Disclaimer: Esta historia y sus personajes no me pertenecen. La historia es de eien-no-basho y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.

Capítulo 4: De masacres y compañeros

La reunión de la corte había terminado inmediatamente después de encomendarle la misión a Kagome. Miroku había ejecutado una apresurada reverencia antes de agarrarla por el brazo y casi arrastrarla fuera del edificio antes de que ninguno de los cortesanos se hubiera puesto siquiera en pie. Su expresión estaba tensa por la agitación.

Sango estaba esperándolos fuera, había conseguido escaparse en medio de toda la conmoción. Kagome podría haber encontrado divertido cuánto se parecía su expresión a la de Miroku si la combinación de ambos no resultara tan aterradora.

Tan pronto estuvieron lo suficientemente lejos como para que no les oyeran, Sango la encaró con ferocidad. Miroku la ayudó con pequeños comentarios mordaces aquí y allá.

Señalaron todos los posibles peligros de la misión, cada fallo en su lógica para aceptar y detallaron todos los posibles supuestos que podían terminar en su horripilante y dolorosa muerte. Kagome estaba segura de que lo único que evitaba que terminaran gritándole era su extensivo entrenamiento en modales.

Para cuando los tres llegaron a la residencia Tachibana, los dos parecían haberse agotado, sus amonestaciones se habían reducido a pequeños comentarios de vez en cuando. Kagome continuó asintiendo con arrepentimiento, pidiéndole en voz baja a un sirviente que se cruzó con ellos que llevara té al comedor principal.

Una vez sentados en la larga mesa, Miroku y Sango se sumieron en un frío silencio. El té llegó sin demora y Kagome esperó a que los dos hubieran bebido un par de veces antes de aventurarse a hablar.

—Sango-sama. Miroku-sama. Sé que los dos no están muy complacidos con lo que hice…

Sango resopló, interrumpiéndola. Kagome parpadeó, sorprendida ante el gesto impropio de una dama.

—Por supuesto que no estamos complacidos —afirmó Miroku sin molestarse en absoluto por el desliz en la etiqueta de Sango.

—Bueno, sí, lo han dejado muy claro —volvió a intentarlo Kagome—, pero… ¿hay alguna posibilidad de que puedan llegar a ver por qué lo hice?

—Permitiste que la futura emperatriz te sacara de quicio —dijo Sango.

—Yo no…

—El Tennō-sama ya había decidido que podías quedarte en la corte —volvió a interrumpirla Miroku.

—El Tennō-sama se echó atrás tan pronto como la futura emperatriz empezó a mostrar su desacuerdo —discutió Kagome, empezando a irritarse un poco—. Si no hubiera hecho nada, me habría enviado a casa y el Tennō-sama no habría hecho nada al respecto. ¡Entonces todo lo que han hecho ustedes dos por mí habría carecido de sentido!

—¡Tendrá aún menos sentido si mueres! —soltó Sango, dando un golpe con la palma sobre la mesa. Las tazas de té repiquetearon. Kagome se estremeció.

—Ya, ya. Todos nos sentimos un poco frustrados. Intentemos calmarnos y hablar racionalmente —dijo Miroku con cansancio, presionando una mano contra su sien.

Sango frunció el ceño en su dirección, pero asintió a regañadientes. Kagome lo miró expectante, esperando que pudiera razonar con Sango para eliminar su mal humor.

—De acuerdo, entonces —continuó—. Kagome-chan, creo que puedo hablar razonablemente tanto por Sango-sama como por mí cuando digo que nos sentimos más que un poco inútiles. Verás, ahora que has aceptado esta misión, no hay nada que podamos hacer por ti.

»Le has dado tu palabra a la futura emperatriz delante de toda la corte. Es imposible revocar eso sin serias consecuencias. Por tanto, solo hay tres formas en las que puede terminar todo esto. Tendrás éxito y volverás para recibir entrenamiento, fracasarás y te enviarán a casa, o… perecerás.

Sango asintió tristemente para mostrar su acuerdo.

—Por mucho que queramos ayudar, nos lo has quitado de las manos, Kagome-chan.

Kagome frunció el ceño, bajando la mirada hacia la taza de té aferrada entre sus manos.

—Lo siento. No pretendía angustiarles a ninguno de ustedes, pero… bueno, con el debido respeto, Miroku-sama, ¿por qué me trajo aquí si no cree que sea capaz de hacer algo como esto? —dijo en voz baja.

—No es que no crea que seas capaz, Kagome-chan —suspiró Miroku, negando con la cabeza—, pero yo quería que recibieras entrenamiento y… bueno, pensaba que las cosas resultarían de una forma muy distinta.

—Entonces ¿no cree que haya ninguna oportunidad de que tenga éxito? —preguntó Kagome, encogiéndose un poco.

—Kagome-chan… —cedió Miroku, al ver la expresión alicaída de su rostro.

—Queremos ir contigo.

Kagome y Miroku se giraron para mirar a Sango, con iguales expresiones de sorpresa.

—Sango-sama…

—Pero la futura emperatriz dijo que tenía que hacer esto sola —dijo Kagome.

—La futura emperatriz dijo que tenías que acabar con el nido de youkai sola —señaló Sango—. Así que Houshi-sama y yo solamente te acompañaremos en el viaje. Solo interferiremos en la exterminación si parece que te va a costar la vida. Así que, mientras estés viva, nada más importa.

—Sango-sama —fue todo lo que pudo decir Kagome, conmovida.

—La gentil Sango-sama tiene razón —concordó Miroku, lanzándole a la noble una mirada de aprobación bajo la que ella se sonrojó levemente—. Mientras conserves la vida, podremos solucionarlo.

Kagome se quedó callada. Consideró discutir con ellos. Sería demasiado pedirles que asumieran tales molestias por ella y una asociación cercana entre los tres podría hacerles daño a ojos de los demás cortesanos. Sin embargo, ambos parecían firmes en su resolución.

—De acuerdo, entonces. Muchas, muchas gracias —dijo Kagome, sonriendo suavemente—, pero sepan que pretendo ganar, pase lo que pase.

Los dos le sonrieron en respuesta.

—Por supuesto, Kagome-chan.


Una vez que los tres hubieron llegado a un acuerdo, Miroku y Sango no perdieron el tiempo y se pusieron a trabajar. Juntos consiguieron montar una serie de pruebas para determinar las fortalezas y las debilidades de las habilidades espirituales de Kagome.

Por supuesto, no podían enseñarle nada nuevo, ya que la futura emperatriz había dictaminado que debía ir únicamente con sus conocimientos actuales. Eso, sin embargo, no evitó que la ayudaran a refinar las habilidades que sí tenía.

Encontró divertido lo bien que Sango y Miroku conseguían trabajar juntos cuando no estaban en desacuerdo entre ellos. También agradecía sus esfuerzos, teniendo en cuenta que ella no había tenido ningún plan detrás de su aceptación del desafío de la futura emperatriz. A decir verdad, se había dejado provocar en algunos sentidos.

Pero Kagome también sabía que este desafío podía ser la única forma de que los cortesanos empezaran a aceptarla. Había visto lo decididamente en su contra que estaba la mayoría, incluso cuando el propio Tennō había aprobado su estancia.

Pero si podía lograr un hito como este, les obligaría a que le permitieran al menos vivir en relativa paz entre ellos. O eso era lo que Kagome esperaba, en cualquier caso.

A través de las pruebas, consiguieron descubrir que sus fortalezas se encontraban en su habilidad para curar y en su destreza con el arco. Desafortunadamente, sus habilidades curativas resultarían inútiles en esta tarea, ya que Kagome era incapaz de sanar sus propias heridas.

El arco y las flechas, sin embargo, eran una ventaja. Le permitían hacer daño desde la distancia, manteniéndola fuera del rango de los golpes físicos.

Por desgracia, el tiro con arco también tenía un lado negativo. La cantidad de energía espiritual que podía reunir en una flecha estaba gravemente limitada y, después de derrotar a algunos youkai, seguramente la descubrirían los demás y la rodearían. Kagome sola sería incapaz de disparar las flechas suficientes para defenderse de un ataque desde varias bandas.

Si pudiera crear una barrera a modo de protección mientras disparaba, el problema estaría resuelto. Desafortunadamente, a Kagome se le daba fatal erigir barreras. La barrera que había salvado a su aldea había estado hecha de su poder, pero en esencia la había formado Kaede. Por tanto, la estrategia de la barrera resultó irrelevante.

Los tres parecían haber llegado a un callejón sin salida durante un tiempo tras llegar a estas conclusiones. La sanación era inútil, un ataque solo con flechas era como mucho improbable y a Kagome no le podían enseñar a crear una barrera lo suficientemente fuerte como para repeler a los youkai. Pasaron dos días de manera estancada y frustrante.

Sango los salvó a todos con una pequeña epifanía.

Encontró un día a Kagome en el jardín, cerca del estanque koi, meditando para evitar ahogarse en sus preocupaciones. A Sango le hizo falta buscar mucho, pasar junto al estanque koi repetidas veces, antes de ser capaz de localizar a Kagome, que había estado allí sentada todo el tiempo en un estado de tal relajación que había pasado desapercibida.

Nunca se habían molestado en probar las habilidades de meditación de Kagome, ya que ninguno se imaginó que fueran relevantes, pero resultaron ser lo contrario.

Sango sugirió tras su descubrimiento que Kagome intentara una emboscada. Requeriría acercarse peligrosamente al centro del nido, pero si lograba disparar algunas flechas y luego entrar rápidamente en estado de meditación, podría funcionar. Probablemente haría falta repetir varias veces el proceso y unos nervios de acero, pero no era imposible.

Durante los restantes cuatro días que tuvo antes de tener que partir, Kagome invirtió cada ápice de la energía que tenía en practicar tanto su meditación como su puntería con el arco.

Miroku montó una serie de dianas de tiro con arco en el jardín de Sango, e incluso fue tan lejos como para hacer él mismo un par de veces de blanco en movimiento.

Sango hizo su parte, haciéndole la meditación lo más difícil posible a Kagome, lanzando su Hiraikotsu cerca de la miko y haciendo ruido en general mientras la más joven intentaba concentrarse.

Lenta y cuidadosamente, Kagome aprendió a desconectarse de todas las distracciones y a sumirse en la inexistencia.

Unas cuantas veces, por la noche, Kagome se vio atraída de nuevo por el aura del Goshinboku. Agotada por el entrenamiento, pero demasiado inquieta como para dormir, se escabullía y se tendía en las raíces de árbol para valerse de su tranquilizadora energía. Vagamente se dio cuenta de que una parte de ella esperaba que aquel hombre grosero volviera a aparecer. Nunca lo hizo.

Una vez, sin embargo, justo cuando Kagome estaba empezando a sumirse en la inconsciencia en la cuna de las retorcidas raíces, podría haber jurado que había sentido una especie de aura extraña cerniéndose por encima de ella en las altas ramas. Se había puesto de pie de un salto, sobresaltada e inspeccionando la oscuridad. Su mente terriblemente falta de sueño le había hecho imaginar un destello de oro y rojo, pero no pudo encontrar nada tras un examen más minucioso.


La mañana del día previo a su partida encontró a Kagome y a Sango haciendo el equipaje. Demostró ser un poco más difícil de lo que ninguna había anticipado.

Sango, a pesar de ser una mujer profundamente sensata en muchos aspectos, seguía siendo una cortesana y solía viajar con un poco de estilo. Hizo falta no poca cantidad de persuasión por parte de Kagome para convencer a la mayor de que tres baúles llenos no era en absoluto viajar ligera de equipaje.

Miroku las encontró en medio de esto, con una especie de pergamino en la mano. Estaba frunciendo el ceño, con expresión vagamente perpleja.

—¿Ocurre algo, Houshi-sama? —preguntó Sango, dejando el conjunto de peinetas que había intentado convencer a Kagome que era esencial para su viaje.

—Nada malo, supongo. Solo… sospechoso —respondió Miroku, sosteniendo el pergamino.

Sango se lo cogió y lo desenrolló. Kagome se puso a su lado, leyendo sobre su hombro.

—¿Qué es? —preguntó Kagome tras inspeccionar el documento por un instante.

Podía entender ciertas partes, pero la mayoría estaba redactado con tanta formalidad que le resultaba casi incomprensible.

—El Tennō-sama ha decretado que Su Majestad va a enviar guardias que nos acompañen durante el viaje —dijo Sango, frunciendo el ceño al leer el documento por segunda vez.

—Tres guardias —añadió Miroku—. Aunque no con el objetivo de ayudarnos en modo alguno, sino que van a monitorizarnos para asegurarse de que todo se haga correctamente.

—¿Eso es extraño? —preguntó Kagome, sin ver nada terriblemente raro en ello.

—Es inusual que el Tennō-sama despache tropas imperiales en una misión que no es ni oficial ni una cuestión de Estado —explicó Sango—. El Tennō-sama podría limitarse a enviar tropas Fujiwara para que nos vigilasen si Su Majestad estaba tan preocupada porque hagamos las cosas correctamente.

—¿Tropas Fujiwara? —repitió Kagome.

—Ah, creo que olvidamos que no conoces el funcionamiento de la corte. Te has estado aclimatando a la vida y a las formas a la perfección, Kagome-chan —dijo Miroku. Kagome sonrió en agradecimiento y esperó a que continuara—. Fujiwara es el clan al que pertenece la futura emperatriz, Kikyou-sama. Hubo un tiempo en el que dominaban completamente la vida en la corte, aunque su poder ha… disminuido en los últimos años. Pero como todos los clanes, mantienen sus propias tropas en sus tierras en caso de que sea necesario pelear en alguna ocasión. Y Sango-sama está en lo cierto, sería mucho más sensato por parte del Tennō-sama emplearlas para nuestra custodia.

—Así que solo podemos suponer que Su Majestad tiene una suerte de especial interés en la situación de Kagome-chan —dijo Sango pensativamente.

Todos consideraron esto, extrayendo las implicaciones. Kagome estaba un poco preocupada, se preguntaba si este tipo de atención era algo que deseaba.

Sango y ella retomaron lentamente el hacer el equipaje, la taiji-ya discutiendo mucho menos. Miroku ayudó un rato, haciendo comentarios ocasionales sobre las muchas virtudes de Sango, antes de marcharse a hacer sus propios preparativos.

El resto del día pasó relativamente sin incidentes, pero Kagome tuvo el sueño inquieto esa noche y no paró de dar vueltas en la cama. Tuvo sueños vagos de sangre, lobos y aves humanas. Una sensación desasosiego empezó a crecer en Kagome y la siguió hasta el día siguiente.


Los tres estuvieron vestidos y listos para partir al alba a la mañana siguiente, todos ansiaban marcharse.

Se reunieron en la entrada oriental de la puerta de Suzakumon. Miroku le ordenó al guardia de allí que preparase tres caballos y que los ensillara con su equipaje.

—¿Dónde están los guardias que nos envía el Tennō-sama? —preguntó Kagome mientras esperaban a que el guardia volviera con sus caballos. No había nadie más a la vista, además de los demás guardias de la puerta.

—Se me indicó que esperase aquí hasta que llegaran —respondió Miroku.

—¿No especificaron la hora? —preguntó Sango, ajustando algunas de las placas de armadura de su uniforme liso y negro de taiji-ya. Había optado por ponerse eso en lugar de un juni-hito, ya que las ricas sedas de tan lujosa vestimenta rara vez resultaban cómodas en viajes largos.

Miroku negó con la cabeza. Sango exhaló un pequeño suspiro.

—Eso es un problema. Espero que no tarden mucho. Quiero partir lo antes posible.

Kagome concordó en silencio con su amiga. Sus nervios aleteaban en su estómago como las alas de un pajarito.

Poco después, el guardia llegó con tres grandes caballos marrones, cada uno de ellos ensillado con algunas de sus cosas. Kagome fue hasta su caballo, una yegua grande y tranquila y empezó a acariciarla, arrullándola con la voz tonta que la gente tendía a poner al hablar con animales.

Le dio los últimos trozos de una manzana que le quedaron de su desayuno. Los había envuelto en un pequeño paño y se los había metido en la parte de delante de su traje. Mientras los masticaba, siguió hablándole, principalmente para distraerse a sí misma, pidiéndole al caballo que tuviera cuidado con ella, ya que seguía siendo inexperta en montar por su cuenta.

El tiempo pasó lentamente mientras esperaban a que llegaran los guardias, Miroku se unió a Kagome con los caballos mientras Sango paseaba con inquietud. Finalmente, los tres captaron los sonidos de cascos retumbando contra el sendero de piedra, el ruido les llegó con la fría brisa matutina. Aparecieron tres grandes caballos negros y sus jinetes.

Miroku y Sango hicieron profundas reverencias y Kagome siguió rápidamente su ejemplo. Mientras se incorporaban, los tres guardias desmontaron. Kagome tuvo que contener una exclamación.

Dos de los guardias eran humanos y completamente ordinarios, a su parecer, pero los rasgos del tercero eran sorprendentemente familiares. Se lo quedó mirando, examinando al hombre de la cabeza a los pies, pero decir «hombre» no era del todo preciso.

La forma general de sus facciones era de bordes duros y muy similares a los del hombre grosero que había conocido bajo el Goshinboku, pero Kagome estaba segura de que él había sido humano.

El ser que estaba ante ella definitivamente no lo era. Unos ojos dorados de pupilas alargadas, el largo pelo plateado, las garras alargadas en ambas manos y los pies descalzos, y un par de orejas de perro triangulares en lo alto de su cabeza lo apartaban drásticamente de cualquier humano.

Kagome hubiera asegurado que era un youkai con los ojos cerrados. Su aura hedía claramente a youki, pero había algo ligeramente extraño en ella, aunque no podía precisar de qué se trataba.

Todas las similitudes entre el hombre que estaba ante ella y el hombre de debajo del Goshinboku la dejaron preguntándose si los dos estaban emparentados de alguna manera. Pero ¿un humano y un youkai emparentados? ¿Era posible? Kagome pensó que definitivamente sería muy atrevido por su parte decir en voz alta cualquier parte de esto, así que se mantuvo en silencio.

—¡Buenos días! ¿Son ustedes los guardias que el Tennō-sama envía para acompañarnos? —dijo Miroku.

El youkai, que parecía ser el líder, gruñó una afirmación.

—Bueno, es un placer conocerles. Yo soy Shingon Miroku, un houshi…

—Ya Sabemos… sé… Ya sé quién eres, houshi. No hay necesidad de pasar por la estupidez de presentarse. Vámonos —le interrumpió el youkai bruscamente.

Kagome estaba estupefacta. También hablaba igual que el hombre grosero.

Miroku pareció moderadamente agraviado por un instante, pero lo cubrió con una sonrisa relajada.

—Ah, qué tonto por mi parte. Por supuesto, el Tennō-sama ya les habrá explicado la situación. Sin embargo, a Su Majestad se le pasó por alto informarnos de sus nombres.

—Ah. Sí. Soy… Genji —dijo brevemente el youkai a modo de presentación.

—¿Genji-sama? —repitió Sango con incredulidad, obviamente intentaba pescar el apellido de un clan.

—Con Genji basta —replicó el youkai.

—Zetsubode Hidetaka —dijo el más alto de los dos guardias humanos, dando su propio nombre y rompiendo el incómodo silencio que siguió a las palabras de Genji.

—Uragiri Hideyoshi —ofreció el otro guardia.

Sango y Miroku volvieron a inclinarse, pero el ligero grado de su inclinación le dijo a Kagome que los clanes a los que pertenecían los guardias eran menores. Ella imitó sus acciones.

—Vámonos ya —se quejó el youkai, moviéndose para montar sobre su caballo.

Un ligero y constante repiqueteo hizo que todos se girasen hacia el sendero de piedra. Sorprendentemente, era la futura emperatriz deslizándose velozmente por el camino, sus geta de madera eran las causantes del ruido bajo el dobladillo de su juni-hito rojo intenso. Su rostro estaba tan impasible como siempre, pero Kagome podía sentir una cierta inquietud en ella.

—Me temo que lo he pensado mejor y no puedo consentir una conducta tan temeraria y absurda, mi señ… —empezó Kikyou al llegar junto al grupo. Extrañamente, parecía que estaba dirigiéndose a Genji.

—Tanto si lo aprueba como si no, Fujiwara-sama, esto es lo que ha decretado el Tennō-sama —la interrumpió Genji firmemente, con expresión de advertencia.

Kikyou pareció vagamente perpleja por un momento, pero pareció comprender algo al pasar la mirada de Miroku a Sango y a Kagome. Aun así, persistió en su discusión.

—Aun así, creo que abandonar la capital así es un terrible error. No hay razón para que usted les acompañe, sino que se le necesita aquí para mantener el orden…

—Basta, Fujiwara-sama. El Tennō-sama se ha encargado de todo. Nos… me voy —declaró Genji, montando. Los otros dos guardias siguieron su ejemplo.

Kagome, Sango y Miroku permanecieron de pie, mirando con incertidumbre a la futura emperatriz mientras ella apretaba la tela colgante de sus propias mangas.

—Montad. Nos vamos —ordenó Genji, apartando la mirada deliberadamente de Kikyou.

Los tres hicieron lentamente lo que les ordenó, Kagome recibiendo ayuda de Miroku. Los guardias abrieron las grandes puertas de madera.

—Como quiera. Yo cumpliré con mi deber como futura emperatriz y mantendré yo misma el orden —declaró Kikyou. Se dio la vuelta y volvió con decisión por el mismo camino, lanzando una única mirada prolongada hacia Genji.

—Moveos —ordenó el youkai, dándole un rodillazo al caballo para ponerlo al trote tras echar un vistazo rápido a la silueta de Kikyou, que se alejaba poco a poco.

Sacudió un poco la cabeza como para despejarla y su mirada se deslizó para considerar a Kagome mientras ella se ajustaba en la silla detrás de él. Kagome alzó los ojos y se encontró con los de él por casualidad. El youkai apartó apresuradamente la mirada.

El resto del grupo también puso sus caballos en movimiento. Atravesaron la puerta cabalgando y continuaron durante un silencioso trecho.

Las preguntas zumbaban silenciosamente alrededor de Sango, Miroku y Kagome. Los otros dos guardias de alguna manera parecían entender lo que había ocurrido entre Genji y la futura emperatriz. De vez en cuando el trío se lanzaba miradas interrogantes entre ellos, pero Miroku fue el primero en reunir el valor para preguntar.

Puso su caballo al lado del de Genji, ofreciéndole una pequeña sonrisa. El youkai no le dirigió ni una mirada. Miroku carraspeó, pero Genji siguió ignorándolo.

—Ah, ¿Genji-sama? —se atrevió a decir Miroku.

—¿Qué? —respondió Genji rotundamente.

—¿Puedo inquirir sobre la relación que existe entre usted y la futura emperatriz? —dijo Miroku.

—No.

—¿Qué?

—No, no puedes inquirir. No es asunto tuyo. De lo único de lo que tienes que preocuparte es de montar hasta que yo diga que podemos detenernos para pasar la noche —gruñó Genji.

—Ah… de acuerdo, entonces —se rindió Miroku, retrasándose para cabalgar entre Kagome y Sango. Los tres intercambiaron una mirada, pero ninguno se atrevió a insistir más. Se quedaron solamente con sus sospechas y sus suposiciones.


El resto del viaje de ese día pasó lentamente y sin ningún evento. Miroku, Sango y Kagome charlaron entre ellos, repasando el plan para cuando llegaran al nido de youkai. Los dos guardias humanos se unieron algunas veces a la conversación, aportando sus opiniones. Genji, por otro lado, cabalgó por delante del grupo todo el tiempo, evitando hablar con nadie.

Al atardecer, el youkai escogió un pequeño claro en el bosque que estaban atravesando, ordenándoles que se detuvieran para pasar allí la noche. Les informó de que probablemente les llevaría otro día y medio, aproximadamente, llegar a las tierras de los Fujiwara.

Sango, Miroku y los dos guardias humanos se pusieron a trabajar para montar el campamento. Kagome se prestó voluntaria para recoger leña, deslizándose su arco y flechas sobre un hombro antes de adentrarse más en el bosque.

Se alegró de estar sola por un rato, aclarando su mente y luego rellenándola del zumbido de la naturaleza que la rodeaba. Vagó sin rumbo, recogiendo ramas caídas aquí y allá. Se estremeció cuando se levantó un viento frío, sus dientes castañetearon ligeramente. El invierno casi había llegado y la temperatura disminuía con el sol.

Kagome se detuvo ante el sonido de salpicaduras. Pudo sentir un río cruzando por el bosque, pero el ruido parecía demasiado alto como para ser solo el goteo del agua sobre las rocas. Kagome se abrió paso con cautela a través de los árboles hacia la fuente.

Allí estaba Genji, con su sashinuki y su karaginu remangados mientras vadeaba entre el agua del río. Un pequeño montón de peces descansaba en la orilla detrás de él y, mientras ella se acercaba, su mano se hundió rápidamente en el agua. Cuando la volvió a sacar, había un pescado atravesado al final de sus garras alargadas.

Kagome dudó, preguntándose si debía interrumpir. Sabía perfectamente que probablemente solo le gruñiría si anunciaba su presencia. Se dio la vuelta para marcharse. Una ramita se partió sonoramente debajo de su pie y se quedó paralizada.

El youkai se dio rápidamente la vuelta, sus ojos dorados inspeccionaron los árboles circundantes.

Kagome avanzó lentamente con expresión culpable.

—Ah, tú —dijo Genji sin emoción, su expresión se relajó para volver al frunce que había portado todo el día.

Se la quedó mirando con expectación. Kagome se movió con nerviosismo.

—Por los siete infiernos, ¿qué estás haciendo aquí? —gruño Genji finalmente, impaciente.

—Ah… —dijo Kagome, sosteniendo el montón de palos en sus brazos—. Solo estaba recogiendo leña. No pretendía interrumpirle. Volveré al campamento.

Kagome se inclinó apresuradamente y se dio la vuelta para irse, nerviosa, pero la oscuridad había caído del todo y dudó, sin saber por dónde había venido.

—Oye, mujer.

Kagome se dio la vuelta, un poco irritada por su forma de dirigirse a ella y pensando de nuevo en cuánto se parecía al hombre grosero de debajo del Goshinboku.

—¿Sí, Genji-sama? —consiguió decir con cansada cortesía.

Él devolvió su concentración a la pesca, sin preocuparse por mirarla mientras decía:

—No me pareces muy inteligente, así que te sugeriría que esperases a que acabe. Luego podrás seguirme de vuelta al campamento para que no te pierdas y te coma un animal salvaje.

Kagome sintió que se le desarrollaba un ligero tic sobre su ojo izquierdo ante el relajado insulto.

—No, gracias, Genji-sama. Puedo encontrar el camino de vuelta perfectamente por mi cuenta. —Kagome sonó considerablemente menos cortés esta vez.

Se giró de nuevo para marcharse, preparada para irse echando humo. Los árboles circundantes estaban cubiertos de una espesa oscuridad. Apenas podía ver lo que tenía delante.

Kagome pasó la mirada entre el oscuro bosque acechante y Genji, preguntándose cuál era el mal menor. Con un suspiro, decidió que un poco de vergüenza y humillación eran preferibles a la muerte bajo los colmillos de alguna bestia nocturna.

Se sentó silenciosamente en la orilla, sin decir una palabra. Genji la miró por el rabillo del ojo, sonriendo con satisfacción. Kagome frunció el ceño en dirección a su espalda.

—Supongo que no eres tan tonta como pensaba.

—Supongo que no —replicó Kagome.

Él ensartó dos peces simultáneamente, lanzándolos hacia la orilla entre el pequeño montón que ya había pescado.

Hubo algunas salpicaduras mientras chapoteaba para salir del río y llegar a la orilla. Se sacudió como un perro, las gotas de agua volaron por todas partes.

—¡Oiga! —chilló Kagome cuando algunas gotas chocaron contra su rostro.

Él la ignoró, desenrollando su sashinuki y su karaginu.

—Podría disculparse —murmuró Kagome en voz baja.

—Podría hacer muchas cosas —replicó Genji.

Kagome lo miró, sorprendida. Esas orejas no eran de adorno.

Recogió los peces que había pescado, juntándolos en la tela que había extendido debajo de ellos y caminó hacia el bosque sin decir una palabra. Kagome frunció el ceño y se puso en pie de un salto con su manojo de palos, apresurándose tras él hacia la oscuridad.

El silencio se extendió densamente entre los dos. Kagome se sintió pronto incómoda, aunque a él parecía no afectarle. Apenas parecía ser consciente de su presencia.

—¿Puede ver por dónde vamos con esta oscuridad? —dijo Kagome para llenar el silencio.

Le respondió un gruñido. Se lo tomó como un sí.

—Debe resultar útil.

Genji le lanzó una mirada de soslayo.

—Si estás cotorreando para oír el sonido de tu propia voz, puedes callarte.

Kagome consiguió apenas evitar que se le cayera el montón de palos para pegarle al hombre. Sus manos se flexionaron casi espasmódicamente. Al final, no importaba lo grosero que fuera, era un noble de algún gran estatus. No le parecía que fuera de los que perdonaban si ella se salía de su lugar.

—Entonces ¿qué le parece si hago una pregunta para la que sí que necesito respuesta? —ofreció Kagome rápidamente.

—Solo que porque la hagas no significa que tenga que responder.

—Lo sé —dijo Kagome, tomando eso como una especie de permiso—. Entonces puede responderme o no cuando pregunte por qué exactamente creyó el Tennō-sama necesario enviar a los propios guardias de Su Majestad en esta misión.

Genji se detuvo en seco, girando completamente el rostro hacia ella por primera vez. Sus ojos dorados brillaban en la oscuridad mientras la miraban firmemente, inspeccionando su rostro en busca de algo. Kagome le devolvió la mirada, insegura. Al final, él se dio la vuelta.

—El Tennō-sama… no sintió la necesidad de darnos explicaciones —dijo Genji lentamente.

—Ah…

Kagome difícilmente estuvo satisfecha con la respuesta, pero no le vio sentido a seguir con el tema. Reanudaron su camino.

—Entonces, por los siete niveles del infierno, ¿por qué aceptaste hacer esto?

Kagome se sobresaltó un poco, sorprendida por el sonido de su voz. No se había esperado que hiciera nada que se pareciera remotamente a un intento de conversación. Ciertamente, no parecía muy interesado en su respuesta. Eso, sin embargo, podría haber sido simplemente su rostro. Parecía haberse quedado así.

—¿Se refiere a la misión?

—Sí.

—No quería que me echaran de la corte antes siquiera de tener una oportunidad, supongo —respondió Kagome pensativamente.

—¿Y si mueres? ¿Una vida elegante en la corte con ropa bonita y comida de verdad vale la pena a cambio de tu vida?

—No es que quiera estar en la corte para tener una «vida elegante» ni nada parecido —respondió Kagome, considerándolo—, es decir, será agradable vivir sin tener que preocuparme por sobrevivir, pero en realidad… va a haber tantas cosas que podré hacer si puedo entrenarme en la corte. Puedo ayudar a gente como la de mi aldea. Al fin puedo hacer algo más que sentirme mal por todas las cosas que no podía hacer.

—… ¿esa es tu razón para venir a la corte? —dijo, la incredulidad era clara en su rostro mientras la miraba.

—¿Tan extraño es? —dijo Kagome a la defensiva.

—Sí, es muy extraño —dijo, aunque sin mordacidad alguna en sus palabras. Sino que su expresión se había tornado pensativa, había cerrado los ojos mientras los devolvía al camino que había ante ellos.

—Supongo que tendré que pedirle disculpas entonces, Genji-sama —resopló Kagome, molesta con su informal rechazo.

—No tengo nada que perdonar —dijo. La miró, negando con la cabeza.

Kagome frunció el ceño, decidiendo que tal vez sería mejor limitarse a ignorarlo en lo sucesivo.

Llegaron al campamento y Genji se detuvo en el exterior. Kagome lo miró por un momento antes de que él se moviera para dejarla atrás.

—Oye, niña.

Kagome se giró hacia él.

—Escoge tu pescado.

Le tendió el fardo.

Kagome parpadeó al mirarlo, sintiendo que este podría ser un extraño ofrecimiento de paz. En cualquier caso, parecía menos hosco.

Escogió un pescado.


Todos comieron antes de irse a dormir. Kagome se dio cuenta de cuándo se arrastró Genji más allá del extremo del campamento para dormir. Parecía preferir estar alejado todo lo posible del grupo. Se quedó pensando en la extraña tendencia.

Kagome se despertó en mitad de la noche, descubriendo que necesitaba aliviarse. Se liberó de su futón cerca del fuego, con cuidado de no despertar a Sango, que dormía cerca.

Se arrastró un poco por la periferia del campamento, buscando un arbusto grande o alguna suerte de cubierta que pudiera ofrecerle privacidad. Encontró uno y se quedó paralizada.

Había voces provenientes del otro lado.

Kagome se agachó y escuchó con atención. Unos momentos de escucha le dijeron que eran los dos guardias humanos. Pero ¿qué hacían despiertos a esas horas?

—Entonces ¿estamos de acuerdo? —susurró un guardia—. ¿Lo haremos cuando lleguemos a las tierras de lo Fujiwara?

—Sí —respondió el otro guardia—. Entonces podrá parecer que son los Fujiwara causando problemas. Están en posición de hacerlo y desde luego que tienen motivos. Será perfecto.

—Hay que hacerlo —dijo el otro guardia—, es decir, ¿un hanyou? Es ridículo. No es tolerable.

—Sí —concordó el otro guardia.

Los dos se quedaron un rato en silencio. Kagome aprovechó la oportunidad para marcharse sin que la descubrieran. Fue y atendió sus asuntos en el bosque antes de volver a su futón.

Yació despierta un rato, pensando en lo que habían estado hablando los guardias. Había sonado cuando menos sospechoso.

Se preguntó si debía informar a Sango y a Miroku de lo que había escuchado. A esa idea la pisaba los talones la pregunta de si Genji estaba o no implicado en la presunta trama. Después de todo, lo habían enviado con ellos dos.

Kagome decidió que sería mejor no decir nada hasta que entendiera más. No había necesidad de arrojar dudas innecesarias sobre Genji si él no estaba implicado. Tampoco sabía con seguridad si lo que hacían los guardias estaba mal. Decidió vigilarlos por su cuenta por un tiempo.


El grupo se levantó temprano a la mañana siguiente y comieron antes de recoger el campamento. Montaron y continuaron con su viaje hacia el este.

La cabalgada de ese día transcurrió sin incidentes, solo con algún intento ocasional de Miroku de meterle mano a Sango y algunas órdenes ladradas por parte de Genji.

Kagome se pasó el día observando a los dos guardias humanos, aunque obteniendo poco en cuanto a respuestas o resultados. Lo único que había aprendido en realidad era que Genji por lo general evitaba relacionarse demasiado con los dos humanos, aunque ellos parecían mantenerle bastante vigilado.

Por la noche se asentaron de nuevo en el claro de un bosque para pasar la noche. Genji se marchó a pescar y Kagome lo siguió, sin estar muy segura de sus propios motivos.

Sorprendentemente, él toleró su presencia en la orilla mientras pescaba. No habló con ella ni hizo nada que abiertamente reconociera su presencia, pero tampoco le ordenó que se fuera.

Comieron, durmieron y volvieron a partir a la mañana siguiente para hacer el último tramo de su viaje. Hacia el final de la tarde, Genji les informó de que estaban a poca distancia. Le dijo a Kagome que podían continuar directamente hasta el nido o detenerse por un tiempo en la residencia Fujiwara para descansar.

Kagome optó por dirigirse directamente hacia el nido. No se sentía completamente preparada, pero más que nada quería acabar con aquello de una vez.

Cabalgaron hasta el nido.


A medida que se fueron acercando al nido, Kagome empezó a sentirse ligeramente enferma. El aura de los youkai era grande y estaba llena de una buena cantidad de maldad. La pura fuerza de la misma le dijo a Kagome que el número de youkai dentro del nido podría ascender hasta la cincuentena. Se estremeció un poco.

—¿Estás segura de que quieres hacerlo? Sean cuales sean tus intenciones, esto sigue pareciéndome bastante estúpido.

Kagome se sobresaltó, apartada repentinamente de sus pensamientos más oscuros. No se había dado cuenta de que Genji se había retrasado para cabalgar a su altura.

—No… no me voy a echar atrás —dijo Kagome con más certeza de la que en realidad sentía.

—Estás cagada de miedo —dijo Genji bruscamente.

Kagome le frunció el ceño.

—Tengo miedo, pero eso no tiene que detenerme. A veces solo hay que tener miedo y hacerlo igualmente, ¿verdad?

Genji la miró durante largo tiempo, pareciendo considerar lo que había dicho. Negó con la cabeza.

—Keh, idiota.

—Tal vez lo sea —murmuró Kagome, más para sí que para él.

—Oye, mujer.

—¿Sí?

—Si… si necesitas ayuda o te metes en problemas… —se interrumpió, pareciendo claramente incómodo. Kagome sonrió débilmente.

—Lo sé. Lo único que tengo que hacer es gritar y Miroku-sama y Sango-sama vendrán a ayudarme.

Genji le lanzó una mirada incrédula.

—Por los kami, sí que eres una idiota —gruñó, espoleando a su caballo para volver a montar por delante de ella.

—¿Eh?

—Hemos llegado —llamó Miroku desde el frente del grupo.

Kagome hizo que su caballo fuera hasta donde se habían detenido Sango, él y los dos guardias humanos. Genji estaba apartado del grupo, a un lado, echando humo por alguna razón.

—Esta es la frontera de su territorio —aclaró Miroku—. Su aura se solidifica y penetra en esta zona. Mi hipótesis es que el nido está en algún lugar en lo alto de ese precipicio.

Miroku señaló la ladera de un precipicio relativamente pequeño y liso que se cernía a corta distancia.

—Supongo que ahí es a donde me dirijo, entonces —dijo Kagome, haciendo avanzar al caballo.

—Kagome-chan, espera. Tenemos que… —dijo Sango, extendiendo una mano como para detenerla.

—Es mejor que se queden todos aquí —llamó Kagome, haciendo que el caballo fuera a un trote rápido—. Si me meto en problemas, volveré aquí directamente en busca de ayuda.

—Kagome-chan, creo que eso no es sensato. ¿Y si…? —intentó discutir Miroku.

—Por favor, quédense aquí todos —contestó Kagome, interrumpiéndolo—. Si están conmigo, me temo que se verán demasiado tentados a intervenir innecesariamente. No se preocupen, estaré bien. Solo… ¡crean un poco en mí!

—¡Oye, mujer!

—¡Volveré dentro de un rato! ¡Espérenme aquí!

Kagome espoleó al caballo para que fuera al galope, ignorando sus llamadas. Afortunadamente, parecieron respetar sus deseos a regañadientes, ya que nadie fue tras ella. Aseguró su carcaj y su arco sobre su hombro mientras cabalgaba, tranquilizada por su peso sobre su espalda.

Tras galopar a cierta distancia, Kagome detuvo al caballo junto a un denso montón de árboles. Desmontó, tomando las riendas del caballo y rodeando con ellas holgadamente el tronco de un árbol.

Bajo el cobijo de los árboles, el caballo no se convertiría en un objetivo para los youkai y podría huir si algo acababa yendo tras él. Lo arrulló durante unos instantes, agradeciéndole que la hubiera llevado hasta allí y asegurándole que volvería.

Lenta y cautelosamente, Kagome se arrastró por la periferia de los árboles. Tuvo cuidado de mantenerse dentro de las sombras. Ahora estaba muy cerca del precipicio.

Se arrastró por la ladera del precipicio, buscando un camino para subir y esforzándose por mantenerse lo suficientemente calmada para suprimir su aura. Encontró un precario saliente a modo de pequeño camino y empezó su ascenso.

Kagome tuvo que aferrarse a la ladera del precipicio para mantener el equilibrio sobre el estrecho saliente, agarrándose a todas las piedras que sobresalían y sobre las que podía poner las manos. El ascenso fue lento y tedioso, pero tuvo mucho cuidado de calmar sus nervios lo suficiente para evitar que la detectaran.

Finalmente, Kagome encontró lo que se había esperado. Era un saliente pequeño, lo suficientemente grande para que Kagome se sentase. Debajo, podía ver una larga y oscura apertura que, a juzgar por cómo notaba su aura, contenía el nido youkai.

Kagome se sentó en el saliente, apoyando la espalda contra la pared del precipicio y atrayendo el carcaj con las flechas hasta su regazo para acceder a él con más facilidad. Colocando una flecha, se sumió en la paz meditativa más profunda que pudo conseguir, tirando de la sólida esencia de la ladera del precipicio a través de su espalda mientras se apoyaba contra ella.

Mantuvo los ojos abiertos, observando y esperando. Era mediodía y Kagome todavía no había visto que saliera ningún youkai. Era probable que hubieran salido a cazar comida. Era solo cuestión de tiempo que regresaran.

Su hipótesis demostró ser más que acertada. En cuestión de instantes, el aire a su alrededor se llenó de horrendos chillidos, un incoherente cruce entre un grito humano y el grito de un halcón. Cuerpos redondos y alados bajaban en picado del cielo hacia la entrada del nido.

Kagome consiguió mantener la compostura a pesar del horrible ruido. Sango había hecho más ruido al lanzar el Hiraikotsu, así que Kagome pudo soportarlo. Lo que vio a medida que se acercaban los youkai, sin embargo, casi la enervó por completo.

Los youkai eran grandes, con cuerpos esféricos con plumas, como los de un pájaro grotescamente hinchado. Las alas y las patas con garras estaban conectadas a su cuerpo, al igual que lo que semejaba un torso humano que sobresalía por encima. El rostro humano estaba monstruosamente distorsionado. Pero dicho aspecto no fue más de lo que se esperaba.

Con lo que Kagome no había contado era con la comida que transportaban con ellos tras la caza. Cuerpos humanos mutilados colgaban de sus garras, los intestinos se derramaban y faltaban las cabezas de donde las habían separado de los hombros. Algunos cadáveres parecían ser también de otros youkai. De alguna especie de youkai lobo, si Kagome tenía que hacer una suposición.

Kagome casi perdió la concentración a la vista de tanta sangre. Por un momento, el pánico se alzó en su interior. Algunos de los youkai pájaro se giraron de repente hacia ella, localizándola por primera vez. Inspiró hondo y redujo a la fuerza el latido de su corazón, volviendo a sumirse en un estado de no ser.

Los youkai que la habían visto ahora viraban con confusión ante su repentina desaparición. Había llegado toda la bandada, su mejor estimación era que eran cerca de unos cincuenta. El grupo entró en picado y giró junto a la entrada, desorientado por la confusión de sus colegas.

Kagome vio claramente su oportunidad. Había varios pájaros alineados en su rango, justo debajo de ella. Tendría que ser rápido, pero podía hacerlo.

Kagome salió de su meditación y todos los pájaros se volvieron inmediatamente hacia ella, chillando. Apuntó y se detuvo durante un agonizantemente largo momento, imbuyendo la flecha con su poder. Disparó.

Cuatro de los youkai se desintegraron, atrapados en la línea directa del disparo. Tres más se lamentaron sonoramente y empezaron a caer, quemados por la luz purificadora. El resto de la horda se detuvo en seco por un momento, bajando y volando en círculos salvajemente en medio de su agitación y sorpresa.

Kagome maldijo mentalmente. Había esperado acabar con al menos diez de los pájaros con ese disparo. No había acumulado suficiente energía en su flecha en su prisa por disparar.

El tiempo era esencial y se recostó contra el precipicio, imponiendo el vacío sobre su mente. Los youkai empezaron a reagruparse.

Una vez más, los pájaros habían perdido su rastro, pero ahora que la habían visto claramente, empezaron a amontonarse alrededor de donde se encontraba Kagome en el saliente. Algunos incluso se acercaron lo suficiente para que su aliento abanicara su piel, apestando a sangre y a carne humana. Solo apenas consiguió contener el reflejo de una arcada.

Más que ponerla incómoda, sin embargo, la cercanía de los pájaros impedía que fuera capaz de hacer un buen disparo. La flecha tendría el máximo impacto a tan corto rango, pero la limitaría a apuntar a dos pájaros, como mucho. El resto se lanzaría sobre ella tan rápido que no tendría tiempo de gritar.

Kagome se puso de pie muy lentamente, con cuidado de no tocar accidentalmente a ninguno de los youkai. Puede que no fueran capaces de verla, de sentirla o de olerla, pero por supuesto que serían capaces de notarla si chocaba contra ellos.

Se arrastró por la ladera del precipicio, absorbiendo su estabilidad a través de sus palmas extendidas. Manteniendo un firme ojo sobre la bandada, se aseguró de que ninguno hiciera ademán de seguirla. Lentamente, consiguió ascender hasta un saliente un poco más alto y todavía más estrecho.

Kagome apenas tenía espacio para permanecer en pie en el saliente y le preocupaba que pudiera ceder bajo su peso, pero no veía ninguna alternativa cerca. Aparte de eso, era una posición excelente desde la que acabar con al menos siete youkai más, que todavía rodeaban el saliente en el que había estado originalmente.

Kagome encontró un equilibrio precario, colocando otra flecha. Se dio unos momentos para apuntar un disparo perfecto. Respirando hondo, bajó la guardia y disparó. El tañido de la cuerda del arco resonó con fuerza en sus oídos.

Trece youkai se desintegraron en un resplandor azul. Cuatro más chillaron y cayeron. El resto de la bandada estalló en un lío caótico, chillando y bajando en picado. Kagome dio un saltito de alegría ante su éxito.

Un salto de alegría que hizo que el frágil saliente bajo ella se desmoronase.

Kagome chilló mientras bajaba dando tumbos por la ladera del precipicio, arañándose contra rocas y salientes en su camino. Escarbó violentamente en busca de un agarre entre las rocas para frenar su descenso hasta el lejano suelo. Sus manos sangraban por el esfuerzo, pero no consiguió aferrarse a nada sólido mientras rodaba y giraba inútilmente cuesta abajo.

Dos grandes patas con garras la salvaron, pero el alivio de Kagome fue fugaz. El pájaro más grande la tenía en sus garras.

Dolorida y sangrando, Kagome forcejeó con desesperación contra su agarre. Sabía que preferiría caer a su muerte que enfrentarse a lo que fuera que pudiera hacerle el youkai pájaro. Pero tenía los brazos y las piernas fuertemente agarrados y todas sus sacudidas fueron en vano.

El pájaro voló entre su grupo, chillando y mostrando su premio. El corazón de Kagome empezó a martillear mientras este se deslizaba por la oscura entrada hasta el nido. Sabía muy bien lo escasas que eran sus oportunidades de volver a salir de la guarida.

El enorme pájaro lanzó a Kagome bruscamente y ella rodó como una muñeca de trapo, deteniéndose únicamente cuando chocó contra un muro. Se puso rápidamente en pie, retrocediendo hasta una estrecha esquina e invocando todo retazo de energía espiritual que tenía.

El pájaro enorme alardeó sonoramente de su triunfo, el resto de la bandada se alineó detrás de él en el nido.

—Pequeña humana estúpida —se burló—. ¿De verdad crees que ahora tienes alguna oportunidad de escapar? Te haremos pagar por lo que les hiciste a nuestros compañeros.

—Se lo merecían por devorar a toda esa pobre gente —dijo Kagome, con los músculos tensos y las manos brillando mientras ellos empezaban a aproximarse.

No había duda en su mente sobre si podría vencerle o no y escapar. Simplemente no tenía suficiente entrenamiento espiritual para acabar ella sola con tantos.

Eso no significaba, sin embargo, que fuera a dejarse morir. Pensó en Souta, en mamá, en Jii-chan, en Sango, en Miroku e incluso en Genji.

Si moría, lo haría peleando.

El primer pájaro se acercó a ella, sus patas se arquearon para hacerle un tajo. Kagome apenas consiguió esquivarlo, lanzando su brillante palma contra el estómago del pájaro mientras estaba todavía desequilibrado. Chilló y se tambaleó hacia atrás contra sus colegas, la huella oscura de una palma se quedó marcada a fuego en su estómago.

Una segunda pata arañó el hombro izquierdo de Kagome, rasgando su ropa y su carne. Kagome gritó y golpeó a ciegas con otro puño brillante. De alguna forma hizo contacto y el pájaro retrocedió.

Kagome retrocedió más contra la estrecha esquina, aferrando su hombro sangrante. Su brazo izquierdo había perdido toda la sensibilidad, así que a pesar de haber conseguido agarrar sus armas durante su caída por la ladera del precipicio, parecía improbable que pudiera usarlas. Estaba temblando, ya cansada por el esfuerzo de invocar sus poderes directamente sin utilizar un cántico o un intermediario.

Kagome deseó desesperadamente que aparecieran sus amigos. Habían insistido en venir con ella para evitar exactamente esta situación y ella había sido lo bastante estúpida para obligarles a quedarse atrás. Se maldijo internamente.

Levantó la mirada justo a tiempo para ver las patas del pájaro más grande descendiendo sobre su cabeza. Cerró los ojos con anticipación al golpe mortal, su mente mostró brevemente la imagen de los árboles de sakura detrás de la residencia de Sango con Sango, Miroku, mamá, Souta y Jii-chan sentados bajo ellos en la brillante luz de la primavera.

Los instantes se extendieron y Kagome no sintió dolor. Abrió un poco un ojo. Su pequeño resquicio de visión estaba lleno de negro azabache y marrón peludo. Kagome abrió completamente los ojos.

Había un hombre… no, definitivamente no era un «hombre». Estaba claro que era un youkai, como su aura anunciaba con orgullo a cualquiera capaz de leerla. Vestido con un conjunto de pieles y placas de armadura oscura, con un largo cabello negro oscuro recogido en una coleta alta, el hombre era ancho de espaldas y de músculos esbeltos, y contenía las patas del enorme pájaro. Kagome notó vagamente una cola marrón y lo conectó con los youkai lobo que había visto antes colgando de las garras de los pájaros.

—Oye, mujer —llamó el youkai delante de ella, lanzándole una mirada sobre su hombro. Su rostro era de rasgos afilados, sus ojos del azul de un río cubierto de escarcha.

—¿Sí? —consiguió decir Kagome, aturdida ante su repentina aparición. ¿De dónde había salido? ¿Cómo se había puesto tan rápido delante de ella?

—¿Fuiste tú la que apiló los cadáveres de esos despreciables pájaros al fondo del precipicio? —preguntó, empujando al pájaro cuya filosa pata había estado manteniendo apartada de él. El pájaro voló hacia atrás, chocando contra alguno de los demás que también la rodeaban.

—Sí —respondió Kagome automáticamente, mirando maravillada dónde había aterrizado el pájaro.

El youkai lobo sonrió con satisfacción.

—Entonces tú y yo tenemos un objetivo común —dijo—. ¿Crees que puedes levantarte? Todavía no hemos terminado.

Los youkai pájaro se estaban reagrupando, cercando una vez más al dúo. El lobo se agachó un poco, preparándose para pelear.

Kagome consiguió ponerse en pie lentamente, agarrándose a la pared con su brazo bueno como apoyo. Su hombro izquierdo palpitaba y la sangre salía lentamente de la herida, pero apretó los dientes contra el dolor.

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó Kagome.

—Una luchadora, ¿eh? No está mal para una humana diminuta —dijo el youkai lobo con aprobación—. Puedo hacerte espacio suficiente para que lo hagas, pero vas a tener que poder disparar esas flechas tuyas. ¿Crees que puedes?

Esquivó otra pata a mitad de la frase, agachándose debajo de ella antes de plantar su puño en el estómago del pájaro. Más garras fueron hacia él desde la izquierda, pero una rápida y fuerte extensión de su pierna izquierda envió al pájaro hacia atrás.

—Lo haré —declaró Kagome con firmeza, su deseo de vivir la impulsaba con la fuerza de hacer casi cualquier cosa a esas alturas. Quería vivir para ver esa escena bajo el árbol de sakura.

—De acuerdo, entonces. Aquí vamos.

El youkai lobo empezó a mover las piernas tan rápidamente que se levantó una nube de polvo a su alrededor, expandiéndose para llenar toda la cueva. Se convirtió rápidamente en un remolino que rodeó su figura. Se lanzó hacia delante, hacia el grupo de pájaros, corriendo en círculos a su alrededor y atrayéndolos hacia el vacío en el aire que había creado en la pequeña cueva.

Kagome alzó el arco, ignorando los gritos de protesta de su hombro y los largos rizos de su pelo oscuro giraron alocadamente alrededor de su rostro. Plantó los pies con firmeza para evitar que la succionara, aunque el youkai lobo se había movido hasta el otro extremo de la cueva para evitar que el tirón fuera demasiado fuerte para ella.

Sacó una flecha de su carcaj y la colocó, tomándose su tiempo para imbuirle tanto poder espiritual como pudo. Apuntó a los lados del vórtice, con cuidado de evitar la zona en la que estimaba que estaría el lobo. Dejó volar la flecha.

Quince de los youkai desaparecieron en un resplandor de luz perlada. Los demás chillaron con furia, intentando en vano escapar de la fuerza del vórtice y llegar hasta ella. Algunos de los más inteligentes se lanzaron en picado hacia el centro de la arremolinada columna de viento, apuntando hacia el lobo.

Kagome colocó rápidamente otra flecha y disparó, acabando con los que iban a por su youkai salvador. La pérdida de sangre funcionó rápidamente para adormecer el dolor de su hombro y se sumió en un ritmo inconsciente de colocar, aguantar y soltar.

Colocar, aguantar, soltar.

Colocar, aguantar, soltar.

Colocar, aguantar, soltar.

La cueva se llenó de gritos de muerte de los pájaros, que resonaron entre las paredes de piedra.

Kagome ya había colocado y disparado otra flecha hacia el suelo de tierra de la cueva para cuando se dio cuenta de que habían desaparecido todos los youkai pájaro. El arco cayó de sus flácidas manos mientras el youkai lobo se ralentizaba hasta detenerse, el huracán se disipó lentamente al pararse.

—¡Vaya, mujer! —exclamó, silbando bajo mientras miraba a su alrededor, a las cenizas que cubrían el suelo y las paredes de la cueva—. La verdad es que no creía que pudieras hacerlo antes de morir por la pérdida de sangre, y mucho menos hacerlo rápido. ¡Por los kami, menudo poder tienes!

Sus palabras cayeron en oídos sordos mientras Kagome se deslizaba para apoyarse contra la pared de la cueva, exhausta y temblando.

De repente, se le ocurrió que acababa de fracasar en su misión al aceptar la ayuda del lobo. Kagome empezó a llorar en silencio.

—¿Qu-Qué? ¿Por qué lloras, mujer? ¡Acabas de derrotar a un nido entero de youkai devorahombres! ¡Has ganado! ¡Ni siquiera estás muerta!

Se acercó vacilante a ella, desconcertado al ver las lágrimas.

—¡Mi nombre es Kagome, no «mujer»! —sollozó—. Y no he ganado. ¡Rompí las reglas, así que ahora me tengo que ir a casa y mi aldea se morirá de hambre!

Se la quedó mirando con perplejidad.

—¿Reglas? ¿Aldea?

Kagome se limitó a asentir, sin responder en realidad a ninguna pregunta. Empezaba a sentir como si su cabeza fuera a salir flotando de su cuerpo en cualquier momento.

—Puede que hayas perdido demasiada sangre, muj… digo, Kagome —dijo el youkai, avanzando para arrodillarse delante de la chica.

—Sí —concordó Kagome débilmente—. ¿Cree que moriré? La verdad es que no quiero morir. Incluso si he fracasado, aún necesito estar ahí para ayudar a mi aldea…

—Eres bastante leal, ¿eh? —comentó el lobo, mirando contemplativamente a la mujer, que se desvanecía con rapidez—. Me gusta eso. ¿Qué te parece si te salvo la vida?

—Suena bien —murmuró Kagome, deslizándose al fin en la inconsciencia.

El youkai lobo sonrió pícaramente.

—De acuerdo, entonces, pero te va a salir caro.

Sin más dilación, cogió a la mujer en brazos con cuidado y salió corriendo con ella.


Kagome sentía calor. El calor era extraño para alguien que o estaba muerta o en proceso de morir. Tal vez su alma se había reunido de nuevo con los elementos, como hacían todas las almas al morir. Tal vez se había convertido en fuego. O puede que se hubiera unido a una fuente termal. Una fuente termal sería maravillosa.

Pero si había regresado a la naturaleza, ¿por qué seguía conservando su consciencia individual?

Kagome abrió los ojos lentamente, descubriendo que, efectivamente, seguía teniendo ojos y un cuerpo. El techo de piedra de una cueva, iluminado de naranja por el brillo de las llamas, se hizo poco a poco más nítido.

Lo que la mantenía abrigada era una manta de piel, envuelta con cuidado alrededor de ella. Teniendo cuidado con su hombro izquierdo herido, se incorporó.

Kagome se mordió la lengua con fuerza para evitar gritar.

Se encontraba en una cueva grande y oscura llena de lobos, tanto animales como youkai. Estaban esparcidos por todo el suelo, dormitando junto al calor del fuego. Había varios que estaban a tan solo la distancia de un brazo.

La mente de Kagome empezó a trabajar frenéticamente para recordar cómo había llegado allí. Era borroso, pero solo podía recordar al youkai lobo que había conocido diciendo algo sobre salvarla. Así que este era su clan y había sido él el que le había vendado el hombro. Sacándole su karaginu y los vendajes de su pecho para hacerlo, se dio cuenta de repente.

Se sonrojó furiosamente, la mortificación la llenaba. ¿Cuánto había visto?

Las pisadas resonaron por la cueva y Kagome se giró hacia la fuente, rezando para que eso no despertase a ninguno de los lobos que la rodeaban.

Era el hombre que había conocido en el nido de los youkai pájaro, que emergía de una zona más profunda de la cueva. Esbozó una amplia sonrisa al verla, yendo a arrodillarse al lado del nido de pieles en el que estaba envuelta.

—Al fin despierta, ¿eh? Llevas durmiendo desde el mediodía —dijo—, pero deberías estar bien. Al parecer te lo vendé antes de que perdieras demasiada sangre. ¿Cómo lo sientes?

—Está bien —respondió Kagome lentamente, descolocada por la familiaridad con la que le hablaba—. ¿Fue usted… el que me vendó el hombro?

—Por supuesto —contestó, sacando pecho con orgullo.

Kagome volvió a sonrojarse.

—No… vio nada, ¿no? —murmuró Kagome.

El youkai lobo pareció confundido por un momento, pero acabó comprendiéndolo y sonrió más ampliamente que nunca.

—¿Te refieres a tus pechos? Sí, los vi. Bonito par, por cierto. ¡No te avergüences tanto, Kagome! Es adecuado que como tu…

—¡De «adecuado» nada! —gruñó Kagome, le había subido tanta sangre a la cabeza que pensaba que podría explotar—. ¡No hay nada de adecuado en ello! ¡Quiero que me devuelva mi karaginu!

—Está un poco roto…

—¡Lo quiero ya! —exigió Kagome con vehemencia.

—Peleona, ¿eh? —dijo el lobo, que parecía extrañamente complacido por ello.

Se levantó y volvió a las profundidades de la cueva, regresando con el karaginu roto y ensangrentado de Kagome. Le obligó a darse la vuelta antes de volver a ponérselo bajo la cubierta de las mantas de pieles.

Completamente vestida, salió de debajo de las pieles y empezó a caminar hacia la salida de la cueva, pasando cuidadosamente alrededor de los lobos dormidos.

—¡Oye, Kagome! ¿A dónde vas? —la llamó el lobo.

—Tengo que irme ya. Hay gente que probablemente esté preocupada por mí. Gracias por su ayuda, señor —dijo Kagome fríamente, continuando su camino.

De repente, el lobo estuvo a su lado. Kagome se sobresaltó, sorprendida una vez más por su silenciosa velocidad.

Sin decir ni una palabra, la cogió en brazos.

—Para con esa mierda de llamarme «señor». Me llamo Kouga, Señor de la tribu de los demonios lobo del este. Es un nombre del que no te vas a olvidar pronto —dijo el lobo, sacándola por la entrada hacia el aire nocturno.

Ahora se encontraban en un saliente largo y plano, la escarpada piedra estaba iluminada por el brillo suave de la luna creciente. Al parecer, la guarida de los lobos estaba esculpida en la ladera de una montaña.

Kagome se debatió y se retorció hasta que Kouga la bajó. Lo fulminó con la mirada antes de darse la vuelta para buscar alguna forma de bajar de la montaña.

Escalar probablemente sería insoportable con su hombro en una condición tan pobre, pero incluso eso era preferible a sufrir más humillaciones. Además, tenía que volver lo antes posible con sus compañeros. Seguro que la estaban buscando.

—¡Oye! Solo te traje aquí para que pudieras tomar un poco el aire y tranquilizarte. No voy a dejar que te vayas así como así ni de broma. Además, no tienes ni idea de dónde estamos —señaló Kouga, que se acercó para ponerse a su lado.

Kagome le frunció el ceño, pero concedió silenciosamente que tenía razón. No tenía absolutamente ninguna idea de dónde estaba, o de si seguía siquiera en las tierras de los Fujiwara.

—Tiene que dejarme volver con mis compañeros —dijo Kagome con un matiz de ruego en su tono—, es decir, tienen que estar preocupados por mí. Y, además… yo… ¡yo también le salvé a usted! ¡En el nido de los youkai pájaro dijo que necesitaba mis poderes purificadores… mis flechas!

—Tienes razón —concedió Kouga—. Esa bandada lleva meses cargándose a miembros de mi tribu y mataron a cientos más que intentaron acabar con ellos. Aunque desmembraras a los muy malditos, se curaban. Los rodeaba un jyaki un poco raro. Tus flechas fueron lo primero que he visto que pudiera acabar con ellos.

—Entonces ¿me llevará con mis compañeros? —dijo Kagome, esperanzada, almacenando la información de los youkai pájaro al fondo de su mente para examinarla más tarde. Había percibido algo extraño en su jyaki.

—No exactamente —dijo Kouga—. Tú me salvaste una vez. Yo te salvé dos veces. Una en la cueva y dos con las vendas. Todavía me debes una y no te voy a dejar marchar hasta que hayas saldado tu deuda.

—¿Saldar mi deuda? —repitió Kagome, de repente llena de agitación.

Kouga avanzó lentamente hacia ella, sus caninos alargados brillaban a la luz de la luna.

—Así es. Y sé cómo puedes hacerlo.

—¿Protegiendo su cueva para mantener a raya a otros youkai? —sugirió Kagome con desesperación, sin gustarle en absoluto su mirada.

—No exactamente —dijo Kouga, riéndose entre dientes.

—Entonces ¿qué le gustaría? ¿Que cosiera? ¿Que cocinara? Puedo hacer muchas cosas útiles como esas.

La espalda de Kagome chocó contra la montaña y se dio cuenta de que había estado retrocediendo ante los avances del lobo. Kouga se cernió delante de ella, iluminado desde atrás por la luna mientras sus ojos se encontraban con los de ella.

—Vas a ser mi mujer —declaró, avanzando el último paso para rodearla con los brazos.

—¿Qué? —chilló Kagome, su mente se quedó en blanco por la sorpresa. Ni siquiera podía retorcerse contra su agarre.

—Serás mi compañera. Con tus poderes y los míos, dominaremos incluso más allá de las tierras orientales —dijo Kouga, claramente orgulloso de sí mismo por habérsele ocurrido algo tan inteligente.

—¡Kagome!

Kouga y Kagome se giraron ante el inesperado sonido de una nueva voz.

De pie, en el borde contrario al dúo y enmarcado por la luna creciente, estaba Genji, observando con unos ojos dorados bien abiertos mientras Kouga y Kagome se abrazaban.

—¡Por los siete infiernos! ¿Qué es esto?


Nota de la autora: El trocito de historia de hoy:

El cuento de Genji: también conocido como Genji Monogatari, este relato épico lo escribió una noble llamada Murasaki Shikibu durante la época Heian. El hecho de jugar con el nombre fue más por la broma que por otra cosa, pero pensé que valía la pena decir de dónde lo saqué.

Nota de la traductora: ¡Hola a todos! Muchísimas gracias por todo el apoyo que estoy recibiendo, en especial a Lis-Sama, que ha promocionado esta historia en su página de Facebook (de verdad que no sé cómo agradecértelo). Gracias de nuevo por todos los reviews y por los que habéis añadido esta historia a favoritos y alertas. Vuestro apoyo me anima a seguir traduciendo.

Por si os interesa, he publicado una historia nueva basada en un reto del foro ¡SIÉNTATE!, que lleva por título Así te lo demuestro yo. Si os pasáis a leer, me haréis muy feliz.

¡Hasta la próxima!