BESOS SALVAJES
Libros Antiguos
Una mano firme la sujetó por el tobillo, y Hinata dejó escapar un pequeño grito. Intentó lanzar un enorme grito, pero el desconsiderado hipo lo ahogó dejándola con la boca abierta. Cruelmente, él la jaló de debajo de su cama.
Con frenesí, la muchacha agarró su falda con ambas manos, tratando de conservarla en su lugar en vez de tenerla apiñada alrededor de su cintura mientras se deslizaba inexorablemente hacia atrás. Lo último que quería era que su trasero desnudo apareciera primero.
La línea de sus bragas se veía bajo esa falda en particular (lo cual era una razón por la que no la llevaba a menudo, aunada al hecho de que había ganado un poco de peso y le quedaba ajustada), así que se había puesto las medias sin bragas. No era algo que hiciera con frecuencia, ¡pero justamente había tenido que hacerlo ese día!
Cuando estuvo completamente a la vista desde debajo de la cama, él dejó caer su tobillo. Hinata mantuvo la barriga sobre el tapete, hipando y tratando desesperadamente de recurrir a su ingenio para librarse de esa humillante situación.
El hombre estaba tras ella: podía sentirlo clavándole los ojos. En silencio. En un silencio terrible, horrible, desconcertante. Tragándose un hipo, incapaz de reunir el valor suficiente para mirar tras de sí, dijo con brillante ligereza, en su voz sin aliento:
—Je ne parle pas anglais. ¿Parlez-vous francais?—. Luego con un elevado acento francés (fingir ser tonto en latín le parecía un poco inverosímil)—: Servicio de habitaciones— hipo—. ¿Limpió el dormitorio de usted, oui?— hipo.
Nada. Todavía silencio detrás de ella. Iba a tener que mirarlo.
Levantándose cautelosamente sobre sus manos y rodillas, alisó su falda, se empujó con las manos hasta quedar sentada, y luego se las ingenió para levantarse sobre unas piernas muy temblorosas. Todavía demasiado perturbada para confrontar al hombre, enfocó la atención en un plato y un vaso vacíos encima de una mesa junto a la cama y, decidida a convencerlo de que era la chica del servicio de habitaciones, los señaló con el dedo, piando:
—Esó está sució. ¿Vous aimez que lo lavé, oui?
Hipo.
Y ese silencio pesado y gravitante. Y un crujido... ¿Qué estaba haciendo él?
Dando un profundo suspiro, se volvió lentamente. Y toda la sangre le desapareció del rostro. Advirtió dos cosas de inmediato, una absolutamente irrelevante, la otra terriblemente significativa: que era el hombre más impresionantemente hermoso que había visto en su vida, y que sostenía el bolso de la muchacha en una mano, mientras quitaba la batería de su teléfono celular con la otra.
Dejó caer la batería al suelo y la aplastó bajo su bota.
—¿S-Servicio de ha-habitaciones?— chilló ella, pero al recordar que debía hablar con acento francés otra vez, demasiado nerviosa para hacer más que balbucear, en medio de hipos, empezó a repetir la conversación elemental sobre el clima que había aprendido en un francés de principiante, pero seguramente él no sabría eso.
—Realmente, no está lloviendo, muchacha— dijo él secamente en inglés, pero con un pronunciado acento escocés—. Sin embargo, debo reconocer que este es uno de los pocos momentos que no lo ha estado haciendo desde la semana pasada.
El corazón de Hinata cayó en picado hasta los dedos de los pies. ¡Oh, maldito fuera, debería haber hecho un intento en griego!
—Hinata Hyûga— dijo él, arrojándole su licencia de conducir. La joven estaba demasiado atontada para capturarla; rebotó contra ella y cayó al piso.
Carajo. Merde. Condenado infierno.
—De Los Claustros. Vi a tu jefe hace un cuarto de hora, y dijo que me aguardabas aquí. Nunca habría adivinado que quería decir en mi cama—. Ojos peligrosos.
Fascinantes ojos. Se entrelazaron con los de ella, y la chica no pudo apartar la mirada.
—Bajo la cama— balbuceó Hinata, abandonando su ampuloso acento francés—.Estaba bajo la cama, no en ella.
La boca sensual del hombre se curvó en un indicio de sonrisa. Pero la leve diversión no tocó sus ojos.
Oh, Dios mío, pensó ella, quedándose con la mirada fija y los ojos muy abiertos. Su vida estaba probablemente en peligro y lo único que podía hacer era quedárselo mirando. El hombre era hermoso. Imposiblemente bello. Espantosamente bello. Nunca había visto un hombre como él antes. Era como si cada una de sus fantasías más oscuras hubiera cobrado vida. La sangre escocesa estaba grabada en todos sus rasgos cincelados.
Vestido con pantalones negros, botas negras, suéter pescador de color crema y un abrigo suave de cuero, tenía un cabello rubio y sedoso y algo largo hasta el cuello de su camisa, apartado de una cara salvajemente masculina con marcas en las mejillas. Los labios firmes, sensuales, el inferior mucho más lleno que el superior, nariz orgullosa, aristocrática, cejas rubias, sesgadas, y una estructura ósea por la que un modelo mataría. Una perfecta sombra de barba oscurecía su mandíbula intachablemente esculpida.
Seis pies cuatro pulgadas, al menos, adivinó ella. Poderosamente construido. La gracia de un animal. Los ojos azules y brillantes como zafiros.
La joven repentinamente se sintió como un montón de carne fresca.
—Parece que tenemos un pequeño problema, muchacha— dijo él con una sedosa amenaza, dando un paso hacia ella.
Sus hipos desaparecieron instantáneamente. El terror puro podía hacer eso. Mejor que una cucharada de azúcar o una bolsa de papel.
—No tengo idea de qué estás hablando— mintió ella más que un sacamuelas—. Simplemente vine a entregar el texto, y lo siento mucho, pero me distraje por todos tus tesoros tan preciosos, y sinceramente me disculpo por invadir tu casa, pero Shino me aguarda de regreso, y por cierto Bill me espera escaleras abajo, y no veo ningún problema—. Ella lo contempló con los ojos muy abiertos y se concentró en verse suave, estúpida y femenina—. ¿Qué problema?— Modesto aleteo de pestañas—. No hay ningún problema.
Él no dijo nada, solamente dejó su mirada descender hacia los textos robados desparramados alrededor de los pies de la muchacha, en medio de tangas y envolturas de condones.
Ella bajó la mirada también.
—Pues bien, sí, ciertamente tienes una activa vida amorosa— ella murmuró inexpresivamente—. Pero no tendré eso contra ti—. ¡Mujeriego!
La mirada que él le dirigió hizo que el pelo fino en su nuca se erizara. Su mirada se deslizó significativamente hacia los tomos otra vez.
—¡Oh! Tú quieres decir los libros. Así que te gustan los libros— dijo ella con ligereza—. No es algo grave— se encogió de hombros.
De nuevo él no dijo nada, solamente sostuvo su mirada fija, azulada e intensa. ¡Dios, el hombre era impresionante! La hacía sentir como... como Rene Russo en El caso Thomas Crown, lista para tirarse sobre el ladrón. Escabullirse hacia tierras exóticas.
Pasearse con el busto desnudo en una terraza con vista al mar. Vivir más allá de la ley. Acariciar sus antigüedades cuando no estaba acariciándolo a él.
—Och, chica— dijo él, negando con la cabeza—. No soy tonto, así que no me insultes con mentiras. Es obvio con verte que sabes precisamente lo que son. Y de dónde vinieron— agregó con suavidad.
La suavidad en él era peligrosa. Ella lo supo instintivamente. Suavidad en ese hombre significaba que estaba a punto de hacer algo que realmente, realmente, no iba a gustarle.
Y él lo hizo.
Apretándola con su poderoso cuerpo, él la retrocedió hacia la cama y le dio un empujón ligero que la tumbó sobre el colchón. Con la gracia de un tigre, la siguió abajo, inmovilizándola sobre la colcha bajo él.
—Te lo juro— ella balbuceó precipitadamente—, no diré esto a un alma. No me importa. Está bien por mí si los tienes. Tengo pocas ganas de ir a la policía o cualquier cosa de esas. Incluso no me gusta la policía.
» La policía y yo nunca nos hemos llevado bien. Me hicieron una multa una vez por ir a cuarenta y ocho en una zona de cuarenta y cinco; ¿Cómo podrían gustarme entonces? No tiene una pizca de importancia para mí si robas la mitad de la colección medieval del Met... digo, realmente, tienen seis mil piezas, ¿entonces quién iba a advertir unas cuantas pérdidas? Soy una excelente guardadora de secretos— prácticamente chilló—. Yo definitivamente... seguramente, cruzo mi corazón y espero por... er, no respiraré la palabra más pequeñita. Silencio. Muni es la palabra. Y tú puedes tomar eso por un...
Los labios masculinos se llevaron consigo el resto de sus palabras junto con su respiración.
Oh, Sí. Rene Russo aquí.
Esos labios sensuales se cerraron sobre los suyos, acariciando ágilmente, saboreando. Pero no tomando. Y por un momento absolutamente demente, ella quiso que los tomara. Que él le aplastara la boca en un beso duro, famélico, hiriente y la ayudara a encontrar ese rojo botón caliente del amor que nunca, ni una vez, había sentido siquiera un golpe tibio.
Que el hombre llenara su mente de mujer con fantasías que habría jurado no tenía. Sus labios traicioneros se abrieron bajo los de él. Temor, se dijo a sí misma; era simplemente que el miedo podía traducirse velozmente en excitación. Había sabido de personas que al encarar la muerte segura, repentinamente sentían una descarga de energía sexual que no podían evitar.
Tan estrambótica e intensamente excitada, ni siquiera vio que él anudaba un pañuelo alrededor de su muñeca hasta que lo apretó rápidamente, y fue demasiado tarde y ella estaba atada a su cama... su pecaminosa y decadente cama. Moviéndose con premura y gracia inhumana, hábilmente anudó la otra muñeca femenina al poste contrario.
Ella abrió su boca para gritar, pero él la atrapó con una mano poderosa. Yaciendo encima de ella, con la mirada fija en sus ojos, él dijo queda, cuidadosamente, enunciando cada palabra:
—Si gritas, me veré forzado a amordazarte. Prefiero no hacerlo, muchacha. Además, nadie puede escucharte aquí de cualquier manera. Ésta es tu elección. ¿Cuál será?—. Él elevó su mano infinitesimalmente, lo suficiente apenas para que pudiera oírla contestar.
—N-no me lastimes— ella murmuró.
—No tengo intención de lastimarte, muchacha.
Pero lo estás haciendo, estuvo a punto decir, luego se dio cuenta, con un rubor, que esa cosa dura clavándose en su cadera no era una pistola, sino una magnum de otro tipo.
Él debió haber visto algo en sus ojos, porque se levantó ligeramente. Lo que quería decir, concluyó ella con enorme alivio, que no iba a violarla. Un violador se habría desviado unas pocas pulgadas a la derecha, no habría levantado sus caderas.
—Temo que voy a tener que mantenerte aquí por un tiempo, muchacha. Pero no sufrirás daño en mis manos. Pon atención sin embargo: un grito, un ruido fuerte, y te amordazaré.
No había misericordia en su mirada. Ella sabía lo que él quería decir: podía estar sólo atada, o atada y amordazada.
La joven negó con la cabeza, luego asintió, demasiado aturdida para saber si se suponía que debía decir sí o no.
—No gritaré— prometió ella rígidamente. Nadie puede escucharte aquí de cualquier manera. Dios, eso debía ser verdad. En el nivel del penthouse, las paredes eran gruesas, no había nadie arriba, y se dejaba en paz a la elite a menos que demandaran algo.
Probablemente podría desgañitarse gritando, y nadie acudiría.
—Buena chica— dijo él, levantando la cabeza de Hinata con una palma y resbalando una almohada regordeta bajo ella Luego, en un movimiento veloz, gracioso, él se levantó de la cama y salió del dormitorio, cerrando la puerta tras de sí, dejándola sola, atada por pañuelos de seda a la pecaminosa cama del Fantasma Celta.
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Ella era del tipo que un hombre conservaba.
Naruto maldijo suavemente en cinco idiomas, recordando su pensamiento de más temprano, pasando la palma de la mano sobre sus pantalones. No ayudó. Ciertamente, acentuaba el problema: su erección estaba feliz por cualquier atención.
Mirando con ceño, fue ante la pared de ventanas, contemplando la ciudad sin mirarla realmente.
Había manejado todo mal. La había asustado. Pero no había podido ofrecerle palabras tranquilizadoras, pues había tenido que apartarse rápidamente, para evitar darle lo que su sangre había estado aullando por hacer. Aunque se dijo a sí mismo que había presionado sus labios contra los de ella únicamente para distraerla mientras la amarraba, la había besado porque lo había necesitado, porque, simplemente, no había sido capaz de evitarlo.
Había sido un sabor breve, dulce, sin lengua, pues sabía que si cruzaba esa barrera, se habría perdido. Yacer encima de ella había sido pura agonía, sintiendo el susurro de la oscuridad desenroscarse dentro de él, sabiendo que empujar dentro de ella haría retroceder las sombras. Sintiéndose frío y hambriento, haciendo al mismo tiempo un intento desesperado para ser humano y amable.
Había ido a Los Claustros, contento de cuán firmemente se había deshecho de todos los pensamientos sobre la muchacha escocesa. Allí, había descubierto que el paquete estaba rumbo a su apartamento, mientras que él había ido a buscarlo. El procurador, muy adulador y efusivo, le había asegurado que Hinata Hyûga lo estaría esperando, pues alguien llamado Bill ya había regresado, habiéndola dejado en su dirección.
Pero la muchacha no había estado abajo y en la mesa de Seguridad, guiñando el ojo y sonriendo abiertamente, le habían dicho que su "entrega" lo aguardaba en el piso superior. Al no encontrar a la mujer del museo en la antecámara, había recorrido con la mirada el cuarto, y entonces había oído ruidos arriba.
Había subido velozmente las escaleras y entrado en su dormitorio, sólo para descubrir el más precioso par de piernas que alguna vez había visto, asomando debajo de su cama. Muslos suculentos que quiso morder, tobillos delgados, bonitos y pequeños pies con talones altos y delicados.
Unas bellas piernas femeninas. La cama. Esas dos cosas, a corta distancia, se unieron para desviar toda la sangre de su cerebro. Las piernas se habían visto alarmantemente familiares y se había asegurado a sí mismo que estaba imaginando cosas.
Luego la había extraído a la fuerza por un tobillo y había confirmado la identidad de la muchacha atribuida a esas piernas divinas, y su sangre, que había hervido a fuego lento hasta entonces, rompió a hervir a toda marcha.
Con la mirada fija en su trasero bien proporcionado mientras ella había yacido inmóvil sobre su estómago, provocándole un ejército de fantasías, le había llevado varios momentos darse cuenta de que ella reposaba en medio de sus libros "prestados".
Lo último que necesitaba era a los oficiales de la ley del siglo veintiuno siguiéndole la pista. Tenía mucho que hacer, y muy poco tiempo para hacerlo. No podía permitirse complicaciones. No estaba listo para dejar Manhattan todavía. Había dos textos finales que necesitaba verificar.
¡Por Amergin, si casi había terminado! Unos pocos días a lo sumo. ¡No necesitaba eso! ¿Por qué ahora?
Inspiró profundamente, exhaló lentamente. Lo repitió varias veces.
No había tenido alternativa, se aseguró a sí mismo. Había sido sensato al atraparla inmediatamente. Por los siguiente pocos días, hasta que terminara su tarea, iba simplemente a tener que mantenerla cautiva.
A pesar de que podía usar magia, crear un hechizo de memoria para hacerla olvidar lo que había visto, no estaba dispuesto a arriesgarse. No sólo eran los hechizos de memoria cosas delicadas y a menudo dañinas, tomando más memoria que la pretendida al principio, sino que usaría magia sólo si no hubiera forma humana para manejar la situación. Sabía cuál era el costo en cada oportunidad. Los hechizos minúsculos para obtener los textos que necesitaba eran otra cosa.
No. Nada de magia. La muchacha tendría que soportar un breve tiempo de cómoda cautividad mientras él acababa de traducir los tomos definitivos, luego se iría, y la liberaría en algún sitio junto al camino.
¿Junto al camino hacia dónde?, demandó su conciencia. ¿Aceptas finalmente que vas a tener que regresar?
Suspiró. Los pasados pocos meses habían confirmado lo que había sospechado desde el principio: había sólo dos lugares donde podría encontrar la información que necesitaba: en los museos de Irlanda y Escocia, o en la biblioteca MacNamikaze.
Y la biblioteca MacNamikaze era de lejos la mejor opción.
Lo había estado evitando a toda costa, puesto que estaba cargada de peligros innumerables y variados. No sólo la tierra de sus antepasados hacía que su oscuridad interior se fortaleciera, sino que temía confrontar a su hermano gemelo. Admitir que había mentido. Admitir lo que era.
Después de discutir cruelmente con su Pa, Minato, y sabiendo que la cólera y la decepción en sus ojos había sido lo suficientemente mala, Naruto no estaba seguro de estar listo alguna vez para confrontar a su hermano gemelo, el hermano que nunca había roto un juramento en su vida.
Desde el atardecer en que había roto su voto y se había vuelto oscuro, Naruto no había llevado los colores de su clan, aunque un gastado trozo de su plaid Namikaze estaba arrugado bajo su almohada.
Algunas tardes, después de que se hubiera asegurado de que quienquiera fuera la mujer de turno estuviera en un taxi (aunque se acostaba con muchas, no compartía su cama con ninguna), apretaba su mano alrededor del pedazo de tela, cerraba los ojos y fingía que estaba en las Tierras Altas otra vez. Un simple hombre, nada más.
Todo lo que quería era encontrar la manera de arreglar el problema, para deshacerse de los oscuros por sí mismo. Entonces recobraría su honor. Entonces, orgullosamente, podría confrontar a su hermano y reclamar su herencia.
Si esperas demasiado tiempo, advirtió esa voz fastidiosa, podría no importarte reclamarla. Incluso podrías no entender lo que significa. Alejó con fuerza esos desagradables pensamientos, y ellos flotaron suavemente, con intensidad alarmante, directamente de regreso a la muchacha atada a su cama. Atada vulnerable e impotentemente a su cama.
Pensamiento peligroso, ese. Parecía que todos los que siempre tenía eran pensamientos peligrosos.
Pasando una mano a través de su pelo, se forzó a centrar su atención en el texto que ella había dejado en la mesita de café, rehusándose a insistir en el hecho desconcertante de que una parte de él había dado una mirada a la muchacha tan cerca de su cama y había dicho simplemente: Mía.
Como si desde el momento en que la había visto, que él la reclamara hubiera sido tan inevitable como el amanecer.
Varias horas más tarde, las emociones volátiles de Hinata habían recorrido el espectro completo. Estaba demasiado exhausta para tener miedo, bajando en picada del regocijo efusivo, por un momento, por haber insultado a su secuestrador, y después completamente asqueada consigo misma por su impetuosa curiosidad.
Eres curiosa como una gatita, pero un gato tiene nueve vidas, Hinata, el abuelo solía decir. Tú tienes solamente una. Ten cuidado con lo que haces.
Puedes decirlo otra vez, pensó, escuchando atentamente para comprobar si podía oír al ladrón circulando allí afuera. Su penthouse tenía uno de esos sistemas de música que podía oírse en cada cuarto y, después de una inicial explosión dolorosamente fuerte de una canción opresiva que sonó sospechosamente como esa canción de Nine Inch Nails que había sido censurada del aire unos pocos años atrás, el tipo había puesto música clásica. Había sido obsequiada con una mezcla de conciertos de violín en las pasadas pocas horas.
Si lo que intentaba era tranquilizarla, no lo había logrado. No ayudó que le picara la nariz y la única forma en que podía rascarse era enterrar su cara en las almohadas y sacudir la cabeza.
Se preguntó cuánto tiempo podría pasar antes de que Bill y Shino comenzaran a preguntarse dónde se había metido. Seguramente irían a buscarla, ¿verdad?
No.
Aunque ambos expresarían: "pero Hinata nunca se desvía de su rutina", ni cuestionarían ni acusarían a Naruto MacNamikaze. Después de todo, ¿quién en su sano juicio creería que el hombre era algo más que un rico coleccionista de arte? Si preguntaba, su capturador simplemente diría: "No, ella dejó esto y se fue, y no tengo idea de a dónde".
Y Shino le creería, y nadie lo presionaría, porque los hombres como Naruto MacNamikaze no eran de la clase que uno cuestionaba o presionaba gratuitamente. Nadie jamás lo imaginaría como un secuestrador y un ladrón. Ella era la única que sabía que las cosas no eran así, y sólo porque había permanecido idiotamente infatuada con sus artefactos y había ido fisgoneando hasta su dormitorio.
No, aunque Shino podría enviar a Bill a darse una vuelta por allí esa tarde, o más probablemente la mañana siguiente, para preguntar a qué horas se había marchado Hinata, eso sería todo. En uno o dos días, imaginaba que Shino realmente comenzaría a preocuparse, llamarla a casa, pasar de visita, incluso podría reportarla como desaparecida a la policía, pero había montones de desapariciones sin explicar en Nueva York todo el tiempo.
Un gran, gran lío, ciertamente.
Con un suspiro, sopló una cosquilleante hebra de pelo de su cara y se rascó nuevamente la nariz en la almohada. Él olía bien, el sinvergüenza, malvado y lascivo. Promiscuo, matón, amoral, cleptómano, lo más vil de lo vil, violador de textos inocentes.
—Ladrón— masculló con un pequeño ceño.
Inspiró, luego se contuvo. No iba a admirar su perfume. No iba a apreciar ni una condenada cosa de él. Suspirando, se deslizó serpenteando en lo alto de la cama hasta apoyarse, un poco más recta, contra el cabecero.
Estaba atada a la cama de un hombre extraño. Un criminal a quien de buena gana daría una patada.
—Hinata Hyûga, has tenido toda clase de problemas— se quejó, probando los lazos sedosos por centésima vez—. Pero este es el peor—.No muy apretado, pero irrompible. El hombre sabía cómo atar nudos.
¿Por qué no la había lastimado?, se preguntó. ¿Y simplemente qué demonios tenía intención de hacer con ella? Los hechos eran bastante simples y considerablemente horrendos; ella había logrado entrar a la guarida de un ladrón experto, astuto, y de primera clase. No un ladronzuelo o un ladrón de bancos, sino un maestro de ladrones que forzaba la entrada en lugares imposibles y robaba tesoros fabulosos.
Éstas no eran cosas de escasa importancia. No había miles de dólares dependiendo de su silencio, sino millones. Tembló. Ese pensamiento deprimente podría enviarla directamente a la histeria, o por lo menos, a una racha potencialmente terminal de hipos.
Desesperada por una distracción, se retorció tan cerca del borde de la cama como los lazos le permitieron, y miró con atención hacia abajo, en los textos robados.
Suspiró anhelosamente, deseando tocarlos. Sin embargo, sin ser los originales (cualquier original que valiera la pena estaba indudablemente resguardado en el Royal Irish Academy o en el Trinity College Library), eran exquisitas copias medievales tardías. Uno de ellos había caído abierto, revelando una preciosa página con letras mayúsculas irlandesas, las letras gloriosamente embellecidas con el intrincado trabajo de nudos entrelazados por los cuales los celtas eran célebres.
Había una copia del Lebor Laignech (el Libro de Leinster), el Leborna Huidre (el Libro de la Vaca Parda), el Lebor Gabala Erenn (el Libro de las Invasiones), y varios textos menores del Ciclo Mitológico.
Fascinante. Todos hablaban de los antiguos días de las hadas, o de Irlanda, llenos de cuentos sobre los Partholonianos, los Nemedianos, el Fir Bolg, los Tuatha de Danaan, y los Milesios. Ricos en leyenda y magia, y continuamente debatidos por los estudiosos.
¿Por qué los querría él? ¿Estaba vendiéndolos para financiar su fabuloso estilo de vida? Hinata sabía que había coleccionistas privados a los que no les importaba un bledo de dónde se obtenían los artículos, siempre que pudieron poseerlos. Siempre había un mercado para los artefactos robados.
Pero, se extrañó, tenía sólo artefactos celtas. Y sabía con seguridad que la mayor parte de las colecciones que habían sido asaltadas tenían en su haber muchos artículos más valiosos de muchas culturas diferentes. Objetos que no se había llevado.
Lo cual quería decir, por alguna razón, que era altamente selectivo y no estaba motivado solamente por el valor del artículo.
Negó con la cabeza, confundida. No tenía sentido. ¿Qué clase de ladrón no se sentía motivado por el valor de los artículos? ¿Qué clase de ladrón robaba un texto menos cotizado y dejaba docenas de artículos más valiosos sanos y salvos una vez que se había tomado el trabajo de traspasar la seguridad? ¿Y cómo había logrado vulnerar la seguridad? Las colecciones que había robado tenían algunos de los sistemas antirrobos más sofisticados del mundo, lo que requería puro genio para penetrarlos.
La puerta repentinamente se abrió, y ella saltó precipitadamente lejos del borde de la cama, asumiendo su expresión más inocente.
—¿Tienes hambre, muchacha?— dijo él con su profundo acento, pronunciando la "r" de forma gutural, recorriéndola con la mirada desde de la puerta a medias abierta.
—¿Q-qué?—. Hinata parpadeó. ¿No sólo el hombre cobarde no la mataría, sino que iba a alimentarla?
—¿Tienes hambre? Preparaba comida para mí mismo y se me ocurrió que quizá tuvieras hambre también.
Hinata caviló por un momento. ¿Tenía hambre? Estaba completamente famélica. Iba a tener que usar el cuarto de baño pronto. La nariz le picaba y su falda había quedado apiñada hacia arriba otra vez.
Y en medio de todo, sí, tenía hambre.
—Uh huh— dijo con cautela.
¡Sólo después de que se marchara se le ocurrió que tal vez así era como iba a despacharla: envenenándola!
Continuará...
Glosario:
- Libro de Leinster: El Libro de Leinster, antes conocido como Libro de Noughaval, es un manuscrito medieval irlandés recopilado hacia el año 1160 y conservado actualmente en el Trinity College.
- El Leborna Huidre: Lebor na hUidre o el Libro de la Vaca Dun es un manuscrito de vitela irlandés que data del siglo XII. Es el manuscrito existente más antiguo en irlandés. Se celebra en la Real Academia Irlandesa y está muy dañado: solo quedan 67 hojas y muchos de los textos están incompletos.
- El Lebor Gabala Erenn: Lebor Gabála Érenn /ˈlʲevoɾ ˈgavaːla ˈeːɾʲenː/ es un conjunto de manuscritos que relatan la construcción nacional irlandesa como suma de las distintas invasiones celtas desde su creación hasta el siglo XI, fecha en la que están datados.
