Chapter 4.
{En honor a Cameron Boyce. Descansa en paz}
El sábado el hambre siguió, y también el domingo. Para el lunes en la mañana, ya no quedaba nada en el refrigerador de la habitación, y Jay y yo teníamos miedo de abrir el de mi madre, que estaba cerrado y ella llamaba su "Caja Fuerte" donde también tenía escondido su libro de hechizos.
Nos fuimos sin desayunar a Dragon Hall.
-¿Ahora somos algún tipo incómodo de pandilla o qué?—me pregunto Jay cuando estábamos sentados juntos en el almuerzo.
Evie se había sentado conmigo en la mayoría de las clases, aunque no hablamos.
-No lo sé —dije, mirando mi comida; un Sandwich de pan rancio, lechugas para nada frescas y algo que parecía carne de caballo—. Pero, ¿qué haces aquí sentado? —dije, mirandolo con una ceja alzada.
Él se encogio de hombros, bajando la mirada a su plato con una lata de sardinas.
-Muero de hambre —gimio.
Uma no apareció hasta el martes, con algunas marcas de heridas, como yo; excepto porque su cabello olía a camarones. Por su mirada, sabía que eso no terminaria allí, pero por ahora, me conformaria con llamarla camarón.
El miércoles, me sorprendió ver a Carlos y Jay juntos en Defensa Personal; Carlos era terrible, obviamente, pero ver a Jay con alguien (que no fuera yo) solo por estar, era algo raro.
El jueves, nos sentamos todos juntos en el almuerzo aunque, otra vez, nadie habló.
El viernes, ya no hubo almuerzo.
Era de noche, y yo no dejaba de dar vueltas en mi cama, con la sensación de que mi estómago, muerto de hambre, había decidido comerme a mi misma. Succionarme.
Había ido a robar algo con Jay para la tienda de Jaffar después de la escuela, y ambos aprovechamos de robar algunas frutas en el mercado, pero la mayoría estaban demasiado podridas para comerlas, y de nuevo tenía hambre.
Lentamente, sali de la cama y me arrastre por el pasillo hasta el piso de abajo, donde estaba el refrigerador de mi madre, cerrado. Pero yo sabía abrir cerraduras.
A la mañana siguiente, cuando desperté sintiendome mejor, mamá ya se había dado cuenta. No me dijo nada, nunca lo hacía cuando tenía que darme estos castigos. Solo me pidió que subiera a su habitación.
No grite, si lo hacía, solo la motivaba, pero Jay fue muy conciente de los moretones en mi cara y las vendas en mis manos y brazos. Evie y Carlos también se dieron cuenta el otro Lunes, pero como dije, lo que pasaba en casa, se quedaba en casa, así que ninguno hablo de eso, ni de ninguna otra cosa.
Ese mismo Lunes, tampoco hubo almuerzo, ni tampoco el martes.
El miércoles por la mañana, muy temprano, había salido del castillo y había mirado dentro de la basura, dudosa. Al final... Lo hice.
Mientras lo hacía, no podía evitar odiar Auradon, odiar a la Bella y la Bestia, odie a Aurora y su descendencia, y también, odie a mi madre.
Por supuesto, no lo soporte mucho tiempo, porque diez minutos después empecé a vomitarlo todo, y juro que por un momento pensé en llorar, pero no lo hice, porque aunque nadie estuviera allí viendome, sabía que si lo hacia, perderia toda mi fuerza, todo aquéllo que me había ayudado a sobrevivir todos esos años, y necesitaba esa fuerza, la necesitaba más que nada.
Suspire y miré el cielo, como diciendo "¡Dios, estoy aquí!". El cielo, como todo en esta Isla, estaba contaminado. La barrera impedia que cualquiera cosa entrara o saliera, y eso incluía el humo de las chimeneas o fogones, o como cuando quemaban la basura después de que esta se acumulaba demasiado, o los cuerpos de los muertos. El humo había creado con los años una nube gris negruzca arriba de nuestras cabezas, que bloqueaba la luz del sol, creando una piel pálida en nosotros, casi fantasmal. Nada, ni siquiera la lluvia, perforaba la barrera, incluso cuando llovia aquí dentro, parecía una ilusión, con agua oscura y sucia, no potable. Además, el hecho de que cada vez que lloviera aquí no lloviera afuera, me hacia imaginar al Hada Madrina, agitando su barita con aburrimiento y diciendo: "Pobres desgraciados, ¿por qué no se mojan un poquito mientras yo disfrutó del sol de Auradon?"
Como todos los mamíferos, nosotros necesitábamos de la luz del sol, y la falta de ella y la mala alimentación generalmente provocaban problemas serios de salud. Carlos, por ejemplo, era demasiado pequeño y débil para los niños de su edad, aunque talvez también tiene algo que ver con que Cruella de Vil, su madre, una gran fumadora, fumara también durante el embarazo.
Talvez los de Auradon no lo saben, no lo pensaron o no se dan cuenta (o, simplemente, no les importa), pero el encierro, y digo el encierro mágico y en las condiciones en las que estamos, hacen cosas raras en las personas.
Algunos tienen sentidos más desarrollados que el resto (Olfato, Vista, Oído), que habían aprendido a usar con los años aquí, algo así como un instinto de supervivencia. Otros, tenían resistencia o fuerza, mucha fuerza (Aunque no del tipo de fuerza mutante, duh) que era producto de algún tipo de tolerancia después de tantos golpes y torturas. No estoy diciendo que seamos seres súper dotados, me refiero a que, solamente, el cuerpo se adaptó a ciertas condiciones necesarias para vivir.
Otros teniamos marcas de nacimiento, entre los más comunes el color de cabello, que era tan parte de nosotros como un brazo o una pierna (como por ejemplo el cabello verde agua de Uma, el azul oscuro de Evie, el blanco de Carlos, o el mío morado), sin ser tintes o extensiones. Talvez, se deba a la cantidad de químicos y tóxicos que se respiran en el aire, o a la magia que irradia constantemente la barrera (o la combinación de ambas cosas). La verdad, no tengo ni idea, sólo se que así naci.
Volví a suspirar, pero esta vez de manera entrecortada, mirando el cielo nublado, que había estado así desde antes de mi nacimiento, negandome la oportunidad de ver cómo era el sol, o las estrellas, o cualquier cosa. La Isla de los Perdidos no era más que un hogar falso, una ilusión donde, como dice mi madre "no merecemos" el derecho a nada.
Porque éramos villanos... Y estábamos podridos.
Solte una especie de risa histérica, que me hizo preguntarme si me estaba volviendo loca. Aunque claro, no sería tan malo eso de desconectarse de la realidad por un rato.
Heche la cabeza hacia atrás, recostandola en el frío y sucio metal del contenedor de basura, y cerre los ojos. De nuevo, sentí algo quemarme en el pecho y asfixiarme.
Un sonido penetrante, como el que hace un barco al avisar e llega a un puerto, hizo que me enderezara de golpe y abriera los ojos como platos. En realidad, ese si que era el sonido de un barco, solo que este no era un barco normal, y no estaba llegando un puerto, sino a la Isla.
«Y yo tenia que llegar primero»
Quise correr al interior del castillo, pero Jay ya venía saliendo, con el cabello castaño, que ya le llegaba hasta los hombros como a mi, todo despeinado. Me lanzó el gran saco marrón que siempre utilizaba en estas situaciones.
-Joder, esa maldita cosa me a despertado—gruño
-Joder, esa maldita cosa nos trae provisiones —dije, sarcásticamente.
La carrera a la entrada de la Isla fue interminable, con todo un enjambre de villanos (en su mayoria a los jóvenes que sus padres obligaban a ir a pelear), detrás de nosotros.
Cuando llegamos, mire la embarcación de colores amarillo y azul, mientras apartaba a personas con codazos para poder estar al frente.
Todos nos quedamos estáticos, casi helados, como si fuera la primera vez que algo de esto pasaba, pero no recuerdo la última vez que lo vi; la barrera se abrió.
Solte un suspiró entrecortado mientras una ráfaga de aire, y digo aire puro, con olor a sal marina y no a basura, entró por mis fosas nasales.
Nadie se movió mientras tres grandes container se habrían paso por las aberturas de la barrera. Alce la mirada hasta la cubierta del barco, donde un montón de guardias nos miraban, cautelosos por si intentabamos huir; estos guardias, a diferencia de muchos que veía en televisión en algún evento del palacio, no iban con espadas filosas atadas a las caderas, sino con rifles.
Y así como vino, el barco se alejo, y no fue sino hasta que estuvo lo suficientemente lejos y la barrera cerrada, que los container se abrieron, como si fueran manejados con control remoto. Y fue cuando se desato el caos.
Yo corrí como loca, directamente al container del centro, el que estaba llenó de comida, mientras algunos se dirigian al de la derecha, lleno de ropa, o otros al de la izquierda, llena de artículos de baño, repuestos u otras cosas que nos pudieran ser útiles.
Auradon nunca nos dejaba cosas buenas o nuevas; la ropa estaba rota y gastada y la comida caducada o podrida. Normalmente, los container luego se acumulaban en el deposito de chatarra, que también era un tiradero, aunque aquí lo llamabamos "El Abismo Negro" para mantener todo eso de los nombres escalofriantes y blah blah blah. Siempre eran un buen refugio para los vagabundos o aquéllos que habian perdido completamente la razón, viviendo entre la basura de la basura, y sobre algunos cadáveres (es decir, la gente también moria aquí, talvez con más frecuencia que en Auradon, y no contabamos con cementerios dignos y quemarlos producia un olor horrible que, al igual que todo, se quedaba estancado en la barrera, así que se hacían pocas veces).
Tome un montón de latas de frigoles y las sardinas enlatadas que tanto Freddie me pedía, además de algunas verduras y muchas frutas, y lo primordiar; agua, tanta agua como pude. El agua era lo unico que venia puro, y era difícil de encontrar aquí, porque siendo honestos, yo nunca tomaría del agua de Bahía Pirata, donde Ursula se daba sus baños.
Cultivar aquí era imposible, con una tierra negra e infertir, y no podiamos criar animales (si no morian por algo en el ambiente o mala alimentación o maltratos, alguien los cocinaba para la cena).
Empuje a varios y di puñetazos, incluso mordi la mano de alguien cuando intenté salir del container. Me masajee el hombro donde alguien me había golpeado y limpie la sangre de mi labio, feliz, mientras cargaba mi sacó llenó de comida.
-¡Hola!—la voz chillona de Evie me sobresalto.
Venia con una pesada mochila azul en la espalda y más atrás venia Carlos, con el aspecto de no haber conseguido mucha comida.
-Hola...
-Vaya, que lindos, pero no les recomiendo quedarse aquí parados —dijo Jay, llegando con las manos llenas de baratijas para la tienda de su padre.
Él tenia razón; ya varios estaban saliendo de los container, y hoy sería día de robo en toda la Isla.
Al final, encontramos unas viejas escaleras que llevaban a lo que parecían los loft de las películas de la TV, seguramente perteneciente a alguna pandilla; aunque se vía que nadie iba allí desde hace años.
Todos suspiramos, cansados, y nos sentamos en el piso.
Empezamos a intercambiar algunas cosas, por ejemplo, Jay le dio a Carlos una bolsa de bananas no tan negras a cambio de un collar de imitación de diamantes que este pensaba darle a su madre, e Evie y yo nos distribuimos unos lápices de colores y hojas; por lo visto, ambas sabíamos dibujar muy bien, pero Evie dibujaba vestidos.
-Oh, mira—dijo Jay, sacando una bolsa rosa que le lanzó a Evie
Esta la abrió, dudosa, y luego soltó un chillido que me dejo sorda mientras sacaba unas paletas de maquillaje en no tan mal estado.
-¡Esto es genial, Jay! ¿Qué aceptarias a cambio de esto? —pregunto, con los ojos marrones brillando.
Jay chasqueo la lengua.
-Nah, quedatela —dijo.
Todos nos sorprendimos, y aunque era obvio que Jay no usaria esa bolsa, él era del tipo de personas que decían "¿Quieres esto? ¡Pues qué mal, porque es mío!" aunque no lo quisiera o lo usará. Al principio pensé que el regalito era alguna forma de ligar con Evie, pero Jay se veía sincero y se mostraba bromista y de buen humor.
Ya cuando estábamos saliendo, me cruce con Carlos.
-¡Ey, Mal!
Carlos y yo éramos muy parecidos en tamaño, y aunque era algo débil y flacucho, en sus ojos marrones había una inteligencia y astucia superior.
-¿Si?—pregunte, frunciendo el ceño.
-Eh... Bueno, quería agradecerte por ayudarme en la fiesta de Evie—dijo, frotandose la nuca.
Yo arquee una ceja. Según recuerdo, lo único que pensaba hacer ese día era arruinar cosas, no ayudar personas.
-Me refiero... A lo de Beelzebut—dijo, carraspeando.
Recorde al gatito que murió por culpa de Harry y como yo le había recordado a Carlos mostrarse firme.
-Ah, bueno, no fue nada—dije, pues no estaba acostumbrada a este tipo de conversaciones. Cambie el peso de una pierna a otra, incómoda.
¿Gracias? ¿De nada? ¿Tanto habíamos caído, que ya usabamos esas palabras?
Él suspiró, afligido.
-Era una de las crías de Lucifer... —murmuro.
No se por qué, pero puse una mano en su hombro y le di un apretón.
-Lamento mucho lo de tu gato. Harry es un idiota, un idiota monumental—dije.
En realidad, no estaba segura de que ese gato, de haber vívido, hubiera durado más de una noche en la misma casa que Cruella de Vil, la aficionada en matar animales y usar su piel para guantes, bufandas o lo que sea. Por supuesto, la mujer estaba chiflada y no dejaba de hablar de sus dálmatas, pero aún sin ser el casó, nunca había escuchado de un animal que durará de mascota en la Isla, además del propio Lucifer.
Él me sonrió, vacilante, mostrando unos hoyuelos.
-Gracias, Mal—dijo.
Yo intenté sonreírle, pero talvez pareciera una mueca, así que simplemente asinti y di media vuelta.
Maldición, solo esperaba que después de esto no pensara que quería ligar con él.
El Jueves, desayune antes de ir a Dragon Hall y si hubo almuerzo, uno que comparti con Evie, Carlos y Jay. Esta vez, si hablamos.
