La muerte del borrico ha motivado un fuerte cambio en el comportamiento del joven heredero: Horrorizado por aquel acto de inexplicable crueldad, se ha decidido por enmendar su camino antes de que algo peor ocurra, presintiendo que de la misma manera salvaje en la que mató a ese animal, igualmente podría haber matado a una persona.
"Fue como si el diablo se hubiese metido dentro de mí…" reflexiona a lo largo de varias noches, durante las cuales es atormentado por espantosas pesadillas, en las cuales se ve a sí mismo perseguido y luego despedazado por una jauría de perros salvajes. "De seguir en este camino, terminaré condenándome de forma irremediable…"
Muy poco es en realidad el poco dinero que le queda legado del mal juez, pero aun así opta por donarlo a la iglesia, repartiendo los últimos saldos de monedas que trae consigo entre los pobres.
Y ahora, sin dinero, no le resta más que buscar algún oficio por medio del cual subsistir; así fue como el joven heredero terminó convirtiéndose en cochero, ya que en ninguna otra parte fue aceptado a trabajar debido a su renguera.
Privado de toda riqueza, él es constantemente tratado con menosprecio, inclusive por aquellas mismas gentes que no hace mucho decían ser sus amigos: Ellos fingen no conocerle en absoluto y le rehúyen la mirada, dirigiéndose a su persona con suma frialdad.
Hay veces en las cuales le corresponde transportar a hermosas señoritas acompañadas por sus novios, quienes apenas si son capaces de disimular la repugnancia que el cochero les inspira, y no faltan también niños pequeños quienes se refieren a él como una especie de ogro sacado de algún cuento de hadas.
Aún a pesar de todo, a pesar de este maltrato, el cochero se esfuerza por sonreír y ser amable con todas esas personas: El salario que obtiene por medio de este trabajo es realmente mísero y escaso, pero es todo lo que cuenta para sobrevivir.
Sabe bien que cualquier disgusto, cualquier queja de parte de sus clientes puede costarle el único empleo que ha sido capaz de obtener en su vida, sin el cual no le restaría más que dedicarse a la mendicidad, y estando próximas las nieves invernales, eso bien puede significar una sentencia de muerte.
—Yo lo recuerdo bien…El otro día encontraron a un par de ancianos congelados en la plaza…La gente los dejó morir allí nomás, como animales… ¡Ese podrías ser tú, si dejas de ser ya un cochero! ¡Ese podrías ser tú! —masculla entre dientes, mientras transporta a un grupo de jóvenes, quienes se ríen y se llevan los dedos a las sienes al oírle hablar solo, tomándole por un loco.
Sí, hay muchas veces en las cuales el cochero habla solo. A veces se dirige al blanco caballo que tira de su carroza, conversando con él, llegando a creer incluso que él le entiende, que le comprende mejor de lo que podría hacerlo algún ser humano.
Durante el invierno, los rapaces no pierden la ocasión para tirarle bolas de nieve, remedando también muchos de sus muecas y ademanes.
El cochero arde de resentimiento por dentro, y hay veces en las cuales desearía ir en persecución de los rapaces; es en esos momentos cuando el horrible recuerdo del burro muerto en el establo vuelve a su mente, produciéndole un hondo malestar.
No, no debe dejarse llevar nuevamente por aquella furia perversa, por aquella crueldad salvaje.
Debe conservar la calma y sonreír, mostrándose amable con todos: Poco a poco su manera de hablar va volviéndose un tanto afectada, a razón de interpretar un papel ante los demás.
La suya era una voz fina y halagadora, sumamente educada, mientras en su rostro estaba dibujada una sonrisa permanente: Toda tristeza y todo malhumor están reservados para sus momentos en soledad, durante los cuales nadie podrá verle y escucharle, y hay quienes han llegado a creerle el hombre más feliz que pudiera conocerse.
