Disclaimer: Kimetsu no Yaiba/Demon Slayer; los personajes no me pertenecen, créditos a Gotōge-sensei. Posible y demasiado OoC [Fuera de personaje]. AU [Universo alterno]. Situaciones exageradas. Nada de lo ocurrido aquí tiene que ver con la serie original; todo es creado sin fines de lucro.
Nota de autora: Les juro que no es porn0– es una pequeña continuación de «Anarquía»
Abecé del KanaGen
D: Deseo
Tric. Cruc Tric. Cruc.
Las ramitas y hojas secas bajo sus pies se hacen pedazos, crujen, pero están seguros de que los sonidos no llegarán a nadie. De todas formas, lo único que les rodea es la arboleda que adorna al gran templo en la montaña, lugar a donde decidieron ir nada más para conseguir un atajo y una vía más segura de escape. Era mucho mejor caminar entre arbustos y animalillos inofensivos que entre gente con espadas preparadas para cortarles la cabeza.
Entre pensamientos como esos, la pequeña dama sigue sin poder comprender del todo al muchacho que camina enfrente suyo, guiándola en silencio. Otra persona, cualquiera que fuese, ya la habría entregado a los rebeldes y ganado una fortuna sólo con eso, posiblemente hasta podría conseguir una buena vida hasta el último de sus días. En cambio, lo que hacía en vez de ello, era arriesgarse totalmente al estar siempre pendiente de que no le sucediera nada, mientras la llevaba a un lugar que, él repetía cada vez que ella preguntaba, era seguro para mantenerse con vida. Y entonces no tenía opción.
Realmente no quería morir.
La falda de su vestido se enreda en un arbusto espinoso, deteniéndola y sacándola de sus pensamientos. Estira la tela, pero está muy fuertemente apresada.
—Disculpe...
El muchacho se detiene de golpe, ya un poquito alejado, y rápidamente regresa su mirada a ella. Al instante se da cuenta de la situación, acercándose con algo de inseguridad para tratar de ayudarle.
—Lo siento, esta ropa no es adecuada para viajar por un bosque —sonríe Kanata, con ligero nerviosismo. Él se mantiene rígido, rompiendo con sus dedos las ramas puntiagudas del arbusto. Eso la espanta—. Espere, espere, se va a lastimar.
—No... No es nada. —Asegura, entre un balbuceo torpe. Al no mirarla directamente, Kanata no logra ver su rostro rojo ni su expresión cohibida, culpa de estar tan cerca de la chica.
Ella aprieta los labios. Lo que menos quería era que su salvador se dañara las manos sólo para sacarla de un embrollo tan pequeño como ese, que posiblemente volvería a ocurrir, puesto que estaban en un bosque y su ropa seguía siendo algo ostentosa.
—Deténgase, por favor —pide suavemente, poniendo una mano sobre el hombro del chico. Instantáneamente lo ve parar, pero no percibe que se ha convertido en una completa estatua—. Será mejor que me deshaga de la falda. Volverá a ocurrir esto si no.
—N-n-no es necesario... Te lo aseguro... —de nuevo balbucea, pero Kanata está más ocupada buscando algo con lo que cortar su ropa, que ni siquiera nota ese evidente nerviosismo.
«Desearía tener algo puntiagudo, al menos» se lamenta, mientras hace memoria de que allá en su habitación dejó las tijeras y los cuchillos que pensó que le ayudarían. En ese momento, sólo tenía sus manos desnudas y poca fuerza, así que no podía romper la tela por sí misma, y tampoco podía pedirle a su compañero que lo hiciera por ella. Eso sería vergonzoso.
De repente recuerda que sí trae algo, y de su cabello saca la horquilla con flores blancas que le había dado su madre. La observa un segundo, con una sonrisa satisfecha, y luego la clava en su falda sin cuidado. Velozmente, Genya da un salto hasta atrás, como un gato espantado. Sin decir algo o moverse un centímetro, pero con un rostro al punto máximo de la pena, observa a la chica hacer más agujeros con la peligrosa punta del adorno para el cabello, destruyendo la larga falda del bonito vestido lila.
Finalmente, cuando acaba de hacer suficientes agujeros, Kanata sonríe satisfecha. Sin embargo, no puede rasgar correctamente la tela. Sigue sin tener fuerza suficiente.
—Te... Te ayudaré...
Antes de poder decir que está bien y que puede sola, Genya ya está inclinándose enfrente suyo otra vez. De un rápido movimiento y como si se tratara de romper papel, hace jirones la parte baja del vestido. Un gran pedazo se queda entre las espinas del arbusto y deja a la vista los pies de la niña, lo cuales él, apenas percibe, no llevan nada.
—Un momento, ¿has caminado sin zapatos todo este tiempo? —la expresión de Genya deja de estar nerviosa para mostrar una preocupación abundante, sin quitar los ojos de los pies ya algo lastimados de la pobre y pequeña chica.
—Sí, pero no es un problema —afirma, con una sonrisa tranquilizadora. Lo ve apartarse de golpe otra vez, y se abstiene de soltar una risa enternecida. De verdad le recordaba a un gato—. Puedo continuar. Le avisaré si es que ya no puedo.
—Aun así...
—Le aseguro que estoy bien —insiste—. Además, ahora que tengo ropa más ligera, será más sencillo. Por favor, guíeme.
Genya quiere replicar algo más, pero nada sale de su boca. Termina por asentir y vuelve a darle la espalda. Ella le sigue de cerca, sintiéndose más ligera y viendo por un par de segundos hacia atrás, allá dónde había dejado los retazos sucios de su bonito vestido. Luego regresa la vista al frente, dedicándole una cálida sonrisa de agradecimiento al muchacho, que constantemente parece luchar para no girarse a verla.
Siente curiosidad.
—¿Por qué me está ayudando?
Genya vuelve a detenerse, pero un par de segundos después, continúa andando. Kanata siente que eso es sospechoso, pero también es una señal de oportunidad. Él sólo estaba debatiéndose si decirle o no, y si insistía, tal vez descubriría algo.
—¿Por qué?
Antes, en medio del palacio, también le había preguntado, pero él sólo aclaró una cosa y no dijo más al respecto.
—¿Podría decirme?
—¿Cuál es... la necesidad de saberlo?
—Deseo saberlo, por favor. —Suplica suavemente. Lo ve caminar más lento, pero ella no cambia su velocidad. Al final, termina a su lado, mirándole con curiosidad.
Alza la cabeza, sintiendo los rayos del sol golpear sus ojos suavemente, pero las hojas de los árboles se encargan de mantenerla con una visión perfecta. Piensa que el muchacho es realmente alto, y ella es realmente pequeña. Y está curiosa de verlo poner una expresión que no logra descifrar. Algo parecido a miedo. Culpa. Tal vez tristeza.
Algo andaba mal.
—¿Cuál es la verdadera razón de salvarme?
En definitiva no era porque le hubiera tomado gusto. Nunca antes se habían visto, así que no creía que lo hubiese hecho por deseo propio. Nadie se metería por cuenta propia en medio de una masacre para salvar a una completa desconocida, ni se arriesgaría a mantenerla a salvo hasta llevarla lejos del desastre.
Había algo más.
—¿Qué es? —Continúa aventurando. No hay miedo en su rostro, ni dentro suyo. Realmente no le molestaría descubrir, incluso si es que había una razón desagradable para sacarla de allá, porque hasta eso era mejor que terminar en manos de los rebeldes—. ¿Puede decírmelo?
Además, si era para que la mataran más tarde, al menos esperaba que fuera una muerte menos dolorosa. Y no estaría mal si su verdugo fuera Genya, él parecía alguien genuinamente amable.
Era alentador.
(Sólo estaba siendo estúpidamente positiva. ¿Era porque la estaba acompañando un chico tan tierno? Se sentía muy feliz.)
—¿Podría–?
—Nos separamos aquí.
Parpadea repetidas veces, tardando varios segundos en procesar esas palabras.
Genya evita mirarle a la cara, así que no puede saber qué expresión estará poniendo luego de dar esa sentencia.
—Si sigues derecho por aquí, vas a encontrar una ladera. Camina hacia la izquierda hasta encontrar un puente que va hacia abajo, y luego–
—Espere, ¿por qué...? —Su voz sale en un hilo. Su cara también deja ver sorpresa, y temor. Da un paso hacia atrás—. ¿Por qué de repente nos separamos? ¿Acaso usted...?
—¿Por qué me tratas de usted? —Ríe, incómodo, todavía sin girar a verla, ni a su expresión llena de perplejidad—. Eres una noble. Yo no.
—Pero... eso... —su cabeza mezcla sin querer sus dudas y las aclaraciones que quiere soltar. Baja la vista al suelo, pensando cuidadosamente en sus palabras. Sólo sabe algo, y es que no le gusta pensar en separarse, no cuanto ha llegado a ese punto—. Yo no... puedo separarme de usted.
—Ugh. —Genya lleva ambas manos a su rostro, y retrocede varios pasos. Kanata lo mira en todo momento, sintiendo extraño ese actuar, que no llega a comprender del todo.
—¿Sucede algo?
—Sólo... estaría mejor que fueras ya.
—No puedo, yo... No conozco este bosque —observa a sus alrededores, temerosa—. Podría perderme al dar un sólo paso.
—Yo no puedo acompañarte, en serio —su voz, amortiguada por sus manos aún ocultando su cara, tiene un inconfundible tono de desesperación—. Por favor, necesito que vayas sola.
—¿Por qué? —Da un paso al frente, acercándose a él. Genya nota su cercanía a pesar de tener los ojos tapados, y retrocede con cada centímetro que ella avanza—. ¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué me ha ayudado en primer lugar? ¿Por qué me está abandonando ahora?
—¡No te estoy abandonando! —Ruge, como explotando, apartando las manos y poniéndolas entre ambos, como pidiendo que ya no dé un paso más cerca suyo. Kanata se queda quieta, todavía mirándolo fijamente.
Al tener los ojos de ónice puestos tan fijamente sobre su persona, Genya vuelve a sonrojarse con fuerza, y su vista va hacia abajo. Pero entonces se topa con las rodillas descubiertas de la chica, y rápidamente gira hacia otro lado, sintiendo su corazón golpear con más y más fuerza.
—Entonces, ¿qué es–?
—Sólo te estaba dando las indicaciones para llegar a un río, y que así pudieras lavarte.
Kanata abre la boca, y luego la cierra rápidamente.
—Ah.
Sus mejillas se sienten cálidas.
—Lo lamento —su voz sale bajita, casi un susurro, llena de arrepentimiento. Da varios pasos hacia atrás, devolviéndole el espacio suficiente a Genya para que pueda respirar con normalidad—. Creí que me dejaría sola.
—Es entendible —se encoge de hombros, todavía sin poder verla a la cara—. Sólo... ve allá y regresa. Yo te esperaré aquí.
—¿Por qué no viene conmigo?
—No puedo.
—Pero–
—No puedo.
Kanata realmente no entiende. Pero piensa que está bien.
Más tarde descubrirá los porqués.
¿fin?
Deseo: Fuerte inclinación de la voluntad hacia el conocimiento, consecución y disfrute de algo.
