DISCLAIMER: La gran mayoría de los personajes y lugares le pertenecen a Hajime Isayama. Los nuevos personajes que aparecen son de mi autoría. Este fic va dedicado para Fernanda Ballardo, Sofía Smith, Cinthya Valdéz y Diamond Zacharius.


ÁNGEL DE LA GUERRA


Trabajo en equipo


El tiempo transcurrió deprisa para los reclutas. Bajo un frondoso árbol en los límites del cuartel, Nanaba pasaba las páginas de un libro sin demasiado interés, mientras una hoja marchita caía sobre su larga cabellera.

—Otoño —Erzengel se quitó el tallo seco—. A este paso, tendré una corona de pétalos en la cabeza.

—No creo que te quede mal —dijo un risueño Nile, quien al notar la intriga de su amiga, estalló en gran bochorno—. ¡Nada, nada! Olvídalo, ¿sí? —agitó sus manos, mientras Mike y Erwin aguantaban la risa.

—¿Cómo van sus proyectos? —Smith cambió de tema para salvar a su amigo.

—Creo que elegí un libro complicado —Nanaba se resignó—. El diseño y los términos de las armas me confunden.

—Bueno —Erwin revisó su documento—, es que el nivel es de tercer año. Tendrás que conseguir otro más didáctico.

—¡Pero tardé media hora en hallar ése! —gimoteó— Ni modo, regresaré a la biblioteca después de cenar.

—Mejor vamos ahora o no acabaremos el informe a tiempo —Mike le recordó el plazo de entrega y se levantó con ella—. Nos guardan lugares, ¿sí?

Erwin y Nile asintieron, mientras Mike y Nanaba caminaban rápido hacia la biblioteca del cuartel. En el trayecto, repasaron algunas cosas sobre el diseño, los elementos y el funcionamiento del Equipo Tridimensional, así como las ventajas y problemas que tales máquinas otorgaban a sus usuarios. Aun conscientes de todo su esfuerzo en la investigación y la facilidad del tema, admitieron la poca suerte que tuvieron en el sorteo de temas para la exposición.

—Debí escoger otro papel —Nanaba renegó de su fortuna.

—Veamos el lado amable: si quieren entregarnos equipos de baja categoría en el futuro, no nos engañarán.

—Qué consuelo —se encogió—. Erwin y Nile harán cosas más interesantes.

—¿Diseccionar ranas? —se asqueó ante la idea.

—Nos entrenan para cortar las nucas de los titanes, ¿cuál es la diferencia?

—Tienes razón —meditó—, aunque eso es para la Legión de Reconocimiento. No quiero imaginar la terrible labor que tendrán esos soldados.

—Ni yo —Nanaba lo apoyó.

—Bien, ya estamos aquí… —ya en la puerta de la biblioteca, reaccionó— ¡demonios, olvidé la tarjeta de devolución! —un fuerte siseo hizo callar a Mike— Está bajo mi almohada.

—Ve, te esperaré en el tercer pasillo —acordaron y se escabulló en el mismo corredor donde había sacado aquel libro tan tedioso.

Provista de una vela sobre un platillo de cobre, buscó algún documento que facilitara su estudio, tal como Erwin le había recomendado, hasta que su propia fatiga mental la obligó a sentarse a la mitad del pasillo, contemplando el último nivel del estante a su derecha. Su enorme tamaño la abrumó y recordó a su compañero: ¿por qué Mike tardaba tanto en volver?

—¡Ay! —de repente, la caída de dos libros pequeños sobre su cabeza interrumpió sus pensamientos— ¿Pero qué…?

—¡Rayos! —una voz del otro lado del estante la alarmó y sintió cómo alguien corría desde el pasillo contrario hasta el suyo— Creí que había un espacio vacío y empujé demasiado. ¿Estás bien?

—Creo que sí —frotó su cabeza, aun mirando el suelo—. Ten más cuidado.

—Lo sé —recogió los compendios—. Realmente estoy apenado…

Nanaba alzó su vela para conocer al culpable: era un recluta de su promoción, quizás uno o dos años mayor que ella. La poca luz le permitió examinar algunas de sus facciones, así como la concentración que aparentaba mostrar hacia ella. No supo cuánto tiempo transcurrió y en el silencio de aquel pasillo, la joven Erzengel percibió algo de calor en sus mejillas.

—Nanaba —un susurro rompió el ambiente tan extraño—, lo encontré.

—Al fin —vio a Mike agitar la tarjeta y luego miró al recluta—. Adiós.

—Igualmente —el muchacho permaneció junto al estante, hasta verla desaparecer del corredor con Zacharius.

—Demoraste —Nanaba le reclamó su tardanza.

—Un poco. Es que hallé otro compendio más sencillo, en el ala este de la biblioteca —Mike le entregó el documento—. Por cierto, ¿quién te acompañaba?

—No lo sé —respondió—, creo que es de nuestro regimiento.

—Ya veo —sintió un ligero escozor en la nariz—. Dejemos tu libro con la asistente Holger, ella lo devolverá a su lugar.

Ambos se dirigieron al escritorio de la encargada y tras hacer el trámite, salieron con el toque de las campanadas que anunciaban la cena. No les costó demasiado hallar a Erwin y Nile y se integraron rápido a la fila para recibir comida.

—¿Tuvieron suerte? —Erwin preguntó acerca de los libros.

—Sí —le respondió Nanaba, detrás de él—, leeré un poco antes de dormir.

—Espero que nos alcance tiempo para terminar el trabajo —suspiró Nile, ubicado delante de Smith—. Mañana nos tocará entrenar en el campo y apenas conseguimos una rana.

—Pero haremos reconocimiento del área —lo animó—: ¡con suerte, cazaremos otras dos!

—Me compadezco de esas criaturas —Mike hizo un gesto de repulsión—. Juren que cortarán bien sus vientres, no quiero que me salten fluidos encima.

—Exagerado. Apenas mostraremos sus vísceras y… —acotó Erwin.

—¿Podemos no hablar de los futuros desechos de la rana? —Nile cortó la charla, tras recibir su ración de guiso— Quiero comer bien.

—¡Totalmente de acuerdo! —aprobó Nanaba, entre risas, y así los cuatro llevaron sus bandejas con el único fin de disfrutar la nueva sazón y cerrar la noche con el estómago contento.

[…]

—¡Todos en sus posiciones! —la orden del instructor Luther resonó en la arena apenas iluminada por el alba.

Casi de manera uniforme, vio a los reclutas montar sus corceles con rapidez, hasta que todo el Ciclo N° 83 estuvo listo para su primer ensayo en campo abierto.

—Creo que está de más recordarles cómo dirigir a sus animales, han tenido prácticamente un mes para dominar lo básico en equitación —les recordó—. ¿Los líderes de cada grupo llevan sus mapas?

Erwin y otros reclutas ya nominados por Luther levantaron varios pergaminos enrollados que recién abrirían fuera del cuartel. Satisfecho, el instructor dio media vuelta y se puso a la derecha del inmenso contingente.

—Son diecinueve equipos de diez, hay nueve banderas y cuentan con doce horas para completar el ensayo. Su habilidad y trabajo colectivo serán básicos para llegar a su destino: recopilen la información que consideren vital para crear un emplazamiento en el sitio fijado y señalen las ventajas que brindaría a sus miembros. Los grupos que me entreguen los banderines y un croquis de sus hipotéticos recursos posicionados recibirán enormes raciones por una semana. ¡¿Entendido?!

—¡Sí, señor! —los miembros del Ciclo N° 83 corearon al unísono.

—¡Bien! —sacó un revólver de su cinturón— ¡Doy por iniciado el primer simulacro de expedición fuera de las Murallas!

Luther disparó al cielo y frente a él se desplegaron los grupos de caballería, rumbo a las afueras del cuartel. En los primeros minutos, la marcha aparentó desorden por el titubeo de algunos equipos y tardaron en decidir qué rutas tomar: el barullo aturdió un poco a Erwin y lo obligó a desviar su camino a las cercanías de un río, seguido de sus nueve compañeros asignados.

—¿Y bien? — le habló un muchacho de contextura atlética.

—Nada —Erwin bajó de su caballo, acción que imitaron sus demás camaradas—. Creo que debemos reunirnos primero.

—¿Bromeas? —una chica intervino— A este paso, van a superarnos.

—Es cierto —Mike se acercó a su amigo—, ¿por qué no continuamos?

—Porque ellos no tienen ni idea de a dónde ir —señaló a los grupos que cambiaban de dirección a cada rato—. Apuesto a que menos de la mitad de los equipos ha abierto el mapa luego de salir y tampoco han interactuado lo suficiente: su error es nuestra ventaja.

—Entiendo —meditó el joven—. Eres Erwin Smith, ¿verdad?

—Sí —asintió, para luego señalar a sus amigos más cercanos—. Ellos son Mike Zacharius, Nile Dok y Nanaba Erzengel: los conozco desde el primer día. ¿Ustedes?

—Dirk Meier —se presentó junto con otros dos—; y ellos, mis amigos Dita Ness y Marlene Sander.

—Gertrude Reinhardt —habló la más efusiva del grupo y señaló a los restantes—, Bastian Schneider y Sven Heller.

—¡Es un placer! —Erwin inclinó la cabeza en muestra de respeto— Supongo que nos iremos conociendo en el camino, ahora debemos buscar la ruta… —desenrolló el pergamino y su felicidad se tornó en repentina intriga.

—¿Qué? —Nile se le acercó.

—Es extraño —lo revisó detenidamente—: sólo hay nueve iconos de banderines y varias líneas simples —le enseñó el pergamino—. Ni siquiera figura el Cuerpo de Adiestramiento como guía.

—Pero —expresó Dirk— el Instructor les entregó los pergaminos hace días.

—Y pidió que no los abrieran hasta comenzar el ejercicio —Marlene soltó una risa extraña que desconcertó al grupo—, ¿no es obvio?

—Eso explica la confusión de los demás equipos —Dita dedujo la treta del entrenador—. Bueno, los trazos del mapa no fueron puestos en vano: ¿hay alguno que se parezca a lo que tenemos alrededor? Una loma o un río, quizás.

—Pues —Erwin inclinó el mapa en varias posiciones, ante la vista de todos— aquí hay varias líneas juntas: mi padre decía que era símbolo de una montaña.

—Allá hay una —Nanaba señaló una elevación—, hacia el norte.

—Ya podemos empezar por algo —Gertrude sacó un lápiz del bolsillo de su chaqueta—. Ten, marca los puntos cardinales.

—Muchas gracias —Smith anotó dicho descubrimiento en el papel y a su señal, los diez volvieron a montar sus caballos para avanzar—. Si vamos en la dirección correcta, hallaremos un banderín al otro lado de ese monte.

—Yo haré el croquis, sé dibujar —se ofreció Bastian.

—Te lo encargo —agradeció Erwin—. ¡En marcha!

Bajo el sol otoñal, los equipos viajaron por los dominios de la Muralla Rose, sin notar la presencia de algunos asistentes de Luther que los vigilaban desde zonas estratégicas, atentos a cada progreso o paso en falso: provistos de mejores mapas que los de los cadetes, los seguían de forma sigilosa para cumplir la labor que el instructor les había encomendado en secreto.

Luego de una hora y media, el acierto sobre los mapas también fue logrado por algunos grupos, cuyos recorridos ya se encaminaban a los banderines más cercanos a su posición; en tanto la Compañía Smith calculó unos cinco minutos de distancia para llegar a las laderas de la montaña ubicada por Nanaba.

—¡No hemos presentado dificultades en el camino! —celebró Nile— ¿Crees que el banderín esté en ese bosque?

—Intuyo que sí, sería cuestión de buscarlo —pensó Erwin, echándole un vistazo al mapa—: Nile, vienes conmigo. Lo mismo con Dirk y Marlene, los cuatro nos quedaremos aquí —indicó el sector sur y luego señaló la profundidad del bosque—. Dita y Gertrude, irán con Bastian y Sven para examinar el centro y los laterales. Mike y Nanaba, recorran los límites del norte. Conviene que registren sus posibles rutas en un papel: si encuentran algo, tomen su rifle y disparen.

—¡Hecho! —gritaron a la vez y al pasar las cercanías de la montaña, el equipo se dividió tal como Erwin lo estableció.

Ya internados en el sector septentrional, Mike y Nanaba redujeron la velocidad de sus caballos. Allí inspeccionaron por largo rato y supieron reconocer la ligera oscuridad que teñía aquel espacio, en comparación a los claros del bosque ubicados más al sur. Ante sus ojos curiosos, sobresalía la espesura de la vegetación, el cambio en la textura del suelo, así como las ramas que parecían tener vida propia al ser agitadas por la brisa. El corazón de Erzengel palpitó: no era un lugar tan agradable de visitar.

—¿Tienes papel, Mike? —habló, tras un largo silencio— Debemos reportar, aunque dudo que éste sea un sitio propicio para levantar un campamento.

—Si el Instructor ya nos timó con el mapa, hará lo mismo con la ubicación de los banderines —olfateó para identificar los aromas a su alrededor—. Musgo, lodo, agua estancada…

—¿Hay un pantano?

—Probablemente —llevó unas mechas de su cabello hacia atrás—. Hace calor.

—Yo siento frío —Nanaba se esforzó por cubrir sus manos con su capa.

—Mejor no le demos tanta importancia al clima —la instó a que detuvieran sus corceles un rato—. ¿Tienes hambre? Aquí guardo una galleta.

—También tengo una —le enseñó su alimento—. Es mejor reservarlas, por si nos toma mucho tiempo cumplir la misión.

—Bien pensado —devolvió el paquete a su bolsillo—. Sólo avísame si no te llenas, podemos compartir.

—Claro —evadió la mirada, tímida—. Creo que no te lo he dicho antes…

—¿Qué cosa? —su última frase lo desconcertó.

—Es que me cuesta creer que sigo en el Cuerpo de Adiestramiento: ustedes me ayudaron mucho en estos dos meses; pero realmente no estaría aquí si hubieras desistido de mi terquedad en el equipo de maniobras —recordó el día que la apoyó en su ensayo extraoficial de madrugada—. Eres un gran amigo, Mike.

—¡Pero qué dices! —sonrió, avergonzado—. Te recuerdo que quise convencerte de dejar el Ejército.

—Y lo hiciste muy mal —empezó a reír.

—Nanaba, aguarda —le hizo un gesto para que prestara atención—. ¿Lo oíste? ¡Agua corriendo!

—¡Un riachuelo! —se alegró y ambos cabalgaron en dirección al ruido, pasando más minutos en búsqueda del banderín.

Por otro lado, Gertrude y sus compañeros dejaban el corazón del bosque para revisar el sector este. A diferencia de lo hallado por Mike y Nanaba, la zona estaba más iluminada y los gigantescos árboles que rodeaban los claros ofrecían un potencial cobijo. Dita sonrió: anhelaba contemplar algún día la inmensidad del mundo fuera de las Murallas y la idea de montar su propio caballo en defensa de la humanidad lo llenó de más energía.

—Esos árboles son perfectos para protegerse de una persecución de titanes —Bastian puntualizó su hallazgo en un papel—. ¿Qué posibilidad hay de hallar un banderín aquí?

—No tengo idea —suspiró Gertrude—. ¿Ya es mediodía?

—Aún falta mucho —calculó Sven—; pero al paso que vamos, seguramente…

—¡Allá! —el grito de Dita asustó a sus compañeros, mientras señalaba algo a la distancia— ¡Vi algo anaranjado ondeando al viento!

—¡El banderín! —Sven celebró la agudeza de su camarada— ¡Tenemos suerte!

El cuarteto no demoró ni un instante y azuzó a los caballos: pese a los obstáculos en el camino y un estanque que cruzaron chapoteando, el grupo de Dita avanzó en dirección este, rumbo a un claro por delante de la espesura del bosque.

—¡Seremos los primeros en cumplir la misión! —Bastian se emocionó por el futuro reconocimiento del instructor— ¡Gertrude, prepara tu rifle! ¡Hay que avisar cuando tomemos el banderín!

—¡Listo! —la joven sacó su arma, sin perder el control de su corcel.

Aquellas fracciones de segundo hicieron estallar el ánimo de los reclutas, la luz de la mañana resplandeció con fuerza al entrar en dicho lugar y ya con el dedo en el gatillo, resonó el ansiado disparo.

[…]

—Ya revisamos todo —Dirk y Marlene volvieron de su recorrido por los matorrales y árboles del sector sur—, no hay nada.

—Tampoco nosotros —Erwin contempló la zona que les tocaba explorar, junto a Nile—. Quizás no sea un buen lugar para establecerse: si alguien quiere librarse de algún titán, debe escalar árboles mucho más grandes que éstos. Además, no hay muchas fuentes de agua.

—Yo no diría eso —la voz del joven Dok lo sacó de sus pensamientos y lo vio bajar de su caballo para acercarse al suyo—. ¿Empacaste el frasco en tu bolsa de cuero?

—¿Qué vas a hacer?

—¿Tú qué crees? —sacó el objeto de vidrio— Las ranas buscan lugares húmedos, ¡y justo hay una bajo ese matorral!

—¿En serio? —Erwin se emocionó y le dejó el pergamino a Dirk— Cuida el mapa, por favor.

—No entiendo —el muchacho lo miró, tan confundido como Marlene.

—La exposición del profesor Schüller será en dos semanas —bajó de su corcel y siguió a su amigo—. Debemos capturar varias ranas para diseccionarlas.

—No hagas ruido —susurró Nile, motivándolo a gatear sobre el pasto—. Creo que es una de piel rugosa, como dijiste.

—Es perfecta —los ojos de Erwin brillaron—. Abre el frasco…

El croar de la rana delató su tranquilidad, ajena a las claras intenciones de Nile por atraparla; mas no duró mucho tiempo en aquel estado. El eco de un disparo rompió el silencio del bosque y el anfibio salió huyendo, para sorpresa de ambos.

—Sonó muy cerca —Dirk y Marlene voltearon hacia el noreste, alegres—. ¡Debe ser el equipo de Dita!

—Justo ahora —Nile bufó por la caza fallida de la rana.

—Habrá otra oportunidad —le dio una palmada amistosa y lo ayudó a levantarse—, ¡vamos a alcanzarlos!

El grupo de Smith reanudó su viaje en caballo y se internaron en la zona que le correspondía explorar a sus otros camaradas, oyendo a lo lejos varios relinchos, un segundo disparo y algunas ramas quebrándose. La fusión de tantos sonidos desconcertó a Erwin y apresuró la marcha: una vez en el claro del bosque, el grupo quedó pasmado al ver a Dita colgado de un árbol, gritando por liberarse de una soga amarrada a su pie que Bastian, Sven y Gertrude querían cortar.

—¡¿Pero qué…?! —Dirk notó el suelo lleno de pisadas y surcos extraños, junto al nulo sosiego de los caballos y el rebote de un cuchillo que apenas marcó la cuerda.

—¡Ayuda! ¡Suéltenme! —la desesperación de Dita llegó al extremo.

—¡No, no, no, esperen! —Erwin los detuvo inmediatamente— Si cortan la soga así, se romperá el cuello en la caída.

—¡¿Qué?! —el cadete palideció.

—¡No seas tan salvaje, Erwin! —le increpó Nile, al mismo tiempo que desataba su manto verde— ¡Quítense las capas, todos! ¡Hagamos una hamaca!

Los siete atendieron la orden y unieron cada pieza, en medio de los ruegos de Dita por salvarse de semejante accidente. En ese momento, Mike y Nanaba llegaron al claro del bosque, atraídos por los disparos anteriores.

—¡Gracias a las Murallas! —exclamó Bastian— ¡Entreguen sus capas, debemos amortiguar la caída de Dita!

—¿Pero qué pasó?

—¿Lo harás o prefieres preguntar? —lo retó y obtuvo una respuesta inmediata de ambos—. Oye, pequeña: dispara cuando extendamos la tela.

Nanaba reaccionó incómoda por el apelativo, pero decidió pasarlo por alto y apuntó el rifle a varios centímetros por encima del nudo de la soga. A la voz de Erwin, la cortó de un balazo y Dita sintió el tiempo detenerse, hasta que su rebote en la hamaca improvisada lo devolvió a la realidad, viendo cómo sus amigos lo ayudaban a incorporarse.

—¿Estás bien? —Marlene halló varias heridas en su rostro y su labio inferior partido— Cielos, ¿cómo terminaste así?

—¡Juro que no fui yo! —Gertrude aclaró, angustiada— Alguien disparó antes, desde el norte.

—No puede ser —negó Mike—, Nanaba y yo revisábamos las cercanías de un riachuelo en esa dirección. Pensé que eran ustedes o el grupo de Erwin.

—Tampoco fuimos nosotros —Nile se excusó—. Iba a atrapar una rana con Erwin y ellos nos observaban —señaló a Marlene y Dirk.

—Es verdad —aclaró el último—, habíamos terminado nuestro recorrido en el sector sur.

—No estamos seguros de qué sucedió —Bastian hizo memoria—. El disparo resonó y sentimos el sonido de unas cuerdas; pensamos que eran las de un Equipo Tridimensional, hasta que una red se levantó ante nosotros —señaló una malla enganchada a las copas de algunos árboles—. No nos atrapó, pero igual asustó a los caballos y acabamos en el suelo: fue ahí cuando una soga se enganchó al pie de Dita y terminó suspendido, tal como nos encontraron.

—Así es, y disparé por error. Es una suerte de que la bala no los alcanzara —confirmó Gertrude, adolorida del brazo izquierdo por la repentina caída—. Todo fue tan rápido…

—O tal vez es otro juego del Instructor, ¡uno de muy mal gusto! —un magullado Sven indicó la continuación de la soga que conectaba con una especie de trampa y luego señaló unos peñascos—. Ya habíamos llegado y el banderín… ¡un momento! —se quedó en suspenso— ¡Dita vio un banderín naranja en esas rocas!

Los reclutas se miraron entre sí, presos de la intriga y un evidente temor que no podían de ocultar: no estaban solos en el bosque.

—¿Alguno de ustedes conoce esta región? —consultó Erwin.

—Escuché que suelen cazar bestias en estos bosques —Nanaba evocó un viejo recuerdo—; pero de ser así, ¿qué interés tendrían en llevarse un banderín?

—Esto no me gusta nada —Mike olfateó el ambiente—. ¿Qué haremos?

—Continuar —resolvió Erwin—, quizás no seamos los únicos con este problema. Es mejor que vuelvan con Dita al cuartel —se dirigió a Gertrude y Bastian.

—Puedo cabalgar —el orgullo del recluta pudo más que sus heridas.

Smith asintió: no se atrevía a frenar su determinación. Tras pactar que no volverían a separarse en toda la misión, fijaron un nuevo destino en el mapa y marcharon hacia la ubicación de un nuevo banderín, rogando que no desapareciera por arte de magia.

[…]

—¿Enderezaste bien el mapa? —un muchacho de trece años preguntó por tercera vez a la líder de su grupo.

—¡Sí, Gustav, ya te dije que sí! —Anka Rheinberger torció el pergamino con impaciencia—. Las líneas coinciden: el río a la izquierda, tres montañas hacia el norte y el espacio entre ambos lugares, justo donde estamos —oyó los cascos de un caballo—. ¿Alguna señal, Ian?

—Ninguna —negó el aludido, junto a tres camaradas más—, y la zona es propicia para un campamento.

—Miren —desde la colina que ocupaban, Gustav Lange hizo que el grupo observara las planicies del sur, al otro lado del río—. Es el tercer grupo que regresa al cuartel.

—Y con un banderín —resopló Ancel Rugar, otro miembro del equipo—. Éste es el segundo lugar que recorremos, ¿por qué no hallamos nada?

—Porque nos equivocamos —Ian se estiró sobre su caballo— de nuevo.

—Sé cómo leer un mapa —refutó Anka—. Que esos condenados banderines no estén, es otra cosa.

—¡Bien, bien! —soltó una risa irónica— No vamos a quedarnos todo el día, ¿hacia dónde debemos ir?

—Los tres equipos volvieron del sureste —Gustav hizo cálculos—. ¿Hay banderines por esas rutas?

—Sí —Anka encerró en círculos las metas ya tomadas—. Nos quedan tres regiones por visitar, pero dos de ellas están en el sur —miró hacia el horizonte— y no es como si tuviéramos tiempo de sobra.

—Ya cantaste, General —le dio una palmada amistosa—. Vamos al que está más cerca.

—Vuelve a tocarme y te colgaré del puesto de vigilancia más alto del cuartel —amenazó al cadete, quien empezó a reír.

Así, los diez integrantes bajaron por una zona libre de espesura hasta desaparecer de las cercanías de la colina, confiados en que finalmente encontrarían el ansiado objeto en el este. Diez minutos más tarde, la Compañía Smith llegaba al mismo lugar desde el norte, luego de traspasar un camino empedrado.

El ánimo del grupo revelaba demasiado: era el tercer intento fallido en la búsqueda y al tope del agotamiento, decidieron parar en la misma colina que antes había ocupado el equipo de Anka Rheinberger. Desde ese lugar, atestiguaron el último espectáculo que les ofrecía el atardecer: una inmensa masa de reclutas que viajaba del otro lado del río, por la planicie que los llevaría al cuartel.

—Se rindieron —Sven no pudo contarlos—, lástima.

—Lo bueno es que al menos habrá cena —suspiró Gertrude, recostada sobre las crines de su caballo.

—Esta misión iba a darnos buen puntaje, no es justo que lo perdamos por esas «desapariciones extrañas» —el rostro de Erwin expresó su frustración—. Debemos advertirle al Instructor.

—¿Con qué pruebas? —intervino Bastian— Pensará que es una pésima excusa y seremos el hazmerreír del regimiento.

—Tal vez si fuera en un solo lugar, ¿pero tres zonas sin banderín? —agregó Marlene— No sabemos si hay otros equipos en la misma situación.

—Todavía no fuimos al este —Nanaba señaló las montañas—. El mapa dice que hay un banderín al otro lado.

—Sí, pero quedan, qué sé yo, ¿tres horas? Aunque lo consigamos, será tarde y habremos perdido el desafío —Nile alzó los brazos en un sarcástico reclamo—. ¡A buena hora se les ocurrió privarnos del Equipo Tridimensional, genios del Ejército!

—Dita continúa indispuesto —Dirk les recordó el estado de su amigo.

—Han pasado muchas cosas —Mike habló tras un largo silencio—. Aun así, nos guiaste bien, Erwin: la decisión es tuya.

Smith observó a cada miembro de su equipo: sus deseos de completar la misión eran tan intensos como las dificultades que se habían sumado en el camino; sin embargo, el cansancio de sus camaradas y su propia incertidumbre inclinó la balanza hacia los suyos, aun en contra de su voluntad.

—Supongo que no será la única misión —apenas sonrió, resignado—. Igual le contaremos todo al Instructor.

El equipo aceptó la resolución y a paso lento, bajaron de la colina para seguir el rumbo de los demás reclutas. Sin embargo, un nuevo disparo los obligó a detenerse y voltear en dirección al sureste.

—¡Aguarden! —uno de los líderes elegidos se acercó junto con ocho compañeros— Gracias a las Murallas, ¡qué bueno que los encontramos!

Erwin iba a preguntar, hasta que notó un banderín anaranjado en las manos del muchacho. Los miembros de su grupo no tardaron en especular y absortos por el éxito del bando contrario, no se percataron del husmeo de Mike y la forma cómo éste le avisaba a Nanaba para que viera al líder. En un santiamén, ella lo reconoció: ¡era el cadete que empujó los libros por accidente en la biblioteca!

—¿Qué los trae por aquí? —Smith fue directo— Veo que portan un banderín.

—Sí, igual que otros tres equipos; pero eso es lo de menos —cambió de tema al instante—. Perdimos a un camarada en la expedición, ¡tienen que ayudarnos!

—¿Qué? —Erwin se asombró al igual que sus amigos.

—Se trata de una emergencia —Nile frenó el titubeo de su amigo y luego habló con el recluta—. Él es Erwin Smith, el guía de mi equipo; y yo, Nile Dok.

—Dennis Eibringer —se presentó.

—¿Cuándo fue la última vez que lo vieron?

—Hace más de diez horas —reveló—. Quedamos en dividirnos para explorar ambas márgenes del río. Una parte del equipo se quedó conmigo en el sur y luego volvieron otros cuatro del norte, menos mi amigo Helmut Barr. Lo hemos buscado en toda la jornada, pero ningún equipo sabe su paradero.

—¿Y si está con los reclutas que volvieron al cuartel? —sugirió Marlene.

—Imposible, ya hablamos con ellos —Dennis se llevó las manos a la cabeza—. ¡Por las Murallas, nos castigarán si algo malo le ha pasado!

—Vamos, no se desesperen —Dita trató de calmar al líder y sus demás compañeros—. ¿Con cuántos equipos se cruzaron?

—Incluyéndolos, dieciocho… —se retractó— ¡no, esperen, diecisiete! ¡Aún no hemos visto a la Compañía de Anka Rheinberger! Necesitamos su apoyo…

—Lo sé —Erwin torció los labios, mirando a ambos grupos—. A lo mejor está buscándolos y si nadie lo ha visto en el sur ni en esta región, debe estar en el este, tras esas montañas —señaló.

—Entonces vamos, antes de que anochezca —Dennis encabezó la marcha y ambos equipos se fusionaron. El ritmo de los caballos aceleró por orden de sus jinetes y mientras los líderes discutían con sus amigos más cercanos, Mike y Nanaba se situaron en el lado izquierdo.

—La amistad pudo más que el deber —sonrió Zacharius.

—Erwin hizo muy bien, no podemos abandonarlo —aprobó la joven.

—Estoy de acuerdo, ¿pero no te parece extraño? —reflexionó— No somos los únicos que se han desviado de la misión por ayudar a un amigo: el equipo de Dennis lo hizo y cualquiera en su lugar tomaría la misma decisión. Alguien debió avisarnos antes —miró hacia adelante—, a menos que otro asunto los haya distraído.

—¿No estarás insinuando…? —Nanaba recordó el incidente en el claro del primer bosque.

—Sólo es mi impresión. Debemos tener cuidado —finalizó la charla.

[…]

Tras el anuncio de un vigía del cuartel, varios soldados abrieron el portón para recibir a los reclutas del Ciclo N° 83 que regresaban de su expedición. El repique de los cascos y los correteos de los asistentes para alimentar a los jinetes y corceles apenas se mitigaron con la llegada del instructor Luther, malhumorado por tanto escándalo.

—¡Cadetes del Ciclo N° 83, pónganse en formación! —ordenó, obteniendo la nula respuesta de sus discípulos— ¡¿Es mi idea o no piensan obedecer?! ¡¿Acaso debo castigarlos?!

—¡Permítanos unos minutos, Instructor! —suplicó un recluta de la turba— ¡Estamos muy cansados!

—¿Muy cansados? —se burló— ¡Esto es el Paraíso para ustedes, mocosos! ¡Con sólo verlos, ya me imagino el calvario que sufrirán en los siguientes tres años!

—El banderín, Instructor —una de los líderes se adelantó con la consigna cumplida y tomó mucha agua antes de continuar—, como pidió…

—¡Bien hecho, Helga Dauver! ¡Al parecer, supo dirigir a su grupo! —contempló a los demás— ¡Los demás equipos, entreguen lo acordado!

Dos personas más levantaron sus banderines y caminaron con sus camaradas entre el gentío, acompañados de los asistentes que el mismo Luther había enviado en secreto. El entrenador recibió los pedazos de tela y luego de observar la cantidad, volvió a examinar a los reclutas tendidos en el campo.

—¿Tres?

—También nos sorprendió, señor —explicó uno de los ayudantes—. Su orden fue vigilarlos sin acercarnos. Como era de esperarse, muchos empezaron sin rumbo fijo y a media tarde, estos tres equipos cumplieron la misión —los señaló, mientras le entregaba los croquis de cada uno—. Diez minutos después, los demás reclutas decidieron regresar en conjunto y los seguimos hasta aquí.

—Bien —agradeció el informe y paseó entre sus alumnos—. Por lo visto, la perseverancia es casi nula en este pelotón.

—Pero, Instructor —habló un cadete—, esos pergaminos no eran mapas.

—¿Y qué esperaban, algo fácil de mi parte? Con las suficientes señales, quise poner a prueba su habilidad para ubicarse; pero que al menos tres equipos lo hayan logrado no es tan terrible —soltó una risa siniestra y luego se dirigió a uno de sus ayudantes—. Soldado Schmidt, tome lista de todos…

—¡Habríamos sido más, si no jugaran a despistarnos! —Blaz Hahn, uno de los alumnos más esforzados del Ciclo N° 83, lo encaró.

—¿Disculpa? —el instructor volteó hacia él, ofendido.

—¡Me oyó bien! —el grito de recluta previno tanto al superior como a sus asistentes y demás alumnos— Lo del mapa fue un buen truco, lo admito, ¿pero quitarnos el banderín en plena misión?

—¿De qué estás hablando? —se acercó.

—Usted lo sabe —no se dejó intimidar por su presencia—. Mi equipo trabajó duro para hallar un banderín en el sureste y cuando íbamos a tomarlo, alguien se lo llevó con su Equipo Tridimensional —por cada palabra, lucía más ofuscado—. ¡Llevaba el mismo emblema de la capa de sus asistentes y no diga que lo inventé!

—¡Es verdad! —una amiga suya salió en su defensa— Se movía como un experto, ni siquiera pudimos seguirlo.

—¡Nosotros tampoco hallamos banderines en las zonas señaladas! —las quejas de otros cadetes no se hicieron esperar y el desorden se incrementó.

—¡Ya basta! —Luther los calló con un solo grito— ¡Puedo tolerar que se quejen de mi exigencia, pero jamás consentiré que me llamen «deshonesto»! ¡El objetivo era conseguir los banderines y así lo establecí, las misiones no son un maldito juego para mí! ¡¿Les quedó claro?! —vociferó, atemorizando incluso a sus asistentes.

—Entonces —el coraje de Blaz cayó en picada—, ¿q-quién…?

—¡No estoy enterado!

—¡Instructor! — intervino la amiga de Blaz— Un grupo coincidió con nosotros, justo después de que nos robaran el banderín: prometieron buscar al culpable en las montañas del este. Fue su líder quien nos pidió volver para avisarle.

—Robo… —meditó un rato— ¡Schmidt, reporte de grupos!

—Faltan tres, Instructor. ¿Qué dispone? —contabilizó el asistente y esperó la respuesta de Luther, cuyo rostro ensombrecido miró hacia el noreste.

[…]

—¡No hay nada! —Ancel y tres compañeros suyos regresaron con su equipo, desde el sector norte del bosque tras las montañas— El lugar es muy empinado, dudo que hayan querido establecer el banderín allí.

—Tampoco en la sección oeste —Ian volvió con dos más y el brillo del atardecer entre los árboles iluminó el rostro de Anka: invocando toda la paciencia del mundo, reprimió su cólera y respiró exageradamente.

—La culpa no es tuya, Rheinberger —Gustav escribió los últimos detalles informados por Ian y Ancel—, hiciste bastante.

—No es suficiente —declaró—. Todavía no revisamos los sectores sur y este.

—Falta una hora para el anochecer —Ian se interpuso con su corcel—. Sólo hemos comido galletas, apenas tenemos las capas y aquí hace demasiado frío. ¿Nos vas a exponer por esta misión?

—¡Se trata de cumplirla! —chocó su caballo contra el del muchacho.

—¡Entonces busca el banderín y gánate tu ración! —concluyó, muy enfadado.

—¡Oigan, no debemos separarnos! —Gustav actuó como mediador— El Instructor castigará a quien abandone su grupo.

—¡Por mí, que me lleven a la corte marcial! ¡No la soporto!

—¡Ni yo! —espetó contra Ian; hasta que de pronto, una bandada de aves silvestres voló al exterior por el crujir de algunas ramas y un sonido muy peculiar, ya conocido por los cadetes.

—¿Eso fue un Equipo Tridimensional? —Ancel no lo podía creer.

—¡Alguien hizo trampa! —Anka azuzó a su caballo— ¡Deprisa!

Los cadetes siguieron la tensión de las cuerdas que se movían entre la espesa arboleda, apenas favorecidos por la poca luz. Mientras se dirigían hacia el este, las Compañías Smith-Eibringer entraron desde el sur, luego de rodear todo el bosque por idea del segundo líder.

—¡Tenías razón, el suelo de este sector es menos abrupto! —Erwin miró a Dennis— ¿Cómo lo supiste?

—¿Intuición? —sonrió— Hay que dividirnos, así hallaremos rápido a Helmut.

—¡Bien! —Erwin señaló a nueve reclutas al azar, entre los que estaban Marlene, Dita, Nile, Bastian y Sven— ¡Ustedes, conmigo! ¡Los demás, con Dennis!

Nanaba tragó saliva al separarse de su equipo de origen y trató de seguir el ritmo de Mike, Gertrude y Dirk, sus únicos conocidos en el equipo opuesto, torciendo hacia el este. Casi con la misma potencia, Erwin indicó que ninguno se alejara de él y así corrieron hasta el centro, donde sintieron bastante ruido.

—¡Pensé que Dennis iría al este! —mencionó Nile, confundido.

—¡Eso hizo! —Erwin intentó no distraerse— ¡Quizás su amigo está cerca!

—¡Son demasiadas pisadas para un solo caballo! —los ojos de Marlene se enfocaban en toda dirección— El ruido viene del norte, ¡no, suroeste!

—¡Decídete! ¡¿De dónde?! —Dita se aferró a sus riendas.

—¡Cuidado! —un miembro del equipo de Dennis los alertó.

La marcha de la Compañía Smith frenó repentinamente, al mismo tiempo que intentaban no chocar con el equipo de Anka. Erwin no pudo contener a su caballo y éste terminó echándolo de su lomo por la pérdida de equilibrio.

—¡Erwin! —Bastian se lanzó con él hacia un pequeño desnivel, antes de que el corcel cayera sobre ambos, y allí lo oyó gritar.

—¡Bajen de los caballos, inmediatamente! —bajo el mando de Anka, el grupo apuntó sus rifles y los obligaron a cumplir la orden— Ahora, quiero que todos levanten las manos: ¡Gustav, Ancel, revísenlos!

—Mi hombro… —jadeó Erwin, preso del dolor por una dislocadura.

—¡Te dije que te callaras! —insistió la amenazante líder.

—¡Suficiente! —Bastian lo defendió, abrazándolo— ¿No ves que está herido?

—No tienen nada —Ancel terminó de examinarlos.

—No puede ser… —la voz de Anka tembló unos segundos— ¡b-busquen bien, seguro llevan un Equipo Tridimensional y ocultaron el banderín!

—¡No somos ladrones! —Dita quiso explicarles.

—¡Dije que se quedaran quietos! —movió la mira con intención de disparar.

—¡Anka, contrólate! ¡No hagas una estupidez! —Ian desvió su rifle hacia el aire e hizo una señal para que sus camaradas hicieran lo mismo, mirando después al recluta— Repite lo que dijiste.

—Nos robaron un banderín —Dita frotó su pecho, asustado— y parece que secuestraron a un cadete. Sospechamos que alguien quiere sabotear la misión.

—¿Secuestro? —Gustav entró en pánico— ¿Qué significa esto?

—Buscamos a Helmut Barr, amigo de Dennis Eibringer —Erwin se incorporó con ayuda de Bastian—. Su equipo no está muy lejos, fueron al sector este…

—Allá íbamos nosotros —aclaró Ian—, ¿pero quién asegura que lo hallemos?

—Éste es el único lugar que Eibringer no ha explorado —Smith montó su caballo, mientras Nile se sentaba detrás para sujetar las riendas por él—. Debemos encontrarlo.

Anka miró a Ian y sus demás compañeros. El sol rozó el horizonte y en la cumbre del ocaso, tomó una decisión. Mientras tanto, en el sector este, Dennis redujo la velocidad del grupo tras llegar a un pequeño espacio lleno de arbustos.

—Mi equipo acordó que nos veríamos en lugares abiertos, si nos pasaba algo —habló Eibringer—. Sepárense y busquen en los alrededores.

—Si vamos solos, nos perderemos —vaciló Gertrude.

—¡Es la vida de mi amigo! —replicó— Nos vemos en diez minutos.

Dirk tomó el brazo de su compañera y la persuadió de obedecer, tomando cada quien su ruta. Lo mismo hizo Nanaba, aun contra la idea de alejarse de sus mejores amigos, y caminó hasta donde le permitía la poca iluminación del cielo vespertino. Fue así como llegó a una floresta rodeada por árboles y resolvió detener su caballo, mientras una fuerte brisa la hizo acurrucarse bajo su capa: ¿sus amigos habrían encontrado al recluta? ¿Por qué el destino parecía involucrarla en situaciones tan complicadas? ¿Por qué siempre terminaba sola?

No supo qué responder. Cuando la oscuridad del bosque era casi completa, un extraño silbido hizo que volteara a la derecha y percibiera un apéndice ondulante enganchado en un tronco. Erzengel quedó boquiabierta y tras frotar sus ojos, comprobó que no se trataba de un espejismo.

—¡Por las Murallas! —tomó su rifle, disparó dos veces al aire y cogió el trofeo con gran emoción— ¡Heeey! ¡Encontré el banderín! ¡Por aquí, vengan todos…! —un tercer disparo en el día frenó su delirio, junto al silbido de unas cuerdas, un farol bamboleante y unas ramas quebradizas.

La sorpresa paralizó a Nanaba y no tuvo tiempo de alzar la vista: en ese instante, sintió una enorme sombra echarla del lomo de su caballo, cayendo ambos al suelo. El corcel relinchó levantando sus patas y luchaba por repeler a la figura surgida de la nada, en tanto Nanaba ubicó una lámpara tirada y su rifle. Cuando vio al desconocido tomarlo, su más primitivo instinto la movió a forcejear contra él.

Sus miembros apenas resistían el ímpetu de aquel desconocido, sus ojos azules se clavaron en la profunda mirada gris y aun sabiéndose en desventaja, su orgullo y mediano entrenamiento le impidieron ceder el arma y el banderín.

—¡Argh! —una voz masculina rugió bajo la capucha, cuando ella mordió su mano— Será peor si te resistes, ¡entrégame el banderín!

—N-n-no… ¡nooo! —presa de un arranque de ira, la muchacha se aferró más a la tela, lo empujó unos cuantos centímetros y en pleno shock, reconoció el uniforme del Cuerpo de Adiestramiento que portaba. ¡Era el cadete desaparecido! ¡El ladrón de los banderines!

Erzengel no daba crédito a su hallazgo y quiso semejante revelación que se distrajera lo suficiente para que le quitaran el rifle. Su fuerza flaqueó, se vio estampada contra un peñasco y al borde del colapso, contempló el arma con el que le apuntaba Helmut Barr, cual verdugo listo para ejecutarla.

En ese momento, un tercero intervino y golpeó al cadete traidor. La pelea encarnizada entre Dennis y Helmut marcó el clímax de la encrucijada, mientras llegaban los demás reclutas y sus líderes para ayudarlos.

—¡Nanaba! —Zacharius la recogió, espantado— ¡Reacciona, por favor!

—¡Alguien, ayúdeme! —suplicó Dennis, y con el apoyo de Nile, Ian, Bastian y Gustav, sometieron al recluta con gran dificultad— ¡Q-quieto!

—¡¿Qué haces…?! —Helmut le reclamó a Eibringer por su actitud, hasta que un disparo a pocos metros de la lucha los detuvo.

Varias antorchas iluminaron la cima de los árboles: ante los tres equipos, sobresalían las figuras del instructor Luther y sus asistentes, tan enganchados a la corteza de los troncos como al desastroso evento que atestiguaban. Los cadetes los observaron asustados y Nanaba, refugiada entre los brazos de su mejor amigo, finalmente se desmayó por el impacto de la situación.

[…]

El sol brilló fuerte, como señal de un enérgico día; aunque la mayoría del Ciclo N° 83 pensaba todo lo contrario. Los rumores tras el regreso de las tres Compañías mantuvieron en vilo a todos, especialmente el posible anuncio de la reprimenda más severa del cuartel: castigo que jamás llegó y, sin embargo, les había quitado el sueño por completo.

Pese a lo adoloridos que estaban por la cabalgata anterior, los cadetes ocultaron cualquier malestar y recibieron las nuevas actividades del día, por parte de los asistentes; mientras que en la oficina central del Cuerpo de Adiestramiento, Luther finalizaba el interrogatorio al equipo de Dennis y el recluta impostor.

—Llevo veintisiete años entrenando cadetes —paseó con un vaso lleno de agua—: juré dedicar mi corazón a formar generaciones dignas de integrar el Ejército de las Murallas y en todo este tiempo, este larguísimo y excelso periodo, jamás sufrí una decepción como ésta —caminó hasta una silla ocupada por Helmut Barr y le lanzó la bebida en la cara—. ¿Sabes lo que se siente, rata de alcantarilla? Claro que no: incluso esas alimañas tienen más honor que tú.

—Si me deja explicarle…

—¡¿Qué vas a decir?! —rompió el vaso frente a él y lo agarró de la solapa, restregándole un pergamino más colorido— ¡Robaste el mapa de mi oficina y dañaste a tres reclutas en el simulacro! ¡¿Qué mierda tenías en mente, bribón?! Querías sobresalir como sea, ¡¿verdad?! ¡¿Quiénes te ayudaron en tu mísero plan?!

—¡No sabemos nada! —una de las integrantes se arrodilló ante él, asustada— ¡Se lo juramos, Instructor, sólo cumplíamos la misión! ¡Por favor, no nos expulse!

—¡Eso no lo determinarás tú, sino él! —Luther señaló el extremo derecho de la fila, donde aguardaba el líder del equipo—. Te entregué un pergamino y debo suponer que respetaste mi orden de no abrirlo; a menos que supieras que el mapa no tenía las posiciones exactas. Habla, Eibringer: ¿estás metido en esto?

Dennis cruzó los dedos tras su espalda; vio a Helmut exigirle, entre gestos, su intervención y volvió a mirar a su superior, sin saber qué decir.

—Entiendo —interpretó su silencio—. Dos reclutas menos…

—¡Se equivoca! —el cadete reaccionó— ¡Estuve con mi equipo todo el tiempo, no sé nada de ese mapa!

—¿Qué…? —el rostro de Helmut palideció.

—¡Le digo la verdad, Instructor! —reafirmó Eibringer— De saber la ubicación del banderín, habríamos tomado el nuestro para volver rápido al cuartel. ¿Qué razón tendría en quitarle oportunidades a mis otros compañeros?

—Explícamelo. Tu amigo dijo que hablaron la noche anterior a la misión.

—¡Los traidores no merecen llamarse «amigos»! —rechazó cualquier lazo con el acusado— ¡Él pensó que si éramos menos equipos victoriosos, el puntaje y la comida repartida sería mayor! ¡Jamás estuve de acuerdo!

—Tú… —la negación de Helmut se tornó en ira genuina y quiso lanzarse contra Dennis, aun estando esposado— ¡mentiroso, hijo de…! —Luther volteó antes de que terminara su frase.

El cadete guardó silencio, abrumado por las miradas de sus compañeros. Sus labios temblaron en un próximo arranque de llanto, era consciente de que no le quedaban más opciones de defensa. Contempló por última vez a su entrenador y supo, por la expresión de sus ojos, que la sentencia había sido definida.


N.A.:

¡Buenas noches! Aprovecho que tengo un pequeño rato libre para postear el cuarto capítulo que llevo guardando hace un tiempo. La verdad, este mes ha sido bastante complicado en mi casa: mis familiares y yo caímos enfermos de COVID-19, y si bien hemos superado la parte crítica hace varias semanas (con la bendición de Dios), seguimos cuidándonos bastante. En lo personal, siento que el destino me ha brindado una nueva oportunidad y aunque demore en actualizar mis historias aquí, pasaré de a pocos por aquí, ¡porque amo escribir y darles mi amor de esta manera!

Bueno, volviendo al fic :') estamos viendo una nueva aventura de Nanaba y sus compañeros: hasta la fecha, es el capítulo que más exprimió mi mente, es toda una locura armar una conspiración en medio de un ensayo militar XD; pero en medio de todo, quería retratar las dificultades que han tenido nuestros cadetes en su juventud (ya saben, en todo lugar puede haber gente deshonesta y no creo que el Cuartel de Trost se haya librado de tal cosa). Me agrada un montón que Nanaba empiece a crear lazos, al igual que Mike, Erwin, Nile y otros personajes que quizás hayan reconocido como los veteranos de la serie; aunque el tema del robo de los banderines sigue siendo un misterio. ¿Lo habrán arreglado del todo? ¿Ahora qué le espera a Nanaba y sus nuevos amigos? ¿Qué pasará con Dennis Eibringer después de la charla del Instructor?

¡Los invito a seguirme en el siguiente capítulo! ¡Muchas gracias por sus lecturas y reviews, buena suerte a todos y cuídense mucho! :D