Kai-Kyou, quinto año de la guerra.

—Se acabó —declaró Hak, poniéndose en pie—. ¡Me largo!

—Pero Hak, ¿qué dices? —preguntó Soo-Won con los ojos abiertos en alarma. Por toda respuesta, Hak rodeó la mesa de guerra y Soo-Won tuvo que hacer un esfuerzo consciente para no sentirse intimidado ni dar un paso atrás. La luz de las lucernas velaba el semblante de Hak y el pelo le caía sobre el rostro. El alto cuerpo tenso, la mandíbula de líneas rectas y los labios apretados en una fina mueca de violenta contención. Sí, Hak intimidaba, aunque jamás lo reconocería en voz alta.

—Vamos a ver —acabó diciendo Hak—, el pretexto de rescatar a lady Lili quedó descartado hace tiempo, cuando es más que obvio que ella quiere estar aquí —Ninguno de los caudillos presentes se atrevió a mirar al marido ultrajado y al padre abandonado—. ¿Por qué seguimos aquí? —preguntó, mirando directamente a Soo-Won, que guardó silencio.

—Por la gloria —se atrevió a decir su segundo, Kye-Shook, dando un paso al frente.

—¿Qué gloria hay en un asedio? —preguntó a su vez Hak, volteándose para encararlo—. ¿Que se mueran de hambre y entrar en una ciudad muerta? —Aquí hizo una mueca de fastidio—. Eso no va a pasar. Tienen líneas de suministro que no podemos cortar, porque también son los que nos abastecen a nosotros —Luego volvió a mirar a Soo-Won—. Y tú lo sabes.

—Hak, no te permito irte —le dijo Soo-Won, endureciendo la mirada, que se tornó de azul helado—. Te necesito a ti y a tus hombres.

—Intenta detenerme —lo retó Hak. Y los allí presentes asistieron a un extraño duelo de miradas y de voluntades, que, por silencioso, no dejaba de ser menos intenso. Si los dos líderes de las fuerzas de Kouka se enfrentaban entre sí, si la brecha que ya existía entre ellos se acentuaba hasta romper en pedazos su frágil estatus, ¿qué sería de las tropas? ¿Quién los lideraría en el combate?

—Dame un año más —le dijo Soo-Won, llevándose una mano al puente de la nariz, sintiendo la migraña sobrevenirle—. Dame un año más para la victoria.

Hak exhaló aire con brusquedad y cambió de peso los pies, apoyándose primero en uno y después en el otro, mientras tomaba en consideración la propuesta. Luego soltó un par de refunfuños y rezongos, que lo hicieron parecerse más que nunca al viejo Mundok, su abuelo, para después dejar caer los brazos laxos a los costados.

—¿Me dejarás intentarlo a mi modo? —le preguntó, mirándolo de medio lado, como desafiándolo a que le dijera que no.

—Si no hay más remedio… —convino Soo-Won, ladeando la cabeza. Hak enarcó una ceja y Soo-Won puso los ojos en blanco—. Tienes mi palabra —añadió entonces.

—Un año —le dijo Hak, alzando el dedo índice entre los dos—. Ni un solo día más.