Draco no comentó nada, de hecho, salió hecho un rayo de la habitación para llamar a los Weasley como Harry le había pedido anteriormente.
Por un momento, no está seguro de por qué y qué acababa de suceder entre ellos. Si lo que sintió fue únicamente de una sola parte, o mutuo, si la presión ajena en su cadera fue producto de su imaginación, de su propio deseo, o Draco verdaderamente estaba teniendo una erección. Al igual que él.
Daba igual. No es como si eso cambiara algo.
Excepto que no daba igual, y si cambiaba las cosas para él.
Molly fue la primera en ingresar a la habitación, junto a Arthur. Los demás no fueron, y Harry no los esperaba tampoco. Era un día de semana durante la tarde y bueno, quizás era mejor así.
La señora Weasley tomó asiento cuidadosamente en la silla de un lado de su cama, mirándolo expectante, mientras el hombre se paraba tras ella, poniendo sus manos en sus hombros y formando una fina línea con sus labios.
A Harry se le secó la boca. No quería. Pero al mismo tiempo sí. Bajó la mirada, y reunió toda la fuerza que podía para hablar, aunque sin verles.
—Lo siento —susurró dificultosamente.
Hubo un solo segundo de silencio, y la mano de Molly no tardó en posarse sobre la suya, aferrándola fuerte contra la suya y con Arthur acercándose hasta él, palmendo su hombro.
—Está bien Harry —dijo el señor Weasley en un tono conciliador.
—No, no está bien —dijo con amargura, observando la esquina de su habitación— No debí haberles hablado así, sabiendo que no me dirían nada, cuando solo trataban de ayudarme.
Nadie habló por un largo momento, y el ojiverde podía sentir el latido de su corazón resonar en todo el cuarto. Casi podía ver como el matrimonio intercambiaba la mirada y la señora Weasley suspiraba.
—¿Recuerdas cuando Percy nos dejó de hablar y renegó de nosotros cuando eran más pequeños? —preguntó Molly suavemente, refiriéndose a esos años donde le trataban de loco y Percy había conseguido su trabajo en el ministerio. Asintió, ¿cómo olvidarlo?— Nunca lo dejamos de amar, Harry. Fue sorprendentemente fácil y aliviador perdonarlo, volverlo a tener con nosotros —ella, gentilmente con su otra mano, levantó su barbilla, y Harry se encontró con una pequeña sonrisa en su cara— Un padre siempre perdona a sus hijos.
Sintió cómo su garganta se cerró ante sus palabras, y parpadeó un par de veces para ahuyentar las lágrimas. La sonrisa cálida de Molly no se iba, y mientras desviaba la mirada a Arthur, él tenía una parecida en su rostro. Lo observaban con cariño. Con amor. El señor Weasley apretó aún más su hombro, mientras la mente de Harry se iba a blanco.
—Y los hijos cometen errores, muchacho —completó.
Entonces, fue suficiente. Una pequeña lágrima rodó por su mejilla. No sabía si era de pena, arrepentimiento o emoción. Daba igual, porque lo próximo que supo fue que Molly se inclinaba hasta él para depositar un fuerte abrazo, al que Arthur se unía con gusto, ahogándolos y abarcándolos a ambos. Harry se dejó hacer, por primera vez, en el cariño que le expresaban. Aceptándolo.
Se quedaron toda la tarde, y no pudo haber estado más agradecido que en medio del caos, la dificultad y la tragedia, aún así, estaba rodeado de gente que le amaba. Y él amaba de vuelta.
Draco no volvió durante ese día.
A pesar de que las cosas ya estaban tomando un buen curso, las visitas no aumentaron y Harry mentiría si decía que no se sentía aliviado respecto.
El rubio no trajo a la luz el tema de su abrazo, ni siquiera por si acaso. La verdad, era lo mejor. O eso se decía, mientras lo veía cada mañana, con la tenue luz que se filtraba por su ventana cómo Draco lo observaba de vuelta, ojos grises. Fríos y cálidos al mismo tiempo de manera extraordinaria. Cabello casi albino peinado perfectamente. Manos llenas de anillos. Pequeñas sonrisas dulces que reservaba solo para él.
Si era completamente honesto, se moría de hablarlo, de preguntar. Pero viéndolo racionalmente...no tenía sentido. Se habían odiado en un punto y sí, Draco había tenido un enamoramiento infantil, pero fue a los dieciséis y ahora tenían treinta, él era su Sanador y Harry estaba básicamente postrado a una cama. ¿Cómo...? ¿Cómo podría desearlo, querer algo, con alguien que siquiera puede mover su cuello con dificultad?
Entonces, se volvió una meta personal el recuperar por completo su movilidad. Solo, para tener una oportunidad. Inalcanzable, lejana. Pero una oportunidad al fin y al cabo.
A pesar de que el asunto no fue tocado, Draco no cambió en lo absoluto su trato y actitud con él. La rutina era la misma, incluso las bromas lo eran. Harry estaba progresando con una rapidez casi extraordinaria. Incluso, su relación con sus amigos estaba mejorando a medida que él lo hacía. Estaba resultando un éxito.
Pero el mayor de sus logros llegó casi al término de Noviembre.
Harry podía cada vez más mover sus brazos, con mucho dolor, eso sí. Hasta que un día, un día simplemente dejó de hacerlo. Un día, Draco lo había levantado, sentado en la orilla de la cama y apretado demasiado fuerte el costado de Harry, a lo que él, de manera inconsciente, lo apartó.
Era algo tonto. Hasta que se recordaba que hacer la más mínima fuerza era sumamente doloroso para el moreno. Hasta que se recordaba que no movía sus extremidades a menos que el ojigris le ordenara hacerlo para no cansarle. Entonces no era tonto.
No, Harry recobrando sus reflejos y sensaciones era más que genial. Porque ahora podría hacer cosas por sí mismo. Porque ahora podrían centrarse en volver a caminar. En su magia. Porque ahora podría comer, tomar sus lentes, leer, escribir. Hacer cosas tan cotidianas y aburridas que le llevaban a otro nivel de felicidad.
Tanto así, que apenas lo hizo, la mano de Draco estuvo sobre la suya, ojos abiertos de par en par, y Harry le devolvía el agarre. Ojos conectados, bocas abiertas en sorpresa. Piel suave y piel áspera en contacto, haciéndole latir el corazón desembocadamente. Y pudo haber quedado allí, por supuesto. Pero a su impulsivo trasero jamás le gustaba dejar las cosas a medias.
El pelinegro jaló al más pálido, para que pudiese estar a su altura. No sabía para qué, si para abrazarlo, darle las gracias, observarlo hasta que el mundo se detuviera, o besarlo de una vez por todas. Pero Draco lo detuvo a mitad de camino, tratando de deshacerse de su cálida palma mientras negaba casi imperceptiblemente y tragaba.
—Harry...
Fue algo suave. Tan suave que solo lo llevó a imaginarse miles de escenarios donde el mismo tono y palabra eran utilizados en situaciones muy diferentes.
El hombre podría haberlo apartado, como si de fuego se tratase, tenía más fuerza, y sostenía el control del agarre, pero no lo hizo, como si pensara que acercarse al fuego pero no quemarse no estaba del todo mal.
Harry volvió a jalarlo, con su otra mano tomando el antebrazo del rubio, sus mangas arremangadas mostrando la cicatriz de la marca que ya no era más que una porción de piel más oscura que el resto de la piel. Sintió el pulso ajeno, elevándose a medida que bajaba hasta quedar de rodillas frente a él, a unos veinte centímetros de su cara.
Harry soltó su brazo, y elevó el suyo propio hasta dejarlo descansar sobre una de sus mejillas, pasando con suavidad su dedo índice y medio por cada facción de su rostro, detallándolo. Sus cejas, sus ojos, sus pestañas. La línea de su nariz, las comisuras de sus labios, el hundimiento de sus mejillas, sus pómulos y el borde de su mandíbula. Draco cerraba los ojos, dejándose hacer como si aquello fuese algo usual entre ambos. Como si aquello no fuese más que un hábito entre los dos. Y Harry solo pensó que si eso era lo que te recibía una vez que pasabas a la otra vida, estaría más que feliz de morir. Que quizás todo ese tiempo había estado muerto en verdad, porque lo que estaba frente a él era tan jodidamente irreal. Pensó en que si tuviera que repetir el día de su accidente y las consecuencias que tuvo, solo para llegar hasta allí, donde la luz del día parecía brillar más y hacía que su vida-no-vivida cobrara sentido, quizás lo repetiría.
Hasta que el momento se rompió.
Draco se separó como si finalmente el fuego hubiese alcanzado sus guardias, y antes de que lograra superarlas, decidiera apartarse. Harry lo observaba con incertidumbre, preguntándose nuevamente qué exactamente acababa de suceder, de nuevo.
No podía estar seguro. Eran señales demasiado confusas. Todo indicaba que sí, que efectivamente podía llegar a ser mutuo el deseo. O quizás, podría ser también que así solía ser el trato paciente-medimago y Draco solo se apartaba cuando las cosas se volvían demasiado personales entre ambos para recuperar la compostura. No lo sabía. Y por la forma en la que él hablaba de los demás enfermos que había tratado no podría saberlo tampoco.
Se miraron fijamente un minuto, como preguntándose, diciéndose cosas sin alzar la voz. Un lenguaje que habían creado años atrás, pero aún no sabían cómo comunicar.
El ojigris se marchó, no mucho después, alegando que traería su almuerzo, que dejaría que comiera solo en vista de que había recuperado una de sus funciones motoras más importantes y poniendo de excusa una sesión pendiente con un paciente que debía ir a chequear. Harry quiso discutir, pero no presionó, simplemente había asentido y se había concentrado en su insípido almuerzo.
Draco verdaderamente cocinaba como la mierda.
Trató de convencerse que fue una confusión. Una, que llevó a que otra de las grandes recaídas anímicas de Harry llegara hasta él.
El Sanador no se apareció durante casi una semana, diciendo que debía hacer unos ajustes sobre su beca y que otra persona, un aprendiz a su cargo, le ayudaría mientras estuviese fuera. Al menos eso era lo que expresaba en la breve carta que le envió.
Pero el aprendiz no era bueno. O quizás, no tanto como Draco, por lo que Harry pensó, ¿por qué no intentar ir más allá por su cuenta?
Y ahí fue cuando intentó bajar de su cama. Solo.
Está de más decir, que no resultó exitoso.
Todo terminó en un dolor sordo que atravesó cada minúscula parte de su cuerpo, que le hizo maldecir, gritar, y que el chico encargado de sus rehabilitaciones, lo encontrara en el suelo con una expresión de derrota.
El tal Joan, o Rick, o como sea que se llamara, se apresuró a agacharse para recogerlo, dejándolo nuevamente sobre la cama, y Harry cerró los ojos, apretando la mandíbula.
¿Por qué no puedes ser Draco?
—Señor Potter--
—Déjame solo —le dijo tajante. El chico no se movió—. ¡Vete! ¡Esfúmate de mi vista!
Él, nervioso, se retiró de inmediato, y oyó cómo atrás de la puerta hablaba con alguien. Seguramente Ron, o Hermione. Le daba igual.
Solo necesitaba que Draco volviera.
La primera en asomar su cabeza por la puerta fue la castaña, quien se mordió el labio al verlo, e ingresó, seguida de Ron quien apenas le miraba.
—Harry, por qué--
—¿Donde está? —la interrumpió, haciéndola callar— Draco. ¿Donde está?
El matrimonio intercambió una mirada, y Ron se acercó hasta él. ¿Era posible que hasta eso, le hiciera hervir la sangre? Ni siquiera tenía idea de por qué.
—Harry, ¿por qué trataste así a ese chico? Te ha cuidado bien. Te ha ayudado tanto como Malfoy lo ha hecho —le dijo él, suavemente. Era escalofriante escuchar a Ron hablarle de esa forma.
—No es mi medimago. Y ni siquiera ha conseguido que pueda mover mis pies como una persona normal —espetó él entre dientes.
Hermione resopló, cruzándose de brazos y rodó los ojos. Dios, verdaderamente prefería eso a que lo miraran como si fuese un cachorro herido.
—Y con mayor razón, ¿qué demonios estabas pensando al levantarte de la cama, idiota? —replicó, molesta— Pudiste haberte herido en serio.
—Draco hubiese--
—¡Harry, por Merlín! —ella —ella elevó los brazos hasta el cielo— ¿Qué demonios está pasando entre tú y Draco? ¿Por qué pareciera que lo necesitas?
Enmudeció, frunciendo el ceño. No lo necesitaba. No. Simplemente era su Sanador. Era su médico. Era...
Oh mierda. Necesitaba que fuera mucho más que eso.
Estuvo en silencio una cantidad considerable de tiempo, por lo que ambas miradas se volvieron mucho más afiladas. Ron tensó un poco el cuerpo, y Hermione alzó una ceja. Como si lo supieran todo. No sabían nada.
No tenían idea de una mierda.
Se obligó a hablar, porque mientras entre más pasaba, más culpable lucía. Se aclaró la garganta.
—No hay nada, simplemente quiero continuar con mi rehabilitación habitual —respondió amargamente—. Quiero caminar rápido, y ambos saben perfectamente que solo él puede ayudarme de verdad.
—Ha pasado solo una semana —le dijo Ron duramente.
—¿Y? —preguntó él con sorna.
—A mi me parece una excusa —habló Hermione, parándose a un lado de su esposo—. Como dijo Ron, solo ha faltado una semana. Me parece que esto ha sido una excusa, para necesitarlo. Para exigir que vuelva.
Harry, sin inmutarse, replicó.
—¿Y? —alzó las cejas.
Su amiga dejó salir un ruido de exasperación, tomando su cabello, y Ron rodó los ojos.
—¡Es un Sanador, Harry! —le dijo ella.
—¡Y es Malfoy! —intervino él. El moreno elevó una ceja.
—¿En serio, Ron? —replicó— Han pasado doce años. Supéralo.
El pelirrojo suspiró hondamente, pasándose una mano por su cabello, desordenándolo, y le devolvió la mirada.
—No tengo duda de que cambió. Puedo verlo, creo que todos podemos —le dijo—. Pero sigue siendo Malfoy, Harry. Nos odiábamos. Tú lo odiabas. Y no solo por el tema de que era un puto racista, si no porque eran totalmente distintos. No funcionarían, ni en un millón de años.
—¿Funcionar? ¿De qué hablas? —lo cortó.
La mujer lo observó de reojo, su cuerpo dirigido hacia la ventana, antes de hablar.
—Habría que ser estúpido. Imagina lo obvio que eres respecto al tema, que hasta Ronald Weasley lo notó —dijo, suavemente, recibiendo un susurro de su esposo en forma de queja—. Esto no va a funcionar Harry, no te estás poniendo ni a ti, ni a él, en una posición justa.
—¿Pero de qué mierda me hablan? —preguntó enfadado— ¿Por qué hablan como si estuviera enamorado de Draco o algo así?
Ella volvió su caminata hasta él, y se sentó en la cama, seria.
—No creo eso —respondió—. No creo que alguna vez llegues a amarlo; eso es lo peor de todo.
Aquello le cayó como un balde de agua fría, y sus cejas se juntaron aún más ante sus palabras. Ron lucía implacable, sin intenciones de contradecirla, y Hermione continuaba con esa seria, estudiosa mirada en todo el rostro.
—Esto es estúpido —terminó diciendo.
—No lo es, y pueden salir mucho más perjudicados si esto continúa —siguió, impasible—. Te has aferrado a Draco porque te ha hecho sentir bien, porque te trata dulcemente, porque es tu jodido medimago. Porque cuando tienes la soga en el cuello cualquiera que te afloje el nudo se verá como una buena opción. No lo amas. Puedes quererlo, o desearlo. Pero en estos momentos lo necesitas, como si fuese parte del aire que respiras. Dependes de él para estar bien, Harry. Eso no es amor. Terminarás lastimándolos a ambos.
Su corazón comenzó a latir con fuerza. No, no tenían idea. Eso no era verdad. Él no veía así a Draco.
¿Y qué si lo necesitaba? ¿Y qué? Todo lo que le había sucedido últimamente indicaba que habían cosas que no podía hacer solo aún, pero que eventualmente podría. Y si aquella fuese una de ellas, (no sabía exactamente de qué hablaba), pero silo fuera...qué era lo tan terrible. ¿Qué era tan jodidamente terrible sobre querer estar con alguien solo por el hecho de que su presencia te entrega seguridad?
—Necesito que siga siendo mi Sanador —dijo sin mirarles, desviando el tema.
—Por supuesto que lo será —Ron habló—. Sigue siendo nuestra mejor opción, sigue siendo de las pocas personas que pueden revertir la maldición. Por lo mismo, no la cagues.
Harry lo observó minuciosamente tras sus lentes. Se preguntó, si esto era algo planeado, si habían discutido cómo afrontarlo en el camino hasta allí y tomaron la oportunidad, o simplemente fue algo de pronto.
Quizás ninguna. Quizás ambas.
—Bien —prometió de manera vacía.
—Bien —asintieron, sabiendo que probablemente era una mentira.
Draco regresó el Lunes de la semana entrante.
El vuelco del corazón de Harry al verle no mentía, ni su nerviosismo, ni lo mucho que le picaba la piel por volverle a tocar. Por volver a sentirlo, ¿era mucho pedir?
¿Realmente era mucho?
Y esperó, pacientemente, pero Draco apenas se le acercó. No. Solo evitó su mirada, lo ayudó a levantarse, siendo que cada vez recuperaba más movimientos en su tronco, y lo sentaba, tomando su bastón y con él ayudándole a subir sus piernas.
Apenas murmuraba un hola, o un adiós, y respondía con monosílabos cada intento de conversación por parte de Harry.
El pelinegro comenzó a sacar conclusiones. No tenía idea del por qué el cambio de actitud. ¿Habría sido lo del abrazo? ¿Lo de la última vez? ¿Acaso Ron o Hermione habían hablado con él? ¿O quizás habría sido todo?
No lo sabía, pero estaba desesperado por hacerlo. Necesitaba respuestas, y Draco no parecía dispuesto a dárselas, interrumpiéndolo cada vez que el tema se acercaba a esos terrenos, cambiándolo, o cortándolo con algo fundamental de la terapia.
Y Harry no estaba seguro de cuánto tiempo podría seguir soportándolo.
Sorprendentemente, pudo por un mes.
Su tronco superior se movía con total libertad, por lo que podía vestirse solo, lo que era un gran alivio, así como únicamente necesitaba ser llevado hasta la ducha, pudiendo bañarse sentado en ella. Era una excelente recuperación.
Se sentía débil, de todas formas. Su magia no avanzaba. No avanzaba, y eso lo hacía sentir miserable de igual manera. Apenas había podido conjurar Accio's atrayendo cosas muy livianas y sutiles, o Wingardium Leviosa's que en sí, tan útil no eran. Y quería tanto volver a poder ocupar magia.
Era toda su vida. Todo lo que tuviera que ver con ella constituía una parte, si no es que la mayoría, de su persona. La magia fue la que lo rescató, la que lo formó, la que le hizo darse cuenta de su valía como ser humano. No tenerla era como...era peor que no poder caminar. Finalmente, se dio cuenta, que eso era realmente lo que más le dolía.
No caminar, era solo un impedimento para no volar. Era la limitación más obvia, pero no la más importante. Sin magia...no estaba seguro de si podría volver a volar de nuevo.
Porque a pesar de todo, sus piernas estaban recuperando sensibilidad, incluso dolor, y casi el mínimo de movilidad en sus pies, y no se sentía desbordantemente feliz al respecto, como creyó que lo estaría. Solo podía pensar en que de nada le serviría, si no podría volver a subirse una escoba nunca más en su vida.
Draco no volvió a faltar a ninguna de sus sesiones, pero como ya había dicho, estaba frío. O más allá de la frialdad, como negándose a ver una realidad que tarde o temprano les caería en la cabeza a ambos.
Hermione y Ron fueron a verle cada vez más frecuentemente. La molestia, la ira, seguía allí, pero cada vez era menos y sinceramente, según sus propias palabras, ahora estaba mucho más fácil de aguantar que antes. No sabía si eso era un halago, pero se rió de igual manera cuando Ron se lo dijo.
Las Navidades fueron un trago amargo, en todo caso. La familia Weasley cenó y celebró con él, y Harry aprovechó de disculparse con todos, que fue gratamente aceptado. Comieron, abrieron regalos, agradeció que estuviesen allí con él, que se preocuparan de tal forma que cambiaran su fiesta para acompañarle. Lo que lo llevó a volver a pensar en que estaba básicamente postrado, que estaba pasando Navidad en su cama, y que ni siquiera fue capaz de darles un puto regalo porque no se atrevía a salir en público siendo llevado en una silla de ruedas.
Fueron unos lindos pensamientos con los que quedarse dormido.
Habían pasado unos días luego del Año Nuevo, cuando durante la madrugada, todo su cuerpo se tensó, y comenzó a gritar en horror.
A gritar, maldecir, llorar, porque un dolor punzante y horrible estaba apoderándose de su espalda baja, subiendo por toda su médula espinal y llegándole hasta la nuca, paralizándolo. Era horrible. Solo podía ser comparada a un Cruciatus. Y solo quería que lo mataran, para así acabar con ese sufrimiento.
Los latigazos de dolor se expandían por todo su cuerpo y con mucha dificultad se volteó, cayendo con peso muerto sobre su estómago para ver si así el dolor se aliviaba. No lo logró. Pareció incluso aumentar de intensidad, y se aferró a las sábanas de su cama, formando puños con sus manos y golpeando su colchón.
Estaba seguro de estar rogando que se detuviera.
Apenas escuchó como la puerta se abría de par en par, y alguien avanzaba a grandes zancadas hasta su cama, levantando su pijama y dejándole sentir el frío. No pudo oír tampoco, debido a sus ensordecedores gritos, el hechizo que la persona murmuraba, tocando la piel con su varita y sosteniéndolo contra él, poco a poco drenando el dolor de su sistema, aliviándolo como jamás había sido aliviado antes.
Draco lo volteó con suavidad y Harry aún sin lentes, pudo ver de forma clara, cómo su mirada estaba llena de preocupación, mientras retiraba mechones de cabello negro que se le habían pegado a la frente por el sudor y el esfuerzo.
Estaba sentado sobre su cama, y el moreno le echó un vistazo a su vestimenta. Era un pijama de seda, tal como él se habría imaginado que lo sería, y tenía el rostro cansado, sus ojos medianamente caídos por la hora que debía ser, su pelo alborotado como nunca le vio, y sus mejillas levemente sonrosadas.
Harry, aún resentido por el dolor, se estiró hasta tomar sus gafas, y se las pasó por encima del puente de la nariz, ajustando su visión a la oscuridad que solo estaba iluminada por la siempre abierta ventana de su habitación, que daba directamente a la luna, y estudió a Draco.
—¿Estás mejor? —preguntó con voz ronca, seguramente debido a que estaba dormido no hace muchos minutos atrás. Harry tragó en seco.
—Sí —asintió, sin ser capaz de retirar su mirada de los orbes ajenos—. Jamás me había dolido así.
Él suspiró, doblando su pierna por encima de las cubiertas mientras la otra reposaba colgando del borde. Pasó una mano por su cabello para ordenarlo, y Harry volvió a intervenir.
—Me gusta tu cabello de esa manera —dijo sin pensar.
Draco detuvo sus movimientos, para centrarse en él, y se mordió el labio, pero decidió ignorarlo.
—Puede pasar, que de pronto, tus sentidos adormecidos por la maldición se recuperen de la nada y al mismo tiempo, que es lo que trato de evitar con los hechizos que conjuro sobre ti antes de iniciar cada sesión —explicó, moviendo sus manos. El ojiverde lo miraba maravillado—. Menos mal tengo un ancla hasta acá, que me permite saber lo que sientes, o el dolor podría durar horas, incluso días. He sabido de casos de gente que no ha sido bien atendida que ha enloquecido —hizo una pequeña pausa, entonces preguntó—. ¿Realmente es así de malo?
Harry inhaló, llenando sus pulmones de aire, como si estuviera retomando una fuerza que no tenía idea que había perdido y asintió levemente.
—Peor que un Cruciatus. O al mismo nivel —respondió honestamente. Draco lo miró sorprendido.
—Bueno...mierda —respondió—. ¿Realmente te sientes bien? —volvió a asegurarse con dulzura.
Él lo miró, viendo cómo la luz de la luna que se filtraba por las ventanas lo hacían brillar, tocando sus claras pestañas y su pálida piel. Se preguntó, brevemente, como no lo había visto antes. Cómo había estado tan ciego toda su vida, preocupado de cosas tan banales como la enemistad para no notar su belleza. También se preguntó, por un momento, si se veía mejor con la luz del sol, o la de las estrellas y la noche. O si era lo mismo. O diferente. O si era solo su deseo de simplemente verlo por siempre como quiera que sean las circunstancias.
—Lo estaré si te quedas conmigo —pronunció sin aliento.
Draco solo lo miró, unos largos minutos, sin decir una palabra. Harry llegó a pensar que ni siquiera había hablado. O que en algún punto se desmayó del dolor y nada de aquello estaba ocurriendo realmente, hasta que el rubio había exhalado hondamente, y retirado su pierna de la cama, comenzando a levantarse.
—Harry... —dijo, bajito, muy bajito— Sabes que no puedo--
El aludido tomó su mano, como si la vida se le fuera en ello, permitiendo encantarse por un momento del contraste de sus pieles. Draco se dejó, pero cerró sus ojos con fuerza, como si la poca fuerza que Harry podía aplicar sobre él le estuviese causando dolor.
Quería impedir que se vaya. Quería que se quedara allí, solo un momento. Unos minutos.
Su corazón ya estaba vuelto loco, solo al pensamiento de aquello, ya nada importaba, no. Solo sus pieles juntas en algo tan inocente como sujetar su mano.
Poco a poco, lo tiró más cerca, hasta que la palma de Draco tocó el colchón y su torso estaba inclinado hacia adelante, en su dirección. El rubio no había abierto los ojos, ni se había alejado. No había hecho nada, y no tenía idea cómo tomarse aquello.
—Draco, por favor... —le dijo, sin saber qué estaba pidiendo.
El ojigris posó su otra mano sobre la del pelinegro, y trató de separarla de su brazo, aún sin la fuerza necesaria.
—Harry, sabes, no sé--sabes que, no —sacudió su cabeza—. Sabes que lo que sea que es esto, no puedo. No podemos.
Harry pasó saliva, y entrelazó sus dedos con los de Draco, arrugando su frente.
—¿Tú no lo sientes...? —le preguntó con miedo— ¿No sientes lo mismo que yo?
Finalmente, abrió sus parpados, conectándolos con los suyos. Verde y gris, librando una batalla que solo ambos conocían, que hacía su estómago saltar.
No respondió, simple e inconscientemente, se inclinó más hasta él, como si buscara algo de igual forma. Harry, con dolor, volvió a hablar.
—Te juro, Draco —replicó sin desviar sus orbes—, que si así lo quieres...si tú-- —se detuvo—. Si me lo dices, pediré un cambio. Si esto es demasiado--pediré que me cambien de medimago.
Draco se corrió más cerca de él con el cuerpo, dejando su cadera a la altura de su pecho, y tomó al moreno de las dos manos, apretándolas.
—No puedes hacer eso, Harry —pidió con suavidad—. Antes que cualquier cosa soy tu Sanador, y... —dejó salir un suspiro tembloroso— No puedo, esto--
—Pero quieres —lo interrumpió.
Draco calló, soltando sus manos.
—Pero quiero —admitió en un susurro, haciendo que su corazón se saltara un latido, y los vellos de todo su cuerpo se erizaran—. Realmente quiero, pero no--Harry, esto no se puede. Esto no es real.
El moreno negó, y volvió a rozar su dorso con la yema de sus dedos. Era ridículo. Era estúpido, negarse a algo así, cuando ambos querían, cuando a ambos les hacía sentir bien. Nadie los juzgaría, nadie los vería, era su casa. Se sentía bien, debía estar bien. ¿No?
—Es una relación de poder, Harry —insistió él, tragando con fuerza, el ojiverde fijó su vista allí, viendo como su marcada mandíbula resaltaba aún más esa noche.
—No me importa —le dijo con sinceridad.
Draco se sacudió de su tacto, evitando sus ojos y mordiéndose el labio inferior con tanta fuerza que quizás podría haber salido sangre.
—Debería —replicó—, porque es poco ético y moral de mi parte. Es tomar ventaja de tu posición.
Harry negó con vehemencia. Era lo más tonto que había escuchado. Si él mismo fue quien propició la mayoría de sus encuentros cercanos. Si él lo deseaba tanto.
—No es así —aseguró.
—Sí, Harry, así es. Tú no puedes verlo, no lo entiendes--
—Y sin embargo, no te has ido —lo cortó con dureza, alzando una ceja.
Draco no se había apartado, ni siquiera un centímetro, de donde había estado, como si estuviese anclado a él, como si ambos tuviesen un imán que los obligara a estar cerca.
¿No había sido siempre así?
El rubio volvió a sacudir su cabeza, y Harry se levantó lento, hasta sentarse, quedando así cara a cara contra él, pudiendo divisar con aún más claridad su rostro. Sus pecas lucían preciosas y francamente, se moría por besarlo. Podría perder la cabeza si así no fuera.
Sintió la respiración entrecortada de Draco contra su cara. Así de cerca estaban. Y estaba seguro que él también podía sentirla.
Sin embargo, ninguno quiso romper el momento.
—Quédate conmigo.
Harry bajó su frente hasta apoyarla sobre su hombro, cerrando los ojos ante la suavidad de la tela, y los brazos de Draco lo envolvían por su cintura. Sentir su calor, solo aquello, su presencia...era mucho mejor que nada.
Estuvieron así por lo menos unos cinco minutos, en el que solo sus respiración y el porfiado latido de su corazón que se esmeraba en hacerse presente entre ambos se oían en la habitación.
Finalmente, el rubio empujó a Harry de vuelta al colchón con suavidad, recostándolo sobre su espalda. Y aunque esperó que ese fuera el término de todo, que nuevamente quedaría en la historia como los pequeños momentos que hacían encoger su corazón cuando pensaba acerca de ellos, Draco se levantó, rodeó la cama y del otro lado, abrió las tapas para meterse dentro, acurrucándose con timidez contra su cuerpo, haciendo que contuviese su respiración.
Probablemente si se había desmayado después de todo.
Harry se giró brevemente y el ojigris, completamente inseguro, entrelazó sus piernas bajo las sábanas, apegándose a su costado y levantando una mano, delineó su rostro, tal como él lo había hecho hace un tiempo, y retiró sus lentes, estirándose por sobre él para dejarlos en su mesita. El pelinegro cerró los ojos, dejando que le acariciara, y se apegara aún más.
Pasó su brazo por el cuello ajeno, atrayéndolo, y así se durmió, sintiendo el pecho del hombre subir y bajar contra su torso, haciendo su propia respiración cada vez más lenta y pausada, contrariando totalmente a su pulso.
Por la mañana, Draco se había ido.
