4. Holding out for a hero

I could swear there is someone somewhere watching me

I can feel his approach like a fire in my blood

Draco se sentía estupefacto.

¿Qué demonios estaba pensando Pucey para sorprenderlo así? ¿Acaso era una broma? La ridiculez de la situación hizo que Draco se riera a carcajadas del otro, quien sólo lo miró furioso.

—¡¿De qué te ríes, maldita sea?! —gritó Pucey—. ¿No te das cuenta de que te he desarmado?

—Oh, mi buen Dios —exclamó Draco cuando terminó de reír, mirando a un cada vez más enojado Pucey a la cara—. En serio que cada día te superas a ti mismo en tu sandez. ¿Qué significa esta payasada, Pucey? ¿De verdad piensas que tendiéndome esta estúpida trampa y desarmándome conseguirás lo que quieres de mí?

—¿Y cómo sabes qué es lo que yo quiero, Malfoy? —preguntó Pucey con voz peligrosa, cargada de un rencor tan grande que provocó un escalofrío en el cuerpo de Draco—. Lo único que has hecho, desde que te conozco, es burlarte de mí, provocarme sin darme nada a cambio. Pasar por encima de mí sin consideración. ¿Eso te ayuda realmente a saber lo que yo quiero de ti?

Ver tanto odio en los ojos de Pucey tendría que haberle advertido algo, pero Draco se sentía demasiado indignado como para ser precavido.

—Lo único que has querido de mí desde que me conoces lo puedo ver cada día en la manera en que me comes con los ojos y en tus inútiles insinuaciones que cada día son más abyectas e hilarantes —dijo Draco altaneramente—. Olvida de una vez por todas la idea de meter tu varita dentro de mis pantalones, porque con solo verte —lo miró de arriba abajo con evidente desprecio—, puedo decir que no es mágica. Al menos, no para mí. Ahora, devuélveme la mía y evítate problemas —finalizó, extendiendo la mano derecha hacia el imbécil y caminando con paso resuelto hacia él.

Pucey, sin dejarse amedrentar, levantó las dos varitas hacia Draco con actitud amenazante. Éste se detuvo en seco.

—¡Eres un maldito arrogante! —bufó Pucey—. ¿Así que mi varita no es mágica? —preguntó el otro en tono de burla—. ¿Y jamás podré meterla en tus pantalones? ¡¿Pues quién demonios te crees que eres?!

Draco dio un paso hacia atrás, dándose cuenta finalmente de la gravedad de su situación. Estaba acorralado por un Slytherin furioso, un Slytherin al que él había humillado y con evidentes deseos de venganza. ¿En verdad Pucey sería capaz de atacarlo a él, un auror, y poner en riesgo su trabajo sólo por las viejas rencillas que existían entre los dos? El cuero cabelludo comenzó a picarle, sudor helado recorriendo su piel. Sin embargo, no iba a demostrar pizca de miedo, claro que no. Tenía que salir ileso de aquello, y para lograrlo tenía que conseguir recuperar su varita a como diera lugar.

Así que sepultó su miedo en el rincón más alejado de su mente y trató de sonreírle a Pucey.

—Vaya, vaya, hombre, tranquilízate. Era sólo una broma, ¿dónde está tu sentido del humor? —le dijo mientras se armaba de valor y volvía a caminar hacia él. Si tan sólo conseguía acercarse un poco más para arrebatarle su varita—... No tenemos que recurrir a la violencia, ¿no somos viejos conocidos, después de todo?

Pucey lo miró con desconfianza. Mierda, iba a ser difícil engatusar así a otro Slytherin. Pero Draco no se rindió; era eso o era... No quiso ni pensar en la otra opción. No tenía idea de cuánta rabia o frustración podía estar sintiendo Pucey contra él en ese momento como para llevarlo a tomar la estúpida decisión de atacarlo en el archivo, pero realmente Draco no quería averiguarlo.

—Si en verdad quieres estar bien conmigo, ¿por qué no lo habías hecho antes? —espetó Pucey, alterado—. ¡Te lo pasas rechazándome, insultándome, hechizándome! ¡Yo no soy alguien a quien puedas humillar, Malfoy! —le gritó con el rostro colorado—. ¡Soy tan rico como tú, tan sangre pura como tú! ¡Soy más poderoso que tú, soy el maldito asistente del Ministro de Magia! ¡Alguien mucho más importante que un simple auror, mucho más importante que tú! ¿ES QUE NO LO ENTIENDES?

—Claro que lo entiendo, Adrian, lo entiendo —masculló Draco, obligándose a mostrarse seductor, obligándose a no demostrar el temblor que le recorría el cuerpo—. Es por eso que no te dije que sí a la primera, ¿no lo ves, tontito? Quise hacerme el importante, porque tenía miedo de que creyeras que soy fácil y me dejaras antes de...

—¡CÁLLATE! —bramó Pucey, dirigiendo las dos varitas hacia Draco—. ¡Ya no quiero nada contigo, bastardo! ¡Lo único que quiero es darte una lección, demostrarte que conmigo no se juega, que aquí en el Ministerio no es como en Hogwarts! Has dejado de ser el príncipe consentido de Slytherin, el preferido de Snape... Ya no tienes privilegios, ¿no lo ves? ¡Aquí y ahora me vas a pagar cada una de las que me has hecho! ¡Relaskio! —gritó finalmente, agitando las dos varitas hacia Draco.

El doble hechizo le dio en pleno rostro, golpeándolo como si un hipogrifo le hubiese soltado una patada. Cayó hacia atrás, de espalda sobre las cajas llenas de pergaminos que había estado apilando unos momentos antes; ni tiempo tuvo de quejarse ni de llevarse una mano al rostro cuando ya Pucey estaba encima de él, sentándose a horcajadas sobre su estómago y reteniéndolo con el peso de su cuerpo. Volvió a golpear a Draco en la cara, pero ahora lo había hecho a puño limpio, al estilo muggle, sin varita.

—Si creías que iba a caer en tu trampa, Malfoy —jadeó Pucey contra su cara—, estás muy equivocado.

Draco abrió los ojos justo a tiempo para mirar a Pucey dirigir de nuevo su puño contra él y descargar otro fortísimo golpe contra su mandíbula. Draco no pudo evitar el gimoteo que escapó entre sus labios; el dolor era insoportable, pensó que la cabeza le iba a reventar. Nunca nadie lo había golpeado con tanta saña.

"No te rindas, no te rindas... ¡eres un puto auror! ¡Demuéstrale la fibra de la que estás hecho!" le gritó una voz interior que, curiosamente, sonaba como la de Potter. Resistiendo el dolor y las ganas de sumergirse en la inconsciencia, Draco apretó los labios, giró el rostro hacia la derecha y, con su mano abierta, canalizó toda su magia hacia las cajas llenas de documentos que estaban de ese lado. Apretó el puño y, con un grito ahogado, dirigió esa magia hacia Pucey.

Las cajas se levantaron del suelo y salieron volando hacia el oponente de Draco, quien se vio derribado por ellas. Con un grito de dolor, Pucey cayó hacia un lado aplastado por kilos y kilos de pergamino. Draco, libre al fin, se arrastró un poco para alejarse y luego trató de levantarse. Olvídate de recuperar la varita, tenía que salir de ahí a costa de lo que fuera, llegar a la seguridad del corredor, y luego... luego ya vería qué hacer. Trastabillando, se dirigió hacia la puerta.

Estaba a un par de metros de llegar a ella, cuando una cuerda mágica envolvió sus pies a la altura de sus tobillos y cayó con estrépito hacia delante, dándose un fuerte golpe y quedándose sin aire.

Enseguida, Pucey estaba de nuevo encima de él. Giró a Draco hasta dejarlo boca arriba, se inclinó sobre él y tomó cada una de sus muñecas con las manos. Draco intentó zafarse, se removió con todas sus fuerzas, pero era imposible. Pucey era sorprendentemente fuerte y él, en cambio, estaba golpeado y atado. Se negó a mirarlo, tenía miedo que eso fuera un detonante para otro golpe, así que sólo esperó con los ojos cerrados. Podía escuchar la respiración agitada de Pucey justo a un lado de su cara.

—No estaba en mis planes llegar a esto —suspiró Pucey, el hálito caliente de su aliento chocando contra la mejilla de Draco—, aunque... ahora que te tengo a mi merced... creo que no me parece mala idea demostrarte que mi varita es mucho más mágica de lo que crees.

Draco abrió los ojos y lo miró con intenso odio, descubriendo con horror que los ojos del otro estaban llenos de lasciva y diversión. Pucey le sonrió con crueldad y lujuria.

—Te mataré —le masculló Draco con toda esa rabia e impotencia que sentía—. Si me pones un dedo encima, no descansaré hasta hacerte pedazos, hasta...

Pucey se rió a carcajadas, interrumpiéndolo, antes de oprimirse contra Draco, la dureza de su erección restregándose contra el vientre del auror, casi haciéndolo vomitar del asco que sintió.

—Eso, mi querido Malfoy —siseó Pucey, hablándole apenas a unos centímetros de su boca—, si queda algo entero de ti después de que hayamos terminado.

Lo dicho por Pucey —y lo peor, el tono de certeza con que lo había dicho— hizo que el alma de Draco cayera hasta sus pies. Si no hacía algo pronto, si no pensaba en algo rápido, Draco estaba seguro de que podía considerarse hombre muerto.

Miró a Pucey inclinarse hacia él con toda la intención de tratar de besarlo en la boca. Un desesperado movimiento de su cabeza consiguió evitar aquel contacto, pero no lo salvó de que Pucey depositara sus asquerosos labios sobre su cuello, sitio donde lo atrapó entre sus dientes y mordió a Draco con enorme saña.

Draco ahogó un grito; no quería demostrar su dolor. Gimió y peleó por soltarse, pero la fuerza de los golpes y la caída lo habían dejado sin aire y debilitado. Pucey, en cambio, aferraba sus muñecas cada vez con más fuerza. El otro mago se rió con ganas del vano esfuerzo que Draco hacía por soltarse mientras trataba de besarlo de nuevo en la boca.

—Eres toda una puta, Malfoy, eso es lo que eres, ¿verdad? Un calientapollas, desconsiderado y presuntuoso —se burlaba Pucey con crueldad mientras llenaba de saliva el rostro y el cuello de Draco, lamiéndolo y mordiéndolo sin misericordia—. Quise olvidarme de ti, quise ignorarte cuando me di cuenta de lo imposible que eres, pero... Maldita sea, algo tienes. No puedo dejar de pensar en ti, no puedo dejar de... Pero te lo quitaré... Te juro que en media hora estarás rogándome perdón por haber estado provocándome.

—¡No! —masculló Draco, luchando por liberar sus manos, empujando a Pucey con el cuerpo, intentando quitárselo de encima, girando la cabeza de un lado al otro para evitar sus repugnantes besos—. ¡No, no, suéltame...! ¡Suéltame, te digo! —Viendo que no tenía alternativa, tuvo que dejar de lado su orgullo y pedir por ayuda. Gritó con todas sus fuerzas hacia la puerta—: ¡AUXILIO! ¡Alguien, ayúdeme! ¡Aquí en el archivo, por favor!

Pucey se rió a carcajadas.

—¿Realmente creías que iba a entrar aquí por ti sin haber puesto antes un hechizo insonorizante en la puerta? —se burló Pucey, acercando las manos de Draco hacia su propia cabeza de modo que consiguió sujetársela y ya no pudo moverla.

Pucey lamió los labios de Draco antes de sumergir su lengua dentro de su boca, llenándolo de su apestoso aliento e invadiendo cada uno de sus sentidos de manera exagerada e insoportable. Draco estaba seguro de que vomitaría en cualquier momento; el asco, el miedo y el dolor comenzaron a hacer mella en su mente, oscureciendo todo a su alrededor. Pero Draco no podía permitirlo, perder la consciencia significaba rendirse y permitir que Pucey tuviera total disposición de su cuerpo, de su integridad, de su vida. Porque, ¿quién no le aseguraba que el maldito no lo asesinaría al terminar?

Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, Draco soltó una exclamación de rabia y movió rápidamente la cabeza hacia delante. Golpeó la frente de Pucey con su coronilla, provocando que éste se moviera un poco hacia atrás y dejara de besarlo. Pero si creyó que con eso Pucey lo liberaría, se equivocó.

—¡HIJO DE PUTA! —le gritó Pucey mientras su mano derecha soltaba a Draco—. ¡¿CÓMO TE ATREVES?!

Y antes de que Draco pudiera aprovechar para hacer algo con su mano libre, el puño de Pucey se estampó sonora y durísimamente contra su cara, con tal intensidad que la cabeza de Draco giró hacia un lado, se golpeó contra el piso de piedra y aún antes de darse cuenta de nada, Draco se descubrió con la boca tan llena de sangre que tuvo que escupir. Gimoteó y cerró los ojos apretadamente, dejándose perder en el entumecimiento del dolor, rindiéndose ante su agresor pues no le quedaba nada más con qué pelear, moviendo un poco la lengua y percibiendo cómo se le soltaba un diente.

Un diente. Había perdido uno de sus hermosos y perfectos dientes. ¿Qué más iba a perder por culpa de aquel cretino pervertido?, pensó Draco de manera ausente, divagando a propósito en tonterías, buscando cualquier excusa para liberar su mente del horror que estaba viviendo en ese momento.

—¡Me lo pagarás! ¡Ya verás, Malfoy, no quedará rastro de ti! —gritaba Pucey junto con otros insultos que Draco ya no escuchaba.

No escuchaba más porque Pucey lo había tomado de los hombros para levantarlo y azotarlo de nuevo contra el suelo, golpeando su nuca contra la piedra, nublándole la visión, haciendo que lágrimas involuntarias escaparan de sus ojos y provocándole tanto dolor que ya ni siquiera podía quejarse ni gritar. Una y otra vez Pucey lo vapuleó contra el piso, quedándose al fin satisfecho cuando Draco ya no tuvo más ánimo para oponerse a su ataque y quedó reducido a nada más que un cuerpo fláccido y apenas consciente.

Y justo cuando Draco creyó que todo estaba perdido, cuando comenzó a sentir las ávidas manos de Pucey moviéndose como serpientes sobre él, acariciándolo con feroz perversión, abriéndole el pantalón, rompiéndole la camisa... Draco cerró los ojos lo más apretado que pudo, gimiendo entre dientes y suplicando por desmayarse para no darse cuenta de lo que ocurriría a continuación.

Tan desfallecido estaba que cuando el sonoro "bang" de la puerta abriéndose con magia retumbó por la sala de archivo como si de un trueno se tratara, Draco ni siquiera se sorprendió. No pudo abrir los ojos para ver lo que estaba sucediendo, pero sintió que Pucey se quitaba de encima de él como si alguien lo hubiese empujado, y también oyó los gritos de muchas personas llenando la sala, gente peleando y hechizándose. Draco se percató de que alguien de grandes manos lo sostenía de los brazos, que lo sacudía un poco como si tratara de despertarlo y luego intentaba ayudarlo a incorporarse.

Pero Draco, derrotado y humillado, adolorido y con ganas de evadirse, se permitió sumirse en la piadosa negrura de la inconsciencia, ignorando la voz ronca y angustiada que le estaba hablando por su nombre; apenas dándose cuenta, justo antes de desmayarse, que las manos que un momento antes habían intentado levantarlo, ahora recorrían su rostro con dedos temblorosos y tiraban de su ropa rota tratando de cubrir su desnudez.

Sabiendo que se encontraba a salvo y sintiéndose extrañamente reconfortado, Draco se dejó perder.


Draco despertó y los recuerdos de lo vivido acudieron a su mente de inmediato. Contuvo la respiración durante un momento, acordándose de la paliza que le habían dado y temeroso de que todavía le doliera todo el cuerpo. Exhaló con lentitud y se sorprendió gratamente al descubrir que ya no le dolía nada. Con la lengua tanteó el hueco del diente que había perdido y, feliz, notó que lo tenía de regreso, sano y salvo, entero en su lugar.

Suspiró profundamente, aliviado de no sentir malestares pero muchísimo más aliviado de no estar condenado a ser un feo desdentado. Era una suerte que quien lo había curado (un sanador, seguramente) lo hubiera dejado como nuevo antes de despertar.

Abrió los ojos no sin algo de trabajo. De inmediato reconoció el pabellón de San Mungo reservado para el departamento de aurores y en el que él jamás había estado internado. No, sólo había estado ahí visitando a otros tontos que sufrían accidentes o recibían hechizos a horas de trabajo (Potter era el paciente más asiduo), pero a él jamás le había sucedido nada.

Hasta ese momento.

Con un estremecimiento, recordó la paliza que le había dado Pucey y casi se maravilló de no haber quedado con daño cerebral. Pero más allá de la mera golpiza, Draco pensó en todas las demás consecuencias y casi quiso gemir de la frustración al suponer que todos sus colegas sabrían ya cuál era el motivo de su estadía en el hospital. Maldijo entre dientes, horrorizado de verse a sí mismo como la casi víctima de un asalto sexual que no supo defenderse por sus propios méritos. Porque, ¡él era un auror, válgame los dioses! ¡Un mago altamente calificado, un sobreviviente de la guerra, uno de los mejores del departamento!

¡Uno de los dos candidatos a jefe, compitiendo a la par con el Niño que Vivió!

"¿O ex candidato, mejor dicho?", le susurró cruelmente la voz de su consciencia.

Draco volvió a cerrar los ojos. Su consciencia tenía mucha razón. Dudaba mucho que Shacklebolt continuara considerándolo como candidato a jefe después de semejante bochorno. Maldito Pucey, además de haberlo golpeado hasta casi matarlo, también había arruinado sus posibilidades de ganarle de una vez por todas al Cuatro Ojos más fastidioso de todos los cuatro ojos que el mundo había tenido el desagrado de parir...

—Malfoy —le habló alguien desde un rincón—. ¿Cómo te sientes?

Draco abrió los ojos, furioso y avergonzado por la intromisión. Giró su cabeza hacia dónde había provenido la voz.

Era Potter. Ahí, junto a la ventana con el paisaje falso, estaba el héroe vestido con su uniforme de auror pero hecho un desastre, despeinado y sucio como si hubiera estado en medio de una refriega (¿cuántas horas habían pasado?) y todavía con el mismo enorme chichón en la frente. Si no se hubiera sentido tan débil, Draco se habría reído de buena gana de la torpeza sin límites de Potter.

—Por amor de dios, ¿ni siquiera en el hospital puedes pedir que te quiten ese chichón? —susurró Draco, demasiado cansado como para levantar la voz—. Ese tipo de golpes salen con magia, ¿sabes?

Potter se llevó la mano a la frente, tan distraído que parecía no darse cuenta de lo que hacía.

—No tiene importancia. En realidad, acabo de llegar y ya me voy —dijo Potter con inusitada seriedad—. Shacklebolt sólo me mandó para ver cómo estabas, no creas que vine porque me intereses o algo.

Draco arqueó una ceja. Casi fue como si Potter le estuviese gritando que sí estaba interesado en él "o algo".

—Ajá.

Potter entrecerró los ojos y, súbitamente, pareció prenderse en llamas.

—¡Yo te pregunté si Pucey se traía algo entre manos y tú me dijiste que no! —gritó ante la estupefacción de Draco—. ¿Por qué demonios no nos dijiste que te estaba acosando? ¡Cuando los encontramos en el archivo estaba aprovechándose de ti, Malfoy, sin contar que te casi te mata a golpes! —finalizó, jadeando como si hubiera corrido un largo trecho y le faltara el aliento.

—Yo no dije que no se trajera algo entre manos —comenzó a decir Draco con lentitud, intentando comprender por qué Potter estaba tan enojado—, sólo te dije que no era nada que yo no pudiera resolver sin tu sagrada in...

Potter soltó una carcajada burlesca, casi histérica, un tipo de risa que Draco jamás le había escuchado.

—¡Oh, por supuesto! —afirmó Potter, dando un amenazador paso hacia la cama de Draco—. Era notorio que lo estabas resolviendo muy bien sin mi ayuda. Si no hubiera llegado a tiempo al archivo, no sé que...

—Entonces, ¿fuiste tú quien me quitó a Pucey de encima? —exclamó Draco a su vez mientras se incorporaba hasta quedar sentado, no pudiendo creer que su mala suerte llegara a tanto—. No, por favor. No puede ser posible...

Potter resopló despectivo y se cruzó de brazos.

—Si me sales de nuevo con esa patraña de la deuda de vida, te juro que te traigo a Pucey y lo dejo aquí encerrado contigo durante una semana. —Draco frunció los labios y no dijo más. No era que creyera en las amenazas de Potter, pero mejor no averiguarlo. Potter pareció satisfecho con su silencio, porque sólo agregó—: Muy bien. Ahora que te has callado, puedo informarte que Pucey está aquí mismo, hospitalizado pero en calidad de detenido por el ataque perpetrado contra tu persona. Ataque de índole sexual que se agrava por el hecho de que eres un auror. Así que en cuanto te sientas en mejor condición, haz favor de pasar al departamento legal para que tomen tu declaración. Tus padres... tus padres no saben nada del ataque. De hecho, la noticia no ha trascendido fuera de las paredes del Ministerio. Como sea, te recomiendo que les cuentes porque seguramente El Profeta no demorará en enterarse. Después de todo, se tendrá que saber por qué Pucey está en la cárcel.

Dicho eso, Potter comenzó a caminar hacia la puerta, todo él una oda al peor humor de perros del planeta.

—¡Potter, espera! —le pidió Draco y Potter se detuvo, aunque no se giró para encararlo—. ¿Por qué mierda Pucey está hospitalizado si yo no le hice absolutamente nada? —preguntó Draco con indignación—. ¡Debe estar fingiendo!

Potter titubeó un poco ante la puerta cerrada, su cuerpo esbelto y largo balanceándose casi imperceptiblemente, la túnica negra de auror resaltando ciertas partes de su cuerpo que Draco se empeñaba en no mirar fijamente.

—Porque —respondió Potter sin voltear a ver a Draco—... yo... bueno, al quitártelo de encima, creo que me pasé un poco en el uso de la fuerza que empleé para someterlo y... bueno, eso fue lo que pasó —dijo y abrió la puerta de inmediato.

Draco abrió la boca dispuesto a pedir más explicaciones, pero enmudeció repentinamente al descubrir que en el corredor estaban otro par de aurores que parecían esperar por Potter.

—Estoy listo —les murmuró Potter a los otros dos.

Los aurores, un par de novatos según recordaba Draco, tomaron a Potter de los brazos como si lo estuvieran custodiando, como si se lo llevaran detenido. Uno de ellos miró hacia Draco y, sin decir nada, cerró la puerta del pabellón, dejándolo con la boca abierta y con muchísimas más preguntas que respuestas.


El sol tenía rato de haberse ocultado cuando Draco salió al fin del departamento legal del Ministerio, acompañado de un extrañamente solícito Weasley que no se había despegado de su lado desde que lo dieran de alta de San Mungo y cuyo raro comportamiento, Draco sospechaba, tenía mucho que ver con "el secreto" que Potter y él le ocultaban. Draco podría haberlo mandado a la mierda desde hacía mucho si no hubiera estado tan perplejo por lo que había sucedido entre Potter y Pucey después de perdiera el conocimiento en el salón de archivo, y cuyo relato había llegado a sus oídos gracias a la misma Comadreja.

Draco y Weasley llegaron al departamento de aurores y se encaminaron al cubículo del primero. Draco miró a Weasley con el entrecejo fruncido porque éste no dejaba de seguirlo, pero no dijo nada mientras se dejaba caer pesadamente en su sillón. Apenas sí podía creer lo que había escuchado de labios de Weasley un rato antes, cuando a éste también le habían tomado su declaración.

—Así que, ¿bajo arresto, eh? —preguntó con un hilo de voz. Eso explicaba por qué dos aurores lo habían "escoltado" al salir Potter del hospital: lo estaban esperando para encarcelarlo en la celda de seguridad del Ministerio.

—Ajá. —Weasley, quien se había sentado enfrente de Draco, estaba jugueteando con el costoso juego de plumas que éste mantenía en su escritorio—. Cuarenta y ocho horas, y entonces será libre otra vez —dijo como si tal cosa.

Draco casi pierde los estribos ante la exasperante calma del otro.

—¡¿Cómo demonios puedes estar tan tranquilo, Weasley?! Potter no se conformó con quitarme a Pucey de encima, sino que lo golpeó hasta casi matarlo, y ahora está arrestado por el abuso de fuerza, retrasando nuestra investigación y arruinando su reputación... ¡¿y a ti no te importa?! —bramó con incredulidad.

Weasley dejó sus finas plumas en paz y lo miró largamente.

—No es que no me importe, Malfoy. Las cosas están bien ahora, ¿para qué preocuparse? A ti no te pasó nada demasiado grave, lo cual a mí no me hubiera importado mucho, deberé confesar —dijo sonriendo con burla y Draco lo miró con furia. Weasley soltó una risita antes de continuar—: Pucey está lo suficientemente vivo como para asistir a su juicio y cumplir su condena, y Harry... —Weasley desvió la mirada antes de completar—: Bueno, Harry las ha pasado peores, créeme. Un rato de encierro no es nada para él.

Draco se frotó la cara con las manos. No comprendía a Weasley, no cuando él estaba a punto de un ataque de nervios. Todo eso no hacía más que demorar la misión del escuadrón, sobre todo ahora que sus investigaciones apuntaban a que Campbell estaba oculto en el mismísimo Glencoe, donde la mitad de los habitantes eran sus parientes y de seguro alguno de ellos lo estaba ocultado.

Suspiró y decidió enfocarse en eso precisamente, después de todo la noche era joven y Weasley y él todavía podrían trabajar un par de horas antes de irse a descansar. Así que sepultó a Potter en lo más profundo de su mente y le contó a Weasley todo lo que había conseguido averiguar en el archivo acerca de la familia Campbell. Weasley tomó nota con sumo interés y cuando Draco terminó, también le informó el resultado de las pesquisas que habían hecho Harry y él.

—En Londres localizamos a una prima segunda de Campbell, squib a mayores señas, y ella nos contó cosas bastante interesantes de toda la familia que se quedó en Escocia. De hecho, el odio que los Campbell le tienen a los no-mágicos fue la razón porque la buena señora tuvo que huir de su pueblo natal a la ciudad. Nos estaba proporcionando algunos nombres de los familiares más problemáticos que ella cree podrían estar ayudando a Campbell, cuando Harry se dio cuenta de lo de Pucey y tú, y entonces tuvimos que interrumpir la entrevista para regresar al Ministerio a buscarlos. Quedamos de regresar con la prima de Campbell, pero sinceramente no creo que sea ne...

—¿QUÉ? —lo interrumpió Draco, no muy seguro de lo que acababa de escuchar—. ¿Puedes repetir eso, por favor? —Weasley lo miró como si no comprendiera, y Draco especificó—: ¿Cómo demonios pudieron Potter y tú darse cuenta de que Pucey me estaba atacando en el Ministerio?

Weasley palideció tanto que sus pecas resaltaron más en su rostro.

—Yo no dije eso —jadeó.

—Oh, sí. Claro que lo dijiste —afirmó Draco, echando el cuerpo hacia delante para intimidar a Weasley—. Dijiste "cuando Harry se dio cuenta de lo de Pucey y tú".

Weasley abrió los ojos de manera cómica. Draco se habría reído de él si no hubiera estado tan furioso y curioso de enterarse de una vez de qué era lo que estaba pasando ahí.

—Ah... yo, este... Verás, Malfoy... Um. ¿Cámaras de seguridad? —intentó Weasley, pero Draco negó con la cabeza, una sonrisa feroz en su rostro.

—Weasley, ahora mismo me vas a decir la verdad. Exijo saber de qué se trata este asunto que tú y Potter se traen conmigo, si no quieres que regrese a declarar que ustedes dos estaban enterados de antemano de las intenciones de Pucey hacia mi persona y no hicieron nada para evitarlo.

Weasley pasó del lívido al rojo en menos de un segundo.

—¡Eso no es cierto! ¡Ni Harry ni yo seríamos capaces de hacerte algo así, Malfoy! ¿Quiénes te crees que somos?

—¡Unos mentirosos que me han estado ocultando algo! —gritó Draco a su vez—. Voy a contar hasta tres para que me reveles el secretito que se traen entre manos, porque si no...

—¡De acuerdo, de acuerdo! —se resignó Weasley, dejando caer una valiosísima pluma de águila al suelo. Se demoró algunos segundos en responder, apretando los labios, como si se lo pensara mucho antes de hablar—. Harry va a matarme por esto, pero tal vez sea mejor si tú también lo sabes —dijo al fin, mirando a Draco directamente a los ojos con suma seriedad.

Draco esperó, cayendo en cuenta de repente que lo más probable era que esa revelación no le fuera a gustar. "En serio, ¿ahora en qué demonios estoy metido?", pensó con un poco de temor.

Weasley suspiró y comenzó a contar:

—Lo que sucede es que Harry tiene algo contigo. ¡No, no, no! No pienses mal, Malfoy. Es algo raro. Algo mágico fuera de nuestro control, fuera del control de Harry. Él ha estado... desarrollando un... un lazo hacia ti. ¿Entiendes? ¿Una especie de atadura invisible? Algo que lo enlaza contigo y con tus emociones, aparentemente. Totalmente en contra de su voluntad, debo agregar.

—¿Qué? —bufó Draco.

Weasley se encogió de hombros.

—Sí, hombre. Sé que suena jalado de los pelos, y yo tampoco lo creí la primera vez que me lo dijo. Pero con el pasar del tiempo tuve que aceptarlo al ver lo mal que lo pasaba y, después de lo de hoy, ya no me queda ninguna duda.

Draco sacudió la cabeza, intentando despejársela. Tal vez Pucey sí le había ocasionado algún daño cerebral, después de todo.

—¿Podrías explicarme con todo detalle a qué te refieres cuándo dices que Potter está atado a mí? —preguntó con gran lentitud.

—Bueno, él dice que desde el día de la Batalla de Hogwarts, cuando te rescató del Salón de los Menesteres en llamas, ha sentido —Weasley arrugó el gesto como si le diera asco lo que iba a decir a continuación—... cierta atracción hacia ti. Jura que fue desde ese momento, así como por arte de magia, y por más que ha hecho para negarlo o para evitarlo, por más que ha tratado de enamorarse de otras personas, simplemente es así. Inevitable e irresistible, dice. Según él, cuando está cerca de ti siente como si tu cuerpo llamara al de él a gritos, como si fuera una fuerza magnética que lo instara a acercarse.

Weasley, más enrojecido que antes, se silenció durante un momento. Era evidente que no estaba mintiendo, se le veía demasiado abochornado como para eso.

Draco lo miró boquiabierto. Desde el día de la Batalla de Hogwarts, decía Weasley. Pero, eso... eso había sucedido hacía años. La vida los había llevado por caminos diferentes durante un tiempo, pero luego, para desencanto de ambos, se habían reencontrado ahí en el departamento de aurores. Y aunque habían estado en competencia el uno contra el otro por el puesto de jefe, Draco tenía que reconocer que Potter jamás se había portado mal con él, siempre había sido un compañero distante pero amable. Y el día anterior, lo había besado en un pub de Escocia, aparentemente incapaz de controlarse a él mismo. Un beso del que, por lo visto, Weasley no sabía nada.

El pelirrojo afirmaba que era una atadura mágica, pero Draco tenía sus dudas. No sería... ¿no sería más probable que Potter sólo estuviera enamorado de él?

Aunque esa idea era todavía más increíble. Tanto, que su cerebro se resistía a procesarla.

Draco sacudió la cabeza para despejársela.

—Weasley —jadeó con la boca seca—. Continúa, por favor. Porque supongo que hay más, ¿no?

Weasley suspiró y asintió con gran dramatismo.

—Vaya que sí. ¡Pero no creas ni por un momento que esta información te saldrá gratis, eh! Voy a pedirte algo a cambio.

Draco miró a Weasley con enojo, pero la verdad era que su curiosidad podía más. Necesitaba saber. Sin tener idea en qué líos estaba metiéndose, afirmó lentamente con la cabeza sellando aquel trato.