¿Me entregarás tu corazón?
Capitulo 3
La música del piano fluía con suavidad a través de sus dedos mientras tocaba casi sin necesidad de ver las partituras que se hallaban frente a sus ojos. Era la primera vez que conseguía reproducir esa melodía sin equivocarse ni una sola vez, y a juzgar por la manera en cómo su madre y su institutriz la miraban mientras sonreían era obvio que se encontraban complacidas con el resultado.Su madre decía que haber cumplido los once años había afinado sus habilidades en el piano forte, pero para ser sincera las notas que tocaba más que una prueba de la madurez emocional que estaba adquiriendo con la edad, eran mas bien un reflejo de lo feliz que se sentía ahora que el ambiente en aquella mansión había cambiado y su diminuto círculo de amistades había crecido.
-Eso es todo por hoy. Puedes tomarte un descanso.
-Muchas gracias madre. Señora Shouko.
Se puso de pie mientras hacía una leve reverencia y sonreía a ambas mujeres, cerrando la cubierta del piano mientras el par se alejaba de ella y conversaban acerca de la maravillosa esposa que sería cuando al fin alcanzara la edad casadera.
Su madre, quien hasta la desaparición de su padre había ostentado el titulo de Lady, estaba obsesionada con encontrarle un buen marido que no sólo le asegurara un futuro próspero sino que quitara la tierra que había lanzado a su apellido el corrupto barón con el que estuvo diez años casada.
Después de tan nefasta experiencia era natural que quisiera evitar a su hija un futuro similar pero debía reconocer que considerando su edad y la cantidad de lecciones que tomaba cada día… a su madre se le había pasado un poco la mano con la minuciosidad de su educación.
Lanzó un suspiro lleno de resignación mientras se levantaba del banquillo y acomodaba la falda de su vestido, girando la cabeza al escuchar un par de toques en la puerta de cristal que daba al jardín lateral. Miró a todos lados para asegurarse de que su madre no estuviera a la vista y una vez segura de ello corrió en esa dirección poniéndose de cuclillas tras un arbusto al ver al chico que allí se encontraba y que le hacía señas para que no hiciera ruido.
El señor de la casa, aquel jovenzuelo de diecisiete que se doblaba las mangas de la camisa y se quitaba la corbata en ese momento, no era más que un pillo que se saltaba sus labores a la menor oportunidad. De hecho, a juzgar por el aspecto que traía y por las gotas de sudor que bajaban por los lados de su rostro parecía haberse escapado otra vez de la orfebrería y seguro tenía a los trabajadores buscándolo por todos lados.
Si no fuera por que su padre era el hombre mas paciente del mundo y podía encargarse de las funciones que su rebelde hijo dejaba sin terminar, seguro lo mantendrían encadenado a una silla para que no fuese capaz de escurrirse de sus deberes.
-Vámonos.- Dijo él mientras se ponía de pie tras asegurarse de que no había moros en la costa.
Ella sonrió con complicidad. Se pusieron de pie y de inmediato dejó que él la guiara mientras la tomaba de la mano para que corrieran a través de los inmensos jardines.
Recordaba haberse sonrojado la primera vez que la tomó de la mano pues nunca había tenido un contacto tan cercano con ningún otro chico, pero no tardó en entender que él solo la estaba tratando como trataría a Sakura. Ella y su hermanita no sólo eran prácticamente de la misma edad sino que estaban la mayor parte del tiempo juntas, así que no era de extrañar que ya se hubiera acostumbrado tanto a su presencia que la tratara justo como haría con ella.
-Bien, es aquí. -Anunció él mientras la ayudaba a subir a través de una pendiente y entonces abrió los ojos con ilusión al ver aquella extensa pradera llena de flores multicolores que crecían entre la hierba. Ya había llegado la primavera y sin duda aquel prado era la prueba viva de que aquel año sería sumamente fructífero.
-¡Es hermoso!- Reconoció Tomoyo mientras avanzaba ya libre de su agarre, se inclinaba para tomar uno de los lirios que crecían en el suelo y se quedaba mirando al horizonte. No sólo era el que la mezcla de colores resultara increíblemente fascinante después de aquel duro invierno, si no que observar la inmensidad que se extendía a lo lejos le hacía creer que el mundo en el que vivía realmente no se limitaba a aquellas cuatro paredes de la mansión.
El aire allí era diferente, definitivamente olía a libertad.
-¿Cómo puedes mantener la calma mientras el rumbo de tu vida es decidida por alguien mas? Yo me estoy volviendo loco con solo pensarlo.
-Solo trato de pensar positivo Joven Touya.- Reconoció mientras caminaba hacía él y se sentaba en la hierba tal y como el trigueño lo había hecho, observando con tristeza la frágil flor que de cierto modo le recordaba a ella misma.
Al igual que aquel lirio ella no había decidido dónde o cuando nacer, pero desde el momento en que lo hizo supo que su destino ya estaba escrito. No tenía otra opción que permanecer en su lugar siendo hermosa y encantadora, hasta que algún caballero aprobado por su madre decidiera arrancarla de su hogar y llevársela con él.
Por eso entendía bien el sentir de Touya. Él había pasado de ser un adolescente común con problemas comunes a ser el cabeza legal de una familia de la que sólo llevaba el apellido. Claro está, eso le había traído mejoras en su calidad de vida, pero las responsabilidades que recaían sobre sus hombros eran tantas que a veces el agotamiento se le veía en la mirada. Aquello era demasiado aun para él. Si tan sólo las mujeres pudiesen adquirir ese tipo de compromisos, seguro no hubiese dudado ni un segundo en quitar tan pesada carga de encima de sus hombros.
-Yo también me siento agobiada en ocasiones por mi situación.- Reconoció ella mientras enrollaba un mechón de su pelo y suspiraba pensando en las veces que había querido gritarle a su madre que conseguir un esposo importante era su sueño y no él de ella, y que conocer la manera en cómo una dama debía caminar y expresarse no le parecía más que una banalidad considerando que las que había conocido que se apegaban con rigor a esas normas no parecían ser realmente felices. Claro que ella deseaba casarse y tener hijos como seguro le ocurría a cada mujer que hubiera pisado la superficie de la tierra, pero antes de hacerlo había otras cosas que quería lograr, probar. La idea de casarse con un hombre a quien no amara solo porque su madre lo consideraba adecuado no sólo le preocupaba sino que la hacía sentir miserable. Pero al fin y al cabo esa era su realidad.
-Difícilmente se pueda cambiar algo resistiéndose tercamente a seguir las reglas, por eso trato de pensar en que mi madre quiere lo mejor para mi aunque su forma de demostrarlo no es la mas agradable.
-Pues yo no creo que trabajar sin tener tiempo ni de respirar sea lo mejor para mi.
-¿Y qué le gustaría hacer en cambio? ¿Qué decidiría hacer usted con su vida Touya?
Él pareció pensarlo un momento y luego una enorme sonrisa apareció en sus normalmente tensos labios mientras un brillo soñador iluminaba su usualmente sombría mirada.
-Viajar por el mundo. Quiero conocer todo tipo de culturas, ver todo tipo de monumentos y edificaciones. Mi padre siempre me ha hablado de todos los viajes que hizo cuando era mas joven y todo lo que conoció en el proceso. Me gustaría… me gustaría tener una vida similar…-La sonrisa desapareció de sus labios y de repente su rostro volvió a llenarse de decepción.- Pero claramente eso es imposible.
Tomoyo se quedó mirandolo mientras esté se dejaba caer de espaldas en la hierba a la vez que colocaba su antebrazo sobre sus ojos, y pensó en lo triste que era que él no pudiera cumplir su sueño. Si hubiera alguna forma de cambiar sus circunstancias, si tan solo…
Se puso de pie de un salto emocionada. ¡Claro! ¿Como no se le había ocurrido antes?
-No tiene porqué ser imposible, Touya. Mi abuelo… en los últimos años estaba muy mayor para hacerlo, pero mientras era joven también viajó por todo el mundo buscando y vendiendo joyas, de hecho, conoció a la abuela en uno de sus viajes a la India. Si usted es capaz de hacerse un buen orfebre, ¡tal vez también pueda viajar y conocer el mundo al mismo tiempo que cumple con su papel de heredero!
Lo miró extasiada pensando en todos los lugares que seguro visitaría mientras cumplía su sueño, quedándose helada al ver como él lo miraba con expresión de incredulidad. Era cierto que Touya y ella se habían hechos cercanos en los últimos dos años pero si algo él odiaba era que le dijeran lo que debía hacer. Había metido la pata. Seguro nunca más querría contarle sus preocupaciones.
-Eso es… ¡Brillante! No puedo creer que haya sido tan ciego -. Lo miró con expresión de incredulidad. Touya no era una persona demasiada espontánea pero en ese momento su sonrisa estaba tan llena de satisfacción y alivio que casi daba la impresión de estar saltando de un lado a otro lleno de alegría. –Tienes toda la razón. Si me convierto en un joyero reconocido entonces tendré muchos clientes y proveedores en muchas partes del mundo y podré viajar a menudo. Conoceré lugares, descubriré un montón de cosas de valor y mis padres seguirán viviendo una vida cómoda gracias a eso mientras yo cumplo mi sueño. No tendré que pisar esta mansión nunca más.
Aquello último borró la sonrisa del rostro de la nívea. Si Touya viajaba por el mundo ¿entonces significaba que nunca lo volvería a ver?
-Tu también deberías hacer lo mismo. Si lo que quieres es confeccionar vestidos en vez de ser una dama estirada tomando té todo el día, también deberías hacerlo.
-¡¿Confeccionar?!- Aquello último la hizo levantar la cabeza azorada mientras él la miraba completamente divertido por la torpeza con la que intentaba fingir que no sabía de que él estaba hablando.
-Vamos Tomoyo ¿Crees que no soy capaz de notar que las muñecas de mi hermana tienen atuendos diferentes cada semana? Seguro que te gustaría hacer vestidos que tu misma pudieras usar.
-Pero mi madre…
-Nada de tu madre. Hagamos una promesa, si yo me vuelvo el mejor joyero del mundo tu serás la mejor modista. ¿Trato hecho?
Su mano extendida, su sonrisa radiante y sus ojos llenos de esperanza le hicieron creer que en serio no tenía que conformarse con el destino que habían trazado para ella. Si se esforzaba podría volverse sastre, tendría un esposo y un par de hermosos niños. No tendria que conformarse con quedarse alli varada dejando que los demás tomaran decisiones ppr ella. Solo necesitaba soñar y poner las manos a la obra.
-Trato hecho.
Touya parecía cansado. En torno a sus ojos cafés, que había contemplado millones de veces, había arrugas producto de la fatiga, y los músculos del cuello y los hombros estaban en tensión.
Tomoyo no supo si se debía a lo temprano que había zarpado, al estrés de haberse casado o a su inminente paternidad.
Quiso extender la mano y masajearle los hombros para que se relajara, pero se dio cuenta de que eso no lo ayudaría. Tal vez fuera ella la razón de su cansancio, ya que se había negado a jugar siguiendo sus reglas y le estaba haciendo todo más difícil de lo que él pensaba.
–Si no me dejas besarte –dijo él, por fin– ¿puedo al menos invitarte una taza de té?
–Lo siento pero no. –dijo ella negando con la cabeza. En aquel momento se encontraba bien, pero no sabía con qué rapidez podría desequilibrarse la balanza así que prefería no echar nada a su de por si ya revuelto estómago para no terminar montando otra escena en callejón–. Me vendría bien irme de aquí. Estar tanto tiempo sentada me asfixia.
Era cierto eso de que no le agradaba quedarse quieta pero también le vendría bien que hubiera algo más de espacio entre ellos. Sabía que él tomaría la salida en cuanto se oyera el disparo de rigor, pero no estaba preparada para su repentino asalto ni tampoco para la forma en que le había reaccionado el cuerpo a su contacto, por ello no lo dudó ni un segundo cuando él propuso que dieran un paseo aprovechando que la mañana aun estaba fresca.
A decir verdad pensaba mejor cuando estaba en movimiento, pero mas que todo quería distraer su mente para no pensar en lo idiota que era.
Hacía un momento, había estado a punto de besar a su mejor amigo. Había disimulado, pero el impulso de hacerlo había sido muy real. Le quemaba la piel de los nudillos donde él la había besado. El corazón le latía desbocado. Y se le había puesto la carne de gallina en los brazos.
Besar a Touya no era para tanto si tenía en cuenta que había dejado que le hiciera muchas más cosas unas semanas antes. Pero en aquel momento estaba completamente sobria, y seguía deseándolo. Supuso que debiera alegrarse por ello, ya que ese era el camino en el que se hallaban. Había aceptado salir e irse a vivir con él. Iban a tener un hijo, por lo que lo mejor que podía hacer era enamorarse de él. Eso facilitaría las cosas.
Pero sabía que las relaciones eran todo menos fáciles. Ella no se enamoraba con facilidad. Era muy analítica y la guiaba el deseo de hallar al hombre ideal. Teniendo en cuenta la población del planeta, la probabilidad de conocer a quien le estaba destinado eran ínfimas. Sin embargo, todos los días, parejas felices llegaban a su sastrería dispuestas a casarse. ¿Se conformaban o acaso el destino las había unido?
Ciertamente, el destino los había unido a Touya y a ella. ¿Implicaba eso que él era el elegido? No lo sabía. Pero tanto si salir con él era buena o mala idea, había dado su palabra de intentarlo.
Pero con lo que no contaba era que casi inmediatamente después, su cuerpo se uniría al plan, aunque su mente se resistiera.
Hacía un hermoso día. El cielo estaba azul y no había nubes a la vista. Soplaba una fresca brisa, pero el sol le calentó el rostro a Tomoyo. Apenas habían comenzado a andar cuando los dedos de Touya tocaron los de ella.
Se agarraban mucho de la mano de manera amistosa. Siempre habían sentido un afecto mutuo que no suponía una amenaza, al menos para ella. Los chicos que se habían interesado en ella cuando salió a sociedad no le creían cuando decía que solo eran amigos. Tal vez veían algo en ellos que a ella le pasaba desapercibido.
Touya enlazó los dedos con los de ella hasta que sus palmas se tocaron. Aunque no quería reconocerlo, agarrarse de la mano le pareció distinto en aquel momento, tal vez a causa del leve escalofrío que sintió ante su contacto; o tal vez fuera el rastro de su colonia, que aspiró; o que su cuerpo estuviera tan cerca del de él.
Probablemente fuera una mezcla de las tres cosas, que le recordaba la noche que habían pasado juntos, en la que había descubierto lo que Touya escondía debajo de sus caros trajes y su deseo de explorarlo.
–Han construido mucho en esta zona desde que estuve aquí por última vez –observó él mientras ella se abanicaba intentando desaparecer el rubor que seguro se había apoderado de su rostro.
–Sí. No existía nada de eso cuando compramos el local para la sastrería. Afortunadamente, se ha convertido en una agradable zona comercial. Me gustaría vivir más cerca del trabajo, pero esta zona es demasiado cara.
–Es muy agradable. Me gusta. ¿Qué te parece si buscamos un sitio aquí?
Tomoyo se giró para mirarlo.
–¿No me has oído que he dicho que es muy cara?
–¿No me has oído decirte que el mes pasado vendí una tiara de diamantes de treinta quilates a la realeza española?
Se lo había mencionado, pero ella no le había dado mucha importancia. Touya labraba y vendía piedras preciosas constantemente.
–Pero no todo el beneficio ha sido para ti. En primer lugar, está el gasto de la elaboración, al que hay que añadir los gastos indirectos de el viaje, la estancia, los trabajadores…
Hubo un tiempo en la vida de Tomoyo en que no sabía nada de joyas y piedras preciosas aunque siempre se alimentó gracias a las mismas. Su abuelo le había regalado muchas y por supuesto sabía sus nombres y más o menos el valor que tenían, pero nada más que eso. Pero Touya, quien tuvo que tomar las riendas del negocio con apenas dieciséis se había convertido en todo un comerciante que podía reconocer una imitación de zafiro a leguas de distancia y que por supuesto le había explicado en detalle de donde sacaba el dinero con el que mantenía el apellido familiar en las más altas esferas.
–Por supuesto que tengo gastos –reconoció él–. Lo que quiero decir es que no tenemos que alquilar una habitación pequeña en un sitio de mala muerte. Si quieres vivir aquí y estar cerca del trabajo encontraré algo.
–Puedes mirar –afirmó en tono de incredulidad–, pero dudo que encuentres algo asequible. No necesitamos una mansión de doscientos metros cuadrados con un centenar de habitaciones.
Él se encogió de hombros como si una conversación sobre compra de propiedades inmobiliarias de millones de libras le diera igual.
–Eso no lo sabes. Además pasé mi niñe viviendo en un espacio demasiado pequeño para cuatro personas, la idea de una casa enorme dónde mi hijo pueda saltar y jugar todo lo que desee me parece fantástica.
–Deja de soñar, Touya –dijo ella riéndose–. Puede que solo vivamos allí durante un mes. Aunque nos quedemos más tiempo, lo único que necesitamos es, como máximo, una casa de tres dormitorios con patio y una cocina. Y solo si nos gusta lo suficiente haremos una oferta de compra. ¿De acuerdo?
–De acuerdo –respondió él con la vista perdida en la distancia.
Como Tomoyo lo conocía bien, supo que no le estaba prestando atención. Escogería lo que le gustara, con independencia del precio o de lo práctico que fuera. Si elegía una casa enorme, tendría que contratar a un ama de llaves y un sequito de sirvientas, ya que habría que estar todo el día limpiando. Y ella ya tenía bastante con hacerlo en su negocio.
Se pararon en un cruce a esperar a que le dieran paso los carruajes que se desplazaban en la carretera.
–Veré lo que hay. Yo tampoco voy a precipitarme. No se trata de encontrar una casa para unas semanas, sino una vivienda donde podamos empezar nuestra vida en común. Una casa donde nuestro hijo dará sus primeros pasos.
Hacía solo una hora que Touya se había enterado de la existencia del bebé. Pero daba igual. Para ella, aún era una idea abstracta, pero él ya había concebido una estrategia para acomodar a su inesperada familia y cuidar de ella. No quería una casa para pasar unas semanas, sino un hogar para su familia. Deseaba cuidar del niño y de ella. Tomoyo no entendía cómo podía esquivar los golpes con tanta facilidad.
–No hace falta que seas tan positivo con todo. Puedes enfadarte y asustarte por lo que está sucediendo. Te he lanzado una granada y tú te limitas a quedarte parado con ella en la mano y sonriendo. Sé que no querías sentirte atado y que no planeabas formar una familia. Yo estoy alucinando. Dime que tú también y me sentiré mejor.
Touya la miró con el ceño fruncido.
–¿Qué conseguiría enfadándome? Preocuparse solo sirve para malgastar el tiempo. Cuando me siento inseguro, hallar un plan para ir hacia delante y ejecutarlo es lo único que me hace sentir mejor. No, no esperaba ni deseaba tener un hijo. Y, sí, hay una parte de mí que desearía montarse en un barco y desaparecer. Pero no voy a hacerle algo así a nuestro hijo. Tengo la obligación de ser responsable de mis actos, y haré todo lo que esté en mi mano para que esta relación funcione.
No era una declaración romántica, pero ella le había pedido sinceridad, y ya la tenía. Ella tampoco había planeado tener un hijo de Touya, pero sabía que sería difícil encontrar un padre mejor.
–Piensas a corto plazo, Tomy, pero no pienso divorciarme dentro de un mes. La gente que tiene éxito lo planifica. Así que voy a buscar una casa perfecta para nosotros. La alquilaremos hasta estar seguros de que nos encanta y, después, veremos si convencemos al dueño para que nos la venda. Será un hogar para formar una familia.
Sus palabras debieran haberla tranquilizado, pero sintió un escalofrío al asimilarlas. Touya no se había resignado a cumplir con su obligación ni se sentía optimista sobre su futuro en común. Se lo había tomado como un reto que había que superar.
Hasta ese momento, Tomoyo no se había dado cuenta de que había agitado un trapo rojo frente a un toro. Fijar un reto de treinta días a alguien que se crecía antes ellos no había sido muy inteligente si al final no quería seguir con él. Con independencia de lo que sintiera, él intentaría salirse con la suya en cuanto a la casa, a su hijo o a la relación con ella.
Sintió una presión en el pecho. En realidad, ¿era buena idea dejar a Touya intentar enamorarla?
–Hablo en serio cuando digo que la relación funcione, Tomy. El niño se lo merece y… –antes de extenderse más, Touya observó que ella se ponía blanca como la nieve–. ¿Te encuentras bien?
Ella hizo una mueca, pero no contestó, por lo que él se preguntó si no habría vuelto a tener náuseas.
–¿Estás bien?
–No –dijo ella negando con la cabeza–. De pronto me encuentro algo cansada. No dormí bien el pasado fin de semana y la boda que se celebró nos dio mucho trabajo. Creo que me estoy resintiendo.
Él la tomó del brazo y la condujo a un banco que había al doblar la esquina. Cuando Sakura había estado embarazada la primera vez, se quejaban sobre todo de estar exhausta así que no le pareció extraño que ella que trabajaba tanto también se sintiera agotada ahora que llevaba una criatura en su interior. La sentó en la banca y se agachó a su lado. La miró y se dio cuenta de que se hallaba en la misma postura en que le había pedido que se casara con él en Londres. El recuerdo le hizo sonreír, a pesar de que estaba preocupado por ella. No estaba seguro de lo que le había hecho recordar esa noche su pacto de su juventud, pero le había parecido el remedio perfecto para que ella dejara de estar abatida. En aquel momento hubiera hecho lo que fuera con tal de animarla. No se imaginaba que su aventura iría tan lejos. No había esperado consumar el matrimonio y mucho menos tener un hijo.
¿Se hubiera casado de haberlo sabido? La respuesta ya era irrelevante. Volvió a centrar la atención en ella.
–¿Te traigo algo? ¿Algo de agua? ¿Necesitas comer? Hay una tienda ahí enfrente. Puedo traerte lo que quieras.
–Deja de preocuparte –le reprochó ella–. Estoy bien. Solo necesito unos minutos.
Touya no le hizo caso, cruzó la calle corriendo y volvió con un vaso de agua . Se lo puso en la mano.
Ella suspiró, pero lo aceptó de todas formas.
–¿Vas a estar así los próximos siete meses? Porque no creo que pueda aguantarte todo el día a mi alrededor. Me recuerdas demasiado al abuelo.
–¡Oye! –exclamó él con tono ofendido–. Hay una gran diferencia entre querer cuidarte porque deseo hacerlo y hacerlo porque creo que no eres capaz de cuidar de ti misma.
Tomoyo asintió. Aun cuando vivían en la mansión, los Kinomoto mostraban un gran espíritu de colaboración. Sus padres insistían en encargarse ellos mismos de los quehaceres básicos y cuando Touya no estaba en el negocio con su padre cuidaba de ella y de Sakura y los ayudaba con los deberes.
Era tan diferente a cuando su abuelo vivía y su madre y ella estaban ocultas bajo su sobreprotección. Las trataba como si fueran delicadas e indefensas, algo a lo que su madre se había acostumbrado de más.
Su abuelo se ocupaba de todo. Tomaba las decisiones y ganaba dinero. Contrató un montón de sirvientas para que hicieran todo lo demás y de ellas dos no se esperaba que hicieran nada, salvo ser guapas e ir de compras con el dinero que él conseguía.
Eso a Tomoyo le sacaba de sus casillas. Distaba mucho de ser indefensa y frágil: tenía una voluntad de hierro. Era inteligente e independiente, pero su madre nunca reconocía sus méritos. Solo esperaba que encontrara un marido de buena familia y costumbres, y al final era lo que había hecho, aunque no se lo hubiera propuesto.
Touya tenía mucho éxito. Su trabajo era muy lucrativo. Un rápido viaje a sus proveedores en la India o Bélgica le proporcionaba un buen número de piedras de elevada calidad a precios sorprendentes. Un día cualquiera podía ganar un cuarto de millón de libras. Si Tomoyo quisiera dejar de trabajar, él podría cuidar de su hijo y de ella durante el resto de sus vidas.
Pero Touya sabía que ella no lo consentiría. Ni siquiera se atrevería a sugerírselo por miedo a que le pegara. Ella no era como su madre. Ni de lejos.
–Aunque no te haga gracia –prosiguió–, me interesa mucho tu bienestar. En primer lugar, aún no he pagado un céntimo por haber robado la inocencia de una honorable señorita –sonrió abiertamente, y se alegró al ver que ella lo imitaba a regañadientes y ponía los ojos en blanco ante la broma–. En segundo lugar –añadió al tiempo que se levantaba y se sentaba en el banco, a su lado–, se trata de nuestro hijo. Es mi deber asegurarme de que ambos tenéis todo lo necesario para estar contentos, sanos y a salvo. Puedes quejarte todo lo que quieras, porque me va a dar igual.
Tomoyo estudió su rostro durante unos segundos en busca de algo que él no entendió. Después, asintió, le puso la mano sobre la suya y se la apretó suavemente.
–Gracias. Siento haberme portado así hoy. Me he acostumbrado a estar sola y a cuidar de mí misma. Puede que tarde un tiempo en adaptarme a algo distinto. Pero te lo agradezco. Con independencia de lo que suceda entre nosotros, sé que serás un buen padre.
Touya observó que un mechón de su cabello se le soltaba y le caía sobre el rostro. Su rostro había recuperado su color de melocotón habitual y le tentaba a acariciarle la suave mejilla y a colocarle el cabello detrás de la oreja. Ese día lo haría porque podía.
Extendió la mano hacia ella y le rozó la mejilla con los nudillos al agarrar el mechón y apartárselo del rostro. El tono de melocotón de la piel femenina se volvió sonrosado al ruborizarse. Ella lo miró, pero no se apartó.
–Siempre he querido hacer eso. Tienes el cabello más bonito que he visto en mi vida. Son como hilos de seda.
Llevó sus ojos hacia ella al darse cuenta de que le miraba fijamente. Él no sabía lo que ella pensaba, pero era muy consciente de su cercanía. El aroma de su perfume olía a flores tropicales. Lo aspiró y lo retuvo en los pulmones al tiempo que lo recordaba de la noche que habían pasado juntos. Se le tensaron los músculos del cuello cuando le invadieron los recuerdos. Sería tan fácil acariciarla y besarla. Y quería hacerlo, a pesar de que fuera la primera cita.
Como si ella le hubiera leído el pensamiento, se inclinó lentamente hacia él, mirándolo a los ojos hasta que sus labios se tocaron. Ambos cerraron los ojos. La boca de ella era suave y dubitativa contra la boca masculina. Él trató de no empujar demasiado ni demasiado deprisa y le cedió la iniciativa.
Le resultó difícil. Quiso apretarla contra sí, comérsela a besos. Pero sabía que no debía presionarla.
Ella acabó por separarse y él la dejó ir contra su voluntad. Touya abrió los ojos y vio que ella ocultaba la mirada al tiempo que se estiraba el vestido sonrojada.
–Tengo que volver al trabajo.
–Muy bien.
Touya tragó saliva en un intento de eliminar la excitación y el deseo que sentía. Tenía todos los músculos en tensión y los dedos le cosquilleaban de la necesidad de acariciarla. Tendría que esperar, pero no mucho. Ella lo había besado, lo cual era un importante primer paso en el camino hacia el éxito.
Se levantó y retrocedió para ayudarla a ponerse de pie. Caminaron hasta el carruaje y volvieron al local del que Tomoyo era dueña, junto con sus socias pero antes de que se le escapara, él se inclinó y puso una mano en la puerta del carruaje para bloquearle la salida.
–Hablaré contigo cuando encuentre una casa para nosotros. Contrataré a alguien para que lleven tus cosas. Mientras tanto, ¿quieres cenar conmigo mañana?
Ella lo miró, sorprendida.
–¿Tan pronto?
Touya se rio. Ella no se hacía una idea de lo que había hecho. Su hermosa esposa era inteligente, pero los términos de su acuerdo no eran los más inteligentes que podía haber elegido. Él estaba dispuesto a que su relación fuera desarrollándose lentamente, pero ella lo obligaba a ser rápido e intenso al haber establecido un límite temporal.
Se encogió de hombros con despreocupación.
–Tengo mucho trabajo, pero mi horario es flexible y mis empleados pueden hacerse cargo de algunas cosas. Puedo llevar mi negocio desde donde quiera y cuando quiera. Es una de las ventajas de lo que hago. Ahora mismo, me interesa más centrar la atención en ti. Entonces, ¿cenamos mañana?
Ella asintió y el besó suavemente sus labios para luego apartarse y sonreír pícaramente asegurando su victoria al verla suspirar. Tenia una dura adversaria por delante pero sin duda un presagio de éxito ya se veía en el horizonte.
