Capítulo 3: El Patronus perfecto

Sarah Fawley se levantó de un salto de la cama. La noche anterior había conseguido conciliar el sueño relativamente temprano pero, desde que su amiga Alison las había despertado durante la madrugada al regresar de su escapada nocturna, había permanecido despierta con los ojos abiertos como un búho, dando vueltas en la cama, mientras consultaba la hora en el reloj de su muñeca una media de diez veces por minuto.

Sabía que por mucho que lo deseara no se haría antes de día pero, no podía evitarlo.

Cuando los primeros rayos de sol traspasaron el cristal de la ventana, iluminando toda la estancia a su paso, se vistió a toda prisa y comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación tratando de calmar sus nervios. Si continuaba a ese ritmo, acabaría por hacer un agujero en el suelo.

—¿Puedes parar un poco? Si sigo escuchando un segundo más el molesto repiqueteo de tus zapatos torturando las tablas de madera del suelo, acabaré arrojándome por la ventana sin escoba — refunfuñó Alison aparentando su cara contra la almohada muerta de sueño.

—Quizás si no hubieras salido a hurtadillas de madrugada y vuelto a las tantas haciendo tanto ruido como un elefante en una cacharrería, hoy no estarías tan cansada y nosotras tampoco — replicó Lily fulminándola con la mirada a través del espejo del tocador, mientras se afanaba en tratar de cubrir sus ojeras con una abundante capa de maquillaje, sin demasiado éxito.

—Lo siento Ali, es que estoy muy nerviosa — se disculpó la castaña avergonzada, llevándose la mano a la boca inconscientemente para, a continuación, comenzar a mordisquear la uña de su dedo pulgar.

Aún no había tenido la oportunidad de hablar con Remus, a excepción de un par de fugaces segundos la noche anterior en los que, tras interceptarla en medio las escaleras que conducían a los dormitorios, el merodeador había aprovechado para invitarla a desayunar juntos al día siguiente.

Al fin podrían tener algo de intimidad después de tanto tiempo sin verse, o bueno, toda la intimidad que podría llegar a tener alguien desayunando en uno de los patios de Hogwarts, seguramente repleto de otros muchos alumnos. Pero bueno, eso era mejor que nada.

Estaba muy nerviosa. Las mariposas se habían apoderado nuevamente de su estómago, se sentía exactamente como se siente alguien que está a punto de tener su primera cita con la persona que hacía demasiado tiempo que le gustaba y nunca se había animado a decírselo.

Sus piernas parecían hechas de gelatina y le temblaban tanto que por un momento pensó que si detenía su errático movimiento, terminaría tropezando y cayendo de bruces contra el suelo.

Alison se incorporó haciendo su mejor esfuerzo y observó con atención como su amiga castaña, ahora parada frente a su armario, movía de una lado a otro las perchas colgadas de la barra murmurando en voz baja palabras incomprensibles e inconexas. No podía evitar preguntarse cuál fue el momento exacto en el que afloró la locura de la chica.

—¿Buscas algo, Sarah? — intervino Lily al ver como la castaña volvía a mover las perchas al lado opuesto de la barra por tercera vez.

—Mi falda, no la encuentro por ninguna parte y estoy segura de que la había dejado aquí — contestó la muchacha con desesperación revolviendo una vez más las prendas colgadas en el armario.

Alison entrecerró los ojos ligeramente molesta por el tintineo de los ganchos metálicos.

—Igual es porque la llevas puesta — replicó la rubia frotándose los ojos, sin poder evitar que un bostezo se escapara entre sus labios.

Sarah dirigió la mirada con rapidez a la parte inferior de su cuerpo.

Era cierto, la llevaba puesta.

Dejó escapar un largo suspiro.

—Menudo desastre, si sigo así me dará un infarto a los dieciséis — se lamentó dejándose caer sobre el borde de la cama de Alison.

La muchacha rubia se acercó y abrazó a su amiga por la espalda.

—Si mueres joven, me lo pido quedarme con tus apuntes — bromeó estrechando con cariño el cuerpo de la joven entre sus brazos, mientras apoyaba su cabeza en el hombro de la chica.

Lily se dio la vuelta y observó a Sarah con ternura.

—Sarah, es Remus, no tienes ningún motivo para estar nerviosa — prometió, regalando a su amiga una sonrisa comprensiva.

—Sobre eso… — intervino Alison entrecerrando los ojos y mordiéndose el labio inferior como si acabara de recordar algo de repente — Puede que anoche me despertara en los brazos del merodeador al que llamas novio — musitó algo avergonzada la rubia, cubriéndose el rostro con las manos.

—¡¿Qué?! — exclamaron sus amigas al unísono.

—Si, supongo que me quedé dormida en las cocinas y Reg debió de traerme aquí. Pero después de sólo recuerdo despertar al escuchar como mi primo discutía con Sirius mientras Remus me sostenía entre los brazos con cara de circunstancias — explicó Alison que a esas alturas ya estaba completamente ruborizada.

Sabía de buena tinta que Sarah jamás se enfadaría con ella por algo como eso. No era más que una tontería. Pero aún así prefería que se enterara por ella antes de que se lo contara cualquier otra persona. No obstante, lo de Remus rápidamente pasó a un segundo plano.

—Espera…¿Reg?¿Regulus Black? — preguntó Lily completamente confundida, mientras tanto ella como Sarah miraban con la boca abierta como su amiga asentía tímidamente.


Cuando Remus llegó al patio de Transformaciones, también conocido vulgarmente como el patio del medio por razones evidentes, Sarah ya estaba allí, sentada entre dos de las columnas del claustro esperándolo.

Tenía el pelo recogido en una coleta alta que dejaba completamente despejado su rostro. No llevaba ni una gota de maquillaje pero el frescor de la mañana había coloreado ligeramente sus rosadas mejillas, dándole un aspecto dulce y entrañable.

Se veía increíblemente preciosa. Bueno, a decir verdad, siempre lo estaba. Pero, después de tanto tiempo sin poder verla, esa mañana se lo parecía aún más.

La muchacha no tardó en percatarse de su presencia y, olvidando los nervios que hasta hacía unos segundos había sentido, se levantó de su asiento y salió corriendo en dirección al castaño para abrazarle.

Remus no corrió. Era demasiado tímido para hacer algo como eso. Sin embargo, cuando la piel de las manos de la chica entró en contacto con su cuerpo, la rodeó tan fuerte con sus brazos, que por un momento pensó que la rompería.

La piel de la muchacha estaba algo fresca al tacto, en contraposición a la inusual calidez que inundaba de manera habitual cada uno de los poros del cuerpo de Remus. No obstante, la diferencia de temperatura no le molestaba en absoluto, si hubiera sido por él no se habría separado de Sarah durante horas.

Sin embargo, tras unos minutos, la castaña deshizo el abrazo y se alejó unos centímetros para poder observar al muchacho con detenimiento.

—Pensé que nunca llegaría este momento — reconoció regalándole una sonrisa tímida.

—Sí, las cosas se han complicado un poco desde la última vez que nos vimos, y sobre eso…— trató de explicar Remus dejándose inundar por una ola de culpabilidad repentina.

Había enviado al rededor de una carta por día a Sarah a lo largo del verano. Pero, a pesar de saber de primera mano lo sucedido entre Sirius y Alison, no pudo decirle ni una palabra. Recordó haberse sentido más y más culpable con cada carta que enviaba omitiendo dicha información. Se moría de ganas de contárselo pero su lado más racional no dejaba de recordarle que no era él a quién le correspondía hacerlo.

—No tienes que explicarme nada Remus, lo entiendo. Además, creo que ambos hemos tenido suficiente dosis de drama por un tiempo. Solo desayunemos y charlemos de cosas sin importancia, por favor — rogó ella con mirada suplicante.

El muchacho asintió divertido.

No obstante, cuando Sarah le tomó de la mano para guiarle hasta donde había dejado la cesta con el desayuno, él la freno.

La chica se dio la vuelta rápidamente y le devolvió una mirada confusa.

—¿No crees que me debes algo antes? — preguntó el muchacho divertido.

La castaña pareció meditarlo unos segundos y se rió. Sabía de sobra que era a lo que se refería Remus pero le apetecía jugar un poco con el muchacho.

—¿Deberte? A mí no me has dejado todavía quedarme dormida en tus brazos…— bromeó llevándose una mano a la barbilla pensativa.

El muchacho puso cara de pavor.

—Yo solo…— balbuceó con nerviosismo sin saber muy bien qué decir.

—Es broma Remus, por favor quita esa cara de susto y bésame de una vez, llevo esperando un verano entero para esto — rió la castaña divertida por la reacción del chico.

Remus respiró aliviado y elevó las comisuras de los labios algo más tranquilo.

—Tus deseos son órdenes para mí — pronunció con voz grave sin apartar ni un ápice su mirada de los ojos de la muchacha.

Y tras decir esto, colocó sus ásperas manos tras la nuca de la chica y la atrajo hacia él.

Los labios de ambos no tardaron ni dos segundos en encontrarse. Al principio no fue más que un ligero roce pero al sentir la suavidad y calidez de la muchacha, perdió el poco autocontrol que le quedaba y los devoró con fiereza.

Disfrutó con desesperación de cada toque, de cada caricia, del roce tímido de su lengua.

—Remus… — murmuró Sarah contra los labios del muchacho, poniendo su mano sobre su cálido pecho para separarlo ligeramente de ella.

El castaño se detuvo jadeante apoyando su frente contra la de la chica.

Sarah se rió involuntariamente y una mirada confusa e interrogante se dibujó en el rostro del muchacho.

—Tienes que controlarte un poco, si nos ve algún profesor vamos a acabar castigados limpiando los calderos después de la clase de pociones de los de primero — bromeó guiñándole un ojo.

—Por esto no me importaría ser castigado — susurró pícaro, acariciando con sus labios el cuello de la chica y tras hacerlo, se separó de ella repentinamente.

Ella le miraba entre incrédula y divertida.

—¿Quién eres tú y qué has hecho con Remus Lupin? — preguntó retóricamente y ambos rieron a carcajadas.


Cuando Alison salió del aula de Transformaciones al finalizar la clase, aprovechó que sus amigas estaban distraídas comentando la gran dificultad de los hechizos no verbales, para escabullirse sin que las muchachas se percataran.

En uno de los bancos del patio del claustro, se encontraba sentado leyendo en soledad Regulus Black, con un libro en el regazo.

Eran alrededor de las once de la mañana y el sol de septiembre brillaba en ausencia de nubes, inundando por completo la explanada. La temperatura era agradable y corría una ligera brisa, por lo que era el momento perfecto para aprovechar los descansos entre clases disfrutando de los distintos patios con los que contaba el castillo.

Los rayos del sol impactaban de lleno en el cabello dorado de la muchacha, descomponiendo la luz blanca a su paso en un festival de colores.

La chica se acercó con decisión y se sentó junto al muchacho sin preguntar. Tras hacerlo, sacó un paquetito de su bolsa y lo dejó apoyado sobre la piedra del banco en el espacio libre entre ambos.

El Slytherin levantó la mirada en dirección a los ojos color zafiro de la rubia confundido.

—Es para agradecerte lo de ayer. Son croissant de chocolate que robé de las cocinas — explicó orgullosa de sí misma, con una sonrisa de oreja a oreja dibujada en el rostro — Sé que no es mucho, pero mis posibilidades de acceso a contrabando son limitadas — dijo encogiéndose de hombros sin disminuir ni un ápice su sonrisa.

—No tenías que agradecerme nada — declaró el muchacho aún confundido por el gesto de la chica.

No esperaba algo como eso. Nadie nunca había tenido un gesto de ese tipo con él.

—Claro que sí, soy consciente de que no peso lo mismo que un Erumpent, pero el camino era largo y tuviste que cargar conmigo hasta la torre de Gryffindor, escaleras incluidas — recordó entrecerrando los ojos ligeramente avergonzada.

—Dentro de poco vas a formar parte de mi familia, no podía dejarte por ahí abandonada a tu suerte y completamente indefensa — respondió con simpleza encogiéndose de hombros para restarle importancia al gesto que había tenido con la chica — Además, estabas descalza y no quería que cogieras una pulmonía — añadió algo cortado desviando la mirada con timidez.

—Eres un encanto — suspiró Alison conmovida.

Regulus no pudo evitar sonrojarse.

—Por cierto, ¿qué lees? — preguntó rápidamente la muchacha tratando de disipar la ligera incomodidad que se había instalado entre ambos.

El slytherin levantó el libro que portaba para que la chica pudiera verlo mejor

—¿Augurios de muerte: qué hacer cuando sabes que se acerca lo peor?. No sabía que eras el tipo de personas que leen esos libros — bromeó la rubia divertida.

Regulus dejó escapar una carcajada.

—No sabía que había un tipo concreto de personas que leen ese tipo de libros — rió pensativo, continuando con la broma de la chica.

—A decir verdad, no estoy segura de que las haya. Solo te estaba tomando el pelo — confesó golpeando con cariño su hombro con el del chico.

—Son los deberes de adivinación — explicó Regulus sonriendo algo tímido.

—Eso lo explica todo — constató Alison.

—¿No decías que no había un tipo concreto de personas que leían esos libros? — volvió a preguntar divertido por la respuesta de la chica.

—Tienes razón. Mentí. La profesora Trelawney definitivamente es una de esas personas — aseguró consiguiendo que las comisuras de Regulus volvieran a elevarse.

Y tras decir esto, la rubia estampó un tierno beso en la mejilla de Regulus, agradeciéndole una vez más su gesto de la pasada noche, y luego se levantó dispuesta a ir a su siguiente clase de la mañana, Defensa contra las Artes Oscuras, no sin antes hundir una de sus manos en la bolsa de papel que le había regalado al muchacho y robarle uno de los croissant.

—Ehhhh, se suponía que era un regalo — se quejó Regulus, en absoluto molesto.

—Se más rápido la próxima vez — le picó la rubia, dándole un bocado al bollo y tras hacerlo, dió media vuelta y se marchó.

En el momento en el que la chica se fue, Regulus se llevó la mano a la cara donde hacía apenas unos segundos habían estado los labios de ella.

Nunca había sentido esa cercanía. En su familia nunca habían sido especialmente cariñosos ni con él, y a su llegada a Hogwarts, su timidez había evitado que pudiera congeniar demasiado con el sexo opuesto.

Sí, había chicas que con motivo de su apellido se habían acercado a él pero, Regulus sabía que no les gustaba por él mismo, sino por lo que podían obtener acercándose a su familia y, por eso mismo, prefería la soledad.

Pero la rubia, por alguna razón, parecía tener la intención de acercarse a él y aunque en otra situación le hubiera incomodado su efusividad y desparpajo, lejos de molestarle, le gustaban.


—¿Vas a volver a repetirme otra vez que no hay nada entre ellos? — le reclamó Sirius a James, dejando escapar una carcajada irónica.

Los cuatro merodeadores, parados en el pasillo frente al patio de Transformaciones, observaban como Alison y Regulus charlaban sin dejar de sonreír sentados en uno de los bancos del claustro.

—Eres un exagerado Padfoot, a veces las cosas son exactamente lo que parecen. Además, solo estás celoso porque la trajo en brazos hasta la torre. Y es tu hermano, Sirius, es casi como si la hubiéramos traído cualquiera de nosotros — intervino Remus con las manos en los bolsillos, tratando de hacer entrar en razón a su amigo.

—Quizás solo son amigos — sugirió dubitativo Peter encogiéndose de hombros.

Sirius bufó y luego volvió a hablar algo pensativo.

—¿Y si lo hace para vengarse de mí?. Regulus es débil y… — trató de decir.

Pero antes de que pudiera continuar con su teoría, James le interrumpió.

—-Pero, ¿tú te estás oyendo?. Estás completamente paranoico, Padfoot. ¿De verdad piensas que mi prima trata de vengarse de ti enrollándose con tu hermano? — preguntó contrariado James negando con la cabeza.

—¿Y por qué no?

—Porque ella no es así y jamás te haría algo como eso. Lo sabes tan bien como yo. Pero, hazte a la idea de que no tardará en estar con alguien más, así que espabila en pasar página porque sino, no la vas a superar nunca — zanjó James antes de darse la vuelta y alejarse de sus amigos, algo molesto por las insinuaciones del moreno en relación a su prima.


James caminaba por el pasillo del tercer piso en dirección al aula de Defensa contra las Artes Oscuras cuando, para su suerte, divisó a su prima unos metros más adelante.

El muchacho aceleró el paso hasta situarse justo delante de ella y empezó a andar de espaldas.

—Oye Ali, ¿podemos hablar un momento? — preguntó el chico con una sonrisa de lado.

—¿Ahora mismo? La clase de Defensa contra las Artes Oscuras empieza en cinco minutos, si llegamos tarde la profesora Merrythought nos mandará copiar mil veces "Es de mala educación llegar tarde a clase de la ilustre profesora Galatea Merrythought"— le recordó la muchacha entre sorprendida y desconfiada.

—Lo sé, pero sólo será un segundo, lo prometo — pidió con ojos suplicantes.

—¿Tan importante es que no puedes esperar a que acabe la clase? — le preguntó confundida por su impaciencia.

James asintió enérgicamente.

—Está bien — concedió parando en seco mientras abrazaba la carpeta que portaba entre las manos — Tú dirás — añadió invitándole a que empezara a hablar.

—No pasó nada entre tú y Regulus anoche ¿verdad? — tanteó el castaño arrepintiéndose al instante de su pregunta.

—¿Qué? ¡Por supuesto que no! — exclamó ofendida por la pregunta de su primo — Solo hablamos, me quedé dormida y me trajo a la torre. Fin de la historia. ¿Por quién me tomas? — preguntó molesta mirándole con dureza.

—Genial, sólo quería asegurarme — replicó el gryffindor con una amplia sonrisa.

—¿Algo más? — preguntó la rubia impaciente golpeando insistentemente su pie derecho contra el suelo.

—Emmm si —añadió James agitando el dedo índice como si acabara de recordar algo en ese preciso momento — ¿Podrías asegurarte de hacer llegar esta misma información a Sirius antes de que se le crucen los cables y le parta la cara a Regulus? — pidió el castaño revolviéndose el cabello con nerviosismo.

—¿Es en serio? — preguntó Alison incrédula que, a esas alturas, ya había empezado a pensar que su primo había acabado de volverse loco.

—Gracias primita, eres la mejor — agradeció el muchacho estampando un sonoro beso en la mejilla de la chica, antes de darse la vuelta para continuar su camino hacia el aula 3C.

—¡James, no he dicho que sí! — gritó Alison con fastidio, al ver como su primo se alejaba a toda velocidad ignorando sus palabras.


Defensa contra las Artes Oscuras nunca había sido la asignatura favorita de Lily Evans. No obstante, al igual que con el resto de materias, no se permitía bajo ningún concepto fallar. Nada que estuviera por debajo del, para ella insuficiente, Supera las expectativas, estaba permitido.

Por esa razón, aquella mañana se sintió increíblemente frustrada.

Ya había cursado durante cinco años la citada asignatura con la profesora Merrythought pero ese día nada parecía salir como esperaba.

Lejos de un principio tranquilo, la profesora había preferido entrar en materia desde el primer momento, y nada menos que con el encantamiento Patronus, un hechizo sumamente complicado y extremadamente difícil de realizar.

No esperaba que ninguno de sus alumnos lograra conjurarlo el primer día pero, quería intentar una primera toma de contacto para que todos ellos tuvieran una base a partir de la cual practicar para conseguir lograrlo en un futuro no demasiado lejano.

La profesora había distribuido a todos los alumnos a lo largo del aula para que, sirviéndose de sus manuales, fueran practicando el movimiento de varita preceptivo con sus respectivos compañeros, mientras se paseaba evaluando los resultados.

No obstante, en el mejor de los casos, alguno que otro conseguía que su varita se iluminara ligeramente en un tono azulado.

Cuando la profesora se paró junto a Lily, Sarah y Ali les indicó, con un movimiento de cabeza, que quería que cada una de ellas lo intentaran frente a ella.

Tras pronunciar el hechizo, tanto la varita de Ali cómo la de Sarah emitieron chispas azules. Pero, la de la pelirroja se mantuvo estática como si ni tan siquiera hubiera pronunciado el hechizo.

La profesora asintió frunciendo los labios algo decepcionada y apuntó algo en su libreta para, nada más hacerlo, marcharse en dirección a dónde se encontraba el grupo de los merodeadores.

Sarah y Alison estaban algo distraídas consolando a una abatida Lily cuando, de un momento a otro, un intenso haz de luz azulada cruzó de un lado a otro la sala, iluminando por completo la estancia. El hipnótico haz no tardó demasiado en materializarse en un imponente ciervo de enormes cuernos que brincaba de un lado al otro del aula, dejando un residuo luminoso a su paso.

Todos los alumnos se quedaron con la boca abierta como consecuencia del inusual logro y a la profesora Merrythought poco le faltaba para comenzar a dar saltitos de alegría.

Pero no había nadie más sorprendido que Lily Evans. Sobre todo al percatarse de que quién había conjurado aquella maravilla de hechizo, había sido nada más y nada menos que James Potter.


Al finalizar la clase de Defensa contra las Artes Oscuras, Lily Evans se armó de valor y tras divisar a James Potter a pocos metros de ella, corrió hasta donde se encontraba el muchacho.

—Oye Potter… James — se corrigió rápidamente algo jadeante la muchacha, tratando de recuperar el aliento.

—¿Mmmm? — preguntó algo distraído el chico, deteniendo su paso para atender a la muchacha.

Que ella se acercara de forma voluntaria ya era un enorme cambio. La relación entre ambos había mejorado tanto en tan poco tiempo que casi le costaba creer que fuera real. Incluso, habían intercambiado alguna que otra carta en tono cordial durante el verano, algo que aún le parecía un hecho de ciencia ficción. No obstante, había sido la muchacha quien había escrito la primera carta, lo que le había dado mucha más confianza a la hora de continuar manteniendo el contacto por correspondencia con ella.

—He visto que se te da de maravilla lo del Patronus y a mí no se me da bien del todo...bueno, para ser sincera, se me da desastrosamente mal — reconoció algo avergonzada, cubriéndose el rostro con las manos — ¿Te importaría ayudarme uno de estos días después de clase? — pidió con ojos suplicantes centrando sus orbes esmeralda en los ojos avellana del chico.

—Por...por supuesto — tartamudeó el muchacho algo descolocado — Bueno, en realidad hoy y mañana tengo entrenamiento de Quidditch por la tarde, pero si puedes el viernes...— sugirió frotándose la nuca con nerviosismo, mientras desviaba la mirada hacia el suelo.

—El viernes es perfecto — le interrumpió atropelladamente la pelirroja.

—Bien entonces, tenemos una cita el viernes. Lo apuntaré en mi increíblemente abultada agenda —bromeó el muchacho volviendo a dirigir su mirada a los ojos de ella tratando de destensar el ambiente.

La chica sonrió agradecida.

—Pues yo...ya me iba — pronunció algo inquieta.

James asintió y luego se quedó observando como la chica desaparecía a la vuelta de la esquina.


A la salida de la clase de Astronomía Sirius y el resto de los Merodeadores se encontraban charlando animadamente, apoyados en el muro más próximo a la puerta de entrada al aula, cuando Alison Potter se situó frente a ellos con los brazos cruzados y cara de muy pocos amigos.

—¿Podemos hablar un momento? — preguntó en tono serio dirigiéndose a Sirius.

—Claro — concedió el moreno con una tranquilidad desesperante.

El resto de muchachos se miraron durante unos instantes y, conscientes de que no pintaban nada en aquella conversación, se retiraron sin pronunciar ni una sola palabra.

No obstante, antes de que Alison pudiera siquiera pronunciar una palabra, Emma Vanity salió por la puerta del aula y se quedó observando a Sirius durante unos segundos, mientras se lo comía con los ojos.

—Sirius, ¿te han dicho alguna vez que la camisa del uniforme te queda de maravilla?. Se nota que has estado haciendo deporte este verano — coqueteó mordiéndose el labio.

—¿No ves estamos hablando? — bufó Alison incrédula, dándose la vuelta para encarar a la slytherin.

—Uy perdona Potter, no te había visto — se disculpó con falsedad antes de marcharse, no sin antes guiñarle un ojo al moreno, que la sonrió divertido.

Alison dejó escapar un largo suspiro.

—No ha pasado, pasa, ni pasará nada entre Regulus y yo, así que deja de montarte películas. Nunca haría algo como eso — aclaró sin una pizca de broma en su tono de voz.

—Bien — contestó el moreno.

—Bien — repitió ella.

—¿Algo más? — interrogó con impaciencia el muchacho.

—No, solo eso — suspiró ella, rodando los ojos algo molesta por la actitud del chico.

—Bien — volvió a decir sin separar ni un ápice sus ojos grises de ella.

—Bien — contratacó ella manteniéndole la mirada.