Al día siguiente, Percy y Aether siguieron con su rutina de siempre.

Excepto por el hecho de que Percy se vió interrumpida por cierto bardo mientras iba por la mitad de sus encargos.

—¡Buenos días, Percy! —le dijo Venti con voz cantarina y una sonrisa en su rostro.

Percy casi se tropieza por el susto que le dió el bardo.
La de ojos verdes se jactaba por tener un buen oído y también unos buenos reflejos, pero no había escuchado los pasos de Venti acercándose hasta ella, no había reparado en su presencia hasta que el de ojos aguamarina había puesto una mano en su hombro.

Percy quiso pensar que tal vez estaba demasiado distraída, y por eso no lo había escuchado, pero en realidad no estaba tan segura.

—Buenos días —le contestó ella, una vez que pasó la sorpresa—. ¿Qué haces tan lejos de la ciudad?

—Salí a dar un paseo, ¡y da la casualidad de que vi una figura conocida! Así que me acerqué a saludar —contestó Venti, caminando a su lado y señalando entonces un un punto alto y al otro lado del lago.

Percy debía aclarar que se encontraban cerca del Viñedo del Amanecer, y recién había terminado con un grupo de slimes. Sabía que donde Venti estaba señalando era a un costado de Espinadragón, a varios metros de altura.

Se detuvo por completo, ganando la mirada curiosa del bardo.

—Llegaste de allá, ¿hasta acá? —preguntó Percy, sin entender como hacia sido posible.

Venti asintió animadamente.

—No es tan difícil con un planeador.

—¿Un qué?

Venti entonces soltó una risita cantarina.

—Casi una semana en este lugar, ¿y Aether no te ha enseñado lo que es un planeador? Ven, será que vayamos a un lugar alto para que pueda mostrarte como usarlo.


Percy miró hacia atrás, podía ver incluso desde donde estaba la luz que emanaba la Estatua de los Siete.

Y entonces miró hacia adelante y abajo, era justo abajo de ella donde se había reunido con Diluc a solas.

Entonces miró a Venti, quien le ofrecía un planeador con una sonrisa juguetona.

—Me niego —dijo Percy, negando rotundamente con la cabeza—. Me niego a hacer cualquier cosa parecida a volar.

La sonrisa se borró del rostro de Venti, cosa que hizo sentir mal a Percy, aunque no sabía el porque exactamente.

—¿Por qué? ¿Te dan miedo las alturas? —le preguntó entonces Venti, haciendo un puchero, no parecía querer burlarse de ella por ese hecho en cualquier caso.

Por la mente de Percy pasaron todas las veces en las que había caído de alturas increíbles, o estado en una. Las veces que estuvo en el Olimpo, en el Argo II, y mirando al abismo que supuestamente la dirigiría al Tártaro y en su lugar había terminado ahí, en Teyvat.

—No, las alturas no son el problema —dijo Percy, suspirando y entonces decidiendo que no tenía más opción que revelarle a Venti más cosas sobre su pasado—. ¿Recuerdas como dije que el Rey de los dioses y yo no tenemos la mejor de las relaciones? Él es el dios de los cielos, el rayo y otras cosas que no quise memorizar. Si me atrevo a volar, me va a fulminar con un rayo.

Venti la miró sin expresión alguna en su rostro.

—Percy, ¿si recuerdas que estás en otro mundo, regido por otros dioses? —le preguntó Venti, tratando de razonar con la chica.

Ella asintió.

—Pero, ¿y si el Arconte Anemo tampoco quiere que vaya volando por ahí sobre sus tierras? —preguntó Percy.

—¿Por qué no lo haría?

Percy se encogió de hombros.

—¿Por qué lo haría?

Venti suspiró.

—Te prometo que Barbatos no va tirarte a medio vuelo, ¿y sabes por qué lo sé? —Percy miró a Venti con curiosidad, esperando que continuara hablando—. ¡Porque yo soy Barbatos, el Arconte Anemo!

El silencio reinó por un buen tiempo.

—Bueno, supongo que puedo intentarlo entonces —dijo Percy, tomando el planeador de las manos del bardo.

Venti abrió la boca, sorprendido.

—¿De verdad me creíste? —le preguntó el bardo, extrañado.

Percy asintió.

—Siempre me causó curiosidad el porque Jean y el resto te dejaron quedarte en la reunión cuando me conocieron, supuse que no eras un simple bardo. Y el otro día, mientras Aether me contaba sobre sus aventuras aquí, Paimon dijo que tu habías estado presente cuando habian regresado a Dvalin a la normalidad —le dijo Percy, y como a Diluc unos días antes, la momentanea madurez de la chica dejó sin palabras al bardo—. Además, en mi mundo los dioses a veces también se presentan en formas inesperadas, una vez pude ver al dios del Sol como un vagabundo, así que, ¿por qué un bardo no sería un dios?

Venti salió de su sorpresa y rió, sin duda alguna la chica frente a él era de lo más interesante.


Después de probar el planeador, Percy y Venti estuvieron juntos el resto del día, y Percy no pudo evitar sorprenderse al ver que Venti era dueño de un arco y sabía usarlo muy bien.

Su poder elemental era mucho más grande del que había visto en Aether, y fue ahí que no le cupo la menor duda de que el pequeño bardo era un Arconte.

Había terminado el resto de sus encargos con la ayuda de Venti y ahora se dirigían de regreso a Mondstadt, aunque su acompañante le pidió que hicieran una parada en Levantaviento.

Después de un buen rato en silencio frente a la Estatua de los Siete y el árbol gigantesco, Venti se volteó hacia ella y comenzó a hablar.

—Me caes bien, Percy, eres una persona interesante —le dijo él, estaba parado en un terreno más alto, por lo que ella tenía que verlo hacia arriba—. Hay muhas cosas que desconoces de este mundo, y si sigues involucrandote con los Arcontes, así como Aether, el viaje no será tranquilo. ¿Estás lista para lo que se viene?

—¿Eso creo? —contestó Percy, aunque sonó más bien como una pregunta, no estaba segura de a donde quería llegar el bardo con todo eso.

Venti sonrió y caminó hasta estar a su lado, ahora él tenía que mirarla hacia arriba.

—¡Entonces sigamos nuestro camino! Veamos si Aether nos invita una copa en el Obsequio del Ángel —dijo Venti, comenzando a avanzar y a tararear por lo bajo.

Percy se quedó en su lugar un momento más, pensando en lo que acababa de pasar ese día, con Venti revelandole que era un Arconte.

¿No sería lo justo revelarle parte de su naturaleza también?

Al final, negó con la cabeza, hasta ahora no había escuchado nada similar a hijos de dioses o hijos de Arcontes existiendo por ahí, así que no sabía como podrían reaccionar a ella siendo la hija de un dios de otro mundo.

Corrió hasta alcanzar a Venti y caminaron hasta Mondstadt entre charlas y risas.


Cuando se encontraron con Aether, Venti se aseguró de arrastralo con ellos hasta la taberna.

Tras la barra se encontraba un hombre que Percy no había conocido, pero sentado en uno de los taburetes pudo reconocer el cabello rojo de Diluc, que al escuchar que entraban clientes, miró de reojo hacia la puerta y suspiró cuando posó sus ojos en el bardo.

—Charles, puedes irte, yo me encargo —le dijo al cantinero, quien parecía incluso aliviado de escuchar esas palabras. Diluc se movió de su lugar hasta estar detrás de la barra y los miró sin expresión alguna, como casi siempre—. ¿Qué les voy a servir?

Y aunque había soltado la pregunta mirándolos a los tres, se inclinó hacia un costado, tomó una botella de vino de diente de león y se la paso a Venti antes de que él dijera nada.

—Sidra de manzana —dijeron Aether y Percy al mismo tiempo, Diluc asintió y al poco tiempo ya tenían sus copas frente a ellos.

Aether y Percy compartieron como fue su día, con Venti en medio de ellos aportando a veces a la conversación pero en su mayoría prácticamente bebiendo vino como si no hubiera un mañana. Percy ya había perdido la cuenta de todo lo que el pequeño bardo había tomado, pero aún así, él parecía mantenerse aún en sus sentidos.

La puerta de la taberna se abría y cerraba constantemente, clientes entraban y salían, algunos a tropezones, otros siendo arrastrados por sus compañeros y algunos por su propio pie. Percy no tenía la edad para tomar, por lo menos no en su mundo y en su país, y además no es algo que deseara hacer, pero a veces se preguntaba, ¿qué tenía aquello de bueno como para hacer que la gente deseará terminar tan mal?

La puerta volvió a abrirse, pero el trío sentado en la barra la ignoró, pensando que se trataba de cualquier otro cliente. Hasta que Percy sintió una mano en su espalda fue que volteó a ver de quien se trataba. Kaeya se encontraba parado a su lado y le sonreía mientras tomaba asiento a su lado.

—Buenas noches —saludó él.

Diluc no pudo evitar notar que el tono de voz de Kaeya era un poco diferente, así como su lenguaje corporal normal, entonces miró a Percy, el objeto de atención del que alguna vez llamó hermano.
Al entender lo que pasaba por la cabeza del caballero de Favonius, Diluc no pudo evitar apretar los labios y fruncir un poco el ceño, rompienso su siempre tranquila expresión.

Y a lado de ellos, Venti y Aether eran ajenos a todo, con el bardo prácticamente colgando del brazo del rubio, casi rogándole que bebiera una copa de vino con él.

Diluc se preguntó cuando fue que su taberna se había convertido en un lugar de citas.

—¿Por qué no salimos mañana solos tú y yo? —le decía Kaeya a Percy—. Quiero mostrarte los bellos paisajes que Mondstadt puede ofrecer.

—¿Mañana? —preguntó Percy, apartando su mirada de Kaeya y clavándola en su copa medio vacía—. Mañana... ¡Oye, Aether! ¿Qué tenemos que hacer mañana?

La de ojos verdes voltea a ver al rubio, quien hace un esfuerzo para separarse lo suficiente de Venti para ver a Percy a la cara también.

Antes de que Aether pueda responder, Paimon hace su aparición, volando hasta estar frente a Percy.

—¡Mañana salimos hacia Liyue a primera hora! —le recordó Paimon, con emoción pero sin notar que había roto varias ilusiones—. ¿No estás emocionada, Percy?

La azabache abre los ojos y la boca, entre sorprendida y emocionada.

¿Cómo había podido olvidar que dejaban Mondstadt al día siguiente? Los días se le habían pasado tan rápido en ese lugar.

A su lado, Kaeya se encontraba en un estado similar al de ella, solo que con más pánico que emoción.

No es como que no volviera a verla nunca, Liyue y Mondstadt estaban a un día de distancia, pero ¿y si encontraba a su amiga en Liyue y se iba sin aviso alguno?
Kaeya quería por lo menos una oportunidad, una oportunidad para ver a donde lo llevaban esos sentimientos recién descubiertos y ahora la estaba perdiendo, en ese mismo instante.

—Puedo acompañarlos hasta Liyue —de repente soltó el peliazul, haciendo que todas las miradas recayeran en él, incluso Venti había decidido por fin dejar libre a Aether para volver a verlo—. Sería lo justo, ¿no? Después de todo lo que nuestro Caballero Honorario ha hecho por nosotros.

Si tengo un solo día más con ella, podría ser suficiente, pensaba Kaeya.

Diluc se cruzó de brazos.

—¿No estarás pensando solo en una excusa para dejar tus responsabilidades de lado? —le preguntó el pelirrojo, ahora los ojos de los tres que parecían más jóvenes y Paimon se dirigieron hacia él.

—¿No crees que nuestros invitados merezcan ser escoltados por su propia seguridad a tierras desconocidas? —preguntó Kaeya de regreso.

—El Capitán de Caballería de los Caballeros de Favonius debe tener cosas más importantes que hacer, yo podría acompañarlos de ser necesario —respondió Diluc.

Aquella pequeña discusión parecía estar a punto de continuar, pero en cuanto Kaeya abrió la boca para volver a hablar, la mano de Percy cayó en su hombro, llamando su atención.

—Diluc tiene razón, seguro que tienes cosas más importantes que hacer aquí —le dijo ella, con una sonrisa despreocupada—. Y no creo que haga alta que alguien nos acompañe, Aether y yo sabemos cuidarnos solos, y con Paimon no podemos perdernos.

El ambiente por fin volvió a la normalidad, o algo parecido, Kaeya tomó la mano de Percy que estaba en su hombro y no la soltó, en cambio, uso sus dos manos para tomarla.

—Si encuentras a tu amiga en Liyue, ¿volverás para despedirte? —le preguntó entonces Kaeya, totalmente serio. Aether y Venti habían vuelto a sus asuntos, con Paimon metiendose en medio de ellos de vez en cuando y Diluc estaba de espaldas a ellos, pero con su atención puesta en Kaeya y Percy.

—¡Claro que si! Quiero presentarle a las personas que me ayudaron —le dijo ella, con una sonrisa que no llegó a sus ojos. Eso era lo que quería pensar ella, pero lo cierto es que si veía la oportunidad de irse tan pronto encontrara a Annabeth, la tomaría. Sus amigos las esperaban del otro lado de las Puertas de la Muerte, no sabía cuanto tiempo había pasado en su mundo original pero ella esperaba llegar a tiempo.

Sus pensamientos de preocupación se fueron volando tan pronto como sintió los labios de Kaeya besar sus nudillos, su único ojo visible la miraba con un brillo extraño que ella creía haber visto antes en otros ojos azules.
Sus mejillas adquirieron un tono rojizo y se quedó muda.

¿Kaeya estaba ligando con ella?

El peliazul soltó su mano y le sonrió, pero era su sonrisa coqueta de siempre. Llenó sus pulmones de aire y se tranquilizó.

No, Kaeya no podía estar ligando con ella, él simplemente era así.


Al día siguiente, Aether y ella partieron a Liyue a primera hora, se habían despedido de sus amigos en la noche y se habían asegurado de mandar saludos a aquellos de los que no había sido posible despedirse en persona.

Aether había terminado diciendole a Venti tantos nombres que ella no conocía que se había quedado un poco mareada para cuando el rubio había terminado de hablar.
Pero supuso que era lo justo al pensar que él había pasado más tiempo en ese lugar que ella, quien apenas había conocido a unos cuántos de sus amigos.

El viaje no fue duro para ninguno, Paimon volaba y los otros dos tenían una buena condición física. Cuando ya estaba anocheciendo fue que pudieron ver una posada a lo lejos.

—Wow —dijo Percy al ver la construcción, construida sobre un pilar de piedra a una altura bastante alta era bastante impresionante.

Sí, ella venía de un mundo diferente, donde había edificios y rascacielos más grandes que esa posada. Pero se había acostumbrado a Mondstadt, a sus molinos, la catedral y la estatua gigante del Arconte Anemo.

Para ella, esa posada era algo diferente, y le gustaba.

—¡Vamos, vamos! —los urgía Paimon—. Es nuestra oportunidad de dormir bajo un techo de verdad, ¡y ustedes dos podrían tomar un baño con agua caliente!

La azabache y el rubio suspiraron mientras veían a su amiga flotante comenzar a avanzar hacia la posada.

—Supongo que podemos consentirnos por una noche —dijo Aether, mirando a Percy quien asintió con ganas.

—¡Vamos, el último en llegar invita la cena! —le dijo la azabache, comenzando a correr detrás de Paimon.