Y mamá dice que puedes venir conmigo, solo iríamos como acompañantes, claro. ¡Pero va a ser entretenido! No te preocupes por la escuela, mi padre dice que lo arreglará todo con la directora, solo necesita tener el permiso de tu madre.
Pregunta rápido, Beth. Estoy muy emocionada, y creo que va a ser estupendo. ¡Tan solo imagínatelo!
A todo esto, ¿crees que también me dejen invitar a Joao?
Beth no podía evitar sonreír. Ayer le había llegado una carta de María, su mejor amiga, contándole sobre un torneo mágico que tendría lugar en Europa. Beth no creía que su madre fuera a dejarla ir sola, pero tendría que intentarlo, y los padres de María también podrían convencerla. No sabía muy bien a qué se dedicaban, pero tenía algo que ver con Relaciones Exteriores, eso quería decir que siempre estaban viajando y atendiendo eventos por todo el mundo mágico.
El problema, es que María no había aclarado cómo continuarían sus clases, puesto que se quedarían por un año completo en Europa. Y por mucho que a Beth le gustara la idea de conocer otro país, no iría si eso implicaba tener que hacer ese año perdido luego. No quería quedarme mas atrás que el resto de sus compañeros.
Joao también le había escrito, pero él no tenía idea de la invitación de María. Ese era otro problema. Y es que Beth no quería que se siéntese excluido, tampoco quería dejarlo solo por tanto tiempo. Y no es que María no haya querido invitarlo, pero sus padres siempre habían sido reacios a la idea de su hija teniendo amigos del género masculino. A veces podían ser un poco chapados a la antigua.
Dejando la carta de María a un lado, se dispuso a leer la de Joao. Había comenzado la noche anterior, pero se había quedado dormida antes de poder terminarla.
Le he dicho a mis hermanos que no se les acerquen, pero ya los conoces, han pasado de mi completamente. Espero que luego no vuelvan quejándose. Yo les advertí.
De todas maneras, dime qué tal vas con Arturo. Por lo que siempre dices, parece educado, aunque si yo fuera tú tendría cuidado. Amigo de toda la vida o no, no bajes la guardia. Nunca sabes lo que puede estar planeando, y tu eres muy confianzuda
Beth negó con la cabeza. Amaba a Joao, pero tenía unos serios problemas de confianza. Recientemente se habían mudado unos nuevos vecinos en su barrio y Joao se había encargado de informarle de cada cosa nueva en cada carta que enviaba.
Son noms, obviamente. Tienen un auto rojo (bastante feo, si me lo preguntas). Vi un niño jugar con una pelota el otro día en el jardín, parece un par de años mayor que Francisco y Paulo. Espero no se les quiera acercar
Por lo visto, sus hermanos sí que decidieron hacer contacto y Joao no estaba de acuerdo con eso. Beth no creía que fueran malas personas, pero sabía que no importaba cuantas veces se lo repitiera, él seguiría con lo suyo.
Beth le había contado tanto a María como a Joao sobre lo que su abuela le había dicho un par de días atrás. Ambos respondieron cosas similares. Que debía encarar a su madre de una vez por todas y pedirle explicaciones. Que no era justo. Y que si les podía enviar un postre de los que ella hacía.
Lo cierto es que Beth no era buena en enfrentar ese tipo de situaciones. Discutir con alguien solo la ponía ansiosa. La mayoría del tiempo la hacía llorar. Aunque en realidad, cualquier cosa podía lograr que soltara un par de lágrimas. Sin embargo, ella era el tipo de persona que prefería ignorar los problemas. Si no pensaba en ellos, entonces no existían. Sabía que luego todo eso se acumularía y sería peor, ya tenía experiencia con aquello, pero eso era algo de lo que podría preocuparse más tarde. En ese momento solo quería contestar las cartas de sus amigos e ir a visitar a Arturo.
Si había algo que pudiera relajar a Liz, era un baño bien caliente. Luego de tantos días de estrés, al fin había encontrado tiempo para poder relajarse. Beth no estaba en casa y tampoco su madre. Tenía el lugar para ella sola.
Por días había estado comiéndose la cabeza pensando en cómo zafarse de tener que hablar con su hija. Sin embargo, Beth nunca se le acercó a decirle nada sobre el tema. Liz no lograba comprender cómo parecía tan tranquila, pero con el paso de los días desistió del tema y no le dijo nada. Si su propia hija no había ido hacia ella buscando información, lo mas probable es que no estuviese interesada. Aquello la relajaba un poco más, era un tema menos del que ocuparse.
Otro, sin embargo, era Eleonora, a quién no le había dirigido palabra desde lo ocurrido. Una cosa era tratar de convencerla de contarle todo a su Beth, pero otra era hacerlo ella misma. Y lo peor es que Liz no tenía idea que cuales eran esas cosas que le había contado. No importaba cuantas veces se lo preguntara, su madre no abría la boca. Por eso la había comenzado a ignorar, a excepción de cuando Beth se encontraba en la habitación, claro.
Otro problema, uno que le había llegado recientemente, era Remus, quién había comenzado a insistirle en ir a Inglaterra y hablar sobre el tema en persona. Y, sin importar cuántas veces Liz le escribiera, él siempre contestaba lo mismo.
Es complicado, será mejor que vengas. No olvides tener cuidado con las aves, siempre puede caerte algo encima
Aquella última frase la habían comenzado a usar durante la guerra. Había sido idea de Remus al enterarse de que las cartas estaban siendo intervenidas. Obviamente, Liz respondía a todas sus cartas en clave, pero estaba claro que Remus no soltaría información.
Su baño no estaba siendo tan relajante como esperaba.
—¿Y dices que no le has preguntado nada a tu madre?
Beth negó con la cabeza.
Su abuela la había pasado a dejar en casa de Arturo de camino a quién-sabe-dónde. Beth no le estaba hablando. Seguía molesta por cómo había abordado el tema de su padre aquel día. En realidad, no quería hablar de aquello, pero Arturo era su mejor amigo, y debía contarle.
—¿Y quieres si quiera tocar del tema? —Beth volvió a negar. Arturo, como siempre, había notado que prefería dejar las cosas así—. Pues no creo que eso sea bueno para tu salud mental, pero respeto tu decisión.
No pudo evitar soltar una carcajada. Si había algo que todo el mundo siempre le recalcaba a Beth, era que debía preocuparse más de su "salud mental". A qué se referían con eso, Beth no quería no saberlo. De todas maneras, ella se consideraba lo suficientemente sana.
—Tienes que mostrarme tus cómics —decidió contestar—. El año pasado me lo prometiste, y aquí sigo. Esperando como siempre.
—Eres una exagerada —Arturo le tiró una almohada que Beth apenas pudo esquivar. Sus reflejos eran malísimos.
—Y tú un mentiroso —rió. La atacó de nuevo—. Ya, ya. Veo que no me vas a enseñar nada. ¿Entonces que hacemos? Me aburro.
Arturo sonrió maliciosamente. Beth se arrepintió de inmediato de haberle dado la opción a elegir.
—Podrías contarme un poco qué pasa con ese tal José. Siempre estás hablando de él.
Beth rodó los ojos.
—Su nombre es Joao, ni siquiera se pronuncia de manera similar —contestó—. Y también te hablo de María, no sé qué tiene el mundo en emparejarme con todo lo que camina.
—Exagerada —carraspeó. Beth le dio un manotazo—. Pero ya en serio. Cuando me pediste que te besara, pensé que era para estar lista para tu futuro novio —Beth se sonrojó—, y ahora me dices que no tienes nada de eso, no lo entiendo.
Arturo tenía razón. En parte.
Lo había mas por presión social que por otra cosa. Ella no estaba realmente interesada en chicos, ni creía que lo fuera a estar por un largo tiempo. Por lo que había notado de las parejas en Castelobruxo, eso solo traía problemas. Y Beth evitaba los problemas.
—Quería saber cómo se sentía, es todo —replicó—. De igual manera, ni siquiera llegamos a hacerlo.
Arturo se burló de ella y fue en busca de sus comics.
Mientras Beth esperaba en la habitación, no pudo evitar inspeccionarla. Había estado allí mas veces de la que pudiese contar y, sin embargo, cada año había algo distinto. La cama de una plaza seguía en una esquina, la misma que tenía la única ventana de la habitación. Justo en frente, había un escritorio blanco, rebozado de figuras de acción, y a su lado, un pequeño armario de madera lleno de pegatinas que ambos habían puesto de niños. Apenas si había espacio en la habitación, y Beth tenía que ponerse de lado para llegar a la cama.
Sin embargo, algo no encajaba. Los posters en la pared eran distintos este año. Beth reconoció un par de unas bandas de rock, así como también otros de uno que otro videojuego. Pero había algo que le seguía comiendo la cabeza, y no sabia qué era.
—Las he quitado —dijo Arturo a sus espaldas, provocando que Beth diera un salto—. De todas maneras, mamá ya ni duerme aquí y tener su foto me recordaba a ella, así que…
—¿Cómo? ¿Por qué no me has dicho nada?
Arturo se había sentado a su lado en la cama. Sostenía los comics casi sin fuerza, por lo que Beth los tomó y los dejó a un lado. Luego le tomo las manos. Algo le decía que Arturo iba a necesitar tener algo a lo que aferrarse.
—No sé qué pasó —comenzó—. Solo sé que un día papá fue a buscarla a la cafetería porque mamá tenía un turno hasta tarde. Ya me había ido a dormir y me desperté en mitad de la noche. Creo que fue por el sonido de los platos que rompieron.
Beth sabía de la situación en casa de Arturo. Sus padres tenían una relación de perros. Mas de una vez se había preguntado cómo es que habían llegado a casarse. Lo peor, es que Arturo tenía que aguantar todo eso. Sin embargo, nunca había oído de violencia en su casa.
—¿Resultó alguien herido? —preguntó temerosa.
—No —negó rápidamente con los ojos llorosos—. Pero esa misma noche mamá agarró sus cosas y se largó. Creo que está viviendo con su hermana. A veces viene a visitarme cuando papá no está… ocurrió hace tres meses.
Beth lo abrazó inmediatamente. No podía ni imaginarse en la situación que estaba Arturo. Ella no tenía padres que se pelearan y las discusiones de su madre con su abuela nunca llegaban a ese punto. Lo único que podía hacer en ese momento, era estar para él y brindarle su apoyo.
Arturo lloró en su hombro por un par de minutos antes de alejarse de ella y darle una pequeña sonrisa.
—No es necesario que hagas eso —le dijo Beth—. Tengo toda la tarde y me han dicho que mi hombro es un lugar cómodo para llorar.
Arturo soltó una pequeña carcajada antes de que sus ojos se pusieran llorosos de nuevo y Beth lo volvió a cubrir con sus brazos. Sabía que había partes de la historia que había dejado de lado, pero no lo presionaría a contarle más.
Intentó darle unas caricias en la espalda para calmarlo un poco. Es lo que su madre solía hacerle de pequeña cuando algo la hacía llorar. Y fue justamente cuando notó qué es lo que seguía encontrando extraño en su cuarto.
—¿Qué le pasó a tu cruz? —preguntó suavemente, intentando distraerlo un poco.
Pareció funcionar, porque Arturo se alejó para secarse las lagrimas.
—La quité. Era una molestia.
—¿De qué hablas? Si tú rezas cada noche.
Beth se había quedado a dormir las suficientes veces como para saber que Arturo era bastante devoto a su religión y que rezaba cada noche antes de ir a dormir, con su cruz sobre el cabecero de la cama. Beth no se había criado con una familia religiosa, así que no sabia de qué iba el tema. Todo su conocimiento venía de Arturo, y no es que se la pasaran hablando de eso. Sin embargo, ella sabia lo importante que era para él, así que lo respetaba.
—¡Pues no puede servir de mucho si no escucha lo que le digo! —exclamó, otra vez tenía lagrimas en los ojos, aunque Beth no sabía si eran de pena o rabia—. Llevo meses pidiéndoselo y no cambia nada.
Ahora sí que se había quedado sin palabras. Una cosa era apoyarlo en sus creencias. Otra muy distinta, era impulsarlo a que no las dejara de lado. Especialmente, cuando no tenía idea de qué iban. Beth optó por intentar calmar la situación tratando de usar las palabras que había oído del señor Rodríguez una de las veces que lo había oído rezar en la mesa antes de comer.
—Sabes que no es así como funcionan las cosas —respondió—. Él tiene un plan mayor, ¿no? Tal vez hay una razón por la que las cosas suceden de tal manera.
—Tú ni crees en Dios —le replicó.
—Yo no creo ni en mi misma —eso logró sacarle una sonrisa a Arturo, esta vez real—. Pero sé que tú sí y que es algo realmente importante para ti. Además, no quiero verte así. Se te hincha la cara.
—¿Pero qué clase de amiga eres? —rió—. De haber sabido que te ibas a reír de mi, no te hubiese dicho nada.
Ambos sonrieron.
Eleonora había regresado. Liz reconocía su manera de caminar, y podía oír el distintivo sonido de sus pasos dirigiéndose a la cocina. Su madre caminaba lentamente, pero con paso firme. Beth solía dar trompicones de vez en cuanto. Eran bastante fácil de diferenciar.
Con un suspiro, Liz decidió que era hora de solucionar sus problemas con su madre de una vez por todas. Había estado dándole vueltas a la situación durante toda la tarde, luego de su intento fallido de relajarse en el baño. Ya era hora de ponerse firme.
Con un suspiro, se levantó de su cama y bajó a la cocina. Su madre se encontraba sentada en una silla leyendo una revista. Liz se puso a lavar los platos sucios del desayuno, mientras que Eleonora seguía con lo suyo.
Luego de un par de minutos, Liz se armó de valor y se dispuso a encararla.
—Tenemos que hablar —le dijo. Su madre ni se inmutó—. Puedes pretender ignorarme todo lo que tú quieras, pero de todas maneras me escucharás.
Eleonora continuó pasando las páginas de su revista. Liz se paró en frente de ella con los brazos entrecruzados.
—El otro día no dije nada porque me tomaste por sorpresa. Pero ahora he pensado bien las cosas. Tú puedes ser mi madre, y la abuela de Beth, pero eso no te da ningún derecho a hacer lo que hiciste. Especialmente sin consultármelo primero. Yo soy quien decide qué le cuento y qué no.
Eleonora dejó la revista a un lado. Se veía molesta.
—No estabas pensando claramente. Hice lo que tenía que hacer.
—No —la interrumpió—. Solo le dijiste de su padre porque él nunca fue de tu agrado. No quiero ni imaginarme qué clase de mentiras le habrás contado.
—¡Yo no mentí! ¡Ese hombre es un asesino!
Liz se paró en secó. ¿Había oído bien?
—¿Fue eso lo que le dijiste a Beth? —Eleonora no dijo nada, y con eso le dijo todo —. ¡¿Pero cómo se te ocurre hacer algo así?! ¿Sabes el daño que le pudiste haber causado? Con razón ha estado tan callada últimamente, si las has traumado.
—Pero ella tenía que saberlo.
—¡No! Beth no tenía porqué saber nada. ¿Y sabes cual es el motivo de eso? ¡Porque jamás en su vida lo iba a ver! ¡Él estaba en la cárcel!
—¡Pero ya no lo está! Y tu sigues mensajeándote que tu amigo ese —replicó Eleonora. Claramente, ambas pensaban distinto.
Liz tomó un suspiro profundo. Tenía que tranquilizarse, no podía perder el control, mucho menos con la bomba que le iba a soltar a su madre. Sabía que lo tomaría de mala manera, pero estaba decidida. Y para cuando ella se fuera, Beth estaría en Castelobruxo, así que no tendría que preocuparse de ella envenenando los pensamientos de su hija.
—Pues mi amigo ese —respondió— me ha pedido que vaya a Londres. Y le he dicho que sí. He mandado la carta hace un par de horas.
Eleonora se puso roja de la furia. No podía creer lo que estaba oyendo.
—¿Pero tú te has vuelto loca? ¿Y así querías mantener a Beth en la oscuridad?
Su madre tenía un punto. Eso era algo en lo que no había pensado, pero Beth no tenía porqué enterarse de nada. Ella se iría una vez comenzara las clases, lo cual sería hasta dentro de un mes mas.
—Da igual. No le dirás nada. Si lo haces nunca te lo perdonaré.
Eleonora estaba dispuesta a replicar, pero en ese mismo instante escucharon el timbre de la casa sonar.
—¡Ya llegué! —gritó Beth desde afuera—. El señor Rodríguez me trajo, pero dijo que no se irá hasta que vea que entre en casa.
Liz fue a abrirle la puerta. Saludó con la mano a Arturo y a su padre que seguían en el auto y dejó a Beth pasar. Cuando volvió a la cocina su madre ya no estaba allí.
—¿Qué tal te fue? —preguntó intentando distraerse. La discusión con su madre la había dejado de mal humor.
—No hicimos mucho. Arturo tiene una colección nueva de figuritas, es un poco friki —contestó encogiéndose de hombros. Podía sentir la tensión en su madre. Quería preguntarle sobre la oferta que le había hecho María, pero no sabía si ese era el mejor momento.
—Me alegro. ¿Has almorzado algo?
Beth contestó que sí y buscó una escusa para irse a su habitación. En realidad, no había comido nada, pero su madre no parecía estar de buen humor.
Su habitación era bastante simple. Solo tenía una cama color plateado en frente de su ventana, un armario a juego y un escritorio lleno de papeles. Su abuela jamás le había dejado colgar posters, como lo hacían otros niños, ni le había dejado pintar de otro color el blanco pálido de las paredes. De pequeña, a Beth le molestaba, pero con el paso del tiempo perdió el interés en esas cosas. Ni siquiera en Castelobruxo tenía adornos, solo un par de fotos de su familia.
En la ventana, notó de repente, había una lechuza que jamás había visto en su vida y de su pata colgaba una carta. Beth supo inmediatamente de quién se trataba.
Con rapidez, le dio un par de monedas al ave y se acostó en su cama, dispuesta a leer la carta.
Querida Beth:
Hace meses que no me escribes y me tienes un tanto preocupada. La ultima vez que hablamos terminamos en una pelea y decidí darte tu espacio. Sin embargo, eres la única amiga que tengo que comprende lo que siento.
Lamento no poder ver mas allá de mis prejuicios en contra de los muggles, pero debes entender que esa fue la forma en que fui criada, y es difícil dejar todo eso de lado. Sabes que, si tuviera que vivir con ellos, con tal de alejarme de mi familia, lo haría.
Beth dudaba seriamente de eso. Continuó leyendo.
Bueno, en realidad no lo haría. Beth no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa.
La situación es, que mis padres han estado actuando de manera extraña últimamente, juntándose con todo tipo de gente que no me da buena espina. Temo que algo malo está pasando.
Sé que probablemente sigas enfadada conmigo, pero te necesito. No tengo a nadie más con quien hablar de esto.
Espero tu pronta respuesta,
Callidora Yaxley.
Un par de meses atrás se habían peleado por un comentario que ella había escrito en una de sus cartas. Había bromeado con la inteligencia de los noms, diciendo que no estaban a la altura de un mago. Beth se había enfadado y le dijo lo mal que estaba decir ese tipo de cosas. Callidora respondió que no era para tanto. Le siguió enviando cartas, pero Beth no leyó ninguna de ellas.
No pudo evitar sentirse culpable al leer que la situación en casa de su amiga estaba empeorando. Callidora le había contado de lo estrictos que eran sus padres. Que apenas si podía salir de casa, que estaba comprometida con un muchacho diez años mayor que ella, que su propio padre era abusivo.
Beth deseó no haber reaccionado de manera tan exagerada por algo tan banal. Para Callidora era bastante difícil cambiar sus costumbres, pues era todo lo que conocía. Decidió responder.
Callidora, amiga hermosa de mi alma:
Siento haberte ignorado todo este tiempo. Estuve mal. Sé lo mal que lo has de estar pasando y aun así te dejé de lado. Espero puedas perdonarme.
Aquí todo esta tranquilo, nada nuevo. Beth no quería preocupar a Callidora, ya tenía suficientes problemas en su casa como para agregarle uno nuevo.
Cuéntame qué es lo que sucede e intentaré ayudarte. Puede que este año vaya a Europa, así que tal vez pueda ir a visitarte, aunque no sé donde queda Hogwarts. Hallaré la manera y te daré un abrazo enorme. Sé que lo necesitas.
Te extraño,
Bethany.
Beth esperaba que la carta no le tardara mucho en llegar, considerando que vivían en continentes diferentes. También, esperaba que su madre la dejara irse con María.
Con desgana, se dirigió en busca de su madre. La encontró sentada en el escritorio de su habitación, escribiendo algo rápidamente. Toco la puerta.
—Hola, mamá —Liz apenas le hizo caso—. Quería preguntarte algo.
Su madre seguía escribiendo, pero le hizo un gesto para que pasara. Beth se sentó en la cama a esperar.
Jamás la había visto escribiendo con una pluma. Beth supo inmediatamente que su carta iba dirigida a un mago, pero decidió no decir nada.
Cuando su mamá terminó, se armo de valor y comenzó a decirle sobre lo de María.
—Y dice que sus padres irán con nosotras. Y tú sabes que siempre he querido viajar. Además, me portare súper bien.
Liz no estaba segura. No tenía idea de dónde sería el torneo ni cómo Beth recuperaría las clases. Sin embargo, le dijo que lo hablaría con los padres de su amiga.
Beth salió de la habitación ilusionada. Su madre no le había dicho que sí, pero tampoco que no. A sus ojos, era una batalla ganada.
Lo prometido es deuda.
En lo personal, no soy religiosa, ni Beth lo será, pero en donde vivo hay varias personas que lo son. Y considerando que Beth vive en un pueblo pequeño, pensé que sería lógico que los muggles tuvieran esas creencias. No sé si los magos las tienen, puesto que no recuerdo que se haya mencionado en ningún libro.
En dos capítulos veremos a Beth en Castelobruxo y sus amistades allí. Luego no faltará nada para que la veamos en Hogwarts y todo el drama que se va a armar jajaja.
Ofelia: pues a mi tampoco me pareció bien jaja pero es una mujer terca, así que no nos queda de otra que aguantar su actitud. Me alegro que te esté gustando la historia :)
