La noche se mostraba despejada por encima de la lujosa mansión, escenario de una de las fiestas de mayor concurrencia de ese año.

Los sirvientes llevaban copas de fino cristal en las bandejas de plata a los aristócratas invitados; mientras el anfitrión se alborozaba con la presencia de uno de los jóvenes más ricos y cotizados del medio

- Un placer volver a verte, Shaka - Dijo un atento hombre con un cabello color lila, inclinando levemente la cabeza, sin despejar sus pupilas verdosas del aludido, quien sonreía complacido.

- Lo mismo digo, Mu. Tanto tiempo desde la última vez que cruzamos palabra. - Contestó.

Su familiar rodó los ojos. Ese rubio no tenía remedio. Aprovechando su agraciada anatomía se las arreglaba para seducir o provocar a todo el que tuviera una cartera repleta de cheques, o eso es lo que se decía...

- Veo que traes contigo a tus guardaespaldas - Comentó el anfitrión haciendo reparo en las dos oscuras figuras, situadas tras ambos millonarios. Shaka volteó hacia atrás, y por un momento, Milo notó cierto nerviosismo en sus pupilas.

- Si... Mi padre ordenó que no saliéramos sin ellos. - Explicó bebiendo un poco de la copa que traía en la mano diestra, antes de cambiar nuevamente la mirada hacia el dueño de la mansión.

- Bueno Shaka, aquí no hay necesidad de que anden tras de ustedes todo el tiempo. Mi propiedad es completamente segura. Que se mezclen entre los invitados y se diviertan - Propuso Mu con amabilidad.

- Enserio?

- Por supuesto! - Exclamó gustoso y bebiendo también de su copa. El rubio lacio sonrió con ganas

- Que bueno, porque esta noche quiero que seas sólo mío - Y dicha tal cosa, lo tomó del brazo y se lo llevó entre los asistentes, sin tomarse molestia alguna en despedirse de sus acompañantes.

- No tiene remedio - Bufó Milo al ver a su primo alejarse con el otro. Giró sobre sí, observando a ambos custodios, cuyos ojos se mantenían ocultos tras sus gafas negras.

- Hagan lo que Mu dijo. No creo que esta noche los necesitemos - Sonrió débilmente, dirigiendo su gesto al colorado; aunque enseguida les dio la espalda y caminó hacia cualquier sitio donde no tuviera que encontrarse con éste, y ser víctima de sus propios nervios.

- Qué hacemos? - Preguntó Camus quitándose los lentes y colocándose delante de un Kanon distraído

- Lo que nos dijeron. Que te diviertas! - Exclamó como respuesta, dando una débil palmada en el hombro zurdo del francés, antes de seguir el mismo camino de Shaka y su acompañante.

Al quedarse ahí, sin compañía, el pelirrojo no supo el camino que debía seguir. Se encontraba solo en una fiesta donde no conocía a nadie. Vaya! ni siquiera los asistentes eran del tipo de gente con la que uno puede conversar de cualquier tema que le viene a la mente, si son multimillonarios empresarios y él, un simple 'perro' guardaespaldas.

Quizás en ese momento le hubiera venido bien un insulto por parte de Milo, al menos así sabía que a alguien le inspiraba algo; y es que por mucho desprecio que fuera y por muy enfermo que pareciera, sabía que era importante para algo. El problema radicaba en el día anterior, donde el rubio ya ni siquiera lo miraba. Entraba a la habitación y el otro se excusaba. Era como si Camus hubiera dejado de existir para él o como si tuviera alguna enfermedad de peligro mortal que pudiera contagiarle...

Dando una exhalación entrecortada comenzó a caminar sin rumbo, únicamente con la idea de estar solo, de permitirse pensar y ser atormentado una vez más, por los fantasmas del pasado.

— —

Recibiendo una llamada, Mu se disculpó con Shaka y se dirigió a atenderla en su despacho, un sitio privado donde el ruido de la acompasada música no interrumpiera su conversación.

El rubio se encontraba recargado en una de las columnas, bebiendo pequeños sorbos del champagne de su copa, en lo que indagaba sobre la ubicación de uno de los custodios o de su primo; ya que desde que llegaron, sólo se había encontrado con Camus. De los otros dos no tenía ni la más mínima idea sobre su paradero.

- Se divierte, señor? - Él sonrió al reconocer su voz, aunque no fue capaz de buscarle del otro lado de la columna.

- Estaría mejor si tuviera compañía - Respondió con ese mismo tono extraño que le encantaba usar con el francés delante de Milo, y que solo le permitía escuchar al guardaespaldas de su primo cuando estaban solos.

- Y a mi me gustaría ser merecedor de ese honor - Dijo en voz baja el otro, no obstante el sonido llegó bastante claro a los oídos del rubio, mismo que abandonó su posición para deslizarse en la columna y quedar a la par con el más alto.

- No me gusta que digas esas cosas - Le reprendió con el ceño fruncido, mirando con reproche sus esmeraldas.

- Sabes que es la verdad. No merezco ni siquiera que me mires - Shaka le observó con cierta tristeza. Así como Milo ocultaba su amor por el galo, él hacía lo mismo con sus sentimientos por Kanon, al resto del mundo.

- Si vuelves a decir eso no volveré a dirigirte la palabra, Kanon - Sentenció intentando retomar su posición como aristócrata, cuando un agarre por parte del custodio, le impidió tal acción.

- Entonces por esta noche olvida quién eres y ven conmigo - Soltó su brazo y le extendió la mano, ofreciendo sólo por los siguientes minutos, conocer algo más que sólo dinero, joyas y el mundo en el que estaba acostumbrado a desenvolverse. El rubio enfocó sus orbes, extendió su mano y sonrió, limitándose a tomarla y a partir lejos de la fiesta con él.

— —

La noche oscura y profunda, su única compañía. La música dentro del salón, una distracción inútil que no le hacía sentir mejor.

Contempló la luna llena, destilando su luz por arriba de las montañas, ubicadas muy cerca de la lujosa mansión. La miró con cierta nostalgia, con el anhelo de tener algo que fue un engaño, su perdición y la peor arma en su contra.

Aún recordaba lo ocurrido a su salida del hospital, las palabras escuchadas que lo condenaron a morir internamente y que le abrieron los ojos a la cruda realidad.

— — FlashBack — —

Los pasos apresurados del agente Noiret fueron los que rompieron el bullicio en la oficina y atrajeron, como consecuencia, las miradas curiosas y de todo tipo de muchos de sus compañeros. Camus no detuvo su andar ni un instante. Se limitó a cruzar el pasillo y llegar hasta la oficina de Hades, quien había profetizado su pronta aparición y tenía una excelente coartada para no perder a uno de sus agentes más importantes.

- Maldito! - Le gritó el galo apartando abruptamente la puerta y saltando por arriba del escritorio, para apresar con las manos su cuello y estrangularle con el mismo furor que Milo, una noche, vio reflejado en sus pupilas. El pelinegro no hizo el mayor movimiento, una cínica sonrisa se formó en sus labios, la misma que disparó la temperatura sanguínea del pelirrojo.

– No te burles de mí! - Vociferó fuera de control, impidiendo de manera más agresiva el fluir de oxígeno en los pulmones de su jefe. - Tienes la más mínima idea de lo que me quitaste?!

No hubo respuesta, ni siquiera el más leve intento de defensa por parte del otro; únicamente un movimiento de manos que se situaron en el escritorio, en una máquina que reprodujo la voz de Mariah:

-"Todo esta listo. Se a tragado el cuento de que voy a darle un hijo y me ha pedido matrimonio." - Era ella, no había duda. Camus la reconoció, aunque no comprendió lo que sucedía.

-"Le avisaré al jefe para que te de un reconocimiento especial de la KGB..."- Y comenzó a reír junto con la chica, para mayor estupefacción del galo, quien poco a poco soltó a Hades y fue descendiendo del escritorio.

-"No lo necesito, cariño. Me daré por bien servida cuando gane su total confianza y me pase la información que necesitamos..."

- MENTIRA! - Gritó el pelirrojo arrancando el aparato y lanzándolo al suelo, donde se estrelló y rompió en pedazos. Se cubrió los oídos con las manos, cerró los ojos y como presa indefensa, se recargó en la pared y sentó en el piso.

- Ahí tienes tu verdad, Camus - Dijo Hades levantándose de su silla, después de haber recuperado el aire arrancado. - Mariah era una espía, una agente encargada de casarse contigo para sacarte la mayor información posible. - Aturdido, el pelirrojo emitió balbuceos

- No es cierto... ella... no podía...

- Por qué no? Hace un par de años un agente de la CIA se casó con una, desafortunadamente lo descubrimos muy tarde y logró pasarle información muy valiosa a la KGB - Seguía explicando; pero el galo no quería escuchar más, aunque tampoco su cuerpo reaccionaba. El pelinegro se puso en cuclillas, mirando su rostro con una mueca indescifrable. - Camus, te necesitamos para encontrar las armas que escondió Hitler. Ayúdanos y cobra así venganza contra ellos.

Quizás de sus labios no saldría ningún comentario por aquella tarde, o por lo menos en varias semanas; sin embargo su vida como agente prosiguió después de eso, con una sed insaciable de reparar aquella ruptura en su vida y con un vacío total en su alma.

— — EndFlashBack — —

Apretando los ojos y los puños, el pelirrojo trató de borrar todas aquellas imágenes que le perseguían, era como una maldición que no tenía fin.

Hubiera deseado tener una arma y disparar a matar, a cualquier persona que se atreviera a burlarse de su herida, incluso, a darse muerte a sí mismo.

Y es que Camus era fuerte, podía realizar cualquier misión sin importar el peligro que corriera por ello, o aguantar el suplicio al que fuera sometido por no revelar algún dato importante si fuera capturado; pero su mayor debilidad era la soledad. El francés no resistía ni siquiera esa palabra, era... devastadora.

Escuchó un ruido tras él. Fue una pequeña exhalación la que rompió el silencio. Su cuerpo giró sobre su propio eje, para enfocar con sus caobas la figura que permaneció inmóvil, víctima de sus nervios, bajo la mirada escrutadora del colorado.

Al verle ahí, Camus tuvo el impulso de alejarse, de huir como él lo hacía desde el día anterior; pero apartó de aquél hombre sus pupilas y volvió a fijar la vista en el paraje majestuoso que la ubicación del balcón le otorgaba.

Milo suspiró entrecortadamente al saber que ya no era dueño de su atención. Planeó una retirada que no efectuó, al recordarse parado frente a un espejo y recitando las posibles palabras que habría de decirle; sin embargo, no podía hacerlo. Su valor se había perdido entre los pasos dados hasta ese balcón y en el instante en que el francés atravesó su alma con esa mirada vacía. Apretó lentamente las copas de vino que traía en las manos. Volvió a suspirar y a pasar su mirada por todos lados, como buscando una salida, una pauta para decir algo o cualquier cosa que le auxiliara. La piedad de cualquier dios existente no le vendría nada mal...

- Puedo ayudarle en algo? - Interrogó el pelirrojo, provocando que se estremeciera.

Bebió por completo una de las copas de vino, vaciló al caminar y se maldijo a sí mismo por ser un manojo de nervios. Camus volvió a virar.

- Se siente bien? - Las mejillas del rubio comenzaron a calentarse. Bajó la vista y avanzó hacia él, sintiendo que sus piernas eran gelatina. Tomó aire y lo desechó. Situó sus zafiros en las cobas del otro y dijo:

- Perdóname. - Las pupilas del galo temblaron, consternadas.

- No entiendo lo que...

- Te eh llamado 'perro' y mi trato contigo no ha sido muy afable... - Explicó Milo cambiando la dirección en la que sus ojos decidían establecerse. El pelirrojo, quien no entendía lo que estaba pasando, le observaba con detenimiento, poniendo toda la atención del mundo en sus palabras y en sus gestos.

– Yo no suelo ser así, Camus...

- No lo parece. - Y le dio la espalda, quizás interpretando todo como una especie de burla. El rubio volvió a suspirar mientras volvía a avanzar y se colocaba a su lado, apoyando las copas de cristal sobre el barandal.

- Salvaste mi vida y te olvidaste de mí... - No era la primera vez que le decía algo así, eso se lo demostró en la forma en que le devolvió la mirada. - Lo ves? La línea de nuestra vida se ha cruzado tantas veces, que me parece imposible que simplemente actúes como si yo no...

- Señor, lo siento. - Se disculpó el francés haciendo una seña con la mano para que se callara un momento y le permitiera pensar.

Después del accidente y de saber que la mujer que amaba sólo quería traicionarlo, su mente se volvió un completo caos, por lo que algunos médicos de la SD-6 lo sometieron a estudios y tratamientos agresivos que le hicieron perder muchos de sus recuerdos, cosas que jamás pensó volver a valorar o que pudieran serle de alguna utilidad. En pocas palabras, Camus sufría de una especie de amnesia; aunque para su mala suerte, lo de ella seguía tan presente en su memoria como si hubiera sido ayer...

- Tuve un accidente que me hizo perder la memoria. Recuerdo ciertas cosas; pero perdí la mayor parte de mi vida. - Explicó con un vago remordimiento de culpa que también Milo sintió.

Quizás por esa razón no pudo estar en el funeral de su novia, porque la noche que ella murió y que ambos se cruzaron en el pasillo, estaba tan molesto por lo sucedido que condujo como loco, estrelló su auto y se golpeó tan fuerte la cabeza que se olvidó de todo. Eso era lo que el rubio podía deducir...

Trató de decir algo, cuando notó que sus puños se crispaban, por lo que colocó la mano sobre la suya en un intento por hacerle volver a la realidad

- Te encuentras bien? - El galo se relajó un poco y mirándole a los ojos respondió:

- Si... no pasa nada... - Exhaló. Bajó la vista y reparó en la extremidad que se situaba sobre la suya, percibió cierta incomodidad en su propio sistema y apartó lentamente su mano.

- Lo siento. - Dijo el rubio tosiendo un poco para disimular su propia emoción.

El silencio se estableció. Milo observaba su perfil de reojo y de vez en vez, Camus le miraba directamente, a ratos, buscando algo que preguntar o la forma de salir de aquél mutismo que le intranquilizaba sin razón.

- No puedo más! - Exclamó el rubio perdiendo el poco control que le quedaba. El galo estuvo a punto de preguntar la causa de su arrebato, cuando el otro acortó la distancia y penetró su mirada.

- Eh tratado de fingir que tú no me provocas ningún sentimiento... pero esto es más fuerte que yo... Me siento muy atraído por ti y lo peor es que sé que te gustan las mujeres y que soy un idiota por portarme así contigo... pero también sé que yo podría devolverte eso que has perdido y...

- Para! - Profirió el galo haciendo alto con las manos y los pies, porque cada vez que Milo hablaba, se acercaba un poco más, y él tenía que caminar hacia atrás. El rubio tragó aire intentando calmarse; mas, los nervios le traicionaban, y tuvo que caminar hasta donde se hallaba la copa de vino, bebérsela, y frotarse la cara para disimular su sonrojo. Camus, por su parte, masajeó su sien con la yema de los dedos, al mismo tiempo que trataba de asimilar todas y cada una de las palabras de quien era primo de su jefe.

Si algo era cierto, es que él no merecía nada, la vida se había encargado de demostrárselo al quitarle tantas cosas desde su infancia... ¿Cómo entonces podía una persona como Milo profesarle esa clase de sentimientos?... Porque haciendo una recopilación del tiempo que llevaba trabajando en su mansión, todas las acciones del rubio le mostraban cierta atracción que el galo, en su momento, no reconoció.

Creyó estar solo; pero ahí estaba él, siempre queriendo llamar su atención y haciéndole sentir importante cuando al menos 'desprecio' le inspiraba.

- Pero yo no soy homosexual... - Dijo en voz baja, cruzando una mirada con el dueño de dos fastuosos zafiros, quien le regaló una sonrisa.

- Lo sé, te lo mencioné hace poco. - Contestó abochornado por su comportamiento. Las cosas no las planeó así; y sin embargo, la confesión ya estaba hecha.

- Entonces sabes que no puedo corresponderte - Milo suspiró y colocó una mano en su hombro.

- Camus, yo quiero mostrarte cuan grandes son mis sentimientos por ti. Me gustaría que sonrieras, que vivieras de nuevo, que experimentaras lo que es amar...

- Me pides demasiado - Interrumpió apartando su mirada, alejándose un poco, comenzaba a ponerse nervioso. - Eh tenido que besar a algunos hombres en el pasado y únicamente sentí repugnancia por mi mismo. Siendo sincero, no creo que eso cambie sólo por tratarse de ti. - Para su sorpresa, el rubio aprisionó la mano que tenía más próxima.

Genial. Ahora venía a descubrir que el primo de su jefe le causaba... Temor?... Por qué?... Acaso se sentía acosado?

Por si no fuera poco, remató su sentir con estas palabras:

- El Camus Noiret que yo conozco lo intentaría antes de decir 'no'. Dame una oportunidad. Yo puedo ser quien vele ahora por ti y le devuelva el brillo a tus ojos. Yo puedo protegerte de todo cuanto te lastime...

Si temblaba, quizás se debía a que había certeza en sus palabras y que el galo no quería abrirse a la oportunidad de profesar amor por nadie más.

- No te estoy pidiendo más que una oportunidad...

El colorado no estaba al cien por cien seguro de que fuera lo correcto. Aceptar la proposición del primo de su jefe era condenarlo a morir con él, hundirlo en su soledad y hacerle probar los sinsabores del amor, justo como se lo mostraron; eso sin contar, con que sabía que su corazón no podía pertenecerle a nadie más, no después de ella...

"Estoy seguro que te volverás a enamorar"

Decía Kanon en su cabeza. Recordaba sus palabras, la respuesta que él mismo le dió y la forma en que pareció dictar su sentencia o una maldición.

Si su amigo tenía una pizca de razón, la única forma de saberlo era tomar esta oportunidad, experimentar un poco y averiguar si podía devolverle aquello que perdió hacía más de un año. Nada se perdía con intentar...

- De acuerdo - Respondió el pelirrojo cerrando un momento los ojos y buscando valor en sí mismo. Milo sonrió completamente, soltando su mano para acomodar el cabello que una repentina brisa acababa de desordenar. - Pero no sabes a lo que te atienes conmigo...

- Iré despacio, te lo prometo.

- Y, yo... puedo resultar algo quisquilloso si buscas besarme...

- Por ahí podemos comenzar...

Tomó su mentón con una mano y la cintura con la otra, ambos roces con suavidad, colocó sus labios cálidos sobre los del otro y esperó a que el francés se acostumbrara a la situación; pero Camus parecía en otra dimensión. Sus ojos permanecían completamente abiertos y sus manos inertes a ambos lados de su cuerpo. Cuando regresó a la realidad, la cavidad del rubio se abría lentamente para degustar una de sus carnosidades. Cerró los ojos y consintió el roce, recuperando algo de su pasado. No sabía lo que era, pero ahí estaba; como descansar después de varios días de insomnio, probar bocado luego de pasar hambre o sentir la adrenalina por todo el cuerpo al realizar su trabajo.

Experimentaba una sensación que no se puede explicar ni con todas las palabras del diccionario, algo que sólo el amor verdadero podía encender...