaran muy en serio. ¿Lo entiendes? Seguro que te hará bien. ¿Qué nos dices?

La joven las miró por encima del hombro, y apretó los labios para no echarse a reír. Sus amigas eran una bendición. Protectoras. Tenaces. En fin, unas brujas manipuladoras.

—Está bien. Vamos —lo dijo con la boca pequeña.

Sakura y Konan se pusieron a dar saltitos de alegría. Iban a sacar a Temari de allí y la llevarían a ver a los más adultos y sabios que conocían. Ellos sabrían cómo ayudarla.

—Ésa es mi chica. Entonces, vamos a Wolverhampton —Konan se precipitó a abrir la puerta.

Temari se paró en seco. Lo que era una cara ilusionada y resignada se volvió pálida y temerosa.

—¿Qué? No. A Wolverhampton, no. ¿No dijiste que tu abuelo tenía una casita en...?

—Mi abuelo tiene muchas casitas —la empujó Sakura para que caminara.

—Sí, ya sé que es asquerosamente rico.

—No me ofenderé por ese tono —tiró de Temari.

—Podemos encontrarnos en una de tus casas, Sakura. —Era ridículo intentar frenar a su amiga. Era fuerte como cincuenta hombres. Eso por no nombrar su poder.

—No seas quejica. Vamos.

Abrieron la puerta de la habitación. Naruto estaba de pie delante de ellas, mirando a Temari, y asegurándose de que se encontraba bien.

—Naru, me quieren llevar a Wolverhampton. Yo no quiero ir —dijo Temari cogiéndose desesperadamente a él.

—Veo que te encuentras mejor —sonrió Naruto pasándose una mano por su pelo rubio y rizado— . ¿A Wolverhampton?

—Me gusta tu pelo, Naruto —le dijo Konan ayudando a bajar a Temari las escaleras—. Déjatelo largo.

—¡Naruto! Te lo dice para despistarte —gritó Temari agarrándose al reposamanos de madera—. No la escuches. Es como una sirena, te lleva contra las rocas.

—Oh, cállate —le espetó Konan guiñándole un ojo coqueta a Naruto.

El pobre Naruto oía llover. Miraba ensimismado a la hermosa mujer de ojos enormes que se llevaba a Temari con ella. Se la llevaba a...

—¡Eh! ¡Esperad! —exclamó sacudiendo la cabeza—. Pero ¿cómo está? ¿Qué le pasa? ¿Por qué os la lleváis? —bajó las escaleras corriendo.

Un rugido de motor sonó en el exterior. Era el Cayenne rojo de Konan. Cuando abrió la puerta, sólo pudo ver la estela de las luces traseras del vehículo, y oler la goma quemada de las ruedas, entre el aroma de la hierba húmeda y fresca del jardín.

Se habían ido.