"La próxima vez que lo veas, mira su sombra...
...y no aceptes nada de lo que te proponga."
Yuuji no quería admitirlo ni siquiera consigo mismo, pero se sentía sumamente decepcionado y bastante acongojado luego del encuentro fortuito y para nada pacífico que habían tenido con el lobo llamado Suguru. Sus intenciones no habían sido agresivas desde un principio y para Yuuji no fue difícil conectar las últimas palabras de Satoru con la llegada de aquella criatura...aunque diferente fue el caso de Megumi. Él, que no conocía a Satoru y desconfiaba y temía de todas las criaturas que habitaban del otro lado del río, no cedió en su intento por escapar y Yuuji tampoco lo detuvo.
Aunque para lo que tenía que decirle Suguru hubiese sido mejor que emprendiera la huida con su amigo. El lobo había sido rápido y conciso en advertirle sutilmente acerca de Satoru; por alguna razón, parecía verse obligado a hablar en contra de una criatura que en realidad parecía ser amiga suya pese a que le consideraba peligrosa. Por un momento, Yuuji incluso se había sentido aliviado al conocer a alguien que sí había visto a Satoru y que conocía de su naturaleza tan peculiar y llamativa.
Sin embargo, lo que a Yuuji le parecía tan atractivo para Suguru era todo lo contrario. Aún así, había sido bastante paciente y tranquilo a la hora de explicarle que, en efecto, él llevaba razón al creer que Satoru no era de ese mundo. Suguru lo mencionaba más como una entidad que atraía o anunciaba catástrofes o que las generaba por su propia energía más que una criatura del bosque, lo que en sí encajaba con el presentimiento que había tenido Yuuji pero que se negaba a aceptar.
Pese a los sentimientos encontrados que ahora manejaba - y antes, sólo que se obligaba a sí mismo a no pensar en ello - se preocupó y desilusionó cuando Satoru no volvió a aparecer ni ese día, ni el siguiente, ni al otro.
Y ya hacía una semana que no sabía nada de él, hecho que jamás había ocurrido antes.
¿Se habría ofendido?¿Estaría asustado? Yuuji aún recordaba la expresión de fastidio mezclada con preocupación que Satoru había puesto al detectar la presencia de Suguru cerca en el bosque. Aún así, había tenido tiempo de asegurarle que no correría ningún peligro con él, que no temiese pese a que se trataba de un lobo.
Entonces, ¿por qué?¿Adónde habría ido?¿Estaría en ese lugar especial que le había mencionado?
Tanto su vida como la de Megumi habían vuelto a la "normalidad"; solían levantarse bastante temprano en la mañana y su rutina básicamente consistía en buscar comida y prepararse para el invierno que ya no estaba tan lejano. Yuuji siempre se había sentido cómodo con su día a día e incluso nunca se había quejado de repetir todo el tiempo lo mismo a diferencia de otros de su especie. Siempre había disfrutado de la paz y tranquilidad que allí reinaba, con tan pocos contratiempos que aquel lugar parecía una especie de burbuja en medio de un bosque agresivo e inhóspito.
Sin embargo, Yuuji ya no veía aquella rutina como algo interesante y necesaria a cumplir. Frustrado, decepcionado y algo nostálgico, se había hundido cada vez más en sus propios pensamientos a medida que los días transcurrían pese a que Megumi y el resto habían intentado levantar sus ánimos de una u otra manera; había tardado casi una semana en darse cuenta de que no sólo era la ausencia repentina de Satoru lo que le incomodaba, sino percatarse de lo aburrida que había sido su existencia hasta el momento en el que había conocido a ese zorro tan raro; la adrenalina, la ansiedad y aquella extraña felicidad que recorría su cuerpo entero apenas lo veía no podía experimentarla con otra cosa, ni siquiera intentando cruzar el río que Megumi tanto insistía en que no cruzara de nuevo.
Y así, había transcurrido una semana más, y otra, y otra.
Al mes de aquel pequeño incidente en el que en realidad no había ocurrido nada malo, Satoru no daba muestras siquiera de haber existido jamás. Yuuji había intentado sacar conversación al respecto y de la manera más solapada posible buscando cualquier tipo de información, pero Satoru no había mentido al afirmar que sólo él podía verlo; nadie más parecía siquiera haber oído de una criatura como él, y aquella confirmación terminaba de llevar los ánimos de Yuuji literalmente al piso.
Aquella noche, luego de dos meses de ausencia completa...Yuuji decidió definitivamente dejar aquel extraño episodio atrás. Pese a no poder dormir, se había recostado mientras intentaba replantearse su vida de ahí en más, sus ojos viajando entre una estrella y otra. No tenía sentido que siguiera sufriendo por alguien que probablemente se había ido del todo; no tenía que ponerse triste porque aquello hubiese terminado. En realidad, tenía que estar agradecido de haber podido conocerlo, de que todo aquel encuentro hubiese sucedido.
Si Satoru tenía que volver, volvería. Y sino...bueno, Yuuji tenía una vida que seguir allí en el claro del bosque.
Sus párpados al fin pesaron y sus ojos se cerraron, su cuerpo relajándose paulatinamente.
Tal vez, después de todo...sí, Megumi había tenido razón. Eran de especies diferentes que incluso poseían una cadena alimenticia diferente en la que Yuuji no estaba muy bien parado...y pese a que sus sentimientos por el zorro no eran del todo claros...probablemente aquello nunca hubiese funcionado…¿qué clase de tontas ilusiones se había hecho?
Sin embargo, su calor y su cariño habían sido tan reales para Yuuji...no podía, no quería soltarlos pese a que había tomado la determinación de hacerlo...
— Yuuji.
El conejo se removió, incómodo. Volteó sobre el césped cuando sintió una mano molesta presionando su hombro, moviéndolo bruscamente. Chistó entredormido volviéndose un ovillo sobre el suelo, su cabeza un poco dolorida.
— Yuuji, ¡despierta!
La voz de Megumi lo sobresaltó.
No, había sido el tono de voz que había empleado.
Rápidamente se incorporó y se sentó sobre el césped, mareándose en el proceso. Le costó varios segundos ubicar el rostro de Megumi a su lado, entredormido e inmerso en la oscuridad. En algún momento en medio de sus pensamientos se había quedado dormido...aún era de noche, noche cerrada. Faltaba mucho para el amanecer, ¿por qué rayos Megumi…?
Sus fosas nasales captaron un aroma extraño, imposible. Frunció el ceño y la nariz cuando el olor perturbó su nariz, fuerte y tóxico.
Era humo.
Como si su instinto lo hiciese adrede, Yuuji tomó una gran bocanada de aire y se ahogó con el humo que ingresó a su garganta; tosiendo e intentando comprender qué era lo que estaba sucediendo, no sólo percibió la mano de Megumi presionando su hombro con mayor insistencia sino también oyó pasos...no, corridas a su alrededor, cerca y lejos, todos los pies dirigiéndose hacia la misma dirección.
Mientras Megumi le exigía que se incorporara de una vez y Yuuji lo hacía como podía aún un tanto asfixiado, notó que el humo en realidad era denso detrás de ellos; entrecerrando los ojos y comenzando a entender el cariz de la cuestión, notó la mancha rojiza, el calor y las chispas incandescente que se elevaban a unos metros en el bosque, más allá del río, el humo proveniente de ese sector...y el viento trasladaba el fuego rápidamente hacia aquel lado, algunos árboles ya incendiándose rápidamente, las llamas comenzando a tomar las hojas secas del suelo.
¿Cómo era posible…?¿Se estaba incendiando el bosque?¿Por qué?
El terror de la comprensión lo golpeó de lleno, casi paralizándolo. De nuevo, sintió la mano de Megumi en su hombro mientras su estómago se cerraba al igual que su garganta.
— Yuuji, reacciona. Hay que salir de aquí.
— ¿No quedó nadie más?
Volviendo a toser porque el humo se tornaba cada vez más denso, sus piernas reaccionaron finalmente; siguió a Megumi hacia el camino contrario al del incendio al tiempo que intentaba procesar hacia dónde debían ir. Si abandonaban del todo aquella región del bosque, ya no gozarían de la protección inusual que ésta les daba y correrían el riesgo...no, ya estaban corriendo riesgo de encontrarse con sus depredadores naturales en ese momento. Mientras aceleraban el paso, Yuuji se percató de que probablemente las criaturas que vivían del otro lado del río habían huido hacia allí producto del incendio, así que...sí, estaban jodidos de cualquier manera.
— Vamos a tener que cruzar el otro río...al paso que vienen las llamas, van a consumir todo, es...es increíble.
La voz de Megumi se oyó amortiguada por el sonido propio del incendio a sus espaldas, el crepitar de las llamas y el sonido de la madera rasgándose por el calor a sus espaldas; cuando su amigo se detuvo y volteó, Yuuji vio el fuego reflejado en sus ojos azules y el temor ascendió rápidamente. Al voltear también, descubrió que el incendio parecía estar siguiéndolos.
¿Cómo era posible, si estaban corriendo tan rápido como les daban las piernas? Yuuji no se creía la gran cosa, pero se sabía capaz de ganar gran velocidad…¿cómo el fuego podía volar tan rápido como ellos corrían? Con espanto, notó que las llamas lamían las copas de los árboles más altos apenas a unos 30, 40 metros de distancia.
Sino corrían más rápido incluso después de cruzar el otro río...iba a alcanzarlos.
— Vamos. ¡Megumi, reacciona!
— S-Sí.
Yuuji empujó a Megumi para que continuara corriendo; sin embargo, cuando su compañero comenzó la huida nuevamente y Yuuji intentó seguirlo, comprobó que no podía moverse.
Aterrado, miró hacia abajo para descubrir qué era lo que estaba sosteniendo tan fuerte su tobillo izquierdo impidiéndole mover la pierna.
Aquello no podía ser posible.
El fuego había llegado hasta él en ese breve, brevísimo lapso de tiempo en el que ambos habían volteado. Las llamas habían recorrido los metros que les faltaban hasta llegar a él en segundos y habían envuelto su tobillo izquierdo atenazándolo, clavándolo en el suelo de forma férrea…
...pero el fuego no hacía ese tipo de cosas. El fuego quemaba, consumía...no sostenía a los objetos y mucho menos a las criaturas como si se tratase de una mano.
Yuuji no sentía dolor, apenas una leve sensación cálida envolviendo su pierna. Al tironear, descubría que aquella llamarada que rodeaba su tobillo se cerraba un poco más, jalando en dirección contraria.
¿Pero qué carajos…?
— ¡Yuuji, qué haces, vamos!
Al oír la desesperación de Megumi, Yuuji finalmente elevó la mirada hacia delante. En pocos segundos, el fuego no sólo lo había sujetado a él sino que lo había superado. Le había ganado en la carrera y ya comenzaba a consumir arbustos y árboles por delante de su posición. Megumi lo observaba a unos diez, veinte metros y Yuuji notó el amago de su amigo por volver hacia él.
— Detente, no vengas. Te va a consumir.
Elevando una mano como si aquello detuviese a Megumi, Yuuji intentó gritarle en el tono más amenazador posible.
Había funcionado. Megumi había dudado uno, dos segundos...y el fuego prácticamente se había elevado como un muro entre ellos.
Yuuji oyó los gritos de Megumi del otro lado, otras voces que no conocía forcejeando con él. Por alguna extraña razón, el miedo atenazante al incendio se había ido disipando lentamente en la mente de Yuuji y ahora sólo quedaba cierta ansiedad e incertidumbre al comprobar que el fuego no lo quemaba ni tampoco se le acercaba del todo.
Y en ese momento, lo sintió.
Su corazón fue más rápido que sus ojos al comenzar a latir rápidamente, golpeando su pecho mientras volteaba el torso hacia la dirección de donde provenía el incendio.
Un jadeo estrangulado surgió de su garganta al ver la figura de Satoru entre el fuego. Estaba...estaba literalmente rodeado por el fuego, no…
Él era el fuego.
Pese a la alegría de volver a verlo, algo no cuadraba y aquello eclipsaba un poco las emociones de Yuuji aún al distinguir la sonrisa perfecta en el rostro ajeno, la mirada dirigida hacia él.
— Tanto tiempo, Yuuji.
