— Astérope —saludó en un mumullo, arrastrando su nombre con simpleza y tomando una respiración profunda.
— No es necesario que establezcas una conversación —interrumpió nimia, robando la palabra—. Jamás lo fue.
Era evidente que él esperaba una mejor bienvenida, una más cálida y menos tosca.
— La cortesía de un Sakamaki no es cuestionable, no podría ser otra cosa, claro —contestó, analizando cada ápice de su ser, sus esmeralda viajaron desde sus pies descalzos, hasta sus clavículas desnudas, contempló su vestido, sus aretes, la tobillera plateada y su anillo. El pelirrojo volvió su vista y atrapó los ojos de la contraria, en una fría y calculadora mirada—. ¿Seguirás con tu rabieta? No tengo la intención de aguantar algo así hoy.
— ¿Disculpa? —frunció notablemente el ceño y abrió la boca para iniciar una protesta.— No es una rabieta, evite una serie de modales absurdos, al final, eventualmente terminamos en nuestro reencuentro pasional.
Se sentó en el borde de la cama y con una casi indescriptible mueca lo invitó a sentarse junto a ella.
— Estoy seguro que es lo que estás haciendo justo ahora —sonrió sugestivo, lleno de burla. Desafortunadamente era bastante conciente de su situación, una relación insensible, con ocasionales encuentros sexuales y aún así, él lo seguía pensando o quizá sólo defendía su estupidez, pero valía la pena estar ahí, con ella. Valía la pena joderse por su "amor".
Ella volvió hacer un gesto de molestia, pero no habló, sus labios crearon una línea eterna uniforme, hasta que pasados unos minutos de la tortura silenciosa Ayato decidió volver a empezar.
— ¿Podemos empezar con ésto? ¿O seguirás matandome con la mirada? —y manteniendo sus ojos en ella, su sonrisa de burla creció.
— ¿Por qué siempre tienes que ser un pretencioso? —contraataco ella, borrando la sonrisa del rostro de Ayato. Y para cuando se dió cuenta, de un momento a otro todo se suavizó—. Creo que es lo que nunca cambia, tú *estúpida megalomanía. Era más sencillo antes, era sencillo escabullirnos y llegar aquí, alejados de todo —y quizás había sido solo él, pero había una tenue nostalgia en sus palabras y aunque quiso ocultarlo, también lo hubo en las siguientes—. Debes concederme eso, pero ¿no te parece interesante la forma en cómo llegamos hasta este punto?
— No pienso mucho en eso —le dijo desganado, sabía que mentía en cuanto a la pregunta, había tenido muchos días de desvelo por preguntarse diversas estupideces y en cada una de ellas, estaba su ninfa dorada. Ella siempre estaba ahí, arrastrando todo a su paso, destruyendo todo de él. Y al no desear ser sensato, no veía necesario admitirlo, en cambio, por la cercanía que tenía con la rubia se permitió acariciar con delicadeza su mejilla de porcelana y murmuró—. ¿Y tú piensas en en eso?
— A menudo lo hago, me sorprende que tú no.
Y correspondiendo al tacto del pelirrojo, se apresuró a unir sus labios, evitando cualquier contestación del contrario por su última declaración. No obstante, éste no le concedió llegar más lejos que solos besos inocentes.
— ¿Me crees un demente obsesivo para pensar en tí todo el tiempo? —preguntó "mofándose" de su respuesta, para él, era muy obvio de que así fuese, era un jodido demente, pero ella no debía saberlo, entonces sonando aún más ostentoso volvió hablar—. No lo hago, en realidad no tengo mucho tiempo disponible. Deberías agradecer que esté aquí.
— Entonces así es como un vampiro, de buena familia conquista a su presa. Eres tan romántico, Shakespeare se queda corto a tu lado. Eres tan sucedáneo —y entonces, el sarcasmo inundado cada palabra que salía de su boca—. Pero en fin, agradezco que estés aquí.
— No trato de conquistarte, estoy muy seguro que eso ya está hecho —argumentó guiñándole un ojo y esta vez, se permitió ir más lejos. Alejó suavemente los rizos dorados de su hombro y los besó—. Deberías quitarte eso, dejará de tener utilidad dentro de poco —señaló su ropa, mientras él se deshacía de su chaqueta de cuero, siguiendo después su camisa blanca—. ¿Quieres qué te ayude?
Moviendo su cabeza se negó y lanzó un comentario sardónico, y a pesar que su primera intención era fastidiar a Ayato, resultó una catástrofe para ella—. A veces me pregunto de cómo fui a parar con un egocéntrico, que para colmo tiene tendencias sádicas como tú.
Y pareció flotar al levantarse de la cama, quitando su vestimenta, dejando expuesta su piel y las venas que se resaltaban en ella. Estaba expuesta a él.
Los largos silencios dejaron de importar y con lentitud se acercó a él, que seguía sentado en el borde del colchón, era una gran ventaja para la rubia, pues incluso si saltaba, jamás podría con ese metro setenta de altura.
— Personas incorrectas, en lugares incorrectos... —respondió y fue tan bajo que ella dudo si las palabras habían salido de sus labios.
Sus cuerpos estaban separados apenas por centímetros. Él podía apreciar los pocos lunares de su rostro, podía notar los distintos tonos en sus rizos. Podía oler su perfume de rosas. Podía prácticamente escuchar los latidos de su corazón, podía sentir la sangre que fluía dentro de ella. Y mientras su mano retomaba su lugar en su mejilla, sintió la aceleración de su corazón.
— Al menos puedes jactarte de que conseguiste estar con el mejor Sakamaki. No puedes quejarte —ronroneó el trillizo, tocando suavemente con sus dedos los labios de ella, que por inercia se entreabrieron—. Sin embargo, yo no puedo decir lo mismo...
Ella lo cuestionó con la mirada, mientras sus palmas se colocaban en el frío pecho del pelirrojo.
— ¿Quién eres? —ciestionó irónico, inhalando su aroma, llenándose de ella—. La realidad es que no eres nadie. Para mi familia, solo una humana irrelevante, un trofeo, eres parte de mi caza.
Rozo con las yemas de sus dedos las hebras doradas que no tenían un orden en la cabeza de la jóven frente a él, lo cepilló y acomodó pacientemente cada onda desobediente, hasta dejarle paso para llegar a su oreja.
— Y para mí, una estúpida humana, de una estúpida raza —dijo al fin, ella cerró sus ojos, quizás por las caricias, quizás por lo herida que se sintió al oír lo que ya sabía. Se acunó en las manos del vampiro, respirando profundamente, como si tuviera que recordarse a sí misma cómo hacerlo. Y entre ellos la distancia que había era solo menos de díez centímetros, comenzando a cerrarse lentamente ese espacio, con cada segundo que pasaba.
Ayato se inclinó hacia delante, eludiendo no unir sus labios, mientras apoyaba su frente contra la de ella, portando esa elegancia terriblemente aprendida que lo diferenciaba de las demás personas—. Todo lo que dije complica esto, complica todo, me impide muchas cosas —susurró, casi tan cerca de besarla que incluso el más leve movimiento habría juntado sus bocas—. Me impide adorarte. Porque en caso de que no fuera obvio, me gustas, Astérope.
