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MiyaFour vs Aobadivas

Universo Genderbend

Disclaimer: personajes no son míos


Anteriormente: Miya Atsumu convence a Samu y SunaRin de organizar un campeonato de vóleibol playa para, así, poder verse con Omi-chan una vez más. Sus verdaderas intenciones son demostrarle a Omi-chan que es mucho mejor que la Ushiwaka y asegurarse de que Omi-chan solo tenga ojos para ella. Omi-chan, que se da perfecta cuenta de sus intenciones, le pide a Akaashi que participe con ella en el evento, dado que Miya Atsumu jugará junto a Ushiwaka. Sin embargo, lo que nadie saber, es que Ushiwaka no podrá participar, porque ese día tiene concentración de la sub-19, pero le ha prometido a Tendou que tiene intención de solucionar aquel conflicto.


IV. San Valentín

Todo empezó la mañana de San Valentín. Ese día tan molesto del año, en la que las chicas se empeñan en preparar deliciosos chocolates caseros para obsequiar a los chicos. Mientras más casero, más afecto denotaba el chocolate, y por tanto, una manera discreta de expresar tus sentimientos a la persona amada. Eso en la teoría y en los mangas shoujo. En la práctica, especialmente en escuelas como el Aoba Johsai, las chicas compraban chocolates genéricos al por mayor, cambiaban el empaque a uno que pareciera de confección manual, y repartían chocolates sin corazón a diestra y siniestra. Estos esfuerzos se verían recompensados con regalos en el día blanco. Se trataba, como siempre, de una inversión a futuro.

Oikawa compró unos chocolates en oferta en el konbini cercano a la preparatoria. Los probó alguna vez, eran bastante malos, pero suponía que no necesitaba esforzarse tanto, dado que ya tenía novio. Sin molestarse en cambiar el empaque para hacerlos pasar por caseros, se los entregó a Rambo tal cual. El chico lo recibió sin entusiasmo. ¿Este era el respeto que le guardaba su propia novia? Tuvo que criticarla.

—Tan poco cuidadosa que eres, Oikawa.

—¿A qué te refieres? ¿Acaso están vencidos? —revisó la fecha de caducidad en el reverso.

No lo estaban, pero su relación, comprendieron ambos, estaba a punto de expirar por segunda vez.

—Esto no va a funcionar, Oikawa. Nunca has sido capaz de dedicarme el tiempo que me merezco por ser tu novio. ¿Qué te cuesta atenderme de vez en cuando? ¿Acaso estoy pidiendo demasiado?

—¡Otra vez lo mismo! Te dije que no adecuaría mi entrenamiento, ni por ti ni por nadie. Y si ya lo sabías, ¿entonces por qué me pediste que volviéramos?

—Porque creí que no seguirías tan involucrada en el club, especialmente cuando tu equipo perdió la oportunidad de clasificar al nacional. Se te acabaron las chances, pero sigues entrenando como una burra. Oikawa, estás en tercer año, ¿es que no sentarás cabeza nunca?

—¿Sentar cabeza? ¿Disculpa? ¿Qué significa eso?

—Estás perdiendo el tiempo en actividades innecesarias, sin tener consideración por tu futuro.

—He sentado cabeza, estúpido. El vóleibol es mi futuro. Eres increíble. ¿Pues, qué te digo?: esto se ha acabado.

—¿Me estás dejando? ¿Tú a mí?

—¡Sí!

Le quitó los chocolates y se encaminó furiosa rumbo a la escuela, con los ojitos llenos de lágrima. Que mala manera de empezar el día.

. . . .

Las cosas no fueron a mejor durante la mañana, y ver a todas esas usureras que tenía por compañeras repartiendo chocolates sin consideración, anotándose puntitos positivos para el día blanco. En cambio, ¿ella qué? Acababa de romper con Rambo, por culpa de una estúpida tradición japonesa.

Odiaba Japón. Ella quería tango, Messi, y dulce de leche. Quería empezar de cero, en un país que la valorara por lo que valía. Por supuesto que la valorarían. Japón nunca quiso darle la oportunidad, pues que se jodiera Japón y todos los que vivían en él.

A la hora del almuerzo fue abordada por m&m. Makki, compañera de salón de Rambo, estaba al tanto de las novedades de Oikawa. Por supuesto, Rambo contó la versión que más le beneficiase. Oikawa era una bruja con el corazón helado. Aunque habría aceptado incluso unos bombones de tienda, Oikawa le dejó claro que jamás le regalaría chocolates a su novio, pues salir con ella era suficiente premio. Rambo le preguntó cómo podía tratarle tan mal, y si acaso lo hubo querido alguna vez. Ella decidió que no valía responder una pregunta que tildó de caprichosa y lo dejó, ¡en San Valentín! ¿Acaso podía ser más cruel? Las muchachas, conmovidas por su relato, lo inundaron a chocolates.

—¿Y tú, Makki? ¿Tú qué? ¿También te tragaste todo ello?

—Por supuesto que no le creí. Pero, imagina la posición en la que me encontraba. De haberle desafiado, mis compañeras se habrían revelado contra mí. No necesito otra razón más para que roben mis cosas.

—¡Me traicionaste, Makki! —Oikawa quería arrancarle la cabeza a alguien—. ¡Has dejado mi honor en entredicho!

Bfff

Oikawa se giró hacia Mattsun, quien se mostraba particularmente apátique ese día y se negaba a comer. Oikawa odiaba los bufidos de Mattsun, que derrochaban sarcasmo. Si la seguían provocando, no respondería por sus actos.

Por fortuna apareció Iwacchan en el comedor. Como costumbre, no tenía idea a dónde dirigir su bandeja. Oikawa y Makki la llamaron a gritos.

—Adivina quién rompió con Rambo hoy, Iwacchan —empezó Makki.

—Y adivina quien fue la traidora que no defendió mi honor —Oikawa se miraba las uñas.

Iwacchan juntó su bandeja a la de Mattsun, le compartió sus zanahorias. Miró a Makki y Oikawa de hito en hito.

—Se comentaban algunas cosas en mi salón, pero no di mucho crédito, especialmente porque conozco a ese cretino.

—¡Al fin! —Oikawa empuñó la mano de la victoria.

—Pero, Oikawa, él dice que tú rompiste con él. Si esa parte del relato no es verdad, perderé todo el respeto que alguna vez te guardé.

—¡Por supuesto que yo lo dejé! ¡Pero el cretino fue él, no yo! No me dejó más alternativa. Tuve que actuar rápido, de lo contrario, su siguiente frase habría sido «te dejo». ¿Dos rechazos? ¿Por el mismo payaso? ¿Por la misma estúpida razón?

Mattsun volvió a bufar. Oikawa se mordió los nudillos. Makki, a quien el humor de Mattsun la tenía muy nerviosa, en su afán de hacer fluir la conversación, le preguntó a Oikawa qué fue, en concreto, lo que le hizo dejarle. Oikawa desvió la mirada. Aquellas palabras desconsideradas habían alcanzado a herirla.

—Me dijo que debía sentar cabeza…

—Qué cretino —apoyó Makki.

—¿Es que acaso has sentado cabeza, Oikawa? —preguntó Mattsun sin ningún signo de expresión en su rostro.

Oikawa apretó la mandíbula. No estaba para soportar a los seres especiales de la galaxia. Así tal cual se lo dijo:

—Mira, Mattsun, entiendo que odies al mundo, pero basta con desquitarte conmigo. Aunque soy muy tolerante, tengo mi límite, y hoy definitivamente no estoy de humor como para pretender que te aguanto.

—Sí, como sea. Chill out.

—¡Te lo advertí!

Oikawa se puso en pie, naranja en mano. Iwaizumi la jaló de la falda para que regresara a su asiento. Makki, cada vez más nerviosa, preguntó si vieron el último video de las MiyaFour, como para cambiar de tema. Mattsun desvió la mirada, sin participar. Su comida se enfriaba en su plato. Oikawa se cruzó de brazos, también negándose a comer. Iwacchan fue la única que trató de colaborar, y entre ella y Makki comentaron el último video del canal, las historias que subió SunaRin a Instagram y, por último, del evento de vóleibol playa que estaban organizando.

—¿Vóleibol playa? —preguntó Oikawa, incapaz de fingir que no le interesaba lo que acababa de oír; trató de corregirse—. Qué patético. Ya no saben cómo conseguir seguidores. ¿Por qué harían algo así?

—No lo sé, por qué las personas hacen cualquier cosa —replicó Iwacchan—, aburrimiento, curiosidad, revancha… El asunto es que están organizando un torneo de vóley playa para gente de preparatoria.

—¿Irían? —se atrevió a preguntar Makki. Mattsun volvió a bufar—. No necesariamente a jugar, pero podríamos ver los partidos, y quien sabe, hasta conseguirnos fotos con las MiyaFour. Nunca hemos hecho un viaje juntes fuera de la prefectura, sería divertido.

—Jamás iría —mintió Oikawa, volviéndose a cruzar de brazos—, yo solo participo en ligas profesionales.

—Pues yo también creo que podría ser divertido —terció Iwacchan—. Deberíamos hacer un viaje juntes antes de graduarnos. Quizá no necesariamente al evento de vóleibol playa, pero deberíamos hace algo. Este instituto es horrible. La ciudad es horrible. Estaríamos bien en otro lado.

Mattsun tomó su bandeja y se fue sin despedirse. Oikawa, quien seguía resentida, se indignó de las primeras.

—¡Por qué tiene que ser tan maleducade!

—No te lo tomes personal, Oikawa —le pidió Makki—, le dejaron en el casillero unos chocolates, y le ha sentado fatal. Ya sabes lo que le duele a Mattsun estas cosas de género.

—A mí también me dejaron chocolates en el casillero —dijo Iwacchan, para sorpresa de Makki y Oikawa. A dúo exigieron detalles: quien se los regalo, qué le dijo, y qué hizo con los chocolates. Iwacchan solo tenía respuesta para la última pregunta—. Me los comí, qué más iba a hacer. Todavía me quedan algunos, ¿quieren?

—¿Eran caseros? —quiso saber Oikawa.

—No, que va. Eran de estos que tienen en oferta en el konbini a tres calles del colegio. Ya sabía que eran malos, pero tenía hambre —del bolso que cargaba extrajo la caja de bombones rellenos, la misma marca que compró Oikawa aquella mañana.

—Pero… ¿se te declaró alguien? —Makki daba saltitos de emoción en su silla.

—Por supuesto que no. Quien sea que me los haya dejado, me viene jugando esta broma desde que ingresé a Seijoh, pero nunca me ha importado. Especialmente si eso implica chocolate gratis, aunque sean pésimos.

—¿Cómo puedes estar tan segura de que fue una broma?

—Como he dicho, el chocolate es pésimo.

—Quizá esa persona no tenía presupuesto, o tiempo —insistió Oikawa. Era lo que le sucedió a ella—. Iwacchan, ¿no te da curiosidad? ¡A lo mejor hasta tienes una admiradora secreta!

—Basta, Oikawa.

—Te ha dejado chocolates todos los años, Iwacchan, eso debe ser amor del bueno.

—De verdad, no sigas.

—¿Por qué te lo tomas tan a la ligera? Iwacchan, chocolates son siempre chocolates

—Para que te calles, toma. Está es la tarjeta que venía adosada a los chocolates de este año.

Makki se acercó a Oikawa. Ambas leyeron la tarjeta arrugada que extrajo Iwacchan del bolsillo. En la portada aparecían dibujados dos conejitos, uno de ellos, rosado y ataviado con un delantal le ofrecía una bandeja de galletas horneadas a otro conejito azul una corbata. Adentro de la tarjeta, con una caligrafía horrible, alguien había escrito: «por más que te gusten los bollos, nunca tendrás pene». Makki y Oikawa observaron con horror a Iwacchan.

A Oikawa le revivió la rabia.

—¿Dices que… has recibido… estos chocolates… todos los años? ¡Iwacchan! —Oikawa golpeó la mesa—. ¡Cómo nunca me dijiste!

—Porque es absurdo y no tiene ninguna importancia. Como lo veas, el problema realmente no es mío, sino de quien se ha tomado la molestia de escribir esto.

La rabia le evaporó los colores a Oikawa, de pronto lívida. Makki retorcía sus manos en su regazo.

—¿Y a ti Makki? —le espetó Oikawa—. ¿También te han llegado cartas de esas?

Makki negó con la cabeza.

—Iré a ver cómo se encuentra Mattsun. Lo siento, chicas.

Tomó su bandeja, su archivador, y se despidió con una inclinación de cabeza. Oikawa no podía contener su temblor. Iwacchan trató de restarle importancia.

—Sabía que te pondrías así, por eso no lo había comentado.

—¿O sea que yo soy la culpable de que alguien te haya acosado año tras año?

—¿Qué? ¡No! Cómo puedes saltar a una conclusión así.

—Debiste comentármelo apenas recibiste tu primera nota.

—¿Puedes parar? No lo hagas un tema personal tuyo. A mí no me ha importado precisamente porque carece de importancia, y ya está.

—¿Por qué siempre me tachas de la egoísta del grupo? ¿Acaso el monopolio de la preocupación solo te pertenece a ti? Odio San Valentín, lo odio. Todos se convierten en unos cretinos de primera en el día de San Valentín. Eres una estúpida, Iwacchan. Una completa estúpida.

Oikawa no quería descargar su rabia acumulada en Iwacchan. En realidad, en ninguna de sus amigas. Los ojos asombrados de Iwacchan, por primera vez sin capacidad de réplica, terminaron por hundirla en el pozo de la deshonra. Avergonzada de sí misma, tomó su bandeja y se fue a paso raudo, dejando a Iwacchan sola.

. . . .

Sin ser consciente de hacia dónde se dirigía, guiada por la costumbre, Oikawa se detuvo en la puerta del tercer gimnasio. Estaba entreabierta.

Practicar servicios la había ayudado con anterioridad a recuperar el balance de sus emociones, a liberar las tensiones acumuladas. Cuando tomaba el balón entre sus dedos y lo lanzaba al aire, lo único que tenía sentido en ese momento, era el balón en vuelo. Sus problemas carecían de gravedad cuando Oikawa se impulsaba con los pies hacia los cielos. Un golpe certero en el balón disgregaba aquello que la hubo molestado; era como volver a cero.

Cada vez que se enfadaba con sus padres o con sus novios, unos cuantos servicios le habían ayudado a recuperar la cordura. Cuando recibía una mala calificación, cuando perdía un partido, incluso aquella ocasión que sufrió un retraso y el miedo apenas le permitía caminar, en cada una de esas ocasiones, Oikawa había corrido hasta el gimnasio, a encontrarse a sí misma.

Quizá por eso acabó en la entrada del gimnasio en ese funesto San Valentín. Había alguien más allí dentro. Agudizó el oído. Si no se equivocaba, eran dos personas, una de ellas consolaba a la otra. Si no se equivocaba, y no dudaba porque conocía muy bien esas voces, eran Makki y Mattsun. Con cuidado, juntó la puerta entreabierta y se apoyó en ella.

Después de oír a Iwacchan y leer aquella tarjeta llena de rabia y odio, la sangre le hirvió de un modo que no pudo controlar. Como siempre, descargaba sus frustraciones en las personas equivocadas. Le molestó que se hubiese callado aquello, pero especialmente, que Iwacchan le hubiese pedido no volver aquello un drama personal suyo y darse cuenta de que no se equivocaba.

Se arrepentía de su conducta, no solo con Iwacchan, también con Mattsun. Ahora comprendía mejor el porqué de su humor. Mattsun debió recibir una nota similar a la de Iwacchan. Makki lo comprendió una vez Iwacchan les compartió su tarjeta, y por ello salió a buscarle. Al otro lado de la puerta, Oikawa tenía su oportunidad para, alguna vez, hacer las cosas bien y disculparse con Mattsun, reconfortarle con un abrazo. Decirle: «el problema no es tuyo, Mattsun, es del resto», colmarle a besitos tiernos. No era capaz. Oikawa no tenía el coraje para disculparse por sus errores. Los asumía como una carga inevitable, y esperaba que los demás la aceptasen con esas cargas.

Regresó a su salón, esperando quieta en su pupitre el toque de la campana. Solo le quedaba la clase de gimnasia. Con algo de suerte, las carreras podrían ayudarle a recuperar la cabeza. Aunque había amanecido despejado, el sol apenas calentaba. Oikawa se arropó con una bufanda, siguiendo el ir y venir de sus compañeros.

Por las ventanas que daban al pasillo, vio a Mattsun pasar junto a Makki, Mattsum con los ojos hinchados y el rostro lavado, y Makki cargando su archivador. Iwacchan apareció hecha un bólido por detrás, agarró a Mattsun de la cintura y le elevó por los aires varias veces. Tras dejarle en el suelo, le golpeó otro tanto más, tratando sin dudas de subirle el humor. Logró su propósito. Los ojos de Mattsun habían recuperado su brillo, y su rostro, su sonrisa.

Esas tres siempre se amigaban como si nada. Una sensación inquietante, para nada desconocida, ensombrecía el corazón de Oikawa. Entre Makki, Mattsun e Iwacchan existía un vínculo especial del cual Oikawa no formaba parte, porque Oikawa nació mujer, se sentía mujer, y le gustaban los chicos, tal como el mundo esperaba de ella. Porque Oikawa, al encajar en los paradigmas sociales, era una paria para sus propias amigas.

«Por supuesto que no es así» intentaba advertirle una voz sabia en su cabeza. «Iwacchan tiene razón, deja de volverlo todo un drama personal, date cuenta». Pero Oikawa no se escuchaba.

La campana del reintegro al fin sonó. Oikawa pasó por el lado de sus amigas, mentón muy alto, sin saludar. Quería irse de Japón ya. ¿Por qué tenía que ser tan envidiosa? ¿Por qué no podía aceptar que era una dramática, tragarse el orgullo, y pedir perdón? Furiosa como estaba, impuso un nuevo récord en su clase de atletismo. En las pruebas de salto le fue todavía mejor. Odiaba al mundo. A su estúpido exnovio que no era capaz de apreciar unos chocolates. A sus estúpidas amigas que siempre le reservaban el papel de la bruja mala, el de Cruella de vil. Odiaba San Valentín y todo lo que provocaba.

—¡Oye, Oikawa! —le gritaron unas compañeras de clase, cuando ya había tocado la campana de término de la jornada académica—, hay unas chicas de otra escuela preguntando por ti.

—¿Por mí? ¿Quiénes?

—No lo sabemos, pero llevan el uniforme del Shiratorizawa.

Era como si las Diosas la desafiaran. A un costado de la pista atlética se encontraban la poquita-cosa de Tendou Satori junto a la desvergonzada de Ushiwaka con un suéter que remarcaba el tamaño de sus desconsideradas ubres ¡por favor!

—¿Qué quieren? Por la mierda, ¡qué quieren que de mí! ¡Qué quieren!

—Hola Tooruchin —saludó Tendou de muy buen humor—, ya extrañábamos ese tono de voz tuyo tan dulce.

—¿Por qué tienen que venir hoy, de todos los días? ¿Es que no tenían chocolates que repartir?

—Te dije que había que comprar chocolates —advirtió Wakatoshi a Tendou—, todo el mundo estaba comprando, en el konbini a unas calles de aquí los vendían a mitad de precio.

—Sí, pero si le entregas un chocolate a Oikawa sería raro. Da igual, te lo explicaré luego. Dile a Oikawa a qué has venido.

Sin dudar, y sin relajar su ceño fruncido, Wakatoshi se lo dijo:

—Necesito que juegues con Miya Atsumu en el torneo de vóleibol playa que están organizando las MiyaFour. Tendrá lugar el segundo fin de semana de marzo.

Se habría enojado si aquello no hubiese sonado tan surrealista.

—¿Disculpa?

—Necesito que juegues con Miya Atsumu en el torneo de vóleibol playa que…

—Te he entendido a la perfección —cortó Oikawa—. Quiero decir, ¿estás de coña, no?, ¿por qué me pides eso?, ¿a mí?

—No le respondas —aconsejó Tendou, tomando la palabra—. Francamente, no sé por qué te niegas. ¿No conoces a Myaa Tsum?

—Sé perfectamente quienes son Miya Atsumu y sus estúpidas MiyaFour. Y porque las conozco, no podría estar menos interesada en jugar en ese evento.

—Ah, ya veo. Como siempre, es tu estúpido ego —Tendou metiendo cizaña.

—¿Tanto te importa? No, de verdad, ¿tanto te importa que tienes que venir a insultarme en mi propia escuela?

Wakatoshi miraba a Oikawa muy seria, intentando procesar lo que oía. Tendou, que tenía habilidad lidiando con temperamentos complicados, cambió su estrategia.

—Venimos en buena fe, Oikawa —le dijo—. Ya no somos rivales, nuestra época de contrincantes se ha acabado No venimos a insultarte, sino lo opuesto. El problema que tenemos las escuelas de Miyagi es que solo clasifica un equipo por prefectura. Por supuesto que tu escuela es fuerte, es muy fuerte, y tenían madera para ir al nacional, nosotras somos las primeras en reconocerlo. Wakatoshi quédate callada —advirtió Tendou, la veía venir—. Es estúpido que nadie fuera de la prefectura conozca tu nombre, si eres por lejos la mejor armadora.

—Por supuesto que soy la mejor, eso ya lo sé.

—¿Sabes cuál es tu real problema?

—No me digas, ¿Mi estúpido ego?

—He usado una frase inadecuada, y me disculpo. No, Oikawa, a ti lo que te falta es publicidad.

Oikawa enarcó una ceja. Sabía que la estaban manipulando, pero especialmente ese día, Oikawa necesitaba oír algún halago, qué más le daba si ese halago venía de una fuente tan poco fiable como lo era esa palitroque.

—A qué te refieres con «publicidad».

—Piénsalo bien. Con lo buena que eres, es increíble que nunca te hayan convocado para algún campamento de la Youth, o peor aún, para la concentración del equipo nacional. Y eso no está justo con tu nivel. Los eventos de preparatoria se han acabado para nosotras, pero en el Miya-Camp habrá mucha publicidad, irán periodistas, es posible que llegue algún ojeador. Y te harás notar, Oikawa. Especialmente si juegas junto a una Miya. El número de seguidores de ese canal no hace más que subir. Ahora sí, Wakatoshi, di lo tuyo.

Con su ceño fruncido, muy convencida, se lo dijo:

—Eres la mejor armadora, de la prefectura y a nivel país.

Preciso y contundente. Oikawa, aunque adoraba los elogios gratuitos, y estos habían logrado enfriarle algo la cabeza, sabía que, viniendo de Tendou, encerraba alguna trampa.

—¿Qué es lo que realmente pretenden ustedes dos?

—Solo lo que te hemos dicho: que participes en el torneo de las MiyaFour. ¡Y con una Miya! O sea, más publicidad, imposible. Nosotras, por supuesto, nos encargaríamos de todo. Hasta te pagamos el boleto del tren bala, de ser necesario.

—De verdad. Por qué me ofrecerían algo así. A mí.

—Wakatoshi, por favor repíteselo.

—Eres la mejor armadora, de la prefectura y a nivel país.

—Así de desesperadas están, ¿eh? Y qué fácil se bajan las bragas. De todas formas, aunque este teatro ha sido muy beneficioso para mi autoestima, y no saben lo bien que me ha venido hoy, paso de la invitación. Sé reconocer una mentira en mis narices, y ustedes, queridas, son un par de mentirosas.

—Por favor, Oikawa. Yo no puedo ser compañera de dupla con Miya Atsumu —respondió Wakatoshi, simple y llanamente. Tendou se golpeó la frente—. Le dije que sería su compañera, pero resulta que esa semana estaré en la concentración de la sub-19.

Fue como experimentar el último segundo de vida de la galaxia misma.

Habían reclutado a la Ushiwaka para la sub-19 y venía hasta allá, a Aoba Johsai, con ese suéter que magnificaba el tamaño de sus bubis, ¿Y LE RESTREGABA EN LA CARA QUE FORMARÍA PARTE DE LA SUB-19? ¿ES QUE SE PODÍA SER MÁS RETORCIDA EN LA VIDA?

Un rugido de guerra remeció a Aoba Johsai.

¡Qué día estaba teniendo!

. . . .

Y, sin embargo, el día aún no acababa para ninguna Aobadiva.

Momentos antes, Mattsun, sentade en la hilera de pupitres junto a la ventana, observaba hacia los terrenos de la pista atlética, sin prestar atención a la lección de historia. Oikawa sobrepasaba a todas sus compañeras en velocidad, incluso a aquellas que formaban parte del club de atletismo. Que no se dijera que no estaba en buena forma.

Sabía que le debía una disculpa a Oikawa. Llevaba razón, no era justo para las demás desahogarse con sus amigas, que siempre la habían apoyado.

Cuando ingresó a Aoba Johsai, no planeaba repetir la experiencia de un club deportivo. Ya tenía suficiente con las clases de gimnasia diferenciadas por sexo y los baños diferenciados con sexo, como para añadirle una actividad extracurricular diferenciada por sexo.

Todo cambió el día en que sus compañeros de salón le convencieron de participar en el festival de deportes. Como se trataba de actividades mixtas, no tuvo reparos, y se inscribió en fútbol, en básquet, y también en vóley.

No les fue muy bien en fútbol ni en básquet, pero su curso logró vencer a varios otros en vóley, entre ellos, a los cursos de Makki e Iwaizumi. Por supuesto no tenía idea quienes eran, hasta el día siguiente, que la abordaron junto a Oikawa. El trío de ilusas quería reclutarla.

—Yo te recuerdo, mi equipo se enfrentó al tuyo en secundaria y nos ganaste —le dijo Makki—. Tienes mucho talento, ¿por qué no estás en el equipo de vóleibol?

Matsukawa no se acordaba de Makki ni tenía intenciones de sumarse al equipo, y creyó que podría ignorarla, pero Makki no quiso rendirse.

Honestamente, el voleibol estaba divertido y no se le daba mal, pero después de la experiencia de secundaria, no se sentía capaz de jugarlo como se jugaba, donde era preciso ser chico o chica. No era un simple detalle para Mattsun. No podía ignorar que ingresaba al vestuario de chicas para cambiarse el uniforme reglamentario femenino, por el uniforme reglamentario de vóleibol femenino.

Un día, después de darle una nueva negativa a Makki, un grupo de auténticas aobadivas, compañeras de su clase, se le acercaron riendo.

—Has hecho bien en negarte —aprobó una de ellas—. El club de vóleibol está lleno de raras.

—Tienen a esa tal Iwacchan que ni siquiera esconde que es lesbiana, y tiene el descaro de ocupar el vestuario junto a todas las otras chicas, ¡imagínate! Qué descarada.

—Y la otra, la que acaba de salir, dicen que también es lela.

—¿De verdad? —las auténticas aobadivas comenzaron una discusión entre ellas—. A mí Sora-chan me dijo que Makki era fan del yaoi, así que tan lela no puede ser.

—¿Quién es Sora-chan?

—Es una amiga de secundaria mía que se sienta detrás de Makki en clases.

—Pues yo la veo y me parece más lela que hetero. Es cosa de mirar cómo camina, cómo lleva las ropas.

—No puede ser tan lela si le gusta el yaoi —repitió la amiga de Sora-chan, y se explicó—: ¡quiere decir que se toca pensando en dos hombres teniendo sexo! ¿No sabían?

—¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó Mattsun, que empezaba a enojarse de verdad.

—Lleva un archivador consigo, lleno de historias cochinotas. Sora-chan se lo robó el otro día y sacó copias. Los está repartiendo ahora. Yo tengo una, atención al título: Mi primer sueño húmedo (Zoro x Sanji). Makki todavía no sabe nada, ¡qué tonta!

Le entregó su copia a Matsukawa. Las chicas lloraban de la risa.

—¿Acaso piensas que está bien humillar así a una persona? Serás patética.

Hasta entonces, para Mattsun, Makki era esa cargante del pelo rosa que todos los días trataba de convencerla de ingresar al club de vóleibol. Pero ahora, Makki era la chica que acababan de humillar públicamente por shippear ZoSan, y joder, tenía que ayudarla.

Se saltó el almuerzo buscándola. Por donde fuera, había estudiantes con copias del fic de Makki. No estaba en la azotea, ni en el diamante de béisbol, el auditorio, o el salón de música. Regresó derrotada al oír la campana. Cuando pasó por fuera del salón de Makki, reparó en su asiento vacío. Al término de la jornada, su asiento seguía vacío. Divisó a Iwaizumi, aquella chica lela que tenía el descaro de usar el vestuario de chicas. Hablaba con aquella otra chica Oikawa, de quien no se había comentado nada. Le decía Iwaizumi a Oikawa:

—Yo tampoco me imaginaba que escribía fanfics de One Piece en ese archivador que siempre carga.

—Yo ni siquiera sabía lo que eran los fanfics, me han tenido que explicar. De todas formas, lo que le han hecho está horrible. Por más mensajes que le mando, no responde. Ah, es Matsukawa, ¿te vas a unir a nuestro club? —dijo Oikawa al darse cuenta de que las oía—. ¿O tú también quieres burlarte? Porque retiramos la invitación. No nos interesas.

—No vine a burlarme. Solo quiero saber cómo está.

—Pensamos que se ha escondido en el vestuario —respondió Iwacchan—. Es la encargada de custodiar la llave esta semana, ¿vamos?

Efectivamente, se había encerrado en el vestuario. Mattsun, que sabía forzar cerraduras, solo necesitó una tarjeta.

—Te hemos traído una amiguita —sonrió Oikawa, arrastrando a Matsukawa al interior del vestuario. Makki seguía abrazada a su archivador. El cabello rosa se le pegaba al rostro.

—¿Qué pasa? ¿Acaso se burlarán de mí también?

—Por supuesto que sí —dijo Iwaizumi resueltamente—, siempre nos burlamos de todo, por eso somos tan buenas amigas.

—Yo a lo que no doy crédito es que no nos hayas dicho —prosiguió Oikawa—. Podríamos haberte ayudado con la redacción… o con anatomía humana. Makki, tenemos que hablar de anatomía humana.

Makki escondió su rostro tras su archivador.

—Nunca creí que viviría lo suficiente como para oír algo así.

—Amiga, alégrate —siguió Oikawa—, ¿no te diste cuenta quien nos acompaña? Has perseguido a Mattsun casi dos semanas, y al fin ha venido ella por cuenta propia.

—¿«Mattsun»? —preguntó Matsukawa mirando a Oikawa.

—Ella le pone apodos a todo el mundo, no se corta —explicó Iwacchan.

Mattsun se sentó junto a Makki, le apartó el cabello del rostro, y luego tomó su archivador, dejándolo a un lado.

—Ustedes no sé si estarán enteradas de lo que otros comentan acerca del club de vóleibol.

—¿Cosas buenas? —preguntó Oikawa, con genuina ilusión.

Mattsun lo meditó un momento.

—En realidad sí, solo dicen cosas buenas.

Como Makki no se lograba recuperar, después de la práctica la llevaron a un local de wafles. Mattsun no escribía fanfics, pero había leído algunos doujinji SoZan. Aunque consideraba la ship común (ella prefería cosas menos convencionales, como Crocodile x Ussop, por dar un ejemplo), no le desagradaba leerlo, y creía que los mejores trabajos del fandom eran de esa ship. Ni Iwacchan ni Oikawa comprendían qué hablaban, pero ambas fueron testigo de cómo al fin Makki se entregaba a la risa y, se destensaba.

Desde entonces, Mattsun fue estrechando lazos con aquellas tres chicas de tan mala reputación. Oikawa era una obsesiva del vóleibol, testaruda y creída la que más. Los chicos babeaban por ella, las chicas querían matarla por lo mismo. Iwacchan peleaba como mujer, con mucha garra. Makki siempre estaba escribiendo y compartiendo bobadas. Si bien sus notas en biología eran extraordinarias, cuando escribí prefería pretender que no sabía nada.

A fines de segundo año, Mattsun recién se atrevió a hablarles de cómo se sentía respecto a su género. Se sinceró el día de su cumpleaños. Era la primera vez que exteriorizaba sus dudas en voz alta. Oikawa, que le costaba entenderlo, le hizo muchas preguntas, siempre antecediendo un «espero no molestarte, pero…». Lejos de enfadarse, a Mattsun le emocionó que se mostrase tan interesada por comprenderlo.

Las tres se acostumbraron rápidamente a usar pronombres neutros, y la animaron a salir de ese armario del género y que su vestimenta también expresara su verdadera esencia. La llevaron a la peluquería, de compra por los almacenes. Oikawa incluso le consiguió el uniforme reglamentario de los chicos con uno de sus exnovios.

Oikawa podría ser maleducada y grosera, pero era más considerada y atenta que la mayoría de las personas de esa inmunda escuela, pero Mattsun no era capaz de actuar en concordancia tal de retribuirle. En el fondo, Oikawa era de un corazón muy bondadoso.

Sin dejar de observar hacia la pista atlética, Mattsun trataba de elegir sus palabras para cuando la viera. Considerando la hora, la clase de gimnasia ya debía haber acabado. Oikawa se acercaba al costado de la pista. Mattsun se restregó los ojos. ¿Estaría soñando? Eran la Vaca y su fiel secuaz, en los terrenos de Seijoh, un día de San Valentín.

Escribió a Makki e Iwacchan lo que veía. Al mismo tiempo, un rugido remeció a toda la escuela. Mattsun lo supo: Oikawa finalmente había reventado.

. . . .

La ducha ayudó a relajar y aliviar el humor de Oikawa. Por eso, la segunda vez que se encontró con Wakatoshi, en los pasillos de la escuela, esta vez sin Tendou, cargando consigo una bolsa plástica del konbini donde vendían esos chocolates rancios, ya no se sentía tan propensa al conflicto.

—¿Qué sucede, Ushiwaka? ¿Acaso no entiendes lo que es un «No»?

—Solo he pensado que debía entregarte chocolates. Por algún motivo todos están regalando chocolates.

Adentro de la bolsita había al menos diez cajas de esos chocolates rancios. Oikawa suspiró. No sabía cuál era el problema de Ushiwaka, pero era un problema gordo, no cabía dudas.

—No es que me caigas mal, Ushiwaka-chan, pero yo todavía recuerdo cuando me dijiste, hace tres años, que mis talentos se desperdiciaban si seguía eligiendo a Iwacchan en lugar de unirme a una escuela fuerte como el Shiratorizawa. Y eso es algo que, simplemente, no puedo aceptar. Nunca seremos amigas, tú y yo. Aunque te arrepientas, aunque me digas que estabas equivocada, yo nunca podré perdonarte.

—Lo sé.

—¿Entonces por qué eres tan insistente?

—Porque eso no cambia que seas la mejor armadora que haya conocido. Yo no había considerado todas las cosas que dijo Tendou, como que este torneo puede venirte bien, o todo aquello de la publicidad. Solo pensé en ti porque eres la mejor. Pero Tendou tiene razón: deberías ser más conocida.

Oikawa suspiró. Pensar que Tendou dijo eso para engatusar a Oikawa, pero la que cayó en esas mentiras fue la propia Ushiwaka. Oikawa realmente no sabía qué problema tenía esa vaca.

—¿Y tú de verdad crees que jugar en un torneo aficionado junto a una Youtuber ayudará en algo a mi futuro deportivo?

—No. Solo quería que ocuparas mi lugar, y ahora me doy cuenta que fue una solicitud egoísta. Lo he pensado mejor, y creo que deberías participar de todos modos, pero junto a Iwaizumi-san. Es evidente que es tu mejor amiga, y las mejores amigas deben siempre apoyarse.

—Tendou es tu mejor amiga, ¿cierto?

—Sí, mira —le enseñó su pulserita de BFF. Oikawa rió. Tenía una muy parecida, que compartía con Iwacchan, pero prefirió no enseñársela.

Iwacchan y m&m se encontraban tan solo a unos metros de allí. No oyeron las palabras de Wakatoshi o de Oikawa, pero sí fueron testigos de Oikawa recibiendo los chocolates de Wakatoshi, y para sorpresa tanto de Wakatoshi como de Iwacchan, Oikawa la estrechaba en un abrazo y le estampaba un beso en la mejilla.

Iwacchan salió huyendo en dirección contraria, sin mirar, lejos de la escuela.

¿Fue real? ¿Wakatoshi, la enemiga número 1 de Oikawa, le había regalado chocolates para San Valentín, una bolsa repleta de chocolates, y Oikawa no solo los había aceptado, sino que también la había abrazado? ¿Y BESADO?

Se limpió los mocos con el antebrazo. Ya no podía correr más. Todo su mundo se iba al carajo.

¿Qué sucedió? Realmente, ¿qué fue lo que pasó?

—¿Hajimechin? ¿Estás bien?

Una chica larga como una jirafa, de espeso cabello rojo, se acercaba a Iwacchan.

—¿Tendou? —dijo limpiándose furiosamente las lágrimas—, ¿qué haces aquí?

—He perdido a Wakachin, ¿la habrás visto?

No le dio tiempo a responder. Ushiwaka en persona llegaba corriendo. Iwacchan se restregó los ojos. Si no la conociera, juraría que la Ushiwaka acababa de pegar unos brincos de alegría, como los conejos.

Tendou también reparó en esos brincos.

—No puede ser, ¿Tooruchin te dijo que sí? —Wakatoshi asintió—, ¿cómo lo hiciste?

—La verdad no tengo idea, pero creo que fueron los chocolates.

—Así que los chocolates funcionaron… Bueno, he de aceptarlo: estás cualificada para resolver tus problemas. Tienes buenos instintos. Más instinto que yo, sin dudas.

Iwacchan volvió a huir. ¿Dijo que sí? ¿Oikawa dijo que «sí»? ¿A la Ushiwaka? ¿En San Valentín?

Lo que no sabía Iwacchan, es que ese «sí» significaba que Oikawa sí aceptaba ir a la Miya-Camp. Y lo que no sabía Tendou, es que ese «sí» implicaba que Oikawa jugaría con Iwacchan, y que Wakatoshi todavía estaba muy lejos de resolver su problema.


Spoiler Alert!

—Makki, dime la verdad. ¿Cuánto tiempo lleva Iwacchan enamorada de mí?