Nota de autora:

¡Hola! Sé que llevo desaparecida de aquí un buen tiempo, pero aquí estoy de nuevo. Sinceramente he estado pasando por una mala racha personal y decidí tomarme un tiempo de respiro para mí misma. A veces el descanso mental es tan necesario como el físico. También quería informar a todos lo que sigue mi otra historia "Inferno" que volveré a ella con muchas fuerzas y ganas :)

Así que nada, aquí os traigo el cuarto capítulo que espero que os guste.

Os mando un abrazo virtual a donde quiera que estéis.


CAPÍTULO 4.


Quedaban varias horas para la gala benéfica y Hermione se sentía cansada solo de pensar en ello.

La idea de pasearse entre toda aquellos desconocidos, apretando manos y sumergiéndose en conversaciones banales y aburridas, hacía que quisiera salir corriendo. Pero en esa ocasión no podía huir o fingir estar terriblemente enferma para eludir sus responsabilidades puesto que Kingsley les había "pedido", tanto a ella como a sus amigos, que realizaran el discurso de apertura.

«Por los huérfanos de la guerra», había dicho el ministro, y ninguno de los tres fue capaz de negarse ante aquella petición. Y mucho menos Harry, quien se sentía muy comprometido personalmente con la causa. Si lo haría por alguien sería por él y por todos esos niños a los que ya se les había arrebatado tantas cosas.

Así que allí estaba Hermione, delante del armario mientras observaba los vestidos más formales que tenía, y culpándose por no haber salido a comprar algo más adecuado para la ocasión. Pero ya no tenía tiempo de aparecerse en el Callejón Diagon así que tendría que conformarse con lo que tenía.

Sus dedos se toparon con una tela suave y Hermione sacó la prenda atrapada entre varias túnicas para observarla mejor. Su corazón se aceleró con fuerza cuando observó el vestido azul que había utilizado durante la boda de Theodore y Luna.

Un escalofrío la recorrió con fuerza cuando los recuerdos comenzaron a desbordarla sin que pudiera hacer nada para evitarlo.

Ella besando a Malfoy en la barra del bar, él mordiendo su cuello, la fría superficie de la encimera contra su piel. Aquella mirada de acero a través del espejo acompañada de su sonrisa arrogante y estúpida. La sensación de tenerlo por todas partes, de sentirlo tan adentro que apenas había podido respirar, sus caderas chocando con fuerza contra sus nalgas mientras le provocaba el mejor orgasmo de toda su existencia...

Exasperada Hermione lanzó el vestido de nuevo al interior del armario como si su contacto le hubiera quemado la piel. Pero sabía que el causante no había sido ningún fuego, sino el calor del deseo que latía con fuerza bajo su piel y que amenazaba con llevarla a un estado casi febril.

Una semana. Había pasado una semana y Hermione no era capaz de pensar en otra cosa que en esa noche. En otra cosa que no fuera él.

Todavía podía recordar como había salido corriendo de la Mansión Nott. Había regresado a la fiesta pero estaba tan tensa por encontrarse a Malfoy entre los invitados, de ver su cara y no ser capaz de fingir o esconder lo que acababan de hacer, que Hermione no fue capaz de soportarlo ni un segundo. Se despidió de sus amigos, se disculpó personalmente con Luna y Theodore por no quedarse hasta el final de la celebración, y se apareció en su apartamento prácticamente jadeando.

Después de eso, su vida se convirtió en un sinvivir constante. Cuando se miraba en el espejo todavía veía a Malfoy reflejado en él, sonriendo con condescendencia, con los ojos grises brillando con orgullo por verla en ese estado, sentía el calor pecho contra su espalda, sus manos sobre su piel, su polla sacudiéndose con fuerza en su interior, su aliento cálido contra su oído mientras le susurraba: «Eso es, Granger. Deja que vea como te corres para mí»

Y todo fue a peor cuando tuvo que regresar al Ministerio. Hermione se encontró nerviosa, mirando por todas partes por si veía su cabeza rubia aparecer al final de algún pasillo. No sabía por qué pero tan solo pensar en verlo hacían que las piernas le temblaran de nuevo.

Pero él no hizo acto de presencia. Se mantuvo ausente durante el resto de la semana y los nervios de Hermione, lejos de desaparecer, habían incrementado. Porque si había algo que sabía muy bien de Draco Malfoy es que jamás, jamás, dejaría escapar la ocasión de poder atormentarla con lo sucedido. De alguna forma Hermione esperaba que él apareciera de repente por la puerta de su despacho para lanzar alguno de sus comentarios hirientes o simplemente hacerla sufrir con su presencia, pero no ocurrió nada. Solo un intenso silencio que hacía que se le erizara la piel.

Lejos de dejarse dominar por la histeria, esa vez Hermione trató de pensar de manera diferente. Tratar de buscar un enfoque diferente solo para probar que no estaba volviéndose completamente loca. Respiró hondo mientras estructuraba sus pensamientos.

Vale, había besado a Draco Malfoy y habían acabado follado apasionadamente en uno de los baños de la mansión Nott. Y le había gustado. Le había gustado muchísimo. Sintió las mejillas arder ante aquella inesperada confesión. Disfrutar del sexo no era algo malo, pero que ella disfrutara de haberlo hecho con su némesis de la infancia debía de preocuparla.

Pero por algún extraño motivo, no lo hacía.

Hermione no odiaba a Draco Malfoy. Es cierto que había cierto resentimiento por las disputas del pasado, pero el odio seguía siendo un sentimiento demasiado fuerte para describir lo que ella sentía con respecto a Malfoy. Simplemente no le caía bien. Siempre había destetado la superioridad que desprendía, ese egocentrismo que irradiaba como si fuera una segunda piel. La manera en la que creía que todo el mundo estaba a su disposición. Como un dios inmortal que esperaba el beneplácito de sus súbditos.

«No parecía tan disgustada con él mientras te follaba contra el espejo del baño...»

Hermione gimió sonoramente mientras cerraba los ojos con fuerza.

Para su consternación Malfoy podría desagradarle en lo personal, pero en lo físico... Bueno, podría decirse que lo encontraba más interesante de lo que le jamás llegaría a admitir. Siempre le había parecido atractivo, tanto que incluso ella no podía negarlo. Con su considerable altura, el cuerpo ligeramente torneado por sus años como buscador de quidditch, los pómulos marcados y sus rasgos tan afilados como sus ojos grises...

Era la representación del pecado. Una especie de diablo enviado a la tierra para torturar a las mujeres y no de una forma precisamente dolorosa.

Y ahí tenía la explicación, la excusa que Hermione estaba buscando para justificar los motivos que la habían arrastrado a aquella situación: había sido deseo, una clase de deseo puramente sexual. Tal vez había sido culpa del whisky de fuego, pero sabía que no había sido así. Hermione siempre fue muy consciente de lo que hacía y con quien lo estaba haciendo.

Había sido una idiota al pensar que podía provocar a Malfoy con un comportamiento impropio de ella, de que podía hacer que la dejara en paz. Jamás esperó que él correspondiera ni tampoco que le gustara tanto que lo hiciera.

¿Por qué razón lo habría hecho él? ¿Malfoy había sido igual de consciente que ella? ¿O estaba tan borracho que no sería capaz de recordar nada de lo sucedido?

No, se dijo Hermione. Él también parecía muy cuerdo en ese momento. Sabía con exactitud lo que estaba haciendo o más bien lo que le estaba haciendo a ella. Pero Hermione siempre había pensando que él la aborrecía. Que su presencia le resultaba tan repugnante ya que ni siquiera era capaz de mirarla a la cara cuando habían coincidido juntos en la misma habitación.

Entonces ¿por qué también permitió que pasara?

Hermione volvió a gruñir esta vez centrando su atención de nuevo en el armario, moviendo las perchas de un lado a otro con tanta fuerza que varias prendas se cayeron al suelo. Seguro que Malfoy había visto la oportunidad de tener sexo con alguien y simplemente la aprovechó, como la buena serpiente que era. Hermione dudaba que le diera importancia siquiera a que hubiera sido con ella. Malfoy había sido inteligente al fingir que nada de aquello había sucedido (seguramente encontraría la situación bastante vergonzosa como para admitirlo en voz alta) y dudaba que se atreviera a mencionar el tema alguna vez.

Ella debería hacer lo mismo, pensó. Hacerse tantas preguntas no iba a cambiar el hecho de que había pasado y tendría que afrontarlo como la adulta que era.

No era como si fuera a suceder de nuevo. Solo había sido un desliz en un momento de debilidad ebria y emocional, y nada más. No es que Hermione quisiera volver a sentir su cuerpo contra el suyo, su lengua explorando su boca a conciencia, sentir de nuevo sus dedos sobre la piel de sus caderas, ni su aliento en el oído mientras la catapultaba hacia el placer...

Un escalofrío la sacudió por completo cuando comprobó que se encontraba prácticamente jadeando y que sus manos inconscientemente se habían deslizado hacia sus pechos sobre su camisa con toda la intención de masajearlos y pellizcar los pezones ya erectos, dispuestas a liberar la tensión que recorría todo su cuerpo y se acumulaba en el bajo de su vientre.

Furiosa, Hermione cogió el primer vestido que le pareció remotamente elegante, apretó la tela plateada con fuerza entre sus manos y después cerró el armario de un portazo. Invirtió las horas siguiente en arreglarse y lucir presentable, pero ni aun así pudo sacarse la amarga sensación de la lengua cuando comprendió que quizás, solo quizás, no era tan fácil fingir que nada de aquello había sucedido.


—No puedo respirar...—gruñó alguien a su lado.

Hermione lo miró de reojo mientras trataba de esconder el principio de una sonrisa tras su copa de champán. Ronald Weasley estaba tirando de los primeros botones de su camisa blanca mientras resoplaba con fuerza. Se lo veía incómodo en su traje negro de segunda mano, y Hermione juraría que le quedaba algo pequeño ya que las costuras de la chaqueta amenazaban con romperse de un momento a otro.

Lo observó más detenidamente y no pudo evitar sorprenderse de nuevo con su inminente cambio físico. Tenía la piel ligeramente bronceada debido a las largas exposiciones bajo el sol en Rumanía lo que hacía resaltar aún más sus ojos azules. Había ganado bastante musculatura a lo largo de esos meses haciéndolo parecer más ancho en la zona de los hombros y la espalda. Llevaba el pelo largo —al más puro estilo de Charlie Weasley— y esa noche lo llevaba atado tras la nuca con una cinta de cuero. Varios mechones le caían sueltos por el rostro, enmarcando su mandíbula prominente cubierta de una espesa barba pelirroja.

No parecía el Ron de siempre, pero a Hermione le gustaba mucho esa nueva versión. Más libre, más salvaje. Pero sobre todo muy lejos del chico triste, pálido y carente de vida que recordaba tras la guerra. Ese chico al que una vez amó, y al que seguía queriendo aunque de una manera diferente.

Pasar tiempo con su hermano en Rumanía le había sentado bien y Hermione estaba muy contenta de verlo allí con ella aunque solo fuera por unas horas. Al parecer, iban a rescatar a una cría de Ironbelly del mercado negro y la estancia de Ron en Londres duraría apenas unos días. Lo suficiente para ver a sus amigos y pasar un breve estancia en La Madriguera.

—¿Te juegas la vida domesticando a dragones pero no eres capaz de soportar una simple fiesta?—preguntó Hermione, alzando una ceja de forma divertida.

Él volvió a resoplar, esa vez tirando de la corbata que se anudaba alrededor de su esbelto cuello. Con un movimiento ágil abrió la camisa hasta casi mitad del pecho y dejó escapar un largo suspiro de alivio.

— Los dragones no hablan, Hermione. Pero si lo hicieran preferiría conversar con ellos antes que aguantar las estupideces de toda esta gente.

Hizo un gesto con la barbilla, señalando al centro de la abarrotada habitación. Hermione clavó la mirada en el grupo de personas que se movían despacio por toda la sala y pensó que jamás se había sentido tan fuera de lugar. En un pasado ella solía disfrutar de ese tipo de encuentros sociales, se había mezclado entre las diferentes personalidades y había entablado comunicación y amistad con muchos de ellos. Pero ahora...

Ahora Hermione prefería pasar inadvertida, estar lejos del foco de atención. Y sobre todo de la prensa. No quiso mirar hacia el extremo opuesto donde todos los corresponsales de El Profeta estaban apuntando con sus cámaras y vuelaplumas dispuestos a escribir las columnas de sociedad y publicarlas lo más pronto posible. Un escalofrío le recorrió la espalda.

—Ha sido lo más coherente que has dicho en mucho tiempo, Ronald Weasley.

Ron la miró de reojo, con los labios tirando hacia arriba en una sonrisa. Él mejor que nadie sabía que a Hermione tampoco le gustaban ese tipo de reuniones.

Era evidente que Ron estaba allí por compromiso y que, si por él hubiera sido, nunca hubiera regresado. Hermione creyó ver cierto brillo especial en sus ojos cuando se habían visto en el vestíbulo del Ministerio antes del comienzo de la gala. Un brillo que ella conocía demasiado bien y se preguntó si sus motivos para volver a Rumanía con tanta insistencia tenían que ver con alguna de sus compañeras de trabajo en el Santuario de Dragones.

Hermione no había tenido la ocasión de preguntarle directamente y allí, rodeados de los peces grandes que gobernaban el mundo mágico, no creyó propicio sacar un tema como aquel. Aún así, hizo una anotación mental para buscar el momento oportuno para hacerlo.

La bruja dejó la copa encima de una mesa alta decorada con un bonito mantel blanco y miró hacia la enorme sala abarrotada de gente. El Ministerio estaba realmente arrebatador esa noche, decorado con flores doradas que flotaban por todas partes, una iluminación tenue proveniente de velas que flotaban por encima de sus cabezas y el apabullante bullicio de los invitados que socializaban en pequeños círculos.

Tras dar el discurso de apertura, donde Harry habló la mayoría del tiempo, Hermione lo ayudó finalizarlo aportando algunas frases bonitas que había sacado de un libro, y que Ron concluyó con un escueto "gracias por venir", ambos habían decidido esconderse en una de las esquinas, dejándole a Harry todo el trabajo sucio de entablar conversación y atender a la prensa.

—Creo que Harry nos matará si no acudimos en su ayuda.—dijo Hermione mientras miraba hacia el lugar donde se encontraba su otro mejor amigo.

Harry estaba de pie en el extremo de un círculo conformado por hombres ancianos ataviados con largas túnicas y sombreros puntiagudos. Por la expresión compungida de su rostro Hermione pudo comprobar que la conversación no estaba resultando para nada distendida y agradable. Justo en ese momento, Harry alzó la cabeza y sus ojos verdes recorrieron la sala hasta dar con sus dos amigos. Hubo un destello ardiente tras el cristal de las gafas cuando los localizó escondidos en aquel rincón y por la intensidad que desprendía su mirada, debía de estar pasándolo realmente mal.

Para su sorpresa fue Ronald quien se enderezó, murmurando algún tipo de insulto en rumano, y se atusó las solapas de la chaqueta del traje de una forma muy poco elegante.

—Si dentro de diez minutos no hemos vuelto, tendrás que ser tú la que nos rescates.

Hermione bufó fingiendo sorpresa.

—Tranquilo, no sería la primera vez que tengo que salvaros de una muerte segura.

Ronald ya estaba caminando en dirección hacia la marea de gente, sorprendiendo a los invitados con su imponente altura y fortaleza, pero se giró por encima del hombro y habló lo suficientemente alto como para que ella pudiera entenderlo.

—Y estoy seguro de que no será la última.

Ella sonrió mientras veía el alivio en la cara de Harry cuando observó como su mejor amigo se acercaba hacia él para acabar con su sufrimiento. A solas, Hermione paseó las manos por la tela satinada de su vestido. Tenía que admitir que no había sido una elección muy acertada. Era demasiado largo, tanto que cuando caminaba tenía que agarrar la parte baja para no tropezar y caer al suelo. Tenía un bonito escote en forma de corazón y la espalda totalmente al descubierto. Se había recogido el pelo sobre la nuca y había dejado varios mechones sueltos para darle un toque desenfadado.

Y a pesar de su ligereza, Hermione sentía que no podía respirar, como si algo le aprisionara con fuerza las costillas y le arrebatara el aire por completo.

Con un largo suspiro, Hermione estiró el cuello para localizar a Harry y Ron entre la marea de gente. No le veía el sentido a seguir allí. Había cumplido su objetivo de dar el discurso y de incrementar las donaciones para los orfanatos. Ambas cosas habían ido a la perfección, incluso por encima de lo esperado, así que podía abandonar la sala sin que su ausencia resultara terriblemente insultante.

Frunció el ceño cuando no fue capaz de distinguir a sus amigos. Así que no tuvo más remedio que separarse de la columna donde había estado apoyada toda la noche y salir de su escondite predilecto. Decidida agarró el bajo del vestido dispuesta a acabar con aquello de una vez por todas.

—Maldito Kinsgley...—musitó Hermione mientras daba un par de pasos sorteando a grupos de magos y brujas.

Algunos se giraron para mirarla, otros juntaron las cabezas para cuchichear. Solo una pequeña fracción pareció no darse cuenta de quién era ella. O tenían la decencia de fingir que no la habían visto. Las manos comenzaron a sudarle en exceso cuando se introdujo entre aquel núcleo de personas y la respiración se le aceleró cuando no fue capaz de localizar a ninguno de los dos.

Giró sobre sí misma y pensó que irse sin avisarles tampoco era una mala opción. Siempre podría enviar un mensaje una vez llegara a casa... Cuando ya se hubiera quitado el vestido y estuviera metida en la cama tapada hasta las cejas con el edredón. Sopesó esa idea durante unos cortos segundos y había comenzado a girarse despacio cuando lo vio.

Un destello rojizo, un color vivo y cálido entre tanta sobriedad. Solo conocía a un pelirrojo en aquella sala.

Hermione suspiró aliviada mientras se dirigía hacia el fondo de la abarrotada habitación. Sorteó las mesas altas abarrotadas de comida y bebidas, y a medida que se iba acercando fue capaz de distinguir la figura alta y desgarbada de Ronald. Estaba en una zona apartada, muy cerca del atrio donde ahora se estaba instalando una orquesta de música. Hermione frunció el ceño cuando comprobó que la persona con la que estaba hablando no era Harry.

Era un mago tan alto como él, con la piel de un precioso color similar al café tostado. Vestía una túnica dorada con detalles en negro, lo cual hacía resaltar la oscuridad de sus ojos. Hermione se fijó que los dedos de sus manos estaban llenas de anillos y que en una de ellas sostenía un precioso bastón cuya empuñadura era la cabeza de un dragón.

Se detuvo cuando observó que ambos parecían estar discutiendo. Ron tenía la cara muy roja y el ceño muy fruncido. Y Hermione se sorprendió cuando alzó un dedo amenazador y lo situó delante de la cara del otro hombre. Su acompañante no lució sorprendido ante aquella actitud amenazante, ni siquiera se encogió ante la figura imponente de Ron.

Él solo sonrió. Una sonrisa larga y perezosa, como si estuviera acostumbrado a aquel tipo de actitudes.

Aquel simple gesto fue tremendamente revelador para Hermione. Algo se accionó en su cerebro y fue entonces cuando se dio cuenta de que conocía a ese mago. Había cambiado bastante desde la última vez que lo había visto, sudoroso y algo pálido, en el Gran Comedor de Hogwarts horas después de que hubiera finalizado la guerra. Pero aún así, a pesar del paso del tiempo, fue capaz de reconocer esos ojos oscuros y aquella pose tan estirada.

Era Blaise Zabini.

Atónita observó como Blaise daba un paso mientras alzaba el bastón y golpeaba el dedo de Ron en un gesto claramente desafiante. Su sonrisa no abandonó su atractivo rostro ni un solo momento. Por la forma en la que el pelirrojo se tensó y apretó la mandíbula, Hermione no pudo evitar contener el aliento. Conocía muy bien el temperamento de Ronald con todo aquello que tuviera que ver con Slytherin, y fuera lo que fuera que estuvieran hablando parecía no ser nada agradable...

Dio varios pasos acelerados, haciéndose paso entre los desconocidos, tratando de llegar hasta ellos para evitar el desastre que se avecinaba. ¿Dónde demonios estaba Harry cuando más lo necesitaba? Sin querer empujó a una bruja pero ni siquiera se tomó la molestia de disculparse. Sus ojos estaban fijos en Ron y en Zabini, en la forma en la que ambos parecían acercarse más y más. En como Ron respiraba agitado y apretaba los puños con fuerza en los costados.

Zabini seguía sonriendo y un brillo extraño apareció en su mirada.

Justo en ese momento la orquesta se puso en marcha y la música llenó la habitación haciendo que los comensales soltaran exhalaciones de sorpresa. Hermione no fue consciente de que en algún momento habían despejado la habitación dejando un espacio amplio en el centro, formando una improvisada pista de baile. Y que ella la estaba cruzando justo en ese mismo instante.

Hermione tenía toda su atención puesta en su amigo, que se había acercado peligrosamente a Zabini y lo estaba agarrado por la pechera de su extravagante túnica. Sintió que el corazón se le salía del pecho y aceleró sus pasos.

Pero algo la retuvo. Un fuerte brazo la rodeó por la cintura haciéndola girar sobre sí misma y sus pies comenzaron a moverse en la dirección contraria. Entonces comprendió que no estaba caminando, que la persona que la había atrapado la estaba guiando al compás de la música. Sintió la calidez de una mano sobre la suya y el roce la hizo estremecer de pies a cabeza.

Solo entonces se atrevió a levantar la cabeza para hacer frente a su inesperado acompañante. A Hermione se le doblaron las rodillas cuando un par de ojos grises la atravesaron desde una altura considerable.

Eran los mismos ojos que ella había visto reflejados en el espejo del baño de la Mansión Nott hacía apenas una semana. Las mismas manos que habían recorrido su cuerpo hasta hacer que ardiera de deseo...

Con el corazón paralizado, observó como Draco Malfoy curvaba la comisura de su boca en una sonrisa dura y sensual mientras sus dedos trazaban círculos perezosos sobre la piel de su espalda desnuda. Hermione se estremeció cuando él la guió con movimientos fluidos por el centro de la pista.

Ya no era capaz de pensar en Ronald ni en Zabini. Tan solo podía pensar en aquel hombre que se cernía sobre ella, en la manera en que Draco inclinó el cuerpo en su dirección para poder susurrarle en el oído de forma lenta y placentera:

—Hola, Granger...